por Arturo Michel Pérez
A los funerales de Jalalud-din Rumi (1207-1273) asistieron musulmanes, católicos, cristianos ortodoxos y judíos que lo reconocieron como maestro. Esto expresa una gran apertura espiritual tanto de él como de todos ellos y nos recuerda un cuento suyo en El Masnavi:
“Una vez Moisés oyó a un pastor rezando de la siguiente forma: “Dios, muéstrame dónde estás, para que pueda convertirme en tu siervo. Yo limpiaré tus zapatos y peinaré tu pelo, coseré tu ropa e iré a buscar tu leche”.
Cuando Moisés lo oyó rezando de esta manera insensata, lo reprendió: “Necio, Dios es un Espíritu, y no tiene necesidad de semejantes servicios vulgares, como supones en tu ignorancia”.
Ante esta reprimenda, el pastor se sintió avergonzado, rasgó sus ropas y huyó al desierto.
Entonces se oyó una voz del cielo que decía: “Moisés, ¿por qué has apartado a mi siervo? Tu trabajo es reconciliar a la gente conmigo, no ahuyentarla de mí. Yo he dado a cada raza diferentes usos y formas de alabarme y adorarme. No necesito sus oraciones, no miro las palabras pronunciadas sino el corazón que las ofrece. No quiero palabras finas sino un corazón ardiente. Las maneras en que los hombres muestran su devoción a mí son varias, pero mientras las devociones sean genuinas, son aceptadas”.”
Rumi es uno de los grandes poetas místicos que ha tenido el Islam y la humanidad. Su libro El Masnavi-i-Manawi (versos espirituales) lo fue dictando a lo largo de 43 años, muchas veces en estado de trance. Los iraníes se han referido a ese texto como El Corán persa y ha sido uno de los libros de la cultura islámica más traducidos y consultados por las culturas europeas . Todavía se vende y se lee en muchos países musulmanes y cristianos. Sus enseñanzas han tenido influencia en gente tan diversa como Hegel, Eric Fromm, Robert Graves e incluso inspiró al físico Abdus Salam para formular la teoría de la unificación de las energías fundamentales que le valió el premio Nobel junto con Robert Winer.
Una familia de sufies
Rumi pertenece al sufismo, una corriente mística que se desarrolló dentro del Islam y que fue muy combatida por los doctores de la Ley (revelada al profeta Mahoma) hasta que fue tolerada gracias a que Abu Hamid al Ghazali (1059-1111), doctor de la Ley, se volvió sufi, para experimentarla desde el interior.
Cuando Rumi se incorporó al sufismo este movimiento místico llevaba ya un siglo de ser tolerado y formaba parte de la vida cotidiana en Balj (Afganistán) donde nació, en Samarcanda (en la que vivió de niño) y en Konya (Turquía asiática) donde residió y enseñó la mayor parte de su vida.
Ser sufi y máxima autoridad espiritual de Konya (Sheij) fue algo que se convirtió en tradición familiar, empezando por su papá, Bahá ud-din Walad (llamado el Sultán de los Sabios) hasta Ulú Aref Chelebi, bisnieto de éste.
Rumi se convirtió en el Sheij de Konya a la edad de 24 años, cuando murió su padre.
Durante sus primeros cuarenta años Rumi siguió con exactitud el modo de vida establecido por su padre: ir a cursos, estudiar, enseñar, dominar el cuerpo con ascetismo, meditar y cumplir con los ritos de la religión. En todo ese tiempo, y siguiendo con las indicaciones de sus maestros sufies, también fue desarrollando el auto-conocimiento, la interioridad y aprendiendo a desarrollar la percepción y la acción en los mundos visibles e invisibles de acuerdo a los métodos de esta corriente mística. Este desarrollo se fue reconociendo en la capacidad de ver auras y de interactuar con animales, fuerzas naturales, difuntos, seres sobrenaturales, etc.
El maestro Shams de Tabriz
La vida de Rumi se transformó en noviembre de 1244, cuando conoció al desconcertante y perturbador Shams de Tabriz, un maestro sufi, un hombre con percepciones y poderes extraordinarios.
Shams confesó alguna vez: cuando “yo era niño, veía a Dios, veía al ángel, contemplaba las cosas misteriosas del mundo superior y del mundo inferior. Pensaba que todos los hombres veían lo mismo”.
Su padre lo envió a Tabriz para que aprendiera las ciencias y después fue muy reconocido como alquimista, filósofo, astrónomo, lógico y dialéctico. Se desplazó por Asia Central y Asia Menor buscando el conocimiento de maestro en maestro y logró adquirir múltiples poderes que lo hicieron admirable y temible.
A los sesenta años, en un momento de soledad, pidió conocer un hombre de Dios, un hombre de amor inmenso y “le ofreció su cabeza a Dios”. Es decir, quiso conocer a ese hombre y morir. Y oyó una voz interior que le dijo: ““Dirige tus pasos a Anatolia””.
Así llegó a Konya, una ciudad de cien mil habitantes, y durante un mes anduvo vagando por la ciudad. Cuando vio a Rumi enseñando a sus alumnos y lo oyó hablar, supo que era él a quien buscaba.
Hay por lo menos tres versiones del momento en que los dos se conocen. Cada una coincide en lo esencial pero varía en los detalles. Aquí reproducimos una versión:
“Sentado en un banco cerca de una fuente, Rumi lee. A su lado va depositando libros manuscritos. De repente, un hombre extraño, vestido con un gran manto negro, se acerca. Sin decir palabra, se apodera de los libros y los tira al agua de la fuente. Rumi se levanta estupefacto por este gesto.
- ¿Por qué has hecho esto? – Le dice en un tono irritado. Estos libros eran de mi padre, eran infinitamente preciosos para mí y tú los has destruido.
Sin decir palabra, el hombre, un derviche anciano, vestido con un manto negro, sumerge de nuevo sus manos en la fuente y, uno a uno, saca los libros que le entrega a Rumi totalmente secos.
- ¿Quién te mueve a hacer esto? – pregunta Rumi.
El derviche lo mira intensamente:
- Esto se llama “Deseo de Dios” - responde.
En ese preciso momento Rumi se descompone y su rostro expresa una emoción indecible. Y partieron juntos…”
Rumi reconoció a Shams como un gran maestro, suspendió de inmediato su enseñanza y todas sus actividades para aprender. Durante tres meses se encerró con su maestro en la biblioteca, el lugar más aislado de la casa y encargó a su hijo mayor, Sultán Walad, que cuidara que nadie les molestara.
Después de ese encierro mantuvieron una convivencia intensa trece meses más, pues Shams siguió viviendo en casa de Rumi hasta que tuvo que huir a Damasco.
Sobre lo que pasó en esa convivencia obtenemos una idea con el siguiente relato de Kira Jatún, esposa de Rumi:
"Yo intenté espiar lo que hacían a través de una grieta de la puerta. De repente, la pared posterior de la habitación se deslizó y seis seres radiantes entraron por la apertura que se había abierto. Esos desconocidos, que irradiaban un resplandor místico, saludaron a Jalal y a Shams, y colocaron frente a ellos un ramo de flores recién cortadas. En seguida se sentaron todos juntos en completo silencio hasta la hora de la oración matinal. Después esos hombres instaron a Shams a que dirigiera las oraciones de la mañana, pero él no aceptó. Se ofreció entonces el honor a Jalal, que dirigió la plegaria con tanta belleza y humildad que los ojos se me llenaron de lágrimas. Cuando acabó el servicio religioso, los seis desconocidos se fueron por la misma apertura de la pared por donde habían entrado.
Después, Jalal salió de la estancia y se dirigió directamente hacia mí. Dándome las flores, me dijo: "¡Cuídalas bien!"
Al día siguiente tomé algunas flores del ramo y las llevé al mercado de los perfumes para averiguar de dónde procedían, pues nunca había visto ninguna igual. Todos los comerciantes quedaron asombrados por su frescura, su color y su aroma divino. Al verlas por azar un comerciante hindú que estaba de paso en Konya, exclamó: "¡Esos son pétalos de una rara especie de flores que sólo crecen en un lugar del sur de la India. ¿Cómo ha podido llegar hasta Konya en pleno invierno?"
Volví a casa completamente desconcertada y, cuando vi a Jalal, me instó a que cuidara esas flores con especial atención, ya que eran un regalo especial que me habían obsequiado los jardineros de un paraíso secreto en la tierra."
Shams como guía espiritual
Shams era un hombre aparentemente contradictorio y provocador, usaba sus poderes para hacer cosas maravillosas y terribles, era encantador y brutal. Algunos sabios de su tiempo lo llamaron “el Sable de Dios”.
En el adiestramiento espiritual de Rumi, Shams se encontró con un discípulo obediente: le prohibió leer los libros de su padre que tanto apreciaba, le ordenó no hablar con nadie, le pidió que fuera a comparar vino al barrio judío a pesar de que el Islam prohíbe el consumo del alcohol; todo lo fue cumpliendo gracias al dominio que tenía de sí mismo. También maltrataba a su alumno y sobre esto decía: ““Cuando mis insultos logran herir a un incrédulo centenario, se vuelve creyente; si hieren a un creyente, se vuelve santo y entra en el Paraíso””.
Este resultado, aunque no el método, lo confirma Rumi cuando nos dice en El Masnavi: “Porque el cuerpo terrestre se ha convertido todo él en piedra filosofal gracias a Shams de Tabriz”.
La piedra filosofal es el producto alquímico que permite la transmutación de los metales groseros en oro puro. Shams hizo un “trabajo alquímico” con Rumi y lo convirtió en piedra filosofal. Su aprendiz resumió ese proceso con estas palabras: ““Estaba crudo, me cocieron, estoy consumido””.
Más adelante explicaremos mejor esta transformación.
La brutalidad de Shams y su muerte
La presencia y la actividad de Shams en la familia de Rumi también fue trágica, pues pidió como esposa y se casó con Kimyá Jatún, una bella joven que vivía con la familia y era el amor de Alá ud-din, hijo menor de Rumi.
Shams, Kimyá y Ala ud-din tuvieron serias dificultades en la convivencia familiar. Aparentemente el hijo de Rumi no se resignó a perder a Kimyá y esta tampoco quiso olvidarlo. Shams tuvo que advertirles que guardaran su debida distancia.
Un día Shams se enfadó en exceso al no encontrar a su mujer en casa, pues paseaba por el jardín con otras mujeres de la familia. A su regreso, Kimyá fue objeto de la furia y la maldición de su marido y quedó inmóvil, totalmente rígida, dando gritos. Murió a los tres días.
“Cuando se supo su muerte en Konya, se empezó a decir: “La pobre muchacha ha muerto a causa de una maldición de Shams, ¿quién puede soportar a un hombre como él?”” Por su parte, Alá ud-din, lleno de ira y dolor, amenazó de muerte a Shams si no abandonaba la casa paterna y la ciudad de Konya.
Ocho días después de la muerte de su mujer, el 15 de marzo de 1246, Shams desapareció sin avisale a Rumi. Este lo buscó durante varios meses y cuando lo ubicó en Damasco lo mandó traer a Konya. Regresó el 8 de mayo de 1247 con un gran recibimiento organizado por Rumi.
Shams desapareció de nuevo el 5 de diciembre de 1247, pero se cree que fue asesinado por un grupo de discípulos de Rumi que estaban indignados por la influencia que ejercía este hombre en su maestro. El hijo menor de Rumi también participó en venganza por la muerte de Kimyá.
Rumi se había dado cuenta de las intenciones asesinas de su hijo y le advirtió en una carta: ““La dirección hacia la que conduces tu caballo no es el agua, es un espejismo, y llevas a tu cabalgadura a la muerte”” Y en alusión a los cómplices afirmó: ““Toda esa gente está muerta” …”¡No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas!” … “Si tú quieres, puedes apartar su influencia…, tú puedes””.
¿Qué pensar de Shams y de los motivos de su muerte?
Lo que aparece de inmediato, obviamente, es el comportamiento desmesurado de Shams con su mujer y la inseguridad emocional que se vivía en ese matrimonio. Esto podría indicar una seria deficiencia afectiva de este maestro espiritual. Si pensáramos en él como el gran maestro provocador de aprendizajes espirituales a través de medidas rudas, entonces podríamos ubicar el matrimonio y la muerte de Kimyá en esa dirección y los aprendices serían todos los involucrados en el acontecimiento. Otro motivo podría ser que había ofrecido su vida a cambio de conocer a un hombre de Dios con un amor inmenso (Rumi); y dentro de esta perspectiva el asesinato fue la manera en que se aceptó su ofrenda. Estos tres motivos no son excluyentes y todos pudieron intervenir en la conformación de la tragedia.
Rumi interpretó el asesinato de Shams como una ofrenda y una predestinación divina: ““Dios hace lo que El quiere, y juzga según le va en gana… Shams había puesto su cabeza en prenda en señal de reconocimiento a nuestro misterio. Forzosamente, la predestinación divina ha provocado al individuo que ha tomado las disposiciones adecuadas””.
A Rumi le afectó profundamente la muerte de Shams. Incluso cuando murió su hijo menor, Alá ud-din, no asistió a su funeral.
Tiempo después visitó la tumba de su padre y la de su hijo y comentó: ““He visto que en el mundo del más allá, mi maestro, Shams de Tabriz, ha hecho las paces con Alá ud-din. El le ha perdonado y, por su intercesión, Alá ud-din forma parte de los que son objeto de la misericordia de Dios””.
En El Masnavi Rumi interpreta lo maravilloso y terrible de Shams y lo difícil que era entenderlo si se pertenecía al común de los mortales:
“El sol (Shams) de Tabriz es una luz perfecta. ¡Un sol sí, uno de los rayos de Dios!” … “¿Cómo puedo explicar “El Amigo” a alguien para quien El no es Amigo?” … “Es mejor velar los secretos de “El Amigo” … “Ello es preferible a que los secretos del amigo sean divulgados en la conversación de los extraños” … “Si el Amado fuera expuesto a la vista exterior, tú no lo resistirías, ni el abrazo ni la forma” … “Si el sol que ilumina al mundo fuera arrastrado más cerca, el mundo se consumiría. Cierra tu boca y cierra los ojos de este asunto” … “No sigas buscando este peligro, esta mortandad; en el futuro impongo silencio sobre el sol de Trabriz””.
La transformación de Rumi
Habíamos dicho anteriormente que Rumi reconoció que Shams lo transformó en “piedra filosofal” por medio del “fuego espiritual”. El significado de esto se aclara cuando vemos que Rumi llama metafóricamente a Dios como luz, fuego, sol:
“Cuando Dios aparece a Su ardiente amante, el amante es absorbido en El, y ni tan siquiera un pelo del amante permanece. Los verdaderos amantes son como sombras y cuando el sol brilla en la gloria, las sombras se desvanecen. Es un verdadero amante de Dios aquel a quien Dios dice: “¡Yo soy tuyo y tú eres mío!””
Y, para él, esa es la meta, llegar a ser un ser humano “cuyo cuerpo entero está transustanciado en “cuerpo de luz” y convertido en puro fuego espiritual”. Por eso se exhorta a sí mismo y a sus lectores: “Un fuego divino arde en tu interior, no retrocedas como un cobarde. ¡Hierve en ese fuego! ¡Cuécete como el pan! Pronto serás el manjar de toda mesa, el alimento que da la vida a toda alma”.
La unión con Dios fue lo que se propuso y lo que logró. Por eso, cuando resumió su vida lo hizo con tres palabras: “Yo ardí, ardí y ardí”.
Rumi interpreta el símbolo del fuego y de la luz como el conocimiento de la unidad que Dios tiene con todo lo creado; una unidad que es amor. Conocer esa unidad y actuar en consecuencia es vivir en la luz, es consumirse en el fuego. Así, los seres humanos se distinguen por el grado en que viven ese conocimiento y ese amor. “Deja que la luz de tu corazón te guíe a Mi morada. Deja que la luz de tu corazón te muestre que somos uno”.
Jalalud-din Rumi cree que la meta de todos los seres humanos es unirse a Dios de manera cada vez más consciente y cree que toda la creación está unida a Dios en la acción. Esto lo expresa de dos maneras diferentes en El Masnavi.
En una parte escribe:
“¡Tú estás oculto para nosotros, aunque los cielos estén llenos con Tu luz, que es más brillante que el sol y la luna! ¡Tú estás oculto, sin embargo, revelas nuestros secretos ocultos! Tú eres la fuente que hace fluir nuestros ríos. Tú estás oculto en tu esencia, pero visto por tu creatividad. Tú eres como el agua, y nosotros como la piedra del molino. Tú eres como el viento, y nosotros como el polvo; el viento es invisible, pero el polvo es visto por todos. Tú eres la primavera, y nosotros el dulce y verde jardín; la primavera no se ve, aunque se vean sus regalos. Tú eres como el alma, nosotros como la mano y el pie; el alma enseña a la mano y el pie como tomar y coger. Tú eres como la razón, nosotros como la lengua, es esta razón la que enseña a hablar a la lengua. Tú eres como la alegría y nosotros reímos; la risa es consecuencia de la alegría. Cada uno de nuestros movimientos lo testifica a cada momento, pues prueba la presencia del Dios eterno”.
En otra parte del libro retoma la misma idea pero utiliza otra metáfora:
“Una hormiga, que vio una pluma escribiendo sobre el papel, se confió a otra hormiga de este modo: “Esa pluma está haciendo dibujos maravillosos como jacintos y lirios y rosas”.
La otra dijo: “El dedo es el verdadero trabajador, la pluma es sólo el instrumento de su trabajo”.
Una tercera hormiga dijo: “No, la acción procede del brazo, el débil dedo escribe con la fuerza del brazo”.
Así siguió hacia arriba, hasta que al final un príncipe de las hormigas, que tenía algo de ingenio, dijo: “Sólo miráis la forma externa de esta maravilla, cuya forma no tiene sentido en el sueño y la muerte. La forma es sólo como un vestido o un bastón en la mano, estas figuras sólo proceden de la razón y la mente”.
Pero él no sabía que esta razón y mente serían cosas sin vida sin el impulso de Dios”.
La Unión con Dios a través de la danza
Una de las cosas fundamentales que Rumi aprendió con Shams fue a encontrarse con Dios en la danza ritual circular. Este método, según el de Tabriz, inspira amor a la unidad y hace que se pierda la noción de la materia dejando solamente la percepción de Dios.
Se ve que el aprendizaje de Rumi fue muy efectivo, pues su hijo mayor, Sultán Walad, al recordar e interpretar a su padre, escribió:
“Día y noche danzó mi padre en éxtasis, girando en la tierra como los círculos celestes. Su risa resonaba en el cenit del cielo y la oían los seres de todos los reinos. Bañaba a los músicos de oro y plata. Entregaba cuanto le venía a mano. Nunca dejó de tener un corazón cantarín”.
Rumi por su parte confesó: “Varios caminos llevan a Dios, yo he escogido el de la danza y la música.
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