Entrevista a Juan José González
- Tú no crees en Dios, pero tal vez has tenido una relación con El a través de la familia o de la sociedad. ¿Cómo ha sido tu historia religiosa?
- Al principio no veo religiosa a mi familia, ni siquiera recuerdo ir a misa los domingos. Más grande me topo con que mis padres querían que hiciéramos la primera comunión. Y era: “¡Apréndete el catecismo!” y uno se lo aprende, pero nunca hay en realidad una imagen de Dios que ubique con claridad. No identifico exactamente la edad, pero una de las pocas oraciones reales que recuerdo, y que se me hace muy gacha, es una en que digo: “Diosito, si los humanos están destruyendo el mundo, pues ya a la fregada, échate a los humanos y que se queden los animalitos”. Tendría unos ocho años y no tenía mucho rollo ecológico.
A los quince años, más o menos, es cuando yo me acerco a la primera comunión, ya estaba muy grande. Me empiezan a llevar a catecismo y, no me preguntes por qué, mi madre se vuelve muy apegada al rollo: se vuelve catequista, coordinadora, y yo entro en crisis, porque está mi madre y después mis hermanos, y me pregunto ¿por qué ellos rezan? ¿Por qué ellos tienen fe y yo sólo sé rezar, pero sin sentir nada? Viene esa idea interesante de averiguar por qué ellos tienen eso que yo no soy capaz de sentir.
Dos años después de la primera comunión yo seguí en el catecismo porque me quedo tratando de averiguar qué onda con esa idea de que ellos creen y yo no. Hacemos jornada de vida cristiana, me mandan a cuidar a mi hermana. Resultó un fiasco para mí, porque salí muy incómodo, pero en ese momento descubro algo que me va a marcar mucho que no tiene que ver con la iglesia, que es Silvio Rodríguez. Terminamos el evento de Jornadas de Vida Cristiana y llegan unos cuates a proponernos misiones. Yo era scout y entre misiones y campamentos no me sonaba muy distinto. Acabé diciendo que sí. Hice misiones unos nueve años. Prácticamente cuando llego a Guadalajara dejo de hacer misiones. Pero la idea es que si no puedo vivir la religión como la viven mis padres, igual me pueden servir otras búsquedas.
Me voy de misionero. Me doy cuenta que la misión a mí no me sirve, pero a la gente sí: se hacen letrinas y cosas así. Esto me lleva a ocuparme de religiones y a preguntarme: “¿Por qué esto sucede con los otros y yo … bien, gracias?
- ¿Esa oración de tus ocho años es porque estabas muy preocupado por la ecología?
- Sí, supongo que fue en la época en la que uno junta las estampitas de los animalitos y que se entera que están muriendo las ballenas y dice: “¡Qué poca madre, las estamos matando los humanos! Pero no creas que tenía mucha conciencia, ni tampoco es un proceso que lleve a pedirle a Dios todas las noches: “Acaba con los humanos”, ubico eso más como un flashazo a la hora de tratar de recuperar qué onda con lo religioso.
- Me llama la atención lo que decías que no sentías nada y tu familia sí. ¿Eso se mantuvo siempre así, como un desierto, o hubo algún momento en que sí sentiste la presencia de Dios o algo parecido?
- Mayormente fue un desierto. Sí hay momentos en que me hubiera gustado sentir a Dios, pero no podría afirmarlo, no ubico un momento numinoso en que se me apareció Dios y dijo: “Aquí estoy”. No lo ubico.
- ¿Habría algo que podría ser parecido a un sentir a Dios pero que no lo es, algo que pudiera confundir y que lo hubieras experimentado?
- Yo creo que son interpretaciones personales. En una de las misiones, en 1992, estamos en una comunidad y un chavito se ahoga. Yo no lo conocía, pero me sentí culpable. Racionalmente sabía que no había tenido nada que ver: no estuve ahí en el momento de su muerte, ni pude haberlo salvado, pero moralmente me sentía culpable. Me decía: “¡Oye! Estaba en tu comunidad, tú deberías haberlo conocido, tú deberías haberlo salvado. A raíz de lo que sucedió tomé un curso de primeros auxilios, para que la próxima vez que surgiera un accidente yo pudiera ayudar, dar respiración de boca a boca, a los ahogados y todo el rollo … Y por otro lado vino la idea de: “Yo necesito pagar el asunto” y entro al seminario, la peor decisión de mi vida. Entré por una razón muy absurda: por un sentimiento de culpa ... Entonces … estoy en ese proceso y me digo: “Debo entrar al seminario” y ese es otro momento que puede ser raro en mi vida, pues digo: “A ver Dios, si existes y quieres que entre al seminario, dame una señal y si no me das una señal ahorita que para mí sea más o menos clara, a la chingada, no le entro. Yo viajaba en el metro, en ese momento se abre la puerta y entra un cuate muy lastimado, mugroso como él solo, pidiendo limosna y me digo: “Esta es la señal que estoy esperando”. Si hubiera venido pensando: “Voy a ver a mi novia” evidentemente no hago esta interpretación. Pero es el tipo de cosas en las que uno dice: “En este momento me encontré a Dios”.
- ¿Y entraste al seminario?
- Entré al seminario y estuve como tres años. Desde el primer año me decían “herejo” por mitad hereje y mitad pendejo. Y todos mis compañeritos eran aristotélico-tomistas y el primer día que me preguntan: “¿Tú qué eres?” yo contesto: “Cartesiano”, y casi me corren de la escuela. Como a los seis meses me vuelvo a encontrar al cura que me había preguntado y me dice: “¡Hola, hermano! ¿Sigues siendo cartesiano?” y le contesto: “No padre, ya me puse a leer y me di cuenta que no soy cartesiano”. “¡Qué bueno! entonces, ahora, ¿qué eres?”. “Existencialista sartriano, padre”. La reacción es: “¿Qué onda?”. Casi me corren por andar diciendo esas babosadas. Si estás en el seminario y eres existencialista sartriano obviamente la pregunta es: “¿Qué haces aquí?”
- Y ¿cómo le hiciste para durar tanto en el seminario? El sentimiento de culpa con el que entras ¿te da para tres años?
- Da para tres años porque a mí me gustaba mucho la filosofía. Mi primera vocación era ser químico. Entro a la UNAM queriendo ser químico, pero todo mundo me decía: “Es que tú eres para área cuatro. Eres para filosofía o literatura” y yo entercado en ser químico. Entro a química, estoy un año, y a finales de ese año es esa crisis que te dije en la que decidí entrar al seminario. Entro y me llevo un resto de libros de química, porque iba a seguir estudiando de manera autodidacta, que en realidad nunca lo hice, pero me la creí. Y en el seminario se da esta lucha interna, por decirlo de alguna manera. Y un año después yo tengo una gastritis espantosa y el médico me dice: “Compadre, usted tiene una gastritis brutal y una colitis. Tú traes una bronca y tienes que solucionarla, porque si no vas a tronar”. En ese momento yo estoy terminando el primer año de filosofía. Hablo con el superior y le digo: “Yo me tengo que ir a mi casa, tengo gastritis, tengo colitis, y tiene que ver con que quiero ser químico, no filósofo, ni religioso. Me salgo, pero logro convencerlos de que me sigan apoyando. Me aviento el segundo año de filosofía y regreso a química y al acabarse el segundo año de filosofía me llaman mis superiores y me dicen: “Hermano, se te acabó tu año, ya no eres de nuestra congregación, ve buscando casa o éntrale aquí, porque así ya no te vamos a apoyar”. Falta un año para terminar filosofía y me pongo a buscar comunidad. Hablo con los superiores de otra congregación: “¡Oye! Hazme el paro, me falta terminar”. Me vieron cara de soso y me dijeron: “¡Sí, quédate!” Entonces era muy curioso porque yo vivía en una parroquia y mis compañeros iban a clase conmigo, pero ellos se paraban en la mañana, hacían oración, iban a clase y regresaban a casa para hacer de nuevo oración. Yo, si me daba la vida, me paraba y hacía oración, y si no, me paraba y me iba con ellos y a la universidad. Me la pasaba estudiando todo el día. En la noche iba con ellos a la oración. Termino la filosofía, me quedo unos seis meses más y de repente llega la triste noticia y me dicen: “Fíjate que cuando uno llega a este nivel, pues se va al noviciado”. “Y ¿qué es eso?”, pregunto. “Pues el noviciado es un año donde no saludas a nadie y estás todo encerrado.” “No, pues, ¿qué crees? ¡Ahí nos vemos!”
Entonces yo estuve tres años y medio o más en formación y nunca hice noviciado, yo siempre fui aspirante.
- ¿Y qué hacías en esos momentos de oración en los que no sentías nada de nada? ¿Aburrirte?
- A veces sí tenía la bronca esta y a veces no tanto, porque cuando me meto con la primera congregación y de hecho cuando empiezo a hacer misiones, me voy por el lado de la teología de la liberación. Yo empecé a leer mucho a Leonardo Boff y a esta banda. Si tú me preguntas por teología fundamental o por ese tipo de rollos, no tengo la menor idea. Yo nunca estudié teología en serio, pero sí teología de la liberación. Entonces muchos de mis rollos eran: Dios lo que quiere es que la gente tenga drenaje, tenga luz, que no se roben las elecciones. Me muevo mucho por ese lado. Y muchas de mis interpretaciones, de pronto, eran más políticas que religiosas, que fue otra de las razones que me generaron conflicto. Imagínate que un día me encargan dirigir la oración y era sobre la vida comunitaria. Decía: “Tenemos que ser amigos y amables por estar en la misma comunidad”. Y empiezo a decir: “Pues el amor no es democrático. Hay quien tú puedes querer y quien no quieres. No es democrático porque a veces quieres más o quieres menos. Jesús tuvo al discípulo más amado” (risas). Me echo un rollo político de ese tipo y después de la plática: “¡Eso no dice el texto que te dimos!” “A mí no me dijiste que lo leyera y lo repitiera. A mí me dijiste que lo leyera y diera la plática” (risas). Y me metí en varias broncas de ese tipo. Muchas de mis lecturas eran más de rollo político.
- Después de buscar a Dios para encontrarlo como tus hermanos, ¿en qué momento dices: esto ya no tiene sentido?
- Yo creo que fue una especie de engaño. Yo creo que desde los 15 años sabía que no lo iba a hallar, pero me rehusé a aceptar eso unos diez años. Fue un largo periodo de ir reconociendo que no había ese sentimiento. E incluso hubo también ideas que me hicieron trastabillar, pues me decía, bueno, Dios no existe, pero sí tengo alma. Cuando llego a los 25, por ahí, fue cuando me dije: “A ver güey. Lo que tú sientes es independiente de lo que sientan los otros. Lo sientes o no lo sientes, no son enchiladas. Tú no puedes estar medio embarazada: o estás o no estás. Y entonces decido ya dejar de hacerle al loco y me empiezo a declarar oficialmente ateo y entonces empiezo a romper cada vez con más formalidad con esas ideas. Y entonces, de repente: “¡Oye, güey! ¿Tienes alma? No, no tengo alma. O ¿Qué pasa con el bien y el mal? Pues los definimos los seres humanos. Pero y ¿el pecado? El pecado no existe. Hay errores, hay consecuencias, hay responsabilidad, pero no hay pecado, ni hay culpa. ¿Y el infierno? Pues no existe. ¿Y si te vas al infierno? Pues ya veré qué hago cuando llegue al infierno. Y si me lo preguntas, pues no, no lo creo.
- Y sin embargo seguiste en el estudio de las religiones. ¿Eso qué te ha dejado? Porque estudiarlo no sólo está en función de los otros sino posiblemente también da una respuesta a tus inquietudes personales. ¿O nada más es meramente para los otros?
- Yo creo que es meramente para los otros. Sí creo, por ejemplo, que si nos sentamos a dialogar, todos podríamos llegar a la conclusión de que estamos de acuerdo con los derechos humanos y hay que defenderlos. No importa si yo soy ateo, el otro católico, judío o evangélico. Todos estamos de acuerdo en respetar los derechos humanos. Y sí me parece que hay mucha gente que sí requiere de esta idea de lo religioso para justificar, para ser bueno. En ese sentido veo la valía de muchas religiones. Me llega a bronquear cuando el ritual es más por el ritual, o cuando el rollo es: “Te voy a matar porque crees en un Dios que se llama Yahvé o Jehová o Alá. Por el nombre nos matamos.” Pero cuando la idea es: reflexionemos sobre qué es lo que quiere Dios, para ti, para mí, para todos, creo que ahí podemos sentarnos a dialogar. Por eso me atrae mucho lo religioso.
- Normalmente la religión da sentido a la vida. Entonces, tú, sin religión, ¿cómo le das sentido a tu vida?
- Esa es la parte… No hay sentido. Lo construyes tú. Por eso entiendo que no sea una búsqueda muy recurrida el ser ateo. No es fácil encontrarte a un ateo. El sentido se lo das tú, pero ¿y si te equivocas? Pues te equivocaste (risas). Un parámetro constante es el de me voy a morir. A ver, algún día me voy a morir, y “muerto el perro se acabó la rabia”. Eso te lleva a hacerte preguntas: ¿Lo que estoy haciendo ahorita es lo mejor que puedo hacer? Si no es lo mejor, entonces corrígele carnal, porque cuando te mueras se acabó el perro y se acabó la rabia. Y eso tiene que ver con el estudio, con la diversión y con todo lo demás. Al no haber una visión de que al perder a un ser querido lo vas a encontrar en la otra vida, pues mejor dile que lo quieres ahorita, porque después ya no lo vas a encontrar. Y si vas a cambiar algo, cámbialo ahorita. Creo que es el parámetro que le da cierto sentido a la vida, pero lo construí yo.
- Supongo que a lo largo de estos años ha cambiado tu sentido de la vida. ¿Cuáles serían entonces tus sentidos de la vida?
- Durante un largo tiempo estuvo el ecológico: dejar mejor el mundo que como lo encontramos. Creo que nunca he perdido ese sentido. Ha estado siempre el político: cambiar esta sociedad, que sea un poquito más justa, menos jodida, para decir lo menos. Está el gran parámetro de la muerte que ya mencioné. Me guío mucho por el placer, cuando no me declaro sartriano me acabo declarando epicureísta. Es la cuestión de sacarle placer a todo lo que haga y evitar todo lo que genera displacer. Creo que serían esos, básicamente. El del placer sería el actual. De hecho cuando preguntan: “¿Cuál estaría en primer lugar en tu jerarquía de valores?” Mi respuesta sería: el placer.
- Algunos distinguen el placer del disfrute. Ubican el placer meramente en el ámbito de lo sensorial y el disfrute abarca la satisfacción a nivel de lo psicológico y lo social. Es más la satisfacción de la superación personal.
Yo directamente lo pondría con esta visión de placer de los sentidos… que yo me estoy tomando un café, ¡me gusta disfrutar el café! Y si de repente tengo ganas de ver una morra, ¡qué guapa está la morra! Soy bastante básico en este sentido. Y por supuesto que cuando puedo leer, disfruto las lecturas. Me hace bronca cuando tengo que leer a fuerzas. Entonces me lavo el cerebro: “Bueno, me va a servir para este curso…”, me autoengaño. Pero en términos generales si voy a las lecturas trato que sean agradables. Si voy a ver algo, trato que mis visiones sean agradables. No es tanto por superación, soy más básico, soy bastante materialote (risas).
- Pero en la perspectiva de lo que estabas diciendo de lo ecológico y lo político, los logros de ese tipo se suelen ubicar en el ámbito del disfrute y no dentro del ámbito del placer básico que mencionas.
- Sí, pero mira, aunque no soy perredista, soy filo-perredista, y nunca hemos ganado, así que no hemos disfrutado mucho (risas).
- ¿Qué significado tiene para ti la no existencia de Dios?
- Tiene un sentido de madurez y de libertad. Si yo decido hacer chingaderas es bronca mía. El que va a tener que pagar los platos rotos soy yo. Tengo la idea de que el creyente es un hijo que tiene papás. Entonces al papá le puede decir: “Dame”, le puede decir: “Ayúdame”, y el ateo acaba siendo un huérfano. “Ayúdame”, pero a quién le pido ayuda. “Dame”, pero a quién le pido que me dé. Así que lo que no logras es bronca tuya. Eso me da mucha libertad. Reconozco también que a mucha gente eso le da mucho miedo: “¿Cómo que es mi bronca? No”. Y entonces la cuestión no tiene tanto que ver con definir si alguien cree o no cree en Dios sino qué tanto te ayuda a disfrutar y a ser libre. Si hay un cuate que dice: “Yo creo en Dios y me comprometo con el otro y le ayudo…” Muy chido. ¡Cree en Dios! Y si yo para hacer todo eso necesito no creer en Dios, pues chido. Pero cuando la visión es vivida con miedo, cuando vives reprimido sin poder actuar, por culpa de Dios… pues estás en el hoyo, carnal. Creo que esa sería finalmente la pregunta. Más que andar preguntando si Dios está presente, sería: ¿Hasta qué grado eres libre? ¿Hasta qué grado estás haciendo que este mundo mejore?
Y ¿qué medida habría para saber qué tan libre es alguien?
- No, pues no, no tengo un libertómetro para saber qué tan libre eres, porque es un rollo muy personal. Creo que, finalmente, cuando uno dialoga con el otro, el otro te va permitiendo ver algunas de las cosas. Pero no sabes qué está pasando dentro. No me queda tan claro cómo medirlo.
- La ecología y la política que mencionas suponen un gran interés por la gente. ¿Cómo combinas esos intereses con el placer y la libertad? Sobre todo si, como señalabas, tienes una postura de izquierda pues la acción no es muy placentera. Y la situación ecológica tiene mucho de deprimente. Es una dimensión más dolorosa que placentera y sin embargo la incorporas como parte del sentido de tu vida.
- Creo que se va asumiendo en la medida en que se va eligiendo sus frutos. Cuando la contaminación del río Santiago hubo manifestaciones: “¡Gobierno asesino! ¡Ya límpialo!” Sería cuestión de buscar la lucha con el otro. Y tiene que ver con otro tipo de luchas. Como cuando el gobierno dijo que iba a plantar no se cuántos millones de árboles. Nadie los ha visto. Entonces, si vas a plantar tantos árboles, demuéstralo. Ya hasta premio le dieron al gobierno mexicano por los árboles que plantó y no tenemos ni idea de dónde los plantó. Tiene que ver con esta visión de placer con el otro. ¿Sería más placentero estar tirado en mi cama que mentándole la madre a Emilio? La neta es que sí (risas). Pero no es muy responsable. No creo que se dé con mis ideales el estar echado, cuando puedo mentarle la madre a Emilio. Entonces no es el placer por el placer y a toda costa.
- Es lo que tiene que ver con lo que te decía hace rato del disfrute, de una situación más amplia. Pero obviamente te estoy poniendo conceptos que no usas.
- Puede ser cierto eso que dices del disfrute. Sí. Yo pensaba en términos de que a veces cuando uno anda de ecologista acaba muerto y no creo que sea muy disfrutable (risas).
- ¿El sacrificar la vida por ideales no es absurdo cuando se tiene la idea de que todo termina con la muerte? ¿No es absurdo sacrificarse por alguien más? En tu concepción podría suponerse que como es tu única vida, no tendrías por qué arriesgarla.
- Creo que uno arriesga la vida no porque la quiera arriesgar sino porque es una consecuencia de tus actos. Si la pregunta fuera: ¿la quieres arriesgar? No, la neta no la quiero arriesgar. Y es terrible ver a compadres que tienen hijos y que los amenacen: “¡Síguele y vamos con tu familia! Y muchos luchadores sociales acaban retirándose porque la familia pesa. Pero no es que uno diga: “¡Ah!, yo soy Juan Camaney y el sentido de mi vida lo da el que me vayan a matar” sino que es el rollo de “tengo que ser coherente”.
- Pero eso podría ser más bien incoherente con el sentido de la vida que señalabas, lo coherente sería tal vez luchar pero sin arriesgar la vida, porque es todo lo que se tiene. Pero no lo planteas así y eso aparece entonces como una exigencia de trascender la propia vida.
Sí, lo que importa realmente, en este caso, sería la comunidad. Finalmente si estoy yo o no, no cambia tanto el mundo. Pero si no conseguimos evitar que se acabe la capa de ozono vamos a morir todos o si se vuelven a utilizar las bombas nucleares, pues va a valer gorro este planeta. Entonces, por eso, tiene que ver más con un compromiso con la especie que con el aspecto personal de si yo disfruto o no. Se trata de que el mundo sea más disfrutable para todos. Más allá de la situación económica o más allá de la situación política o más allá de la situación religiosa: si existe un Dios pues tendría que buscar que todos fuésemos más o menos felices, que por lo menos todos tengamos algo que llevarnos a la boca, aunque para algunos sea pan y para otros caviar, pero que todos tengamos que comer.
- Entonces el sentido de tu vida sería la vida: la tuya y la de este planeta.
- Sí, sí, sí. Y en este nombre sí creo que sería justificable el sacrificio, no como martirio absurdo sino como el: “Vamos a luchar por esto y te puedes morir”. “Pues me muero ¿cuál es la bronca?”.
- ¿Te gustaría concluir la entrevista con alguna idea que complete lo que platicamos?
- Mi familia es honesta y sinceramente católica, por lo que mi ateísmo es en primer instancia ateismo del Dios judeo cristiano y después de todas las demás concepciones de Dios.
Debo admitir que no siento rencor u odio por ninguna religión, tampoco influyó en mi decisión ningún mal ejemplo de parte de sacerdotes, religiosas o laicos. Si he encontrado malos ejemplos, en nada influyen en mi postura.
Lo único que sé, es que no me es obvio que Dios exista, pero como no poseo la infalibilidad, ni la verdad absoluta puedo albergar en lo más profundo de mi corazón el deseo de estar equivocado y que Dios en su infinita sabiduría me hizo ateo de acuerdo con su plan divino (el cual soy incapaz de entender).
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