Por Larisa
El gran sueño, la mayor ilusión de mi vida, era casarme y tener hijos. A los 30 años estaba profundamente desanimada porque todavía no lo había logrado y no existía ningún indicio de que pudiera realizarlo pronto. Estaba atorada, estancada, sin ningún estímulo para seguir. No me salía el gusto por la vida por ningún lado.
Me decía: “Una vez … sólo se vive una vez … no puedo fracasar ¿quién me puede ayudar?” Y me vino a la mente una jaculatoria que aprendí de niña: “Sagrado corazón de Jesús, en vos confío”. Y le dije a Dios: “Bueno … pues yo no sé qué hacer con mi vida, no me mueve nada, no me inspira nada. Sé que tengo que seguir y sé que lo más grande para el hombre, para su bien aquí en la tierra y en la eternidad, es cumplir la voluntad de Dios, pero no tengo ni la menor idea cuál es y siento que está más allá de mi poder el entender algo de Dios y mucho menos su voluntad.”
En ese tiempo pensé: estoy parada en seco, no me mueve nada, no puedo saber qué es lo mejor para mí. Si Dios me creó y quiere lo mejor voy a aprender a confiar en El, a pedírselo. Así me lo habían enseñado y era lo único con lo que contaba en ese momento crítico de mi vida. Entonces empecé a repetir la jaculatoria a mi modo: “Sagrado Corazón de Jesús en voz confío mi vida”. La repetía simplemente por decirla, sin fe, como una tabla que quizá podría llegar a sostenerme en el vacío.
A partir de entonces he repetido la jaculatoria cada día, con diferente intensidad: en tiempos de crisis muchas veces y en otras ocasiones apenas si me he acordado de decirla. Pero ahora tengo más fe, hay muchas situaciones que se acomodaron a mi favor y reforzaron mi fe. En muchos problemas de mi vida sentí la mano de Dios que intervenía y me ayudaba.
Lo que tanto quise, como lo quise … no se me dio, es cierto, pero ahora: jubilada, sin pareja y sin hijos, siento una gran satisfacción con tantos años de trabajo. Me sentí realizada como maestra, ayudando a muchos niños a adquirir destrezas básicas y a superar sus problemas de aprendizaje. Aporté mi grano de arena en las comunidades que me tocó trabajar y aprendí mucho de mis compañeros.
Seguí conociendo a Dios a través de la misa, la oración, el estudio, las pláticas, los grupos, etc. Sigo poniendo mi vida en sus manos, pero ya no tan ciegamente como antes sino ahora con la convicción de que está conmigo. Y lo sigo buscando … observo las circunstancias que me rodean y estoy atenta a sus manifestaciones, porque si le agrada que cumplamos su voluntad, pues estoy segura de que nos va a poner los medios para que la encontremos. Sé que esto no es fácil, pero ya me ayudó en la etapa más difícil de mi vida y, a pesar de que no era lo que yo andaba buscando, me ha dejado una satisfacción muy grande.
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