La respiración es el beso de Dios

Entrevista con Guru Kudrat Kaur


¿Cuál es la primera noticia que tienes acerca de Dios?

Nací y crecí católica. Mis dos abuelas eran muy católicas y me transmitieron el miedo al infierno. Cuando yo era niña tenía pesadillas porque me impresionaban mucho las imágenes de los templos: Jesucristo tenía sangre, los santos martirizados, con llagas y la idea del infierno me aterrorizaba. Yo sentía que me iba a ir al infierno y tenía pesadillas con el Santo Cura de Ars, que era el santo de la colonia en la que crecí.

¿Te acuerdas de alguna pesadilla?

Sí, la del santo cura la tengo muy presente. El día anterior había hecho algo indebido, nada grave, comí unas galletas que me habían prohibido. De niña consideré eso como algo gravísimo y no se lo dije a nadie en casa. Por la noche soñé que el santo cura salía de su estatua y empezaba a dar vueltas como torbellino, hacía tronar el piso y me decía: "¡Tú has pecado!".
Hasta la fecha las imágenes católicas me siguen impresionando. Hace unos días fui a Roma, al Vaticano, y me puse mal. Nunca me había dado cuenta hasta qué punto me habían impresionado. Con la representación de los santos ensangrentados me llegó una sensación de asfixia.
En el Vaticano lo que me impresionó fue la cantidad exagerada de imágenes. Entendí por qué la gente se hace protestante. Me remitió a mi infancia y me dio mucho agobio. Las pinturas no las puedo ver de manera neutra, para mí esas pinturas no son como cualquier paisaje. Fui socializada de una manera fuerte y no las puedo ver nada más como una obra de arte. Me causan mucha bronca por la manera en que viví la religión de niña, una manera muy culpabilizadora. Me dejan sin aire.
Yo en ese tiempo veía a Dios como algo externo que estaba arriba, observando, dirigiendo. La religión que aprendí con mi familia era ir a misa sin saber bien a bien lo que significaba; recitar oraciones que no representaban contenido ni experiencia.

¿Era simplemente cumplir obligaciones?

Sí, exacto, a eso me refiero con externo. No era una experiencia en que estuviéramos de veras presentes. Una amiga rezaba en la noche la oración típica del ángel de la guarda y luego algo más personal, con más sentido, pero nosotros no, era una relación muy formal con la religión. Por eso nunca logré conectar. Pero sí lo intenté cuando fui al catecismo a prepararme para la primera comunión. Después de haberla hecho seguí yendo al catecismo y un día, así nada más, de loca, le dije al señor cura: "Yo quiero dar un grupo de catecismo". Y me dijo: "¿Ah sí? ¿Te crees capaz de dar catecismo?". "Sí, sí. Yo me creo capaz". "Pues bueno, te vamos a dar uno". Y me lo dieron y daba catecismo. Lo hice tres o cuatro semanas y vi que no venía al caso y simplemente dejé de ir. Se acabó mi pasión.

¿Qué pasó después?

Nada, yo decía que era atea. Y como me metí en ámbitos intelectuales, era bien visto que fuera atea. Pero después entendí que no funcionaba así la cosa. Que no necesariamente tenía que ser así. Pasaron muchas cosas.
Tuve contacto con un proyecto social. Los compañeros iban a misa y yo nunca quería ir, pero un día fui porque se murió una mamá de un compañero y me di cuenta que había otra manera más personal de celebrar las misas. Para mí fue algo más agradable, con más sentido. Era una manera más humana de compartir la religión, muy diferente a lo que sucedía en mi parroquia.
La misa fue en una casa, el padre conocía a la señora y al hijo de la señora. Entonces, cuando hablaba de la difunta podía hablar de las cosas que había hecho porque conocía a la señora. No fue uno de esos sermones de cajón sino uno bastante auténtico, y eso me llamó mucho la atención, pero hasta ahí.
Hasta después, cuando empecé a hacer yoga y me convertí en maestra de yoga, empecé a explicitar cosas que siempre habían estado presentes. Lo que más me gustó fue la manera de relacionarme con Dios, fue más natural. Mi maestro decía: "Si no puedes ver a Dios en todos lados no lo puedes ver en ninguno. Dios está en todo". Son palabras que se me quedaron y al pasar el tiempo pude asimilar lo que significaban. Fue un proceso que fui constatando. Creo que Dios está en todos y en todo. Cuando fui a Barcelona visité el Santuario de Montserrat y fue un momento muy emotivo, sentí la vibración del lugar sagrado, súper divino. No importa dónde, Dios está ahí siempre. Yo creo que todas las cosas tienen varias dimensiones y una de ellas es divina. Eso siempre está presente. Es una manera de concebir lo divino en el mundo material, en lo cotidiano y es la manera que más me interesa.

¿Esa dimensión divina la vas percibiendo?

Sí, por supuesto, uno la va percibiendo en cada cosa.

En Montserrat la percibiste como vibración ¿podrías describir las diferentes maneras en que vas percibiendo esa dimensión divina?

Por vibraciones, por experiencias, hasta por el hecho de estar viva. Hay una frase que a mí me gusta mucho: "La respiración es el beso de Dios". El aire que tenemos, la vida, eso es Dios finalmente. La energía que tienes para hacer las cosas. Yo lo entiendo así.

¿Lo sientes así cuando estás haciendo tus ejercicios de yoga?

Sí, cuando enseño yoga sobre todo. Tengo muy claro de que cuando enseño yoga se trata de compartir eso. Se trata de potencializar la dimensión divina que siempre está presente pero que no necesariamente reconocemos por miles de razones. Pero al alma le hace bien reconocer eso. Como profesora de yoga es vital transmitir eso. Hasta en la respiración está presente Dios y hay que recibirlo.

¿Tú cómo llegas a la yoga?

Por necesidad y por destino. Hay cosas de destino. Siempre supe que tenía que hacer yoga. No sé por qué. Son de esas cosas que sabes y ya. Un día me encontré un papel de propaganda y dije: voy a ir. Me encontré con un maestro que no era el adecuado para mí en ese momento. Fue una experiencia de tres meses. Cambié a otro tipo de yoga y ahí sí me sentí bien.
Cuando me fui a estudiar al extranjero seguí haciendo yoga. Busqué inmediatamente el tipo de yoga que estaba haciendo y lo encontré. La maestra me invitó a un campamento de verano y me apunté. Ahí vi que una cosa es hacer yoga y otra ser yoga. No es lo mismo ir a clase una vez por semana a vivir toda una semana un modo de vida yogui. Y dije: "Yo quiero esto, me siento muy bien". Era el año 2002. Pasaron todavía dos años más para que finalmente me decidiera y comenzara el curso de maestra.

¿Qué te sucedió con la meditación?

Aprendí a tomar distancia de las cosas, las ves desde otro punto de vista, te ves a ti misma. A mí se me daba ver la realidad de una manera apasionada y la meditación me ha calmado mucho y me ha enseñado a ver las cosas desde el tercer ojo.
Primero me iba al éxtasis, pero después puse los pies en la tierra. Cuando tienes abierto el chacra de la raíz puedes conectarte con el infinito pero te quedas bien enraizada. Tienes una sensación de unidad. Te sientes en tu lugar en el universo. Lo que haces está en armonía con el universo, porque estás bien conectada y bien enraizada. No es lo mismo nada más elevarte. Si no tienes la base firme te vas como papalote.
Cada proceso es muy personal. Yo no tengo ningún problema para elevarme, lo que me ha costado más es enraizarme en lo que estoy. Me elevaba, me conectaba con el infinito, pero cuando aterrizaba en la tierra me costaba mucho trabajo por historia personal.
Ha sido un proceso aprender a enseñar. Para mí hay muchas cosas que han sido obvias, pero no necesariamente son así para los demás. He tenido que aprender a comunicar más y mejor, explicitar más, respetar los procesos de cada quien.

¿Qué diferencia encuentras antes y después de ser maestra?

No siento una diferencia. Cuando doy una clase yo no soy yo, soy un canal. Entonces no siento que yo como persona sea diferente. Me pongo en manos de los maestros, del gurú y me toca personificar a la maestra. Soy el canal. A lo mejor después yo podré vivir como maestra las 24 horas del día y entonces sí habrá un cambio entre el antes y el después, pero ahora no.

Pero entonces sí hay un cambio. El cambio está en el paso de no ser canal a ser canal. Podrías describir ese paso, si es que se puede.

Lo viví muy natural. Estás muy consciente de tus maestros, estás conectado. Mi maestro me enseñó a conectarme. Hay mantras que se recitan para la conexión con el maestro universal, con el maestro de nuestro linaje y con el maestro interior.
El maestro universal es la sabiduría universal, infinita. Los maestros de linaje son Yogi Bhajan, que es el que trajo este tipo de yoga a Occidente, y Gurú Ram Das, uno de los doce gurús más importantes de la religión sikh. Es un gurú que trabaja mucho en lo material y es muy importante para nosotros. Lo material es no retirarse, es estar en la vida cotidiana, no ser monacal. Después de conectarte con esos maestros y con tu maestro interior das la clase estando en sus manos.

¿Qué es ser canal en una clase de yoga?

Es muy chistoso. Nosotros trabajamos con series de ejercicios que ya están dadas, el calentamiento también y la meditación también. No los puedes modificar. Pero mientras das la clase te llegan frases que no sabes de dónde vienen. Al principio me decía: "¿Por qué se me viene esto?". Luego aprendes a reconocer que son tus maestros. Y también te das cuenta que tienes una percepción muy agudizada de tus alumnos. Yo siento si a un alumno le duele algo y le digo: "¿Te duele tal cosa, verdad?". Y lo confirma. Realmente los puedes conducir.
Cuando soy alumna hay ejercicios que me cuesta trabajo hacer, pero cuando soy maestra no. Te sale una fuerza y una destreza para hacer las cosas que te sorprende.

Dijiste que entre tu campamento y el inicio de tu curso para maestra de yoga pasaron dos años. ¿Qué fue lo que sucedió?

Yo vivía en París y tuve información que se abría un curso en Barcelona. Le comenté a una amiga que era una locura, pero sentía que tenía que ir allá. Yo no tenía dinero y, sin pedirlo, ella me dijo: "Yo te lo prestó". Yo le dije: "Pero no sé cuándo te lo pueda pagar". "No le hace, yo te los presto".
Llegué a la escuela y pagué mis dos mil euros. Era una locura, porque no sólo era pagar el curso, sino pagar cada mes el avión. Pero yo sabía que tenía que hacerlo.
Pasaron cuatro o cinco meses y fue increíble. De mi beca me avisaron que había aumentado el monto y además había un retroactivo de dos mil euros. Jamás se me hubiera ocurrido pensar que existiera un retroactivo y por supuesto que con eso le pagué el préstamo a mi amiga. Supe que cuando una cosa es, tiene que ser. Conseguí vuelos baratos, en Barcelona me quedaba con mis amigos y me regresaba renovada.
El curso era cada mes, sábado y domingo, y yo me iba desde el viernes. Terminaba agotadísima, pero muy satisfecha. Eso fue durante dos años, del 2004 al 2006, excepto en las vacaciones del verano.

¿En qué te cambió más el contacto con la yoga? Ya dijiste mucho respecto a la meditación, la distancia, la calma, pero me gustaría que abundaras un poco más.

Me siento más presente, más asumida. Dijo mi maestro: "Todo en esta vida tiene derecho de existir. Y existe porque tiene que existir". Lo escuché y dije: ¡Ah! ¡Qué alivio! Eso me ha dado mucha paz. Antes me peleaba mucho. No aceptaba que las cosas fueran de una manera.

¿Y te aplicaste la frase a ti misma?

Sí, tal y como soy. Dice mi maestro: "Somos perfectos con todas nuestras imperfecciones". Pero eso también vale para los otros. Tienen derecho a existir así como son. Eso me ha alivianado. Claro, estoy en proceso, no creas que ya está perfectamente asumido, pero me ha dado libertad.

¿Sientes un cambio en tu relación con los demás?

Yo no lo veo, pero la gente sí me dice que estoy muy transformada. Para mi la yoga (quiere decir unión) ha sido un proceso de unidad de mí misma y me siento más completa. Supongo que eso se nota. También me he dado el derecho a ser yo misma.

¿Qué has integrado más?

Yo creo que a mi familia. En el momento en que apliqué la frase de que todo mundo tiene derecho a existir así como es, me llevó a aceptar a mi familia así como es. Se acomodó mi familia dentro de mí. Y cuando eso sucedió, algo se integró en mí. De mi parte dejó de haber un voluntarismo, un querer que reaccionaran de una determinada manera. Dejé de estar a la expectativa de que fueran de otra manera.

¿Hacia dónde estás orientando tu proceso personal?

Mi misión es tratar de compartir con la gente y enseñar las maneras de materializar lo divino. Primero yo misma lo tengo que aprender y luego compartir. Se trata de rescatar la dimensión divina que hay en las cosas.

¿Qué vas a hacer con tu doctorado?

Eso ya no es conflicto para mí. Antes me sentía en la disyuntiva: o eres maestra de yoga o eres científica social. Pero me quedó claro que no es así, que aunque yo esté haciendo otra cosa, aunque esté haciendo sociología, lo puedo hacer desde esta dimensión. No me preocupa. Ya no es el conflicto que me desgarraba y entendía que son cosas complementarias. Para mí en las ciencias sociales y en la yoga la clave son los seres humanos y yo sé que para mí es vital trabajar con la gente.

Son dos maneras de entender a los seres humanos

Y vivimos tiempos muy difíciles y creo que van a ser todavía más difíciles y yo creo que las dos cosas nos van a ayudar. Para mí es vital poder ayudar. El doctorado tuvo un sentido y hay razón para las dos cosas. Necesitamos reconocer más la vitalidad, la vida y vamos para allá.

¿Qué te hace estar tan segura? ¿Vamos?

Yo sé que vamos. Yo me puse en manos de mis maestros. Confío en ustedes, ahí voy, en sus manos estoy. Y nunca me han dejado sola. Yo sé que no estoy sola en eso.

¿Te gustaría agregar algo que no he preguntado?

Yo creo que todos tenemos comunicación directa con Dios, pero no nos damos cuenta. Creo en eso. He estado en situaciones muy difíciles y sí he sentido la presencia de una voz o de alguien que me dice qué hacer o qué decir en el momento adecuado y de verdad que salgo del apuro. Se nos olvida, pero siempre está ahí, no como algo externo, sino como algo interno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario