Entrevista con Martha Arias
Del catolicismo al agnosticismo
¿Crees en Dios?
Creo que soy agnóstica, sin saber su definición exacta. Evolucioné a partir de una vida basada en la creencia cristiana católica aprendida en mi niñez. Mis metas y mis objetivos estuvieron marcados por esa concepción. La idea del bien, del mal y el deseo de seguir por el sendero del bien también se sustentaban ahí, pero me llegó muy temprano el cuestionamiento de mi catolicismo. No fue algo teológico; eso no ha sido algo importante en mi vida, no me he cuestionado si existe o no existe Dios, cómo es o cómo se manifiesta. Mi cuestionamiento fue en cuanto a la pertinencia de los principios y las normas de conducta. Ahí yo veía muchas contradicciones.
Me ganó y me sigue ganando un sentido gregario muy fuerte. Yo siempre estuve referida a los otros. El primer referente importantísimo fueron mi mamá, mi papá y mis hermanos. En base a ellos decidí muchas cosas, como trabajar o no. Empecé a trabajar muy pequeña pues me decía: cómo no voy a trabajar si soy la mayor y hay un montón de chiquillos que necesitan apoyo. Nadie me pidió que trabajara, yo lo decidí.
El cuestionamiento al catolicismo me llegó cuando vi que allí no encontraba un sustento sólido para mi referencia a los otros, para caminar en esa dirección. Desde pequeña estuve vinculada a grupos católicos y trabajaba con ellos. Ahí vi que no había una respuesta para la gente sumamente necesitada que acudía a las actividades religiosas. Percibía situaciones dramáticas y sentí que en ese medio no había alguien del grupo que se propusiera hacer algo por las necesidades inmediatas de la gente o que quisiera encontrar alternativas desde la inspiración cristiana. Estaban al margen de todo esto.
¿Te refieres a problemas económicos, enfermedades…?
A sufrimientos, enfermedades y hasta carencias alimenticias. Había problemas económicos muy fuertes y sufrimientos que quedaban fuera de la dinámica religiosa; parecía que ésta no podía ligarse a la vida cotidiana de la gente. Y a mí eso me hizo mucho ruido. Si no estamos dando respuesta a las necesidades ¿qué estamos haciendo? Y eso me llevó muy pronto a dejar en segundo término las reflexiones de tipo teológico. La urgencia de afrontar esas situaciones desbancó del primer lugar a la inquietud por la teología y la trascendencia a través de la fe. Y eso ha permanecido, pero no puedo decir si soy creyente o atea. No lo sé, no es algo que me preocupe o marque mi vida o mis decisiones.
Sí creo que hay algo. No sé si es el Dios católico que me enseñaron. Creo que hay algo más allá de la voluntad humana y que se expresa a través de la voluntad humana. Creo eso porque aunque no he tenido evidencias, sí he tenido destellos y manifestaciones, pero no me he entretenido en buscar explicaciones. Lo resuelvo asumiéndolo sin nombre, es algo que no puedo entender ahora. Siento que ese algo es benéfico y me siento privilegiada al percibir los destellos sin buscarlos intencionadamente. Por esto no me atrevo a manifestarme atea.
¿Cuáles son esas manifestaciones y destellos?
Son hechos cotidianos en los que tengo la sensación de vivir y ser partícipe de algo que nos trasciende, que es importante y que me llena de alegría, seguridad y paz.
¿Podrías describir circunstancias concretas en las que experimentas esa manifestación o esos destellos?
Son muchas las ocasiones en que he experimentado este tipo de cosas, sobre todo en situaciones dramáticas como un accidente que me marcó o en enfermedades de mis seres queridos. Ahí, de repente tengo la certeza de que lo que va a ocurrir tiene que ocurrir y es para bien, eso me hace sentir paz y seguridad aunque no lo entienda.
El terrible accidente en el periférico
¿Puedes contar el accidente que te marcó?
Mi marido, mis dos hijas y yo íbamos en un auto por el periférico y un trailer que perdió el control nos golpeó con mucha fuerza por atrás. El chofer no se percató del impacto ni de lo que estaba ocurriendo porque venía dormido o con una buena dosis de pastillas, pues no había dormido en la noche ni en buena parte del día, según nos enteramos después (el evento ocurrió en la tarde). Como no se dio cuenta del choque nos siguió empujando y nos impactó contra otro trailer que iba por delante y nos metió debajo de él y nos rompió el parabrisas. Providencialmente se detuvo cuado el trailer de adelante estaba a punto de aplastarnos la cabeza. Atrás estaba completamente destruido el auto, la parte delantera del trailer había penetrado hasta los asientos. Yo había escuchado a mis hijas que gritaban: “¡Nos vamos a morir! ¡Nos vamos a morir!”. Y pensé también y no sé si respondí en voz alta: “¡Sí, nos vamos a morir!”.
La sensación fue que ahí terminaba mi vida y que seguramente todos moriríamos. Pero cuando se detuvo el trailer lo primero de lo que me percaté es que estaba absolutamente ilesa. Volteé a ver a mi marido y estaba consciente, sin golpe visible aunque prensado. Y a mis hijas no las podía ver porque quedaron prensadas en la parte de atrás. La mayor lloraba y me pedía que la auxiliara. Me gritaba: “¡No nos dejes morir!”. Le dije que intentara ver a su hermana pequeña, de cuatro años. La veía y me decía: “Mi hermana tiene sangre”. Eso me dio muchísima angustia y desesperación. Intenté librarme presionando la parte delantera que me tenía prensada y lo único que logré fue que se me dislocaran los codos. Ellas seguían gritando. Después, en algún momento, empecé a escuchar ruidos en el auto. Era un grupo de trabajadores, cosa que se me hace simbólica porque siempre tengo la presencia de otras personas que aparecen y me auxilian en el momento que menos lo espero. Con sus herramientas fueron trozando lo que quedó del carro para sacar a mis hijas.
Yo sentí entonces un gran alivio porque temía que el trailer volviera a arrancar y nos llevara, porque estábamos totalmente encajados en su trompa. Pensé que si se le ocurría huir nos mataba.
Sacaron a mis hijas, después a mi marido y al final a mí, creo que fue porque lo pedí: “Yo estoy bien, sáquenlos a ellos”. Cuando me sacaron fui a revisar a mis hijas que estaban en brazos de estas personas. Yo fui y se las quité. Las revisé y a simple vista sólo tenían pequeñas cortadas bastante superficiales. La sangre que vio mi hija mayor fue la que sacaron los vidrios que se le habían encajado a mi hija menor. No tenían fracturas, estaban conscientes y llorando. Y en ese momento lo único que pensé fue: ¡Gracias Dios! (por eso no puedo decir que soy atea). El resultado fue más de lo que pudiera pedir o imaginar. Yo creo que ese ha sido el momento más feliz de mi vida. Una felicidad tan grande y tan completa que no necesitaba más. Toda la gente que llegaba no daba crédito de que estuviéramos bien. Yo estaba feliz y lo decía: “¡Estoy feliz!, ¡Estoy feliz!” La gente pudo pensar que me había vuelto loca.
¿La felicidad era por salir ilesa de una manera casi imposible?
Sí y de ver a mis hijas bien, porque hay algo que no te dije. Cuando me percaté que yo estaba bien, pensé en mis hijas y creí que quedarían en sillas de ruedas. Y pensé: nada más me voy a dedicar a cuidarlas. Y cuando vi que estaban bien, supe que no podía pedir nada más: “Tengo salud, tengo vida”. Por eso digo que viví el momento más feliz de mi vida y eso me alimentó por mucho tiempo, me hizo ver con mucha claridad lo que es importante, lo que le da sentido a la vida. Esa sensación de plenitud de estar vivos, sanos y unidos. Ese sentimiento gregario para mí es muy fuerte. Estoy en referencia a los otros. Qué bueno que estamos aquí y que vamos a seguir por un tiempo.
Dices que el evento te alimentó por mucho tiempo y señalas la vida, la salud y la unión. ¿En qué más te alimentó? pues dices que fue mucho tiempo.
No sé qué tanto me alimente ahora. De vez en vez necesito sacudidas para volver a concentrarme. La vida cotidiana me va jalando a cosas que de repente me hacen olvidar este sentido que para mí tiene la vida.
El evento me dio para disfrutar las caminatas en las mañanas con mis hijas. Después del accidente, frecuentemente, salíamos a caminar, recordábamos el suceso y decíamos: “¡Qué padre! Fue para bien. No ocurrió nada negativo. Perdimos el auto pero eso no tuvo la menor importancia”. Escuchábamos los pajaritos a la hora de ir caminando y conversábamos de lo que realmente le importaba a la familia. Hablábamos de hacer lo que queríamos hacer, para la felicidad propia y la de los demás. Ese sentido de plenitud era lo único que necesitábamos. Estábamos contentos, valorando. Nos reuníamos frecuentemente para hablar de nuestros proyectos y apoyarnos mutuamente. Disfrutábamos el estar juntos y con salud.
Me dediqué a disfrutar a mis amigos, a la familia ampliada, a vivir realmente esto que me hace vivir plenamente: la relación con los otros.
¿Y te dedicaste a esa otra parte fundamental que señalaste: atender a las necesidades de los otros?
Siempre estoy buscado que lo que yo haga sirva a otros. Eso ha orientado mis decisiones. ¿En qué quiero trabajar? En algo que me relacione con otros y me haga aportarles lo que yo tengo. ¿A qué le dedico mi tiempo libre? A las actividades referidas a los otros. Eso no quiere decir que no me dé mis espacios, claro que me los doy para reflexionar y descansar. Me gusta dormir y cuando duermo no quiero que nadie me moleste.
Una revolución por la que trabajó y no sucedió
En este dedicarte al servicio y a responder a las necesidades de los otros hay muchas satisfacciones y frustraciones. En las satisfacciones se ve el sentido que tienen y en las frustraciones parece todo un absurdo. ¿Puedes hacer un balance de esas experiencias?
Yo he ido aprendiendo muchísimo y eso me ha hecho pensar que debe existir algo más allá de nosotros que nos da la oportunidad de ir aprendiendo. Realmente aprendo mucho de las personas con las que convivo, me siento privilegiada por eso y lo agradezco cada vez que tengo la oportunidad.
Algo que he ido aprendiendo a lo largo de los años es que el único bien que existe es el que se hace de manera concreta, a personas concretas, en un momento concreto. Eso es muy distinto a como lo vivía en mi época de adolescencia y juventud cuando estaba plenamente convencida de que, para transformar las situaciones de injusticia que palpé desde pequeña y que me llevaron a comprometerme, había que modificar las estructuras sociales. Eso lo aprendí de discursos que me hicieron click. Se veía la necesidad de hacer una organización y un movimiento social que pudiera transformar la sociedad desde las estructuras. Algunos podrían traducir eso como “La Revolución”, pues sí, era algo que estaba en mi horizonte. Quería trabajar para que se produjera la revolución.
Por supuesto que esto me dio más frustraciones que alegrías. Le dediqué una buena cantidad de años de mi vida a trabajar en comunidades con el objetivo, poco claro o bastante confuso a la hora de decirlo y de vivirlo, de que nuestras acciones se tradujeran en cambios estructurales. Eso lo digo ahora, en aquel momento yo sentía que tenía un discurso político, una ideología y una posición política muy definida. Y estaba entregada porque era satisfactorio, le daba sentido a mi vida. Pensaba que aunque me ocurriera cualquier cosa, invertía bien mi vida porque estaba aportando al logro de un objetivo enorme: el cambio social.
Después de muchos años y cuando la cabeza me fue dando, me di cuenta que nuestras actividades no se estaban traduciendo en ningún cambio, ni siquiera con la gente con la que estábamos trabajando. No estábamos generando ninguna modificación visible en la calidad de vida. Eso no tiene sentido. Y llegó una época de desencanto que coincidió con la crisis política y electoral de 1988. En algunos sucedió que cayeron las utopías. Nos dimos cuenta que los cambios político sociales no se traducían en un sistema más justo, más incluyente, que generara nuevas posibilidades para la mayoría. Yo me retiré de la actividad política de manera abrupta. Me llegó la crisis y dije: “¡Espérenme! Yo por aquí no le sigo”.
Yo militaba en la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) que en 1988 decidió sumarse al Frente Democrático Nacional y apoyar la candidatura a la presidencia de la República de Cuauthémoc Cárdenas. Yo lo vi como algo absurdo desde el principio, pero me discipliné. Era militante disciplinada, había muchas cosas que no me gustaban, pero me disciplinaba. Apoyé la decisión de la organización y trabajé primero, más o menos un año, en el estado de Jalisco, a favor de la candidatura presidencial del Ingeniero Cárdenas y después trabajé para la constitución del PRD, también en Jalisco. Pero en el momento en que se constituyó el PRD vi con claridad que no era lo que yo deseaba y tomé la decisión de retirarme de la política.
Los años de oscuridad y la nueva manera de servir a los demás
¿Y ahora qué hago? Me pregunté. Esa crisis me pegó muy fuerte, porque me di cuenta que aquello a lo que le había dedicado muchos años de mi vida no era lo que yo quería. Pasé años en un proceso de búsqueda. Mientras resolvía mi situación me puse a dar clases en el Iteso y en la Universidad de Guadalajara, también ingresé en organizaciones de la sociedad civil, en actividades asistenciales que incluían reparto de despensas.
Finalmente encontré mi rumbo. Me queda claro que no me puedo casar con ideologías y que la opción de servicio es en lo concreto y lo local. Entre más local, mejor; entre más concreto, mejor. No podemos separar la vida cotidiana del compromiso político y social. Es algo que hay que integrar. Si intento comprometerme con mejores condiciones de vida, primero está mi familia. Y si hablo de una relación democrática eso me lleva a preguntarme si mi marido y mis hijas sienten que vivimos en un ambiente de respeto, donde sus ideas cuentan y donde sus decisiones se respetan. Y eso es conflictivo porque hay que conciliar muchas cosas como las relaciones de poder y la responsabilidad. ¿Hasta dónde puedes decidir? ¿Cómo puedes aprender a vivir en un ambiente digno que genere condiciones para la realización de los integrantes? Para mí eso ha sido una extensión de mis compromisos y un reto muy grande porque no hay receta, hay que experimentarlo día a día. Y muchas veces me equivoco y tengo que dar marcha atrás. Evalúo lo que pasó, la manera en que me desvié de lo que quería hacer.
Entonces, antes estabas muy apasionada luchando por el cambio, pero no cambió nada. Tu visión se fijaba más en el conjunto, en el cambio estructural y ahora estás más enfocada en cambios concretos donde sí se ven las alteraciones de la realidad. ¿Así es?
Mira, yo no puedo afirmar que no cambiara nada en el proceso anterior. No lo sé. Quiero tener la esperanza de que algo cambiara, aunque sea en la cabeza de las personas con las que convivíamos. Pero es la pura esperanza. Si yo mido el cambio con los parámetros económico políticos, sí me atrevería a decir: nada cambió. Pero yo sé que hay otros parámetros que no puedo manejar porque los desconozco. Son medidas que tienen que ver con el nivel promocional, con el nivel íntimo e incluso con las relaciones interpersonales. Ahí pudo haber cambios pero no los puedo aquilatar, porque no tengo las herramientas para hacerlo.
Lo que sí te puedo afirmar es que yo no estaba viendo los cambios que quería que se lograran en este sentido social, económico y político. No era lo que yo quería seguir haciendo, puesto que no se traducía en esos cambios.
En esta nueva época, conforme fui decidiendo compromisos con grupos pequeños, en cosas muy concretas, me fui dando cuenta que mi objetivo era que la gente se descubriera como sujeto del cambio que quiere lograr y no objeto de ese cambio. He ido experimentando que sí se logran cosas y eso me satisface y le da sentido a mis acciones y a mi vida. Con los parámetros que ahora tengo, veo que el cambio se está dando. A lo mejor no se van a modificar grandes cosas. Capaz que a nivel macro las condiciones van a seguir igual, pero ya no pretendo ver esos cambios. Ahora me satisface darme cuenta que hay proyectos muy modestos, a muy corto plazo, que van generando alternativas a personas de carne y hueso, que van encontrando medios para subsistir, que van encontrando soluciones.
Cada quien tiene poder para transformar sus condiciones de vida
El principio del que yo parto es que la gente descubra que tiene poder para transformar sus condiciones de vida y tiene la capacidad de ir ampliando su radio de poder. Yo he visto cómo descubren su poder para trasformar las relaciones domésticas y para distribuir el gasto de mejor manera. Cuando hacen eso, se dan cuenta que su poder llega también un poco más allá y entonces se proponen otras cosas.
Mi esperanza es que en este proceso de descubrimiento del poder, lleguen a saber que tienen poder para decidir sobre políticas públicas, sobre el gasto de recursos que son nuestros, sobre quién los representa en el gobierno. No tengo demasiadas aspiraciones, pero sí la esperanza de que lleguen hasta allá.
El caso de la preparatoria es uno muy concreto. Cuando llegué a una comunidad de los Altos de Jalisco, en el sondeo que hice de la problemática, las señoras dijeron que tenían alrededor de diez años pidiendo una preparatoria para su comunidad. Como era un asentamiento relativamente reciente, las casas habían sido construidas por el Infonavit, no contaba con servicios que tienen lugares con más historia.
Les pregunté que a quién le habían hecho su petición y en respuesta me fueron narrando cómo tocaron las puertas y cómo se las fueron cerrando hasta que ya no les quedaba ninguna abierta. Y entonces les dije que si ya habían acudido a todas las instancias y les habían cerrado las puertas, por qué, entonces, no revisaban si la comunidad misma no podía echar a andar la preparatoria. La pregunta les sorprendió y pusieron muchas objeciones: “¿Cómo vamos a poner la preparatoria si no tenemos dinero, ni edificio, ni profesores? No tenemos nada.”
Les contesté: “¿De verdad no tienen nada? ¿Han observado y preguntado y no han encontrado nada?”. Cuando vi su disposición a investigar, les sugerí que empezaran a tocar las puertas de las casas de su comunidad con un formato en la mano. Se necesitaba averiguar cuántos profesionistas había ahí y si estaban dispuestos a dar algo de su tiempo para enseñar a los que querían superarse. Con el diagnóstico la sorpresa fue enorme: había una cantidad suficiente de profesionistas que podían enseñar a jóvenes y adultos que querían cursar la preparatoria y había por lo menos 120 muchachos que en el primer sondeo expresaron su deseo y compromiso de participar en este proceso comunitario. Entonces se convocó a una reunión a los que estaban dispuestos a enseñar y a los que estaban dispuestos a estudiar y se plantearon varias alternativas. Una de ellas, que fue la que se eligió, fue que organizaran una preparatoria aprovechando el sistema abierto. En dos meses ya estaban los muchachos en aulas prestadas por la primaria de la localidad, recibiendo las clases que daban los voluntarios. Se compraron los libros del sistema abierto y se obtuvieron los calendarios necesarios para enterarse de las fechas de los exámenes oficiales y presentarse en el debido momento.
En enero de este año presentaron los primeros exámenes y fue algo muy satisfactorio para la comunidad que cayó en la cuenta que tenía el poder de resolver el problema de la preparatoria con sus recursos. “¡Claro que sí podíamos!”, decían contentos.
Ahora están demandando apoyo al gobierno municipal y estatal para tener un salón o un edificio de usos múltiples para dar las clases de la preparatoria que son los fines de semana por la noche, para poner una biblioteca y utilizarlo para talleres educativos y culturales con niños, adolescentes y adultos. Ahora esa es su aspiración.
El amor a la vida
El sentido de tu vida es la dedicación a los otros y eso lo ves como parte de los destellos o manifestaciones de algo más allá, pero no me queda claro cómo relacionas esas dos cosas. Me lo puedo imaginar, pero quizás no sería lo que piensas tú.
De repente ves que personas sencillas que sufren en la supervivencia cotidiana son mensajeras de cosas muy profundas y te hacen ver con claridad algo que estabas buscando.
Una señora que conozco, por ejemplo, fue abandonada por su marido con dos hijos pequeños cuando descubrió que tenía un cáncer muy avanzado. Su vivienda haría que cualquiera de nosotros se deprimiera. Sale todas las mañanas con su palo de escoba, porque el cáncer ya no le permite caminar sin bastón, y saca fuerzas para llevar a sus hijos a la escuela y para ir a vender lo que le permitirá alimentar a sus pequeños.
Platicando con ella le dije una vez: “Pero usted está sola y se va a morir”. “Pues sí, pero mientras yo viva tengo un compromiso con mis hijos y no los puedo dejar así.”. “Y ya que se muera ¿qué van a hacer?”. “Estoy buscando un lugar para ellos”.
Me impacta mucho que acuda a las reuniones y esté dispuesta a colaborar en el proceso comunitario con lo que puede, desde su casa. Mis respetos. Hay en ella mucha generosidad y claridad respecto a lo que quiere. Si eso hace ella ¿Yo por qué me voy a quedar en mi casa sin hacer nada?
Por lo que dices, parece que en el accidente del periférico reafirmaste tu amor a la vida, descubriste un amor especial por la vida al borde de la muerte. Y este amor a la vida después lo has visto expresado de muchas maneras, como en esta mujer que mencionas. Has ido descubriendo la vida que amas tú y que ama la gente. Valoras mucho la vida y al hacerlo ves que también la vida de la gente necesitada es una vida muy valiosa que hay que atender y cuidar. ¿Te estoy entendiendo bien?
Me entiendes perfectamente, así es como lo he experimentado. Eso amable de este mundo lo puedo palpar en estas personas de carne y hueso que vive en situaciones dramáticas y que, no obstante, siguen dando pruebas de su amor por la vida, de su búsqueda. Porque están luchando a brazo partido, contra viento y marea, en condiciones negativas, y sin embargo van saliendo. Van encontrando y dando fe. Eso sucede cuando creemos que hay algo que logra transformarnos y trasformar esas situaciones negativas en algo positivo. Pero eso no quiere decir que tenga la idea de que es algo bello que una comunidad viva en el drenaje y la basura. Hay que cambiar eso porque va contra la realización humana.
A pesar de los obstáculos y la sordidez, la gente se levanta día a día y trata de transformar eso. Esa lucha me alimenta mucho. Cuando veo que buscan alterativas, que le quitan horas a su descanso, que le quitan dinero a su gasto, a la comida del día, que sacrifican horas con su familia para buscar alternativas de bienestar, se me hace algo fabuloso y respetable. Me hace amar eso que ellos son.
Regresando a lo que decías de la sociedad. Ves que se necesita cambiar y para ese cambio partes del amor a la vida. ¿Por qué esta mujer que tiene cáncer y está sola con sus hijos necesita cambiar? Precisamente porque ama la vida y la de sus hijos y esa es la fuerza que hace que no se degrade todo. La vida vale y vale mucho y por eso se necesita la transformación. Como decías hace rato, encuentro que tengo algo valioso y como vale mucho estoy muy contenta disfrutando ese valor. Y si lo agradeces supongo que lo vives como un regalo.
Es absolutamente gratuito. Alguien me lo está regalando y no he hecho nada para merecerlo y me siento contenta. Soy muy chiquiada porque tengo todo y eso me hace dar las gracias y comprometerme. Me nace el compromiso de disfrutar lo que tengo. Si lo tengo y no lo disfruto ¡qué poca madre! Estoy contenta con la vida que me ha tocado vivir. Vamos disfrutando, trabajando y comprometiéndonos. Ahí están doña Julia, Petra, Mary, los hombres … Ahí están.
Y ves que están queriendo su vida y queriendo cambiar
Y ellos también me regalan cosas cuando veo sus cambios y que van resolviendo situaciones como cuando dijeron: “La delincuencia ya se apoderó de este barrio. ¿Qué vamos a hacer? Vamos a llamar a la policía”. Les pregunté: “¿La policía no viene? ¿No ha venido siempre?”. “¡Ah, pues sí!”. “¿Y qué hace?”. “Complicar más las cosas”. Y descubrieron que ellos podían actuar organizadamente, en diálogo, integrando a todos los elementos de la comunidad, del barrio, del edificio y podían hacer más amable la convivencia y resolver algunas cosas de las que se quejaban. Y al final decían: “Mira, sí podíamos, y estos jovencitos que andaban dándonos lata, ahí están aprendiendo a pintar o limpiando las calles. No eran delincuentes, sólo querían que los viéramos. Ese que trae rastas y se viste muy fachoso, es muy buena gente y ahora nos ayuda en todo”. Eso, para mí, es muy satisfactorio.
La celebración de la vida
Tú dices: veo que hay un gran regalo, pero no tengo el menor interés de ponerle un nombre al regalador. Lo importante es celebrar la vida y al regalo transformándolo. Eso es más importante que lo teológico. ¿Eso es lo que piensas?
¡Híjole! No quiero decir barbaridades, ni si eso es lo importante o no. Desde mi experiencia así lo vivo y no pretendo convencer a nadie de mi postura. Sé que hay alguien que me quiere mucho, que me ha regalado maravillas y me ha hecho sentir que tengo que responder de alguna manera, aunque es un regalo y no me lo está cobrando. Es un regalo que se puede compartir y cuanto más lo compartes, más crece. Llegan otros regalos.
¿Cómo lo puedo compartir? ¿Cómo lo puedo disfrutar? Pues en la medida y de la manera en que quieran festejar y vivir ese regalo las personas con las que me voy relacionado. Si quieren ir a casa a tomar una copa de tequila para celebrar su cumpleaños, pues así lo celebramos. Si quieren permanecer en una reunión hasta que se resuelva un problema concreto: ¡Órale!
O como lo hizo mi hija menor cuando me oyó gritar después del accidente: “¡Estoy feliz! ¡Estoy feliz! ¡Vamos a hacer fiesta!”. Y entonces me preguntó: “¿Vamos a comer pastel todos los días?”. Y le contesté: “Sí, vamos a comer pastel todos los días”. Y durante muchos días me exigió que le diera pastel hasta que se hartó y no lo pidió más. Fue su manera de celebrar la vida en aquel momento.
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