De católico comprometido a musulmán practicante

Entrevista con Fernando Acosta Riveros

Tu trayectoria religiosa inicia en un catolicismo comprometido y llega a tu conversión al Islam desde hace algunos años ¿Puedes describir cómo se da tu cambio al Islam?

Yo vengo de un país eminentemente católico. Incluso hay un chiste que dice que en Colombia de cada 100 personas 101 son católicos. Yo nací en un hogar católico, tanto mis padres como mis abuelos paternos y maternos eran católicos, algunos más practicantes que otros. Pero yo encontré un compromiso más religioso en compañeros y compañeras que conocí, algunos de ellos sacerdotes que pertenecían al movimiento SAL (Sacerdotes nuevos para América Latina), que es una corriente de los años sesenta. Estos religiosos abrazan la Teología de la Liberación y a la gente que vamos los domingos a misa nos explican que no basta rezar, que faltan muchas cosas para conseguir la paz y bueno, yo me meto por ahí.
Yo nací en 1957 y estas experiencias que te estoy diciendo se dan a finales de los sesenta y principios de los setenta en un ambiente muy politizado en Colombia, donde era algo común las marchas. En ese momento acababa de ganar las elecciones en Chile Salvador Allende y había también una expectativa de socialismo. Se decía que el socialismo era una herramienta para construir el paraíso en esta tierra y estaba también el otro paraíso prometido en las religiones monoteístas como el Islam, el judaísmo y el cristianismo. Y luego se da mi participación política, pero yo nunca dejé de creer en Dios. A diferencia de otros compañeros y compañeras que al entrar a organizaciones y partidos de izquierda abandonaban la idea de Dios. Incluso algunos decían: “Esto no va con la revolución científica que vamos a hacer”. Yo no, yo siempre dije: soy creyente. Estoy seguro de que Dios existe y también estoy seguro de que Dios quiere para la gente que viva mejor, que viva en armonía. Y que viva en armonía no quiere decir que la gente se sonría y se dé la mano sino que haya condiciones económicas y sociales para que la gente pueda vivir en armonía. Pensando siempre que si la gente tiene oportunidad de educación, buenos servicios de salud, condiciones para recrearse, se le plantea una vida de armonía.
Luego tuve que salir exiliado, precisamente por trabajar en una organización civil que estaba en solidaridad con los presos políticos. En mis visitas a la cárcel hice amistad con compañeros de diferentes organizaciones guerrilleras: con los del Ejército de Liberación Nacional que era cercano a la Teología de la Liberación y al Padre Camilo Torres (él fue uno de los que se forjó ahí), pero también conocí a gente de las FARC que eran más bien del lado comunista, gente del Ejercito Popular de Liberación y un movimiento que en ese tiempo nos entusiasmaba mucho, sobre todo a los que éramos jóvenes: el Movimiento 19 de Abril (M19) que estaba abierto a todo. Ahí podían meterse marxistas, leninistas, maoístas, troskistas, bolivarianos, creyentes, ateos, cabía todo mundo. Ahí lo importante era que la gente quisiera ayudar a construir una nueva Colombia: donde no hubiera guerra, donde no hubiera injusticia, donde hubiera posibilidades para todos. Era algo así como un paraíso (risas), como un sueño.
Como ves, siempre he estado en esas cosas idealistas, siempre he soñado que los seres humanos podemos mejorar. Por ahí fue mi militancia.

¿A qué se debió tu trabajo en la cárcel con los presos políticos?

Mi trabajo en la cárcel se debe a que yo estaba en una revista que se llamaba Alternativa, cuyo dueño era el escritor Gabriel García Márquez. Resulta que en la revista había bastantes compañeros del M19. Entonces empezaron a hacer proselitismo y mucha gente que estábamos en la revista empezamos a simpatizar con el movimiento. Y de repente un día llega la policía y nos lleva detenidos a todos los que trabajábamos ahí, excepto a los que ya se había ido ese día de la edición. Gabriel García Márquez estaba en Barcelona y Enrique Santos, el director, estaba en Cartagena. Así que se salvaron porque estaban fuera, pero en realidad iban por toda la gente de la revista.
Yo apenas estuve una semana detenido, pero me marcó la experiencia de la cárcel, las torturas y todo eso. Por esta razón, cuando salgo de la cárcel me digo: ¿qué puedo hacer yo por mis compañeros y compañeras que todavía están ahí? Y empieza esa búsqueda de hacer algo por ellos y me dice un compañero: “Mira, está muy fácil, vincúlate al Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, porque se necesita dinero para pagar abogados, asesoría jurídica, llevar comida” … Los presos tenían miedo de comer lo que les daban en la cárcel. A mí me pasó lo mismo en la semana que estuve ahí. Pensábamos que nos querían envenenar. Cuando vives las torturas piensas que te quieren desaparecer y que una manera de hacerlo es envenenarte.

¿A ti también te torturaron?

Sí, a todos los que nos agarraron en aquella ocasión. Son cosas tristes que uno prefiere olvidar, pero que sí dejaron huella.
Ya estando en el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, vamos a las cárceles, compartimos con ellos, procuramos llevarles una vida. Y luego me vuelven a detener. Me dicen: “Tú le estás dando asesoría a los guerrilleros del ELN, de las FARC; o sea que finalmente eres cómplice de ellos”. Afortunadamente logré que se enterara el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos y después de una semana de detención lograron que yo saliera. Pero ya salgo muy golpeado tanto física como anímicamente. Y, aparte, salgo sin documentos de identidad. Y es grave estar sin documentos de identidad en un país que está en Estado de Sitio. Es como ser delincuente automático. O sea, te agarran sin documentos y te llevan. Entonces la gente del Comité me dijo: “Fernando, tienes dos opciones: o irte a la clandestinidad, a la montaña o a una región urbana o salir del país, porque lo otro va a ser: cárcel o muerte.
En ese momento surgió un grupo de extrema derecha que se llamaba el MAS (Muerte a Secuestradores). Eran paramilitares que estaban cazando a guerrilleros o a simpatizantes de la guerrilla. Entonces, en esas condiciones era muy difícil estar ahí libre y es cuando decido el exilio. Pido asilo a la embajada de Perú y después viajo a Lima.
Ahí estuvimos muchos exiliados de diferentes países sudamericanos, porque era el tiempo de las dictaduras militares en Chile, Uruguay, Argentina… llegaban y llegaban. Y ACNUR nos dijo que había muchos, que no se podían quedar en Lima y que les daban opción que a través de esta organización de la ONU pidieran asilo en otro país. Yo pedí México y llegué en 1982 y aquí seguí trabajando en actividades periodísticas. Casi siempre en cosas de comunicación: radio, editoriales, tipografías … con todo lo que tiene que ver con diseño de revistas y libros. Es un trabajo que siempre me ha gustado.
A principios de los 90, trabajando en la sección internacional del periódico Siglo 21 empecé a tener inquietud por la percepción del mundo y veía que no todos tienen la misma religión ni la misma ideología y entonces me empezó a llamar la atención el Islam, primero como una cosa política, para entender el conflicto Israel-Palestina. Mi interés por conocer más del Islam era algo predominantemente cultural, como objeto de conocimiento. También se dio un acercamiento al judaísmo, a la Torah, al Talmud, pero yo seguía siendo católico y yendo a misa.
Y sí, muchas veces me preguntaba cosas, por ejemplo, me cuestionaba lo de las imágenes en los templos. ¿Por qué tienes que rendirle culto a una imagen? Esa imagen, en realidad ¿qué es? O me preguntaba también ¿por qué tantas Vírgenes? En Colombia se apareció la del Carmen, en Cuba la del Cobre, aquí en México la de Guadalupe. Eso me sacaba de onda de la religión católica. Tenía una inquietud pero no la profundizaba.
Entonces, creo que en el año 1998, converso de religiones con un amigo y me dice: “Oye, aquí en Guadalajara hay un centro islámico”. “Pero ¿dónde queda?”. “No sé, yo sé que hay, pero tenemos que buscarle”. Y empecé a buscar por curiosidad. Quería saber quiénes eran y dónde estaban, pero en esa ocasión no se me dio. Fui a preguntar en varios lugares, incluso fui a un restaurante libanés y el encargado me contestó: “Soy cristiano Maronita. Pero si sé de algo, con mucho gusto le comunico”. Y ahí quedó la cuestión.
Un día voy por la calle Rosario Castellanos, en la Colonia Jardines del Sur, y veo un carro muy bien cuidado pero de un modelo de hace más de 20 años que traía una bandera del Islam, la media luna, y me quedé un rato mirando el carro. Seguí caminando y en la esquina vi a un señor que estaba barriendo el piso y me vio. Al día siguiente volví a pasar por ahí y miré otra vez el carro con su bandera. El señor me preguntó si me interesaba el carro. Yo le dije: “Bueno, el carro en sí no me interesa, lo que me interesa es que trae la bandera del Islam”. Y me preguntó: “¿A usted le interesa el Islam?”. “Sí, me interesa y me gustaría conocerlo más”. Me dice: “Mira, yo soy musulmán: As salam aleykum (que Dios te bendiga y te proteja)”. Me informa también que en Guadalajara hay un Centro Islámico en la Colonia Polanco (era un centro-mezquita y se hacía la oración del viernes). Y le digo: “Gracias a Dios que te encuentro”. Así es como me invita Omar al Centro Islámico.
Cuando llegué ahí después de comenzar a leer y conocer un poco, me obsequiaron un ejemplar del sagrado Corán en árabe y español y me empezaron a dar más explicaciones.
Fui a los rezos del viernes y encontré algunas similitudes con lo que yo había asimilado del catolicismo y, lógicamente, muchas diferencias. Algo que me atrajo del Islam fue su afirmación del único Dios, que yo había creído desde antes y que muchos católicos creen, pero ahí se me aclaró que no hay que vincularlo con nada más, ni santos, ni vírgenes, ni nada. Y en el Islam se cree en la Virgen, tú sabes que en el Corán está la sura de Marian y se habla de Jesús, que es un profeta. Un musulmán que no cree en Jesús ni en María no es musulmán, así de sencillo.
Las conversaciones en la Mezquita, el trato con los hermanos y hermanas que iban ahí, ver su comportamiento, la relación entre ellos, me empezó a atraer más. Y un día me dije que yo podría ser musulmán también. Y un hermano me dijo: “Todos somos musulmanes. Todo lo que hay en la vida es musulmán, porque nada se mueve sin la voluntad de Alá. Lo que pasa es que hay unos que aceptan la religión del Islam y otros no. Musulmanes somos todos”. Entonces le dije: “A mí me gustaría entrar en la religión del Islam”. Y me dice: “Mira, si de corazón quieres entrar al Islam, puedes venir y después de un ritual en que haya por lo menos cinco testigos puedes hacer la profesión de fe que es muy sencilla. Tu simplemente vas a decir en árabe: la ilaha illa Allah, (no existe Dios mas que Dios) y Muhammad , Rasulul Llah (Muhammad es el Mensajero de Dios). Eso lo dices de corazón, sobre todo. Y luego empiezas a vivir tu vida como musulmán y a dejar las cosas que traías de la religión anterior.”
Al conversar con la gente acerca de esto me decían: “No, tú estás loco”. Mi esposa es católica y yo a mis hijas les empecé a enseñar el Islam porque me veían orar. Les explicaba que nos poníamos hacia el Oriente porque ahí está la Kaaba y hacia allá rezan todos los musulmanes.
Mi esposa me dijo: “Mira, yo no voy a cambiar de religión, pero respeto la tuya. ¿Por qué no respetamos la de cada uno?”. Y me parece que es la mejor forma de la convivencia, porque si se hubiera querido imponer algo a la fuerza se hubiera roto el matrimonio y muchas otras cosas. Ella va los domingos a misa con mis hijas y yo incluso las acompaño a la puerta. Las niñas están muy chicas y decidirán en el futuro si son católicas, musulmanas, judías o lo que consideren. Y también que sea Dios el que decida. Y sí le pido a Dios que las guíe hacia el Islam, pero recuerdo un pasaje del profeta en que un familiar le dice: “¿Por qué si somos parientes tuyos no todos aceptamos el Islam?”. Y contestó: “Es que Dios sabe. Está en Dios”.

Hasta ahora has relatado tu experiencia casi como si fuera una continuidad. Como si fuéramos en una carretera y en un momento apareciera un letrero que dice: “Aquí comienza el municipio fulano”, pero la carretera sigue igual y también el panorama. Pero en este cambio de religión ¿cómo cambia tu relación personal con Dios?

Esa relación se profundiza, pero sé que siempre he adorado a Dios, aunque no le decía Alá. Nací en un país con determinadas costumbres pero mi relación era con el único Dios, el poderoso, el grande, al que debemos rendirle adoración. Pero sí ha mejorado.

¿Cómo se da esa profundización? ¿Cómo era antes?

Antes era profunda también, pero tenía un poco de relajamiento. Un día me acordaba de dar gracias de estar por Él en este mundo, por mis amigos, pero de pronto me olvidaba y seguía un poco la frivolidad de la vida. Y ya en el Islam es la misma adoración al Creador, pero es más permanente, ya no pasa un día en que sepa que estoy conectado, que estoy en esa relación. Tienes que saber que estás sometido a él, porque definitivamente Él es el que decide. Ahí es donde mi relación se transforma, donde se da un mayor acercamiento a Dios.

¿Y cumples con el mandato de orar cinco veces al día ?

Sí, uno lo toma primero como un mandato del Islam, pero luego pasa que hay un momento en que quieres hacer más de cinco oraciones y está permitido en el Islam. Son las oraciones que se llaman salat que haces en diferentes horas, aunque no sea la hora exacta. Por no vivir en una sociedad islámica no las puedes hacer exactamente a la hora fijada porque andas en un trabajo o en otra cosa, pero las que te faltaron las puedes reunir en la noche o adelantarlas en la mañana. Lo que quiero decir es que a veces siento la necesidad de hacer más oraciones, aparte de las cinco obligatorias o de quedarme una noche leyendo el sagrado Corán y quedarme ahí haciendo oraciones hasta que llega el sueño y decido dormirme un rato. Para mí ha sido una compenetración. Y alguien puede decir: “Eso es fanatismo”, pero, bueno, yo no voy a decirle a alguien: “Tú tienes que creer esto y hacer esto”. No, si tu crees en esto, bien, si no, no hay bronca. No vamos a dejar de ser amigos.

¿Cómo es tu oración? ¿Cómo puedes describir ahí tu relación con Dios?

En la mañana cuando suena el despertador digo en árabe: “Gracias Dios mío”. Y lo digo en árabe porque eso es lo que se ha recomendado. Al despertar le agradezco a Dios y al dormirme también. Aparte de las cinco oraciones que se prescriben en el Islam me ha pasado que de camino a Tlajomulco, donde vivo, llevo un rosario que trae 33 cuentas, que son los nombres de Alá. Entonces voy recitando mentalmente lo que los musulmanes llaman el diker (recuerdo): la ilaha ila allah (no existe Dios mas que Dios) y voy pensando que todo eso que está ahí es gracias a Alá. También lo es el que puedas ver y ganarte la vida dignamente. Es un encuentro. Estás ante él como lo que es: el máximo y yo soy simplemente un obrero de la creación.
Aparte de las oraciones que digo en árabe, como está prescrito, ya en español le pido que haya más justicia en el mundo, que baje la violencia de un lado y de otro. Le pido que la gente pueda vivir mejor, que yo procure ser una persona justa en mi forma de actuar, pues sabemos que todos somos vulnerables y cometemos muchos errores como humanos que somos. Que Dios nos ayude a regarla menos en este mundo y a procurar ser mejores como personas. Esa es la meta y hay muchísimas barreras y obstáculos.

Esa relación más intensa con Dios ¿cómo ha cambiado tu actitud en la vida cotidiana?

Me ha ayudado en situaciones que no puedo cambiar, en problemas que no puedo resolver, me ha ayudado a tener más aceptación. Como creyente tengo que ser paciente. Digo: “Esto es absolutamente injusto, no estoy de acuerdo”, pero también: “Dios sabe por qué está ocurriendo y yo puedo hacer lo que puedo”. Me ha ayudado a aceptar cosas tristes como la muerte de un ser querido. Mi mamá murió cuando yo tenía un año de ir a la mezquita y murió un mes después de que hice mi profesión de fe. Fue un golpe muy duro porque yo era su único hijo, y era una relación muy directa, muy dependiente. La claridad que iba teniendo en el Islam me ayudó a aceptar que mi mamá tenía que irse y que definitivamente todos tenemos que irnos y que si hacemos cosas buenas en relación a lo que Dios nos ordenó vamos a ir a un lugar mejor.

¿Te ha hecho más paciente y más abierto a lo que venga de la vida?

Exacto. He procurado ser más paciente y más abierto y decirme: a lo mejor puedo aportar algo para que esto cambie. Y pasa un año o dos y no cambia. O a lo mejor me muero y no cambia.

¿Cómo interpretas el someterse a la voluntad de Dios? Si todo lo que está sucediendo es voluntad de Dios y quieres cambiar las cosas ¿Cómo te las arreglas con eso? ¿Cómo vives la aceptación y el cambio?

Lo pienso a veces en las injusticias que siguen o se ahondan a pesar de los cambios de partido o de gobierno en Colombia o aquí en México. Entonces digo que si en realidad la gente nos pusiéramos a pensar y a actuar más profundamente se podría modificar esto. Pero creo que a veces no somos tan profundos, porque casi siempre estamos esperando que el otro haga las cosas que también a uno le correspondería hacerlas. A veces es más cómodo decir yo te doy mi voto y tú vas a resolver esto. Pero tampoco es tan fácil luchar contra la corrupción, sobre todo en América Latina que es casi una forma de vivir, donde la gente incluso ha aceptado esto. Y cuando tú eres creyente ves que el mal proviene de no aceptar lo que Dios quiere. Eso me ha hecho pensar que el cambio no está en un partido, en un gobierno o incluso en una revolución si cada hombre y cada mujer no cambia. Desde mi perspectiva de fe digo que el someterse a la voluntad de Dios es un camino para mejorar muchas cosas. Hay mucha frivolidad en el mundo actual, se gasta mucho tiempo y dinero en frivolidades. Si la gente se hiciera consciente que está mal invirtiendo su dinero y su tiempo, mejoraría. Sabemos poco y nuestra obligación es saber más.

¿Cómo les afectó a los musulmanes de Guadalajara el 11 de septiembre del 2001?

Yo entro al Islam en el 2000 y en el 2001 es etiquetado de terrorista, enemigo de la humanidad. Había que aclarar que no todos los musulmanes piensan igual. Los católicos tampoco piensan igual: el obispo Vera y el Cardenal de aquí piensan totalmente distinto. Así pasa en el Islam.
Después del 11 de septiembre, cuando la gente y los periodistas iban a la mezquita (ya nos habíamos cambiado al barrio de Santa Tere) preguntaban: “Oye ¿a quién van a matar mañana? ¿Qué conexión tienen con las redes? Pero cuando hablábamos con la gente que nos preguntaba le decíamos que íbamos a orar y veían que podían conversar tranquilamente con nosotros.
Yo pienso que también lo del 11 de septiembre sirvió porque mucha gente se puso a investigar sobre el Islam a través de Internet. Ahí se puede entrar a páginas que son islámicas. La gente empezó a conocer la vida del profeta y lo que dice el Corán. Pero también sucedió que a otros no les interesó.

¿Te gustaría cerrar esta entrevista con algo que consideres importante?

Pienso que en este momento en el mundo, la gente, por lo menos de las religiones monoteístas, se da cuenta de que falta pensar más en Dios, por todo lo que vemos: la corrupción y las injusticias que se viven. Más que un partido o que una organización política, la gente tiene necesidad de ir a Dios.

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