Cómo me encontró la enseñanza de Paramahansa Yogananda

Cristina Martín



Si algo no hubiera sido capaz de imaginar yo a mediados de los años setenta, cuando dejé mi país de origen, la República Argentina –huyendo de una dictadura sangrienta y creyendo que sólo por un año, junto con otros que seguíamos en aquel tiempo el ideal de la revolución social y la filosofía del materialismo histórico–, era que cuando llegara el tan esperado y mítico siglo XXI, y este aun más mítico segundo milenio de nuestra civilización, iba yo a seguir viviendo en este país y en Guadalajara ¬¬–la ciudad que había oído nombrar en la infancia por el verso que canta “Guadalajara en un llano y México en una laguna”, sin pensarla como sitio real de la geografía–, y que hoy les contaría a ustedes cómo llegué a la enseñanza de mi amadísimo gurú Paramahansa Yogananda, o, mejor dicho, cómo fue que su enseñanza me encontró a mí.
Había crecido católica a la vez devota y reflexiva, practicando los sacramentos de mi Iglesia y estudiando su teología, pero al llegar a los veinte años me había alejado del catolicismo por algunas razones que hoy siguen siendo válidas para mí y por otras que han dejado de serlo. Vi entonces a la Iglesia Católica como una institución más preocupada y ocupada en su poderío temporal que en el servicio evangélico, y así sigo viéndola. Me rebelé ante su negación de la sexualidad humana y sigo sin compartir esa posición, pero ya no apruebo el afán de la diversa experiencia sexual que la generación de jóvenes de la que fui parte había convertido en bandera. Repudié como afrentas a mi inteligencia más de un dogma de fe que hoy es verdad científica de mi yoga, como la Santísima Trinidad, que ya no necesito creer con la fe del carbonero, porque Kriya Yoga me enseña a develar en mi experiencia diaria el misterio del Cristo, recreando la segunda venida del Hijo en mi propio interior, en la sintonía cósmica del Espíritu Santo, del Verbo Divino que se expresa a Sí mismo en el sagrado sonido de OM, la vibración audible de todo lo creado por el Brahma inmóvil, el Dios Padre de mi fe primera.
El camino entre aquella forma de pensar y de actuar, y mi forma de ser y meditar de hoy, atravesó tres largas décadas de búsqueda de mi verdad en orfandad, que avancé entronizando y destronando sucesivas deidades, que defraudaron invariablemente mi confianza. El ejercicio del sexo como fin en sí mismo me enseñó el dolor del desamor. La consagración a la utopía de una revolución social que iba a engendrar en nuestra mezquina humanidad al “hombre nuevo”, precipitó hacia la muerte atroz a miles de mis compañeros de ideología y a muchos otros que no habían buscado encender aquel fuego recibiendo, provocando y devolviendo la violencia que me dio a conocer el horror. La sublimidad del arte, la más alta creación humana, conservó por más tiempo su prestigio dentro de mí, sin lograr librarme del vacío existencial que llegué a practicar como filosofía.
Habían pasado dos de esas tres décadas de mi vida cuando, en el silencio de todas mis fes de paso, aprendí a hacer religión del amor humano que la Gracia Divina me dio a conocer, sin advertirme que me lo estaba dando por un breve tiempo, sólo como una oportunidad más de regreso a mi Ser Divino. Pero cuando la muerte vino a tocar mi puerta y reclamó para sí también aquel refugio de mis naufragios, en la persona del ser amado, reconocí que ya no sabía cómo seguir viviendo y se alzó de lo más profundo de mí, en espontáneo rezo, el reclamo de Dios en mi corazón.
Sin embargo, mi yo mundano, mi altiva razón, no estaba dispuesto a claudicar fácil. Sin querer todavía desandar el camino de mis negaciones, me propuse aprobar o desaprobar a Dios estudiando su huella, ya no en mi fe primera sino en la múltiple experiencia de lo sagrado de cuantas tradiciones culturales distintas a la mía pude encontrar en los libros. Me hice entonces aplicada estudiante de esoterismo, leí también muchos libros sobre diversas mancias adivinatorias y me asomé a la práctica de algunas de ellas.
Y me acerqué a una clase de yoga, diciendo y diciéndome que no quería de ella más que una gimnasia tranquilizadora, y protesté cuando al final de la clase propusieron una breve práctica de meditación. Me sentía ridícula digitando mudras y recitando mantras. Sólo por simpatía hacia mi maestra y por la cortesía mundana de no perturbar su clase, compartí exteriormente el ritual. Siguiendo aquellas instrucciones bajo protesta, aunque también con alguna curiosidad, reencontré, para mi gran sorpresa, vestigios de la luz interior tanto tiempo apagada y recordé una experiencia infantil olvidada. De niña había sabido jugar y gozar, no una sino muchas, innumerables veces, con la luz que solía encenderse en mi frente detrás de los ojos cerrados, sin encontrar palabras para comentarla con nadie más y sin sospechar en aquella Luz la Divina Presencia.
Mi mente tuvo inmediata necesidad de explicarse aquello y fui a leer más literatura de diversa índole, buscando las claves de aquel fenómeno. Las descripciones de trances yóguicos que logré encontrar no me daban todavía noticia de que Esa Luz –de la que nadie hablaba claramente, pero yo conocía– era nada menos que la puerta abierta del Dios que me había regalado su Gozo desde la infancia. Ni aquellas clases ni aquellos libros me habían inspirado el hábito de meditar a solas.
Pero, por débil que fuera todavía, el resplandor de aquella luz recuperada alcanzó a alumbrar la lectura de la llave maestra de la vasta obra escrita de mi Gurudeva, Paramahansa Yogananda, que me llegó en la forma de un libro prestado. La Autobiografía de un yogui no mencionaba sólo de paso la luz interior, todo el libro estaba consagrado a su incesante búsqueda y su glorioso hallazgo. Era la respuesta que había estado esperando, pero aun así desconfié. No creí que fuera experiencia accesible a mi humana condición aquel exceso de excesos de iluminación.
Ya no me decía atea y ni siquiera agnóstica, pero aquello no parecía para mí. Sonaba a realismo mágico literario o a novela de ciencia ficción. Sin embargo, la resistencia mental a aquella fascinación no alcanzó a impedir mi curiosidad por conocer la técnica de Kriya Yoga y averigüé cómo llegar a ella. Volví a retroceder cuando supe que se recibía en anticuadas lecciones enviadas por correo en tiempos de Internet, y que antes de que me fuera enseñada debía yo aceptar bajo juramento, ¡y también por correo!, que la preservación de la sagrada técnica me prohibiera transmitirla a nadie por mí misma, y me comprometiera con su práctica diaria antes de conocerla. Eso no, dije, ya no quiero volver a pagar por adelantado, como había hecho con los tantos “ismos” que había creído y descreído antes. Pero esas resistencias ya eran mis últimas patadas de ahogada en el amor de mi Gurudeva que había venido a buscarme. Alguien me propuso una solución aceptable: las Lecciones de Yogananda me iban a permitir probar las técnicas preparatorias de Kriya Yoga antes de hacer un ningún juramento de Iniciación. Leí el libro por segunda vez y, sobreponiéndome a mis reservas, solicité las Lecciones a la Asociación de Autorrealización, a Self Realization Fellowship, cuyo sólo nombre de corte estadounidense me hacía sospechar que pudiera resultar algo parecido a los “cursos de personalidad” que toman las jóvenes aspirantes a ser modelos de ropa de moda o quienes quieren aprender a venderlo todo.
Seis meses después de empezar a recibirlas, había leído todo lo recibido y estaba casi de acuerdo en la exposición de leyes naturales que el Maestro hace en la primera serie de sus Lecciones, pero no había empezado a practicar la meditación. Fue entonces cuando la muerte que había llamado a la puerta de mi casa hacia varios años, pero había aceptado postergar la ejecución de su tarea, empezó a dar señales de que se había cumplido el plazo concedido, y, ante tal inminencia, buscando de dónde agarrarme, empecé por fin a practicar, ahora sí con aplicación, las primeras técnicas de Kriya Yoga.
Tres semanas después era yo otra. Desaparecieron de mí la angustia y el miedo. La paz que despertaba en mí cuando meditaba me devolvió la alegría de la infancia en medio del mayor dolor de mi amor humano. Pude animar a mi enfermo a morir, pude acompañarlo infundiéndole fe en su existencia eterna hasta las puertas de salida de este mundo que dejaba y supe que mi Gurdeva lo acompañaba más allá de los límites que yo no podía traspasar.
Un año después recibí mi Iniciación en Kriya. Desde entonces no he dejado de meditar todos los días, y no lo he hecho por la presión de un juramento sino por verdadera necesidad. Desde entonces empecé a recobrar el poder de mi voluntad. Desde entonces no estoy sola. Desde entonces no he vuelto a dudar de cuál es ni dónde está mi fuente de Gozo, la que nunca había dejado de estar conmigo.
Les deseo a todos ustedes lo mismo que a mí: que, por el camino al que Dios los haya llamado y guiados por el Maestro que Él les haya dispuesto, lleguemos todos a lo mismo, que podamos fundirnos todos en Su Gozoso Ser.

Descubrí que el Kriya Yoga era el sendero que había buscado toda mi vida

Entrevista con Vicente




La influencia de una católica de verdad

Mi camino espiritual empezó a través de mi madre, la única católica de verdad que he conocido, porque conjugaba el verbo amar en todos sus tiempos. A través de ella sentí como natural el contacto con Dios: primero de una manera relativamente obligada y después más consciente, conforme fui creciendo.
Ella era muy devota de la Virgen del Carmen y mitigaba muchas cosas de su vida personal a los pies de la Virgen. Fue una mujer que nunca se quejó de su relación con mi padre, aunque nosotros viéramos que tenía muchos motivos para hacerlo. Era hija de libaneses, muy de la idea de que "Dios lo puso en mi camino" y "hasta que la muerte nos separe".
Vivíamos en la ciudad de Puebla y estábamos totalmente involucrados en las actividades de la iglesia que estaba a tres cuadras de nuestra casa. Yo participé como acólito, repicaba las campanas y me sabía la misa en latín al derecho y al revés.
Mi hermana cuenta que en la familia se me catalogaba como el bonachón. Yo era muy sensible. Cuando íbamos al cine a ver una película de San Martín de Porres, por ejemplo, me ponía a llorar cuando veía ciertas escenas; y como no quería que me vieran llorar, me metía debajo del asiento y mi madre me preguntaba: "¿Qué estás haciendo?". Y le contestaba: "Es que se me cayó algo" y lo decía con sollozos.
Yo estuve muy apegado a mi madre. Ella tenía varices y yo era el masajista oficial. También le leía las cartas que le enviaba su madre desde Los Mochis y aquello era un mar de lágrimas. Todo se quedaba en aquel cuarto de servicio. Entre ella y yo había una complicidad muy especial, aunque yo no era el favorito sino mi hermano el que me sigue hacia arriba, porque es el que más se parecía a mi abuelo materno y era el exitoso, el guapo, el todo.
Cuando se enfermó de cáncer en la matriz, me tocó ver cómo se iba acabando. En una de las últimas visitas que le hice al hospital, le dije que se iba a poner bien, que debía tener fe porque la fe mueve montañas, y ella me tomó de la mano y me respondió: "Ojalá que esa fe mueva tus montañas". Y me encargó mucho a mis hermanos chicos (somos nueve, ocho hombres y una mujer; tres arriba de mí. A los cinco que me siguen los cuidé como le prometí).
Ella murió en 1968 en el D.F. No la vi en su féretro. Nos avisaron y sólo mis hermanos mayores fueron a Los Mochis a su entierro, yo me quedé en Puebla con mis hermanos chicos, contándoles historias fantásticas de dónde estaba nuestra madre.

Inicia la búsqueda de mi camino espiritual

Tenía 16 años cuando esto sucedió y cambió mi vida. Empecé a buscar en la Iglesia Católica lo que ella había encontrado, pero no pude hallarlo. Había demasiada ceremonia y se perdía lo individual de la búsqueda. Ahora me doy cuenta de lo importante que es el silencio, el aislamiento, el ayuno y muchas cosas que no practicaba y que no encontré en aquella época. Y qué curioso, ahora voy a la iglesia, sobre todo cuando no hay gente. Voy ahí porque es un lugar que está impregnado de devoción por todos los que van al templo. Para mí es muy fácil conectarme en la iglesia, sin los micrófonos y sin la multitud.
En 1970 me vine de Puebla a Guadalajara a estudiar arquitectura y a trabajar para pagar mi carrera.
Empecé a leer libros, el primero fue Sidharta de Hermann Hesse, me pegó durísimo y decidí hacer una búsqueda personal totalmente consciente. También leí la Biblia y El libro tibetano de los muertos, pero no encontré lo que andaba buscando.
El año de 1976 conocí a una persona que acababa de llegar de San Francisco, totalmente hippie, con un carisma muy especial, con muy buena voluntad y mucho amor. Viajé entonces a San Francisco, California, con la idea de conocer y experimentar.
La marihuana me hizo un efecto especial, "me ayudó", me ponía en un estado interno muy receptivo, muy espiritual (según mi conciencia de aquella época).
Conocí Haight Ashbury, el lugar donde se inició el famoso movimiento de los Power Children y todos mis valores de triunfo se vinieron abajo: tener éxito en los negocios, casa increíble, mujer hermosa, auto del año y mucho dinero en el banco. En San Francisco me di cuenta que con eso no se conseguía la felicidad.
Me encanta la música, soy musical, y através de la música he tenido experiencias espirituales muy hermosas. Me tocó estar en un festival de los Hare Krishnas donde estaba Swami Prabhupada, su fundador, y fue una experiencia muy hermosa, porque era un hombre realmente muy íntegro y su vibración era muy espiritual.
Conocí a Muktananda, me dio la bendición en Oakland, pero no era mi maestro. Me hizo sentir algo muy hermoso, pero no me sentí atraído hacia él. De hecho conocí a varios maestros que venían de la India, pero ninguno me atrajo.

La autobiografía de un yogui

La diferencia en mi búsqueda se dio en un concierto de rock, precisamente el primero de Pink Floyd en San Francisco ("El lado oscuro de la luna"), cuando unos amigos y yo estábamos un poco high porque habíamos fumado marihuana para el concierto. Un conocido que se dio cuenta cómo estaba yo, me puso enfrente un libro de Paramahansa Yogananda (Afirmaciones científicas para la curación). Lo tomé y leí en la primera página del prefacio que la palabra del hombre es el espíritu en el hombre; y eso me impactó de una manera impresionante. Conforme avanzaba el concierto veía a esta persona y parecía que andaba más high que nosotros, pero sin haber tomado nada. Eso también me impactó.
Al día siguiente este conocido decidió prestarnos, a su hermano y a mí, la Autobiografía de un yogui que es el libro por excelencia de Paramahansa Yogananda, un clásico ahora, incluso es libro de texto en varias facultades de filosofía en Estados Unidos. Yo lo leía por las tardes y el hermano por las mañanas. Cuando llegué a la mitad del libro, donde se explica qué es la ciencia de Kriya Yoga, se me abrió un panorama inimaginable, sentí que ese era el sendero que había estado buscando toda mi vida. Entonces averigué cómo podíamos obtener las enseñanzas del maestro. Me remitieron primero a Berkeley y luego a Richmond y ahí el hermano Achalananda me informó que en la ciudad de México estaba un monje que había sido discípulo directo en vida de Yogananda, el hermano Bimalananda.
Este descubrimiento cambió mis planes y en vez de irme a abrir un restaurante vegetariano en Guatemala, me estacioné en Guadalajara por un tiempo y me fui a la ciudad de México a conocer a este monje.
Me impactó mucho mi primer encuentro con él, porque después de la meditación, al despedirnos en la puerta, cuando le hice el pronam (que es una costumbre india: juntas tus manos e inclinas un poco tu cabeza frente a la otra persona; y eso significa: "Mi espíritu reverencía a tu espíritu"), me tomó de las manos y me llamó por mi nombre sin habernos presentado anteriormente.
Durante un buen tiempo aprovechamos cuanta oportunidad teníamos para estar con él en México. Estábamos todavía en el proceso de cambio.
Desde que llegamos a Guadalajara empezamos a recibir por correo las lecciones del maestro, como lo hacen los devotos de Yogananda en todo el mundo. En México y América Latina las lecciones se enviaban a través del DF, gracias a Yogacharia, la esposa de J.M. Cuarón, que fue el que tradujo al español las enseñanzas de Yogananda. Tuve el gusto de conocer a Yogacharia, una alma hermosa, muy elevada, que me inspiró muchísimo.

El cambio

Yo en lo particular no tuve ningún problema para cambiar muchas cosas. Cuando me di cuenta que lo que quería era esta disciplina, automáticamente me despedí de todo lo que había conocido en el pasado.
En el momento de mi cambio, en San Francisco, estaba en medio de la fiesta y se me ofrecía toda una gama de cosas que podía hacer y que no había hecho hasta entonces, porque había estado reprimido. El acercamiento a las mujeres siempre se había dado en función de noviazgo y no de la amistad con ellas. Me costaba mucho trabajo aproximarme a las mujeres si no era con esa finalidad. La situación había cambiado y pensé: puedo darle largas a mi camino espiritual y hasta el año siguiente le entro, porque está padrísima la fiesta y apenas está comenzando. Pero tomé una decisión muy seria, porque no podía seguir engañándome. Fue como llegar a la mitad del puente y voltear a ver todo lo que me había empujado hasta ese punto. Llegó un momento en que dije: hasta aquí llegaron, muchísimas gracias por toda su compañía, pero el siguiente tramo es solo, y es ser honesto conmigo mismo, cambiar mis hábitos, mis valores, tener humildad para aprender y dar los pasos sin detenerme ni voltear atrás. Pasar el puente, quemarlo y seguir. Eso fue lo que hice.
Dejé también la marihuana; y respecto a la bebida, nunca tomé realmente, en mi casa nunca tomamos. Es más, no sé lo que es una borrachera. El cambiar de canal no me costó ningún esfuerzo, ni siquiera en la cuestión de la dieta vegetariana.
Como ya te mencioné, vengo de una familia libanesa y los libaneses comen mucha carne de cordero cruda, molida con trigo, especies y aceite de oliva. Toda la vida la hemos comido y yo lo hice hasta que me concienticé y no me costó absolutamente nada dejarla, por ser parte de la disciplina que nos enseña el maestro y que tiene que ver con cuestiones físicas del organismo y no con un capricho.
Al principio yo y otros devotos eramos un poquito extremistas, porque no comíamos absolutamente nada que no fuera integral. Hicimos de la comida la religión y nos desbalanceamos.
Eramos una pequeña comunidad de cuatro o cinco devotos. Nos levantábamos a las cinco y media de la mañana a hacer los ejercicios. Meditábamos dos o tres horas por la mañana y mínimo dos horas por la tarde noche. En este desarrollar el músculo espiritual con un promedio mínimo de cuatro horas diarias de meditación tuve unas vivencias increíbles.
Tampoco fue problema llegar al punto en que, para que se me otorgara la técnica sagrada, tuve que jurar no divulgarla a los no comprometidos.
Inicialmente tenía el deseo de ser monje y de renunciar a todo y tuve la oportunidad de haber hecho una solicitud para irme de monje a un ashram, pero en su momento, por angas o por mangas, no lo hice. No sé si fue mi karma. Conocí a la que ahora es mi esposa, con la que llevo casado 26 años. No era devota, pero se convirtió después de tres o cuatro años, aunque no hizo su juramento con el Maestro sino muchos años después. Ahora tenemos una relación increíble basada en esto, sin que signifique juzgarnos el uno al otro desde aquí. Compartimos una misma enseñanza, sentimos que cada uno tiene su parte y que es hermoso compartirlo con el otro. Eso para mí ha sido un regalo.
Cuando estuve en la India en 1981 me sentí como en mi casa. Visité los lugares sagrados y me sentía parte del pueblo. Yo veía como otros occidentales sufrían al ver a un leproso, me refiero a que querían ver todo como Disneylandia y no era así. Yo, al revés, disfruté increíble ese viaje y me sentí parte de ese pueblo. A veces hasta quería pedirles que me hablaran en español, porque físicamente eran muy similares a los mexicanos.
Nosotros creemos en la reencarnación y seguramente en otra vida estuve en la India o tuve nexos de esa índole, porque para mí es muy natural.
A veces mucha gente siente que está traicionando los principios en los que creció, los de la Iglesia Católica. Mi abuela me decía: "Eres un yogadicto", y luego agregaba: "pero ¿crees en Dios?". Y le contestaba: yoga significa unión con Dios.
Aquí la gente, cuando dices yoga, se imaginan a las señoras haciendo Hata Yoga que es el control del prana, de la energía del cuerpo. Ahora la yoga ya se ha extendido más por todo el planeta. Hay muchísimo despertar en esta época; y es más notorio en la gente joven que es la que más se involucra en filosofías orientales.

Experiencias en la meditación

Te voy a describir sólo un poco las experiencias de meditación, porque dice el Maestro que cuando tienes experiencias de índole personal y las platicas es como llenar una cubeta y tirar el contenido al conversarlo.
Las meditaciones con este monje en la ciudad de México te hacían perder la noción del tiempo y del espacio. Pero puedo platicarte otras. Tuve la fortuna de asistir a varias satsangas que dio, en Los Angeles, Daya Mata, la presidenta de nuestra organización, la Self-Realization Fellowship. Tengo muy presente una en particular: eramos cuatro personas que regresabamos de Los Ángeles a San Francisco y nos despidió uno a uno. Cuando tocó mis manos, perdí la conciencia de mi personalidad, me olvidé de mi nombre y de todo. Elevó mi espíritu de una manera que nunca había sentido. O sea, me sentí transfigurado, transportado a otro nivel. Y los cuatro que nos fuimos de ahí, en todo el trayecto, que son más de seis horas, no hablamos una sola palabra. Estábamos en un estado de recojimiento increíble. Nunca me había pasado algo así.
También me sucedió que un día me desperté bruscamente, cuando vivía en la comunidad. Me empecé a cuestionar qué estaba haciendo yo en la cama si hacía un minuto estaba sentado meditando en mi rincón, sobre una tela hindú y delante de un pequeño altar. De alguna manera había estado meditando en estado de sueño, y tuve visiones con Daya Mata, sobre todo. He tenido muchas visiones con ella.
Yo nunca he experimentado el viaje astral que menciona mucha gente. Yo puedo entregarme como espíritu y fundirme con el todo. Con esa sensación de fusión y unidad regreso a este plano y me siento fortificado, con energía para seguir en este juego.
La sensación de estar unido con el Todo se expresa en un canto del Maestro que dice: "Siempre nuevo gozo, gozo, gozo". Eso es lo que siento, como si se me fuera a reventar el pecho con muchísimo amor que no puedo contener. Es una sensación que a veces puede transformarse en lágrimas, pero son lágrimas de gozo, de alegría. Son lágrimas que expresan el anhelo de mi alma de volver a su origen. Dice el Maestro que el Todo se volvió todos y ahora todos quieren volver a la unidad.

Un estilo de vida

Al principio, con la euforia de mis primeras experiencias, quería que todos supieran de estas enseñanzas, especialmente mi familia; quería decirles: "Por aquí es", pero me di cuenta que esa no era la manera, que es algo totalmente personal.
Ni con tus hijos puedes influir. Desde que eran pequeños los hicimos vegetarianos, fueron creciendo vegetarianos y ahora que están en la adolescencia ya toman sus decisiones. Dos de ellos nos acompañan en los servicios devocionales; la mayor, ya no.
El Kriya Yoga no solamente son técnicas espirituales de meditación, es una forma de vida: todos tus actos deben ir acompañados de una congruencia, si no te estás engañando a ti mismo.
Desde que te levantas haces tu rutina, tu sadana y al salir a la calle te puede suceder que en cinco minutos perdiste lo que habías ganado, porque estás expuesto, tienes hábitos y no has controlado muchísimas cosas o germinan en ti cosas que estaban esperando el momento propicio para ponerte una piedra en el camino. Todo eso constituye lo que son las pruebas famosas.
Dice el Maestro que a mayor sutileza en tu evolución, también del otro lado, la illusion, trata también de irte bloqueando. Y a veces te pinta el panorma muy padre, ves un oasis, pero cuando te mueves ya no está, era un espejismo. Es muy fácil caer en el engaño: "Entre más brille, más bonito" o "entre más ceros a la derecha tenga, es mejor"
Tienes que actuar de acuerdo a los principios que nos enseña el Maestro: "Vida simple, pensamiento elevado". El dice que le damos un trabajo impresionante a la mente cuando vivimos en el pasado o en el futuro. Yo siempre trato de no estar en niguno de esos dos estados. Claro que tengo que pensar en mañana y en algún compromiso, pero no sacrificando mi ahora.
El trabajo en el mundo externo es como un balance: no tiene sentido lo que hago ni la manera en que ocupo mi tiempo si no tengo un cimiento espiritual. Ganar dinero, tener fama, es algo que no me engancha. Si actúas sin cimiento espiritual te conviertes en una máquina. "It's for the sake of money" como dicen los gringos. Hacer las cosas por dinero o fama es algo efímero. Sabemos que tenemos un lapso de vida y si has tenido algún chispazo de lo espiritual, sabes que hay algo que te llena más que sacarte la lotería o ser nominado para un Oscar.
Una cosa que siempre me ha llenado es el servicio a los demás. Es algo indescriptible cuando realmente lo haces de una manera desinteresada, honesta y real.

Jesucristo y Krishna

Las enseñanzas que seguimos son Hindú-Crísticas. Es el cristianismo puro, como fue enseñado por Jesús, y el yoga puro, como fue enseñado por Bhagavan Krishna. Los dos vinieron para épocas distintas de la humanidad. A mí me impactó eso cuando leí las enseñanzas y eso me dio todavía más confianza, porque yo había crecido en la Iglesia Católica. Yo hasta que leí a Paramahansa Yogananda comprendí el Evangelio.
Hay un libro maravilloso de Yogananda que se llama La segunda venida de Cristo que es una interpretación del Nuevo Testamento. Es el yoga de las enseñanzas de Jesús.
A nosotros nos enseñaron en la Iglesia Católica que Jesús era Dios, pero nunca nos dijeron que la conciencia crística era inmanente a la creación, que está en ti, en mí y en todos. De lo que se trata es de que te hagas uno con esa conciencia crística.
Sri Yukteswar en La Ciencia Sagrada te enseña la conciencia crística que se manifestó en Jesús, pero también se ha manifestado en Krishna, Buda, San Francisco de Asis y todos los realizados.
Por eso en el altar de nuestro templo están Cristo y Krishna, porque los dos son los pilares de esta línea de gurús.

Cuatro lugares donde experimento la presencia y ausencia de Dios

Por Fr.Benjamín Monroy


El descubrimiento de la ruta interior

Fue en 1985. Tenía apenas unos cuantos meses de haber regresado de Roma, donde obtuve una licencia en teología sistemática. Entonces yo era un joven profesor y lo que me importaba era, a partir del contexto mexicano, comenzar a repensar toda la información que me habían dado en Europa. Necesitaba tiempo para crear mi propio horizonte de compresión y poder inculturar la teología.
Pero hubo cambio de planes. Por la renuncia de un padre, el gobierno de mi provincia me pidió que atendiera la coordinación del secretariado para la Vida Religiosa. Esto me obligaba a viajar a las casa de formación de la Provincia y preparar talleres de Vida Religiosa, algo que no había estudiado y me distraía de lo mío, la teología sistemática. Hice mi tarea, pero un tanto descontento.
Estando en la casa del noviciado, tuve un tiempo libre que aproveché para entrar en la biblioteca y buscar algunos libros. Encontré uno que hablaba de la oración contemplativa. El autor la llamaba “oración centrante”. Decía que muchos no sabíamos llegar a nuestro centro interior habitado por Dios porque no habíamos encontrado caminos sencillos para llegar a él. Proponía algunos. Yo tome uno ellos, lo personalicé... ¡y encontré que Dios habitaba en mi! Por primera vez en mi vida descubrí que era cierto lo que decía san Agustín: “Yo te buscaba fuera y Tú estabas dentro de mí”. Fue tanto el gozo que me alivié de un incipiente resfriado.
Durante algunos días quise comunicar mi descubrimiento a los demás. Les decía que era muy sencillo llegar a muestro interior y descubrir ahí a Dios. Pero me di cuenta que no les resultaba tan sencillo. Entonces descubrí que cada uno tenemos nuestro tiempo y que nuestro itinerario espiritual no es exactamente el mismo. Dice un dicho español que “Dios llama y lleva al hombre al modo del hombre”.
También me di cuenta que aquel momento en que sentí por primera vez la presencia de Dios en mi interior, no era el final: era solamente el inicio de un largo camino. En este camino hay desolaciones, pero sobre todo consolaciones; oscuridad, pero sobre todo luz; ausencia, pero sobre todo Presencia de Dios. Este camino termina con la “hermana muerte”.

El lenguaje que utilizo para expresar mi experiencia

Voy a escribir sobre mi experiencia de presencia y ausencia de Dios. Intentaré hacerlo con un lenguaje que —por supuesto— no he creado. Lo haré también echando mano de testimonios en los cuales me siento expresado.
También tengo que recordar que mi experiencia de Dios está condicionada por mi historia, por lo que soy. Además de ser varón y haber nacido en México (más afectivo que racionalista), soy cristiano, franciscano y sacerdote.
Leí una extraña historieta de la tradición oriental. Una reina que —visitando su reino— encuentra, a un lado del camino, a un mendigo dormido sobre una piedra. La reina se enamora de él y pide a los criados que lo lleven al palacio. Los criados lo bañan, lo perfuman y le ponen los mejores vestidos. La reina le prepara una cena con vinos excelentes y manjares exquisitos. Esa noche lo invita a su lecho y “hace el amor” con él. Por la mañana, la reina lo ve dormido en su lecho y se desencanta de él. Entonces ordena a los criados que lo lleven al lugar donde lo encontraron y lo dejen ahí. Cuando el mendigo se despierta no sabe si lo que sucedió aquella noche fue un sueño o una realidad. Los restos del perfume en su piel y de la comida en el estómago le hablan de un hecho real. Pero sigue dudando si fue un simple sueño o una dulce realidad.
Este relato fue compuesto por un místico para hablar de su encuentro con Dios y lo que sucedió después del encuentro. Confieso que el relato no me resulta tan grato, aunque reconozco la plenitud y la nostalgia que encierra.
Me gustan más aquellos versos del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz:

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Es una manera poética de expresar la presencia y la ausencia de Dios. Por una parte, describe la belleza del encuentro. Por otra, la tristeza de la partida. Luz y oscuridad, presencia y ausencia, encuentro y soledad. Otro místico, san Agustín, lo dice magistralmente en el libro de las Confesiones:

Y en ocasiones, allá muy dentro de mí, me introduces en un sentimiento mas fuerte de lo ordinario, y me arrastras a una dulzura que no sé definir, pero que si llega a alcanzar en mí su plenitud, ignoro como podría llamarse vida lo que no es esa vida. Pero luego vuelvo a caer bajo la penosa pesadumbre de las realidades de aquí. Vuelven a absorberme las ocupaciones ordinarias que me tienen atado, y lloro mucho, pero sigo atado. ¡Tanto es el poder de la costumbre! Puedo estar aquí, pero no quiero. Quiero estar allá, pero no puedo. ¡Infeliz en ambos casos!

Creo que muchos creyentes se sentirán identificados con esta experiencia de Agustín de Hipona.
Hablaré de mi experiencia de presencia y ausencia de Dios en cuatro lugares. Existen más, pero me limito a estos cuatro. Me parece que son representativos.

La presencia y ausencia de Dios en el sentimiento

Para mi, ser humano, la presencia y ausencia de Dios se da en el sentimiento. Aunque soy célibe, puedo entender a los esposos porque mi relación con Dios es semejante a la de los esposos. El Esposo toca y emociona. Cuando esto sucede, los sentimientos y emociones se despiertan y se experimenta el gozo. Al contacto con el Esposo también se purifican y divinizan los sentimientos.
Ante la visita de Dios, lo único que puedo hacer es recogerme en mi interior, centrarme en Él y acogerlo. La concentración interior es la parte que me corresponde. Favorece y permite que se encienda el fuego. Es como el lente de aumento que concentra los rayos del sol sobre un papel y lo enciende. Quien encendió el papel no fue la lupa sino el sol. Lo que hizo el lente de aumento fue ayudar a concentrar los rayos del sol. De manera semejante, quien enciende el corazón —en mi experiencia cristiana— no es el recogimiento, mi esfuerzo, sino la presencia de Cristo Resucitado vivo y presente en mi interior. Los discípulos de Emaús lo supieron. Mientras retornaban a casa, decepcionados por la pasión y muerte de Jesús, un caminante se une a ellos y platica con ellos. Cuando se les abrieron los ojos exclamaron: “Con razón nuestro corazón ardía mientras nos explicaba las Escrituras”.
El sentimiento madura en la vida mística no solo cuando se siente tocado sensiblemente por la dulce presencia del Esposo, sino también en la ausencia, en la aridez. La aridez espiritual forma parte importante del proceso de maduración emocional. A través de ella se templa la emoción. Puede suceder que hoy me preparé para el encuentro con mi Dios y no se encendió el corazón. Puede ser que ni siquiera sea consciente de que el Señor me está tocando para darme aliento para obrar bien. Estoy envuelto por la oscuridad afectiva. No experimento ni ternura de corazón ni aliento para el bien obrar. Entonces me dejo conducir por la aceptación. Aceptar y aceptarme en cualquier estado anímico. Aceptar que ahora no tengo la ternura del corazón. Esto conduce a la paz. San Agustín decía: "Tu gozo es momentáneo, no te entregues a él; tu tristeza es pasajera, no te abandones a la desesperación. No te engría la prosperidad ni te deprima la adversidad"
La aceptación me hace estar del todo en el presente y me abre al don de la paz. La aceptación de la ausencia de Dios es tan valiosa como su presencia que enternece mi corazón y me da aliento para hacer el bien.
El que se ha propuesto buscar a Dios sabe muy bien que habrá días festivos, con un alto grado de ternura de corazón; habrá días en que no brota la ternura del corazón, pero se disfruta el aliento para el bien obrar. Finalmente, habrá otros días en que no hay ni ternura de corazón ni aliento para el bien obrar. Por más que prepare el encuentro con el Señor y permanezca confiado y expectante, con el corazón vuelto hacia Él, no siento otra cosa que vacío. Es el momento de desarrollar la aceptación.
Definitivamente, la experiencia de Dios no es siempre pareja. Hay subidas y bajadas, avances y retrocesos. Eso sí, una vez que he sentido el corazón ardiente en mi pecho y he conocido la armonía que produce el estar envuelto por el Señor no descansaré hasta "beber el agua de mi propio pozo" (San Bernardo). De esta manera, mis sentimientos se van purificando y transfigurando y mi inteligencia emocional se irá divinizando al contacto con el Señor.

En la oración contemplativa

Para mí, creyente, la oración es una prioridad en mi vida. Haciendo oración me he dado cuenta, entre otras cosas, que en la medida en que madura nuestra comunicación con Dios, se va haciendo más simple. De la complejidad se pasa a la simplicidad. El camino de la oración me lleva a la oración contemplativa.
Entiendo por oración contemplativa la oración de corazón, salir del discurso mental, dejar en paz la razón. Se trata de concentrar la atención, por ejemplo, en una frase sencilla, grabarla en la mente y el corazón, repetirla serenamente una y otra vez, poner ella todo el deseo. Entonces el corazón queda más libre para expresarse. Por momentos, la palabra o la imagen desaparecen del campo de la conciencia quedando el espíritu en completa libertad. Cuando hago esto, poco a voy entrando en una oscuridad que puedo llegar a experimentar como inútil, insoportable y hasta dolorosa.
Un luchador social de la talla de Gustavo Gutiérrez, el llamado padre de la teología de la liberación, escribe en su célebre libro:

La oración es una experiencia de gratuidad. Ese acto "ocioso", ese tiempo "desperdiciado" nos recuerda que el Señor está más allá de las categorías de lo útil y lo inútil. Dios no es de este mundo. La gratuidad de su don, creadora de necesidades profundas, nos libera de toda alienación religiosa y, en última instancia, de toda alienación. El cristiano comprometido en el proceso revolucionario latinoamericano tiene que encontrar los caminos de una oración auténtica y no evasiva... El único Dios creíble, dirá con razón Bonhoffer, es el Dios de los místicos. Pero no es un Dios sin relación con la historia humana. Al contrario. Si bien es cierto que es necesario pasar por el hombre para llegara a Dios, es igualmente cierto que el "paso" por ese Dios gratuito me despoja, me desnuda, universaliza y hace gratuito mi amor por los demás .

Si permanezco serenamente en el no saber descubro que la oscuridad se vuelve "luminosa", que el vacío está lleno de “plenitud”, que el silencio es "sonoro", que mi pasividad es el espacio donde Dios actúa libremente . En otras palabras, al entrar en mi vacío, en mi oscuridad, en mi silencio llego a una frontera: los límites de mi ser y de mi dinamismo. Entonces, irrumpo —o irrumpe en mí— el resplandor y la plenitud de Dios. Con palabras de Jesús de Nazaret: “Quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,39).
Después de la oración contemplativa, cuando vuelvo a la actividad cotidiana (trabajo, estudio, oración litúrgica, trato con los demás) me doy cuenta que en esos momentos de "vacío inútil" algo ha sucedido, Alguien ha puesto su mano y ha irrumpido hondamente en mi existencia. Es semejante a lo que le sucede a la tierra en el invierno: no produce frutos, pero se está llenando de fuerza y energía para la primavera. La vida cotidiana mostrará lo que sucedió en el momento de la oración contemplativa.
Al repliegue sobre mi mismo sigue el despliegue en el mundo y en su historia. Si me repliego sobre mi mismo es para después desplegarme desde mi profundidad y desde la experiencia del Dios de Jesucristo. La actividad que surge desde este centro profundo estará cargada del dinamismo divino.

En el pan y el vino de la Eucaristía

Para mí, cristiano, el encuentro con Dios se da también en los signos sacramentales. De manera privilegiada se da en Jesucristo y su Espíritu.
La invisibilidad de Dios es señal de su grandeza y de su misterio, pero también dificulta el acto de la fe y, por consiguiente, la esperanza y el amor que siguen a la fe. Por eso, el Invisible se hace Visible, el Eterno se hace Temporal, el Indecible se dice en una Palabra. Dios se deja ver.
Para los cristianos, cada vez que nos reunimos en torno a un pedazo de pan y a una copa de vino, en el recuerdo creyente y amoroso de lo que hizo Jesús, Él se hace presente. El pan y el vino de la Eucaristía me hace consciente de esta realidad: por ahora estamos parcialmente privados del encuentro pleno con el Señor, encuentro hacia el cual tiende toda nuestra vida y en el cual encuentra sentido. Esta conciencia despierta el deseo ardiente de la venida del Señor, tan característico del cristiano: ¡Ven Señor Jesús! Mientras llega este momento, Jesús actúa en nuestro interior de manera real aunque imperceptible. Sin embargo, hay algo más. No sólo existe una actuación íntima de Cristo glorificado en el alma del creyente. Jesús resucitado toma cuerpo, adquiere visibilidad, en la comunidad (Iglesia). Por esto, la comunidad (Iglesia) es el sacramento de Cristo, el "Cuerpo del Señor" en la tierra. La comunidad (Iglesia) es el cuerpo de Jesús en un doble sentido. Por una parte, prolonga el cuerpo terrestre del hombre Jesús de Nazaret. Por otra parte, es la prolongación terrestre del Cristo celeste.
Ahora bien, cuando la comunidad cristiana se congrega necesita unos ritos para unificar la reunión. Para mí el rito no es simplemente un conjunto de cosas y palabras. Es algo más. A través de ellos Cristo se incorpora, toma cuerpo. Por eso, en los sacramentos, particularmente sacramento del pan y del vino puedo encontrar la presencia de Dios.
El pan de la Eucaristía que todos los días tengo en mis manos me habla de presencia y ausencia de Dios. Jesús de Nazaret, en cuanto hombre, desapareció del horizonte terreno. ¿Qué hacer? El mismo Jesús previó esta situación y dio una respuesta. Quiso quedarse visiblemente en el pan y el vino de la cena del adiós. En la Eucaristía Cristo Jesús, se ha hecho "experimentable", accesible a nuestros sentidos. Toma posesión del pan y vino que llevamos al altar, se identifica con ellos y en ellos se nos da como alimento. San Francisco de Asís decía que lo único que veía corporalmente de Jesús en este mundo era el pan y el vino de la Eucaristía.
El pan y el vino me hablan de una ausencia (el hombre Jesús de Nazaret), pero también de una presencia (Cristo vivo, resucitado y glorioso).

En la creación

Para mí, franciscano, las cosas no son simples cosas: son signos que llevan a otra realidad. Las criaturas son, ante todo, signos de Dios. Cuando veo las cosas sólo como cosas y no como signos, se vuelven opacas. Se vuelven in-significantes. Entonces, existe el peligro real de quedarme en ellas y no ir al Creador.
Pero el hecho es que no siempre soy capaz de espejear a Dios en la creación. Cuando me acerco a la creación con un corazón turbio lo que encuentro es oscuridad. Entonces escucho estas palabras de san Buenaventura: "El que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra, está ciego; el que con tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por todos estos efectos no alaba a Dios, ése está mudo; el que con tantos indicios no advierte el primer Principio, ése tal es necio. Abre, pues, los ojos, acerca los oídos espirituales, despliega los labios y aplica tu corazón para en todas las cosas ver, oír, alabar, amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no sea que todo el mundo se levante contra ti" .
Para poder leer en la creación al Creador y a su Cristo, necesito un corazón limpio y una mirada de fe como la de san Francisco de Asís. Él fue capaz de encontrar el rostro de Cristo en los gusanos del camino y encontrar el perfume del Creador en las obras de sus manos. Cuando tengo problemas para ver al Creador en sus criaturas, veo con los ojos de Francisco de Asís. Entonces, alabo al Señor

...¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana Luna y las Estrellas:/ en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas!/ ¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Viento, / por el Aire y la Nube, por el Cielo sereno y todo Tiempo:/ por ellos a tus criaturas das sustento!...” .

Esta alabanza franciscana es un excelente final para estas reflexiones.

Krishna me hizo entender que se puede ser feliz en esta vida

Entrevista con Krishna dasa
(José de Jesús Ariel Bañales Garnica)




Yo era católico y mi madre Testigo de Jehová

Mi padre era budista, mi madre Testigo de Jehová y mis abuelos católicos. A mi padre no lo conocí, nunca lo vi, vivió y murió en Nueva York. Mi abuelo fue una gran persona, lo puedo presumir, lo quise mucho y lo extraño mucho, fue como mi padre. Gracias a él estoy donde estoy. Mi madre también cubrió el papel paterno aparte del materno, pero se podría decir que mis abuelos fueron los que me educaron.
Mi mamá siempre tuvo conflictos con su familia porque no aceptaron que cambiara de religión y se hiciera Testigo de Jehová y también porque ella critica mucho a la gente. Con el que se llevaba peor era con un hermano suyo, siempre peleaban y él la golpeaba. Cuando yo tenía ocho años vi cómo la golpeaba y me sentí muy mal porque no pude hacer nada. Se me quedó muy grabado.
A los doce años de edad conviví con los Testigos de Jehová, porque mi mamá me llevaba a la Asamblea del Estricto. Yo hacía travesuras, pero después me enfadé y dejé de ir.
Tengo 29 años y desde hace mucho tiempo trabajo y estudio. Trabajé doce años en bares, restaurantes y cafés.
También fui empleado de una zapatería y como los dueños me inculcaron el catolicismo, hice mi primera comunión cuando tenía 20 años de edad. Me preparé e hice la primera comunión en el templo de Los Ángeles. Sentí muy bonito al recibir la hostia. Lo sentí porque al comulgar entra el espíritu de Jesús dentro de ti. Me gustó y seguí yendo a las actividades religiosas, porque además había una muchacha más grande que yo con la que me sentía muy a gusto. Fue un cambio, me sentía algo espiritual.

La época de juventud y confusión

Siempre me ha gustado la música, los conciertos y las fiestas. Duré seis años yendo con mis amigos a conciertos reggae y a los de psicodelic trance. Ya no voy, en caso de hacerlo iría con mis amigos para recordar viejos tiempos.
También me metí con mujeres. Por la urgencia de tener una mujer, le pagaba, pero es algo ficticio, no te está dando un amor real, le estás pagando para que esté contigo.
En un café en el que trabajé conocí a un amigo que tomaba mucho y a otro que no tomaba, pero fumaba tabaco y mucha marihuana. Yo también tomé y fumé marihuana. Duré así como dos meses, pero vi que no era lo mío. Una noche llegué a la casa borracho y marihuano y mi mamá se dio cuenta que algo pasaba y me preguntó, pero le dije que estaba bien y me subí a acostar. Me sentí muy mal, sabía que no era lo mío y me pregunté qué estaba haciendo yo con todo eso. No sabía a dónde iba, faltaba a la escuela, me iba con mis amigos al desmadre y me valía madre. No sabía lo que quería, estaba confundido.

Los encuentros con los devotos de la Conciencia de Krishna

Un día me encontré con devotos de la Conciencia de Krishna en un concierto musical. Me acerqué a ellos y les pregunté quiénes eran y qué hacían. Me regalaron un libro, pero nunca lo leí, por ignorante.
Otro día se subió al camión un devoto con su vestido hindú y su sikha (el mechón de cabello que dejan cuando afeitan su cabeza). Lo vi, me trajo recuerdos, pero no le pregunté nada.
Pasaron seis meses y en un paseo musical de la avenida Chapultepec me encontré con un devoto que andaba vestido normal. Al platicar le dije que conocía a varios del movimiento y me dijo que él ya me había visto anteriormente, que conocía al que me había dado el libro y que había visto cuando me lo dio. Me contó lo que significaba Krishna, el vegetarianismo y los principios de la Asociación para la Conciencia de Krishna. Me gustó lo que me platicó y me invitó el domingo a un festival, a bailar en el templo. Le dije que no tenía tiempo, porque tenía que hacer cosas de la escuela y el aseo de mi casa, porque yo llevo tiempo viviendo solo. Me pidió que fuera media hora.
Llegué a las seis y ya había empezado el baile. En cuanto llegué, me recibió el devoto que me había invitado. Yo me sentí muy a gusto bailando. Me sumergí tanto y quedé tan absorto que me olvidé de todo. Y después pensé: la felicidad está aquí y decidí entrar al movimiento.
A veces estamos tan cansados de la rutina del trabajo que ocupamos un momento de tranquilidad y paz para equilibrar nuestro ser y nuestro espíritu, para sentirnos más a gusto y motivarnos. Ese día me motivó y Krishna me dio a entender que sí se puede ser feliz en esta vida y superar los conflictos.

La vida espiritual es gradual e individual

No puedes entrar y comerte el pastel de una mordida. La vida espiritual es individual y gradual, como un reloj de arena que poco a poco se va llenando cuando lo volteas. Poco a poco vas entendiendo lo que quieres, conociendo tus herramientas con las que trabajas para buscar y encontrar la felicidad. Krishna es la felicidad.
En el movimiento para la Conciencia de Krishna, en la primera etapa, el bhakta (devoto) va siendo monitoreado para ver si realmente es sincero de corazón y, en la medida en que va mostrando interés, su maestro espiritual le va ayudando a conectarse con Krishna y a que se vaya purificando su alma. El alma, que es pura por naturaleza porque desciende de Dios, es como una barra de oro que cae en un charco de lodo y se ensucia totalmente. El bhakta es esa barra de oro y el bhakti (servicio devocional) es el que va quitando el lodo y las impurezas, para que se muestre el oro puro.
La siguiente etapa es la del segundo nacimiento y se te da un nombre espiritual. Llevas una yata (rosario) y estás más comprometido. Después puedes llegar a ser brhamana y estar en el altar sirviendo a las deidades.
Yo llevo ya nueve años en el movimiento para la Conciencia de Krishna y el año pasado me acaban de iniciar. Mi nombre espiritual es Krishna dasa.

Las etapas de mi crecimiento espiritual

Puedo distinguir tres etapas en mi crecimiento espiritual durante estos nueve años en los que he pertenecido al movimiento. La primera es la de la aceptación de mis errores y el desarrollo de la conciencia para hacer las cosas lo mejor posible. Somos seres humanos y no somos perfectos, tratamos de serlo.
Yo, para ser sincero, debo confesar que todavía tengo dos vicios: el café y el cigarro. El vicio del café viene por las condiciones en las que estudié la preparatoria. Para pagarme los estudios trabajé en un restaurante de comida rápida. A veces salía a la una, a las tres o incluso a las ocho de la mañana y para estar despierto en las clases tomaba café. En la Conciencia de Krishna no debemos tomar café ni fumar tabaco porque son estimulantes.
Por la estructura de mi cuerpo soy muy activo. Todavía me sigo desvelando con mis amigos de la universidad, pueden darme las dos de la mañana con ellos y me levanto muy temprano para ir al mercado de abastos y conseguir alimentos. Yo soy cocinero del restaurante vegetariano que tenemos aquí en Guadalajara.
Yo antes tenía conflictos con mis tíos, me enojaba con ellos y me sentía mal. Con mi desarrollo aquí he cambiado. Mis tíos me han dicho que les da gusto que esté con el movimiento Krishna porque me ven más tranquilo, con deseos de estudiar, ayudando a los demás y esforzándome por ser mejor cada día. Ahora entiendo que la conciencia es para hacer las cosas lo mejor posible.
Mi tío y mi mamá no se podían ver, pero ya se acabaron los golpes, se pidieron disculpas, hay respeto entre los dos y se comunican. Eso me hizo entender que hay que ser tolerantes y perdonar, porque Dios también es perdón. Y si uno perdona a las personas es porque realmente se está perdonando a sí mismo, porque acepta sus errores para mejorar como persona.
Dios te ayuda a crecer como persona, porque las sastras (santas escrituras), como el Bhagavad-Gita, son como un manual para armar la vida de acuerdo al orden que tiene. Te dan órdenes para la vida espiritual y la manera de llevarla. Te estructuran para que tu mente no se pierda y te apliques en la vida de manera coherente. Y cuando aplicas eso es cuando realmente llega la felicidad.
Mi segunda etapa fue la de ser más consciente y valorarme como persona. Dios (Krishna) es la causa de todo lo que existe y el objetivo del ser humano es la felicidad y la felicidad es Dios. Los seres humanos venimos a servir al Supremo.
Comprendí que las cosas suceden por algo. No hay casualidad sino dualidad generada por el tiempo. El tiempo es la línea que va desde donde estás hasta tu destino. Tarde o temprano te llega algo y eso que te llega no es casualidad.
Entendí que Dios está en todos lados y que yo soy parte de lo que me rodea y que por eso puedo llegar a fluir en cualquier cosa que haga.
Ese es el mayor cambio que he tenido por entrar al movimiento de la Conciencia de Krishna: puedo fluir mejor, hacer las cosas de mejor manera, ser más feliz.
Y voy por mi tercera etapa: busco la felicidad absoluta. El ser humano busca ser más y mejor. En las eras anteriores el ser humano se dedicaba a pedirle a Dios y nunca a darle, ahora hay que darle sin esperar nada a cambio. Pero, de todos modos, si te pones en la perspectiva de ayudar y servir sin esperar nada a cambio, Dios hace arreglos para que las cosas fluyan y sus devotos se satisfagan.

Quise ser bramacari pero me di cuenta que tenía que ser grhastha

En el movimiento de la Conciencia de Krishna hay bramacaris (monjes célibes, renunciantes) y grhasthas (devotos que viven en familia). Al principio duré dos años de renunciante (bramacari), pero mi corazón me dijo: "No, eso no es lo tuyo".
Si Dios es armonía, bienestar, tranquilidad, amor, hay que entrar en esa modalidad de El para ser más felices como humanos, para no olvidarnos en qué plataforma estamos.
Yo estoy buscando a mi pareja y tener pareja también es conciencia. Si este movimiento me da conciencia ¿Por qué no hacerlo con una persona? Ahora no tengo una pareja que llegue y me dé un abrazo, un beso y me diga: "Soy muy feliz con lo que haces", pero sé que entre tantos millones de personas hay una mujer que se va a fijar en mi como soy, por lo que hago y por el interés positivo que tengo en la vida.
Estoy en el tercer semestre de nutrición, en la universidad (este semestre no entré porque no tengo dinero). Estoy luchando por lo que más quiero: ser nutriólogo dedicado a la pediatría o al deporte y tener un restaurante.
Mi abuelo era español, de Segovia, y mi sueño es poner un restaurante en una playa española. Practico yoga y mi sueño es que mi hijo esté en las clases de yoga con los demás niños.
Yo creo que si no hubiera conocido a los devotos del movimiento de la Conciencia de Krishna mi vida no habría ido tan mal, porque tengo la educación de mis abuelos y de mi madre, pero creo que no estaría sirviendo a Dios totalmente. Los objetivos que tengo no los estaría canalizando bien, la Conciencia me sacó del río en el que me estaba ahogando.