La primera vez que hice el amor tuve una experiencia mística

Entrevista con Amanda

Aunque mi educación familiar y escolar fue católica y recibí todos los sacramentos que correspondían a mi edad, a Dios no lo vivencié en los rituales de la Iglesia, excepto en los ejercicios espirituales que hice con los jesuitas.
A Dios siempre lo he sentido vivamente desde niña. En la casa me sentía muy sola y muy acompañada: sola porque mis hermanas eran varios años mayores que yo. Cuando yo tenía siete años, ellas ya estaban en una etapa completamente distinta a la mía así que me tocó jugar mucho sola. Para entretenerme: inventaba canciones, escribía cuentos y poemas, les ponía música a mi manera y me subía a la azotea a tocar guitarra. El contacto con Dios me llegaba como experiencia de consolación, de sentirme muy acompañada estando sola. Lo que escribía era en base a la soledad, al llanto y demás. Y cuando empezaba a sentirme plenamente feliz era cuando veía el cielo: me sentía abrazada por la luz y sentía la presencia de Dios. Eran momentos plenos.

Las señales del cielo

Desde niña he sentido las señales del cielo. Si veo las nubes grises y me clavo en un hueco de luz que hay entre ellas, lo interpreto como una indicación de que el día va a estar difícil, pero tendrá una buena salida. Es la que voy a encontrar porque es donde mis ojos se fijaron primero. Al poco tiempo de que veo eso, sucede algo que me confirma el mensaje.
Cuando rompí con mi pareja, hace muchos años, estaba en la playa en una tarde muy lluviosa, con unas nubes muy negras y a los diez minutos, a mis espaldas, el cielo se dividió en despejado y lluvioso. Al aclararse el panorama atrás de mí, apareció un arco iris con colores fuertes y nítidos. Para mí fue un mensaje de que algo padre iba a suceder respecto a mi pareja, pero no de inmediato, porque estaba a mis espaldas. Pasaron como siete u ocho meses después de esa tarde, y sucedió lo que había interpretado.
Así me han pasado muchísimas cosas. Por ejemplo, el día que murió mi tía yo amanecí con un cansancio depresivo fuerte, no me podía levantar de la cama, pasé toda la mañana dormida. Cuando salí a la calle vi el cielo muy gris, empezó a llover, pero se colaron unos rayos de sol entre las nubes negras y no entendí eso hasta que supe de la muerte de mi tía. El rayo de luz era como la indicación de que por fin había llegado al estado espiritual que ella había estado deseando desde su gran deterioro físico y mental.
Siempre ha sido como si el cielo me hablara con sus señales. Claro, el problema es interpretarlas.

Los mensajes de los animales

Pero las señales no se reducen al cielo, también se dan con los animales. Cuando yo tenía seis o siete años estaba jugando con mis primos en un parque, corríamos mucho, pero yo de pronto me paré en seco. Mis primos, sacadísimos de onda, me preguntaron: “¿Qué te pasó?” y les contesté: “Ya no me puedo mover”. Ellos se rieron y siguieron corriendo, pero yo sentía que me tenía que quedar ahí. Pasó un rato más y oí a un pajarito que estaba piando. Fui a buscarlo y lo encontré herido, debajo de un arbusto, como a metro y medio de donde yo estaba. Fue la experiencia de abrazarlo y protegerlo, pero no me lo pude llevar a casa, porque ya en el coche le empezaron a salir gusanos y mi tía me dijo que lo tenía que dejar porque se estaba muriendo. Primero lo protegí y después lo tuve que soltar. Fue tan impresionante que hasta me acuerdo de la ropa que traía. Me sentí sola, pero también profundamente acompañada por Dios, muy habitada y consolada. Al pajarito lo dejé bien arropado, hasta lo bendije. Me fui con la sensación de haberlo cuidado y protegido, pero también con la conciencia de que no tocaba más, que de mí no dependía su vida.
Las muertes de mis abuelitas, de mi papá, las rupturas afectivas, el dolor, también me han llevado a sentir la presencia de Dios en diferentes formas y las formas han cambiado de fuera para dentro.

La primera vez que hice el amor

Una experiencia de éxtasis fue cuando hice por primera vez el amor. Fue como si hubiera sido un encuentro total de mí, conmigo, con mi cuerpo, con mis emociones, con todo lo que yo era. Pero al mismo tiempo un vaciarme de mí y llenarme de mi pareja. Fue una experiencia de éxtasis total que nunca había vivido.
Cuando estoy totalmente entera es como estar experimentando a Dios en mí, a través de un silencio que me llena, que me habita, de esas sensaciones llevadas al máximo, de este vaciarme en mi amado. No sé cómo explicarlo, pero fue como una experiencia de totalidad a través de lo carnal y lo no carnal, de lo que no tiene palabras, de lo que es difícil de explicar y de tocar.
Las veces siguientes ya no asocié tan carnalmente lo espiritual. Ya no se dio la conciencia de una experiencia mística como sucedió también una vez que estaba platicando con mi marido, a la hora de la comida. De repente, la música que estaba oyendo me inundó toda, toda, y dejé de escucharlo. Simplemente me fui a la inconsciencia un rato y después lo escuché otra vez. Fueron segundos, pero fue muy parecido a estar en la intimidad, como una explosión padrísima que todo lo llena, que todo lo habita.

Un maestro espiritual diferente

Cuando entré en un proceso más serio de ordenamiento interior, después de haber pasado por varias corrientes de la psicología, me metí a terapia corporal. Ahí, después de estar danzando con tambores mucho rato, suspendimos el baile y nos recostamos boca abajo para ver lo que sucedía. En ese momento se me apareció un anciano, un maestro espiritual, pero no lo identifiqué como un espíritu sino como una imagen de mi mente. Pero, a partir de ahí, siguió presentándose y ha sido una vertiente que me ha marcado, han sido encuentros con seres de luz.
Después de eso que me sucedió al final de la danza, en retrospectiva, me di cuenta que en la infancia había tenido experiencias parecidas.
Por ejemplo un día que tuve un calenturón, que todo el mundo corría y me bañaban con toallas, yo vi una luz muy grande. No sé si me estaba yendo o qué, pero oía cantos de pájaros y yo sabía que esa luz era Dios y le decía a mi mamá: “Ya están cantando los pajaritos, mamá”. Y los que estaban ahí tradujeron mis palabras como una alucinación visual y auditiva por la alta temperatura, pero me acuerdo que sentía vivamente una presencia.
En otras ocasiones veía también como a un angelito-niño que estaba junto a mi cama. Sabía que venía, me acompañaba y me podía dormir tranquila a pesar del miedo que me daba estar arriba y todos abajo.
Esa presencia la veía y para mí era lo más normal, porque yo creía que todos la veían, que era alguien de la familia que se nos había adelantado, que se había ido a la otra vida antes que nosotros. Después me di cuenta que no la veían todas, que nada más la veía yo.

¿Tu encuentro con ese anciano, con ese guía, te cambia tu perspectiva espiritual?

Me cambia en el sentido de que me siento confiada en un Dios que está acompañado por muchos seres: maestros, ángeles, seres de la familia que ya partieron y están ahí. A partir de entonces ha sido una confianza absoluta de que lo que necesito vivir es lo que estoy viviendo, que puedo cambiar mis circunstancias haciendo algo diferente, buscando mejores formas que den significado a mi vida, que la hagan más sabrosa, más padre. Que mis relaciones con mi marido, mis hijos, con la gente, tengan mayor calidad. Todo eso de por sí es muy padre y además, sucede que tengo a alguien que me acompaña y da respuestas.
Cuando hay angustia en mi vida recurro a ese espacio interior en que digo: “todo va a estar bien”. Porque incluso en los rollos materiales del dinero, que es lo que más me ha preocupado en lo cotidiano, también ahí he recibido respuestas. Te puedo poner muchos ejemplos en que Dios ha estado presente, incluso en necesidades chiquitas e insignificantes como conseguir un muy buen pastel de cumpleaños trayendo muy poco dinero el la bolsa. Hasta en eso hay presencias cariñosas, hermosísimas.
Otro regalo que siento es el verme totalmente chiqueada, privilegiada y abrazada por la gente con la que he convivido desde que nací. Me siento como una persona muy, muy amada. Tan amada que tengo mucho amor que dar y no se acaba, y no se acaba. Es como estar vibrando, como si viviera en el orgasmo constante. Así me siento, cachondamente con la vida, siendo una con la vida.
Hacer el amor, para mí, es hacerte uno con el otro, y en esta etapa de mi vida siento que he estado conquistando esto: el vivir haciendo el amor. Haciéndome una: cuando trabajo, cuando como, cuando platico, cuando juego… Es una sensación interior de plenitud y digo: “¡Qué rico!”. Es como vivir en un estado interior de conexión con todo, y veo los efectos en la gente, en mi trabajo, es otra vibra, otros resultados, porque sé que soy una hija de Dios muy amada, como todos, y que me está llevando de la mano y sólo me tengo que dejar conducir y quitar esa angustia de que de mí dependen los resultados, que por mí van a salir las cosas bien o mal. Quitar ese peso ha sido como el tapón que se removió para que saliera todo ese amor y se conectara con una confianza en la vida.
Mi trabajo en las psicoterapias corporales sale de una manera si traigo miedo y otra muy diferente cuando me abandono y dejo que todo fluya. Es delicioso porque la terapia se va por donde menos pienso, es como si mi intuición fuera conducida por alguien más. Cuando pierdo la conexión y la recupero con instantes de meditación, me ha sucedido que se me presenta un colibrí o muchos y eso me recuerda que el proceso de terapia no depende solo de mí. Es decir, tengo interés en hacer las cosas y me esfuerzo porque salgan bien, para que la persona crezca y se quede con material que le sirva, pero se va a dar lo que toca que se dé. Es como una conexión de vivir en unidad.
A veces me regaño porque no hago meditación suficiente o no hago tal o cual cosa para estar en mejor condición de salud, pero el chiste es sentir a Dios más encarnado y sentirme en sus manos, abandonarme en él y fluir.

¿Vives en la confianza en todo?

Sí, aunque la angustia también me saca del estado de armonía y paz. Pero en esta época de mi vida hay más confianza.

Sería difícil que no te desarmonizaras, porque suceden demasiadas cosas que son para desarmonizar a cualquiera. La cuestión es volverse armonizar. ¿Se te está haciendo más fácil el armonizarte?

Se da cada vez más rápido el volver a armonizarme. Si la parte de oscuridad quiere desarmonizarme con mi marido, por ejemplo, pues que esa parte se vaya de aquí, que no es su hogar. Y me vuelvo a conectar con la parte del sí que es más fuerte y regresa el equilibrio.

¿Qué te ha facilitado la armonización?

Yo creo que es un regalo, pero también ha sido por manejar mejor mi frustración, el enojo y la ansiedad de una manera más corporal, sacando tensiones y también meditando más.
Todas las mañanas las divido en trabajo con la gente, meditación y armonización corporal. Si se puede, descanso un rato o me voy al sol a cargarme de energía.
Lo que ha facilitado la armonización es una combinación de regalo, trabajo sobre las tensiones corporales y meditación. También el baile interviene. Estoy bailando mínimo una canción diaria y eso ha cambiado mucho mi energía. Después trabajo los ejercicios de chakras y articulaciones y me siento bien con mi cuerpo.

¿Cómo meditas?

Trato de hacer un silencio interior y ponerme en manos de Dios. A veces recito algún mantra. Otro día puedo trabajar con una imagen o me quedo escuchando música conectada con mi cuerpo, con mi respiración. También hago algún ejercicio de contemplación o invito a un ser de luz a que me dé información de qué hacer en ese momento o simplemente me quedo en silencio, que siento que es lo que más me da.

¿Qué impacto han tenido en tu vida estos seres de luz con los que te relacionas y dialogas?

Ha sido como el impacto de una cascada que cae muy fuerte, puede sentirse como un gran golpe, pero se transforma en río con un remanso muy apacible y tranquilo.
El contacto con ellos ha sido hermosísimo, porque me dan información que necesito y yo no sé. Es muy padre porque me relaciono con la gente y con mis pacientes a tres niveles: uno que es el de lo que se dice y se hace; otro es lo que yo percibo que es y que sucede; y el otro es el de la información que ellos me dan. Es decir, la vida la ves a través de tres ojos: los de la gente, los míos, y los de los seres de luz. Los tres se dan de manera automática si me pongo en esa conexión. El impacto es fuerte porque transmiten su información a través de mis pensamientos, aunque se oiga medio loco. Yo voy comprobando lo que me dicen. Si no es algo de ellos me doy cuenta, porque es un pensamiento con un contenido falso y lo siento en mi cuerpo. Mi cuerpo es el radar que tengo para distinguir lo que es verdad de lo que no.
A mi no me dicen cosas como dónde invertir o el número que sacará el premio de la lotería o cosas que no estén directamente relacionadas con el crecimiento personal, espiritual o de la salud de las personas. La información que me dan es para ayudar a la gente y eso me gusta muchísimo.

¿Cómo te ayuda tu cuerpo a distinguir lo que es verdad de lo que no?

En pecho y estómago siento cuando las cosas son o dejan de ser. No nada más las señales que te decía del cielo, de los sueños o de los animales. Mi cuerpo siente cuando las cosas están siendo para mí verdaderas. Lo siento al platicar con la gente. También mi cuerpo siente lo que está sintiendo la gente. Puedo sentir la angustia de las personas y al platicar con ellas sale que realmente tienen angustia.
Es como te decía de hacer el amor con la vida. Con esa conexión yo checo en mí misma si es o no es. Es una brújula de sensaciones muy linda, me guía por el relax, las tensiones, la respiración…

La información que te dan, entonces, la checas en tu cuerpo, en tu pecho y en tu estómago. Y ahí ves si es cierto o no.

Sí, y cuando veo que no es cierto aparece el por qué. Vuelvo a preguntar y empiezo a indagar por un camino o por otro. Es un movimiento interno que me va guiando a partir del material que me va dando la gente. Ya no me importa separar qué es lo mío o qué es de ellos. Antes sí estaba muy obsesionada con esas distinciones. Ahora veo que el chiste es que salga, no importa qué sea de quién.

¿Hacia dónde quieres ir en tu crecimiento espiritual?

Quiero seguir dándole significado a mi vida, disfrutando todo lo que hago donde estoy. Para mí disfrutar, en gran parte quiere decir contemplar, estar en contacto conmigo en silencio y soledad, con mi marido, con la gente, con la naturaleza, con la música.
Tengo muchísimas ganas de hacer más a Dios en mi vida. Una amiga me dijo: “Ya estás en la mediana edad cuando los sueños aterrizan y los ideales se están encarnando”. Quiero que mi vida sea sabrosa, que lo que haga lo haga profundamente convencida, entregadísima, apostándole al todo por el todo en cada momento.
Me gusta mucho estar atenta a todas las señales que hay y aprovechar el momento presente. Me encantaría ser una persona que pueda vivir el hoy y explotarlo al máximo. Y el hacer la vida muy unida con Dios es de veras poder ser muy feliz, porque estoy con la plena confianza de que Dios me está poniendo el camino para que yo fluya. Ahí están sus huellas y yo nada más tengo que encontrarlas, sentirlas y seguirlas.
Me encantaría ser cada vez mejor mujer, mejor mamá, mejor terapeuta, aprender a crecer en las dificultades y disfrutar. Aprender a tomar y a soltar, a caminar y a detenerme, a hacer voz mi corazón y a guardar silencio. A equilibrarme en los opuestos de la vida.

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