La religión sofocaba mi crecimiento espiritual

Entrevista con Ana Lucía


¿Cómo inicia tu relación con Dios?

Yo nací en el seno de una familia muy católica, pero percibí ahí dos religiosidades diferentes. Por un lado estaba mi papá, que marcó fuertemente mi espiritualidad: era un hombre de fe, de convicciones, de mucha paz y tranquilidad; nunca criticaba, siempre buscaba lo positivo de las cosas y eso me hizo acercarme a un Dios bueno. Por otro lado estaban mi mamá y la escuela que planteaban un Dios castigador. Me decían: "Niña, pórtate bien, Dios te está viendo. Si te portas mal le encajas una espina a Jesús". Se me dio una religión de contrastes: la de mi culpa por hacer sufrir a Jesús y la de un amor más libre.
Fueron muy importantes mis prácticas religiosas: confesarme, ir a misa; pero también el ambiente en casa de mi abuela materna que era de comidas con obispos y cardenales. Eso me llevó a confrontar muchas cosas que no quería de Dios. Me daba coraje que mi abuela tratara mal a los sacerdotes que no tenían un cargo y a los obispos los sentara en la mesa principal. También me enojaban algunas conversaciones. A los 19 años oí a un obispo hablar de mi abuelo: "Hay que agradecer que ya tiene ganado el cielo, porque acaba de donar para el seminario". Yo no me pude quedar callada y le dije: "¡Ah! entonces ya compró el cielo. Y ¿qué hacemos los que no tenemos dinero?". Al oír eso mi abuelita y mi mamá me quisieron fulminar y yo insistí: "¿Cómo le hacemos los que no podemos hacer eso?". Y me mandaron a la cocina.
Esas cosas me ayudaban a decir: esto no debe ser la religión. Qué asco si yo me voy al cielo porque tuve dinero para el seminario. Eso me fue marcando, pero a la vez era muy religiosa. La religión sofocaba mi crecimiento espiritual. Pesaban mucho la culpa, el premio y el castigo.
Algo que me está costando trabajo quitarme de mi estructura religiosa es esa enseñanza de orar tratando de manipular a Dios: "Te prometo que si me haces esto te hago una novena o voy a la Villa de Guadalupe a pie". Yo hice muchas mandas de ir a la Villa y novenas. Siendo muy niña hacía ramilletes espirituales e iba contando escrupulosamente cada Ave María y las veces que me confesaba... pero nunca entendí todo eso como una relación con Dios sino como el cumplir con una norma y agradar a la Virgen. Era mucho una religión de manipulación, de disfrazarte bonito para que la Virgen esté contenta. Trataba de ser una niña buena, toda mi vida giraba en hacer las cosas para agradar a Dios, no lastimarlo, no clavarle otra espina a Jesús. Era una angustia de ser buena, no porque surgiera de la raíz, no por convicción, sino por no lastimar a Jesús.
También me fueron sembrando el servicio a los demás, el pensar más en los otros que en mí misma. Eso mismo me trajo una autoestima muy baja: yo no valgo nada si no hago algo por los demás. Lo importante no soy yo, lo importante son los demás. No importa cómo me sienta, lo importante es que Dios esté contento aunque yo quiera llorar y patalear.
Fue una experiencia de Dios nada liberadora, era estar bajo la supervisión de un Dios castigador. Era una religión basada en el temor, no en el amor.
Pero al mismo tiempo que todo eso estaba mi papá que tenía una relación muy personal con Dios, mucha fe, mucha confianza y aunque no me decía lo que tenía que hacer yo veía que tenía otra manera de relacionarse con Dios.
El contacto con jesuitas y sacerdotes de otro tipo me fue dando otro panorama. Siempre tuve la inquietud de buscar a Dios en otro sentido, porque ese castigador ya me tenía muy agobiada. Cuando me casé y tuve hijos me dije: "Yo voy a buscar una formación para mis hijos que esté basada en el amor y no en el temor", porque yo ya estaba cansada. Además, con nada le daba gusto a Dios, porque con cualquier error que cometía ya había pecado. El no ir a misa era pecado y la parte sexual había que reprimirla porque era el pecado más grande que existía.
Otra parte que marcó mi vida para una ruptura religiosa fuerte fue que tuve un bebé. Nació de seis meses y medio y murió en el hospital. Para mí fue un golpe muy duro, le cuestioné a Dios que se llevara al hijo de una pareja que deseaba tanto el matrimonio y conservara al de mi muchacha que había quedado embarazada por una violación y tenía sífilis. Y me decía: ¿Cómo es posible que esto sea lo que quiere Dios?
Cuando murió el bebé yo sólo lo había bautizado de deseo. Le pedí al doctor, que era judío, que lo bautizara con agua y le dije cómo hacerlo, pero algunos sacerdotes me dijeron: "Reza porque tu hijo se fue al infierno o al limbo". Yo decía: no creo en un Dios que además de todo el dolor que me deja manda mi hijo al limbo sin tener ninguna culpa. En ese tiempo se creía en el limbo.
Estuve en una lucha por no creer en el limbo. Y mi marido, que era más light porque no tuvo formación religiosa, me decía: "Oye, el Dios en el que tú crees está parado en la puerta del cielo pidiendo recibos de sacramentos y mandó a nuestro hijo a otro lado. Yo no creo en ese Dios".
Esta situación me dejó tres años de crisis de fe muy grande, gracias a Dios, y me empujó a buscar otras maneras de relacionarme con El, porque yo decía que no creía en ese Dios, pero toda una institución, toda una organización eclesiástica me decía que sí y ante la duda... Por otro lado me decían: "Pero sí tuvo el bautismo de deseo"... Ahora oigo eso y lo oigo muy falso, sin sentido.
Esa crisis fue muy dura. Para mí fue peor perder la fe, porque me quedé sin hijo y me quedé sin Dios. Yo no quería saber nada de Dios.
Esta crisis de fe se me juntó con una crisis de identidad, porque mi suegra me decía: "No debes llorar, mi pobre hijo se va a cansar de ti. Todo el día estás llora y llora". Ahí sentí: ¿qué me importa? Toda la vida he sido la esposa, la mamá de los niños y a nadie le importa quién soy yo. No me importa si sufren los niños, si sufre mi marido, mi dolor nadie me lo quita.
Había gente que decía: ¡Qué feliz eres! ¡Ya tienes otro angelito en el cielo!" Y yo los quería matar. Otros me decían: "Dios te quiere tanto que te probó". Y entonces me preguntaba qué padre es ese que prueba a su hijo quitándole un hijo. O sea había mucha confusión de la muerte, la vida y el sufrimiento.
Fue muy dolorosa esa crisis porque estaba acostumbrada a rezar y ya no quería rezar. Me había quedado sin estructura y sin nada. Y luego fue un problema explicarles a mis hijos, porque habían esperado con mucha ilusión al bebé. Mi hijo me preguntó: “¿Por qué se murió". Y le dije: porque a papá Dios le gustó mucho y por eso se lo llevó. Uno no sabe explicar la muerte a un niño de tres años. Así que cuando estaba embarazada de otra bebé mi hijo le pedía a Dios que el bebé fuera "feo, feo" para que no le gustara y no se lo llevara otra vez. Y a mí me dio miedo que eso sucediera otra vez.

¿Cómo superaste la crisis? ¿Todavía estabas en ella cuando esperabas otro hijo?

A mi no me interesaba rezar, pero iba a la iglesia a reclamarle a Dios. Fueron años de reclamo y reclamo. Le decía: ¿Por qué te ensañas con la gente? ¿Por qué la violada tiene un hijo que se logra? ¿Por qué haces eso?
Un día que fui a la iglesia, a mi reclamo. Me tocó un coro de viejitas que estaba rezando y me dije: nada más esto me faltaba. Estaban cantando la de "Tú has venido a la orilla" y hubo una frase que me llegó como luz, como flechazo: "Sonriendo has dicho mi nombre". Yo en ese momento sentí mucha paz, sentí que decía mi nombre: "Sonriendo has dicho mi nombre".
Por esa época había entrado en contacto con una monja del Sagrado Corazón, a pesar de que no quería saber nada de curas ni monjas. Cuando platiqué con ella me dijo: "¿Sabes qué? Debes dejar sentir eso, tienes razón, tienes que ser tú. Tu dolor no te lo entiende nadie, nadie. Vívelo, súfrelo, llóralo". Sentí entonces que no era malo llorar ni sufrir. Así que cuando escuché esta canción con el coro más desafinado del mundo: "Sonriendo has dicho mi nombre" me dije: si quiero sanar tengo que empezar por mí, por quererme yo, por aceptar que soy una chillona, que todo el día lloro, que me duele mucho, que no le he superado. Empecé a sanar la parte mía y me dio mucho gusto sentir que Dios me llamaba por mi nombre.
Fue una experiencia muy fuerte de relación, de sentirme yo, independientemente de ser la buena católica o esto o lo otro. Tenía que ser yo y sentí que Dios quería eso de mí. No es que oyera la voz de Dios, no oí la voz de nadie más que de las viejitas desafinadas, pero fue una luz que me hizo entrar en paz conmigo misma por ser así como era. Pero también sentí que Dios quería que yo fuera yo y que no me la viviera buscando ser la buena católica, porque además había reprobado el examen. Yo me había dicho: si Dios me mandó esto para probarme, no tengo fe, ni me interesa tener fe y repruebo el examen.
Acompañada de otro padre jesuita que escuchaba todos mis lamentos fui recuperando esa paz y esa luz, pero no la encontré hasta que no me descubrí a mí misma y empecé atrabajar en mi como persona, en mi autoestima. En eso me ayudó el apoyo de mi esposo que era muy respetuoso de que yo llorara, de que fuera un casette de repetición de Dios, del dolor. Nunca se cansó de eso y fue un gran apoyo para mí.
También trabajaba en una organización para ayudar a la gente, pero más que para ayudar, entré ahí para ayudarme yo.
Parece mentira que en la voz de un coro desafinado de viejitas encontrara la luz que me tocó y pudo penetrar en mí. Empecé a caminar otra vez, porque estaba muy postrada en el dolor y en el coraje. Y cuando nació mi hija fue una experiencia de gran alegría, de gran gozo. Fue vivir una experiencia de Dios muy diferente.
En esa crisis tan fuerte, de mucha oscuridad, fui descubriendo a un Dios que estaba ahí de otra manera. La vida se ha ido encargando de purificar mi relación con Dios.
Empecé a buscar un Dios basado en el amor y encontré la Catequesis del Buen Pastor. Me dio otra visión de la vida, una visión de relación más que de normas. Un Dios vivo, de cada momento, de cada día, que está ahí para apoyarme no para castigarme.

En cierto modo es como si en tu relación anterior con Dios no hubiera un lugar para ti, porque ese lugar estaba lleno de normas, amenazas y procedimientos, pero no algo que te asumiera a ti como tú y entonces cuando aparece ese espacio para ti, lo hace con el nombre, pronunciando tu nombre y la situación cambia.

Exactamente, se abre un espacio de aceptación de Dios hacia mí porque "sonriendo has dicho mi nombre" Es un canto popular que cantamos de muchas maneras, pero al experimentar la frase era como decir: "Me aceptas como soy". Esa parte es muy importante en todo ser humano y es la parte en que la iglesia, los educadores, los catequistas debemos centrar nuestra atención. Sobre todo los que trabajamos con niños porque es algo muy delicado el poder respetar al niño por ser él quien es independientemente de que cubra o no mis expectativas. Eso es algo que me ha hecho caminar.

Sí, porque al principio decías: "este Dios-relación lo descubro después" y sólo puede haber una relación cuando hay dos, cuando hay alguien con quien relacionarse. Es como si en la superación de tu crisis hubieras completado la situación, pues en la relación con Dios faltabas tú. En ese coro te descubres a ti misma en la relación con Dios.

Exactamente, ha sido un camino de estructuras, sobre estructuras y de romper estructuras. Mientras sigo en este caminar la iglesia sigue con sus normas y todo. Cuando llego a Guadalajara vuelvo a entrar en la iglesia católica, cumpliendo con las normas, pero ahora encontrándoles un sentido.
Luego entré en contacto con un maestro que vino a romper otra vez mis estructuras. Al principio me dije: este hombre está loco. ¿Cómo se dice católico y tiene tantos seguidores y no hace más que cuestionar todo lo que lo que nos pide la iglesia? Yo eso lo traía muy taladrado y me tomó quince años entender lo que él quería decir. Le dije: Eres muy elevado o muy complicado porque no puedo entender tus términos, explícamelo con panes y tortillas y no con esos términos. Entonces, para entendernos, él intentó bajarse y yo subir de nivel.
Él me hizo buscar más la esencialidad de la fe y de mi relación con Dios. La Catequesis del Buen Pastor también determinó mucho mi vida, porque es una catequesis que, más que normas y preceptos, trata de sembrar en el niño una relación que se basa en la Biblia y en la liturgia, pero además conoce la esencialidad del niño. Trata de darle lo que necesita en su edad y no toda la telaraña que traemos los adultos.
Eso me gustó porque empecé a encontrar las cosas que había descubierto a base de un golpe muy fuerte. Cuando oí de nuevo la parábola del Buen Pastor me identifiqué con esa oveja a la que se llama por su nombre, volví hacer la conexión del nombre. Eso me ayudó a conocer de otra manera la religión.
El maestro me ayudó a descubrir más mi espiritualidad que la religión. Me enseñó a abrirme a que todo ser humano es espiritual aunque no sea religioso. Lo importante es ayudar a crecer el espíritu, más que toda la parte religiosa.
Lo más difícil con él fue volver a soltar toda la estructura. Al salir de su clase me preguntaba: ¿Por qué habla así de Jesús? Así de fuerte y diferente a lo que estaba acostumbrada a oír. Hablaba de un Jesús más comprometido con todos, un poco más fuera de lo institucional. Me impactó lo que me parecía hasta blasfemo: "Vino la luz y los suyos no la escucharon". Y dijo: "A ver, tú eres esa luz y los demás no escuchan". ¿Cómo es que me está diciendo que soy lo que dice el Evangelio que era Jesús? No puedo ser eso, ¿cómo se atreve a decir esas cosas?
Una vez nos puso a hacer un ejercicio con el Magníficat: "El amor ha hecho en mí maravillas". Dijo: "Cada quien piense en las maravillas que Dios le ha hecho". ¿Cómo quiere que hagamos lo que hacía la Virgen? ¿Cómo quiere que yo me sienta como era la Virgen? ¡Claro que No! Cuando le decía eso él me respetaba y decía: "Bueno, algún día sentirás que lo vas a poder hacer, pero eso es soberbia, no estás reconociendo que Dios ha hecho en ti maravillas, crees que sólo las hizo en la Virgen, en ti no las pudo haber hecho". Me confrontaba con esa parte psicológica del valor personal y me decía a mí misma: "Bueno sí, sí valgo, no es que esté yo tan mal". Pero lleva mucho tiempo creértela que eres maravillosa. Me iba haciendo romper con esa parte de humildad mal entendida en la que me formé. Ahí no puedes decir que vales, porque eso es soberbia. No puedes ponerte a pensar en ti porque eso es falta de humildad. Entonces llego y veo que sí valgo y asumo que Dios ha hecho en mí maravillas. Esa fue la parte que me ayudó a romper.

¿Puedes describir un poco más esa distinción entre religión y espiritualidad que descubres con ese maestro?

En sus clases, en mi relación con él y observando su vida descubrí que yo era religiosa, que estaba preocupada por educar en una fe y en una religión, pero no por la espiritualidad. Descubro con sacerdotes que tengo a mi alrededor que no son personas muy espirituales. Voy a misa y empiezo a oír las homilías y digo: a este pobre hombre le falta vida de oración, porque está en la parte intelectual, pero le hace falta convicción. Me he vuelto muy juzgadora y no debe ser.
Empecé a caer en la cuenta que la parte del espíritu es esa parte íntima mía con Dios, que todo mundo tenemos, y que la religión es lo que te ayuda a acercarte o alejarte o favorece ciertas prácticas, ciertos espacios que te ayudan a poder entablar esa relación.
Siento que la espiritualidad es la relación con Dios y es muy íntima, donde nadie puede entrar, nadie, más que El. Y siento que la parte de la religión son todos los sacramentos, todo lo que te hace más visible la presencia de Dios. Pero muchas veces, si no es que la mayoría de las veces, la religión se ha enfocado en cumplir esas normas y vale más la ley por la ley que la relación. De tal manera que se usan los sacramentos para manipular, se usan todas las prácticas religiosas para manipular que tú seas bueno, pero es más la preocupación por el fruto, para que se vea que los católicos son buenos, poseedores de la verdad.
Lo que importa es el crecimiento de esa espiritualidad de todo ser humano, pero como muchas veces no sabemos cómo hacerlo, no es fácil lograrlo para nosotros los catequistas o para los padres y las monjas.
Yo creo que una persona puede ser muy espiritual sin ser religiosa y hay personas religiosas que tienen el espíritu sofocado, como siento que estaba el mío. Y ahorita tenemos más necesidad de espiritualidad que de religiosidad que te sofoca.

¿Puedes hablar más de esa espiritualidad sofocada?

El sofocamiento de mi espiritualidad en mi proceso personal yo lo he sentido cuando abruman tantas normas y preceptos, eso sofoca porque la atención no la pones en la relación con Dios sino en el deber. Me debo preocupar por hacer y cumplir y muchas veces yendo a misa no encuentro un espacio de relación como en un minuto de silencio en la madrugada, sola, yo con Dios.
No quiere decir que todos los sacramentos y todo lo demás no tengan un valor, sí lo tienen, pero todo eso se ha absolutizado y se ha descuidado la espiritualidad. Se cree que si tú vas a misa, por consecuencia, estás más cerca de Dios y si comulgas, todavía más, pues traes dentro de ti a Jesús. Todo eso te va haciendo sentir y pensar que es un toma y da. Pero una relación no es de yo te doy para que tú me des, una relación es: estoy feliz de estar contigo. Y eso te nutre de una manera diferente, pero al absolutizar las prácticas religiosas siento que en momentos de mi vida sofocaron esa espiritualidad que quería salir y aflorar. Y muchas veces te dejas llevar por eso.
Ahora, a mis cincuenta años, otra vez estoy buscando la esencialidad y cómo poder tener esa espiritualidad sin que me estorbe todo lo que me ha dado mi formación religiosa, gracias a la cual soy lo que soy. Esa formación incluye la catequesis tradicional del padre Ripalda, pero eso me ha ayudado a ser parte de lo que soy.
Creo que es muy importante, en plan de niños, darles formación, darles esa relación de amor, sacramentos y todo, porque van siendo estructuras que te ayudan a crecer; sin estructuras el ser humano no puede crecer. El problema no está en que haya estructura ni que haya religión, el problema está en que absolutizamos o en que esa misma religión, que es una guía, la encasillamos o la convertimos en una norma que simplemente se tiene que cumplir y no en una que te puede hacer crecer.
Creo que es importante vivir una religión y crecer en una tradición que te va dando la pertenencia y una ayuda para caminar. Yo creo que lo que tenemos que hacer los católicos es ser cuidadosos y no absolutizar, no radicalizar, el hacerlo ha llevado a una crisis a la iglesia.

Hace unos momentos mencionabas que ahora, a tus cincuenta años, estás en una nueva búsqueda e indicas una nueva crisis. ¿Podrías hablar de esto?

En mi camino he encontrado a muchas personas que me han ayudado en mi relación con Dios. Una de ellas es una maestra que me está rompiendo todas las estructuras religiosas y todos los conceptos de Dios, de Jesús.
Lo siento como un problema porque vuelve a sacudirme esa estructura que me sostiene y en la que ya tenía todo acomodado. Es un momento muy difícil para mí, porque me estoy cuestionando muchas cosas que estoy diciendo y haciendo.
Ella me enseñó a no hablar sino a estar callada en la oración y eso me cuesta muchísimo trabajo. Le digo: yo hago oración con el Salmo 23. Me contesta: "¡Ah! Entonces tú le dices a Dios lo que es. El no necesita eso. Tú no necesitas eso. Es como si vas a platicar con tu marido y le dices: él es mi esposo bueno, él siempre me apoya y me impulsa. Así no va a fluir tu relación con él".
La crisis que estoy experimentando es muy seria, porque ahora estoy viendo a un Jesús que es tan hijo de Dios como yo. Para muchos eso puede sonar blasfemia, porque nos han enseñado que Jesús es hijo de Dios pero es Dios. Estoy en la parte de descubrir más su humanidad, porque en la formación que tuve él era la tercera persona de la Santísima Trinidad y veía que Jesús sí podía porque era Dios y claro que no le dolía como a nosotros lo que le pasaba y podía adivinar lo que estaban pensando los fariseos. Le ponía esa parte mágica de Dios a Jesús. Ahora me estoy preguntando: ¿Cómo que él era tan hombre como yo y no era tan Dios como el propio Dios? Estoy en el proceso de considerar la encarnación de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Esto va más allá de no ir a misa o sí ir a misa.
En una de mis pláticas con mi maestra le dije: Jesús dice que es el hijo de Dios. Y ella me respondió: "¿Dónde dice eso en la Biblia? Busca y me dices dónde dice: 'Yo soy el hijo de Dios'. Dijo que era el Hijo del Hombre y hablaba de Dios 'mi Padre', pero como tú puedes hacerlo".
También ella me dijo algo muy fuerte. Me dijo: "Es que Dios no es católico". Y yo le contesté: ¿Cómo puedes decir eso? ¡Claro que es católico!
Ella me dijo: "Pon tu mirada en lo que Jesús hizo en esta vida, en lo que él hizo. Busca en la escritura".

¿Y qué encontraste?

Algo muy grande. Que es muy incluyente. Incluyó a todos, desde las altas jerarquías hasta el leproso, la prostituta, el fariseo, el publicano, las altas autoridades como José de Arimatea que era del Sanedrín y era una persona buena. Incluyó a todos y estoy en esa parte del descubrimiento de incluir. Y eso me confronta porque creo que en nuestra religión católica lo primero que hacemos es excluir. Esa inclusión tiene muchas consecuencias. Me doy cuenta que en mi vida soy muy excluyente.

Con eso que dices de lo incluyente me recuerdas a uno que leí que decía que al platicar con un anciano taoísta, este lo miró a los ojos y durante una fracción de segundo, en esa mirada, tuvo la sensación de ser la totalidad y dice que bajó rápidamente los ojos porque no estaba preparado para esa experiencia, no la soportaba. Es decir el incluirlo todo aparece como una violencia para un ser finito.

Es una violencia muy fuerte. El ver a Jesús con otros ojos es toda una relectura de los Evangelios y siento que la iglesia, con toda su estructura, nos ha hecho ver una parte de Jesús que no era tan importante para él mismo. Eso de que "sólo por mí llegan al Padre", bueno, con todo respeto, hay otras personas, si no las hubiera sería excluyente. Por un lado con sus hechos ves cómo incluía a todos y, por otra parte, por palabras que ponen en su boca se dice que sólo a través de él llegan al Padre y con eso se está excluyendo a los que no pueden llegar al Padre a través de él. Esa parte es incongruente.
Por otro lado, gracias a quitarle este título de Dios a Jesús, me está haciendo encontrar y descubrir el gran valor de la congruencia que tuvo y, para mí, eso fue lo que lo llevó a la cruz, no el que se cumplieran las escrituras.
Ya no vemos el mensaje tan valioso y tan grande que nos dio porque nos quedamos muy en la periferia, en lo que quieren que creamos y esa es la parte de la crisis en la que estoy, ¿por qué tengo que creer en lo que dicen que dijo?
Esta parte de lo incluyente me hace mucho ruido, porque me doy cuenta de cómo excluyo en mi vida. Hablando de fe y de espiritualidad excluyo más a los Legionarios y a los del Opus, me causa más conflicto incluirlos que a un musulmán o a un cristiano. No sé si porque hay algo en mis raíces que está tatuado así o por otra cosa.
Pero no sólo soy todavía excluyente en lo religioso, lo soy en toda mi vida. Sí creo que en cuestión de amigos uno tiene la libertad de elegir con quién quieres llevarte y con quién no; pero me doy cuenta cómo excluimos al que no piensa como yo, al que no estudió en el estatus que yo estudié, al que no pertenece a algo que yo pertenezco. Este proceso me está llevando a crear puentes más que barreras. O más bien a querer crearlos. Apenas estoy consciente de cómo estoy excluyendo y muchas veces hasta me cierro para no escuchar. Es algo difícil en mi vida pero estoy buscándole por ahí.
Estoy en una etapa de mi vida en que experimento la madurez y ya no me importa hacer cosas solamente porque se tienen que hacer. Ya me voy quedando con lo más esencial. Y me pregunto: ¿por qué tengo que creer lo que la iglesia dice o alguien dice? Si yo tengo una espiritualidad, tengo la libertad de creer en ese Dios de manera diferente. Y eso es precisamente lo que me da un poco de miedo, porque rompes con estructuras.
Estoy en la búsqueda de otro Jesús, uno muy diferente al que tenía. Y eso no es fácil de explicar a las autoridades religiosas, pues yo siento que si hablo, muchos tratarían de meterme de nuevo a la estructura y de reafirmar el dogma de fe y el misterio.

Da la impresión que es inevitable una tensión fuerte entre la espiritualidad y la forma social en que se concreta, es decir, la religión. Eso produce desasosiego.

El desasosiego te hace moverte, renovarte. Yo no estoy buscando en otras religiones, lo estoy haciendo dentro del catolicismo. No me siento fuera de la religión católica. Me siento en una búsqueda honesta y no estoy de acuerdo en muchas cosas.
Dando catequesis siento una gran responsabilidad. No les podemos seguir diciendo a los niños lo que se les suele decir porque siento que no los estamos ayudando a tener una relación con el Dios de Jesús. Estoy en ese buscar lo esencial de Jesús. Y no es que ahora lo vea como un gran profeta, no, no, no. Me está gustando más descubrirlo como hombre y como incluyente.

¿Te gustaría agregar algo para finalizar la entrevista?

Yo creo que la espiritualidad es una relación personal y se tiene que vivir en comunicación. Si no hay comunicación no puede haber relación con Dios. Para mí, ahora, es más importante hacer silencio que hablar. Estar a la escucha me ha llevado a tener espacios de luz.
No podemos seguir este tren de vida, necesitamos buscar espacios concretos para esa comunicación. Creo que Dios está en todos lados, pero tengo que dar un espacio para hacer contacto con Él y conmigo misma. Y eso lo hace uno siempre: buscas espacios para estar con tu pareja, buscas espacios para estar con tus hijos, no es algo que se da automáticamente.
En la religión católica se piensa que porque te diste un espacio para ir a misa o para ciertas prácticas religiosas, automáticamente se va a dar esa relación. Yo creo que no, creo que tienes que hacer un espacio de silencio.
Creo que esto me puede ayudar en esta nueva relación que busco con Dios y también el estudiar y conocer más la vida de Jesús, pero de otra manera. Para conocer a una persona tienes que saber de ella. Yo no estoy de acuerdo con sobrinas o amigas que dicen: "Yo no les doy nada a mis hijos para que cuando crezcan elijan". Si tú no les das nada, se quedan con nada. Para mí es muy importante darles el conocimiento de Jesús y buscar la mejor manera de hacerlo.
Yo prefiero mil veces tener que romper estructuras y hacer todo este trabajo doloroso que estoy haciendo, a que no me hubieran dado nada, porque no tendría identidad. Las creencias te ayudan a irte construyendo como persona. Yo creo que hay que buscar el equilibrio.

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