El diálogo con Dios tiene sus malentendidos

Entrevista con Gabriela

¿Cómo te llega la noticia de Dios?

No te puedo decir que me llegó por una persona en concreto. Mi abuela materna rezaba mucho y en el colegio están las monjas, pero desde niña había gusto y fascinación por todo lo que se relacionaba con Dios. Mis compañeras dicen: “Huácale… escuela de monjas y todo eso” y para mí fue lo máximo.
En aquél tiempo empezó la misa en español y me encantaba ir y entender. Siempre me sentí cercana, Dios era mi amigo. En las clases de religión con las monjas mi experiencia fue de mucho sabor. Yo no me acuerdo especialmente que me dijeran que Dios nos castigaba. Sí lo decían, pero no me llegaba como a mis amigas.

¿Platicabas con Dios o cómo era esa relación?

Siempre he platicado con él y también le escribí. Tengo muchos cuadernos donde yo le escribo. En vez de escribir un diario como las adolescentes, yo le escribía a Dios. Había mucho diálogo en mi mente y mucho le escribía.

Al oírte hablar parece como si en realidad nunca te lo hubieran presentado, como si siempre hubieras estado en relación con Él, como si fuera algo que se da con la vida; como el sol, te encuentras con él porque estás viva.

Sí, exacto. Y sí me contaban de Dios y para mí siempre eran buenas noticias, todo me sorprendía, todo me encantaba. Desde siempre ha habido esa cercanía, ese contacto, esa plática. Ha sido muy especial.

¿Lo especial es que eso tan extraordinario era parte de la vida cotidiana y también el hecho de que Dios pudiera escucharte?

Sí, que estaba cerca de mí. Yo escribía, le hablaba y me sentía correspondida aunque no escuchaba su voz ni nada de eso. Siempre fue parte de mi vida. Un día, cuando era joven, escuché que era muy bueno tener dudas y crisis. A mí me sorprendió mucho eso, porque jamás se me hubiera ocurrido una duda. No cabía eso de Dios no existe. Eso no estaba en mi horizonte. Yo siempre he tenido esa certeza de que está, no dudaba y la sensación era de esa presencia.

En toda relación siempre se da una transformación por el contacto ¿Tú ves alguna transformación en tu relación con Él?

En todos los retiros a los que he ido me fue cambiando el concepto. Ya no es el Dios mágico en el que creía de niña, cambió la manera de relacionarme, ya no le pido lo que le pedía cuando era niña. Ahora más bien no pido.


De esos retiros ¿hay alguno que recuerdes especialmente?

En todos había algo especial. En uno de ellos hice un recorrido por mi historia y vi cómo Dios había estado presente. Fue un momento de mucho gozo. Lloré muchas horas. El llanto era porque había estado en todo y mi sensación era de salvación, de haber sido rescatada. Yo era muy inocente y me sentí cuidada siempre. A pesar de lo difícil de la relación de mis padres siempre sentí que Dios me rescataba y me sacó de esas experiencias horribles con mi papá y con mi mamá. Se peleaban mucho y se generaba una inseguridad afectiva y económica. La sensación de los borrachos en la noche era apanicante, porque gritaban. Al principio se oían las risas y hasta se me antojaba la reunión, pero luego venían los gritos y nos daba mucho miedo. Hacía oración y sentía que por lo menos Dios estaba conmigo sin fallarme. Yo me sentía rescatada. Y salí adelante porque Dios estaba conmigo.
También me salvó en la adolescencia. Con lo inocente que era caí en muchas cosas por pendeja, pero salí a tiempo, bien librada. Siempre fui rescatada.
Mi relación con Dios ha madurado. Sigue siendo el Dios Padre, pero no visto como el niño que ve al Todopoderoso. Es mi papá por cercano. Y aunque digan que tu relación con Dios tiene influencia de la relación que tuviste con tu papá, yo diría: “¡Para nada!”. Mi papá nunca estuvo y Dios es el más cercano del mundo. Pero no es el papá mágico que resuelve los problemas y que te da lo que pides. Se cambió eso mágico por el padre presente y amoroso, pero que por habernos hecho libres no es todo poderoso. Ese esquema de que si estoy con Dios todo me va a ir bien, ningún accidente me va a pasar, todo va a estar bien, todo derechito … eso cambió. No es el Dios mágico que te quita los estorbitos para que no tengas ni basura.
Esto cambió primero como concepción, pero ahora, después de la muerte de mi marido, es algo que estoy viviendo de manera contradictoria. La sensación es que está y es mi padre, pero me siento desprotegida. Sé que está pero es como si lo hubiera perdido, como si se hubiera alejado, como si se hubiera escondido. Antes con la sensación de presencia estaba el gozo y el gusto, ahora hay preguntas. Por un lado digo: El es el que se fue; y por otro digo: No, yo soy la que se está yendo. En mi cabeza yo sé que yo soy la que se va, pero en mi corazón siento que se fue. El Todopoderoso es el que se fue.
Ahorita está un poco separada la cabeza del corazón, pero cuando a veces se juntan lloro de emoción. Son instantes en que tengo la sensación de plenitud, pero gana el tiempo en que siento abandono, desprotección e inseguridad. No demasiado, porque soy gente de confianza en la vida. Mi estilo de vida es de confianza. Pero sola, en las noches, entra la sensación de inseguridad.
Antes la parte oscura de la vida la vivía con la gente, pero ahora siento que es Dios el que se fue.

Y eso ¿te ha enojado?

Al principio mucho. Ya no estoy tan enojada. La gente se muere, le pasa a todo mundo. ¿Por qué tendría que ser diferente conmigo? Eso me ha quitado un poco el enojo. Pero lo que me sigue enojando es que podía seguir vivo. Había muchos años por delante. Me enoja lo ilógico. Todavía era capaz de hacer mucho y se acaba.
Las muertes son muy incomprensibles. Sé que no hay respuestas. La muerte es un misterio. Es un misterio que yo no había enfrentado tan en serio. No hay respuesta y me enoja que no la haya, que no entendamos.

Al terminar la entrevista uno se queda con la sensación de que el diálogo entre Dios y Gabriela ha sido y será muy fluido, pero que ahora, respecto a la vida de su marido, hay un desacuerdo pasajero aunque muy importante. Parece como si Dios hubiera pensado que su esposo ya había vivido todo lo que tenía que vivir y acompañarla todo lo que tenía que acompañar; y ella pensara que no había sido suficiente, que todavía había mucha vida por compartir. Ese es el desacuerdo y el desencuentro. Por el momento no hay entendimiento entre los dos, pero ella confía en que algún día cercano se logrará.

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