Entrevista con Sor Josefina
¿Podrías platicar un encuentro o un desencuentro con Dios en tu vida religiosa?
Mejor un desencuentro, porque encuentros he tenido muchos: han sido satisfacciones en las tareas que me han encomendado. Esas satisfacciones apostólicas, espirituales y de convivencia humana se las ofrezco a Dios y ahí se dan mis encuentros. El desencuentro se dio en una responsabilidad que tuve. Fui superiora de una comunidad y directora de una escuela católica en un lugar de la frontera donde el ambiente es más abierto, donde tienes que educar y dar clases a hijos de narcotraficantes, de ateos y protestantes.
La escuela funcionaba muy bien, era de clase alta, para muchachos de preparatoria. Tuve una buena conexión con ellos y con los demás miembros de la comunidad educativa, pero la comunidad religiosa no funcionaba al 100 conmigo, porque todas eran personas que ya tenían tiempo ahí y yo era nueva. Al llegar no pude implantar los cambios para los que fui enviada. Yo quería una educación más abierta, porque el lugar así lo requería, se trataba de que fuera más participativa, con personas de todas las clases, de todas las edades, pero las condiciones me fueron encajonando sólo a labores con padres de familia; no podía trabajar casi nada en la escuela por todo lo establecido previamente a mi llegada. Ni siquiera pude dar una clase en preparatoria en el último semestre. La comunidad religiosa decía que el proyecto educativo que se había hecho en los años anteriores estaba perfecto, ¿para qué entonces agregarle o suprimirle algo? También estaba confabulado el magisterio de la escuela. Y entonces los objetivos de apertura, comunicación y respeto a las personas no pude realizarlos y fue muy frustrante.
Mi desencuentro con Dios fue: ¿eso es lo que quieres para mí? ¿Cómo lo voy a manejar? En mi oración yo decía: bueno Señor ¿qué quieres de mí, que trabaje la humildad? Pues yo me imagino que sí, porque me falta.
Para llevar la vida en paz, yo cedí. Y no quise ni supe hacer una aclaración. Me sumé a lo que se quería en años anteriores para no tener dificultades, pero me sentí muy frustrada todo el año escolar.
Patiné con la fe de tal modo que terminé el año muy forzada, aunque hubiera podido decir: yo ya no sigo, a ver quién termina, pero mi responsabilidad como persona era terminar lo que se había iniciado así que esperé hasta finalizar el curso. Fue cuando vino el desencuentro bastante fuerte. Aproveché el tiempo de vacaciones escolares para estar en casa familiar y reencontrarme, pero para reencontrarme tuve que desencontrarme pues hasta dejé de rezar, de ir a misa, de comulgar, de todos esos detalles de una persona consagrada. Fue un rechazo a la oración y a los votos de pobreza y obediencia. ¿Por qué tengo que obedecer? ¿Por qué tengo que ser pobre? Esos dos meses fueron también de buscar ayuda profesional con religiosos y seglares. Fue un trabajo muy fuerte para poder volver a respirar y volverme a encontrar. Pero fue un desencuentro muy fuerte de dos meses.
El aspecto emocional también tuvo su choque: somaticé lo que afectivamente estaba viviendo.
Volví al convento y estuve tratando de reencontrarme con Dios, porque aquí no se podía de otra: o vives la vida como debes o buscas otra salida. Ese desencuentro me marcó mucho, pero volví a saborear después el encontrarme con Dios.
Se podría pensar que el desencuentro fue con tu comunidad, pero la relación con Dios es la relación con Dios ¿Qué es lo que te llevó a empalmar las dos cosas y que fuera un desencuentro?
Es la misma institución la que me ha formado y que tomo como voluntad de Dios, y entonces lo encadeno con otras situaciones semejantes como cuando murió mi madre. Me dejaron estar con ella, ya que estaba grave. No era porque nadie la pudiera atender sino por el lazo afectivo. Me hice a la idea de que me iba a quedar hasta que ella faltara. Y exactamente a los dos meses me dicen: “Regrésate porque te necesitamos”, y yo, como hice voto de obediencia me regresé. Ahora lo hubiera dialogado, pero en ese tiempo no se usaba el diálogo. A las dos semanas de mi regreso murió mi mamá y hubo un choque, pero fue más leve o yo tenía menos experiencia. No te sé decir qué es lo que influyó, pero el que desató lo más fuerte fue este último.
Otro desencuentro fue en otra escuela, pero ahí fue al revés, la comunidad religiosa me apoyó y los padres de familia me rechazaron, porque a las dos personas que había ido a sustituir eran las fundadoras de esa institución y entonces esos padres se preguntaban cómo venía una persona a renovar lo que las fundadoras habían hecho.
¿Qué te hace llegar al reencuentro?
Es el dolor físico. En estos momentos estoy en una etapa de declive por la edad. Hay varias enfermedades que me han pegado fuerte y es el momento en que digo que está finalizando la vida y me digo que tengo que ponerme más al encuentro con Dios y al reencuentro muy vivo. Y yo lo noto: el día que tengo más dolor hay más oración. No porque los otros días no la haya, pero ese día es más centrado, más personal, más profundo. Y ya le he dicho a Dios en mi oración: si quieres que esté más pegada a ti, pues sígueme mandando dolor. No porque me despegue de Dios por ningún motivo. Yo soy muy de la línea de Santa Teresa de Jesús, de San Juan de la Cruz, de determinados actos de su vida y de sus sacrificios.
Es como ofrenda a Dios, cuando me llega el dolor estoy horas y horas en oración y ofreciendo.
Hace seis meses cumplí cincuenta años como consagrada y fue un reencuentro con Dios. Le dije: “Eres fiel conmigo, llegamos a este tiempo y a pesar de mis deficiencias físicas continuamos”. Fue una reafirmación y un reencuentro a otro nivel.
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