Triunfo y derrota de Madero. La inalcanzada unidad democrática



(Tercera y última parte)
Por Arturo Michel Pérez


Amor, racionalidad y fe como requisitos para la victoria

Vimos en los números anteriores que dos espíritus (Raúl y José) le propusieron a Francisco I. Madero que luchara por la libertad de los mexicanos, que promoviera en México la oposición a la dictadura, y que entendiera esa actividad como crecimiento espiritual personal y como una forma de “obrar de acuerdo con el Plan Divino”.
            Francisco aceptó la propuesta de los espíritus con todo lo que él y ellos vieron como requisitos que tenían que cumplirse, para que la lucha por la libertad pudiera realizarse de manera adecuada:
* Una integración de todo su ser con el propósito divino (todos los días hacer lo que Dios quiere y amar lo que Dios ama).
* Desarrollar una gran racionalidad política (entender bien las fuerzas sociales e institucionales que estaban operando en México para poder acabar con la dictadura y establecer una nueva unidad basada en la democracia).
* Tener una gran fe: confiar en que a pesar de que Porfirio Díaz tuviera los hilos de poder en sus manos, terminaría siendo incapaz de sujetarlos; confiar en que los mexicanos tenían la costumbre de agachar la cabeza y someterse con rapidez, pero también tenían la capacidad y la voluntad de levantarse, mirar con dignidad y darse su lugar; confiar en la palabra de los espíritus que le aseguraban que lo acompañarían y apoyarían en la lucha y derrotaría al dictador.
            Madero cumplió con esos tres requisitos de manera humana, limitada, y pudo acabar con la dictadura:
* Fue un hombre muy espiritual que meditaba con frecuencia, hacía examen de conciencia y se esforzaba todos los días en cumplir con la voluntad de Dios, pero no fue un gran místico como San Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola (para citar a los dos santos que inspiraron su nombre, pues se llamaba Francisco Ignacio).
* A pesar de que entendió muy bien los procesos políticos de su tiempo, la orientación de las fuerzas sociales y los objetivos alcanzables en cada etapa, se equivocó algunas veces en la identificación de amigos o enemigos de su revolución y eso tuvo consecuencias fatales para él y afectó el proceso de cambio político y social.
* Tuvo una gran fe en Dios, pero quizás esa confianza provocó que algunas veces dejara en manos de Dios asuntos que requerían más empeño de los hombres.
Como puede verse, no era perfecto, sólo alguien extraordinario y admirable.

La libertad para elegir a los gobernantes

Hay una continuidad de propósito en los ocho años de lucha política de Madero,[1] pues en su participación municipal, estatal y nacional, siempre quiso que el pueblo eligiera libremente a sus gobernantes.
            Entendió que elegir a sus gobernantes era una libertad que todos los mexicanos querían y, por tanto,  podía ser el fundamento de una nueva unidad nacional. Madero sabía que esa libertad básica llevaba a otras: a la libertad de palabra y a la libertad de asociación, porque no se podía elegir libremente al gobernante si no se discutían los propósitos del gobierno y se difundían; y no se podía llevar a nadie a gobernar si no estaba sostenido por grupos que también respaldarían al gobernante a la hora de aplicar su programa de gobierno. Se necesitaba, pues, la libertad de asociación.
            Al iniciar su lucha política a nivel municipal, en octubre de 1904, le propuso a los habitantes de San Pedro de las Colonias, Coahuila: “Esperamos del patriotismo de todos ustedes que de modo resuelto y enérgico nos ayudarán en el esfuerzo que vamos a hacer por que las autoridades locales sean nombradas por el pueblo y no seguir la bochornosa costumbre de que deban su puesto al nombramiento del Gobernador del Estado”.[2]
            Madero y su gente hicieron una intensa campaña electoral a favor del hacendado Francisco Rivas y triunfaron en las urnas el 11 de diciembre de 1904, pero perdieron en el Colegio Electoral, el 18 de diciembre, al ser declarado reelecto presidente municipal el señor Alberto Viesca, candidato respaldado por el gobernador Miguel Cárdenas.
            Esta fue la primera experiencia de actividad electoral de Madero. Fue un éxito en cuanto a lograr la participación de la ciudadanía (normalmente apática) y en cuanto al triunfo en las urnas. Fue un fracaso en cuanto a que no se reconoció el triunfo de la oposición y ganó el de siempre, como siempre.
            El robo de su victoria electoral municipal no lo detuvo y aprovechó este primer impulso para participar en las elecciones para gobernador de Coahuila en 1905. De hecho, sólo siete días después de que el Colegio Electoral declarara la derrota de Francisco Rivas en San Pedro; Madero estaba ya embarcado en la política estatal. El 25 de diciembre de 1904,  le escribió a Anastasio Hernández, presidente del club político de la Unión de Nava:

“Acabo de recibir su grata de ayer, en la cual me dice que el general Reyes ha escrito a algunas personas de esa, recomendando la candidatura de Cárdenas. Eso demostrará a usted que parece que el Centro opina de igual manera y necesitamos redoblar nuestros esfuerzos, para hacer que por esta vez, sea la voluntad del pueblo de Coahuila, quien nombre nuestro Gobernador. Para esto es indispensable unirnos y formar un solo núcleo”.[3]

El gobernador Miguel Cárdenas, protegido del general Bernardo Reyes (ex-ministro de Guerra y gobernador de Nuevo León), buscaba la reelección y contendía contra el abogado Frumencio Fuentes, candidato respaldado por el vicepresidente de la República, Ramón Corral. Madero y sus partidarios querían derrotar a Miguel Cárdenas, pero con un candidato desligado de las grandes facciones porfiristas y promovían la candidatura del doctor Dioniso García fuentes, de Saltillo, muy popular en esa ciudad y en el Estado.
            Con ese propósito, Madero y su grupo fundaron clubes políticos en todo el Estado, pero con el fin de no aislarse y fortalecer la oposición a Cárdenas, mantuvieron una alianza política con los partidarios de Frumencio Fuentes. Querían que todos los grupos opositores, en una convención democrática, decidieran si el candidato sería el corralista Frumencio Fuentes o el independiente, Dionisio García Fuentes. Para ganar la postulación, los partidarios de Dionisio querían realizar la convención en Torreón y los de Frumencio en la ciudad de México.
            El discurso de Madero para defender la realización de la convención en Torreón sorprende por la dureza de sus palabras en una época tan temprana de su lucha contra la dictadura:
 “El sagrado depósito que nos han confiado nuestros conciudadanos debe darnos una idea más elevada de nuestra misión; debe hacernos comprender que, como representantes del pueblo de Coahuila, no podemos humillarnos ante el tirano que ha pisoteado nuestras leyes, que ha usurpado nuestros derechos, que ha matado nuestras libertades y nuestro civismo. Señores: a México sólo nos llevará la esperanza de un triunfo fácil, pero ese triunfo, si lo llegamos a obtener de tal modo, será haciendo el doloroso sacrificio de nuestra dignidad y de la soberanía de nuestro Estado. Ir a México, es perder las simpatías y quizá la admiración de la República, que ansiosa sigue las peripecias de nuestra lucha, esperando ver en nuestro triunfo, el primer golpe asestado a la tiranía, golpe que prepara su propia ruina”.
            “[...] Además de todo eso, habremos perdido ante los ojos del mismo dictador, que siempre mide el valor de sus enemigos para hacerles concesiones según su poder; pues desde el momento en que nos acerquemos a él, comprenderá que somos unos cobardes, muy poco temibles, y dignísimos de desprecio con que nos tratará... En este momento nuestra fuerza consiste en la actitud digna y viril que hemos asumido, y todos los satélites de Díaz quieren atraernos a su lado haciéndonos promesas que también recibieron los ciudadanos de Durango, los de Nuevo León, y que sólo sirvieron para hacer respectivamente más ridícula y más sangrienta su derrota [...] Aceptar la ayuda de Corral, es ponernos entre sus manos y hacer que nuestro Estado le sirva de primer escalón para encumbrarse a la Presidencia”.[4]

Los corralistas se impusieron y la convención se celebró en la ciudad de México, derrotaron al candidato de Madero y lograron la designación de Frumencio Fuentes como el candidato de la oposición. Los independientes, derrotados, aceptaron el resultado de la votación y se comprometieron a trabajar a favor del candidato común.

“Si bien se había inclinado ante la voluntad de la mayoría de los convencionistas, Madero presentía que la elección de Frumencio Fuentes, el amigo de Corral, podía significar un despotismo peor para el Estado que el que había sufrido bajo Cárdenas. Por lo tanto, maniobró en dos direcciones. Primero trató de excitar al gobierno central a considerar al partido independiente como hostil a él. Entonces, si su candidato triunfaba, tendría que respetar el deseo popular que lo había llevado al poder. Segundo, Madero buscaba el modo de obtener un cuerpo legislativo cuya mayoría estuviera de acuerdo con él. De esta manera, si los independientes ganaban, habría una superioridad en la legislatura del Estado adicta a los intereses del pueblo y que no vacilaría en oponerse al gobernador si fuese necesario”.[5]

Pero no tuvo oportunidad de desarrollar su estrategia opositora debido a un suceso inesperado. Las elecciones para gobernador de Coahuila eran ya parte del proceso de la sucesión presidencial de 1910 y Porfirio Díaz todavía estaba jugando a moderar las ambiciones del general Reyes con las de Limantour[6] y viceversa. En esa ocasión se decidió por Reyes y apoyó la reelección de Miguel Cárdenas. Al saber Frumencio Fuentes que no contaba con el apoyo del general Díaz, pidió a los opositores que se dispersaran y abandonaran la lucha.
            Para salvar el honor del movimiento opositor, sus partidarios presionaron y lograron que Frumencio no retirara su candidatura formal, pero tuvieron que comprometerse a no publicar nada que pudiera tomarse como hostil al gobierno y conformarse con la ausencia del candidato en los actos de campaña. En esas condiciones, obviamente, Miguel Cárdenas, ganó y fue reelecto como gobernador.
En una carta a Tiburcio Balderas, el 7 de marzo de 1906, Madero hizo un pequeño recuento y evaluación del inicio, desarrollo y final de la campaña electoral estatal:

“Nuestra anterior campaña había logrado conmover a todos los coahuilenses, y el mismo Gral. Díaz se encontraba nervioso, preocupado, indeciso; pero nuestro candidato vino a quitarle su indecisión, su preocupación y su intranquilidad, mostrándosele débil, y observando con él una conducta que no sólo resultó humillante y ridícula, sino que fue la causa de nuestra derrota, pues el Gral. Díaz se envalentonó, y nosotros nos desalentamos por completo, al ver la defección de nuestro jefe, que aunque después se resolvió a seguir adelante, había ya dado un golpe mortal a nuestro partido, que no quiso remediar asumiendo una actitud digna y enérgica que hubiera reanimado el entusiasmo de todos nuestros correligionarios”.

La campaña de Coahuila permitió que se ubicara nacionalmente a Francisco como un político independiente y demócrata. Por eso se encontró en una situación peligrosa:

“Inmediatamente después de las elecciones se libró una orden de arresto contra Madero, pero una fuerte reacción pública, unida a la importancia del nombre de Madero, convencieron al gobierno central de que arrestarlo sería un error político, y por lo tanto la capital ordenó a los funcionarios locales que no prosiguieran con ese curso de acción”.[7]

Si de él hubiera dependido, desde 1906 habría iniciado la formación del partido democrático que, en su proyecto, participaría en las elecciones de 1910. Pero el poco entusiasmo que encontró, lo convenció de que no era el momento de comenzar la lucha política electoral contra la dictadura. Pero esa decisión no lo dejó inactivo, siguió contactándose con los políticos independientes de México, incluido Ricardo Flores Magón, al que ayudó con dinero y suscripciones para que mantuviera la publicación de Regeneración. También siguió con su trabajo personal de espiritualidad y liberación interior; y empezó a preparar a su familia para enfrentar unidos un porvenir difícil.
            En este sentido le escribió a su abuelo don Evaristo el 31 de diciembre de 1906:

“En la pasada campaña política en que me dejaba embriagar por el entusiasmo, más de una vez recibí sus sabios consejos que hicieron afrontar el peligro [...], y más que sus consejos comprendía yo que me protegía su sombra, su nombre, tan respetado aun de sus propios enemigos.
            Hombres del temple y energía de Ud. vienen muy de cuando en cuando al mundo y necesitamos que Ud. siga viviendo muchos años para tener constantemente su severo ejemplo por norma de nuestros actos, y su grandísimo cariño como centro de atracción de su descendencia, a fin de hacer cada vez más estrechos los vínculos que nos unen a todos sus hijos, para formar, si posible es, una masa compacta que pueda tener más peso en las cuestiones en que tome parte, pues hay que prever que se aproxima otro periodo de agitaciones políticas y sociales en que será imposible permanecer de mudos e indiferentes espectadores”.[8]

La libertad como principio y como realización concreta

La lucha por la libertad era una lucha de principios, pero orientada de una manera muy concreta y precisa. Por ejemplo, en el caso del municipio de San Pedro de las Colonias: ¿quién escoge al presidente municipal?, es decir, ¿quién tiene la libertad de elegir al presidente municipal? ¿Los ciudadanos del municipio o el gobernador del Estado? En 1904 la libertad la tenía el gobernador del Estado y se trataba de ganarle esa facultad y que los ciudadanos conquistaran la libertad de elegir a su gobernante local.
            Lo mismo sucedió a nivel de Coahuila al año siguiente. ¿Quién tenía la libertad de escoger al gobernador? El presidente Porfirio Díaz. Se trataba entonces de disputarle esa facultad y lograr que los ciudadanos conquistaran la libertad de elegir al gobernador de su Estado.
            En los dos casos, Madero pudo constatar que la gente tuvo la disposición de asumir la libertad de escoger a sus gobernantes. A nivel municipal pudo constatar que el control que tenía el gobernador del Colegio Electoral fue decisivo para despojar a la gente de su facultad de elegir a su gobernante. A nivel estatal pudo constatar que un candidato ligado al poder establecido, estaba más interesado en conservar sus vínculos con el Presidente de la República y la clase gobernante que con la libertad de los gobernados.
            Se nota, también, en todas sus luchas políticas la aplicación de un criterio que le comunicó a su amigo Juan Sánchez Azcona: “Urge estudiar y establecer principios fijos, emanados de la cuidadosa y ecuánime observación de la realidad ambiente, para procurar depurarla y corregirla, sin utopías, pero con firmeza sostenida y clara orientación”.[9]
            Las metas que se trazaba Madero eran difíciles de conseguir y muy arriesgadas, pero alcanzables. Él sabía que Porfirio Díaz siempre medía “el valor de sus enemigos para hacerles concesiones según su poder”. Así que se propuso primero desarrollar un poder en Coahuila que obligara al Presidente a aceptar como gobernador al que el pueblo eligiera. Y ese propósito cabía perfectamente en la conciencia del general Díaz que sabía que “en política, no siempre se puede hacer lo que se quiere”, como se lo confesó al doctor Francisco Vázquez Gómez en 1910.[10]
            Los mismos principios los aplicó para la sucesión presidencial. “Sin utopías” y de acuerdo a su “observación de la realidad ambiente” a lo primero a lo que convocó a los mexicanos fue a que eligieran libremente al vicepresidente de la República, ya que por la edad de don Porfirio esa decisión significaba prácticamente la elección del Presidente. Inicialmente no le negó a Porfirio Díaz su libertad de reelegirse por última vez. Esa propuesta la formuló claramente en las conclusiones de su libro sobre la sucesión presidencial:

11 “Que cuando el Partido Nacional Democrático esté vigorosamente organizado, será muy conveniente que procure una transacción con el general Díaz, para hacer una fusión de las candidaturas, según la cual el general Díaz podría seguir de presidente, pero el vicepresidente y parte de las cámaras y de los gobernadores de los estados, serían del partido Nacional Democrático. Sobre todo, se estipulará que en lo sucesivo haya libertad de sufragio y si es posible, desde luego se podrá convenir en reformar la Constitución en el sentido de no-reelección.
12.- Que en el caso de que el general Díaz se obstine en no hacer ninguna concesión a la voluntad nacional, entonces será preciso resolverse a luchar abiertamente en contra de las candidaturas oficiales”.[11]

Esa propuesta (No.11) era la misma que sostenían la mayoría de los activistas políticos de esa época. Todo mundo se sentía con el derecho de elegir al vicepresidente y le dejaba a don Porfirio la libertad de reelegirse de manera inmediata por última vez. La diferencia que introducía Madero respecto a los demás era respaldar ese derecho con un partido fuerte e independiente a nivel nacional. Sabía que ese derecho no iba a ser un regalo al sentir común, sino una conquista después de una lucha prolongada y difícil. Y sabía que Díaz podría negarse a una transacción así que quedaba la alternativa expresada en la conclusión No.12.
El general Bernardo Reyes también pensaba que si quería ser el vicepresidente debía contar con un partido político nacional que lo respaldara y que inclinara al Presidente a elegirlo como sucesor. Pero no quería un partido formado con opositores al régimen sino con gente que apoyaba a la dictadura; quería reunir a la gente que tenía especial interés en desplazar a los científicos (encabezados por Limantour) de sus posiciones gobernantes privilegiadas. Se trataba, pues, de que don Porfirio eligiera como su nuevo favorito a Reyes y de que sus partidarios sustituyeran a los científicos y se convirtieran, entonces, en los políticos más influyentes del gobierno.
            El secretario de Hacienda, en cambio, se sentía con el derecho y el poder de elegir al vicepresidente, y condicionó su permanencia en el gobierno a la elección de Ramón Corral como candidato. Eso se lo dijo don Porfirio a Francisco Vázquez, el 23 de junio de 1910, es decir, tres días antes de las elecciones primarias: “Limantour me ha dicho que si Corral no es electo vicepresidente, se separará del gobierno, y ¿qué voy ha hacer sin Limantour?”.[12]
            En estas condiciones también el Presidente Díaz quería y se sentía con derecho a elegir a su vicepresidente y buscaba la manera de hacerlo. Esta situación provocó que la cuestión de la vicepresidencia no quedara resuelta en 1909 con la postulación de Ramón Corral, ni en 1910 con las elecciones, ni cuando Corral tomó posesión de su cargo el primero de diciembre, y menos aún después que estalló la revolución.
            Estos cuatro personajes fueron líderes que quisieron desarrollar poder para elegir al vicepresidente. Pero Madero, a diferencia de Limantour y Reyes, no pertenecía a la clase gobernante porfirista, y para realizar su propósito libertario necesitaba convertirse y convertir a su partido en el representante de todo el pueblo mexicano. Necesitaba incluir a los que tradicionalmente habían sido excluidos de la sucesión presidencial. Tenía que hacer mucho más que encabezar a destacados hacendados, médicos, abogados y periodistas. Tenía que lograr el apoyo de campesinos, obreros y clase media. Sólo si lograba esa inclusión lograría que los mexicanos asumieran la libertad de elegir a sus gobernantes. Y en esta primera etapa de la lucha se trataba, sobre todo, de la libertad de elegir al vicepresidente.
            Siempre tuvo muy claro su objetivo: la libertad de los mexicanos para elegir a sus gobernantes. Y siempre supo que la libertad no era un regalo sino un poder que se desarrollaba y se conquistaba. Y si no se desarrollaba ese poder no se adquiría esa libertad. En San Pedro de las Colonias y en Coahuila la gente no desarrolló suficiente poder y entonces no pudo elegir a sus gobernantes, aunque el poder desarrollado no se acabó. La gente regresó a sus labores cotidianas pero sabía que sus nuevos vínculos estaban ahí, muy en segundo plano, pero ahí estaban. Por esta razón empezó su campaña de construcción del Partido Nacional Antirreleccionista en Coahuila, aprovechando las elecciones de 1909 para gobernador del Estado, ya que le ayudarían a multiplicar la instalación de clubes políticos independientes y prepararía así la organización de su Estado para las elecciones presidenciales del año siguiente.
            Aunque Madero prefería que los clubes independientes, impulsados por él en la anterior campaña electoral, postularan al doctor Dioniso García fuentes, no tenía objeción en respaldar la candidatura de Venustiano Carranza si éste aceptaba ser elegido en una convención democrática realizada por los diferentes clubes políticos existentes en el Estado. Madero veía la desventaja de que Carranza, senador porfirista, era gran amigo del general Reyes y una mera continuidad del gobernador Cárdenas. Para apoyarlo, le parecía entonces que primero debía pasar la prueba de la elección de los clubes, y después la prueba de la elección popular. Pero ahora le importaba más la sucesión presidencial que las elecciones de Coahuila, así que lo primero subordinaba a lo segundo.[13]

La convocatoria para formar el Centro Antirreeleccionista

Con el prestigio que le dio su destacada actuación democrática en Coahuila y el ascendiente que fue adquiriendo por la difusión de su libro La sucesión presidencial de 1910, Madero convocó a varios personajes a reunirse en la ciudad de México en mayo de 1909 para crear el Centro Antirreeleccionista. Este se convertiría en la base desde donde se impulsaría la construcción del Partido Nacional Antirreeleccionista. El hecho de que el convocante perteneciera a una de las familias más ricas del país también fue un factor importante para que se le prestara atención.
            Ya desde los preparativos de la reunión, durante los primeros cuatro meses de 1909, las deficiencias del material humano existente en el panorama político hacían ver que se necesitaba demasiada fe para creer en las probabilidades de construir un partido fuerte e independiente y con posibilidades de ganar las elecciones presidenciales.
Los políticos de la época, en esos momentos, parecían totalmente ajenos al interés de construir un partido independiente, más bien estaban ocupados en decidir qué era más provechoso para ellos: apoyar a Limantour y a sus “científicos” o al general Reyes y a sus agentes. A la vista, no había otra alternativa atractiva y conveniente. Para canalizar las simpatías de la gente, los reyistas instalaron su Partido Democrático, el 5 de febrero, y los limantouristas el Partido Reeleccionista, el 9 de febrero.
            Inicialmente Madero se desilusionó un poco con el trabajo de reclutamiento, pues varias personalidades que creyó apoyarían su labor, rechazaron formar parte del Centro Antirreeleccionista de México. Victoriano Agüeros, destacado periodista de oposición, estaba cansado después de luchar durante treinta años contra el despotismo de Porfirio Díaz y trató de desalentar a Francisco advirtiéndole que lo único que encontraría sería servilismo e indiferentismo.[14] El historiador y líder del diminuto Partido Liberal Puro, Fernando Iglesias Calderón, amigo de Madero, manifestó que no quería alterar la tranquilidad de su vida, que no tenía fe en el pueblo y que los esfuerzos serían infructuosos.[15] El licenciado Manuel Vázquez Tagle y el ingeniero Alberto García Granados no quisieron participar porque vieron que había muy poca gente dispuesta a incorporarse al nuevo partido. Patricio Leyva, candidato derrotado a la gubernatura de Morelos, primero aceptó la invitación y después la rechazó (porque más bien era reyista). Tuvo mejor suerte con los intelectuales Toribio Esquivel Obregón y Luis Cabrera (también reyista, pero que jugaba con varias cartas) o con dos periodistas: Paulino Martínez y el notable viejo luchador, Filomeno Mata; o con jóvenes como José Vasconcelos, Roque Estrada, Federico González Garza, Félix Palavicini y José Ramírez Garrido.[16]
            No fueron muchas las personas que se reunieron por invitación de Madero, o por invitación de los invitados. El 22 de mayo de 1909 se declaró constituido el Centro Antirreeleccionista y el 15 de junio se publicó un manifiesto a la nación inspirado en el libro de Madero. Firmaron como socios un total de 89 personas, pero de ellos muy pocos se incorporaron al trabajo político efectivo, incluso la mayoría terminó por ausentarse.
            Como presidente de la mesa directiva quedó el conocido porfirista Emilio Vázquez Gómez. Eso decepcionó a muchos de los miembros pues este señor hacía siete meses había publicado que estaba convencido de que la manera pacífica de poner en práctica el principio de la no-reelección era apoyando las candidaturas del general Díaz a la Presidencia y del general Jerónimo Treviño a la vicepresidencia “quienes por su edad avanzada, no podían tener ya interés alguno en pensar en la reelección de sí mismos”.[17]
            De vicepresidentes quedaron el intelectual y hacendado guanajuatense, Toribio Esquivel Obregón y Francisco I. Madero. Esquivel lo único que hizo por el partido fue pronunciar dos o tres discursos en dos o tres reuniones (una de ellas en la convención antirreeleccionista donde a algunos se les ocurrió proponerlo como candidato a la presidencia y también a la vicepresidencia de la República), pero después cambió de bando y representó a Limantour y a Díaz en las pláticas de paz de Ciudad Juárez en 1911.

            Como puede verse, ni la presidencia ni la vicepresidencia del Centro Antirreleccionista daban muchos motivos para entusiasmar a los demócratas o a los opositores de la dictadura. En esa directiva, Madero era la garantía de independencia.
            Bajo los principios de “Sufragio efectivo, no-reelección” se invitó a todos los ciudadanos para que instalaran “Clubes Antirreeleccionistas en toda la República” y se pusieran “en relación con nosotros. Cuando este Centro lo crea oportuno, convocará a una Convención a la que concurrirán delegados de todos los clubs antirreeleccionistas, y en la cual se determinará quiénes serán los candidatos de ese partido para los puestos de Presidente y vicepresidente de la República y Magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación...”.[18]
            La invitación a instalar clubes no la dejó Madero en el aire, fue una tarea que asumió personalmente y para ello realizó giras políticas por diferentes Estados de la República junto con Félix Palavicini. Decidieron empezar por el puerto de Veracruz por su larga tradición opositora y liberal. A l finalizar el mes de julio ya habían visitado: Veracruz, Yucatán, Campeche, Tamaulipas, Nuevo León y Tabasco y en cada uno de esos Estados habían dejado constituidos clubes antirreeleccionistas.
Simultáneamente Francisco trabajó también en la creación de un nuevo periódico y en agosto pudo salir el primer número. El director fue Palavicini, que en esos momentos era su hombre de confianza. Más de doce mil pesos iniciales fueron necesarios para transformar al semanario, El Antirreeleccionista, en un diario y esa cantidad salió del bolsillo de Francisco, de su hermano Gustavo y de sus hermanas Mercedes y Ángela.

            Durante los meses de agosto y septiembre trabajó especialmente en la instalación de clubes en Coahuila y entró en contacto con políticos de Puebla, Morelos, Yucatán y Sinaloa que eran Estados que intentaban deshacerse de sus gobernadores porfiristas en sus respectivas elecciones.

Represión y desbandada de antirreeleccionistas

El 22 de septiembre El Antirreeleccionista publicó un artículo sin firma, titulado “Misterio de la conferencia Díaz-Taft”, en el que se ponía en duda el patriotismo del general Díaz. Eso fue suficiente para que al día siguiente la policía ocupara las oficinas y talleres del periódico y aprehendiera al personal que se encontraba ahí.[19] También se giraron órdenes de aprensión contra el director del periódico, Félix Palavicini.
            Madero se molestó con Palavicini por la ligereza de publicar un texto que insinuara la falta de patriotismo de Porfirio Díaz, pues en toda su vida el general había demostrado un patriotismo indudable, y se molestó además porque el artículo era anónimo. Lo peor de todo fue que a partir de ese momento el partido de Madero se quedó sin periódico propio para expresar sus posiciones.
            Este incidente resulta extraño a la luz del contexto en que se dio. El 14 de septiembre, Emilio Vázquez Gómez había amenazado con renunciar a la presidencia del Centro Antirreeleccionista, porque en un manifiesto que se quería sacar en el periódico no se protegía lo suficiente la imagen del general Díaz. Además, Félix Palavicini terminó por cambiar de bando y en 1910 dejó muy claro su apoyo “sin vacilaciones” a Porfirio Díaz.[20] Es difícil saber si estas personas realizaban un doble juego y participaban en la oposición como gente del Presidente o si al expresar su simpatía por el dictador sólo buscaban protección y seguridad.
            A finales de septiembre y los últimos tres meses del año 1909, el ambiente entre los partidarios de Madero en la ciudad de México era de temor y desbandada ante la represión que había iniciado el Presidente. La directiva del Centro Antirreeleccionista se había desintegrado: dos de sus secretarios habían dejado de funcionar, Paulino Martínez huyó a Estados Unidos y Palavicini estaba escondido. Emilio Vázquez Gómez, a pesar de su reiterado apoyo a la reelección de Díaz, seguía asistiendo a las juntas; dos vocales dejaron de participar. El secretario José Vasconcelos se retiró a laborar exclusivamente en sus actividades profesionales y manifestó su voluntad de renunciar formalmente a la lucha.
            El Centro Antirreeleccionista suspendió varias sesiones porque los únicos que se presentaban a trabajar eran Emilio Vázquez, Filomeno Mata, Ing. Manuel Urquidi, José de la Luz Soto, Octavio Bertrand y Roque Estrada.
Federico González Garza que entró a sustituir a uno de los secretarios también estaba pensando abandonar la actividad política. Un día de esos, se encontró con Roque Estrada y le dijo que la conducta del gobierno y del corralismo:

“hacía imposible toda política independiente y que todo esfuerzo era estéril, porque a la postre triunfaría la voluntad del Gral. Díaz, a despecho de todo. Que él estaba decepcionado por completo; que ninguna esperanza podía tenerse en el pueblo, carente de cultura y energías, y sumido en el servilismo; y que por estos motivos se había dedicado él a sus negocios, con exclusión de toda labor política [...] Se necesita estar ciego para no comprender que todo es inútil”.[21]

En noviembre de 1909 la sucesión presidencial había entrado en una nueva etapa. Porfirio Díaz estaba apretando la mano y convirtiéndola en un puño para dar el golpe final que acabara con el juego electoral. Estaba a punto de clausurar sus cuentas con Reyes y sus seguidores; y empezaba a desarrollar el cerco contra Madero y sus partidarios. No quería dejar cabos sueltos.

La represión contra los reyistas

De manera oficial, parecía que la sucesión presidencial de 1910 se había resuelto desde los primeros meses de 1909. No debía caber duda alguna puesto que el Partido Reeleccionista postuló a sus candidatos a la Presidencia y vicepresidencia de la República, Porfirio Díaz y Ramón Corral, respectivamente, el 2 de abril de 1909.[22]
            El Partido Reeleccionista era impulsado por Limantour, los “científicos”, senadores, diputados, funcionarios públicos, poderosos hacendados, banqueros, industriales y oficiales del ejército.[23]
            El mismo general Reyes, el 3 de marzo, ya le había mandado una carta “reservada y personal” a Ramón Corral en la que le decía: “Tengo conocimiento de que usted es el candidato del señor general Díaz para la vicepresidencia; así pues, cuente usted con la cooperación que me corresponda”.[24]          Pero Reyes estaba jugando un doble juego: por un lado se mostraba sumiso a la voluntad presidencial y expresaba su apoyo al candidato a la vicepresidencia, y por otro lado seguía alentando a sus partidarios a luchar por cambiar la decisión del Presidente.
            Siguiendo con su doble juego, el 21 de mayo de 1909, le escribió de nuevo a Corral: “Cualquier cosa que se le ofrezca a usted decirme sobre chismes de prensa, en que ande mi nombre enredado en la candidatura a la vicepresidencia, le estimaré me lo manifieste, pues ya conoce usted mi propósito en esto y en todo, de seguir la política del señor Presidente”.[25]
            Los corralistas no se dejaron engañar por el general Reyes. El muy influyente político “científico”, Rosendo Pineda, por ejemplo, el 22 de mayo instruyó al gobernador de Jalisco, el corralista Miguel Ahumada, que le pusiera “las mayores dificultades” al grupo de reyistas de México que iban a Guadalajara para hacer propaganda política.[26]
            Guadalajara era uno de los núcleos más fuertes de apoyo al general Reyes y ahí se decidió el destino del reyismo. El 24 y 25 de julio en Guadalajara hubo choques violentos entre corralistas llegados de la ciudad de México para hacer propaganda y los reyistas que impidieron esa propaganda por todos los medios. La gente daba vivas a Reyes y gritaba: “¡Muera el tirano!”, “¡Muera la momia!”, “¡Muera el ladrón!”. Como la policía era la encargada de proteger a los corralistas, el choque fuerte durante dos días se dio entre la policía y los reyistas. La violencia se extendió por toda la ciudad y sólo después de que varios reyistas fueron encarcelados y muchos heridos, algunos mortalmente, los manifestantes se dispersaron. A raíz de estos incidentes, Porfirio Díaz vio la conveniencia de detener a Reyes con mano dura y firme.
            Los seguidores de Reyes también le urgieron a que manifestara públicamente su aspiración a la vicepresidencia, pero en lugar de eso, el 26 de julio renunció abiertamente a su candidatura y apoyó la de Ramón Corral. El general Porfirio Díaz le tenía mucho miedo a Reyes, pero la sumisión incondicional que éste mostró, estimuló al Presidente a reprimir despreocupadamente a los reyistas. Dejó abandonados y traicionados a sus partidarios. Tiró a la basura toda la fuerza que tenía. Con ella habría podido proteger y defender a los reyistas. Esa hubiera sido una renuncia digna, no esa renuncia ignominiosa que terminó por llevarlo al suicidio disfrazado.
            Los efectos de la represión contra los reyistas se vieron en varios campos:
Siguiendo el impulso de la fuerza reyista, a la que pertenecía, el 24 de julio, Luis Cabrera publicó un artículo contra el partido de los financieros (es decir, de los “científicos”); ahí afirmó que éstos “no ven en el dinero el modo de salvar a la Patria, sino en la Patria el modo de salvar los dineros”. Pero ya con la represión de ese día y el siguiente, se replegó con mucha facilidad cuando Limantour le urgió a que diera los nombres de la gente y los negocios de los que pertenecían al partido financiero. El abogado Cabrera, desamparado, buscó refugio y protección en la abstracción y se negó a proporcionar cualquier dato concreto, argumentando: “Yo ataqué a un grupo típico que ha existido en todas las épocas y en todos los países, y traté de confirmar la verdad de los ataques al grupo científico, aplicando a México las generalizaciones hechas antes”.[27]
            Como parte de las medidas represivas contra los reyistas: “una docena de oficiales del ejército fueron confinados a lugares remotos, los diputados Jesús Urueta y Lerdo de Tejada, hijo, fueron privados de sus curules en la Cámara [de Diputados], y el senador José López Portillo y Rojas fue arrojado del Senado y arrestado”.[28]
            Como ya se sabía lo que valía la palabra del general Reyes, no importó que públicamente apoyara la candidatura de Corral, Porfirio Díaz lo privó del mando de las fuerzas militares de Nuevo León y en su lugar puso al general Jerónimo Treviño, conocido por su hostilidad al gobernador Reyes. Como su posición era cada día más incómoda, el 20 de agosto de 1909, dejó Monterrey y se retiró a su hacienda en Galeana. Sus enemigos entonces lo acusaron de cobarde y lo ridiculizaron apodándolo el “atrincherado de Galeana”.[29]
            Aparentemente, a pesar de sus mensajes a Corral, a don Porfirio y a sus seguidores, el aislamiento del general en su hacienda lo interpretaron como una manera de seguir considerando sus opciones. Su hijo Alfonso, relató después ese momento de su padre:

“Le daban la revolución ya hecha, casi sin sangre, ¡y no la quiso! Abajo, pueblos y ejércitos a la espera, y todo el país anhelante, aguardando para obedecerlo, el más leve flaqueo del héroe. Arriba, en Galeana, en el aire estoico de las cumbres, un hombre solo”.[30]

Para acabar con los rumores de rebelión reapareció en Monterrey en septiembre y, finalmente, después de una entrevista con el general Díaz, a principios de noviembre, Bernardo Reyes renunció a la gubernatura de Nuevo León, y aceptó realizar estudios militares en Europa, que fue la manera honrosa de desterrarlo.[31]
            Otro de los afectados en la campaña de represión fue Venustiano Carranza. A principios de 1909 había consultado a don Porfirio si le parecía bien el ofrecimiento que le habían hecho de postular su candidatura a la gubernatura de Coahuila y el Presidente le dijo que sí aceptara ese ofrecimiento. Carranza entonces inició su campaña electoral con el supuesto apoyo del general Díaz. Pero hay que recalcar lo de supuesto, porque ya desde el 4 de febrero de ese año, el dictador le escribió a Miguel Cárdenas, el gobernador de Coahuila, que no apoyaría públicamente la candidatura de Carranza, pero tampoco diría de manera abierta que no lo apoyaba.[32] Es decir, dejó el asunto en la indefinición; siguiendo su manera típica de comportarse, Díaz no se comprometió.
La violencia contra los reyistas en Guadalajara y la renuncia pública de Reyes a su candidatura, llevaron a la devaluación política del gobernador Miguel Cárdenas (gran amigo y aliado de Bernardo Reyes) y convencieron a los corralistas que sería bueno sustituir a Carranza y nombrar a otro candidato oficial. La postulación cayó entonces en Jesús del Valle y partir de entonces se inició el hundimiento político electoral de Carranza. Fue Madero, a quien Carranza envidiaba y despreciaba, el que lo salvó de lo peor. Francisco se refirió a la situación de Carranza en Coahuila en una carta que le mandó el 7 de septiembre a  su amigo Palavicini:

“Diré a usted que si no fuese por el elemento antirreeleccionista, el Sr. Venustiano Carranza hubiese fracasado no solamente de un modo ruidoso, sino ridículo, pues todos sus partidarios oficiales lo han abandonado y entre éstos estaban muchos de los clubes reyistas.
            Es bueno que haga hincapié en algún artículo sobre la circunstancia de que aquí en Coahuila después de los nuevos acontecimientos, mientras se desbandaban los partidos Carrancista y Reyista, el nuestro sigue aumentando considerablemente en todos sentidos, al grado de que si no hubiese sido por nosotros, la convención [de la oposición en la que se postuló a Carranza] hubiese sido ridícula”.[33]

Como Madero esperaba un gran fraude electoral en Coahuila y no veía la manera de evitarlo, prefirió contener a sus partidarios y realizar una campaña de oposición muy formal, muy de trámite, para conservar las fuerzas para la lucha del año siguiente. De hecho los resultados oficiales fueron 16,383 votos para Jesús del Valle y 66 votos para Venustiano Carranza.
La experiencia de abandono de sus partidarios, su dependencia final de los maderistas y el desganado apoyo de éstos, fue para el porfirista-reyista don Venustiano Carranza una experiencia humillante que le ayudó a cultivar su rencor contra el anti-reyista y antirreeleccionista Francisco I. Madero.
El senador Venustiano Carranza, que siempre se había mostrado muy servil con el dictador, terminó odiando a Porfirio Díaz por el ridículo al que lo sometió.[34] Nicéforo Zambrano, político amigo de don Venustiano, contó que después de su derrota, el senador Carranza fue a entrevistarse con el general Reyes para convencerlo de que no se fuera a Europa a estudiar sino que se rebelara contra el Presidente de la República. Bernardo Reyes le contestó: “ya ve que no me es posible aceptar lo que me ofrece; debe saber que a ese hombre no le puedo faltar porque lo que soy y lo que valgo a él se lo debo, lamentando de veras no estar de acuerdo con usted en este asunto”.[35]
            De esta manera resignada el general Reyes fue eliminado de la sucesión presidencial y dejó a Madero y a su partido como el problema pendiente que el Presidente tenía que resolver para garantizar su reelección y la de Ramón Corral. La hostilidad y represión surgida de esta nueva relación de fuerzas fue la que provocó el desánimo y la desbandada de los partidarios de Madero en la ciudad de México.

Don Porfirio golpea a la familia Madero, para aplacar a Francisco

Algo muy importante para Francisco I. Madero fue lanzarse a la lucha contra la dictadura con el apoyo de su padre. Hasta que obtuvo la bendición de éste, publicó el libro de La sucesión presidencial e inició los trabajos de construcción del nuevo partido.
            Cuando todavía no obtenía la bendición, el 20 de enero de 1909, le dijo a su padre:

Y yo, que debo de representar un papel de importancia en esa lucha, pues he sido elegido por la Providencia para cumplir la noble misión de escribir ese libro; yo, que en el entusiasmo y en la fe que siento reconozco el ayuda de , y que en este Estado soy reconocido como jefe por todos los que quieren luchar, sentirme detenido en medio de mi carrera, sentir que una fuerza poderosa, detiene mi brazo y me inutiliza para el combate, ¿podrías imaginar cuál es mi angustia?
            ¿Y cuál es esa fuerza que me detiene? ¿Cuál es esa voluntad que quiere oponerse a que yo cumpla con la misión que me ha impuesto la Providencia?
            La única que podría hacerlo; pues si bien es cierto que no me arredra la pobreza, ni la prisión, ni la muerte, sí me arredra desobedecer a mi padre, pues me imagino que lanzarme a una lucha tan azarosa sin llevar la bendición de mi padre, tendré que fracasar, porque me faltará la fuerza moral necesaria para sostenerme. ¿Pero cuál es la razón que tú me das para no quererme permitir que publique mi libro?[36]

Tres días después, al enterarse que tenía todo el apoyo paterno, le escribe de nuevo:

“Mi muy querido papacito:
Ayer llegué de Torreón y me encontré con tu telegrama en que me permites que obre libremente y me mandas tu bendición y la de mi mamá.
            No puedes imaginarte cuán grande ha sido la satisfacción, el orgullo y la emoción que he sentido.
            Abundantes lágrimas derramé ayer, pero fueron lágrimas de ternura, de dulce y grata emoción de agradecimiento inmenso para ti y para mi adorada mamacita.”
            “[...] pueden estar seguros que obraré de tal modo, que les causaré la más legítima satisfacción, el más noble orgullo, haré de modo que Uds. se sientan orgullosos de mí, como yo me siento orgulloso de tener unos padres tan nobles, tan grandes, tan buenos.
            Ahora sí ya no tengo la menor duda de que la Providencia guía mis pasos y me protege visiblemente, pues con el hecho de haber recibido su bendición veo visiblemente su mano”.[37]

Una buena parte de las argumentaciones de Francisco para persuadir a su padre de que lo apoyara era que Porfirio Díaz no haría nada en contra de la familia, que cuando mucho se lanzaría contra él y estaba dispuesto a asumir las consecuencias.
            Le decía a su padre:

“Siempre he creído que es infundado el temor de Uds. De que se nos echen encima los Bancos al publicar mi libro, pues el general Díaz no recurrirá a esos medios tan mezquinos. Si él se indigna, será contra mí, y contra mí solo dirigirá sus golpes, de modo que sean certeros sin que aparezca su mano.
[…] Además, tú que eres tan optimista, tan entusiasta, tan afortunado, ¿porqué ver ahora todas las cosas con un tono tan sombrío?
            ¿Cuándo se ha visto que una buena acción tenga malas consecuencias? Sólo apreciando las cosas desde un punto de vista limitado y circunscrito a un solo punto puede verse lo contrario, pero extendiendo la vista a horizontes más amplios, entonces cambia la cuestión de aspecto, pues entonces sólo vemos la vida eterna de los pueblos y de los espíritus evolucionando a través de innumerables envolturas terrestres y de los pequeños contratiempos, las contrariedades que encuentran en su camino, como obstáculos indispensables para ejercitar sus fuerzas, para desarrollar sus facultades, para elevarse más y más en la diaria lucha para vencerlos”.[38]

En noviembre y diciembre de 1909, Porfirio Díaz todavía no le echó encima a los bancos, pero sí  privó a su padre de 200 mil pesos mensuales que recibía por la venta de Guayule. Para hacer esto lo despojó de la finca “Australia” otorgándola a los vecinos que, de una manera totalmente arbitraria, la reclamaban en propiedad.
            Esa presión contra Madero era parte de una represión contra los antirreeleccionistas. En Puebla, por ejemplo, se había encarcelado a Aquiles Serdán. En Yucatán, los opositores perdieron las elecciones para gobernador y se persiguió y encarceló a los derrotados. Desesperado y en un intento de proteger a Aquiles Serdán en Puebla y a Pino Suárez que andaba oculto en Yucatán, decidió escribir, el 18 de noviembre, una carta a Limantour, amigo de la familia Madero, pidiéndole ayuda.
            Don Evaristo, su abuelo, por la copia que le mandó el mismo Francisco, se enteró de la carta escrita a Limantour, y furioso, desde Monterrey, le escribió rápidamente a su nieto:

“Si esa carta no se la enseña al señor Presidente, sería una falta de atención de su parte y si se la enseña, será peor para ti. Tú crees que estás hablando de nación a nación y te equivocas, lo peor de todo, es que mientras nosotros estamos trabajando por levantarle el palo que le tienen encima a Francisco, tu padre, con el cual le hacen perder muchos miles de pesos; tú, por otro lado, te empeñas en echarle mocos al atole, pues no les ha de faltar pretexto para seguirnos mortificando, pues creen que la obra no es tuya sino de todos nosotros, en lo cual se equivocan de medio a medio, porque yo prefiero estar quieto en mi rincón que querer tapar el sol con una mano.
Yo he estado malo desde hace días; me viene aquí para ir a Saltillo y de allí ir a México a ver al señor Presidente con el cuento que tiene Francisco en el juzgado de Saltillo, pues dirán y dirán bien que mientras nosotros perseguimos que le hagan justicia a tu padre, tú le echas la amenaza de que harás y tornarás y así bien te quedarás diciendo y no harás nada, pues estás muy lejos de conocer el país en que vivimos. Espero que no volverás a poner una carta semejante a ninguno de los Ministros ni al señor Presidente, pues se parecería al desafío de un microbio con un elefante”.[39]

Durante los meses de septiembre, octubre y noviembre, quizás por las fuertes presiones internas y externas, Madero padeció cálculos hepáticos, tuvo altas fiebres e incluso una vez se llegó a temer por su vida. Pero a pesar de su enfermedad mantuvo intensa correspondencia y visitó e instaló clubes antirreeleccionistas, sobre todo en Coahuila. Sin embargo terminó por aceptar pasar una temporada de recuperación y baños en Tehuacán, Puebla, que es desde donde le mandó sus cartas a Limantour y a su abuelo.
            Durante su recuperación en Tehuacán también le escribió a José Vasconcelos para persuadirlo de que no abandonara el Partido Antirreeleccionista y que superara el desaliento en el que se encontraba. Voy a reproducir las palabras de Madero porque expresan mucho de la actitud con la que estaba asumiendo él mismo la adversidad de esos meses:

“Si usted se separa de nuestro Partido, va a perder, quizá, la mejor oportunidad que se le presente en su vida, de ocupar un puesto distinguido entre sus conciudadanos [...] Retirándose de nuestro Partido, se conquistará usted, cuando mucho, que lo traten con lástima, si no es que con desprecio, pues ven que a pesar de haber principiado la campaña con tanto vigor, se desmoralizó con el menor obstáculo con que tropezamos [...] Los obstáculos que hemos vencido hasta ahora no son comparables con los que tenemos que vencer. Los peligros que hemos corrido, no son nada comparables con los que nos esperan y si hasta ahora hemos presenciado algunas represalias, no tendrán comparación con las persecuciones que vendrán cuando se acerquen las elecciones, cuando la lucha se haya entablado verdaderamente, cuando las pasiones exalten los ánimos de ambos partidos.
            Ninguna conquista ha hecho la humanidad sin que le cueste grandes trabajos. El bien más codiciado de todos los pueblos, es el de la libertad, y nunca se ha conseguido sin que sucumban muchos en la contienda.
            Aunque nuestra lucha es democrática esencialmente, a pesar de ello habrá víctimas, pues el gobierno no ha de retroceder ante ningún medio para imponer su voluntad”.[40]

Ese optimismo y esa voluntad firme para enfrentar las adversidades también la expresa en la carta que le escribió a su papá el 30 de noviembre en respuesta a la petición que éste le hizo de que suspendiera sus trabajos políticos debido a la salud de la mamá y las complicaciones que se estaban padeciendo con el guayule de la finca de “Australia”:

“Cuando me diste tu consentimiento, te inspiraste en la misma fe que a mí me sostenía, te elevaste sobre todas las pequeñeces que te rodean y con una serenidad y una resolución que yo he admirado, te resolviste a arrostrar todas las consecuencias de tu acto.
            [...] Comprendo muy bien que al estar en esa ciudad [Monterrey], tanto papá Evaristo como Ernesto, sobre todo este último, te habrán comunicado sus temores, abultando ante tus ojos las consecuencias que puede tener el que yo continúe en la actual campaña.
            Desistir, pues, en estos momentos, de mi empresa, sería sumirme para siempre en el desprestigio y la ignominia, sería tanto como traicionar a la Patria, burlar las esperanzas de todos los que creen que yo soy un hombre honrado y patriota, y sería dejar que se afianzase para siempre en nuestro país el régimen de poder absoluto.
            Al suceder todas estas desgracias, ni siquiera se remediaría el mal que quieres tú evitar, pues el asunto de Australia lo han de seguir explotando de un modo u otro. Ya ves cuantos sufrimientos que no se han cumplido”.

Como puede verse en las cartas a José Vasconcelos y a su padre: ni los ataques del general Porfirio Díaz a su familia, ni el realizado contra sus partidarios, ni la momentánea desmoralización de los dirigentes antirreeleccionistas de la ciudad de México, impidieron que siguiera adelante en su lucha por la libertad y la democracia. De hecho Madero intensificó sus esfuerzos y después de haber ido a Oaxaca y fracasado por no haber logrado fundar un solo club antirreeleccionista en ese Estado, inició una nueva gira política por la costa del Pacífico y del norte de México, y preparó la convención del Partido Nacional Antirreeleccionista que postularía a los candidatos a la Presidencia y vicepresidencia de la República.

El ascenso de los candidatos del Partido Antirreeleccionista

Primero fueron Querétaro, Gudalajara, Colima y Manzanillo, después Mazatlán Culiacán y Angostura, en seguida Alamos, Navojoa, Guaymas, Hermosillo, Nogales y Chihuahua. Salvo en Manzanillo, por cuestiones de tiempo, en todas estas ciudades fue instalando clubes antirreeleccionistas durante el mes de enero de 1910. En Guadalajara, a pesar de los obstáculos que le pusieron las autoridades, pudo realizar un mitin espontáneo con dos mil personas. En Sinaloa también encontró obstáculos pero pudo realizar reuniones exitosas. En Sonora la hostilidad de las autoridades fue mayor y Madero hasta batalló mucho para conseguir algún lugar para pasar la noche.[41] En Chihuahua el gobernador Enrique Creel lo subestimó como espectáculo para curiosos y lo dejó obrar libremente. Ahí Madero se dio cuenta que Abraham González ya había impulsado la instalación de clubes antirreeleccionistas en todo el Estado.
            La última gira antes de la convención del partido la realizó el mes de marzo a través de Torreón, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí y León, Guanajuato.
            De esta manera, en menos de un año, Madero hizo propaganda antirreleccionista en 19 Estados de la República. Y prácticamente en todos ellos dejó funcionando clubes políticos con sus respectivas directivas. En los primeros seis Estados lo acompañó como orador Félix Palavicini y en los siguientes Roque Estrada.
En casi todos los lugares que trabajó, Madero logró, con su ejemplo y entusiasmo, acabar con el miedo a la acción política independiente. Así que podría decirse que gracias a él y a sus dos compañeros, en un año construyó el Partido Nacional Antirreeleccionista. De modo que en la convención nacional de abril, a la hora en que los representantes de cada uno de esos clubes votaron para designar a su candidato a la presidencia, lo natural fue que la elección recayera en Madero y en la persona que él había sugerido como su compañero de fórmula: el doctor Francisco Vázquez Gómez como candidato a la vicepresidencia.
La convención del Partido Antirreeleccionista se celebró los días 15, 16 y 17 de abril. El primer día se eligió a Francisco I. Madero como candidato a la presidencia, obtuvo 159 votos. Sus rivales fueron: Toribio Esquivel Obregón que logró 23 votos y Fernando Iglesias Calderón que consiguió tres votos. Al día siguiente y después de varias horas de debate se eligió a Francisco Vázquez Gómez como candidato a la vicepresidencia con 113 votos; sus rivales fueron: Toribio Esquivel Obregón con 82 votos y Fernando Iglesias Calderón con cuatro votos.[42]
            La idea era, todavía en ese momento político, llegar a una transacción con el Presidente de la República de modo que renunciara el candidato a la Presidencia del Partido Antirreeleccionista, y Porfirio Díaz apareciera como el candidato común. A cambio de esto la candidatura a la vicepresidencia recaería en un hombre de confianza de los maderistas (se pensaba que podría ser Teodoro A. Dehesa[43] (gobernador de Veracruz) o el general Mier (gobernador de Nuevo León); además, el dictador debería ceder tres o cuatro ministerios, y aceptar la renovación de la mayor parte de los gobernadores, para garantizar que las elecciones generales de junio y julio de 1910 se efectuarán de acuerdo a las reglas y de esa manera la oposición estaría en condiciones de conseguir también la mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados.
            Las condiciones para una transacción eran que el Partido Nacional Antirreeleccionista estuviera fuerte (y sólo se haría hasta entonces) y Porfirio Díaz quisiera ceder posiciones gubernamentales que aseguraran la libertad del sufragio para la vicepresidencia, senadores y diputados; y después la de los gobernadores que previamente habían sido designados en la transacción. Pero antes de cualquier otra cosa, el partido debía designar a sus propios candidatos a la Presidencia  y vicepresidencia de la República. Primero debían tenerlos y tenerlos fuertes, para poder entregarlos dignamente a cambio de la libertad de elegir a los gobernantes: del vicepresidente para abajo.
            Con esta idea en mente Madero promovió la candidatura a la vicepresidencia del doctor Francisco Vázquez Gómez. Éste había sido médico personal de Porfirio Díaz, y amigo y promotor de Bernardo Reyes:

“Ya comprenderá Ud. la inmensa fuerza moral que dará a nuestro partido tal determinación y precisamente para llevar adelante esta política, necesita la completa cooperación del que sea candidato a la vicepresidencia, pues necesito que sea un hombre que esté resuelto a sacrificar su candidatura como yo sacrificaré la mía. Por este motivo me he fijado en la conveniencia de que sea candidato para vicepresidente su hermano el doctor”.[44]

Fue lo que le escribió Madero a Emilio Vázquez Gómez el 22 de febrero de 1910. Pero la transacción imaginada no se efectuó porque el general Díaz nunca estuvo dispuesto a ceder su poder por un medio distinto a la vía armada. Madero percibió claramente la cerrazón del dictador en la entrevista de una hora que sostuvieron el sábado 16 de abril en la noche, gracias al interés que tuvo el gobernador de Veracruz, Teodoro A. Dehesa de que se efectuara ese encuentro. Sobre esa entrevista escribió Madero:

“La impresión que me causó el Gral. Díaz es que está verdaderamente decrépito, que tiene muy poca vitalidad; acostumbrado a que todo lo que él dice sea aprobado servilmente por los que lo rodean, no vacila en contradecirse de un momento a otro, y, sobre todo, parece que tiene la monomanía de hablar de sus guerras. A mí me causó la impresión de estar tratando con un niño o con un ranchero ignorante y desconfiado.
            [...] De la cuestión política comprendí que no se puede hacer nada con él, que está empeñado en seguir adelante su programa. Yo le dije que por mi parte nosotros seguiríamos igualmente el nuestro. Se trató igualmente de la orden de aprehensión contra mí y me dijo que tuviera confianza en la Suprema Corte, a lo cual le contesté con una franca carcajada, diciéndole que no tenía ninguna confianza en la Corte. Parece que quiso varias veces asumir una actitud imponente y seria, pero nunca logró hacerlo, pues comprendió que conmigo no daban resultado esas bromitas.
            Yo le dije que me importaba muy poco que hicieran conmigo lo que gustasen, que todo el mundo comprendería perfectamente que si daban alguna orden de aprehensión contra mí era porque había resultado candidato a la Presidencia, porque todo mundo sabía que era un hombre honrado y yo también tenía orgullo en decirlo.[45]

Tal vez la entrevista con Porfirio Díaz influyó para que, al día siguiente, en su discurso de aceptación de la candidatura presidencial, Madero dejara más clara que nunca su firme resolución democrática, aunque siguiera expresando la posibilidad de realizar una transacción política que respetara y reforzara la voluntad del pueblo:

“Espero que el general Díaz [...] nos dejará trabajar libremente y respetará la voluntad nacional, libremente manifestada en los comicios; pero si desgraciadamente el general Díaz olvidando sus deberes para con la Patria, olvidando que el puesto que ocupa lo debe al pueblo y desconociendo las ardientes aspiraciones de la Nación y los vehementísimos deseos del pueblo para reconquistar su soberanía, favorece o permite que se nos pongan trabas en nuestra campaña política, que se nos coarten las libertades concedidas por la Constitución y que se defraude el voto popular en los comicios, con objeto de imponer, por medio del fraude su candidatura y la del señor Corral, declaro solemnemente que en este caso, defenderé vigorosamente los derechos del pueblo; y si el general Díaz, deseando burlar el voto popular, permite el fraude y quiere apoyar ese fraude con la fuerza, entonces, señores, estoy convencido de que la fuerza será repelida por la fuerza, por el pueblo resuelto ya a hacer respetar su soberanía y ansioso de ser gobernado por la ley”.[46]

Tres párrafos después Francisco mostró su disposición a renunciar a su candidatura y llegar a un arreglo democrático en los términos mencionados más arriba en este texto.
            El efecto que tuvo la convención del Partido Nacional Antirreeleccionista, con la designación de sus candidatos, fue atizar en la gente la voluntad del cambio e introducir la esperanza de la victoria. Esto se vio claramente en mayo que fue un mes de efervescencia y desbordamiento popular a favor de los antirreeleccionistas.

Miles y miles se manifiestan a favor de Madero para Presidente

El 5 de mayo de 1910 fue un día de grandes contrastes en la ciudad de México. Por un lado se manifestaron siete mil personas que expresaron con entusiasmo su apoyo a Madero y por otro, el desfile al que asistió Porfirio Díaz fue muy frío, y a diferencia de otros años, no hubo vivas al general e incluso se expresaron algunos siseos y uno que otro viva a Madero. El contraste alentó a la oposición.
            En Guadalajara diez mil personas recibieron a Madero con vivas y aplausos; en Puebla fueron 30 mil y en Orizaba 20 mil. En este último lugar, ante una multitud compuesta principalmente de obreros, el candidato pronunció un discurso que es muy significativo de la manera en que Madero entendía la libertad y del papel que le daba a esta en la conformación del modo de vida:

“El aumento de salarios o la reducción de horas de trabajo no depende del gobierno. No les ofrecemos eso, porque no es lo que ustedes desean. Ustedes quieren libertad y que sus derechos sean respetados. Ustedes desean que se les permita formar asociaciones poderosas para que unidos sean capaces de defender sus derechos. Ustedes desean la libertad de pensamiento, para que aquellos que simpatizan con los sufrimientos de ustedes puedan enseñarles el camino de la felicidad. Ustedes no desean el pan, solamente desean la libertad, porque ésta les servirá para ganar el pan”.[47]

Cada día el apoyo a la candidatura del Partido Nacional Antirreeleccionista iba en aumento y la manifestación del domingo 29 de mayo que agrupó a 30 mil maderistas en la ciudad de México reafirmó al gobierno en la conveniencia de intensificar la represión a escala nacional.
            Para entender la importancia de las manifestaciones a favor de Madero, hay que tomar en cuenta que el gobierno las veía con malos ojos y que participar en ellas traía la desgracia de quedar identificado como opositor. Es decir, se necesitaba cierta valentía para estar en ellas. Además, el número de habitantes de las ciudades era muy pequeño en comparación con el número que tienen en la actualidad. Por ejemplo, la ciudad de Puebla tenía 96,121 habitantes y la manifestación agrupó a 30 mil.
De hecho después de que Madero salió de Puebla el gobierno encarceló a la mayor parte de los directores de los Clubes Antirreeleccionistas Obreros. Eso motivó que Francisco le escribiera otra carta a Porfirio Díaz, el 26 de mayo, en la que le manifestaba que a él en lo personal le habían respetado sus derechos políticos, pero que a sus numerosos partidarios en toda la República no se les respetaba. Le puso como ejemplo que en Coahuila, Nuevo León, Aguascalientes y San Luis Potosí se habían impedido manifestaciones antirreeleccionistas y que en Sonora y Puebla hubo encarcelamientos:

“Yo he exigido de mis partidarios que laboren dentro de la Ley: así lo han hecho. También he exigido de ellos que se limiten a protestar por las vías legales, de los atropellos de que son víctimas; hasta ahora también lo han hecho. Pero convencido de la ineficacia de tales medidas para defenderse, y a pesar de mis exhortaciones, temo llegue un momento en que estalle la indignación popular. En ese caso, los únicos responsables ante la Nación y ante la Historia, serán las autoridades que con sus repetidos atentados hayan provocado la indignación del Pueblo Mexicano”.[48]

El efecto que tuvo esta carta abierta al Presidente no fue detener la represión sino intensificar el combate gubernamental contra la oposición[49] que culminó el 6 de junio en Monterrey, con la disolución de una manifestación de apoyo a Madero y su encarcelamiento. Eso motivó que le escribiera otra carta al Presidente el 14 de junio. Después de exponerle varios actos represivos le dice:

“[...] De lo expuesto se desprende claramente que Ud. y sus partidarios rehúyen la lucha en el campo democrático, porque comprenden que perderían la partida y están empleando las fuerzas que la Nación ha puesto en sus manos para que garanticen el orden y las instituciones, no para ese fin, sino como arma de partido para imponer sus candidaturas en las próximas elecciones.
            “[...] Pero si Ud. y el señor Corral se empeñan en reelegirse a pesar de la voluntad nacional y continuando los atropellos cometidos recurren a los medios puestos en práctica hasta ahora para imponer las candidaturas oficiales y pretenden emplear una vez más el fraude para hacerlas triunfar en los próximos comicios, entonces, Sr. Gral. Díaz, si desgraciadamente por ese motivo se trastorna la paz, será Ud. el único culpable ante la Nación, ante el mundo civilizado y ante la Historia.
            Publique Ud. un manifiesto en que haga a sus partidarios la misma indicación que yo les hago y ponga de su parte todo lo posible porque las autoridades cumplan con su deber respetando la ley y habrá hecho a su Patria el mayor bien consolidando para siempre la paz”.[50]

Limantour evita que Dehesa sustituya a Corral y gana las elecciones

A medida que se aproximaba la fecha de las votaciones (26 de junio, elecciones primarias y 8 de julio, elecciones secundarias) todos los porfiristas anti-corralistas intensificaron sus presiones para que el Presidente apoyara públicamente a otro candidato a la vicepresidencia. Se le propuso a su amigo el gobernador de Veracruz Teodoro A. Dehesa e incluso hasta se le mencionó como posible candidato a su sobrino, el general Félix Díaz.
El Círculo Nacional Porfirista, por ejemplo, el 23 de junio, susituyó la candidatura de Corral por la de Teodoro A. Dehesa, argumentando que como la vicepresidencia de la República era la manzana de la discordia y que si triunfaba Corral el país no estaría conforme y se afectaría la paz, postulaba al nuevo candidato “para matar la DISCORDIA” (lo escribió así, con mayúsculas). Teodoro aceptó la postulación.
            El mismo Dehesa cuenta que Porfirio Díaz estaba muy indeciso, de modo que no daba instrucciones claras a los que tenían que instrumentar los resultados electorales:

“Las elecciones estaban encima y la consigna no llegaba a los gobernadores de los Estados... ¿Qué había pasado? Hay un hecho elocuente por significativo. Cuando la consigna llegó a los gobernadores, la lista tenía en blanco el nombre del vicepresidente y la carta-recomendación nada decía al respecto. Convencido el general Díaz de que era inconveniente la reelección del señor Corral quiso sin duda que lo intuyeran los gobernadores, pero el servilismo establecido era tal, que ninguno se atrevió a proceder por sí y hubo gobernadores, como los señores [Próspero] Cahuantzi [gobernador de Talxcala] y [Joaquín] Obregón González [de Guanajuato], fueron a la capital con el objeto de informarse con el general Díaz del asunto y no lo lograron. El último había ido con el señor diputado Rosendo Pineda y éste le dijo que la elección había que hacerla a favor de Corral, que eso era lo acordado”.[51]

Los dirigentes del Círculo Nacional Porfirista buscaron el apoyo del Partido Nacional Antirreeleccionista para sacar adelante la fórmula Díaz-Dehesa. Por ello el 15 de junio platicaron con el Dr. Francisco Vázquez Gómez que simpatizó con la idea y percibió que era el mismo Porfirio Díaz el que estaba tratando de desligarse de Corral, pero como no quería aislarse políticamente buscó a los independientes. El doctor estaba convencido que una alianza Díaz-Antirreeleccionistas era mejor que la alianza existente Díaz-Científicos porque así se evitaría la revolución. Madero y él no tendrían que renunciar, sólo comprometerse aceptar los resultados a favor de Díaz-Dehesa.
            Madero se molestó con los arreglos que intentaba realizar el doctor. Le señaló: “Me parece indecoroso e inconveniente entrar en arreglos mientras me encuentre preso [...] especialmente en el caso de que se trata, de hacer concesiones”. [52] Por esa época Madero ya tenía la idea de no hacer una transacción y dos meses después se lo expresó claramente a don Filomeno Mata: “Yo no opino, como el Lic. Vásquez, que debemos transigir con el Gobierno. En último caso, que nos derrote; pero que sea una derrota honrosa para nosotros y que nos dejen con todo nuestro prestigio, que en los actuales momentos es nuestra fuerza”.[53]
            La indecisión de don Porfirio, las grandes expectativas que había entre los enemigos de los “científicos” de hacer valer la candidatura de Teodoro A. Dehesa y las indagaciones para un arreglo con los antirreeleccionistas, provocaron que Limantour pospusiera su viaje a Europa hasta saber el resultado de la elección.[54] Temía que el general Díaz cediera a las presiones y dejara de lado a Corral. Su presencia resultó efectiva y el Presidente no se atrevió a sustituir al candidato.
            Las elecciones se realizaron con los fraudes usuales. Un artículo en la Colección Díaz se refirió al modo en que se llevaron a cabo esas elecciones:

Aguascalientes: los mismos funcionarios de las casillas llenaban los votos, tomando nombres de las listas de contribuyentes. La policía agredía a garrotazos a los antirreeleccionistas que intentaban presentarse en las casillas.
            Chiapas: Las urnas se llenaron el día anterior en el Palacio Municipal y el día de las elecciones las vigilaron soldados federales. Las amenazas abiertas de muerte impidieron que los antirreeleccionistas intentaran votar.
            Chihuahua: Los soldados se apoderaron de todas las casillas. En el pueblo de Santa Bárbara, el comandante de policía con sus esbirros irrumpió en la sede del Club Antirreeleccionista, derribando la puerta  y arrestando a los presentes. Impuso una multa a cada uno de ellos y les advirtió que el que se apareciera por las casillas al día siguiente, sería arrestado”, etc...[55]

En el memorial que el Partido Nacional Antirreelecionista presentó en la Cámara de Diputados, para solicitar la nulidad de las elecciones, se decía acerca de éstas:

“El fraude fue en todas partes descarado; las mesas estuvieron en continua comunicación con las autoridades políticas y con los jefes de policía; si los antirreeleccionistas estaban por ganar una elección, rápida y disimuladamente se sacaba del cajón de la mesa un fajo de boletas falsificadas y por arte de prestidigitación todas las cosas cambiaban, y cuando no se tenían ocultas esas boletas, salía violentamente de la casilla cualquier secretario o escrutador a dar parte a dichas autoridades, y en el acto llegaba un gendarme con el rollo de falsas boletas y las ponía en manos del presidente, diciéndole, unas veces con infinito descaro y otras con absoluta inconciencia, que se las enviaba el jefe político, el presidente municipal, el comisario de policía o el leader corralista que en automóvil recorría las casillas para atender en el acto cualquier emergencia de esa naturaleza”.[56]

En esas condiciones los resultados de la votación fueron totalmente favorables a la fórmula Díaz-Corral: Porfirio Díaz obtuvo 18,625 votos electorales y Madero 196. En cuanto a la vicepresidencia, Ramón Corral: obtuvo 17,177; Teodoro Dehesa:1,394; Francisco Vázquez Gómez: 187 y Bernardo Reyes: 12.[57]
Francisco Bulnes se preguntó: si era tan aborrecido Ramón Corral, ¿por qué no ganó Dehesa que tuvo la bendición de don Porfirio a última hora?:

“Porque no hubo electores en la elección; en la gran mayoría de los comicios, se hicieron las elecciones como siempre; las hizo la policía como cualquier servicio de recoger basura o levantar perros muertos. Los gobernadores dieron la consigna de votar por Corral al pueblo imaginario, y fueron obedecidos”.[58]

Después de conocer los resultados, Limantour decidió salir tranquilamente del país. Cuando pasó por San Luis Potosí, en tránsito hacia Europa, habló con Francisco Madero (padre) que solicitó la intervención del secretario de Hacienda en favor de su hijo. Limantour le aconsejó que pidieran la libertad bajo fianza y le dio a entender que la resolución sería favorable. Así lo hicieron y así sucedió, Madero y Roque Estrada, que habían sido trasladados de Monterrey a la prisión de San Luis Potosí, obtuvieron la libertad condicional el 19 de julio. La condición era que permanecieran en la ciudad de San Luis Potosí.[59]
Aparentemente el gobierno, cuando otorgó la libertad condicional, ya no le temía al líder antirreeleccionista, porque como ya habían pasado las elecciones y Madero siempre se había mostrado partidario de la ley y de la paz, pensaron que el líder de la oposición quedaba recluido en la impotencia. Se pensó entonces que la represión de siempre contra los opositores sería suficiente para pasar a la siguiente etapa de la sucesión presidencial.
            Debido a esa percepción gubernamental, no sirvió de nada la impugnación de la elección ni las pruebas de fraude electoral. El 16 de septiembre, el Presidente se dirigió al Congreso y declaró que las elecciones se habían celebrado con toda regularidad en el país. Al día siguiente la Cámara de Diputados declaró que no procedía la petición de anular las elecciones y el 4 de octubre se publicó el bando que declaró electos a Porfirio Díaz y a Ramón Corral.
Aparentemente los maderistas estaban completamente derrotados y se creyó que los inevitables residuos de agitación terminarían por extinguirse con el tiempo y con medidas represivas. Incluso Gustavo Madero, a diferencia de su hermano, tenía la impresión de que la lucha había terminado. En la carta del 27 de agosto que le escribió a Francisco, le decía que “lamentablemente las elecciones habían terminado y todo el mundo estaba dispuesto a olvidar los métodos empleados y aceptar el statuo quo”.[60]

El líder antirreeleccionista decide recurrir a las armas

Madero participó en la lucha contra la dictadura y la encabezó con la convicción de que la mejor manera de transitar hacia la democracia era conquistando el derecho de elegir al sucesor de Porfirio Díaz, es decir, al vicepresidente, y a los gobernadores, senadores y diputados. Confiaba en que su estrategia sería victoriosa porque todos los mexicanos valoraban mucho la paz de los últimos 34 años. Estaba seguro que nadie quería perderla.
A pesar de su apuesta por la vía electoral, por ser la más racional, en su libro de La sucesión presidencial, escrito en 1908, había previsto la probabilidad de que se transitara por la vía armada y violenta para lograr que el pueblo ganara la libertad del sufragio:

“La hipótesis de que estalle una revolución es la menos probable de todas, pues por un lado, el elemento gobiernista procurará evitarla a toda costa y el medio más eficaz y más sencillo consistirá en hacer concesiones a la voluntad nacional, lo cual está en su mano; por otro lado, los que formen el partido democrático, como lo indica su nombre, son partidarios de la ley y por amarga experiencia sabemos que los mexicanos que siempre que hemos empuñado las armas para derrocar algún mal gobierno, hemos sido cruelmente decepcionados por nuestros caudillos que nunca nos han cumplido las promesas que nos hicieron, por cuyo motivo las tendencias del Partido Democrático serán precisamente, trabajar por que por medio de las prácticas democráticas, se verifique el cambio de funcionarios.
            A pesar de lo anterior, la probabilidad existe de que sí se levante la Nación si se le oprime demasiado vigorosamente; pues si es cierto que está acostumbrada a permanecer tranquila y en perpetua paz, también está acostumbrada a no ver cometer atentados sino aislado y muy de cuando en cuando, y si ahora viniera una serie numerosa como tendría que suceder, le causarían una indignación difícil de contener.
            En este caso desgraciado, sería el culpable el general Díaz, que por su obstinación en no hacer concesión alguna a la nación, habría precipitado esa catástrofe, pues hay que decirlo alto y claro: el general Díaz, ayudado por las circunstancias de un modo tácito por todos los mexicanos, ha creado un orden tal de cosas, que ni él mismo podrá alterar impunemente”.[61]

Lo más importante para Madero era que el pueblo eligiera a sus gobernantes y se respetara su decisión. Desde esa perspectiva valoró la estrategia y táctica de la lucha y desde ahí midió la conveniencia o no de llegar a acuerdos y transacciones.
            El mayor desastre que podría producirse en el movimiento que dirigía Madero era que las armas se convirtieran de nuevo en el medio de acceder al poder. Tenía muy claro que el militarismo era el peor enemigo de la democracia. A pesar de esto, Madero recurrió a las armas y convocó a los mexicanos a hacer la revolución por dos razones:

En primer lugar, Madero no quiso abandonar a sus partidarios y dejarlos en manos de la dictadura y de toda la represión acostumbrada. Hubiera sido una traición peor que la efectuada por Bernardo Reyes con sus seguidores, porque estos todavía pudieron refugiarse en el Partido Nacional Antirreeleccionista y luchar ahí por la victoria. Los maderistas, en cambio, no habrían tenido una organización que los protegiese y les diese esperanzas de ganar. Se había llegado al punto de no retorno. Si no se iba más allá, la regresión política sería peor, la experiencia de la impotencia dejaría una marca todavía más profunda en la gente, una muy difícil de olvidar.
En segundo lugar, el objetivo de Madero al hacer la revolución no era instaurar un nuevo gobierno sino crear las condiciones políticas que permitieran la libertad del sufragio; buscaba crear condiciones adecuadas para que la gente pudiera elegir a sus gobernantes, comenzando por el Presidente de la República. Y, de hecho, llegó a la presidencia no después de su triunfo militar en Ciudad Juárez sino después de ganar las elecciones en 1911. Pero este segundo mensaje fue demasiado sutil y difícil de aceptar, porque para todos fue obvio que el nuevo gobierno se formó por haber recurrido a las armas; fue el fruto de una fuerza violenta.

            Después de la revolución quedó abierto el camino de acceso al poder por medio de las armas. Y a pesar de que el principal objetivo de su gobierno fue cerrar ese camino, no pudo hacerlo y Madero murió víctima del camino que abrió para proteger a sus seguidores, para evitar la impotencia de los mexicanos y para votar libremente.

La revolución del  20 de noviembre a las seis de la tarde

El Plan de San Luis Potosí fue redactado en San Antonio, Texas, a principios de noviembre, pero fechado el 5 de octubre en San Luis, el día anterior de la fuga de Madero de esa ciudad. El plan llamaba a todos los mexicanos a tomar las armas el 20 de noviembre de 1910 desde las seis de la tarde en adelante “para arrojar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan”; declaraba nulas las elecciones presidenciales, anunciaba elecciones generales extraordinarias un mes después del triunfo de la revolución y prometía la restitución de tierras a los propietarios que habían sido despojados abusando de la ley de terrenos baldíos, etc.[62]
No queda claro el momento en que Madero decidió convocar a la revolución. Pudo haber sido cualquier día de junio, julio, agosto o septiembre. Yo pienso que se decidió a finales de septiembre porque fue cuando se cerró oficialmente la posibilidad de conseguir sus objetivos por la vía legal. Además la información que todavía ese mes manejaba Gustavo Madero, hombre tan cercano a Francisco su hermano y tan importante para la revolución, me refuerza esa suposición.
            La carta que le escribió Gustavo a su esposa Carolina Villarreal el 27 de septiembre de 1910 expresan planes de vida que no tienen nada que ver con la revolución sino con sus viejas aspiraciones de empresario, muy acordes con su posición social dentro del régimen porfirista:

“Vamos a construir otro ferrocarril de Irapuato a Tacámbaro pasando por Morelia. Hemos entablado negociaciones con el gobierno de Michoacán y parece que van muy bien, pues hoy llamaron por telégrafo a [mi socio] Carboneu. Si hacemos este negocio nos ganaremos él y yo para el año entrante un millón y medio de dólares, y como en el otro nos ganamos como un millón y medio de pesos, hacen un total de cuatro y medio para los dos. Ya ves pues que es de importancia capitalísima que arreglemos bien todo. Además, hemos hecho el negocio de “La Paz” que nos dará una renta mínima de 150,000 al año.
Te aseguro que si no tenemos contratiempos, nos podemos considerar millonarios y sin deberle a nadie un solo peso. Te suplico no comentar esto que te digo pues, aunque tengo la seguridad de que se llevará a cabo, todavía puede haber algo que nos impida llevar adelante esos negocios.”

Ese algo que le impidió a Gustavo consumar sus negocios fue la fuga de su hermano Francisco de San Luis Potosí, el 6 de octubre, y su retirada a Estados Unidos para planear e iniciar la revolución.
Hubo tres decisiones de Madero que pudieron parecer una alocada fe que brotaba de un manicomio porfirista, sin base en las fuerzas políticas operantes. La primera fue creer que podía construir un partido político nacional en un año y hacerlo contando casi solamente con él como agente desencadenador y aglutinador. La segunda fue creer que ese partido sería lo suficientemente fuerte como para decidir la sucesión presidencial. Y la tercera fue que podría crear un ejército, prácticamente de la nada, que pronto derrotaría al ejército profesional del gobierno.  Las tres, sin embargo, resultaron decisiones oportunas y muy acordes con la situación política de la época.
            Para sorpresa de todos, el ejército revolucionario mostró la gran debilidad del ejército federal y del régimen porfirista. Al demostrar esto reafirmó lo que puede percibirse a lo largo de los siglos: las revoluciones en este territorio que hoy es México han hecho patente el miserable sustento de los sistemas gubernamentales que han existido aquí.
            Hernán Cortés llegó a estas tierras con 508 soldados, 100 marineros y 10 caballos. Nadie hubiera imaginado que con tan pocos soldados (pero con tanta capacidad persuasiva), en poco tiempo estaría encabezando a decenas de miles de indios descontentos con la dominación azteca y con ellos conquistaría este nuevo territorio para la corona española con resultados catastróficos: “Las rivalidades, la guerra, la enfermedad y el hambre lo aniquilaron todo [...] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl escribe: el número de muertos en México era de ”.[63]
            Tres siglos de dominación española se resquebrajaron de una manera irreparable con un cura desesperado que para no ser encarcelado por conspirador, se rebeló y enfrentó a los ejércitos españoles con las piedras, hondas y machetes de sus miles de seguidores. Con esos recursos miserables demostró la gran debilidad de los españoles y los expuso como derrotables a los ojos de todos los mexicanos.
            Cortés, Hidalgo y Madero pusieron al descubierto que los amplios vínculos políticos y sociales que se han formado en este territorio resisten muy poco la presión de alguna pequeña fuerza coordinada que se les enfrente. Esta gran debilidad del país la reconoció también el general Porfirio Díaz, quien le dijo a Teodoro A. Dehesa que cinco mil estadounidenses que pasaran la frontera serían bastantes para llegar al DF.[64] La nación podía deshilvanarse con un fuerte tirón o también podría mantenerse junta y maltrecha si la debilidad de la oposición impedía ese tirón.[65]
Pero eso fue algo que Madero tardó varios meses en descubrir. No lo pudo ver de inmediato porque él mismo estaba en una situación de extrema debilidad el 20 de noviembre de 1910. Ese día entró a territorio nacional esperando reunirse con los 300 hombres que le había prometido su tío Catarino para atacar Ciudad Porfirio Díaz. Esperó muchas horas y sólo acudieron diez revolucionarios. Con ellos no se podía realizar el combate proyectado. Ese día y los siguientes creyó que en todo México nadie había respondido a su llamado y que la revolución había fracasado completamente.[66]
            La organización que Madero había construido y desarrollado en 1909 y 1910 no era militar sino civil: los líderes estatales del Partido Antirreeleccionista eran intelectuales que nunca habían disparado un tiro; no había una adecuada comunicación entre los militantes de los diferentes Estados ni con el mismo Madero; nadie se había entrenado para combatir, ni se contaba con cañones, ametralladoras, rifles y pistolas. No tenían balas ni pertrechos, ni se habían abastecido para una guerra prolongada.
A los conspiradores de la ciudad de México los descubrieron y los metieron a la cárcel antes de que pudieran intentar algo. En Puebla también fue descubierto Aquiles Serdán y murió en un combate casero un día antes de que empezara la revolución.
En esas condiciones de extrema debilidad y vulnerabilidad era casi imposible descubrir la impotencia del enemigo.
            El plan que tenía Madero para hacer la revolución fue una fantasía muy desligada de la realidad. Eso lo constató desde el principio el doctor Francisco Vázquez Gómez, amigo personal de Porfirio Díaz, concertador y antirrevolucionario, que tuvo que emigrar a Estados Unidos con el objetivo de salvarse del enredo en el que lo estaba metiendo su compañero de fórmula electoral. Dado que había sido candidato a la vicepresidencia de la República por el Partido Antirreeleccionista, difícilmente le habría creído el gobierno que no tenía nada que ver con la revolución y tampoco estaba interesado en hablar públicamente contra su partido. La emigración fue su mejor solución.
            El doctor tiene un relato de la primera entrevista que tuvo con Madero en San Antonio, Texas, a principios de noviembre, y ahí señaló su desconcierto ante los fantásticos planes revolucionarios de Francisco:

“Desde luego, le pregunté con qué elementos contaba para lanzarse a una aventura tan arriesgada y qué organización había dado a sus elementos, a lo cual me contestó poco más o menos lo siguiente: “Aquiles Serdán dará el golpe en Puebla; Cosío Robelo, en la capital; Robles Domínguez, en Guerrero; Ramón Rosales, en Hidalgo; Abraham González, en Chihuahua, y Soto, al sur de este Estado. Además, mi tío Catarino estará cerca del Bravo con setecientos hombres montados y armados para recibirme el 19 en la noche. Por otra parte, el ejército federal se volteará, y dentro de quince días estaremos en la ciudad de México, con toda seguridad. Por lo que toca al ejército, le he dirigido una proclama que tal vez usted no conozca, y estoy seguro que defeccionará”.
“No dejaron de causarme asombro las ilusiones del señor Madero [...] siendo el ejército una hechura del general Díaz, era una ilusión pensar que defeccionaría. Así se lo dije [...] haciéndole notar que la revolución, tal como la pintaba, carecía de una organización y no se realizarían sus pronósticos, con tanta mayor razón, cuanto que ni siquiera sabía el número aproximado de elementos con que contaba de una manera segura”.[67]

Esa fantasía que tuvo Madero de que el ejército apoyaría su revolución es una de las razones por las que convocó a la revolución el 20 de noviembre a las seis de la tarde.[68] La hora exacta era para permitir una mejor coordinación entre los soldados que supuestamente se iban a sublevar. Creía que todos los oficiales que apoyaban a Reyes ahora lo iban a apoyar a él, tal como había sucedido con los reyistas civiles. Por supuesto que no se rebeló ni un regimiento, ni un pelotón, todo el ejército permaneció fiel a don Porfirio, como lo había previsto el doctor Vázquez Gómez.
            Pero la lucha armada en el México de ese tiempo no necesitó planificación sino gran improvisación. Todo se hizo sobre la marcha. Fue suficiente una simple convocatoria para que la gente de las diferentes localidades del país, que estaba en condiciones de hacerlo, respondiera a ella con los recursos que tenía a la mano y combatiera de acuerdo a la improvisada manera que les sugería su intelecto. En eso no se equivocó Madero, la gente quería pelear, quería acabar con el gobierno de Porfirio Díaz; y para empezar a golpear sólo requería un indicio de que la victoria era posible. El llamado al levantamiento armado en todo el país, al mismo tiempo, le pareció a muchos un indicio suficiente para tener fe en la victoria y se lanzaron al combate.

Chihuahua, don Abraham González y su “novia” la revolución

Don Abraham González estudió su carrera en la Universidad de Notre Dame en el estado de Indiana. Ahí admiró a la democracia estadounidense y reafirmó su actitud contra el despotismo que ejercía en Chihuahua el hacendado latifundista Luis Terrazas y profundizó su aversión contra la dictadura de Porfirio Díaz en México.
Él fue uno de los primeros partidarios de Francisco I. Madero, ya que después de leer el libro de La sucesión presidencial en 1910 y enterarse de la convocatoria del Centro Antirreeleccionista para que se fundaran clubes políticos en todo el país, Don Abraham se apresuró y, sin conocer personalmente a Madero, en menos de un mes fundó el Club Central Benito Juárez, el 11 de julio de 1909.
            Ese año contaba con 45 años de edad, era un rico comerciante, ganadero (introdujo el ganado Herford  en su Estado con 136 cabezas), con negocios en la sierra y muchos contactos en Chihuahua y particularmente en Ciudad Guerrero, lugar donde nació. Por esa época decía que no se había casado porque estaba disponible para su novia “la revolución”. Hasta 1913 le llegó la idea de casarse, justo cuando la revolución ya había triunfado y él era gobernador de Chihuahua. Estaba comprometido con una mujer, pero el asesinato de Madero lo condujo también a la muerte.[69]
Murió fusilado sin juicio, el 7 de marzo de 1913, por una escolta militar que supuestamente lo llevaría a México. El general Victoriano Huerta ordenó su detención y asesinato porque era al único gobernador al que en verdad le tenía miedo. Había sido el alma de la revolución en Chihuahua en 1910 y sabía que de nuevo podía levantar en armas a todo el Estado y ser el líder nacional que lo derrotara.
Pero eso vino varios años después. En 1910, cuando Madero llegó a Chihuahua, se encontró con una organización del partido muy desarrollada. Abraham González ya había impulsado la formación de varios clubes antirreeleccionistas en todo el Estado;[70] y cuando Madero convocó a la revolución de noviembre, Abraham González también supo elegir y llamar a los que podían participar efectivamente en ella: reclutó a Pancho Villa y a Pascual Orozco, para mencionar sólo a dos de los más notables.[71]

“Puede decirse que en su totalidad, los invitados para la Revolución maderista, tanto en la sierra del oeste, al este, al sur y norte de Chihuahua, aceptaron la invitación de don Abraham, y los que no quisieron o no pudieron, le guardaron lealtad, sin denunciar sus actividades, y sus amigos estadounidenses le ayudaron con limitados elementos, pues esta Revolución fue hecha, casi en su totalidad, con los que abundaban en el estado de Chihuahua”.[72]

Con ellos, y con gente como ellos, la oposición al gobierno de Porfirio Díaz adquirió una cualidad distinta. Los líderes opositores ya no eran principalmente intelectuales vinculados al gobierno que estaban preocupados porque Corral sería el vicepresidente y los seguiría manteniendo en la periferia de las decisiones gubernamentales. Con la rebelión militar se incorporaron y desarrollaron liderazgo personas que no sabían leer y escribir, pero sí sabían montar a caballo y disparar un arma. Eran gente práctica, con objetivos concretos (sobre todo recuperar la tierra de la que habían sido despojados por los Terrazas y Creel o adquirir nuevas tierras); eran hombres que tenían bien identificados los obstáculos precisos que trastornaban su vida y que estaban sostenidos por el aparato gubernamental porfirista.
            Pascual Orozco, por ejemplo, se incorporó a la revolución, según expresó en su manifiesto, para “repeler con la fuerza justa” la fuerza brutal que ha sido “causa de tanto mal y de injusticia tanta que sobre nosotros pesa”. Esa injusticia se concretaba para él, en la aplastante competencia que sufría del capitán del ejército, Joaquín Chávez Chávez. Los privilegios que tenía este capitán por sus vínculos en el gobierno estatal lo hacían un rival insuperable en el negocio del transporte de minerales y mercancías, en el que participaba Orozco con su recua de mulas.

“Orozco se entregó al movimiento revolucionario en los principios de octubre de 1910, y hacia mediados del mes ya se le había concedido una entrevista con Abraham González, había recibido dinero del que encabezaba el centro en Chihuahua y había recibido instrucciones de comenzar el reclutamiento en Guerrero y estar listo para la acción. El 31 de octubre, en una segunda conferencia con González, Orozco fue nombrado jefe de la Revolución en el distrito de Guerrero.”
            “[...] Siendo estimado en su distrito, Orozco no tuvo dificultad en conseguir apoyo. Su reputación de valentía, su casi misteriosa habilidad con las armas y su superioridad como jinete le ganaron el respeto de la gente del campo, para la cual la proeza física era la verdadera medida de la masculinidad. Su conocimiento del terreno –adquirido durante sus ocho años de arriero- ayudó a inspirar confianza a quienes nunca se habían aventurado lejos. Desde el principio los esfuerzos de Orozco para conseguir reclutas para las filas revolucionarias tuvieron éxito.”
            Temprano el 20 de noviembre “Orozco y aproximadamente cuarenta hombres, la mayoría de los cuales había sido armado por Abraham González, atacaron el poblado cercano de Miñaca, que había sido escogido porque estaba guarnecido únicamente por una fuerza de policía local al mando del presidente municipal, Francisco Antillón. El pueblo cayó en poder de los rebeldes con muy poca resistencia. Más tarde, el mismo día, la banda rebelde regresó a San Isidro y atacó la casa de Joaquín Chávez, el viejo rival de Orozco y el símbolo de la tiranía Terrazas-Creel a nivel local. Chávez tenía una guardia personal de cuarenta indios tarahumaras, pero estos fueron derrotados pronto por las armas de las tropas de Orozco. Inmediatamente les confiscaron sus armas y municiones, lo cual permitió a Orozco reforzar su grupo”.[73]

Además del resentimiento, y de la búsqueda de mejoras materiales, la participación de Pascual Orozco en la revolución fue un asunto de hombría y orgullo. Él mismo le contó al periodista Ignacio Herrerías que su mamá lo había alentado a participar en la revolución y a portarse como hombre:

[...] Nos habíamos puesto de acuerdo más de treinta en Ciudad Guerrero para levantarnos en armas, y ya a última hora muchos de ellos comenzaron a irse para atrás. Mi mamá lo supo, me llamó y me dijo: ”.[74]

Por otra parte, Martín Luis Guzmán, con las palabras expresadas por el mismo caudillo, relata la manera en que Francisco Villa se incorporó a la revolución:

“El 17 de noviembre de 1910 fue don Abraham González a cenar con nosotros a mi casa de la calle 10ª acompañado de Cástulo Herrera. Yo había sido presentado a don Abraham en virtud de su llamado, por mi compadre Victoriano Ávila,  que era persona de toda mi confianza. En el poco tiempo que don Abraham llevaba tratándome, no era fácil que se hubiera dado cuenta de manera cabal de que yo, por mí mismo, podía llevar la campaña de la revolución. Así, pues, no me sorprendió mucho saber al fin de la cena, cómo era yo nombrado para jefe de los hombres que había reunido y otros más que iba a reunir.
   Don Abraham nos habló con mucha emoción: .
   Le respondí yo: [75]

El oftalmólogo Ramón Puente, que personalmente conoció muy bien a Villa y además fue su biógrafo, dice que era distintivo de Pancho Villa sus sentimientos de patriotismo. Cuando hablaba de guerra, lo hacía siempre en nombre de la Patria que necesitaba el esfuerzo de todos para ser grande. Y siempre se mostraba muy interesado en la historia de México: quería formar parte de ella. Ese fue uno de sus motivos para participar en la revolución.

“La idea de figurar, de hacerse un hombre famoso, de dar qué hablar de su persona para correr de boca en boca, es más que obsesionante en Villa, por ella es capaz de todo sacrificio; nadie tiene legítimo interés para él, fuera de los hombres ”.[76]

Para iniciar la revolución, tal vez con parte de los cinco mil pesos que le había dado Madero, don Abraham proporcionó a Pancho Villa veinticinco rifles y parque. Uno de los primeros combates que dirigió Villa fue el de San Andrés. El teniente coronel Pablo M. Yépez tenía bajo su mando a 170 hombres y con ellos se dirigía en tren a reforzar una guarnición cercana a la Hacienda de Bustillos. Villa con 20 o 30 revolucionarios decidió sorprenderlo en la Estación de San Andrés. Él y sus hombres se ocultaron tras los cerros de leña que estaban listos para ser embarcados:

 “Dio la coincidencia de que el carro en que viajaba el teniente coronel Yépez quedó precisamente frente al parapeto de Villa y muy cerca la plataforma a donde salió el jefe federal, por lo que, no estando a larga distancia y dada la inmejorable puntería del jefe de los rebeldes le disparó un balazo que le atravesó la frente medio a medio, cayendo instantáneamente muerto el jefe militar, así como otros soldados sobre quienes dispararon los villistas al oír el primer balazo, que era la señal para iniciar el tiroteo. Terrible confusión y carreras de los militares para coger sus armas abandonadas, intentando rechazar el ataque inesperado de los maderistas, que causaron grandes bajas al refuerzo en camino”
   “Ese mismo día, en el tren ordinario de pasajeros, fue enviado el cadáver del teniente coronel Yépez así como varios otros y algunos heridos para ser atendidos en Chihuahua, en donde, al saberse los acontecimientos de la mañana, causaron hondísima impresión, comentándolos a su manera y sintiendo en verdad la muerte del correcto militar, pues siendo muy honorable y valiente, contaba con numerosas simpatías. El elemento oficial lamentó mucho esa desaparición, pues siendo el teniente coronel Yépez todo un militar, muy conocedor de la región serrana por haber desempeñado algunas comisiones en esos rumbos donde contaba con muchos simpatizadores, esperaban de él una labor fructífera en pro de la paz, por convencimiento o por su acción armada”.[77]

La revolución prendió con fuerza en Chihuahua a partir de pequeños grupos de hombres armados que se rebelaban en sus pueblos. En unos cuantos meses fueron creciendo, reagrupándose y se convirtieron en la principal fuerza militar del maderismo y en la inspiración de todas las demás fuerzas rebeldes del país.

Desilusión y depresión por el aparente fracaso de la revolución

Pero Madero no tuvo suficiente información inmediata para valorar los combates que se estaban ganando en Chihuahua en esos primeros días. Por eso Roque Estrada pudo ser testigo del desaliento y depresión inicial que había en la familia Madero (que estaba exiliada en San Antonio, Texas), cuando Francisco justo había regresado de su fracasada incursión en México.

Estaban cenando sentados a la mesa: Madero, su esposa, su madre, Mercedes, Raúl, Alfonso, Federico. Yo me coloqué de pie, detrás de Madero. “Pude coger las últimas frases de una al parecer larga conversación. Se le decía al señor Madero que todo había fracasado, que la pretendida revolución había sido un fiasco, que el pueblo permanecía impasible y que era preciso que desistiese de su empeño y que partiera para Europa; que no había remedio. Esperé una protesta de alguno de los allí presentes y no fue para mí poca sorpresa ver que todos (con excepción de Alfonso Madero que permanecía con tranquilo mutismo) convenían en la renuncia y se permitían aconsejarla. La actitud del señor Madero revelaba enorme decaimiento, como cuando se resigna la persona a todo y soporta fatalmente las consecuencias”.[78]

Al día siguiente le avisaron a Roque que buscara la manera de ganarse la vida, porque la lucha había terminado. Para aclarar las cosas se entrevistó con Madero que le dijo:

“La revolución ha fracasado. El pueblo acepta resignada o servilmente el gobierno del general Díaz y no hay esperanza de que responda a nuestros deseos. Mi situación es difícil, porque por mi causa muchos sufren en las cárceles. Yo no puedo menos que doblegarme ante los hechos; pero antes lanzaré un manifiesto reconociendo el gobierno del general Díaz, ya que el pueblo lo reconoce, y le suplicaré que perdone a todos mis partidarios. Así podrá [usted] regresar pronto a su patria”.[79]

Ese momento parecía validar lo que Francisco Bulnes afirmó:

“Madero fracasó, y era claro que si no había logrado llevar al pueblo a las urnas, menos habría de lograr llevar al pueblo frente a las burlonas bocas de las ametralladoras, ni a sufrir los tremendos golpes mortales de una campaña con un gobierno sostenido por formidables elementos propios y por los Estados Unidos”.[80]

La desilusión y depresión duraron muy poco, Madero nunca lanzó ese manifiesto y dos o tres días después, el 3 de diciembre de 1910, le escribió a su padre con una actitud completamente diferente:

“Casi podría decirse que soy un frío espectador en el palpitante drama que se desarrolla en nuestro país, y hasta casi llego a juzgar yo mismo de un modo desfavorable mi serenidad, pero la verdad es que consideradas las cosas con serenidad y desde un punto de vista elevado, no debe estar intranquilo quien tiene la conciencia de cumplir con su deber sin para ellos escatimar sacrificio alguno. Y esta tranquilidad me viene no únicamente de tal consideración sino de la certidumbre que los acontecimientos siguen desarrollándose según los designios de la Providencia.
   Hasta el domingo 20 de noviembre habíamos siempre percibido distintamente la intervención de la Providencia en todo, hasta en lo que a primera vista nos era adverso. ¿Por qué poner en duda esa intervención, únicamente porque un detalle de más o de menos importancia no resulte como lo esperábamos? ¿Sabemos acaso lo que hubiese pasado si yo hubiera logrado pasar al otro lado? ¿No hubiera podido suceder que me acorralaran y me capturaran? En cuanto a lo preparado en el sur ¿quién nos dice que no podría haber fracasado y con ello desmoralizado a los nuestros?
   Ahora, en cambio, tenemos a todo el Estado de Chihuahua, una parte de Coahuila y Durango y las montañas de Zacatecas en actividad”.
   […] Ya ves cómo mi esperanza no muere, ni mi fe disminuye. Ojalá y tú también hayas recobrado tu fe y tu esperanza para que estés tranquilo y confiado.
   Las noticias que la prensa pública de Chihuahua son consoladoras y hacen esperar que ese foco no se apagará, sino que servirá de base para incendiar toda la República”.[81]

Al mismo Roque Estrada le escribía el 7 de diciembre: “El único medio de salvar a todos nuestros amigos y a nuestra afligida Patria es vencer y debemos luchar hasta obtener ese triunfo”.[82]
            La verdad es que para todos, la situación de los primeros meses de la revolución fue muy cambiante y se prestó también a una gran variación de percepciones, sentimientos, actitudes y comportamientos.
            Cuando Porfirio Díaz se enteró de que Madero se había fugado de San Luis Potosí comentó que fue “para poner su cabeza en la horca”. Cuando se enteró que había llegado a Estados Unidos, dijo: “Hombre sabio, sólo un emigrado más. Su movimiento está sin dirigentes, será aplastado en cualquier lugar donde quiera levantar cabeza. Mientras yo sea presidente, México gozará de paz y orden”.[83]
            El tío, el abuelo y familiares cercanos de Madero estaban muy molestos con él pues el mero parentesco con el líder de la revolución los había metido en problemas con los bancos, con embargos de propiedades, y se dieron a la tarea de deslindar posiciones. Don Evaristo, el abuelo, el 14 de diciembre de 1910, le escribió a don Porfirio:

"Nadie como usted puede saber, mi distinguido amigo, por la gran experiencia que tiene y lo mucho que ha vivido, que en una familia numerosa es cosa común que alguno de sus miembros tenga ideas extravagantes o alguna otra lacra de las que no faltan en la humana naturaleza, y si agrego que mi familia consta de ciento y tantas personas, no le llamará a usted la atención que alguno de tantos -como sucedió con mi nieto Francisco- se le haya metido en la cabeza meterse en la alta política, aconsejado por los espíritus -pues es espiritista, con lo cual queda dicho todo-, causándonos a todos miles de molestias y contrariedades sin cuento. Pero con el justo y muy recto criterio que tiene usted de todo lo que es humano, comprenderá usted que no puede ni debe hacerse responsable a toda una familia de las faltas de alguno de sus miembros, pues a todos los que hemos vivido mucho nos ha sido dado observar un sinnúmero de veces, que de padres virtuosos y honestos han resultado hijos perdidos y llenos de vicios. A este respecto debo yo dar gracias a Dios que me ha librado de semejante desgracia".[84]

Por su parte, el 27 de diciembre de 1910, el tío Ernesto Madero le escribió a Díaz:

"En todos los tonos hemos dicho y hecho publicar por la prensa, tanto mi padre don Evaristo como yo, que nunca hemos simpatizado con los trabajos políticos de mi sobrino don Francisco Madero hijo, y que hemos reprobado enérgicamente su actitud reciente. Nadie puede negar que somos los primeros en respetar el orden establecido y que ayudamos al gobierno con lealtad y buena fe. De nuestro propio peculio hemos sostenido una fuerza de veinte hombres en la ciudad de Parras, que pusimos a disposición del señor alcalde primero, y en las minas de carbón de la Rosita nos apresuramos igualmente en poner veinticinco hombres armados y montados a disposición del presidente municipal de San Juan de Sabinas. Sobre esto podrá atestiguar el señor gobernador de Coahuila, a quien se ha dado cuenta de todo".[85]

La familia Madero, durante varios meses, se dividió en dos bandos. De manera notable a Francisco lo respaldaron ampliamente sus padres y hermanos (los Madero González), pero los dos líderes de la familia amplia: don Evaristo y Ernesto, estuvieron totalmente en contra de la revolución (y con ellos, probablemente la mayoría de los familiares) y a favor de don Porfirio. Les sucedió, entonces, lo mismo que ha muchas familias de ese tiempo.
            El desasosiego del primer mes de la revolución también lo padeció el secretario de Hacienda, José Yves Limantour, que estaba en Europa negociando la reconversión de la deuda mexicana y por las noticias que llegaron del levantamiento armado los bancos y las instituciones financieras endurecieron las condiciones de pago. Entonces Díaz vio que necesitaba una victoria decisiva para recuperar la antigua confianza que tenían las finanzas internacionales en México y mandó más de cinco mil solados federales a Chihuahua al mando del general Juan Hernández.[86]
            Ya, el 6 de diciembre de 1910, el Presidente había sustituido al gobernador de Chihuahua, José María Sánchez, designado por el ex-gobernador Enrique Creel, y había nombrado a Alberto Terrazas, hijo del general Luis Terrazas (Alberto estaba casado con la nieta de Creel). Esto fue un gran error del general Díaz, pues precisamente la rebelión de la gente era contra los grandes abusos cometidos por el clan Terrazas. El mensaje que la federación mandó al Estado fue, pues, que no estaba interesado en resolver los problemas que habían provocado la revolución en Chihuahua.
            El general Hernández poco después de llegar a Chihuahua se dio cuenta que no podría derrotar a los revolucionarios sin una solución política que incluía el desplazamiento de los Terrazas. Le informó al Presidente en una carta del primero de enero de 1911:

“Creo mi deber informar a usted de un modo claro que las cuestiones que aquí se han suscitado y que tanta sangre están contando no reconocen otro origen que el descontento general que existe en los habitantes del estado desde que el gobierno está en poder de personas de la familia Terrazas, familia a quien aborrecen, y como se cree que estos gobernantes sólo pueden sostenerse con el apoyo de usted, a usted lo hacen responsable de esta situación”.[87]

Esas primeras semanas que siguieron a la revolución desataron pues percepciones y comportamientos muy cambiantes en el gobierno, los revolucionarios y la gente.
            Los mismos rebeldes de Chihuahua estaban desconcertados por ser casi los únicos que se habían levantado en armas en todo el país, pues el ataque a Gómez Palacio en Coahuila, el 20 de noviembre, fue como un estallido que pasó rápidamente;[88] y aunque se sabía de brotes rebeldes en Sonora y en otros lugares, el panorama de conjunto los hacía sentirse aislados y muy expuestos a una fuerte represión. Incluso pensaron en negociar con el gobierno que se había mostrado interesado en una transacción.

Madero combate en Casas Grandes y sufre una gran derrota

Una de las grandes preocupaciones de Francisco era su permanencia en Estados Unidos cuando sus partidarios estaban combatiendo en México. En este sentido le escribió, el 20 de diciembre, a su esposa doña Sara Pérez Romero:

“Yo sigo lleno de fe y sólo espero poner el pie del otro lado para sentirme tranquilo, pues entonces ya me habré salvado del más grande de los fracasos que sería el ridículo, si desgraciadamente no pudiera ir a unirme con mis compañeros; además, el epíteto de cobarde nunca me lo quitaría, así como las maldiciones de algunos, el desprecio de los otros, y los más cercanos y que más quiero, cuando mucho me verían con lástima, con la piedad que inspira un pobre desequilibrado”.[89]

Ya El Imparcial, el periódico más leído del régimen porfirista y expresión del pensamiento oficial, había denunciado y ridiculizado la escandalosa ausencia de Madero del territorio nacional:

“Y el primero entre esos hechos, el más revelador y significativo, es la ausencia del hombre que ha lanzado a la muerte al puñado de revoltosos que se cobijan en las fragosidades de la sierra; el que organizó el plan destructor cuyos hilos tenían en sus manos los reclusos de la penitenciaría; el que alardeaba de actos heroicos en prédicas destinadas a seducir a las multitudes con el ademán y con el ejemplo; el hombre esforzado y varonil, el <leader>, el ... brilla luminosamente por su ausencia.
            [...] Rico, sin esfuerzo propio, adinerado sin trabajo personal, dueño de fortuna amasada por otros, Madero, que es de la madera con que se tallan los señoritos cursis, los poetastros de provincia y los estetas de guardarropa, se ha contentado con abrir la bolsa a escritorzuelos y revoltosos, al modo que hubiera podido abrirla a coristas y bailarinas; pero ha llegado el momento de las responsabilidades, el momento de la resolución, el momento de la solidaridad... ¡Ah, entonces, el , el paladín, desaparece prudentemente de la escena!”
[...] Y, en efecto, el organizador, el jefe, el <leader>, el héroe, el que pedía a grito herido que llegara el instante de la virilidad, el que anunció a los el día y la hora en que pisaría tierra mexicana ¡no aparece! Los amigos y partidarios luchan tenazmente con el brío que da la desesperación de un intento fracasado, de una acción inútil e insensata... No busquéis ahí a Madero. El que traicionó la legalidad –que proclamaba al iniciar su propaganda- al lanzarse al desorden, no podía menos de hacer traición a los compromisos que contrajo como hombre de conciencia al llegar el momento de peligro”.[90]

Francisco también se preparó para la revolución meditando y escribiendo sobre el Bhagavad-Gita (Canto del Bienaventurado) que es un episodio del libro sagrado hindú El Mahabharata (La Gran Guerra de los Bharatas). En esos momentos y en esas circunstancias su preocupación principal seguía siendo tener el poder sobre sí mismo para alinearse completamente con los designios divinos. En este sentido escribe en sus comentarios:

"no basta el dominio completo de los sentidos y órganos si no se domina también la mente, pues esta es la causa principal de todos nuestros actos. [...] Chrisna dice que aunque por la renuncia de las obras se puede llegar a la bienaventuranza suprema es preferible el yoga por medio de la acción: (versículo 10). Ejemplo: un hombre que va a la guerra en cumplimiento de un deber sagrado, cuando se trata de alguna lucha justa y necesaria, no es culpable porque en ella mate a alguien".[91]

Madero pudo entrar a México hasta el 14 de febrero y eso lo hizo de una manera precipitada para escapar de la orden de aprehensión que se iba a ejecutar en su contra ese día en Estados Unidos. Por fin las autoridades de ese país se habían dignado atender las solicitudes del gobierno mexicano.
            El día anterior de su entrada a México le escribió a su esposa que cruzaría la frontera para unirse con las fuerzas de Abraham González:

"¡La suerte está echada! Me tengo llevado por el destino, guiado por el deber, alentado por lo noble de nuestra causa y por el indómito valor de sus defensores. Tengo fe en el triunfo porque creo en la justicia Divina y sé que nuestra causa es justa, y también porque considero que el movimiento ha asumido proporciones formidables
Sé que a donde quiera que vaya, irán conmigo tus tiernas y fervientes oraciones, y que tu pensamiento no se separará de mí. Esas oraciones y esos pensamientos, así como las de todos los seres queridos formarán a mi derredor una atmósfera de bienestar que me protegerá siempre".[92]

Cuando Madero cruzó la frontera, por el pueblo de Guadalupe, cerca de Ciudad Juárez, fue recibido por dos pequeñas fracciones del ejército revolucionario, una al mando de José de la Luz Soto y otra bajo el mando de Prisciliano Silva, un comandante leal a los hermanos Flores Magón que a su vez eran hostiles a Madero. El momento del arribo fue tenso, porque la mitad de los cien hombres que cruzaron la frontera con Madero eran estadounidenses y entre ellos estaba un italiano, Giuseppe Garibaldi, nieto del famoso revolucionario. La presencia de tanto “americano” no agradó a los rebeldes. Tampoco el jefe rebelde magonista tenía la disposición de darle poder a Francisco. “Cuando Silva declaró que no reconocía su liderazgo [como Presidente Provisional], Madero arengó a los soldados, quienes procedieron a desarmar a su comandante con algunos de sus leales seguidores y lo forzaron a huir a Estados Unidos”.[93]
            Así Madero entró a una disputa de quién manda a quién y quién obedece a quién en el ejército revolucionario. Asunto nada sencillo. Esa cuestión ya había provocado mucho malestar antes de que él cruzara la frontera. Una cosa era tener la dirección nominal de la revolución y otra, tener la dirección real. La mayor parte de los hombres que se habían rebelado pertenecían a pueblos concretos y su lealtad la entregaron a personas de su confianza: a aquellos a los que le reconocían amistad y capacidad de mando. Cada grupo rebelde contaba con bastante autonomía.
            El único jefe revolucionario que parecía tener arrastre suficiente como para dirigir a los rebeldes a nivel estatal era Pascual Orozco y no estaba muy entusiasmado con la presencia de Madero, sobre todo porque se había enterado que se quería subordinar las fuerzas rebeldes al comandante José de la Luz Soto, un dirigente antirreeleccionista al que Madero le tenía confianza. Antes de su encuentro con el líder de la revolución, Orozco ya había rechazado órdenes que le habían sido transmitidas por medio de Eduardo Hay. Al concluir la junta con Hay y delante de sus hombres, Pascual les dijo: “Sí, vamos a luchar por la causa común hasta el fin, la causa del pueblo. Pero vamos a luchar a nuestra manera” y dirigiéndose a sus compañeros les dijo: “Yo no tengo nada que ver con estos señores”. Así que en vez de que Orozco y sus hombres avanzaran a Ciudad Juárez como quería Madero, regresaron al distrito montañoso de Guerrero donde habían empezado la rebelión.[94]
            En su prisa por combatir y asumir el mando de la revolución, sin consultar a los revolucionarios locales, Madero decidió tomar la ciudad de Casas Grandes porque sabía que ahí tenían menos de 500 soldados. Lo que no sabía era que en camino venía un refuerzo numeroso que había salido de Ciudad Juárez y se dirigía hacia allá porque se tenía información que la posición de Asunción había sido abandonada. Francisco y sus 500 hombres llegaron a las afueras de la ciudad el 5 de marzo y a las cinco de la mañana del día siguiente inició el ataque a pesar de las graves carencias de artillería y municiones. Aún así los revolucionarios estuvieron a punto de tomar la plaza pero cerca de las cinco de la tarde llegó el refuerzo que los atacó por sorpresa y sufrieron una gran derrota. Madero se mantuvo en una loma sometida a fuego de artillería y fue el último en retirarse.

Murieron más de 50 rebeldes, 12 resultaron heridos y 41 fueron capturados. Perdieron 300 caballos y 16 carretas llenas de provisiones y materiales. Madero se salvó de caer prisionero, pero no de que una bala le atravesara el antebrazo derecho sin fracturarle el hueso. Los rebeldes no fueron perseguidos y aniquilados porque el coronel que estaba al mando también fue gravemente herido y no quiso dar el mando a alguno de sus subordinados.[95]

            El gobierno le dio amplia difusión al gran fracaso de Madero en Casas Grandes con la esperanza de que la derrota provocara una gran desilusión entre sus seguidores. Pero la llegada de Madero a territorio nacional más bien desató la fuerza revolucionaria y la información de la derrota fue ignorada y muchas veces ni siquiera fue creída.
Para los rebeldes de Chihuahua, Francisco apareció como un pésimo dirigente militar, pero se dio a conocer, sin lugar a dudas, como un hombre extremadamente valiente. Esto último le dio mucha autoridad.
            El hecho de que fuera el pueblo de Chihuahua el que respondiera masivamente al llamado a cambiar de gobierno trajo también como consecuencia la aparición de otra fuerte tensión entre dirigentes y dirigidos ya que existían diferentes motivos en unos y otros para hacer la revolución: Madero quería “obligar al general Díaz, por medio de las armas, a que” respetara “la voluntad nacional” (quería la libertad de sufragio); en cambio, Chihuahua quería otra cosa. El general Hernández lo percibió y se lo comunicó en un reporte al Presidente:

“Las noticias que se tienen y que predominan en esta capital son: que el pueblo en general, y aun parte de la clase mediana, no sólo simpatizan con los sediciosos, sino que están en contacto con ellos, cuando se aproximen o entren a esta plaza, dominando la idea de que han de acabar con la familia Terrazas y con la de Creel, con sus fincas e intereses y con el Banco Minero”.[96]

Así que en Chihuahua no sólo se había iniciado la disputa por la autoridad: la determinación de quién manda y quién obedece en la revolución, también se estaba iniciando el conflicto de la determinación de los objetivos de la lucha. Se combatía no solamente contra el poder político establecido (Porfirio Díaz y su dictadura) también contra el poder económico vigente (los hacendados Terrazas-Creel y sus intereses en el caso de Chihuahua). Este último objetivo no lo asumirá Madero y tendrá para él un costo elevado. En el caso de Morelos, como veremos, también será evidente la disputa entre los objetivos de Madero y los de los rebeldes encabezados por Emiliano Zapata.

Pancho Villa salva la autoridad de Madero

El general Hernández supo que después de su derrota Madero fue a refugiarse primero a la Hacienda de San Diego y luego a la Hacienda de Bustillos, pero no se atrevió a salir de la ciudad de Chihuahua y atacarlo, porque temía que viendo la falta de federales, el “populacho” (“85% maderista”) atacara la guarnición y se quedara con la plaza abandonada. Esa situación era muy expresiva de lo que pasaba en todo el Estado. El ejército federal controlaba las pocas ciudades grandes y se había quedado inmovilizado ahí; en cambio, el campo estaba en manos del ejército libertador y gozaban de mucha libertad de movimiento.
            Además, los levantamientos en otros Estados de la República (Sonora, Sinaloa, Coahuila, Veracruz, Guerrero, Morelos, etc.) habían reducido a cuatro mil el número de soldados en Chihuahua y por eso se sabía que ya tampoco podían esperar refuerzos.
            El 2 de abril Francisco le escribió a Gustavo que, aproximadamente, en Chihuahua había 5,200 hombres levantados en armas; 1,000 en Coahuila, 300 de ellos amagando en Torreón; en Sonora, 4,000; en Sinaloa, 2,000; en Zacatecas 800; en Nuevo León 200; en Puebla 1,500, igual que en Veracruz y en Guerrero, en Yucatán 1000.[97]
            Cuando Pascual Orozco se enteró de la desastrosa derrota de Madero en Casas Grandes, desde Galeana ordenó a un contingente que buscara y encontrara a los revolucionarios que habían quedado dispersos después del combate.
            Casi todos los comandantes, incluido Orozco, se trasladaron a la hacienda de San Diego para reunirse con Madero y planear y organizar las siguiente batalla.
Francisco llegó a Chihuahua con la idea de convertir al ejército libertador (así lo llamaba) en una organización parecida al ejército regular mexicano. Con ese fin había llevado a tres antiguos oficiales del ejército mexicano, pero se encontró con la oposición absoluta de los revolucionarios, porque no estaban dispuestos a separarse de sus amigos y parientes que procedían del mismo pueblo y sólo estaban dispuestos a obedecer a los jefes que ellos mismos habían elegido. Además eran voluntarios y tenían la libertad de abandonar la lucha militar.
            Madero mostró flexibilidad y, después de superar sus prejuicios, reconoció a los oficiales existentes y les otorgó un grado de acuerdo a la cantidad de hombres que habían sido capaces de reunir. Reconoció el derecho de los soldados a abandonar al ejército siempre y cuando no lo hicieran durante la batalla, porque entonces sí se les consideraría desertores. Estableció un peso diario como salario y prometió que en caso de muerte se le otorgaría a la viuda una pensión. Se habló también de que al terminar la revolución se daría a los soldados concesiones de terrenos nacionales propiedad del gobierno. Se establecieron tribunales disciplinarios y una policía militar que vigilaría la no introducción de bebidas alcohólicas.
            Otro de los acuerdos fue formar dos columnas: una al mando de Marcelo Caraveo, para acompañar y proteger a don Abraham González en su recorrido por diversos municipios de Chihuahua donde instalaría autoridades revolucionarias; la otra se dirigió a la Hacienda de Bustillos, donde se estableció el cuartel general para preparar el ataque a Ciudad Juárez.[98]
            Al proporcionar armas a la tropa y otorgar un salario, Madero ganó una autoridad que resultó más difícil desafiar. Los únicos que no aceptaron unirse a Madero y reconocer su jefatura fueron los magonistas; y Pascual Orozco, en un acto más de insubordinación, se negó a desarmarlos a pesar de que Madero le había dado esa orden en caso de que no se sometieran a su autoridad.
            Cuando Pancho Villa llegó a la Hacienda de Bustillos con 700 hombres a caballo, armados y disciplinados, Madero lo notó y quedó muy impresionado. Así que recurrió a él y le pidió que desarmara a los militantes magonistas[99] sin derramamiento de sangre:

“En ese momento Villa probó su lealtad a Madero y a la vez demostró su ingenio. Con lujo de espectacularidad, embarcó a sus tropas en una estación de ferrocarril, operación que distrajo la atención de los oficiales y soldados magonistas, curiosos y desconcertados ante esa conducta. A una señal acordada, los soldados de Villa saltaron sobre los magonistas, que no llevaban armas, y con ayuda de los puños, sin matar a un solo hombre, lograron someterlos”.[100]

Friedrich Katz se asombra de que Pancho Villa, a pesar de no haber ganado ninguna batalla importante en este período de la revolución, hubiera podido reclutar tantos hombres tan guerreros, tan disciplinados y tan leales a su jefe.
Había perdido varias batallas porque intentó derrotar al ejército federal en posiciones donde le llevaba mucha ventaja. Había intentado atacar la Ciudad de Chihuahua con 500 hombres, pero estuvo lejos de hacerlo ya que en una misión de reconocimiento, al mando de 40 hombres, vio a 700 federales que avanzaban sobre ellos y en vez de retirarse y unirse con el contingente principal decidió atacarlos. Tras mantener a los federales a raya durante casi una hora, lograron escapar sin bajas. El mismo Villa reconoció que había sido una acción valiente pero absurda.
Después atacó Camargo, una de las mayores poblaciones de Chihuahua. Durante horas sus tropas asediaron la ciudad pero no pudieron tomarla porque llegaron refuerzos federales. Como no tuvo éxito ahí, intentó tomar Parral, otra ciudad muy poblada. Para preparar su ataque entró a la ciudad acompañado de Albino Frías. Fue algo muy arriesgado porque lo conocían muchas personas ahí y de hecho fue identificado por un antiguo enemigo que lo denunció y de manera sorprendente logró escapar a pesar de ser perseguido por muchos soldados (150 según él).
Sus dos grandes victorias habían sido, la primera ya mencionada de San Andrés y la segunda en La Piedra cuando derrotó a 150 federales que lo perseguían y se apoderó de gran parte de su equipo y armas. Ese fue el historial militar con el que llegó a Bustillos a reunirse con Madero.
Por eso Katz dice que hasta ese momento la mayor aportación de Villa a la revolución fueron sus 700 hombres armados y a caballo, y el haber asegurado la autoridad de Madero al desarmar a los magonistas; y probar, ante todos los rebeldes, su eficiente lealtad al líder de la revolución.[101]

Limantour asume la dirección política del país

Mientras que Madero procesaba la crisis de autoridad en el campo revolucionario, Porfirio Díaz estaba tratando de superar el resquebrajamiento de su autoridad en todo el país. La rebelión proliferaba en los Estados y ni los gobernadores ni la federación podían reclutar la cantidad de soldados que se necesitaban para hacer frente a la nueva situación. No era pertinente la leva porque los soldados incorporados contra su voluntad podrían pasarse con todo y sus armas al campo de los revolucionarios. Por otra parte, nadie quería ingresar al ejército federal ni siquiera con buena paga, y la cantidad de soldados existente era totalmente insuficiente para atender una rebelión simultánea.
            Las fuerzas participantes en la crisis eran las mismas que habían operado durante la campaña electoral: por un lado estaban los limantouristas-corralistas, por otro los reyistas, y por otro la población excluida representada por Madero, por los antirreeleccionistas y por el “Ejército Libertador”, sólo que ahora la identidad de los bandos se había hecho más difusa con la crisis. Había ya muchas combinaciones y mezclas: porfiristas puros, revolucionarios puros, maderistas-limantouristas, maderistas-reyistas, porfiristas-maderistas, etc. existía cualquier combinación o no combinación de estas tres fuerzas.
            El mismo Madero y toda su familia seguían simpatizando mucho con Limantour, del cual eran amigos. El doctor Francisco Vázquez Gómez, candidato a la vicepresidencia de la República había sido reyista, pero era ante todo contrario a Limantour y a los científicos. Y así sucesivamente podría seguir la lista, sin embargo la modificación más importante del cuadro político fue que la gente que hasta ese momento estaba excluida de la política, ahora se había levantado en armas y se había hecho presente tratando de hacer valer sus propios intereses que no eran porfiristas, ni maderistas, ni limantouristas ni reyistas. Era una fuerza que no cabía en ninguno de los partidos existentes en 1910-1911 y su presencia obligaba a una reorganización del sistema político. Esa presencia surgió en abundancia y con gran fuerza por incitación de Madero; y fue imposible incorporarla a los patrones económicos, políticos y culturales que tenía México en esa época. De hecho, esa incorporación tardó décadas en procesarse.
            Pero no nos adelantemos tanto en el tiempo, regresemos a los meses de la revolución y examinemos cómo se veía es nueva fuerza desde el gobierno.
            El acuerdo político entre Porfirio Díaz y Limantour había quedado muy maltrecho por las tensiones de la sucesión presidencial: los dos estaban muy resentidos. Como parte de las tensiones, Limantour no había asistido a las fiestas del Centenario de la Independencia, y tampoco a la toma de posesión del Presidente. Por su parte Díaz, cuando el 30 de noviembre se le presentó la renuncia acostumbrada de todos los Ministros, declaró que no haría cambios en su gabinete, salvo uno: aceptaba la renuncia de Limantour como secretario de Hacienda. Este gesto de resentimiento contra quien lo había herido con su ausencia llegó al conocimiento de Limantour quien se enojó e indignó con la noticia.[102]
Pero este nuevo incidente no duró más de tres días, la situación provocada por la revolución los obligó a unirse de nuevo rápidamente, de modo que Limantour le escribió al Presidente desde París:

“Antes de concluir esta carta quiero hacer a usted presentes mis sentimientos de gratitud por la significación, para mí muy halagadora, del hecho de no haber aceptado mi renuncia, por más que circunstancias de familia, entre otras razones, me hagan desear vivamente volver a la vida privada. De todos modos, puede usted contar, querido compadre, con la sincera devoción que siempre le he profesado, y con que al realizarse la última parte de la conversión de la deuda, regresaré a su lado para seguir bregando, con el mismo gusto de siempre, este su compadre y amigo que tanto lo respeta y estima”.[103]

La ausencia del político más importante del régimen durante los primeros meses de la revolución, resultó muy dañina para las actividades del gobierno de Díaz, pues: “Nunca el Presidente, después de escuchar un análisis sereno y profundo de la grave situación política, pudo resolverse a adoptar alguno de los planes que su Ministro [Olegario Molina] le proponía. Su estribillo, su invariable estribillo, era este: ”.[104]
            Mientras llegaba “Pepe” el desconfiado general Díaz asumió directamente la dirección de las operaciones militares contra los revolucionarios de Chihuahua. Llamó a su hijo Porfirito para que le ayudara, ya que él mismo veía muy mal, oía menos y se le olvidaban las cosas. La Secretaría de Guerra no tenía mapas militares, así que en la mesa de billar de don Porfirio se desplegaban mapas postales, casi inútiles para el propósito que se requería. Durante las largas horas que don Porfirio estaba enfermo o fatigado, Porfirito, notable por su incapacidad, se hacía cargo de las cosas.
            La percepción que el Presidente tenía de la realidad (la suya y la de México), no era muy fina ni lúcida. A una delegación de oaxaqueños que lo fue a visitar les dijo: “La revuelta de Chihuahua, caballeros, no es cosa de importancia. Si llegan a cinco mil, a pesar de mis años, iré yo mismo al campo de batalla [...] La revuelta tiene como objetivo rebajar el precio de los valores mexicanos”.[105]
            No sólo don Porfirio padecía problemas asociados a la vejez, los oficiales de su ejército también se habían vuelto muy viejos. El ministro de Guerra, Manuel González Cosío, tenía 80 años y no contaba ni con dos generales de división que fueran lo suficientemente jóvenes como para cabalgar todo un día.[106]
            Antes de regresar a México, Limantour habló con el general Reyes sobre la manera de resolver el problema político. Los dos llegaron al acuerdo de cambiar a la mayor parte de los gobernadores de los Estados, cambiar radicalmente el gabinete, forzar la renuncia de Corral a la vicepresidencia y quedarse, Limantour, con la secretaría de Hacienda, y Reyes con la de Guerra que tendría todas las facultades para dirigir las operaciones militares.[107]
Pero Limantour, aparentemente, sólo quiso escuchar ideas y no le dio mayor importancia a sus acuerdos con Reyes. Se interesó más bien en conversar con la oposición, así que al pasar por Nueva York, los días 9 a 12 de marzo, platicó con el doctor Francisco Vázquez Gómez, Gustavo Madero y Francisco Madero (padre) explorando las bases en las que podía sostenerse un acuerdo de paz. Algunas de esas bases fueron: anunciar que el gobierno estaba en arreglos de paz con los revolucionarios, renuncia de Corral, reformar la constitución para establecer la no-reelección de los puestos del poder ejecutivo, modificar la ley electoral para que el sufragio pudiera ser efectivo, cambios de gobernadores y cambios en el gabinete, etc.[108]
            Limantour llegó a México el 19 de marzo y declaró que no pertenecía ningún partido y que su mayor interés era conservar la paz. Esto último era totalmente cierto pues la guerra destruía la obra económica de su vida y convertiría en un absurdo, en una nada, décadas de su trabajo.
            Como estaba convencido de “la ineficacia de las disposiciones militares para sofocar la insurrección y de la imposibilidad de poner remedio a esa deficiencia”[109] se dio a la tarea de hacer cambios políticos en la dirección conversada con los Madero en Nueva York y promovió la renuncia en masa del gabinete (26 de marzo) y anunció el cambio de la mayoría de los gobernadores.
            Sus amigos “científicos” a los que les pidió la renuncia y excluyó del poder: Ramón Corral, Rosendo Pineda,  Pablo Macedo, Enrique Creel y Olegario Molina, se sintieron traicionados y desde entonces no dejaron de criticarlo. Indignado, Francisco Bulnes, que era cercano a ese grupo, mostró una dimensión más de la crisis y escribió que si la opinión pública acepta que los “científicos” son “una banda de miserables ladrones, también la opinión pública acepta que Limantour ha sido durante diecisiete años, el jefe de esa banda y que si actualmente ha tenido el buen pensamiento de convertirse en jefe de hombres honrados, no les queda a los de la "banda" más que dos cosas que hacer: separarse y defenderse”.[110]
            Con la crisis política y los cambios que se derivaron de ella, el sentimiento de traición se convirtió en un sentimiento presente y recurrente, frecuentemente generado por hechos que daban pie a ello.
            El 28 de marzo se formó un nuevo gabinete sin “científicos”, es decir, con ministros más aceptables para la gente y los revolucionarios; y el primero de abril, en la sesión de apertura del Congreso y siguiendo las indicaciones de Limantour, el general Díaz pronunció un discurso que apoyaba reformas a la ley para que se suprimiera la reelección de Presidente y vicepresidente. Además, en su propuesta de reformas políticas y sociales también reconoció la existencia del problema agrario y recomendó que se buscara la manera de distribuir algunas tierras.[111]
            Al comentar Madero estos cambios políticos con Ignacio Herrerías, periodista de El Tiempo, a principios de abril, le dijo acerca del gabinete:

“La personalidad dominante será Limantour, que tendrá mucha mayor influencia que en el gabinete pasado, en donde era algo contrarrestada por Corral y Molina. Sin embargo, Limantour tropezará siempre con la personalidad del general Díaz, que le impedirá desarrollar su programa de reformas.
Herrerías.- ¿Qué opina usted del mensaje presidencial?
Madero.- Que el general Díaz ofrece en su nuevo mensaje, mucho menos de lo que ofreció en el plan de Palo Blanco, de Tuxtepec, y en la entrevista con Creelman. La nación ya no quiere promesas, quiere hechos [...]
Herrerías.- ¿Cuáles serían las condiciones de paz?
Madero.- Que se retirara el general Díaz; que se nombrara a un Presidente provisional aunque fuera miembro de la misma administración del general Díaz; que se permitiera a nuestros partidos nombrar algunos gobernadores y que se convocara a nuevas elecciones.
            Estas condiciones son en el estado actual de la guerra, pues si se prolonga más, entonces será preferible terminarla, a fin de implantar todas las reformas contenidas en mi programa de Gobierno y en el plan de San Luis Potosí”.[112]

El cambio de gabinete fue el mensaje que dio el gobierno para demostrar que estaba dispuesto a llegar a un acuerdo político que condujera a la paz. Y como puede verse en la respuesta de Madero, fue el inicio del estira y afloja para medir el poder y la disposición del adversario y saber hasta dónde podía llegar cada quien.
            La situación era desesperante para los dos bandos ya que cada uno era débil tanto política como militarmente hablando.
Aunque los revolucionarios podían contar con mucha gente dispuesta a pelear, no había capacidad de armarlos ni mantenerlos en pie de guerra de una manera disciplinada durante un tiempo prolongado. El ejército libertador corría el riesgo de disgregarse rápidamente y convertirse en un montón de grupos guerrilleros dirigidos por caudillos autónomos con poderes desiguales. Incluso las bandas armadas podían degenerar o proliferar como simple bandolerismo. La causa de esta situación era que el Partido Nacional Antirreeleccionista era apenas un “bebé”, era una organización que iba a cumplir un año de edad y era incapaz de contener a todos los grupos armados que estaban proliferando en el país. Si la misma dinámica se mantenía unos meses más, Madero podía convertirse en un simple caudillo regional y su poder podría reducirse a la cantidad de armas y hombres que tuviera.
Esa posibilidad de desbordamiento en sus filas la tenía contemplada Madero, pero no la tomaba como la más probable; frente a él se le presentaban sobre todo dos rutas: una, la de la transacción, que llevaría a compartir el poder. En ella, tanto los revolucionarios como los porfiristas tendrían posiciones importantes de poder a nivel ejecutivo; y después se renovaría todo el poder ejecutivo, legislativo y judicial por medio de elecciones. La otra ruta, la más sangrienta, era derrotar completamente al ejército federal y aplicar en su totalidad el Plan de San Luis. Eso significaría que los revolucionarios convocarían a elecciones después de haber conquistado todas las posiciones de poder gubernamental derivadas de su victoria militar. La aplicación de la totalidad del Plan significaría también reorganizar la tenencia de la tierra devolviendo a los pueblos las miles de hectáreas que habían pasado a manos de los hacendados de manera ilegal e injusta.
Otra vez Madero, como sucedió en la campaña electoral, manejaba dos opciones: la de la transacción o la de la victoria completa. Otra vez él estaba dispuesto a recorrer cualquiera de los dos caminos. El que transitara por uno o por otro, dependería de su adversario. Su preferencia era la transacción y el acuerdo, porque evitaba derramamiento de sangre y porque era una medida incluyente que buscaba el establecimiento de un bien común (por lo menos esa era la idea, aunque no con esas palabras).
            Aunque el gobierno tenía más armamento y más recursos económicos que los revolucionarios, no tenía gente dispuesta a arriesgar su vida ni su porvenir en el campo de batalla. Incluso los mismos políticos y burócratas más que sostener a don Porfirio querían ubicarse del lado del ganador, del más poderoso, cualquiera que fuera éste. Esa era la costumbre y estaban dispuestos a seguirla.
Para sobrevivir y conservar su poder, los políticos porfiristas necesitaban adaptarse a las nuevas circunstancias. La dictadura se había quedado sin alma, era un cuerpo en descomposición y los políticos querían enterrarla, pero quedándose con su herencia.

            Madero y algunos políticos antirreeleccionistas coincidían con Limantour, Reyes y los políticos porfiristas en que había que mantener las instituciones vigentes para transitar a otra organización política. Querían evitar la anarquía. Querían evitar que el poder se transfiriera a multitud de bandas armadas y se prolongara el derramamiento de sangre. Por ese miedo, los dos bandos terminaron por conceder al adversario más posiciones políticas de las que ameritaba su poder militar.[113] Por ese miedo los líderes de los dos bandos terminaron por ser acusados de traidores a la causa. Limantour fue un traidor para “científicos” y porfiristas que pensaron que el ejército estaba prácticamente intacto y con capacidad de ganar muchas batallas. Madero fue un traidor para muchos revolucionarios, porque llegó a los acuerdos de paz cuando la revolución apenas se erguía y empezaba a disponer de una gran fuerza.
Los acuerdos de paz de Ciudad Juárez terminaron con la anarquía y la abundancia de sangre, pero no lograron convertirse en el inicio de una inclusión política de la mayoría de los mexicanos. Los acuerdos siguieron deteriorando los vínculos políticos y sociales: porfiristas y revolucionarios evitaron el reconocimiento de cualquier coincidencia, incluso la de respirar. Siguieron con la voluntad de exterminarse a la primera oportunidad. Tanto el miedo a la anarquía de los porfiristas, como la fantasía de lo que pudo haber sido y no fue, de los revolucionarios, hicieron una maraña en el inconsistente tejido político de la nación.

La frustrada conferencia de paz y la toma de Ciudad Juárez

La mayor parte de los revolucionarios de Chihuahua dedicaron la primera quincena de abril a preparar el ataque contra Ciudad Juárez.[114] El día 19 sitiaron el lugar (después de un combate en la estación de Bauche, el 17 de abril), y le pidieron al general Juan J. Navarro que se rindiera y entregara la plaza. Desde luego, la petición fue rechazada.
            La revolución, entretanto, seguía avanzando en México: los nuevos Estados en los que se notó esto fue en Guerrero y Morelos. Sobre este avance escribía Roque Estrada: “No es que individuos en armas hayan hecho y estén haciendo la revolución; es la revolución la que está poniendo individuos en armas”.[115]
 Varios gobernadores se intimidaron con los avances rebeldes y renunciaron: Esteban Fernández, en Durango; Cuesta Gallardo, en Jalisco; Pablo Escandón, en Morelos; Damián Flores, en Guerreo.
            El 19 de abril, llegaron a El Paso, Texas: Oscar Braniff y Toribio Esquivel Obregón como emisarios de Limantour y se entrevistaron con Madero y los jefes revolucionarios. Dijeron que “consideraban el momento como excepcionalmente oportuno para [...] conservar el orden y la paz en la República, a la vez que para afianzar en la forma más eficaz la realización de los principios de la revolución” y ver “si era posible un arreglo entre esta y el gobierno” por lo que convenía “concertar un armisticio que permitiera celebrar negociaciones de paz”.[116] . Madero rechazó el armisticio porque dijo que esa medida sólo tendría sentido si Porfirio Díaz  renunciaba en un tiempo razonable. De cualquier manera, decidió posponer el ataque a Ciudad Juárez, pero después, en un cambio de opinión, quizás debido a las presiones que estaba ejerciendo su papá, el 23 de abril concertó un armisticio que no incluía la petición de la renuncia de Díaz.
Esta variación en la postura de Madero preocupó mucho a varios dirigentes revolucionarios como Abraham González, Juan Sánchez Ascona, Venustiano Carranza y Federico González Garza, así que cuando el doctor Francisco Vázquez Gómez llegó a El Paso, el 29 de abril, le advirtieron angustiados que hiciera algo, porque Madero había convenido con los agentes de Limantour pedir solamente la renuncia de Ramón Corral (Al parecer, confidencialmente se le había asegurado a Madero que Díaz renunciaría de todas maneras).
            En la junta de los revolucionarios, al día siguiente, cuando el doctor iba a tocar el tema de la renuncia de Díaz como condición para acordar la paz, Madero se acercó y le dijo al oído: “Estoy comprometido con Limantour” y entonces Vázquez Gómez dijo que el asunto delicado lo tratarían hasta el día siguiente.[117]
            El mismo día y el siguiente el doctor habló varias veces con Madero insistiendo en la renuncia de Díaz hasta que finalmente lo convenció:

“Por fin, al segundo día de brega y después de comer, me dijo: . . ”.[118]

Cuando le llevó el acta para que la firmara, Madero se resistió de nuevo a firmarla y mandó llamar a Pascual Orozco para ver qué opinaba, pero éste le contestó: “Señor, a mí no me consulten estas cosas porque no entiendo de ellas, díganme que por alguna parte viene el enemigo y yo veré qué hago; pero de esto no sé, ustedes saben lo que hacen”. Después de esta consulta Madero firmó el acta que contenía todos los puntos necesarios para un acuerdo de paz, incluida la petición de renuncia de don Porfirio.[119] El acta la firmaron dirigentes como Pino Suárez y Gustavo Madero, y comandantes revolucionarios como Pascual Orozco y Francisco Villa.
            Ese mismo primero de mayo, Gustavo Madero le escribió a su esposa Carolina dándole su punto de vista de la situación que estaba viviendo:

“¿La impresión que tengo de las fuerzas revolucionarias? Pues que son unos valientes, patriotas, hombres de corazón, pero que no tienen ni asomo de orden.
            El pobre de Pancho, como siempre, con muy buena voluntad, muy bondadoso, pero no sabe mandar por más que tiene a muchos con quien hacerlo”
            […] “Muy reservado. Hoy resolvimos definitivamente pedir la renuncia de Díaz como condición para la paz, y como sabemos que no accederá nos estamos preparando para la guerra, pues probablemente habrá necesidad de atacar Juárez. Esto resérvatelo pues no conviene que se sepa. Es probable también que no se ataque por temor a complicaciones internacionales, pero siempre seguirá la guerra”
            “[...] Nunca habían tenido tanto parque como ahora, nunca tan animados y con tantos elementos. De manera que creo que el triunfo será nuestro, como quiera que se obre”.[120]

 Pero el 2 de mayo, Madero se había retractado de nuevo y quería romper el acta firmada por él. Tuvo una nueva reunión con los miembros más prominentes del Partido Antirreeleccionista que salieron muy disgustados con él, porque no quiso convenir en la renuncia del Presidente como condición para la paz.
            El 3 de mayo llegó, a la ciudad El Paso, el magistrado Francisco Carvajal para iniciar al día siguiente las conferencias de paz entre el gobierno y los revolucionarios. Se reunió una hora con Madero y salió muy optimista porque Madero le aseguró que no pediría la renuncia del Presidente.
            El 4 de mayo en la mañana inició la conferencia. Por el gobierno participó Francisco Carvajal; por los revolucionarios: Francisco Madero (padre), José María Pino Suárez y el doctor Francisco Vázquez Gómez. Por la mañana el doctor no sabía si se pediría la renuncia de Porfirio Díaz, ya que Madero había vacilado mucho alrededor de ese punto.
            Por la tarde, media hora antes de que se reanudara la conferencia, Madero le entregó al doctor las propuestas de paz y, para su sorpresa, la primera condición era la renuncia de Porfirio Díaz. Al enterarse, el papá de Madero se negó a participar en la reunión, porque “el no iba a oír esas cosas”. El magistrado Carvajal al oír la propuesta dijo que no tenía instrucciones ni siquiera para discutir la renuncia del Presidente y en vista de eso daba por terminada las conferencias.[121]
            El 6 de mayo, un día antes de que terminara el armisticio y en un intento de reestablecer las conferencias de paz, los emisarios de Limantour: Oscar Braniff, Toribio Esquivel Obregón y Rafael Hernández le solicitaron a Madero una reunión con jefes revolucionarios militares y civiles. La reunión fue autorizada:

Después de varias exposiciones de uno y otro lado, Rafael Hernández vio que las negociaciones estaban condenadas al fracaso e intervino diciendo: “<¿Qué es lo que ustedes desean, caballeros revolucionarios? ¿Es que ustedes tal vez no están satisfechos? ¿Aun desean más sangre? ¿No se ha derramado la suficiente? ¿No están satisfechos de ver que un gobierno fuerte y honorable trata con rebeldes que aún no están en posesión ni de una sola ciudad importante?>”.[122]

El 7 de mayo, Madero decidió no atacar Ciudad Juárez, para evitar las complicaciones con Estados Unidos que podrían derivarse de los daños que la batalla podría hacer en la vecina ciudad de El Paso, Texas, ya que desde el 8 de marzo el Presidente William H. Taft había ordenado la movilización de veinte mil soldados a la frontera y a barcos estadounidenses el patrullar las costas mexicanas. Aunque se aclaró varias veces que esas tropas no intervendrían, se mantenían como una sombra amenazadora y los políticos mexicanos la utilizaban de diferentes maneras, la mayoría de las veces para intimidar a los revolucionarios de lo que podía suceder si las cosas se desbordaban.
En consecuencia, Madero ordenó el retiro de las tropas revolucionarias, pero Pascual Orozco y Francisco Villa no acataron la orden y decidieron que para evitar mayor decaimiento en el ánimo de la tropa inactiva y deprimida, convenía atacar Ciudad Juárez. Como no quisieron que los disparos iniciales se vieran como un acto de insubordinación, el 9 de mayo se ubicaron donde Madero no pudiera comunicarse con ellos. De modo que cuando empezó el tiroteo, Madero dio la orden de cese al fuego, pero fue en vano. Cuando el combate ya era imparable, Villa y Orozco se presentaron ante Madero para convencerlo de que la ofensiva era inevitable y debían realizarla con toda la fuerza necesaria. Madero accedió y, después de 52 horas de combate intenso, el 10 de mayo, se rindió el general Juan J. Navarro y entregó la plaza.[123]
Después de que el gobierno perdió el control de Ciudad Juárez, el general Victoriano Huerta fue convocado a una reunión con Porfirio Díaz, Porfirito, el secretario de Guerra, González Cosío y Limantour. El presidente tenía amarrada una venda del cráneo a la mandíbula, porque tenía una infección dental que lo estaba atormentando. Se le veía abatido. Su sordera se había intensificado con la infección, pero quería oír la opinión de Huerta. A gritos, cerca de su oído, le dijo a don Porfirio que la victoria de los revolucionarios era insignificante, que enviando una o dos columnas del ejército federal la ciudad podía recuperarse fácilmente, como se había recuperado Agua Prieta en Sonora, después de que cayó a manos de los revolucionarios.
Asombrado Limantour le dijo a Victoriano Huerta que no se daba cuenta de que la situación era muy angustiosa y que era urgente salir de ella cuanto antes de la mejor forma posible. Huerta contestó que era Limantour el que no se daba cuenta de lo que era el ejército y de todo lo que podía hacer dirigiéndolo bien, que estaba seguro que podía dominar la situación.[124]
Una de las grandes preocupaciones de Limantour era que la capital de la República sólo contaba con 2,700 soldados y dos ametralladoras, y de esos 2,700 eran indispensables 1,500 para la seguridad de las cárceles, la penitenciaría y los depósitos de municiones de la ciudad. O sea, se contaba con 1,200 soldados para defender la ciudad. Eso se lo explicó tiempo después a Ramón Corral, en uno de sus muchos intentos de defenderse de los cargos de traición o de entrega precipitada del gobierno.[125]
La visión de Limantour fue la que se impuso en aquel momento y fue la que llevó a Díaz a aceptar en principio su pronta renuncia, lo que significó un avance para poder llegar a los acuerdos de paz.

Orozco y Villa intentan someter a Madero

Simultáneamente, en el bando revolucionario, también se daban tensiones entre civiles y militares. El 13 de mayo, a las diez de la mañana, Pascual Orozco y Francisco Villa se insubordinaron de nuevo, pero esta vez de manera abierta y escandalosa:

“Villa y Orozco entraron juntos en el cuartel general de Madero y Orozco planteó tres cuestiones específicas: pidió que [el general] Navarro fuera sometido a un consejo de guerra, lo que de hecho habría sido el procedimiento legal de acuerdo con el Plan de San Luis Potosí, y que se pagara a sus tropas; además, expresó su inconformidad por el nombramiento, como secretario de Guerra, del civil Venustiano Carranza, que había sido partidario de Reyes y senador porfirista, y se había incorporado a la revolución en fecha relativamente tardía.
            Como Madero se negó a acceder a sus solicitudes, Orozco le puso una pistola en el pecho y le dijo que estaba arrestado. Uno de los colaboradores del presidente [provisional] sacó una pistola y amenazó a Orozco con ella. Entonces, Villa salió corriendo a llamar a sus cincuenta hombres. Madero corrió afuera también, pasando ante Orozco que no utilizó su pistola, y rozando a Villa, quien, según la versión de un oficial federal, lo amenazó en términos obscenos. Madero saltó sobre un coche y empezó a arengar a los soldados de Villa y Orozco, que estaban estacionados afuera y no tenían una idea clara de lo que sucedía. Tras escucharlos unos minutos, los soldados empezaron a vitorearlo.
            En ese momento Orozco se dio por vencido, los dos hombres se dieron la mano y, según algunas versiones, Villa hizo lo mismo. Otros describen a Villa llorando públicamente y suplicándole su perdón a Madero. Este escoltó personalmente a Navarro hasta El Paso. Había salido como claro vencedor de esta confrontación y había rechazado las dos principales demandas de los amotinados acerca de Navarro y del nombramiento de Carranza. La única concesión que estuvo dispuesto a hacer fue retirar dinero de un banco de El Paso para pagar a los soldados de Orozco”.[126]

Este incidente fue muy significativo, en muchos sentidos: condensó toda la política maderista y mostró las contradicciones que se desarrollarían después, hasta el día en que Madero murió asesinado por órdenes del general Victoriano Huerta.
            Orozco y Villa quisieron imponer su voluntad a punta de pistola. Los dos militares más importantes del ejército revolucionario se rebelaron contra las disposiciones del Presidente Provisional. Madero experimentó en carne propia lo que ya había dicho: el militarismo es el mayor enemigo de la democracia, porque ahí son más importantes las balas que los votos y porque las armas sustituyen a las palabras.
            Por su parte, Madero, por primera vez y de manera arbitraria, anuló el Plan de San Luis que establecía los objetivos de la revolución y que había sido el medio con el que había convocado a los mexicanos a levantarse en armas. Ahí en el artículo transitorio (c) estableció que se fusilaría, después de un juicio sumario, a las autoridades porfiristas que hubieran “transmitido la orden o fusilado, a alguno de nuestros soldados” (exceptuando al Presidente y a sus ministros).
            El general Navarro se había distinguido por fusilar inmediatamente a cuanto revolucionario caía en sus manos. Para Pascual Orozco fue especialmente doloroso el fusilamiento de 21 rebeldes, amigos, conocidos y parientes suyos, que se habían levantado en armas en San Isidro y que se habían rendido ante el general Navarro después de verse derrotados en el combate de Cerro Prieto el 11 de diciembre de 1910. Pascual Orozco era de San Isidro y parte de su interés en la toma de Ciudad Juárez había sido vengar la muerte de sus paisanos. El que Madero se opusiera a entregar a Navarro a un juicio sumario, indignó a Orozco y a Villa. Esa venganza era para ellos un asunto de honor y además era cumplir con una de las disposiciones del Plan de San Luis, establecidas por el propio Madero.
            Por primera vez, Madero se puso de lado del ejército federal y en contra del ejército revolucionario, porque para él esa decisión no significaba sólo apoyar a Navarro y oponerse a Villa y Orozco, sino tomar partido por el ejército federal al que veía ya controlado y controlable por el nuevo gobierno, a diferencia del ejército revolucionario al que percibía por experiencia propia como explosivo, desatado y listo para insubordinarse.
            La superación de este incidente reforzó su confianza en la autoridad que ejercía sobre el común de sus seguidores y en su capacidad persuasiva, porque en el conflicto él fue el apoyado por los soldados revolucionarios y a él fue al que escucharon.
            El malestar que causó el nombramiento de Carranza también es muy significativo. Hasta ese momento lo que don Venustiano había aportado a la revolución era: su fantasía de que en Coahuila tenía seguidores que se levantarían en armas; su esperanza frustrada de colaborar con el general Reyes cuando éste regresara de Europa, asumiera la dirección gubernamental e intentara llegar a acuerdos con los revolucionarios; sus intrigas para que el ex-reyista doctor Vázquez Gómez desconociera a Madero y asumiera el liderazgo de la revolución; por último, estar en El Paso y Ciudad Juárez para asegurar su gubernatura en Coahuila o algún puesto en el gabinete de Madero. Pero, en concreto, fuera de las explicaciones y justificaciones de su inoperancia, no había aportado nada: sus “seguidores” de Coahuila no se levantaron en armas; Bernardo Reyes no regresó a México para hacerse cargo de la situación, y el doctor desechó su invitación de sustituir a Madero. Tal vez Orozco no sabía nada de eso, pero sí podía comprobar que lo que él había hecho por la revolución era muchísimo más de lo que había hecho Carranza; y se indignó por la injusticia que suponía el hecho de que él no hubiera sido nombrado secretario de Guerra y don Venustiano, sí.[127]
            Aquí aparece, también por primera vez, otra decisión de Madero que a lo largo de los siguientes meses lo desgastará mucho: como consecuencia de la transacción en los acuerdos de paz, prefirió gobernar con la vieja “clase dirigente” porfirista que con la nueva “clase dirigente” revolucionaria.
            Estas decisiones no fueron un simple acto de torpeza o de falta de inteligencia de Madero. Él comprendió las fuerzas que estaban en juego y decidió arriesgar su Presidencia y su vida para lograr dos cosas: la primera, acabar con el militarismo que él mismo había desatado; y, la segunda, incorporar a la “clase dirigente” porfirista en una política democrática que terminara con los privilegios de unos cuantos. Sin esta opción (en la que puso en juego todos sus recursos), su política posterior a la toma de Ciudad Juárez aparecería como fruto de la ceguera, de la estupidez o de las limitaciones que le imponía su pertenencia al grupo de hacendados más rico de México.
            Pero Madero estaba actuando de acuerdo a sus previsiones de abril: si los porfiristas no negociaban la paz, ejecutaría cabalmente el Plan de San Luis; pero si negociaban gobernaría con ellos la transición hacia la democracia y para ello tendría que prescindir del Plan de San Luis que contenía cláusulas inaceptables para la “clase dirigente”.

Porfirio Díaz renunció a la Presidencia, sin saber bien por qué

Después del triunfo de los maderistas en Ciudad Juárez, la revolución se extendió con mucha fuerza por todo México. Para finales de mayo los rebeldes ya habían tomado: Ciudad Juárez y Casas Grandes, en Chihuahua; Torreón y Saltillo en Coahuila; Colima, en Colima; Pachuca, en Hidalgo; Acapulco, Iguala y Chilpancingo, en Guerrero; Tehuacan y San Juan de los Llanos, en Puebla; Nogales, Agua Prieta, Hermosillo, Guaymas, Álamos y Naco, en Sonora; Tlaxcala en Tlaxcala; Cuautla, Cuernavaca y Jonacatepec, en Morelos; Culiacán, en Sinaloa. Además había actividades revolucionarias importantes en los estados de Jalisco, Querétaro, Nuevo León, Zacatecas, Veracruz, Chiapas y Yucatán.[128]
            Las conferencias de paz se reiniciaron el 15 de mayo; las renuncias de Díaz y Corral eran condición para la paz y ya eran aceptables para los dos bandos, ahora el problema a resolver era la composición del gabinete del gobierno de transición. Había una disputa entre Madero y el doctor Vázquez Gómez. El primero quería mantener a Limantour en el gabinete y el segundo consideraba que esa propuesta era absurda, porque Limantour había sido el enemigo a vencer en la sucesión presidencial. El factor que provocaba la tensión entre los dos era Francisco Madero (padre), porque, por alguna razón, estaba interesado en que Limantour siguiera como secretario de Hacienda y es muy probable que estuviera presionando a su hijo.[129]
Por su relación de amistad personal con Porfirio Díaz, y por tener un amigo común que actuó como mensajero entre los dos (el señor Manuel Amieva), el doctor Vázquez Gómez pudo maniobrar para presentarle a Madero el desplazamiento de Limantour como una situación casi de hecho y Madero terminó por aceptar la exclusión de Limantour del nuevo gabinete. Una vez más Francisco Ignacio se mostró vacilante y una vez más la vacilación estuvo relacionada con su padre.
            La complicada y hábil maniobra de Vázquez Gómez acabó con la confianza y la amistad entre Díaz y Limantour. Como había un diálogo paralelo mientras se llevaban a cabo las negociaciones: Díaz estaba atento a los mensajes que le mandaba el doctor y Limantour se orientaba por los mensajes que le enviaba Francisco Madero (padre); las versiones contradictorias terminaron por estallar. El Presidente Díaz, en su desesperación, le dijo a Manuel Amieva:

“<¿Quién entiende esto? Usted me dice que no aceptan a Limantour. Limantour me dice que exigen que siga en el gobierno ¿A quién le voy a hacer caso, a usted o a él?> –le respondí-. <¿Y por qué?> . -repuso-. . ”.[130]

Después de que Madero mandó el telegrama confirmando la exclusión de Limantour del gabinete del gobierno provisional, Porfirio Díaz le dijo a Manuel Amieva:

“Es cierto, usted tenía razón; por todos lados hay traición, y voy a decirle a Limantour que en dónde está su patriotismo. Yo no sigo aquí, yo me voy luego. Yo no quiero entenderme con nadie que no sea usted, y dígales que al llegar a La Habana el general Reyes, recibirá la orden militar de detenerse”.[131]

El acuerdo de paz entre el gobierno de Porfirio Díaz y los revolucionarios se firmó el 21 de mayo de 1911 y en él se establecía que el Presidente había manifestado su resolución de renunciar antes de fin de mes; que en el mismo plazo renunciaría Ramón Corral a la vicepresidencia; que Francisco León de la Barra sería el presidente interino; y que el nuevo gobierno estudiaría las condiciones de la opinión pública, para satisfacerla en cada Estado dentro del orden constitucional. Por eso se convenía cesar las hostilidades en todo el territorio nacional.[132]
Dado el ambiente que existía en México, la renuncia que firmó el Presidente el 25 de mayo tardó mucho en presentarse. Cuatro días de espera parecieron demasiado tiempo. Los días 23, 24 y 25 de mayo, la gente de la capital de la República salió a la calle a exigir la inmediata renuncia de Porfirio Díaz. En una de esas manifestaciones la multitud fue al edificio del periódico oficial, El Imparcial, lo apedreó y le prendió fuego. Los bomberos tuvieron que llegar a apagarlo. Otros se dirigieron a la calle Cadena, donde estaba la residencia de Porfirio Díaz y a gritos le pedían la renuncia. Otra manifestación rodeó la Cámara de Diputados y pedía lo mismo. Alguna otra incluso fue reprimida a tiros y hubo muertos y heridos.[133]
            Al Presidente Porfirio Díaz le costó mucho trabajo firmar su renuncia el día 25 de mayo. Todo mundo se la pidió, hasta su esposa y su hijo, pero él se resistía. De la Barra le presentó tres versiones de la renuncia y no aceptó ninguna. Finalmente él mismo fue a su escritorio y redactó:

“Señores: el pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores; que me proclamó su caudillo durante la guerra internacional, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para robustecer la industria y el comercio de la República, fundar su crédito, rodearla de respeto internacional y darle el puesto decoroso entre las naciones amigas; ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas numerosas armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del supremo Poder Ejecutivo es la causa de su insurrección.
            No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que puedo ser un culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mí la persona menos a propósito para raciocinar y decidir sobre mi propia culpabilidad.
            En tal concepto, respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el Artículo 82 de la Constitución Federal, vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir el cargo de Presidente Constitucional con que me honró el voto nacional.
            Y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la nación, derrochando su riqueza, cegando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.
            Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado, hará surgir en la conciencia nacional un juicio correcto, que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas”.[134]

Al día siguiente Porfirio Díaz llegó a la estación de San Lázaro para tomar el tren  e iniciar su viaje al exilio. No le dijo adiós a nadie, ni a sus amigos íntimos, ni a Limantour. Tampoco ellos hicieron nada por despedirse. A Limantour, incluso, no lo quiso volver a ver el resto de su vida. Los dos quedaron absolutamente distanciados.
            Ya desde el 4 de mayo Ramón Corral había firmado en París su renuncia a la vicepresidencia y se la envió al secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra con el encargo de que la presentara al mismo tiempo que Díaz presentara la suya.
            En su renuncia, Ramón Corral le expuso a Porfirio Díaz sus objeciones; se basaban en la manera en que percibía la situación política. Ahí decía:

“[...] no creo que nuestra separación de los puestos que ocupamos sea el remedio que reclaman los males que afligen a la República.
            Aparte de la significación que tiene la presentación de nuestras renuncias, exigidas por el enemigo armado, enemigo constitucional y a iniciativa del Gobierno declarado fuera de la ley y que lejos de ceder ante las concesiones que se le hacen, se envalentona y crece, hay que considerar que la separación de Ud. presenta una perspectiva de anarquía que hará más inminente el peligro del Norte. En ningún caso los Madero podrán dominar la revuelta, porque su influencia no alcanzará sino a una pequeña parte de los grupos rebeldes, y aun contra la voluntad de dichos señores, seguirá existiendo el motivo que se invoca para la intervención”.[135]

Cuando leyó en el periódico que Díaz efectivamente había renunciado, no daba crédito a la noticia y en su diario anotó que eso no concordaba con las ideas y el temperamento de don Porfirio que “jamás se había acobardado con las dificultades”. Pensó que si la noticia era cierta era porque el gobierno se había mostrado débil sin serlo.[136]
            Victoriano Huerta era de la misma opinión, le decía a todo mundo que Limantour había entregado el gobierno del general Díaz “a puerta cerrada” que es lo que dicen “los rancheros, cuando venden una finca sin inventariar, incluyendo burros, puercos, enseres, ganado y graneros”.[137]

León de la Barra sustituye al dictador y apoya a la contrarrevolución

El 25 de mayo de 1911, Francisco León de la Barra asumió la Presidencia provisional de la República en sustitución del general Díaz. Ese día, en su manifiesto a la nación prometió ser “un celoso defensor de las leyes, especialmente de las electorales, para que la voluntad del pueblo pueda manifestarse libremente en los próximos comicios, al renovarse los poderes federales y locales”. Y como respuesta a “la gravedad de la situación que pone en peligro nuestra vida nacional” llamó a los mexicanos para que dentro del orden y la ley se unan en “espíritu de paz y progreso”.[138]
            Inicialmente Madero cometió el error de confiar plenamente en el nuevo Presidente, porque según lo dijo en su manifiesto a la nación del 26 de mayo:

“El Sr. Francisco L. de la Barra, no tiene más apoyo en el poder que el de la opinión pública y como ésta únicamente proclama los principios de la Revolución, podemos decir que el actual Presidente de la República está enteramente con nosotros, porque a ello lo llevan sus sentimientos de justicia y su alto patriotismo: ha dado pruebas de ello en su tacto para formar el actual gabinete, en el cual están ampliamente representados los elementos que han llevado a cabo la actual revolución, y los cuales han sido designados de mutuo acuerdo entre el señor de la Barra y los principales jefes de la Revolución, que pudo consultar”.[139]

Pero De la Barra estaba lejos de estar enteramente con los revolucionarios, al contrario, después de la renuncia de Díaz y a pesar de ser Presidente, entró en un “periodo de amargura” en el que “veía peligrar nuestra nacionalidad”, como le confesó a Limantour en una carta de principios de agosto.

            Poco a poco fue tomando cada vez más confianza en sí mismo y en el poder que le daba la institución presidencial y fue desarrollando una política propia, contraria a la revolución y a los revolucionarios.
            Su primer gran paso fue radicalizar el acuerdo de la desmovilización de tropas revolucionarias. En el Tratado de Ciudad Juárez se decía que el ejército libertador se licenciaría “a medida que en cada Estado se vayan dando los pasos necesarios para restablecer y garantizar la tranquilidad y el orden públicos”. Él, sin embargo, expidió un decreto el 19 de junio, en el que declaraba bandidos a los revolucionarios que no hubieran acudido a licenciarse, estableciendo como límite el primero de julio.[140]

            Ya para el 7 de agosto, en la mencionada carta a Limantour, confesaba:

“He puesto en la cárcel a los principales jefes revolucionarios que protestaron contra mi resolución [de separar de la secretaría de Gobernación a Emilio Vázquez Gómez] […] confié al general Villaseñor la organización de los cuerpos de rurales y avanzó en el desarme y disolución de las fuerzas revolucionarias. La fiesta militar del domingo último, ha demostrado que cuento con el ejército [….] Creo que a principios de octubre podrán ser hechas las elecciones primarias, recobrada por completo la paz. Los bonos de Madero han bajado mucho, aunque conserva aun bastante popularidad en las clases bajas. La candidatura del general Reyes ha sido recibida con entusiasmo”.[141]

El principal objetivo de la Presidencia de Francisco León de la Barra fue debilitar a la revolución y eso quería decir: promover el reconocimiento y exaltación del ejército federal, desarmar a los revolucionarios y desprestigiar a Madero, esa fue la manera que encontró de recuperar el orden anteriormente establecido.

Pancho Villa percibió que Madero destruyó la revolución

Hubo muchos revolucionarios que se opusieron a los acuerdos de paz de Ciudad Juárez, pero me fijaré en Pancho Villa por la importancia decisiva que tuvo él, Chihuahua y su ejército, en la revolución de 1910 y en la posterior destrucción del ejército federal y del gobierno de Victoriano Huerta.
            Villa contó que Madero lo invitó a un banquete en Ciudad Juárez días después de la victoria y la paz. Asistió a pesar de que iba a compartir la mesa con un montón de políticos “perfumados elegantes” a los que toleraba con mucha dificultad. Después de oír sus discursos “interminables”, Madero le preguntó:

. Yo no quería decir nada, pero Gustavo Madero, que estaba junto a mí, me dio con el codo, diciendo: . Así que me levanté y le dije a Francisco Madero: . Quiso saber por qué, así que le contesté: . Madero siguió preguntándome. . Le respondí: . Bueno, viendo el asombro en los rostros de aquellos elegantes seguidores, Madero replicó: ”.[142]

Este incidente es una variación de la insubordinación anterior. La pregunta es: ¿A quién le hace caso Madero? ¿Al general Navarro o al general Orozco? ¿Por quién se decide? ¿Por Venustiano Carranza o por el general Orozco? ¿A quién escucha? ¿Al “montón de perfumados” o al montón de soldados que participaron en la revolución? Y Villa ve las preferencias de Madero y concluye que así destruye la revolución.
            El descontento de Villa se debía a su desconfianza en el ejército y la burocracia federal; a que en los acuerdos no se decía nada sobre las medidas que se tomarían respecto a Creel y Terrazas y porque tampoco se hablaba de reforma agraria ni de reparto de tierra para los soldados de la revolución.[143]
            No sólo Villa estaba descontento, para la mayoría de los rebeldes de Chihuahua la revolución había terminado sin que consiguieran sus principales objetivos. Habían arriesgado su vida y se habían esforzado de manera extraordinaria para nada. El poder de Terrazas seguía intacto y ellos seguían con su problema de tierras. Nada se decía acerca de esto, era un asunto dejado de lado.
Y sucedió algo peor, en junio, en la ciudad de Chihuahua, se licenció a 1,600 revolucionarios con una gratificación de 50 pesos por sus servicios y 25 más si entregaban su rifle o carabina. También se les dio un boleto de tren para que llegaran al lugar más cercano de su residencia. Fuera de la capital, a algunos de los soldados licenciados sólo se les dio la mitad de la cuota asignada por culpa de los encargados de realizar el licenciamiento.

“Con igual falta de consideración fueron tratados jefes como Toribio Ortega, Tomás Urbina, Mariano Hernández, licenciado Lázaro Gutierrez de Lara, Fidel Ávila y oros más, a quienes se gratificaron sus servicios a la causa maderista con 100 pesos cada uno. Juan Dozal, Ignacio Gracia, Martín López, Agustiín Moreno, Jesús Morales, Enrique Portillo, Rafael Rembao y algunos otros que tuvieron categoría de jefes y oficiales, recibieron igual gratificación que los soldados. En cambio, el general Pascual Orozco recibió la cantidad de 50 mil pesos y el coronel Francisco Villa la suma de diez mil pesos que se cargaron a gastos de pacificación”.[144]

La revolución se había reducido a un asunto de pesos y centavos y no habían ganado ni 50 centavos diarios. La frustración era grande. Habían descuidado a su persona y su hogar y, por eso, regresaban con más problemas económicos que los que tenían a la hora de levantarse en armas. El único cambio que pudieron constatar es que había otro presidente municipal y ya no había jefe político.
            No se desbandó a todos los revolucionarios de Chihuahua, varios grupos quedaron organizados en cuerpos rurales. Lo mismo pasó en Sonora y Coahuila. De los quince mil soldados revolucionarios que llegaron a tener esos tres Estados sólo conservaron alrededor de tres mil.
            Stanley Ross dice que antes de celebrarse los tratados de paz de Ciudad Juárez había en todo el país 40 mil rebeldes armados y después de ellos la cifra aumentó a 60 mil.[145] La situación fue alarmante y Madero y el Presidente De la Barra se fijaron como prioridad desarmar a estos hombres para asegurar la paz. Aunque claro, cada uno tenía motivos diferentes, Madero quería acabar con el militarismo y despejar la vía legal-electoral; De la Barra desarmar a la revolución, para quitarle fuerza y conservar las ventajas del sistema porfirista.

Emiliano Zapata intentó poner a Madero de su lado y fracasó

Pancho Villa nunca rompió con Madero, a pesar de que no estuvo de acuerdo con los tratados de paz de Ciudad Juárez y de que constató que favoreció más a los hacendados que a los revolucionarios. El que sí rompió con él fue Emiliano Zapata, después de que comprobó que su confianza en el líder de la revolución había sido vana.
            Durante la revolución Zapata había logrado reclutar a 2,500 campesinos armados que estaban bajo sus órdenes y que estaban interesados en recuperar las tierras de sus pueblos que las haciendas les habían quitado por abuso de poder. Todos ellos habían sido atraídos por la promesa del Plan de San Luis de restituir la tierra a los propietarios que habían sido despojados de ella de manera inmoral y abusiva.
            Por eso, el 7 de junio de 1911, cuando Madero fue recibido en la Ciudad de México por una gran manifestación de la victoria, uno de los primeros que fue a recibirlo a la estación de ferrocarril fue Emiliano Zapata. Y al día siguiente, después del almuerzo, en la casa que tenía la familia Madero en la calle Berlín, le dijo: “Lo que a nosotros nos interesa es que, desde luego, sean devueltas las tierras a los pueblos, y que se cumplan las promesas que hizo la revolución”.[146]
            Madero contestó que el problema de la tierra era complicado y tenían que seguirse procedimientos legales. Le pidió que confiara en él y licenciara a su tropa. Zapata le manifestó su desconfianza: el ejército federal no sería leal a un gobierno revolucionario desarmado y le señaló que incluso en esos momentos en que estaban armados el gobierno estaba actuando exclusivamente en favor de los hacendados. Si eso sucedía cuando estaban armados, ¿qué sucedería cuando estuvieran desarmados?
El diálogo continuó sin ningún avance significativo y en un intento desesperado de dar a entender su punto de vista:

 "Zapata se levantó con la carabina en la mano, se acercó hasta donde estaba sentado Madero. Apuntó a la cadena de oro que Madero exhibía en su Chaleco. Sin duda, le dijo Madero; le pediría inclusive una indemnización. ".[147]

Madero quedó impresionado por Zapata y decidió ir a Morelos el lunes siguiente, 12 de junio, para examinar personalmente el estado de las cosas. Pero los que acapararon la atención de Madero en su viaje a Cuernavaca fueron los hacendados que lo recibieron con un banquete en los Jardines Borda. Madero invitó a Zapata al banquete, pero éste se negó a asistir. Los hacendados convencieron a Madero que Zapata no podía controlar a sus tropas que estaban compuestas por un montón de bárbaros.
Madero nuevamente pidió confianza en él y licenciamiento de tropas; Zapata aceptó el llamado a la confianza y el 13 de junio empezó la operación: se le pagó diez pesos a cada soldado de los alrededores de Cuernavaca y 15 pesos a los que vivían en poblaciones más lejanas. Se le bonificaron cinco pesos extra a los que además del rifle entregaban una pistola. Se pagaron en total  47,500 pesos y se recogieron 3,500 armas.[148]
            Uno de los acuerdos del desarme fue que Zapata quedaría como comandante de la policía federal del Estado, pero los hacendados presionaron a Madero para que rompiera ese acuerdo. Como no se les concedió lo que pidieron, el 18 de junio realizaron un mitin en el que se dijo que la súplica había terminado y que como se estaban eludiendo las responsabilidades “no nos queda más que apelar a los procedimientos armados. Nosotros los viejos cargaremos las armas para que sean disparadas por los jóvenes”.
            Zapata se enteró de lo que planeaban hacer los hacendados y al día siguiente fue con el gobernador y le pidió quinientos rifles y municiones, como no se los quiso dar, Zapata los tomó y se fue con ellos. Los hacendados entonces lo acusaron de rebelión y de ser un nuevo Atila. Madero lo llamó a México para que respondiera a las acusaciones y el 20 de junio renunció a la jefatura de la policía del Estado y aceptó la promesa de Madero de que un gobierno estatal libremente elegido resolvería el problema de la tierra “dentro de la ley”.
            A pesar del licenciamiento de las tropas, los campesinos se negaron a devolver las tierras que habían recuperado en la revolución cuando aplicaron por su cuenta el Plan de San Luis. A los hacendados les preocupaba que los campesinos en esas condiciones se dedicaran a cultivar maíz y descuidaran el cultivo de la caña, porque si sucedía eso, perderían mucho dinero. Mantuvieron la presión sobre el gobierno para que resolviera esa situación que percibían como adversa.
            Entre tanto, los zapatistas adquirieron más armamento, más nuevo y mejor, pero no para proteger las tierras que habían recuperado, sino porque los armó el secretario de Gobernación, Emilio Vázquez Gómez, que no estaba de acuerdo con la política de licenciamiento de tropas, ni con la política conservadora del Presidente De la Barra.
Emilio intensificó su oposición a Madero desde el 9 de julio, que fue el día en que se anunció que el Partido Constitucional Progresista sustituiría al Partido Nacional Antirreeleccionista, ya que este último había cumplido con su función. En realidad esa decisión fue la manera en que Madero rompió con los hermanos Vázquez Gómez que antes de la revolución se habían mostrado demasiado conservadores y después del ascenso de la revolución, demasiado radicales (para la medida pretendida por Madero). La ventaja que tenía el nuevo partido era que el presidente de la organización ya no sería el licenciado Emilio, ni su hermano el doctor Francisco sería el candidato a la vicepresidencia.
Las dimensiones de la división política entre Madero y los hermanos Vázquez Gómez se expresaron claramente a propósito de una conspiración para matar a Madero en su visita a la ciudad de Puebla el 13 de julio de 1911. Ahí los hermanos se pusieron abiertamente a favor de la tropa revolucionaria y en contra de Madero

La conspiración para matar a Madero en Puebla

Los maderistas poblanos que se enteraron de la conspiración hicieron un viaje a la ciudad de México para informarle a Madero que su vida corría peligro en Puebla. Pero les contestó: “No muchachos, no crean nada, nuestros enemigos, son hoy nuestros mejores amigos...”.[149]
Sin embargo, el secretario de Gobernación, Emilio Vázquez G., le encargó a Abraham Martínez, jefe del estado mayor de Zapata, que investigara con su gente el complot contra Madero (era una “misión secreta”). Como resultado de sus investigaciones, determinó que el jefe de la conspiración era el ex-gobernador porfirista, Mucio P. Martínez, y detuvo a 19 personas que consideró implicadas, entre ellas: dos diputados locales y al diputado federal Carlos Martínez, hijo del ex-gobernador Mucio. También arrestó a varios hacendados y a dos o tres oficiales del ejército federal. Aparentemente, a Madero se le iba a arrojar una bomba de dinamita cuando pasara por la calle de Cholula.
Antes del arresto de los implicados, Abraham Martínez informó de su decisión al nuevo gobernador, Rafael P. Cañete, pero éste se opuso a la detención de los sospechosos, así que el arresto lo realizó Abraham contra la voluntad del gobernador.
Al enterarse de las aprehensiones, mucha gente se reunió frente al Hotel Francia donde estaba hospedado el jefe zapatista y otro tanto en la plaza de toros, lugar donde se encontraban apresados los conspiradores. En esas manifestaciones de los revolucionarios se pedía que los detenidos fuesen fusilados.
Por otro lado, el Congreso local pidió garantías al Presidente provisional de la República, De la Barra, quien por conducto de su secretario de Gobernación, Emilio Vázquez G. ordenó la liberación del diputado federal Carlos Martínez y el traslado a México del resto de los detenidos, pero inicialmente Abraham Martínez no acató la orden telegráfica argumentando que era falsa. Sin embargo, después de varias gestiones liberó al diputado federal y autorizó el traslado de los demás presos a la Ciudad de México, donde los dejó libres el secretario de Gobernación, después de entrevistarse con ellos y explicar que su detención se debió a un “celo excesivo” de los maderistas.
Este incidente fue un conflicto más entre conservadores y revolucionarios. Durante el levantamiento armado, los revolucionarios radicales no pudieron tomar la ciudad de Puebla antes de los Tratados de Ciudad Juárez aunque controlaban gran parte del Estado. Esto se prestó a que los revolucionarios moderados quedaran en una posición de ventaja en la capital del Estado, para cubrir el vacío de poder. Durante la revolución Madero había nombrado gobernador provisional a Camerino Z. Mendoza, pero por no estar en la capital a la hora de los tratados ni siquiera se le mencionó como candidato a ocupar el puesto interino. Los dos propuestos fueron: Felipe T. Contreras y Rafael P. Cañete, pero como el primero era respaldado por el secretario de Gobernación Emilio Vázquez, el Presidente de la Barra se decidió por Rafael P. Cañete. Eso causó malestar entre los revolucionarios poblanos porque identificaban a Cañete como revolucionario de última hora y ligado a los políticos del régimen anterior cuyo jefe era el ex-gobernador Mucio P. Martínez.
Para empeorar las cosas en el ánimo de los radicales, Madero eligió como comandante de las fuerzas revolucionarias de Puebla a otro rebelde de última hora, el hacendado y ex-oficial federal, Agustín del Pozo. Este hombre se había negado a prestar su coche a los antirreleecionistas para que lo usara Madero en su visita a la ciudad de Puebla en mayo de 1910 y había manifestado su apoyo al gobernador Mucio P. Martínez.[150]
Por estos antecedentes los revolucionarios no se sorprendieron de que Abraham Martínez no hubiera sido apoyado por el gobernador ni por Agustín del Pozo en la investigación sobre la conspiración contra Madero ni en la detención de los implicados.
El 11 de julio se encarceló a Abraham Martínez acusado de usurpación de funciones y violar el fuero de los diputados que arrestó anteriormente. Al día siguiente, 12 de julio, los maderistas radicales insistieron en que había una conspiración en proceso, porque recibían información en ese sentido. El señor cura Francisco Esparza visitó el cuartel del Carmen ese día a las diez de la mañana y el teniente coronel Raúl Bretón le advirtió que esa noche no saliera a la calle porque habría batalla. A las siete de la noche, la sirvienta de la casa del general Gaudencio de la Llave, les informó que ahí estaban reunidos los hijos del ex-gobernador Mucio P. Martínez, el coronel Aureliano Blanquet y otros. Estaban puliendo el plan de los desórdenes que realizarían horas después para vengarse, ya que estaban muy irritados contra el zapatista Abraham Martínez y su gente por la prisión que habían padecido días antes los enemigos de Madero en la plaza de toros de Puebla. La idea era responsabilizar a las tropas maderistas de los severos disturbios que ellos provocarían.
A las diez de la noche, tres hombres vestidos de kaki (como los revolucionarios) salieron en coche del cuartel federal del Carmen y al llegar a la plaza de toros, donde estaban acuarteladas las fuerzas revolucionarias, dispararon contra la guardia. Los maderistas persiguieron a sus atacantes, pero no llegaron muy lejos porque fueron repelidos por el fuego de los soldados del 29 batallón que los estaban esperando tendidos pecho tierra sobre los prados del Paseo Bravo.
Después estos soldados federales atacaron la plaza de toros con fuego de artillería y ametralladoras. Los cañonazos se dispararon desde 150 metros de distancia. Hubo gran mortandad porque en el área que rodeaba la plaza de toros se habían instalado muchas familias de los revolucionarios que habían ido a Puebla para recibir a Madero y festejar el triunfo de la revolución. Al momento de ser atacada la plaza de toros había centenares de mujeres, niños y ancianos, unos durmiendo y otros cantando. El parque que tenían los revolucionarios se agotó y los federales tomaron la plaza.
El 29 batallón también se dispersó por distintos rumbos de la ciudad y a su paso balacearon a cuanto maderista encontraban. Lo mismo hicieron los partidarios del ex-gobernador Martínez desde la azotea de sus casas cuando veían pasar algún revolucionario.
El coronel Aureliano Blanquet fue el que dirigió los combates nocturnos del ejército federal contra los maderistas.
El tiroteo duró toda la noche y terminó hasta la mañana del día 13 en que el gobernador Cañete y Agustín del Pozo (jefe de las fuerzas insurgentes de Puebla) se dirigieron con una bandera blanca al cuartel del Carmen (donde estaba alojado el 29 batallón) y pidieron parlamentar con los federales.
Madero llegó ese mismo día a las diez de la mañana y los jefes y oficiales revolucionarios de la brigada Oriente hablaron con él y le pidieron que se investigaran los ataques sangrientos de la noche anterior y se castigara a los responsables. Madero contestó: “Estoy sumamente descontento por el comportamiento de ustedes, no deseo que haya más dificultades y, por tanto, como la revolución ya terminó y yo voy a ser el Presidente de la República, es necesario que cada uno de ustedes se vaya a su casa, pues, repito, todo ha terminado ya”.[151] Se le replicó que sería muy peligroso para la revolución licenciar a las tropas que lo habían ayudado. Madero dijo:”Forzosamente tenemos que licenciar a toda esa gente, yo necesito gente de orden y disciplinada, que garantice la estabilidad del gobierno. Lo que he dicho no se refiere a ustedes que son mis mejores amigos; lo que deben de hacer ustedes es ayudarme a licenciar y desarmar esa gente: pronto seré Presidente y ustedes contarán conmigo”.[152]
Después, en el cuartel del Carmen, Madero felicitó al 29 batallón por su lealtad y disciplina, pidiéndole que continuara así porque era necesario fortalecer al gobierno. Del coronel Aureliano Blanquet dijo que había estado a la altura de su deber y que recomendaría su ascenso al grado inmediato.
Durante el entierro de los revolucionarios muertos y de sus familiares hubo discursos en los que se acusó a Madero de traicionar a la revolución y se pidió que no se desbandara a los cuatro mil soldados del ejército libertador que había en Puebla. Otros dijeron que se aceptara el licenciamiento, pero que sólo se entregaran las armas viejas e inservibles, lo que fue aceptado por aclamación.
Los revolucionarios de Puebla, en contraste con la posición de Madero, vieron que el doctor Francisco Vázquez Gómez sí los apoyó en todas sus gestiones para dar sepultura a los cadáveres e incluso evitó que 700 revolucionarios que estaban en Cholula atacaran Puebla por la indignación que les causó el ataque de los federales contra los revolucionarios, y porque mientras ellos estaban hambrientos la tropa federal estaba bien alimentada. El doctor consiguió 800 pesos para alimentarlos.[153]
La postura del licenciado Emilio Vázquez G. en contra de la política de Madero quedó en evidencia, porque Zapata pudo convocar a sus tropas para que se concentraran en Cuautla y anunciar que estaban listas para ir a Puebla en ayuda de los revolucionarios, gracias a que el secretario de Gobernación, como dijimos antes, le había dado mejores armas a los zapatistas después de haberlos licenciado. Pero Zapata y su gente no se movieron de Morelos por órdenes del mismo Vázquez Gómez.

De la Barra y Huerta provocan la ruptura entre Zapata y Madero

La oposición de Emilio Vázquez Gómez a Madero y al Presidente de la República derivó en su renuncia forzada a la secretaría de Gobernación, el 2 de agosto. León de la Barra estaba dispuesto a endurecer sus medidas contra los revolucionarios. Nombró en Gobernación a Alberto García Granados que se propuso “exterminar la perniciosa influencia” que Zapata tenía sobre la economía de Morelos y advirtió que si los zapatistas no desbandaban sus fuerzas inmediatamente serían tratados como bandidos.
            La nueva política del gobierno impidió que Zapata realizara sus proyectos personales.

Zapata “pensaba retirarse. En estos días, cuando se acercaba la fecha en que había de cumplir treinta y dos años [8 de agosto], se casó con una joven a la que había estado cortejando desde antes de la revolución. Era Josefa Espejo, una de las hijas de un tratante de ganado medianamente próspero de Ayala, a la cual había dejado una pequeña dote al morir, a principios de 1909 [...] En diversas ocasiones, durante el verano, Zapata había expresado su “determinación” de salirse de la política, con lo cual revelaba lo mucho que suspiraba por su antiguo estilo de vida campesino, de caballos, días de mercado, peleas de gallos, labores, ferias y elecciones locales. Y su matrimonio parecía ser una retirada casi deliberada hacia la comunidad local, una suerte de reconsagración a la comunidad. Si los acontecimientos se hubiesen desenvuelto como Zapata creía entonces que habrían de desarrollarse, el curso de su vida lo habría devuelto probablemente al teatro del municipio de Ayala, donde, como José Zapata antes de él, habría vivido una vida localmente estimada, muerto una muerte localmente lamentada y ser olvidado una generación más tarde”.[154]

No pudo realizar estos proyectos, porque la idea del gobierno era obligar a los zapatistas a desarmarse o aniquilarlos. Con ese fin, el 9 de agosto entró a Morelos el general Victoriano Huerta con mil soldados. Como medida complementaria el Presidente suspendió la soberanía del Estado el 12 de agosto. Huerta aspiraba a “acabar con estos elementos que tanto perjudican al Estado”.[155]
            Madero, sin embargo, entró en defensa de los zapatistas y el 13 de agosto llegó a Cuernavaca con la idea de negociar el conflicto e inició conversaciones telefónicas con Zapata. Este aceptaba la desmovilización de su ejército si se retiraba el ejército federal y conservaba una fuerza selecta para custodiar la seguridad del Estado mientras se elegía la Legislatura que solucionaría el asunto de las tierras. Además quería un nuevo gobernador que garantizase una política agraria revolucionaria. Madero regresó a México a negociar con el Presidente de la Barra que no simpatizaba con ninguna de estas propuestas y que estaba decidido a acabar con Zapata.
            Mientras tanto Huerta, presionaba con su ejército sobre Yautepec para que se le autorizara la aniquilación de los zapatistas acordada previamente con el Presidente y con el nuevo secretario de Gobernación. Las gestiones de Madero frenaban a De la Barra y por eso no confirmaba a Huerta la ofensiva militar contra los revolucionarios.
            Francisco I. Madero llegó a Cuautla el 18 de agosto y ante la multitud reunida defendió a Zapata contra las “calumnias de nuestros enemigos”. Pidió una nueva unión revolucionaria contra las intrigas reyistas y dijo que aunque los revolucionarios de Morelos estaban siendo licenciados, estarían siempre dispuestos a atender “al primer llamado de nosotros” y “a empuñar las armas para defender nuestras libertades”. Por la tarde acordaron que el nuevo gobernador sería Eduardo Hay y el jefe de la policía estatal, Raúl, el hermano de Madero que traería 250 hombres de tropas revolucionarias federalizadas. Después de acordar esto Zapata inició el licenciamiento de su tropa el 19 de agosto.
            Pero De la Barra no designó a Eduardo Hay como gobernador y en vez de retirar a las tropas federales las reforzó mandando 330 federales a Cuernavaca con ametralladoras. Al mismo tiempo Huerta y su gente ocuparon Yautepec, lo que ocasionó que los jefes insurgentes estuvieran a punto de rebelarse contra Zapata.
            El 22 de agosto, con todas estas medidas, los zapatistas ya no querían desarmarse y entonces el gobierno amenazó con exterminarlos. Huerta le escribió al Presidente que el remedio consistía en “reducir al último extremo a Zapata hasta ahorcarlo o echarlo fuera del país”.[156]
            El 23 de agosto Huerta movilizó de nuevo a su tropa a través de Yautepec en dirección a Cuautla y como el licenciamiento proseguía, los oficiales zapatistas estaban furiosos y Eufemio, el hermano de Zapata, propuso matar al “chaparrito” Madero por considerarlo traidor. Zapata y Eduardo Hay lograron calmar el motín y Madero regresó a la ciudad de México para hablar con el Presidente, porque estaba convencido de que hubo un mal entendido, pero De la Barra ya no quiso recibirlo. La cooperación se rompió.
            El 27 de agosto Zapata publicó su primer manifiesto en el que acusaba al gobierno de los trastornos. Madero en la ciudad de México intentó concertar una tregua, pero el 29, después de la reunión del gabinete, García Granados ordenó “la persecución más activa y la aprehensión de Zapata” que ya se le consideraba como delincuente.[157]
Dos o tres días después, en la hacienda de Chinameca, Zapata se escapó de ser apresado y asesinado porque su captor ordenó una carga contra la guardia de la puerta de enfrente, lo que alertó a Zapata y le permitió huir a tiempo.
Así el general Huerta, por órdenes de León de la Barra y Alberto García Granados empezó a transformar la situación de Morelos.

“Como se le había dejado en “libertad” de tratar a los pueblos en los que entraba como si fuesen nidos de “bandidos”, el resultado fue que creó “bandidos”, hombres que odiaban al sistema que representaba muchísimo más de lo que lo habían odiado antes. Al abusar de los maderistas rurales, los convirtió en zapatistas; la denominación apareció solamente a mediados de agosto, después de su llegada a Morelos. Y lo que es peor, al dispersar y ejercer el terrorismo contra los rebeldes locales, los había empujado a que, por primera vez, buscasen seriamente apoyo, o por lo menos protección, en los peones residentes en los terrenos de las haciendas”.[158]

El otro efecto de la represión para desarmar a los revolucionarios de Morelos, fue acabar con el apoyo de Zapata a Madero. Francisco quedó expuesto como un hombre al que era peligroso tenerle confianza. Sin embargo, a pesar de todo, en este momento Zapata todavía no rompió con Madero de manera definitiva, para hacerlo esperó a ver cómo se comportaba como Presidente de la República.
            El Presidente de la Barra ordenó el tratamiento militar del licenciamiento de las tropas de Zapata y lo hizo contraviniendo los arreglos políticos que había logrado Madero. Esta saboteadora política ocasionó también la suspensión de la colaboración entre el Presidente provisional y el líder de la revolución.
            En este sentido Madero le escribió a León de la Barra el 25 de agosto de 1911:

“Me dijo usted ayer que quería que le dejasen con más libertad, dándome a entender que no quería me mezclase para nada en los asuntos de gobierno. Como no me guía ninguna ambición personal, ni soy impaciente, ni timorato, estoy dispuesto a obsequiar sus deseos, y le aseguro a usted que no volveré a importunarlo con mis visitas; pero...
            [...] Desde luego, me permito suplicarle que se lleve a efecto lo que usted me ofreció y que me dijo había acordado en Consejo de Ministros y es no licenciar más tropas insurgentes. A pesar de lo que usted me ha repetido en ese sentido, el general Villaseñor me dice que únicamente tiene orden de dejar en total 9,600 soldados rurales y como 4,800 son los antiguos, resulta que sólo tendremos 14,000 revolucionarios, lo cual es completamente insuficiente para asegurar el triunfo de los principios proclamados en la revolución, pues aunque usted crea en la lealtad del ejército, yo no tengo confianza en él, mientras no se hagan los cambios de jefes que tantas veces he indicado a usted y que usted me ha ofrecido hacer”.[159]

Como puede verse en esta carta, Madero quería desmovilizar a las tropas revolucionarias, pero sin que quedara amenazado el triunfo de la revolución y de la democracia. Está claro que el ritmo y la cantidad de la desmovilización tenía que ir ajustándose a las circunstancias políticas de cada lugar. Él pensaba apoyarse en el ejército federal, pero no tal y como estaba sino reorganizándolo y controlándolo. El licenciamiento de tropas no fue menor en el norte que en el sur del país.
Los cuarenta o sesenta mil soldados insurgentes eran demasiado para la República, contando con los veinticinco mil del ejército federal. Había que licenciar tropa: no todos los que habían participado en la revolución estaban interesados en seguir como soldados u oficiales y había demasiados que se habían incorporado a última hora. Algunos querían seguir para mantener un salario y no regresar al desempleo
El líder repensó las cosas y ahora que conservaría solamente a unos catorce mil insurgentes en armas le parecía un número insuficiente, para garantizar el triunfo y realizar el proyecto político democrático. Pero lograr esa cantidad no dependía solamente de él, sino que fue una decisión que estuvo sujeta al vaivén del movimiento de las fuerzas políticas y militares.
            Lo expuesto hasta ahora muestra muchos errores en la manera en que se ejecutó el licenciamiento de las tropas revolucionarias y el programa de la desmilitarización, pero también muestra el gran activismo de todos los agentes involucrados en y contra la revolución. Cada partido, cada grupo, cada facción y cada político, buscaba obtener mejores posiciones en el reacomodo político que se estaba efectuando y hacía todo lo que estaba en sus manos para lograrlo, y Madero frenó mucho a los revolucionarios.

La presentación de nuevas reglas del juego

El mes de junio fue de celebraciones de la victoria y de reacomodos políticos; por eso a Madero le interesó mucho que la gente supiera a qué atenerse con él y qué objetivos estaba tratando de cumplir en la nueva etapa. El 24 de junio publicó un manifiesto en el que fijó su postura. Subrayó que el triunfo no había sido de él, sino del pueblo y que la conquista de la libertad había sido una buena manera de celebrar el Centenario de nuestra Independencia. En su manifiesto se dirigió a las principales fuerzas políticas del país enmarcándolas en su proyecto político.
En seguida se exponen unos extractos de lo más importante del pequeño, pero muy importante manifiesto:

“Los escépticos de todos los tiempos, los que creían que en el pueblo estaban dormidas todas las energías y todos los heroísmos, creen ahora que no será capaz de gobernarse por sí solo. Yo, que siempre he tenido fe en él, estoy convencido que así como fue invencible en la guerra y noble con los vencidos, sabrá gobernarse con serenidad y sabiduría”.[160]

Se había logrado quitarle el poder al dictador, pero no necesariamente se había derrotado a la dictadura como la “mejor forma de gobernar a México”. La mayoría de “la clase dirigente” pensaba que el país necesitaba un nuevo dictador para evitar el regreso a los interminables desgarramientos políticos del siglo XIX. Ellos coincidían con la frase atribuida a Porfirio Díaz: “Ya soltaron la yeguada. ¡Ahora a ver quién la encierra!”. Francisco I Madero sabía que su proyecto democrático tenía como enemigos a la mayoría de los intelectuales y empresarios porfiristas.

Al pueblo sufrido y trabajador, para decirle que todo lo espero de su sabiduría y su prudencia. Que me considere su mejor amigo; que haga uso moderado y patriota de su libertad que ha conquistado y tenga fe en la justicia de sus nuevos gobernantes; que colabore con ellos para el engrandecimiento de la Patria, que trabaje por elevarse de nivel, pues si su situación bajo el punto de vista político ha sufrido un cambio radical, pasando del papel miserable de paria y esclavo a la altura augusta del ciudadano, no espere que su situación económica y social mejore tan bruscamente, pues eso no puede obtenerse por medio de decretos ni de leyes sino por un esfuerzo constante y laborioso de todos sus elementos sociales. Que tenga seguridad de que el nuevo gobierno y yo también, en cualquier esfera que me encuentre, dedicaremos todos nuestros esfuerzos para que mejore su situación; pero para lograrlo, necesitamos su cooperación constante y laboriosa. Que sepa que su felicidad la encontrará en sí mismo, en el dominio de sus pasiones, en la represión de sus vicios; que la prosperidad y la riqueza sólo podrá lograrlas practicando el ahorro y desarrollando su fuerza de voluntad, a fin de obrar siempre como se lo aconseje su conciencia y su patriotismo y no como le inspiren sus pasiones. Por último, que busquen la fuerza de la unión y tenga por norma en todos sus actos la ley”.

El camino que traza para la superación económica es el de el esfuerzo constante y la cooperación de todos, incluidos gobernantes y gobernados. Esta superación es posible porque las personas van a trabajar ahora como ciudadanos no como parias ni como esclavos. El esclavo no puede superarse porque trabaja para la superación de su amo.
            Su proyecto incluía dar medios para trabajar: proporcionar tierras, créditos, hacer obras de irrigación, etc.
            La fuerza de los trabajadores la ubicaba Madero en la ciudadanía, en el dominio de sí, en la voluntad de mejorar y en la unión entre ellos.

A los capitalistas: me dirijo también para decirles que el Pueblo ha conquistado sus libertades y su soberanía; que no esperen ya pretender oprimirlo formando camarillas alrededor de los gobernantes, pues éstos, legítimos representantes del Pueblo, inspirarán siempre sus actos en un sentimiento de estricta justicia. Que tengan la seguridad de que se les dará protección siempre que la justicia esté de su lado; pero no cuenten con la impunidad de que en otros tiempos gozaban los privilegiados de la fortuna, para quienes la ley era tan amplia, como era estrecha para los infortunados; que se resuelvan, pues, a entrar francamente en la nueva vía, comprendiendo que la justicia será inflexible para todos; que el más miserable trabajador de sus haciendas tiene los mismos derechos políticos que ellos y que será igual ante la justicia y la ley. Que se resuelvan a entrar en esta nueva vía, tratando equitativamente a sus sirvientes y haciéndoles las concesiones que sean compatibles con el recto sentimiento de justicia, pues deben de considerarlos como sus humildes, pero eficacísimos colaboradores”.

A los empresarios les avisa que acabará la impunidad y que en la nueva etapa se acabarán los favoritismos y privilegios, en cambio se iniciará la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
            A los gobernantes les recuerda que los administradores de la justicia deben ser hombres rectos, que los impuestos se repartan con equidad y que se investiguen hechos de la pasada administración.
            Al ejército libertador le dice que ahora es representante de la ley y guardián del orden y que ya no hay razón para hacer reclamaciones a mano armada. Al ejército federal que no se considere derrotado, porque la derrotada fue la dictadura. Que el ejército será la garantía de las instituciones republicanas.
            A la prensa le pidió cooperación franca y sincera que incluía el señalamiento de errores, porque él no pretendía ser infalible.
            Finalmente pedía la colaboración de todos los mexicanos en la nueva etapa:

“que todos se olviden de sí mismos y únicamente piensen en la patria; que borren su personalidad y sólo consideren los intereses colectivos; que repriman cualquier ambición personal y se inspiren en el más puro patriotismo; y así, unidos bajo el hermoso ideal del progreso y el engrandecimiento de la República, nuestros esfuerzos serán fructuosos y muy pronto nuestra Patria, marchando por la anchurosa senda del progreso, dentro de la libertad y la ley, llegará a la altura a donde ambicionamos verla los buenos mexicanos”.

La manera en que terminó su manifiesto es muy significativa de inconsistencias en su idea de Patria y bien común. Hace la revolución para conquistar la libertad y la dignidad de cada mexicano. Eso es dar un lugar importante a cada ciudadano en la nación. Pero de repente, como en este caso, pide que dejen ese lugar, se olviden de sí mismos y sólo piensen en los intereses colectivos, como si los intereses colectivos no incluyeran también muchos intereses de cada ciudadano. Esa inconsistencia tendrá efectos negativos en su política, porque lo llevará a sacrificar cosas por el bien común que al sacrificarlas implicarán que el bien común deje de ser común. Los principales sacrificios los aplicará a los revolucionarios y a sus posiciones políticas, tal vez por considerarlos más “patriotas” que los no revolucionarios.
            En este manifiesto es significativo que no dijera nada a la iglesia católica, tal vez porque no quiso abrir nuevamente, en esos momentos difíciles, un debate entre liberales y conservadores. Tal vez consideró que lo que ya había dicho en su libro de La sucesión presidencial era suficiente para dejar claramente establecida su postura en este aspecto:

“El clero mexicano ha evolucionado mucho desde la guerra de la Reforma, pues lo que ha perdido en riqueza, lo ha ganado en virtud. Además, el clero seglar siempre ha sido partidario del pueblo; el que ha tendido a la dominación ha sido el regular, pero éste ha perdido todo su prestigio en México y ya no intentará un imposible, como sería que retrogradáramos más de medio siglo.
            Decimos esto porque no nos parece oportuno preocuparnos por la influencia del clero, porque éste se ha identificado con las aspiraciones nacionales y si llega a ejercer alguna influencia moral en los votantes, será muy legítima; la libertad debe cobijar con sus amplias alas a todos los mexicanos, y no sería lógico pedir la libertad para los que profesamos determinadas ideas y negársela a los que tienen ideas diferentes. Con esa política, falsearíamos la libertad y caeríamos en el extremo opuesto.
            Es pueril temer en nombre de la libertad, la luz de la discusión.
            Mientras las armas del pensamiento sean usadas libremente por todos los mexicanos, no debemos de temerlas. Que unos profesen una fe, otros, otra; que unos crean en la eficacia de unos principios y otros los juzguen perniciosos; poco importa; por el contrario: que vengan las luchas de las ideas, que siempre serán luchas redentoras, pues del choque de estas siempre ha brotado la luz, y la libertad no la teme, la desea.
            Ya vemos pues, como no debemos temer la influencia del clero, ni mucho menos querer obstruir su acción, siempre que sea legítima”.[161]

Tal vez tampoco sintió la necesidad de aclarar su postura a los católicos porque el 3 de mayo de 1911 se había fundado el Partido Nacional Católico y Madero le escribió a su presidente, Gabriel Fernández Somellera, una felicitación el 24 de ese mismo mes, en la que le decía:

“Considero la organización del Partido Católico de México como el primer fruto de las libertades que hemos conquistado. Su programa revela ideas avanzadas y el deseo de colaborar para el progreso de la patria de un modo serio dentro de la Constitución [...] El hecho de que personas acomodadas se lancen a la política demuestra que ha cundido el deseo de servir a la patria, el anhelo de ocuparse de la cosa pública y la confianza que se siente en el nuevo gobierno que va a recibirse tan pronto como se retire el general Díaz. Que sean bienvenidos los partidos políticos: ellos serán la mayor garantía de nuestras libertades”.[162]

La buena disposición de Madero hacia la participación de los católicos en política y su gran popularidad fueron factores que contribuyeron a que el Partido Católico lo postulara como su candidato en las elecciones presidenciales. Claro que la primera opción del partido había sido la abstención; y la segunda el católico León de la Barra, pero como no aceptó el ofrecimiento de la candidatura de una manera clara e indudable, lo dejaron como su candidato a la vicepresidencia.

Francisco I. Madero gana las elecciones presidenciales de 1911

Madero ganó las elecciones presidenciales de octubre de 1911 sin fraude y con más del 98% de los votos emitidos. En 1910 se había puesto como meta que el pueblo pudiera elegir libremente al vicepresidente y no lo logró por la cerrazón política de Porfirio Díaz y Limantour. Ahora, después de la revolución, el pueblo había podido elegir libremente a su presidente y a su vicepresidente. El lema de su partido: “Sufragio efectivo, no reelección” lo habían convertido en realidad.
            El mayor problema de todos, después de los Tratados de Ciudad Juárez, fue que a pesar del triunfo de la revolución sus jefes no se convirtieron en gobernantes. La transacción dejó descontentos a todos los que no querían compartir el poder, fueran revolucionarios o conservadores. El gobierno interino de León de la Barra, lo percibió cada bando como una promiscuidad fatal. Y como el gabinete de Madero después de tomar posesión como Presidente, también estuvo integrado por revolucionarios y porfiristas se vio que la “promiscuidad” política continuaba.
            Los porfiristas llegaron contentos a las elecciones presidenciales de octubre, porque Madero había perdido el apoyo de muchos revolucionarios que habían quedado descontentos con los Tratados de Ciudad Juárez y con el licenciamiento del ejército libertador. Estaban contentos porque los antirreeleccionistas se habían dividido entre los que apoyaban la candidatura de José María Pino Suárez para la vicepresidencia y los que apoyaban como candidato al doctor Francisco Vázquez Gómez. Les gustaba oír que se dijera que Pino Suárez era un candidato impuesto y se le comparara con Corral, aunque Pino Suárez hubiera ganado la postulación de su partido por mayoría de votos en una convención y la vicepresidencia en las elecciones más limpias de la historia de México. Les encantó ver que los partidarios de Bernardo Reyes y los de Vázquez Gómez pedían la anulación de las elecciones, porque no aceptaban su derrota en las urnas.
            Para los conservadores porfiristas no significó nada que Francisco I. Madero obtuviera 20,145 votos electorales[163] y su más cercano competidor, León de la Barra, obtuviera 87 votos. Tampoco significó nada que Pino Suárez obtuviera 10,245 votos, León de la Barra 5,564 y Francisco Vázquez Gómez 3,373. Preferían decir que Madero había perdido mucho apoyo, que era un incapaz, que estaba desprestigiado y que nadie lo iba a querer en la Presidencia de la República.
            Incluso el general Bernardo Reyes creyó que esa victoria electoral no significaba nada digno de tomarse en cuenta y que Madero perdería la Presidencia a la primera sacudida. Por eso abandonó el país el 28 de septiembre argumentando que  no había condiciones para elecciones libres y justas y regresó el 16 de diciembre para encabezar la nueva revolución, porque juzgó “patriótico derrocar a un gobierno cuyo exaltado espíritu revolucionario”, según sus “sinceras creencias, había despertado feroces pasiones e instintos adormecidos en nuestras masas populares”.[164]
            Pero la gran revolución de Bernardo Reyes duró nueve días. Cruzó la frontera e inmediatamente se le unieron 600 hombres. Por donde quiera que pasaba la gente avisaba a las autoridades y nadie se le unía. No sólo eso, poco a poco sus hombres fueron desertando y lo dejaron solo.[165] Su rendición, después de no haber combatido una batalla, fue tragicómica, porque cuando llegó a las puertas del cuartel de rurales en Linares, Nuevo León, pidió hablar con el teniente Plácido Rodríguez, comandante del lugar, quien al oír que decía: “, balbuceó: <¡Me rindo general!>. <¡No! ¡El que se rinde soy yo! ¡Quiero que me juzguen conforme a la ley!>”.[166]
Después de rendirse le mandó un telegrama a Monterrey a su enemigo, el general Jerónimo Treviño, en el que le expresaba el fracaso de su proyecto fantástico:

“Para efectuar la contrarrevolución llamé a los revolucionarios descontentos, al ejército y al pueblo, y al entrar al país, procedente de los Estados Unidos, ni un solo hombre ha acudido. Esta demostración patente del sentir general de la nación me obliga a inclinarme ante ese sentido y declarando la imposibilidad de hacer la guerra, he venido a esta ciudad, la madrugada de hoy, a ponerme a la disposición de usted para los efectos que corresponde”.[167]

Su hijo, el escritor Alfonso Reyes, vio ese mismo hecho desde una perspectiva de amor, admiración y tristeza:

“Mal repuesto todavía de aquella borrachera de popularidad y del sobrehumano esfuerzo con que se la había sacudido, perturbada ya su visión de la realidad por un cambio tan brusco de nuestra atmósfera que para los hombres de su época equivalía a la amputación del criterio, vino, sin quererlo ni desearlo, a convertirse en la última esperanza de los que ya no marchaban a compás de la vida. ¡Ay, nunca segundas partes fueron buenas! Ya no lo querían: lo dejaron solo. Iba camino a la desesperación, de agravio en agravio”.[168]

La revolución que pretendió encabezar el Licenciado Emilio Vázquez Gómez fue todavía más ridícula, así que basta aquí con mencionar que existió.

El hombre más inconstante y mudable que he conocido

La rebelión que sí se mantuvo fue la de Zapata. En septiembre, después de que Zapata había escapado por una nada de ser apresado y fusilado, el general Huerta ocupó las seis cabeceras de distrito y se dedicó a limpiarlas de rebeldes “predicando con los fusiles y con los cañones del gobierno de la República la armonía, la paz y la confraternidad entre todos los hijos de Morelos”, según le escribió al Presidente León de la Barra y el 26 de septiembre declaró que el Estado había sido pacificado.[169]
            Pero Zapata estaba reagrupando sus fuerzas y para el 10 de octubre amenazaron Cuautla y a la semana siguiente ocuparon pueblos del Distrito Federal, a 25 kilómetros del centro de la Ciudad de México, lo que provocó un gran escándalo político y renuncias en el gabinete de León de la Barra. Se sustituyó también a Huerta y pareció que la carrera de éste había llegado a su fin.
            Madero publicó una carta abierta en el que aseguró que tan pronto tomara posesión como Presidente de la República, Zapata dejaría las armas porque se llevaría a cabo lo convenido con él en agosto. Gustavo Madero se entrevistó con el zapatista Gildardo Magaña, para preparar el terreno del acuerdo. Francisco asumió el poder el 6 de noviembre y Zapata reunió a sus tropas en Villa de Ayala esperando pacíficamente que comenzaran las negociaciones.
            Las tropas federales, comandadas por el general Casso López, trataron de sabotear otra vez las negociaciones con movimientos hostiles e impidiendo el paso a Gabriel Robles Domínguez que era el emisario del Presidente. Este regresó a la ciudad de México después de platicar con Zapata y le presentó al Presidente los acuerdos a los que había llegado, semejantes a los del 18 de agosto. Pero como Madero estaba muy presionado y todos los días se desafiaba su autoridad, y en esos momentos Zapata era ante la opinión pública más que un bandolero, era “Atila a las puertas de Roma”, le mandó decir: “lo único que puedo aceptar es que inmediatamente se rinda a discreción y que todos sus soldados depongan inmediatamente las armas [...] manifiéstele que su actitud de rebeldía está perjudicando mucho a mi gobierno y que no puedo tolerar que se prolongue por ningún motivo”.[170]
            El general Casso, al enterarse que habían terminado las negociaciones se apresuró a atacar con artillería a los zapatistas sin dar tiempo a nuevas conversaciones. Zapata percibió una nueva traición y ordenó una peligrosa retirada.
            El Presidente envió después algunas comisiones más, hasta que Emiliano Zapata respondió lleno de enojo:

“Yo he sido el más fiel partidario del señor Madero; le he dado pruebas infinitas de ello; pero ya en estos momentos he dejado de serlo. Madero me ha traicionado, así como a mi ejército, al pueblo de Morelos y a la nación entera. La mayor parte de sus partidarios están encarcelados o perseguidos [en el estado de Morelos] y ya nadie tiene confianza en él por haber violado todas sus promesas; es el hombre más veleidoso que he conocido [...] Díganle, además, de mi parte, que él vaya para La Habana, porque de lo contrario, ya puede ir contando los días que corren, pues dentro de un mes estaré yo en México, con veinte mil hombres, y he de tener el gusto de llegar hasta Chapultepec, y sacarlo de allí para colgarlo de uno de los sabinos más altos del bosque”.[171]

Claramente el Presidente Madero cometió un grave error al no aceptar el acuerdo pacífico y político. El general Huerta y Casso ya habían probado la inviabilidad de la mera solución militar y por un asunto de imagen, por no querer arriesgar su política de conciliación e inclusión de todas las clases sociales, ni que lo acusaran de transar con un delincuente y despreciar la ley, dejó escapar la mejor oportunidad de pacificar Morelos y de atender las demandas justas y legales de sus partidarios. De esta manera, sus enemigos lograron lo que se habían propuesto: separar a Madero de Zapata.
            El 25 de noviembre Zapata publicó el Plan de Ayala en el Diario del Hogar que se presentó como continuidad y variación del Plan de San Luis: desconoció a Madero como líder de la revolución y como Presidente de la República, postuló como nuevo jefe a Pascual Orozco o en su defecto a Emiliano Zapata, mantuvo como objetivo la restitución de las tierras que los hacendados se habían apropiado despojando a los pueblos, pero además exigió la dotación de tierras a los que no tenían, para lo cual recomendó expropiaciones, nacionalizaciones y desamortizaciones. Anunció que al triunfo de la revolución habría un gobierno interino y nuevas elecciones.
            En sus dos últimos párrafos decía el plan:

“Mexicanos: considerad que la astucia y mala fe de un hombre está derramando sangre de una manera escandalosa, por ser incapaz para gobernar; considerad que su sistema de gobierno está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza bruta de las bayonetas nuestras instituciones; y así como nuestras armas las levantamos para elevarlo al poder, las volvemos contra él por faltas a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado la revolución iniciada por él, no somos personalistas, ¡somos partidarios de los principios y no de los hombres!
            Pueblo mexicano, apoyad con las armas en la mano este plan y haréis la prosperidad y bienestar de la patria.
            Libertad, Justicia y Ley”.[172]

Ante la negativa de Madero de arreglar el conflicto de Morelos en el plano local, Zapata radicalizó su proyecto y le dio una dimensión nacional. El Presidente, por su parte, no ganó nada y perdió credibilidad y confianza.

Orozco exhorta “a desconocer el gobierno de un hombre nefasto”

La rebelión de Bernardo Reyes surgió de su nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue: recibir la herencia política de Porfirio Díaz. La rebelión de Emilio Vázquez Gómez fue un acto de venganza por haber sido desplazado de la clase dirigente maderista. La de Zapata fue producto de los errores de apreciación política de Madero y de la radicalidad de la posición de los porfiristas hacia su movimiento. La gran rebelión de Pascual Orozco en Chihuahua (de marzo a julio de 1912) fue la expresión perfecta de la crisis de identidad que se generó a la caída de Porfirio Díaz. Durante treinta años el dictador había sido el sentido de realidad, su poder había sido la medida de todas las cosas. Ahora todo era desmesura, no se sabía qué era qué, ni quién era quién, porque no había nada ni nadie que lo definiera. Todo estaba por determinarse a lo largo de un vaivén.
            Pascual Orozco, el número dos de la revolución nacional y el jefe militar de la rebelión contra la dominación de Creel y Terrazas en Chihuahua, se convirtió en el líder de la contrarrevolución sostenido por el clan Terrazas y por todos los rebeldes que querían completar el cambio político y social que se había quedado a medias con los Tratados de paz de Ciudad Juárez. Prometió devolución de tierras arrebatadas a los pueblos y reparto agrario. Orozco llegó a ser, entonces, todo un engendro, la unión explosiva de los extremos opuestos: los Terrazas y los revolucionarios. El enemigo común de esos extremos era el Presidente Francisco I. Madero al que Orozco acusó, sin fundamento, de ser un vende patria y agente político de Estados Unidos. Lo acusó también de haber llegado a la Presidencia de la República con sangre, engaños y traiciones. Por lo dicho llamaba a los mexicanos “a desconocer el gobierno de un hombre nefasto que lleva al país a la ruina y a la esclavitud”.[173]
            La tropa de Orozco controló todo Chihuahua e incluso la legislatura de ese Estado desconoció al Presidente Madero. No pudo avanzar hacia Torreón, porque al enterarse de la rebelión de Orozco, Villa rápidamente se levantó en armas con su gente y cortó el avance de las tropas rebeldes hacia Coahuila.
            Para entonces, Villa tenía bien identificado a Pascual Orozco. Al respecto Pancho confesó:

“Llegó el tiempo más amargo de mi vida. Descubrí que Orozco era un traidor, un cobarde que había sido comprado por los ricos. En todas partes la gente de dinero le ofrecía bailes y banquetes. Se volvió un héroe de la buena sociedad. Aceptaba presentes en dinero de los mismos ladrones que habían dejado a los pobres sin un pedazo de tierra que pudieran llamar suyo. Un día me dijo que no creía del todo en el reparto de la tierra. Salazar, Rojas y yo inmediatamente lo abandonamos, tras denunciarlo públicamente ante todo el ejército”.[174]

El gobierno de Madero reclutó en un mes a catorce mil voluntarios para enfrentar a Orozco y en abril contaba ya con 54 mil hombres armados. Los gobernadores de Sonora y Coahuila aumentaron el número de revolucionarios en sus tropas estatales. La política nacional cambió del desarme al rearme.
            El general Victoriano Huerta se convirtió de nuevo en el centro de la atención nacional, porque fue encargado de derrotar al general Pascual Orozco y sus colorados, después de que el general González Salas, hombre de absoluta confianza de Madero, se suicidó por un error que cometió en Rellano que lo llevó a sufrir una aparatosa derrota.
            Huerta pudo haber derrotado a Orozco rápidamente, pero prolongó la guerra durante cuatro meses para mantenerse varios meses en el centro de la atención nacional; para acumular poder y para desgastar militar, económica, política y socialmente al gobierno de Madero. Estaba preparando el terreno para la llegada del “hombre fuerte”.
            Ese tipo de campañas promotoras del caos ya las había visto Madero, incluso con el mismo Huerta cuando éste hizo todo lo posible para sabotear los acuerdos de licenciamiento de las tropas zapatistas. Madero era muy consciente de los medios que utilizaban los porfiristas para restarle poder:

“Nuestros enemigos lo que deseaban era traer a la República la anarquía, a fin de demostrar que yo soy impotente para dominar la situación, a fin de desprestigiarme; eso quieren ellos para decir: . Quieren provocar la anarquía para decir que el único remedio para dominarla es la dictadura y quieren justificar esa dictadura provocando la anarquía”.[175]

Huerta quería disminuir y eliminar el poder de los revolucionarios, en esa línea hizo muchas cosas, entre ellas intentó fusilar a Pancho Villa inventándole un acto de insubordinación. El que salvó al revolucionario fue el coronel del ejército federal Guillermo Rubio Navarrete. Cuenta este oficial:

“[Encontré] a Villa hincado y llorando, suplicando en voz alta que no se le fusilara, que se le permitiera ver al general Huerta. Estaba de rodillas teniendo cogido de una pierna al coronel O´Horan, y detrás del grupo que formaban estos dos y el coronel Castro, estaba el pelotón de ejecución con sus armas descansadas. Sin hablar con nadie me dirigí velozmente al cuartel general para ver al general Huerta, pero al voltear la cara antes de dar vuelta al edificio, vi que la situación se había modificado, pues Villa estaba ya de pie frente a la pared, el pelotón con las armas terciadas [...] regresé violentamente y di orden de suspender sacando a Villa del cuadro y llevándolo del brazo al cuartel general”.[176]

Allí Rubio Navarrete se enfrentó a Huerta y le dijo que él no había encontrado un indicio o signo de que Villa planeara rebelarse. En otras versiones del incidente los que le salvan la vida a Villa son Raúl o/y Emilio, los hermanos de Francisco I. Madero.
            La versión que da Villa en sus memorias de este acto de humillación y de su llanto, es la siguiente:

“No pude continuar porque las lágrimas se me rodaban de los ojos, no sé si del sentimiento de verme tratado de aquella manera sin merecerlo, o quizás de cobardía, como han gritado tanto mis enemigos cuando me han huido. Yo dejo que el mundo juzgue de mis lágrimas en aquellos supremos momentos y [ilegible] si la cobardía las hizo brotar, o la desesperación de ver que me iban a matar sin que yo supiera por qué”.[177]

Este acto de Huerta contra Villa es muy significativo por el maltrato que sufrían los revolucionarios voluntarios al ponerse bajo las ordenes de oficiales del ejército federal, por la voluntad de eliminarlos (en los combates los ponían en las posiciones más peligrosas) y porque Madero no hizo nada para liberar de la cárcel a Pancho Villa, el revolucionario al que tanto le debía. En el conflicto entre Huerta y Villa se inclinó al lado de Huerta. Después será Villa el que acabe con el ejército federal y el gobierno de Huerta, pero eso gracias a que se escapó de la cárcel dos meses antes de que asesinaran a Madero. Se escapó, no lo liberó Madero.
            Incluso a los orozquistas que se rebelaron contra su gobierno y fueron derrotados, les otorgó una amnistía. Pero a Villa que había tenido un papel destacado en el combate a la rebelión de Orozco, lo dejó en la cárcel.
            El triunfo del ejército federal sobre los “colorados” (orozquistas) se tomó como una reivindicación. El año anterior los revolucionarios habían ganado, ahora habían sido completamente derrotados.
El 7 de julio Huerta entró triunfalmente en la ciudad de Chihuahua después de haber derrotado a Orozco en Conejos (12 de mayo), en Rellano (23 de mayo) y en Bachimba (3 de julio). Acerca de esto se relata lo siguiente en las memorias del general Victoriano Huerta:

“Al llegar a Chihuahua, ya batido y aniquilado Orozco, los oficiales de la División del Norte no tenían empacho en declarar su hostilidad al gobierno y su adhesión a mí [...] En banquetes, en cantinas, en casas particulares, gritaban los oficiales vivas a mi persona, y mueras al Presidente Madero [...] Muchos oficiales y jefes de mi columna me propusieron la rebelión. ¿Si la División del Norte había triunfado de la revolución orozquista; si habíamos derrotado a la fuerza armada más poderosa de cuantas hasta aquellas fechas se habían enfrentado con el Gobierno, si el Ejército estaba representado por mi columna, que era el único núcleo formidable, invencible, por qué, entonces, no nos rebelábamos contra el Presidente Madero y lo derrocábamos de un solo golpe’”.[178]

Huerta dice que si no se rebeló entonces fue por la presencia de tropas revolucionarias en su división y porque varios oficiales federales conservaban independencia de criterio y creía que los generales Rábago, Trucy Aubert y el coronel Rubio Navarrete no lo hubieran apoyado. Decidió rebelarse en un momento que fuera más oportuno. Pero de ahí en adelante quedó ubicado como el general con el que había que contar si se quería derrocar a Madero.
            Tal vez en las consideraciones de su proyecto político, y en su búsqueda del momento adecuado para tomar el poder, le habría convenido recordar la manera en que lo recibió la gente de Chihuahua cuando entró triunfante a la capital del Estado. El cónsul de Estados Unidos reportó ese recibimiento:

“Los federales han sido ignorados socialmente desde su llegada aquí, y su posición no es muy diferente de la de un ejército conquistador en un país extranjero conquistado. Ese ostracismo es muy duro para los oficiales, para quienes resulta especialmente irritante porque comprenden que su lealtad al gobierno es solo formal y debida a su sentido del deber, pero en contra de sus inclinaciones personales [...] La aristocracia, formada por ex porfiristas y orozquistas, en la actualidad los trata casi sin excepciones con frialdad”.[179]

Desestabilizar al gobierno propagando noticias falsas y prejuicios

La rebelión orozquista hizo mucho daño al gobierno de Madero porque le absorbió muchos recursos y energías que se requerían para atender necesidades de la gente, pero sobre todo, porque puso al gobierno revolucionario en manos del ejército federal. Le hizo ver a todo mundo, con mucha claridad, que el gobierno de Madero necesitaba al ejército federal para poder sobrevivir. Los revolucionarios orozquistas habían pasado a la oposición. De esa manera, la gente se dio cuenta que el sostén original y más importante del gobierno, había sido sustituido por el adversario original. Los papeles habían cambiado completamente y el gobierno se había dislocado.
            Eso profundizó la crisis de identidad existente: costaba mucho trabajo saber qué era qué y quién era quién. Pero esa crisis de sentido de realidad se reforzó con la proliferación de noticias falsas y con una gran difusión de prejuicios a través de la prensa. Se relataban combates que no se realizaban; se avisaba de trenes cargados de montones de cadáveres que nunca llegaban; se advertía de miles de rebeldes avanzaban victoriosos hacia la capital del país cuando estaban arrinconados sufriendo muchas bajas. Todos esos relatos imaginarios de los periódicos representaban al mundo de una manera más caótica de lo que era en realidad.
La idea era que con la exageración quedara remarcada la imagen Madero = Violencia,  Madero = Desorden, Madero = Anarquía. Se convertía un aspecto de la realidad en el todo. La gente vivía esas narraciones exageradas de la prensa como si fueran ciertas. Al concentrar su atención en algunos hechos violentos de Chihuahua o Morelos, experimentaban una vulnerabilidad mayor que la existente y algunos veían con nostalgia el pasado.
            El diputado Jesús Urueta, en un debate en la Cámara, denunció esta política editorial de agitación-confusión y citó como ejemplo varios titulares con noticias falsas de El País. Periódico Católico: “Nuevos errores se pagan con sangre. –Las fuerzas federales desechas por completo en Jiménez. – Trucy Aubert muerto en combate. – Toma de Torreón por Campa y Salazar. –Tellez mortalmente herido. –Se dice que murió Emilio Madero”.[180]
            El País. Periódico Católico (ese era su nombre completo) dirigido por Trinidad Sánchez Santos, se dedicó a atacar sin tregua a Madero, y fueron tan exageradas sus noticias falsas de la rebelión orozquista, que a pesar de la gran libertad de prensa que había, fue encarcelado el 2 de mayo durante siete días.
            Trinidad Sánchez no buscó la descripción precisa de lo que estaba pasando sino la comunicación contundente de sus prejuicios-convicciones. Así, el año anterior, el 10 de octubre de 1911, a pesar del distanciamiento y desacuerdos entre Madero y Zapata por el licenciamiento de tropas, a pesar de que Madero todavía no era Presidente, el director de El País fue más allá de la realidad y escribió: “Muy doloroso es para la República irse persuadiendo cada día más que la revolución se transforma rápidamente en una dictadura zapatista”. Y quince días después añadía una editorial sobre Zapata: “¿Por qué sus hordas salvajes, en vez de ser exterminadas, se van extendiendo cada día más?”. Y respondía (basando su afirmación en la pura imaginación), que todo eso era un preparativo para que la gente llegara al punto en que se viera en la inevitable disyuntiva de elegir entre la dictadura de “Ojo Parado” (Gustavo Madero) o el bandidaje.[181]
            No sólo El País, los periódicos más importantes de México decidieron, después del derrumbe de la dictadura, difundir sus prejuicios con toda la fuerza de que disponían.
            El periodista Jesús M. Rábago lloró la renuncia de Porfirio Díaz y exhortó a la gente a reconocer la labor del general y pedir su regreso. En junio de 1911 creó el bisemanario El Mañana con el objetivo de dar a conocer la grandeza del porfiriato y los problemas y yerros del maderismo. Quiso señalar “la época sombría de la democracia plebeya [...], la pesadilla maderista que los malos, los perversos hijos de México, hicieron en ruina y agotamiento de la patria”.
            El Mañana alcanzó un tiraje de 30 mil ejemplares en 1912 a pesar de que por su precio sólo lo adquiría la clase alta.
            Desde el segundo trimestre de 1912, en plena rebelión orozquista, el bisemanario se encargó de pedir constantemente la renuncia de Madero; y desde agosto de ese año, cuando había quedado ya muy clara la dependencia que el gobierno tenía del ejército federal se dedicó, semana tras semana, a exhortar a los militares a que defendieran al país del Presidente Madero “porque no cuenta con el apoyo de las clases serias, porque supo crear el bandidaje y porque acumula gérmenes de ineptitud con su socialismo mal entendido”.
            Jesús M. Rábago decía que “frente al fango que sube, él era el interprete fiel de las personas de orden”.[182]
            El Imparcial de Rafael Reyes Spíndola que durante la dictadura había sido el vocero oficial del régimen, se dedicó a exaltar los tiempos de Porfirio Díaz y atacar el presente de Madero “lleno de campesinos armados”.[183]
            El mismo tono lo tenían periódicos de provincia. A finales de 1912, El Correo de Jalisco publicó: “La vida nacional puede expresarse con dos palabras: desconcierto y temor [...] Sin orden no hay paz, sin paz no hay gobierno y sin este la patria será definitivamente de nuestros eternos y codiciosos enemigos [...] esta es la triste situación del país: anarquía en la revolución, anarquía en el gobierno”.[184]
            Una labor importante para el desprestigio de Madero la realizó el semanario humorístico Multicolor, del español Mario Vitoria, con las caricaturas que ridiculizaban al Presidente; cada semana Madero se convirtió en el hazmerreír de muchos.
            Pero la desinformación no se redujo a la prensa. El embajador de Cuba, Manuel Márquez Sterling, después de platicar con el embajador estadounidense Henry Lane Wilson y oír todas sus exageraciones, escribió: "Lo extraordinario para mí fue persuadirme de que las noticias falsas, que jugaban papel importante en la política, eran también factores trascendentales en la diplomacia”.[185]
            De hecho gente del Departamento de Estado, en enero de 1913, ya había empezado a desconfiar de la veracidad de la información que mandaba el embajador Wilson. Una nota escrita por Dearing, el jefe de la división de asuntos latinoamericanos, evaluaba los informes de éste:

“Por favor, guarde este periódico [copia del Mexican Herald] junto a este telegrama... Lleva la misma fecha del telegrama de la Embajada y fue probablemente enviado a la Embajada en la mañana temprano. Parece probable que este telegrama se basó solamente en los relatos del periódico acerca de varios acontecimientos; que no se hizo ningún esfuerzo por parte de la Embajada para verificar las noticias transmitidas al Departamento de Estado; que la información del periódico es incierta y vaga a lo mejor, y encaminada a despertar alarma. Puede observarse en relación con esto que casi todos los informes pesimistas de la Embajada durante el inmediato pasado han sido hechos en la misma forma, todo basado en una lectura ligera y exclusiva de ese periódico impreso en la ciudad de México”.[186]

La balanza comercial de México en 1912

Francisco I. Madero fue Presidente de México 472 de los 2,190 días que le correspondían o si se quiere: un año y tres meses de los seis que le estaban asignados oficialmente. Es un periodo de tiempo muy corto y muy conflictivo como para juzgar lo que se hizo en ese lapso en el ámbito económico. Para no dejar de mencionar este aspecto, podemos decir que con respecto a 1910 hubo una pequeña variación favorable en la balanza comercial, ya que el saldo de 1912 en relación con el de 1910 fue superior en 13.7 millones de dólares. Respecto al estado de las empresas, el secretario de Hacienda informó que ninguna se había reportado en quiebra, así que aparentemente los negocios no se deterioraron de manera significativa con la revolución maderista.
Donde sí pudo resentirse más la situación conflictiva fue en la disponibilidad de alimentos porque, según cifras del Inegi, en 1912 se dispuso de 57% menos toneladas de maíz con respecto a 1910 y 33% menos toneladas de frijol. Esto seguramente afectó a la población pobre, que era la mayoría.
Aumentaron los sindicatos, las huelgas y los salarios, pero también el gobierno se convirtió en conciliador y se llegaron a acuerdos nacionales entre empresarios y obreros sobre las condiciones de trabajo.
Stanley Ross dice que en los últimos meses del régimen de Madero se estaban preparando proyectos radicales sobre la cuestión agraria. Los diputados renovadores empezaron a publicar el periódico El Reformador, en enero de 1913, y ahí sostuvieron que el gobierno principiaría su política revolucionaria con una reforma agraria. Se estaban discutiendo alternativas.[187]

La rebelión del general Félix Díaz, “el sobrino de su tío”

Al percibir el descontento existente en el ejército y con tantos llamados que la prensa hacía a los militares para que dieran golpe de Estado, el 16 de octubre, el general Félix Díaz, sobrino de Porfirio Díaz, se levantó en armas contra el gobierno federal, apoyado por la guarnición de Veracruz.
            En su proclama a la nación, fijó los motivos y objetivos de su lucha:

“[...] al pretender el derrocamiento del actual régimen de gobierno que lleva a la patria a pasos agigantados a la completa ruina y absoluto desprestigio [...] persigo dos fines:
            Primero, establecer la paz, la paz de que tan ansiosos estamos todos [...] que cese ya ese horrible derramamiento de sangre de la lucha de hermanos contra hermanos, a que excita por sus incalificables abusos el régimen actual.
Segundo, poner a la noble Armada y al glorioso Ejército Nacional en el lugar de prestigio y decoro que para ellos ambicionamos los que tenemos la honra de pertenecer a esos cuerpos...”.[188]

 En su fantasía imaginó el apoyo de los principales oficiales de México, así que ni siquiera preparó la ciudad para resistir la contraofensiva de las fuerzas leales al gobierno:

“El general Beltrán, al llegar frente a Veracruz, circunvaló la plaza con sus tropas, aprestándolas para el ataque. Félix Díaz le envió emisarios y misivas invitándolo a entrar en la rebelión e igual hizo con los demás generales que mandaban las fuerzas que lo iban a atacar, y a pesar de que rotundamente rechazaron sus invitaciones, ingenuamente creyó siempre que no se atreverían a atacarlo y acabarían uniéndosele”. [189]
            “Los federales ocuparon posiciones ventajosas el 22 y el 23 de octubre capturaron la ciudad con facilidad [...] los oficiales y los hombres de Díaz perdieron ánimos para la lucha cuando el resto del ejército se negó a ir en su ayuda; no estaban en posición de enfrentarse a la fuerzas leales, muy superiores en número”.[190]
            “A las seis de la mañana del 23 de octubre la artillería federal abrió fuego contra la ciudad. A las ocho un cuerpo armado de infantería entraba en el puerto. Los atacantes eran entre dos y tres mil soldados y un número igual de voluntarios. El general Beltrán estaba [191]
            “El teniente coronel Ocaranza llegó con sus tropas hasta la jefatura política sin encontrar resistencia, se adueñó del edificio, subió la escalera y allí se encontró con Félix Díaz, quien acompañado de varios paisanos y dos ayudantes, descendía de la azotea.
- Es usted mi prisionero –dijo el jefe federal.
- ¡Cómo! –replicó Díaz-, ¿no se ha pasado usted a mi causa?”.[192]

Las rebeliones de los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz son notables por su carencia total de sentido de realidad. Ninguno construyó previamente una organización capaz de instrumentar el levantamiento armado, ninguno evaluó las fuerzas sociales a favor y en contra de su proyecto. Simplemente imaginaron que el triunfo estaba listo y era para ellos. Lo tomaron como un acto de magia: creyeron que sus nombres eran las palabras mágicas que harían realidad los deseos de los adversarios de Madero.
Los que simpatizaron mucho con el levantamiento de Félix Díaz fueron los dirigentes del Partido Católico. Al respecto escribe Laura O’Dogherty:

“Aunque la prensa católica difundió la noticia del levantamiento con prudencia, según testimonio de [Eduardo] Correa, la directiva del parido, formada por ricos, , . Aseguraba que Gabriel Fernández Somellera, Eduardo Tamariz, Francisco Elguero y Francisco Pascual García lo habían presionado para que La Nación se pronunciara en favor del movimiento. En similar actitud, el delegado apostólico informó a la Santa Sede del levantamiento como y calificó a Díaz como , su nombre ”.[193]

Lo sorprendente de Félix Díaz y Bernardo Reyes es que no aprendieron absolutamente nada de su experiencia y en febrero de 1913 repitieron de nuevo el procedimiento. Fracasaron de nuevo penosamente, pero el general Victoriano Huerta los salvó del ridículo y aprovechó la oportunidad que le dieron para tomar el poder y desatar una terrible violencia en México al intentar convertirse en el nuevo Porfirio Díaz.
            El descuido de los rebeldes se complementó con el descuido del gobierno tanto en el alzamiento de Veracruz como, tres meses después, en el cuartelazo de la ciudad de México. Por eso el diputado Jesús Urueta gritaba escandalizado ante los legisladores:

“Acaso era un misterio para alguien que don Félix iba a levantarse en armas? Acaso fue un misterio para alguien que Higinio Aguilar iba a levantarse en armas? Y, sin embargo, ¡qué paciencia!, ¡qué tranquilidad!, ¡qué optimismo! [del gobierno]. Acaso el ministro de Gobernación ¿no tiene entre sus atribuciones estas dos capitalísimas: el cuidado de las fuerzas rurales y las relaciones con los Estados de la Federación? Acaso el ministro de Gobernación no sabía que en las bodegas de Veracruz había más de 30,000 rifles y 2’000,000 de cartuchos? Acaso el ministro de Guerra ignoraba que frente a frente del puerto de Veracruz estaba casi toda la flotilla mexicana?”.[194]

Una desesperación semejante, pero más intensa y dolorosa es la que tuvo Gustavo Madero con la pasividad del gobierno. Adrián Aguirre Benavides fue testigo de esa desesperación, porque en enero de 1913 acompañó a Gustavo a platicar con su hermano Francisco. Llegaron al Castillo de Chapultepec después del almuerzo y acompañaron al Presidente en su caminata por el bosque, como era su costumbre:

“Gustavo le dijo enfáticamente a Madero, que hasta las piedras sabían que Reyes y Félix Díaz fraguaban un levantamiento de las fuerzas federales [desde la cárcel], y en la forma más enérgica y persuasiva que pudo, lo conminó a que tomara providencias para evitarlo y pusiera a la policía en estado de alerta. Madero con su habitual jovialidad, le dijo que estaba viendo moros con tranchete; que todos eran cuentos y fantasías; que además, fundamentalmente el pueblo –los de abajo- estaba con él y en ellos apoyaba su fuerza y el poder.
Llegó Gustavo, ya exaltado, a decirle que era un ciego, que no veía, que no quería ver, que los porfiristas reaccionarios contaban con el Ejército y que ésa era la fuerza en la ciudad; y por último le dijo textualmente: <He venido a tratar de despertarte para que salvemos la vida y si te aferras a no obrar vamos los dos, tú y yo, a acabar colgados de los árboles del Zócalo; si no estuviera mi vida de por medio no hubiera venido>. Madero, imperturbable, le contestó: ”.[195]

Y efectivamente, a pesar de las súplicas de Gustavo su hermano el Presidente no tomó las medidas que se requerían para evitar el golpe de Estado y, ciertamente, ese golpe culminó con la muerte de los dos, pero la de Gustavo fue una muerte terriblemente dolorosa, en medio de torturas.

El gobierno de todos y de nadie

Durante la revolución, Madero tomó una decisión fundamental que determinó el rumbo de su gobierno y de su vida: si los porfiristas no negociaban la paz en un plazo relativamente corto, si no compartían el poder, llevaría la guerra hasta la victoria completa y gobernaría sólo con y para los revolucionarios; pero si acordaban la paz y compartían el poder, gobernaría con ellos y con los revolucionarios, efectuando los cambios que requería el país a un ritmo más lento y consensuado.
            Ganó la opción del gobierno compartido que era con la que simpatizaba Madero. Le vino mejor porque no quería prolongar el derramamiento de sangre y porque siempre quiso gobernar con personas capacitadas y en el México del momento, esas personas pertenecían a la “clase dirigente” porfirista. Esto era así porque no había suficientes escuelas y ni una sola universidad (la UNAM se fundó en septiembre de 1910).
            Si simplemente nos atenemos al censo, sin prejuzgar la calidad de los intelectuales, tenemos que en 1910 había en México solamente: 27, 760 empleados públicos (que pueden incluir a algunos de los siguientes grupos de intelectuales); 21,017 profesores; 4,461 sacerdotes; 3,953 abogados; y 3,021 médicos. A los ingenieros y administradores ni siquiera se les menciona. Es decir, no había mucha gente capacitada de dónde escoger.
            Además, si nos fijamos en el comportamiento de los revolucionarios que tomaron las armas, la mayoría se sentía ajena a la burocracia. Ese era un mundo extraño, enredoso y poco atractivo para ellos. En esa línea, es muy significativo el diálogo que sostuvieron Villa (F.V.) y Zapata (E.Z.) en la ciudad de México, en 1914, después de que desalojaron a los constitucionalistas:

“F.V. Yo no necesito puestos públicos porque no los sé lidiar. Vamos a ver por dónde están estas gentes. Nomás vamos a encargarles que no den quehacer.
E.Z. Por eso yo se los advierto a todos los amigos que mucho cuidado, si no, les cae el machete. (Risas) Pues yo creo que no seremos engañados. Nosotros nos hemos estado limitando a estarlos arriando, cuidando, cuidando, por un lado, y por otro, a seguirlos pastoreando.
F.V. Yo muy bien comprendo que la guerra la hacemos nosotros los hombres ignorantes, y la tienen que aprovechar los gabinetes; pero que ya no nos den quehacer”.[196]

¿Qué es lo que perciben Villa y Zapata? Los dos perciben claramente la separación que hay entre gobernantes y gobernados; para ellos, los dos grupos tienen intereses distintos e incluso opuestos. La unidad que existe entre gobernantes y gobernados es muy débil y se presta fácilmente para el engaño y la traición. Por eso los gobernados tienen que estar atentos y cuidar a sus gobernantes. Zapata expresa ese cuidado como arriar a los gobernantes; son su ganado porque ellos ganaron el poder; son sus animales salvajes domesticados que hay que apacentar. Villa le reconoce a los gobernantes un derecho de aprovecharse del gobierno, de su función, pero les exige que también trabajen en provecho de “la gente ignorante”. Si no lo hacen así, “dan quehacer”, los quitarán y pondrán a otros. Así resumían los dos su relación con Porfirio Díaz, León de la Barra, Madero y Huerta.
            Sin embargo, la decisión de compartir el poder fue muy conflictiva para porfiristas y revolucionarios. Ninguno de los dos quería compartir, los dos querían la exclusividad o el claro predominio. El adversario debía subordinarse completamente. El único que en verdad quería que el poder se compartiera era Madero y puso todo su empeño para que esa situación de hecho se convirtiera en una de derecho, es decir, que fuera reconocida y aceptada como unión de los diferentes. Quería el poder compartido, porque eso era lo que entendía por democracia. Quería que la clase baja, media y alta eligieran a sus gobernantes y sintieran que el gobierno era suyo.
            Madero fracasó en el intento de conseguir que los dos bandos reconocieran el derecho de los otros a gobernar; fracasó en el intento de conseguir que la idea de compartir el poder se aceptara. La idea era muy difícil de realizar, parecía casi imposible, porque antecedían treinta años de dictadura y exclusión; treinta años en los que se vio que compartir el poder era el peor de todos los males que le podía suceder a los mexicanos.
            El Presidente Madero creyó que era más difícil y más importante convencer a los porfiristas que a los revolucionarios, porque los revolucionarios y la gente del pueblo, ya habían dejado de ser los excluidos y tenían un nuevo poder. Ese había sido el fruto de la revolución. Los revolucionarios ya estaban dentro. Seguirían con poder porque la gente sentía que lo había conquistado y era suyo; lo único que quedaba pendiente era seguir ocupando poco a poco los lugares que les correspondían en el gobierno. Por ejemplo: aunque empezó su Presidencia con una Cámara de Diputados porfirista, en septiembre de 1912 ya era una Cámara que había sido libremente elegida. Aunque empezó con unos cuantos gobernadores designados por la revolución y la mayoría eran interinos, poco a poco todos fueron siendo elegidos por el pueblo. Las presidencias municipales también se habían renovado. Cuando murió Madero se había renovado la mitad del Senado (estaba pendiente la otra mitad) y todavía no se renovaba el Poder Judicial, pero estaba en la mira como algo inevitable.
Los peones y los campesinos, después de la revolución, eran más respetados por sus patrones. Se sabía que la situación ya no era la misma que con Porfirio Díaz. Se reconocía la necesidad de una reforma agraria y se estaba debatiendo Los obreros, por su parte, podían asociarse, discutir y hacer huelga sin terminar muertos o en la cárcel. Estaban comprobando que tenían el poder de cambiar sus condiciones de trabajo.
Madero consideró que la presencia del pueblo en política era irreversible. Tal vez si hubiera estado menos seguro, si no lo hubiera dado como un hecho imbatible, no habría sacrificado tan fácilmente algunas posiciones populares. La gran riqueza de poder popular lo hizo darse el lujo de gastarlo en varias ocasiones sabiendo que gastaba sólo una pequeña porción. Y él no se equivocó en la percepción de la cantidad de poder popular existente, Huerta pudo comprobarlo al quedar arrollado por ese poder.
            La apreciación de Madero de que el pueblo ya estaba incluido en los asuntos del gobierno y de que eso era algo irreversible fue compartida por los porfiristas, aunque ellos pensaron esa inclusión popular de manera diferente. Pensaban que el poder del pueblo era la gran “estupidez” y la mayor muestra de la “incapacidad política” de Madero: “el gran tonto” había “soltado a la yeguada”. Para los porfiristas ese era un error imperdonable; todo lo demás era consecuencia de esa irresponsabilidad. No soportaban la relación de Madero con las masas y se ocuparon de señalarla diariamente, de mil maneras distintas, con el ánimo de acabar con ella. Veamos:

“Delante de Madero está la plebe, la multitud estólida, semidesnuda y pestilente que lanza vivas al huarache y la tilma, ¡falta un viva al piojo!” (Periódico El Debate).[197]

“Emiliano Zapata no es un hombre, es un símbolo; podrá él entregarse mañana al poder que venga, venir con él su Estado Mayor, pero las turbas que ya gustaron del placer del botín, que ya llevan en el paladar la sensación suprema de todos los placeres desbordantes de las bestias en pleno desenfreno, éstos no se rendirán, éstos constituyen un peligro serio de conflagración” (Diputado José María Lozano).[198]

“juzgué patriótico derrocar a un gobierno cuyo exaltado espíritu revolucionario, según mis sinceras creencias, había despertado feroces pasiones e instintos adormecidos en nuestras masas populares” (Bernardo Reyes).[199]

En el poder popular se concentraba todo el odio de los porfiristas hacia Madero. Ellos creían que Madero tenía la obligación de tener a las masas sujetas bajo control.
Madero, por su parte, renunció a la restitución de tierras que había prometido en el Plan de San Luis porque la ejecución de ese plan implicaba mantener en armas a los revolucionarios (habría tenido que enfrentar la reacción de los hacendados como le sucedió en Chihuahua con la alianza Orozco-Terrazas). Si ejecutaba ese plan de restitución sería imposible compartir el poder; los hacendados se opondrían con todo lo que estuviera a su alcance. Ellos no permitirían de ninguna manera la nulificación de los fallos judiciales que los habían beneficiado arbitrariamente durante los últimos treinta años.
Con la renuncia a restituir las tierras (de la manera planeada), Madero sacrificó apoyo de los revolucionarios a su gobierno. Pero él no estaba renunciando a hacer justicia, sólo estaba renunciando a hacer justicia de la manera propuesta en el Plan de San Luis. Había otras maneras de promoverla y realizarla.
            Esta medida y este sacrificio no fueron entendidos por los hacendados y porfiristas. Concluyeron que Madero era débil, vacilante y torpe, y que le podían ganar fácilmente la partida. Así que el sacrificio ofrecido, en vez de animar a los porfiristas a sacrificar algo suyo y llegar a un acuerdo positivo común, alentó su radicalidad con la esperanza de un triunfo fácil. Madero estaba dando una oportunidad a sus adversarios de integrarse de manera diferente en la vida nacional, los invitó a que tomaran la decisión de dialogar y acordar soluciones. Estaba dando la oportunidad de pensar de manera diferente a como habían pensado con Porfirio Díaz, quería que los hacendados y empresarios abandonaran la política del privilegio y del provecho exclusivo. Lo que Madero no podía hacer era decidir por ellos, ni pensar por ellos. Madero quería que ejercieran su libertad.
            Cuando Madero aceptó desarmar a una buena parte de las tropas revolucionarias porque sabía que el militarismo era el principal enemigo para la democracia, los porfiristas lo entendieron también como un acto político suicida y creyeron que podrían utilizar libremente al ejército federal contra el Presidente. Pero Madero, como Porfirio Díaz, había sido cuidadoso y sabía que podía controlar al ejército. De hecho sólo había tres generales que le podían causar serios problemas: Bernardo Reyes (por su anterior prestigio y popularidad), Félix Díaz (por simbolizar al pasado) y Victoriano Huerta (por haber derrotado a Orozco y fama de invencible). Bernardo Reyes ya se había desprestigiado mucho y estaba en la cárcel; Felix Díaz había mostrado su gran incapacidad en Veracruz; así que Huerta era el único peligro, pero a finales de 1912 Madero ya lo había dejado sin tropa, sin la División del Norte que había derrotado a los orozquistas.
A pesar del gran malestar que había en el ejército (en tiempos de Porfirio Díaz también lo había, aunque por otras razones) no representaba ninguna amenaza práctica como conjunto. No había nadie que pudiera reunir las fuerzas necesarias para vencer. Por eso, ningún oficial suficientemente inteligente planeaba en serio rebelarse. Lo que sí había era aventureros que podían rebelarse magnificando en su fantasía el apoyo que obtendrían de una pequeña porción del ejército. Eso fue lo que hizo el general Félix Díaz, o el suicida general Bernardo Reyes; pero el aventurero y el suicida, no podían ganar.
            El error de Madero, en parte explicable y en parte inexplicable, fue aceptar el nombramiento del general Huerta como comandante de la plaza de la ciudad de México. Con esa decisión colocó al único oficial que podía derrocarlo en la posición en la que podía traicionarlo con efectividad.
            A pesar del malestar de los porfiristas y los revolucionarios, Madero estaba ganando la partida. Del lado porfirista había derrotado ya a Bernardo Reyes y a Félix Díaz. Del lado revolucionarios ya había derrotado a Pascual Orozco; y, por su parte, el general Felipe Ángeles estaba logrando replegar política y militarmente a los zapatistas, al grado que ellos pensaron por primera vez que podrían perder la guerra. Las condiciones estaban variando y podría haberse logrado un nuevo acuerdo entre Zapata y Madero en algunos meses más.
            A pesar de que Madero casi había logrado conquistar las condiciones electorales, burocráticas y militares que podían permitir un gobierno compartido, un gobierno de unidad nacional, nadie sentía que ese gobierno podía ser suyo y muy pocos estaban dispuestos a transitar por esa vía señalada por el Presidente. Al luchar por un gobierno de unidad nacional se quedó solo, y dejó de ser el líder político del cambio, porque revolucionarios y porfiristas querían otro tipo de cambio.
            Los últimos tres meses, el gobierno de Madero era el gobierno de todos y de nadie. Al sacrificar posiciones revolucionarias y no ganar respaldo de los porfiristas, se quedó sin apoyo, sin capacidad de defenderse y sobrevivir como tal. Necesitaba transformarse. Los periódicos se encargaron de propagar que los porfiristas estaban en contra del nuevo gobierno y los revolucionarios también insistieron que el gobierno no era suyo. En este sentido están las palabras del diputado Jesús Urueta y también las de Pino Suárez:

“Agregad, señores, que efectivamente en el Gabinete de Madero hay hondas, irreductibles y lamentables divisiones políticas [...] La revolución no ha gobernado con los hombres de la revolución; la revolución ha pretendido hacer obra de eclecticismo político, trayendo a su seno a los hombres públicos de todos los partidos, de todos los matices, de todas las ambiciones, sin dejar, como es natural, bien contento a ninguno. De aquí que los ideales revolucionarios no hayan podido realizarse; de aquí que las aspiraciones tan queridas no hayan podido tener en la práctica floración bendita”.[200]

Semanas antes de la Decena Trágica, en un banquete, el vicepresidente Pino Suárez le dijo al embajador de Cuba en México, Manuel Márquez Sterling:

"Nos hallamos en una situación muy crítica, y sólo un cambio de métodos podrá evitar la catástrofe; pero el cambio está planeado y el gobierno se apartará del precipicio. Una mano enérgica, una dirección política determinada, concreta, invariable es cuanto requiere la salud alteradísima del país. Ir hacia los antiguos cómplices de don Porfirio es poner la garganta bajo el hacha del verdugo. Y bajo el hacha del verdugo estamos hoy. No que recomiende persecuciones, atropellos ni maldades. Yo mantengo el programa de San Luis, que es un homenaje a las leyes y a la libertad y a la civilización. Pero la política de acercamiento al aristócrata, que nos odia y se aleja, nos lanza a los abismos. No somos ahora un gobierno precisamente científico; pero tampoco somos un gobierno popular. Y esa la causa de las revueltas y el origen de nuestro abatimiento. Porque administramos entre dos fuegos. No somos adversarios de nadie, pero todo el mundo es adversario nuestro. El Presidente ve ya claro en este asunto del cual dependen la vida del gobierno y quizás nuestra propia vida. Tengamos Congreso y pueblo y no nos hacen falta aristócratas".[201]

Esta cita expresa claramente que no sólo desde abajo se había llegado a un límite, en el gobierno también se percibía que las cosas no podían seguir así. Madero percibió que su gobierno de unidad nacional se había agotado y estaba abriéndose a una nueva política. La rebelión de Bernardo Reyes y Félix Díaz en febrero de 1913 le hizo ver que necesitaba gobernar con los revolucionarios y ser menos conciliador con los porfiristas.
            De hecho el 18 de febrero, minutos antes de que fuera arrestado por Aureliano Blanquet y su tropa, había decidido cambiar de gabinete y gobernar con puros revolucionarios. Después de una junta con el vicepresidente Pino Suárez y los ministros de gobierno, salió muy contento, abrazó a su amigo el diputado Juan Sánchez Ascona y le dijo: “Ahora sí te saliste con la tuya, pues vamos a formar un gabinete con gente de los renovadores [diputados maderistas] y de la porra [miembros del Partido Constitucional Progresista (el partido de Madero)]...”.[202]
            Pero el asesinato del Presidente evitó que retomara el liderazgo del cambio, dirigiendo la nueva etapa de la revolución. La oportunidad de gobernar y ensayar nuevos caminos había terminado. Los diez días conocidos como “La decena trágica” (del 9 al 18 de febrero) acabaron con el “gobierno de nadie” de una manera torpe, desordenada y desquiciante.

La desquiciada rebelión del ejército capitalino

Los conspiradores que decidieron acabar con la Presidencia de Madero el 9 de febrero de 1913, prepararon mal su golpe de Estado, lo ejecutaron peor y fracasaron rotundamente. Este hecho reveló que bajo el gobierno de todos y de nadie se estaba viviendo una grave falta de sentido de realidad: nada era como se pensaba (crisis de identidad) y nada de lo que se hacía fructificaba de acuerdo a lo pretendido (crisis de eficacia). Esto se mostró tanto en el comportamiento del gobierno como en el de los rebeldes.
            A finales de 1912 y principios de 1913, el abogado Rodolfo Reyes se encargó de unir en una sola conspiración a los partidarios del general Félix Díaz con los partidarios del general bernardo Reyes. El objetivo era liberar de la prisión a estos dos militares, tomar la ciudad de México y apresar a Madero, Pino Suárez y a los principales funcionarios del gobierno. Esperaban que acabando con el gobierno de Madero se reestablecería la paz en México, pero no sabían cómo. Ni siquiera sabían si recibirían algún respaldo en el resto del país porque se dedicaron exclusivamente a convencer a los principales oficiales del ejército que servían en la capital de la República.
Por sus conexiones tenían la certeza de recibir el apoyo del gobernador reyista, Venustiano Carranza, que tendría listas las tropas estatales para lo que pudiera ofrecerse. Esperaban también el respaldo de Pascual Orozco y de Rafael Cepeda, el gobernador de San Luis Potosí, pero no estaban seguros ni iban más allá de eso. Se querían lanzar completamente a la aventura.
El general Gregorio Ruiz y Rodolfo Reyes fueron los que encabezaron la conspiración de parte de los reyistas; los generales Manuel Mondragón y Manuel Velázquez fueron los dirigentes de parte de los felicistas (de Félix Díaz). Ellos y su gente elaboraron por lo menos ocho planes diferentes y cambiaron varias veces la fecha del levantamiento. Fueron tan indiscretos que todo mundo supo lo que estaban tramando. Si el gobierno no los apresó antes de que se rebelaran fue porque el Presidente Madero rechazó la información de la conspiración con risa y enojo. Risa porque la menospreció y enojo porque los rumores le parecían una manera fastidiosa de querer desestabilizar a su gobierno.
El Presidente no le dio importancia a la información y esa postura fue decisiva para que los demás funcionarios tampoco se la dieran. Pero la preparación tan descuidada de la conspiración provocó que la viera incluso el gobierno que no la quería ver. O más bien, los únicos que la vieron e hicieron algo fueron Gustavo Madero y el general Villar. La certeza de que el gobierno conocía los preparativos de la rebelión asustó a los conspiradores y los obligó adelantar la fecha de la sublevación. Esa nueva fecha también se conoció y por eso el general Villar, comandante militar de la ciudad de México ordenó, la noche del ocho de febrero, que las tropas se acuartelaran en estado de alerta.
Se suponía que la sublevación tenía que ser una operación relámpago. El núcleo de la rebelión saldría muy de madrugada del cuartel de Tacubaya, liberaría a Reyes y a Díaz e iría incorporando a su paso a la tropa de todos los cuarteles, tomarían Palacio Nacional y detendrían a Madero, Pino Suárez y a los principales funcionarios en sus domicilios. La ciudad amanecería controlada militarmente y sin el gobierno de Madero. Después ya se vería qué hacer, dependería de cómo se desarrollaran las cosas. Los planes no iban más allá del 9 de febrero en la madrugada. Más allá de eso estaba la improvisación. Incluso no existía plan B, ni C, ni D. O salía lo planeado tal como se había pensado o entraban en graves problemas de improvisación y descontrol.
Con una gran desorganización de todos los implicados y mucho más tarde de lo planeado, salieron del cuartel de Tacubaya: 500 elementos del Primer Regimiento de Caballería; sumados a 500 del segundo y quinto regimiento de artillería. A lo largo del camino fueron incorporando a más sublevados hasta llegar a ser 2,300. Los mil trecientos elementos agregados pertenecían al Regimiento de Ametralladoras, al Batallón de Seguridad y a los Gendarmes Montados.
Se Había calculado liberar de la prisión al general Bernardo Reyes a las 3:00 de la madrugada, pero llegaron casi a las siete de la mañana, a plena luz del día. Después, se dieron a la tarea de liberar Félix Díaz y ocupar Palacio Nacional. La captura del Presidente, del vicepresidente y demás funcionarios, quedó descartada porque el gran retraso la había hecho imposible en las condiciones planeadas.
 El general Manuel Velázquez, como parte del plan, había logrado convencer a los pocos guardias de Palacio Nacional que se pasaran al lado de la revuelta y había reforzado la posición con alumnos de la Escuela de Aspirantes que llegaron a las cinco de la mañana (más tarde de lo planeado porque los tranvías contratados para su traslado desde Tlalpan no habían llegado a recogerlos y tuvieron que improvisar con lo que encontraron).
Al salir de la prisión, el general Bernardo Reyes asumió la jefatura del movimiento y la primera decisión que tomó fue ir todos juntos a la penitenciaría a liberar al general Félix Díaz, en vez de que una parte de la numerosa columna se dirigiera allá y otra parte a instalarse en Palacio Nacional. Esa fue una gran pérdida de tiempo, de consecuencias fatales para los sublevados. Para empeorar la situación, como ya había mucha gente en la calle, muchos civiles, por curiosidad o simpatía, acompañaban a los militares gritando vivas al general Reyes y entorpeciendo el paso de los militares. En vez de un movimiento de combate, parecía un día festivo con desfile.
Mientras los rebeldes se movían sin prisa, el general Lauro Villar, recuperó Palacio Nacional. Como estaba muy atento al anunciado levantamiento militar había dado órdenes a sus subordinados que lo despertaran en el momento que iniciara cualquier movimiento extraño de tropas (él había decretado el acuartelamiento de alerta y nadie podía salir sin su permiso). Cuando se le informó del movimiento de tropas en Tacubaya fue inmediatamente a Palacio Nacional que estaba a dos cuadras de su casa. Llegó en coche de alquiler, porque se había enfermado y tenía paralizada la pierna izquierda. Sin bajarse pudo ver que los sublevados tenían Palacio y rápido tomó medidas pertinentes.
El general Villar  fue al cuartel de Teresitas y le ordenó al general Villarreal que se posesionara de la Ciudadela, después llegó al cuartel de Zapadores y desde ahí entró a Palacio Nacional rompiendo con un hacha la puerta que los separaba. Con cerca de setenta hombres, sin disparar un solo tiro, logró desarmar y rendir por sorpresa a los sublevados.
Por su parte, el primero de la columna de sublevados en llegar a Palacio Nacional fue el general Gregorio Ruiz. Como apenas a las ocho de la mañana habían liberado a Félix Díaz, el general Reyes envió a Ruiz a galope con 80 aspirantes para que verificara si Palacio Nacional estaba en manos de los rebeldes o del gobierno.
Gregorio Ruiz, compañero del general Lauro Villar, se acercó a platicar con él y a intimarlo a rendirse, porque le aseguró que, respecto a los sublevados, estaba en gran desventaja en número y en pertrechos militares. Pero no logró intimidar al general y Villar no sólo no se rindió sino que, por un descuido de Ruiz al acercarse demasiado, logró capturarlo sin que su escolta pudiera evitarlo.
El general Reyes llegó después a las afueras del zócalo, encabezando a más de dos mil hombres bien armados, con seis cañones, catorce ametralladoras y mucho parque. Junto con ellos venían muchos civiles que lo vitoreaban. De la catedral salían de misa hombres, mujeres y niños.
En Palacio Nacional sólo había 500 soldados que contaban con dos ametralladoras (una no servía) y parque para diez minutos de fuego. Se preveía un desastre total para los defensores de Palacio. Estaban totalmente en desventaja y no podrían resistir más allá de unos cuantos minutos. Tampoco podían esperar que algunos refuerzos llegaran en su auxilio. El general Villar, sin embargo, asumió la situación como un asunto de hombría y de honor del ejército.
Lo que Villar no podía haber imaginado ni en su más descabellada fantasía era que el general Reyes, al mando de tantos hombres y con tanto armamento, aprovechara esa gran oportunidad no para obtener una victoria militar sino para suicidarse, simulando que enfrentaba al gran enemigo de la paz y el orden.
Desde el día anterior ya le había pedido a su hijo Rodolfo que le llevara ropa interior muy fina porque “era bueno que cuando lo levantaran a uno muerto en el campo de batalla se viera en todos los detalles que era persona decente”. Al llegar al zócalo le advirtieron que Palacio estaba en manos del gobierno. El conocía bien al general Villar y sabía que era valiente, y que no se rendiría ni traicionaría al gobierno. Vio a la tropa gubernamental bien posicionada, dispuesta a disparar y esperando la orden de fuego. No se detuvo ni un momento a pesar de las advertencias de los oficiales y la súplica de su hijo.
Reyes no se detuvo ni retrocedió, ni siquiera con la advertencia del general Villar de que no avanzara. Enfrentó al enemigo, arriba de un caballo, mostrándose completamente sin ninguna protección y a unos cuantos metros de distancia, encabezando su gente. Lo único que ganó así fue un balazo en la cabeza y muchos en las piernas: “Mi padre se detuvo un momento, agarrado a la crin de su caballo, y cayó hacia la izquierda sobre mí, que también caía, arrastrado por mi cabalgadura muerta”, escribió Rodolfo.
Su hijo explicó la muerte de Reyes como una decisión pensada con anterioridad: “mi padre estaba resuelto a morir en caso de fracaso, y al medir la situación pensó que, de no imponerse con su sola presencia, ese fracaso era seguro, y él, me lo dijo cien veces, no le quería sobrevivir. Su acción no fue, pues, un impulso ciego, sino una resolución suprema”.[203]
Después de los disparos a Reyes, la balacera se desató durante más de diez minutos y como resultado, los rebeldes perdieron 200 hombres entre muertos y heridos. Los defensores del Palacio tuvieron como doce muertos y 21 heridos, entre ellos el general Villar con una herida en el cuello y la clavícula fracturada. Muchos civiles que andaban por ahí también murieron o resultaron heridos.
Las tropas gubernamentales de Palacio se quedaron sin parque y estaban esperando una contraofensiva rebelde. Sabían que no serían capaces de resistir un nuevo ataque; pero, para su gran sorpresa, no sucedió nada. A pesar de que era obvio suponer que los leales habían quedado sin municiones y que los rebeldes tenían una apabullante superioridad militar, ni Félix Díaz ni Manuel Mondragón dieron la orden de atacar. Se quedaron paralizados cerca del zócalo por más de media hora. Y cuando por fin se movieron, todos desmoralizados, estuvieron a punto de toparse, frente a frente, con el Presidente Madero que bajaba del Castillo de Chapultepec hacia Palacio Nacional con una pequeña escolta de cincuenta cadetes. Los sublevados tampoco hicieron ningún intento de combatir, perseguir y atrapar al Presidente que estaba tan cerca de su alcance y en gran desventaja.
La columna rebelde, finalmente, se dirigió a la Ciudadela, a donde llegó a las once de la mañana. El teniente César Ruiz de Chávez que estaba encargado del cuartel de la guardia presidencial, informó después que llegó un emisario de los rebeldes a tocar a las puertas del cuartel y pidió que la tropa saliera a hacer honores al general Félix Díaz:

 “Quedé sorprendido ante tal petición y sin explicarme cómo, tratándose de una sublevación, sus directores tenían la ocurrencia de solicitarlo de nosotros tal cosa, como si se tratara de una fiesta o de algún acto oficial. Mi contestación fue la siguiente: [204]

Se retiró el individuo y veinte minutos después se inició el fuego que duró una hora. Alrededor de la una de la tarde los defensores de las diferentes instalaciones de la Ciudadela capitularon, porque un oficial del ejército mató por traición al general Villarreal que estaba a cargo de la defensa del conjunto. El asesino, aunque era ayudante de Villarreal y estaba a su lado, pertenecía al bando de los sublevados y estaba esperando el momento oportuno de incorporarse a la revuelta.
            El cuartel del teniente César Ruiz fue el único que se negó a rendir; cayó hasta el día siguiente sin haber podido recibir los apoyos prometidos por el ministro de Guerra y el mismo Madero. Uno de los refuerzos que le enviaron el mismo domingo se pasó al bando de los rebeldes.
            Al tomar la Ciudadela, los rebeldes adquirieron el arsenal más importante del ejército: 55 mil fusiles, 30 mil carabinas, 100 ametralladoras Hotchkiss y 26 millones de cartuchos.[205] Era material suficiente para resistir un asedio prolongado. Lo que les faltaba en grandes cantidades era agua y comida. Sin ellos no podían durar dos o tres días sin rendirse, porque estaban arrinconados y desmoralizados.
            Félix Díaz estaba siguiendo la misma táctica desastrosa que utilizó en su fallida sublevación de Veracruz: apoderarse de la plaza, no moverse de ahí, desestabilizar y jugar la carta de la amenaza de intervención de Estados Unidos para poner orden en México. La transacción a la que aspiraba era entregar la plaza si Madero entregaba la Presidencia. Tenía este objetivo como si el estar atrapado y aislado en un sitio, rodeado de enemigos, no fuera una situación extremadamente desventajosa para su propósito. Como si eso mismo no fuera ya la muestra del fracaso de la sublevación. Pero otra vez se hizo realidad lo irracional e imprevisible.

            Madero se enteró de la rebelión en la mañana, antes de desayunar, cuando ya Palacio Nacional estaba en manos de tropas leales, así que decidió ir allá acompañado de un pequeño contingente, en su mayoría formado por cadetes del Colegio Militar a los que les dijo que ya todo estaba bajo control. Bajó del Castillo de Chapultepec a caballo, descubierto, muy expuesto y vulnerable. La gente lo aclamaba en el camino a Palacio Nacional. Durante su trayecto por Paseo de la Reforma (entonces calzada) se incorporó el general Victoriano Huerta que se puso al lado del Presidente. Al llegar a cinco de mayo, desde las azoteas dispararon contra Madero. Uno de ellos mató al gendarme que iba al lado del Presidente. Decidieron refugiarse en la fotografía Daguerre. Al salir de ahí, para reanudar la marcha, el ministro de Guerra, el general García Peña, le pidió a Madero autorización para nombrar a Huerta Comandante Militar de la Plaza de la ciudad de México, en sustitución de Lauro Villar que había sido herido.

“El señor Madero, que no tenía ninguna simpatía por el general Huerta, y no sabía disimular sus impresiones, puso muy mala cara, y no respondió; pero el ministro de Guerra insistió, y el Presidente lo autorizó para que lo pusiera al frente de la columna. Cuando llegaron a palacio, nuevamente pidió autorización para nombrarlo Comandante Militar, presintiendo al general Huerta a quien cariñosamente llevaba de un brazo, y agregó: “¿Ve usted?, ha sido el primer jefe que se le ha unido”.
            “El general Huerta, entonces dirigiéndose a la multitud gritó: “¡Pueblo mexicano, viva el Presidente de la República!” El señor Madero con aire de disgusto, contestó al general García Peña: “Está bien, nómbrelo usted””.[206]

Ese día y los siguientes se acentuó la crisis de identidad. El ejército de la ciudad estaba dividido: parte de un batallón se había ido con los rebeldes y parte había permanecido leal al gobierno; lo mismo sucedía a nivel de regimientos y de mandos. Los oficiales no sabían con qué bando simpatizaba su tropa, ni los soldados sabían si su oficial pertenecía al mismo bando que ellos o no.
            Madero no confiaba en Huerta y tampoco estaba seguro de los demás oficiales, así que decidió ir a Cuernavaca por Felipe Ángeles que era al general al que le daba toda su confianza. Salió el mismo domingo a las cuatro de la tarde y regresó el lunes a las siete de la noche. Tenía la intención de nombrar al general Ángeles jefe del Estado Mayor, para controlar mejor a Huerta, pero aceptó el impedimento reglamentario de ese nombramiento, porque Ángeles no tenía el grado de general de división.
            De todos modos Huerta estaba relativamente controlado porque los segundos jefes de guarnición, no le eran personalmente adictos. “Y la prueba evidente de que Huerta no contaba con ellos, se tiene en que tan pronto como se enteró de que Blanquet había aprehendido al Presidente y a sus ministros, él procedió a sujetar a los generales Alberto Yarza, José Delgado, Francisco Romero, etc.”[207]
Pero las medidas de protección tomadas tanto por Madero como por Huerta eran fruto de la desconfianza que surgía de la crisis de identidad; y de todos modos eran medidas insuficientes. Desde la revolución, todo estaba en movimiento: nada era ya lo que había sido; y lo que era, estaba a punto de dejar de serlo. Todo estaba presionando al cambio y nada tenía suficiente fuerza para conservarse.

Cuando no se tiene la seguridad de la identidad de lo que se presenta y aparece, no se sabe bien qué hacer, y para organizar las acciones se apuesta a algo como real y seguro. Así que después de la desconfianza de Madero respecto a Huerta, después de no haberlo elegido, sino aceptado, decidió confiar ciegamente en él, y se repitió entonces lo mismo que había sucedido con la conspiración: se cerró y no admitió información que contradijera su apuesta. Era su manera de defenderse de los intentos de manipulación a través de los rumores. Esa incertidumbre y ese desamparo ante los rumores no sólo la vivió Madero, también la experimentaron Porfirio Díaz (que fue manipulado por los chismes) y Victoriano Huerta cuando fue Presidente. Sólo que Huerta se defendía de los rumores fusilando a los sospechosos, aunque las sospechas fueran totalmente infundadas. Esas también son tonterías, pero como el acto de matar es tan fuerte la tontería queda tapada por el gran tamaño de la agresión y en vez de que digan: “qué tonto, mató al hombre equivocado”, simplemente lo señalan como asesino. En cambio un acto de fe o una apuesta no se ocultan en un acto más aparatoso y aparecen en su simplicidad. Y si el acto es fallido se le señala como una simple tontería.
Madero se defendió primero con un acto de fe o una apuesta: no quiso saber nada de la sublevación. Después, la ciudad y su gobierno sufrieron las consecuencias de su ceguera voluntaria. Respecto al general Huerta también recibirá múltiples informaciones de traición y no las oirá. Durante una semana fue obvio que Huerta no estaba haciendo nada efectivo para acabar con la rebelión de la Ciudadela, y sin embargo nadie le dijo nada. Incluso lanzó a la muerte a todo un regimiento de rurales maderistas en un ataque a la Ciudadela. Y a pesar de lo escandaloso de la masacre, a pesar de que había sido obvio que la manera de atacar ordenada había sido un baño de sangre absurdo, nadie le dijo nada. Huerta conspiró de manera descarada con los rebeldes de la Ciudadela y con los opositores al gobierno y no pasó nada. Incluso dejaba pasar alimentos para los rebeldes, todo mundo sabía eso y no se le cuestionaba nada en serio. Madero era responsable, porque con su cerrazón había estimulado a sus colaboradores a mantener los ojos cerrados respecto a Huerta.[208]
Podríamos reproducir aquí muchos avisos que se le dieron a Madero de la conspiración de los partidarios de Reyes y Félix Díaz; y también la información que le dieron para identificar a Huerta como conspirador y traidor, pero en todos los casos llegaríamos a la misma conclusión: el Presidente no quiso ver lo obvio y como no quiso ver, no hizo nada para salvar a su gobierno. Ese fue su gran error.

Pero ni todos los errores cometidos por Madero; ni la rebelión de Félix Díaz ni la ambición presidencial de Victoriano Huerta eran capaces de derrocar a Madero. Sin la intervención del embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson no se hubiera producido el golpe de Estado del 18 de febrero de 1913. Eso fue algo que se supo y se reconoció en su momento. El embajador alemán de esa época, Paul von Hintze, por ejemplo, hizo constar que “la victoria de la reciente revolución es obra de la política norteamericana. El embajador Wilson realizó el golpe de Estado de Blanquet y Huerta; él mismo se vanagloria de ello”.[209]

El embajador de Estados Unidos acuerda un nuevo gobierno mexicano

Estados Unidos y México son dos poderes, muy desiguales, pero poderes al fin. Los dos se limitan y contribuyen a definirse. En el siglo XIX Estados Unidos expandió sus fronteras e incorporó territorio que dejó de ser mexicano. Él mismo fijó sus fronteras porque aunque deseaba más territorio no quería hacerlo a costa de incorporar más mexicanos. Consideró suficientes los que habían incorporado con la apropiación de California, Nuevo México, Texas y demás. La superioridad del poder estadounidense siempre ha inspirado temor a los gobernantes mexicanos y a principios del siglo XX todavía estaba muy fresca la guerra con Estados Unidos y la pérdida de los territorios. El temor a una invasión y a nuevas mutilaciones territoriales era algo siempre presente; y fue un factor importante que se manejó intensamente antes, durante y después de la revolución de 1910.
            Durante la dictadura de Porfirio Díaz, las relaciones con Estados Unidos fueron algo muy cuidado. Sus intereses siempre fueron muy favorecidos, pero también se intentó equilibrar su presencia abriendo las puertas a inversiones inglesas, francesas y alemanas. Se asumió la competencia internacional como un instrumento para la independencia.
            Con el gobierno de Madero en general hubo una buena relación, pero desde septiembre de 1912 el gobierno de Estados Unidos empezó a no sentirse complacido. La nota de protesta que mandó ese mes, no fue respondida por los funcionarios mexicanos como a los “americanos” les habría gustado.

“En ella se culpaba al gobierno mexicano de discriminar a empresas y ciudadanos norteamericanos. Se citaban como ejemplo la promulgación de un impuesto sobre el petróleo crudo, el despido de algunos centenares de empleados norteamericanos de los Ferrocarriles Nacionales, y el fallo judicial en contra de una compañía ganadera norteamericana. Además, se le echaba en cara al gobierno mexicano no haber sido capaz de proteger la vida y las propiedades de ciudadanos norteamericanos. La nota hacía ascender a trece el número de norteamericanos que supuestamente habían sido asesinados durante la presidencia de Madero. En diciembre de 1912, el embajador norteamericano, según su colega alemán Hintze, había sostenido largas conversaciones con el presidente Taft y con el secretario de Estado, Knox, acerca de lo que había que hacer en México. Después de que la nota norteamericana del 15 de septiembre de 1912 fue contestada en parte evasiva y en parte negativamente, Washington sintió la necesidad de actuar. Wilson propuso: o apoderarse de una parte del territorio mexicano y conservarlo o derrocar el régimen de Madero (literalmente). El presidente Taft había estado dispuesto a hacer ambas cosas, pero Knox se había opuesto a la idea de ocupar territorio mexicano. Entonces los tres acordaron subvertir el gobierno de Madero. Para este fin utilizarían la amenaza de intervención, promesas de puestos y honores (lo cual aquí es sinónimo de ingresos por cohecho) y soborno directo en efectivo”.[210]

Estados Unidos no organizó la revuelta de febrero de 1913 contra Madero, pero sí la aprovechó todo lo que pudo. Como los rebeldes de la Ciudadela se dedicaron a disparar sus cañones y ametralladoras hacia diferentes puntos de la ciudad, promovieron la inseguridad de todo mundo y las embajadas extranjeras afectadas no dejaron de intervenir presionando al gobierno por su incapacidad de garantizar la seguridad de los extranjeros. El campeón de la lucha por la seguridad fue el embajador de Estados Unidos. En relación a esta inseguridad y el caos que se generaba por ella, el 14 de febrero, Henry Lane Wilson le advirtió a Pedro Lascurain, ministro de Relaciones Exteriores de México, que en unos cuantos días tendría a tres o cuatro mil soldados norteamericanos a su disposición y entonces “él restauraría el orden aquí”. Y que si Lascurain quería evitar eso:

“había una sola manera de hacerlo: decirle al Presidente que abandonara el poder en forma legal; hacer que él y el vicepresidente renunciaran ante el Congreso; que no convoque a la Cámara de Diputados, sino al Senado”. Lascurain respondió (después de larga discusión): “Supongo que tiene usted razón. Me dedicaré exclusivamente al propósito de hacer renunciar al presidente”.

Lascurain muy obediente, promovió una reunión de senadores en la casa del senador Guillermo Obregón, para discutir la necesidad de pedirle a Madero su renuncia. También hizo su labor con otros miembros del gabinete y ese mismo día 14 de febrero Rafael Hernández (Gobernación), García Peña (Guerra), Lascurain y Manuel Vázquez Tagle (Justicia) le insinuaron a Madero que debía renunciar para evitar una intervención estadounidense. Madero les contestó que esas eran patrañas del embajador Wilson: “No creí que ustedes se pusieran contra mí”.[211]
            El embajador japonés, Kumaitchi Horigoutchi, escribió un buen relato del caos que promovían en la ciudad los rebeldes de la Ciudadela. Ese día 14 de febrero anotó en su diario:
“Día espléndido. Esta mañana, una hora más temprano que ayer, empezó el cañoneo cuyo estruendo estremecía el cielo y la tierra; era más intenso que en días pasados. Las balas de las ametralladoras caían en una lluvia de hierro y fuego por toda la ciudad. Los cañones rugían como truenos de una tempestad... Los bancos y el comercio en general llevaban cerrados ya cerca de una semana, con excepción hecha de las tiendas de comestibles, que abrían sus puertas a las siete de la mañana cerrándolas treinta o cuarenta minutos más tarde. Como la invasión del público era inmensa, estas tiendas fueron cerrando sus puertas poco a poco hasta llegar a no abrirlas más...
            El cañoneo duró sin cesar todo el día. Corrían rumores de que los muertos y heridos habían sido aproximadamente unos cinco mil, siendo el noventa por ciento de las víctimas, civiles no combatientes. Muchas casas fueron destruidas por los disparos de los cañones. Asimismo fueron incendiadas otras...”.[212]

Ese mismo día Madero le escribió a Taft para aclarar las cosas y se enteró directamente por medio del Presidente Estadounidense que él no había dado ninguna orden de desembarcar fuerzas. Eso le dio seguridad a Madero para rebatir verbalmente a sus adversarios.
Por su parte, el embajador Wilson, después de su plática con Lascurain, se reunió con los diplomáticos más importantes para informarles de la conversación con el ministro mexicano: les señaló que había fanfarroneado con la amenaza del arribo de los soldados “americanos” y les pidió ayuda para que europeos y latinoamericanos apoyaran e insistieran en que Madero abandonara el poder.
De manera simultánea Wilson estuvo haciendo labor subversiva promoviendo un acuerdo entre los generales Félix Díaz y Victoriano Huerta. Al respecto le informó al embajador alemán el 16 de febrero:

“El general Huerta ha estado sosteniendo negociaciones secretas con Félix Díaz desde el comienzo de la rebelión; él se declararía abiertamente en contra de Madero si no fuera porque teme que las potencias extranjeras le habrían de negar reconocimiento. Embajador: yo le he hecho saber que estoy dispuesto a reconocer cualquier gobierno que sea capaz de reestablecer la paz y el orden en lugar del gobierno del señor Madero, y que le recomendaré enérgicamente a mi gobierno que reconozca a tal gobierno”.[213]

Con esa invitación al golpe de Estado y la promesa de que sería reconocido por Estados Unidos el general Huerta venció sus temores y se decidió a pasar a la acción. Ya sólo necesitaba confirmar el apoyo de los porfiristas y disponer del contingente militar que controlaría a generales clave y ejecutaría el apresamiento del Presidente, el vicepresidente y sus ministros. El elegido fue el 29 Batallón del general Aureliano Blanquet que el 17 de febrero había llegado de Toluca. Ese mismo día en la noche Huerta ordenó a un grupo de soldados de Blanquet que ocuparan Palacio Nacional en relevo de los carabineros de Coahuila que estaban encargados de custodiar el edificio y la seguridad del Presidente.[214] En ese momento del relevo podría considerarse que Madero ya había sido apresado en el edificio, aunque todavía no se había dado cuenta porque no había sido avisado ni sentido la aprehensión en su cuerpo.
            La ceguera de Madero era tal que el mismo 18 de febrero en la mañana, cuando ya era prisionero sin saberlo, recibió una nueva advertencia del peligro en el que se encontraba y la rechazó con disgusto. Así la refiere el diputado Juan Sánchez Ascona, secretario particular del Presidente:

“A la primera hora matinal del 18 de febrero, el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, que a últimas fechas estaba francamente distanciado de Madero, me buscó en la Intendencia de Palacio, donde yo dormía por aquellos aciagos días, solicitando hablar con el Presidente. En los primeros momentos quise aplazar la entrevista, porque sabía que el Presidente había estado trabajando hasta altas horas de la noche y apenas acababa de recogerse para descansar por breve tiempo. Pero el ingeniero insistió de tal suerte y me comunicó a medias cosas tan graves, que no vacilé más y lo conduje por el elevador al piso presidencial y me atreví a despertar a Madero, para que lo recibiese. Se dieron un abrazo cordial en olvido de enconos y resquemores, y Alfredo comunicó que sabía de fuente indubitable que en el curso de ese mismo día el Presidente sería traicionado por Huerta. Como siempre, Madero se contrarió visiblemente y contestó que eso era imposible, ya que en ese mismo día iba a darse el asalto a la Ciudadela y amonestó al ingeniero para que se abstuviese de propalar versiones que bien podrían provocar . El ingeniero se retiró ante tan firme obstinación y, al despedirse de mí, momentos después, con expresión sinceramente dolorosa me dijo que creía haber cumplido con lo que estimaba su deber”.[215]

Ese día Madero se reunió con un grupo de senadores que fueron a pedirle su renuncia para evitar que Estados Unidos invadiera al país. Madero les enseñó el telegrama de Taft en el que se desmentía esa versión del embajador Wilson y los despidió molesto. Poco después de esa reunión habló con el general Huerta y le dijo:

"Acabo de saber que algunos senadores, enemigos míos, le invitan a que imponga mi renuncia...
- Sí, señor Presidente -respondió el Comandante Militar de la Plaza-, pero no les haga usted caso porque son unos bandidos... Las tropas acaban de ocupar el edificio de la Asociación de Jóvenes Cristianos, que es la llave del asalto a la Ciudadela".[216]

Después, con la promesa y la confianza que ese día quedaría resuelto el problema de la Ciudadela, Madero se reunió con su gabinete donde decidió que lo renovaría y que gobernaría con diputados renovadores recién electos y con militantes del Partido Constitucional Progresista. Pero poco después de haber terminado su reunión, a la una y media de la tarde del 18 de febrero, se dio su primer intento de arresto.
            El coronel Jiménez Riveroll entró al salón donde estaba el Presidente acompañado de sus ministros. Intentó llevarse a Madero a un lugar más seguro con el pretexto de que se había sublevado el general Rivera, recién llegado de Oaxaca. Madero se molestó mucho por haber sido sujetado del brazo y empujado. Liberó su brazo y protestó por su aprehensión. Inmediatamente entró un grupo de veinte soldados rasos bien armados. Riveroll le ordenó a la tropa apuntar contra los funcionarios y antes de que diera la orden de fuego el capitán Garamendia mató a Riveroll, pero no pudo evitar que la tropa disparara. Marcos Hernández, primo del Presidente, murió de un balazo y Madero y los demás funcionarios salieron ilesos. El coronel Federico Montes, ayudante del Presidente, rápidamente se colocó frente a la tropa que se había quedado sin jefe, les ordenó terciar armas y los desalojó del salón.[217]
            Cuando Madero y su grupo bajaron por el elevador y caminaban por el corredor del patio de honor, los vio el Capitán Hernández que pretendió apresarlos, pero el capitán Garamendia gritó: “¡Soldados, viva el Presidente de la República!”. La fuerza presentó armas y el capitán desistió de su objetivo al ver la actitud de la tropa.
            Momentos después apareció el general Blanquet con una pistola y con un grupo de soldados y condujo al Presidente a un salón donde le informó que estaba arrestado, cerró las puertas y dejó a centinelas para vigilar a Madero y a los ministros de Hacienda (Ernesto Madero), Gobernación (Rafael Hernández) y otros.[218]
Después del arresto de Madero, de Pino Suárez y de algunos miembros del gabinete, el embajador Wilson invitó a Huerta y a Félix Díaz a platicar en la embajada. Se reunieron durante varias horas para decidir quién sería el Presidente, cuál sería el gabinete, y qué se tenía que hacer de manera inmediata. Huerta tenía la ventaja, porque era el que tenía prisionero a Madero y era el que tenía más autoridad dentro del ejército.
            Hubo unas horas en que Wilson dejó platicando solos a Huerta y a Díaz. El embajador estadounidense favorecía a Díaz, pero estaba convencido que por el momento Huerta tenía que asumir la presidencia para resolver la situación. Como el acuerdo entre los dos militares tardaba en lograrse, Wilson se acercó a uno de los consejeros de Félix, que había salido del cuarto de las negociaciones y le dijo: “Doctor, ¿no puede usted decir algo para persuadir a Díaz a ceder y permitir que Huerta sea presidente interino? De otra manera comenzará la verdadera guerra”.[219]
            La intervención activa de Wilson logró el acuerdo para un nuevo gobierno que se conoce como “el pacto de la embajada”. Eso sucedió antes de que Madero renunciara a la Presidencia.
            Los autores de la peor violencia que se haya ejercido contra la ciudad de México y sus habitantes en el siglo XX, tuvieron el descaro de presentarse en ese pacto como salvadores y pacificadores. En el texto de ese acuerdo se dice:

“expuso el señor general Huerta que, en virtud de ser insostenible la situación por parte del gobierno del señor Madero, para evitar más derramamientos de sangre y por sentimiento de fraternidad nacional, ha hecho prisioneros a dicho señor, a su gabinete y a algunas otras personas; que desea expresar al señor general Díaz sus buenos deseos para que elementos por él representados, fraternicen, y todos unidos, salven la angustiosa situación actual. El señor general Díaz expresó que su movimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que en tal virtud, está dispuesto a cualquier sacrificio que redunde en beneficio de la Patria ... Se convino lo siguiente:
            Primero. Desde este momento, se da por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba, comprendiéndose los elementos representados por los generales Díaz y Huerta, a impedir por todos medios cualquier intento para el restablecimiento de dicho poder.
            Segundo. ... Huerta... asuma, antes de setenta y dos horas, al Presidencia Provisional de la República, con el siguiente Gabinete... Será creado un nuevo Ministerio, que se encargará especialmente de resolver la cuestión agraria... “.

Se aclara que el general Díaz no entra al gabinete para preparar su participación en las próximas elecciones. Se acuerda también informar a los representantes extranjeros que ha cesado el anterior Poder Ejecutivo y que sus nacionales tendrán todas las garantías. Al nuevo gabinete se incorporaron: Francisco León de la Barra como ministro de Relaciones Exteriores, Toribio Esquivel Obregón como ministro de Hacienda, Alberto García Granados como ministro de Gobernación, Jorge Vera Estañol como ministro de Educación, etcétera.
Es interesante señalar que “cuando la suerte del levantamiento era incierta, [el arzobispo de México] José Mora y del Río se entrevistó con Victoriano Huerta y con Félix Díaz y logró que le prometieran que reconocerían a la Iglesia derechos semejantes a los que gozaba en Estados Unidos; probablemente, poseer bienes raíces, utilizar el traje talar y hábitos en público y presidir ceremonias religiosas fuera de los templos”.[220]

Renuncia y asesinato de Madero

El 19 de febrero en la mañana platicaron Madero, Pino Suárez y el gobernador del Distrito Federal, Federico González Garza, que estaba detenido con ellos en la Intendencia del Palacio Nacional. Madero les dijo que desde que había estallado el cuartelazo del 9 de febrero comprendió que tenía que cambiar su sistema de tolerancia y clemencia que había utilizado hasta entonces, porque lo llevaría a la ruina. Y después de repasar episodios de su gobierno y actos de personas que colaboraban con él y que creía que lo comprenderían, expresó convencido y como si se disculpara con ellos:

“Como político, he cometido dos graves errores que son los que han casado mi caída: haber querido contentar a todos y no haber sabido confiar en mis verdaderos amigos.
            ¡Ah! Si yo hubiese escuchado a mis verdaderos amigos, nuestro destino hubiera sido otro muy distinto; pero atendí más a quienes no tenían simpatía alguna por la Revolución y hoy estamos palpando el resultado!”.[221]

Ese mismo día en la mañana se presentó el general Juvencio Robles en la Intendencia de Palacio Nacional[222] a exigir las renuncias de Presidente y vicepresidente de la República. Habló con ellos en una pequeña pieza, les advirtió que el ejército los había abandonado y que, rodeado de enemigos, no tenían posibilidad ni tiempo de ser rescatados, que si renunciaban tendrían garantizadas sus vidas y si no lo hacían se atendrían a las consecuencias. Madero investigó qué más, aparte de su libertad, le ofrecían si renunciaba. Robles le dijo que las condiciones de la renuncia podían expresarse y formalizarse ante diplomáticos, como los de Japón, Chile y Cuba. Entre otras condiciones Madero pedía la permanencia de los gobernadores, la libertad de las personas adictas a su administración y la de su hermano Gustavo (el día anterior en la noche había sido brutalmente torturado y asesinado, pero no se lo dijo ninguno de los presentes aunque ya lo sabían). Al mediodía se le informó que Huerta había aceptado las condiciones. Pedro Lascurain fue el intermediario para obtener la renuncia. Cuando se llevaron el documento firmado, Huerta, como prueba de su buena fe, liberó a Federico González Garza.[223]
            El texto de la renuncia fue este:

“Ciudadanos secretarios de la honorable Cámara de Diputados: en vista de los acontecimientos que se han desarrollado de ayer acá en la Nación, y para mayor tranquilidad de ella, hacemos formal renuncia de nuestros cargos de Presidente y Vicepresidente, respectivamente, para los que fuimos elegidos. Protestamos lo necesario. México, 19 de febrero de 1913. Francisco I. Madero. José M. Pino Suárez”.[224] (35)

Horas después Madero conversó con su tío Ernesto y con el embajador de Cuba Manuel Márquez Sterling (que ya sabían del asesinato de Gustavo). A ellos les preguntó:

“¿Sabe alguno de ustedes dónde está Gustavo? –preguntó sin el menor indicio del crimen-. ¡De seguro lo tienen preso en la penitenciaría! Si no lo encuentro en la estación, para continuar el viaje conmigo, rehúso a embarcar...
            Quise disuadirle de semejante proyecto [comenta el embajador cubano]. Eso... en realidad, compromete la situación. Es a usted, señor Madero, a quien hay que salvar, en las actuales circunstancias. El pobre don Gustavo... ya veremos.
            Volvió el Presidente a su mansa plática:
El crucero Cuba, ¿es grande, es rápido? He pedido que la escolta del tren la mande el general Ángeles para llevármelo a La Habana. Es un magnífico profesor del arma de artillería. ¿No cree usted que el presidente Gómez le dé empleo útil en la escuela militar?... Escríbale, ministro, en mi nombre; recomiéndelo. Si dejara al general aquí, concluirían por fusilarlo...”.[225]

Ernesto Madero llegó en ese momento con la noticia de que Pedro Lascurain había presentado ya la renuncia de Madero y no se había esperado a que Madero estuviera ya en el tren, como se había acordado. Después a Madero le entró la urgencia de que Lascurain no dimitiera hasta que arrancara su tren. Fue su último acto de confianza formal, y la última vez en ser engañado como Presidente.
            Esa noche, el embajador de Cuba durmió en la Intendencia, acompañando a los presos. En la madrugada comentaron que fue difícil dormir en la noche helada y ruidosa. Como se temía que los centinelas pudieran simpatizar con los presos, los cambiaban constantemente y hacían mucho ruido en el cambio. Los presos trataban de entender la situación en la que estaban. Pino Suárez le dijo a Márquez Sterling:

“[...] asesinarnos equivale a decretar la anarquía [...] Yo, ¿qué les he hecho para que intenten matarme? La política sólo me ha proporcionado angustias, dolores, decepciones. Y créame usted que sólo he querido hacer el bien. La política, al uso, es odio, intriga, falsía, lucro. Podemos decir, por tanto, el señor Madero y yo, que no hemos hecho política, para los que así la practican. Respetar la vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir las leyes y exaltar la democracia en bancarrota, ¿es justo que conciten enemiga tan ciega,  que, por eso, lleven al cadalso a dos hombres honrados que no odiaron, que no intrigaron, que no engañaron, que no lucraron? ¿Es, acaso, que el mejor medio de gobernar los pueblos de nuestra raza lo da el ánimo perverso de quienes la explotan y oprimen?”.[226]

Pino Suárez fue el que se atrevió a darle la noticia del asesinato de su hermano Gustavo. Ángela Madero le contó a Carolina Villarreal, la esposa de Gustavo, la manera en que Francisco Ignacio asumió la muerte de su hermano:

“Le afectó tanto a Pancho que estaba como un niño llore y llore. A mamá se le hincó muchas veces pidiéndole perdón porque decía que él era el causante de la muerte de Gustavo y que él y nosotros veíamos claro, que sólo él tenía una venda en los ojos que le hizo cometer errores. Cómo sufrió el pobrecito con estos pensamientos, y solo, sin ver a ninguno de los suyos más que una hora a mamá y Meche. Mamá lo bendijo y decía Pancho que sentía un inmenso consuelo, que le quitaba un peso enorme. Al día siguiente era asesinado. Cometió errores de buena intención. Tal vez serían los designios de Dios. Ya veremos qué fruto nos manda por la sangre de esos mártires”.[227]

La reunión con la mamá se efectuó el 21 de febrero, no mucho después de haberse enterado de la muerte de Gustavo. Al día siguiente en la noche, Madero y Pino Suárez fueron asesinados por órdenes del general Victoriano Huerta.  Al ser consultado sobre el destino de Madero, Henry Lane Wilson, le dijo a Huerta “que debía hacer lo que considerara mejor para el país”.[228] Con ello le dio su apoyo para que hiciera cualquier cosa, incluido el asesinato.
            El 22 de febrero alrededor de las diez y media de la noche llegaron a Palacio Nacional el mayor Francisco Cárdenas, el cabo de rurales Rafael Pimienta y otros con el pretexto de trasladar al Presidente y al vicepresidente a la penitenciaría. Al llegar en dos coches a su destino, en vez de detenerse en la puerta principal se siguieron de frente. No hubo un simulacro de rescate de presos como se había planeado, pero sí encontraron a un grupo de gendarmes al mando de Cecilio Ocón que le pidió al Presidente Madero que bajara del auto y al hacerlo el mayor Cárdenas le disparó en la cabeza. Casi al mismo tiempo alguien más disparó contra Pino Suárez.[229] La autopsia reveló dos balazos en el cráneo del Presidente; y la del vicepresidente: tres balazos en la cabeza y cinco en el cuerpo. Ambos recibieron todos los balazos por la espalda.

            La versión oficial del asesinato fue que el convoy oficial que trasladaba al Presidente y al vicepresidente había sido atacado por una partida de maderistas y ello había provocado un fuego cruzado en el que murieron Madero y Pino Suárez. El nuevo gobierno culpó a los maderistas de la muerte de su Presidente: quiso ocultar su autoría del crimen con el engaño; no se sintió con la fuerza suficiente para mostrar abiertamente lo que podía hacer con sus enemigos y con los mexicanos.

Las autoridades entregaron los cadáveres a las familias hasta el día 24,  con instrucciones expresas de que no se abrieran los ataúdes sellados, pero doña Sara Pérez de Madero ordenó abrir el féretro antes de inhumarlo, para colocar un crucifijo sobre el pecho de su marido.[230]

Conclusión: la experiencia espiritual de Madero

La relación con Dios y la misión de su  vida

Como ya vimos en Cada frontera No.28, Madero entendió la vida humana en general y la suya en particular como “un medio de perfeccionarse y acercarse a Dios”. Desde esa perspectiva le hubiera gustado que lo valoráramos: ¿Qué tanto logró superarse? ¿Qué tanto logró unirse a Dios?[231]
Pero esas, en realidad, no son dos preguntas sino dos aspectos de la misma cuestión. Un aspecto se fija especialmente en el ser humano y el otro en Dios. El perfeccionamiento y la unión se refieren a la relación del hombre con Dios. El que se une más a Dios se perfecciona y el que se perfecciona se une más a Dios. En este sentido podría reformularse la primera frase: la vida humana es una forma de relacionarse con Dios; y el hombre que se supera a sí mismo es el que logra una mejor relación con Dios.
            Dios, para Madero, es la “fuente única de todo amor, de todo bien, de toda fuerza, de todos los seres, de todas las cosas”.[232] De él venimos y a él vamos: "Cualquier camino que el hombre recorra es mi camino: no importa donde camine, va hacia mí".[233]
Estamos unidos a Él, pero no necesariamente nos damos cuenta de ello. Podemos vivir como si estuviéramos separados de Él, podemos vivir en una simulación y creer en nuestra desvinculación de todas las cosas; podemos creer en nuestra soledad y sufrir las consecuencias de nuestra creencia.
            El lugar de cada hombre en el Espacio y en la Tierra varía de acuerdo a la conciencia de sus vínculos con todo lo demás (con Dios) y a su actuar en conformidad o no, con esa conciencia. En cada encarnación y después de ella, como resultado de sus acciones y sus logros (karma), el espíritu se va ubicando en una nueva posición. ¿Qué tan consciente soy de mis vínculos y qué hago con ellos? Son las preguntas que podría hacerse cada ser humano desde la perspectiva de Madero.
            Como ya vimos en Cada frontera 29-31, la conciencia que tenía Francisco de sus vínculos y su misión se la comunicó a su papá en la carta del 20 enero de 1909:

“Es bueno que sepas que entre los espíritus que pueblan el espacio existe una porción que se preocupa grandemente por la evolución de la humanidad, por su progreso, y cada vez que se prepara algún acontecimiento de importancia en cualquier parte del globo, encarna gran número de ellos, a fin de llevarlo adelante, a fin de salvar a tal o cual pueblo del yugo de la tiranía, del fanatismo, y darle la libertad, que es el medio más poderoso de que los pueblos progresen [...] Todo está listo ya; por medio de una paciente labor he logrado desarrollar las fuerzas de mi espíritu a fin de no flaquear en el momento supremo. Entre otras, he desarrollado la facilidad de recibir la inspiración por medio de la mediumnidad. Gracias a esto he logrado escribir un libro que hará aliarse (unirse) a mí, todos los que hayan venido a este mundo con la idea preconcebida de luchar, a todos los valientes soldados de la libertad que dejan su quieta mansión en el espacio, por venir a este mundo a impulsarlo, a libertar a millares de seres, a facilitar su evolución, a cumplir en esto con los designios Providenciales, a obrar de acuerdo con el Plan Divino”.[234]

Podemos ver en esa carta que Madero pensaba que su misión en la vida era dirigir la lucha contra la tiranía en México y realizarla junto con otros espíritus que también habían encarnado con el propósito de lograr la libertad del pueblo mexicano. Pensaba que en esa lucha debería mantenerse vinculado y bien comunicado con espíritus no encarnados que también estarían colaborando para la consecución del objetivo. Sabía además que en ese año 1909 y los siguientes se pondrían a prueba las fuerzas de su espíritu que había desarrollado en los 36 años de vida que llevaba.

La liberación de las ataduras y de la impotencia

Para Madero, la libertad es fundamental porque se refiere al gobierno de la vida. ¿Quién o qué gobierna mi vida? ¿El dinero que quiero obtener? ¿El poder que quiero ejercer? ¿El conocimiento que quiero desarrollar? ¿La belleza que quiero crear? ¿Las diversiones y los placeres que quiero experimentar? ¿El sexo? ¿La comida? ¿Las drogas? ¿La pereza? ¿Gobierna mi vida mi familia o mi esposa o mis hijos o mis padres o mis amigos o mi trabajo? ¿Qué tan libre soy respecto a todos ellos? ¿Soy yo el que decide qué hacer o son ellos? La idea que tiene Madero es que ser  libre (en el grado máximo) es ser gobernado por Dios y por nada ni nadie más. En este sentido, para ser libre el ser humano necesita liberarse de las otras ataduras que lo sujetan y gobiernan; liberado de ellas puede vivir de acuerdo con el Plan Divino, si así lo decide. Se trata de que el ser humano, a lo largo de su vida, vaya liberándose de sus ataduras y sea cada vez más dueño de sí mismo. De esta manera podrá disponer de sí y obrar como Dios quiere. A ese gran logro, Madero le llamaba también: subordinar la materia al espíritu.
            En este sentido entendió también la lucha por la libertad del pueblo mexicano: se trataba de que el pueblo adquiriera el poder de elegir a sus gobernantes. Eso era una parte muy importante de la elección de su modo de vida, porque el gobierno de un país da forma al modo de vida de los ciudadanos. Por ejemplo, la dictadura, para existir, necesitaba reducir a la impotencia a la mayoría de los mexicanos. Y las consecuencias del despojo del poder de los ciudadanos se describen muy bien en las Memorias de Victoriano Huerta: “He dicho que no había hombres en México y es la verdad: el señor general Díaz se había encargado de castrar a todos los hombres, de corromper a todo el que tenía alguna idea, a todo el que podía sobresalir un palmo de la , es decir, de la abyección y la ignominia”.[235] El modo de vida democrático, en cambio, requiere del desarrollo del poder de los ciudadanos como individuos y como miembros de toda clase de grupos. Requiere el desarrollo de la capacidad de pensar, de hablar y de realizar proyectos en común. Poder elegir a los gobernantes es parte del poder de elegir un modo de vida, de gobernar la propia vida.
            Madero, dentro de la dictadura, no adquirió la estatura obligatoria de la abyección y la ignominia, más bien creció en sentido contrario: empleó varios años de su vida en ir quitando sus ataduras y liberando su espíritu para ponerlo a disposición de la voluntad de Dios. La medida que usó para detectar qué tanto había desatado a su espíritu y qué tanto disponía de sí mismo, fue comprobar el grado en que su ser y su hacer se subordinaban a la lucha por el triunfo de la libertad en México. Esa subordinación lo hizo más fuerte y lo hizo cumplir con la medida que se puso. Esa fuerza que generó con su liberación se puede percibir en muchos aspectos de su vida:

            No cualquiera tiene la fuerza y la fe para formar un partido político nacional, y menos aún, en el lapso de un año, como lo hizo Francisco.
No cualquiera tiene la fuerza y la fe para enfrentar al dictador y posicionar a su partido como el más importante y decisivo de la sucesión presidencial. Hasta Ramón Prida, político porfirista y periodista, reconoció el valor de Francisco en esa coyuntura política de 1909-1910: “Era el único refugio, la única esperanza, el único hombre que se erguía en medio de tantos hombres arrodillados y la Nación resueltamente volvió la cara y se entregó por completo al señor Madero”.[236]
No cualquiera tiene la fuerza y la fe para desprenderse de toda la riqueza acumulada durante 16 años (600 mil pesos en su caso) e invertirla en una obra que beneficiaría a otros. Cuando asumió la Presidencia ya había gastado todo su dinero en la campaña electoral y en la revolución; y cuando murió no tenía ni bienes ni dinero qué heredar.[237]
No cualquiera tiene la fuerza y la fe para competir electoralmente con un dictador que lleva 30 años en el poder y que controla “el garrote” de la represión, el sistema electoral y todos los mecanismos de la votación.
No cualquiera tiene la fuerza y la fe para convocar a una revolución armada y recibir una respuesta rápida y efectiva de miles de seguidores que estuvieron dispuestos a arriesgar su vida y a matar por la tierra y la libertad.
No cualquiera tiene la fuerza y la fe para combatir el militarismo que él mismo había desatado, tanto revolucionario como conservador, poniendo así en riesgo total el gobierno que había conquistado con una aplastante victoria electoral.



El Reino de Dios

Madero siempre tuvo claro el sentido de sus acciones. Sabía cuál era la meta última y cómo el gran número de metas intermedias se relacionaban unas con otras de manera coherente. Nunca se puso una meta que fuera imposible lograr. Siempre se puso metas muy difíciles, pero realistas.
En su lucha por la libertad, aunque sabía que la meta última es la instauración del Reino de Dios (que cada ser humano viva consciente y voluntariamente el gobierno de Dios en su vida) no convocó a los mexicanos a pasar de la dictadura de Porfirio Díaz al Reino de Dios. La distancia entre los dos puntos era demasiado grande como para esperar llegar ahí de un salto. Ni siquiera pensaba que eso fuera posible para un individuo común, menos para un país. Él mismo, con su creencia en la reencarnación, pensaba que eran necesarias varias vidas para que un ser humano pudiera liberarse de todas las ataduras que le impiden convertir su ser en el Reino de Dios, de manera consciente y voluntaria.
Dentro de este contexto se entienden muy bien las palabras del espíritu llamado José. Al reconocer el paso más importante que dio Madero en su proceso de liberación, le dijo que había entrado ya al grupo de los que militan “bajo las gloriosas banderas de Jesús de Nazareth, de los que siempre han luchado, de los que han derramado sobre el mundo su amor, sus conocimientos, su sangre si ha sido necesario, para apresurar el reino de Dios, el reino de la justicia y del amor”.[238]
Francisco avanzó con firmeza de una meta a otra. Primero luchó para que el pueblo y no el gobernador fuera el que decidiera quién sería el presidente municipal de San Pedro de las Colonias; después luchó para que el pueblo y no el Presidente fuera el que decidiera quién sería el gobernador de Coahuila; después luchó para que el pueblo y no el Presidente fuera el que decidiera quién sería el vicepresidente de la República. En seguida luchó para que el pueblo fuera el que decidiera quién sería el Presidente de la República y de ahí todos los demás puestos de elección popular. Él iba paso a paso tanto en su aprendizaje como en el logro de las metas políticas que iba alcanzando junto con sus compatriotas. Y todo eso lo entendía como una pequeña parte del largo camino hacia el reino de Dios.

La libertad como conquista y como regalo

El centro de su tarea fue la libertad, por eso incluso a Porfirio Díaz le dio la opción de transitar pacíficamente a la democracia, presionándolo en los términos que él podía entender y aceptar, pero el general desechó la alternativa que se le ofrecía.
Francisco también le dio la oportunidad a todos los que habían sido beneficiados en el porfiriato de una manera arbitraria (la mayoría de hacendados y empresarios grandes) para que optaran por un comportamiento más justo, equitativo e incluyente. Lo único que tenían que hacer era reconocer y aceptar pacíficamente el nuevo poder de los anteriormente excluidos, el poder de los de abajo. Rechazaron esa opción porque creyeron que su fuerza era suficiente para acabar con el movimiento popular. Ceder algo les pareció que era un mensaje innecesario de debilidad y saldría muy caro. Pero les falló el cálculo, rechazar la opción que les presentó Madero los llevó a perder mucho más dinero y poder de lo que habían imaginado en sus pesadillas. Sabotearon y rechazaron al que les presentó una solución viable y como resultado el país se hundió en un profundo caos
Madero también le dio la oportunidad al ejército porfirista de convertirse en un ejército republicano e institucional, pero unos cuantos generales ofuscados y sin visión nacional, en alianza con el embajador de Estados Unidos, impidieron que se realizara esta opción. La consecuencia de ello fue que el ejército porfirista quedó destruido un año después. Los viejos oficiales y soldados quedaron a la deriva mendigando reconocimiento de antigüedad y de servicios. Muy pocos lograron ese reconocimiento.
Con la destrucción de la dictadura de Porfirio Díaz aumentó el poder de cada mexicano. Esa fue la gran aportación de Madero. La dictadura eliminaba opciones y generalmente le dejaba a la gente: la impotencia o la muerte. Después de la revolución aumentaron las opciones y disminuyó la soledad y la impotencia. De Madero en adelante ningún gobierno pudo prescindir del apoyo de las masas que se organizaban más y más con el paso del tiempo.
Francisco logró iniciar una redefinición de la identidad nacional. Vivió a México como una apasionante construcción espiritual, pero no logró que los nuevos vínculos entre los mexicanos fueran los de una unidad democrática: una unidad de hombres libres.
Los indios, los campesinos, los obreros, los pobres siguieron siendo considerados como los adversarios a los que había que restringirles su libertad, controlar y vencer. Los nuevos gobernantes pudieron lograr un buen control de los de abajo, pero para ello tuvieron que hacer concesiones: repartir grandes extensiones de tierra y modificar las condiciones y contratos de trabajo. Incluso se llegó a expropiar y nacionalizar el petróleo como manera de hacer cumplir una resolución legal a favor de los obreros petroleros en huelga.
Hoy es necesaria una reconformación de la identidad nacional, una formación de nuevos vínculos entre los mexicanos. Las formas de relación anteriores se agotaron y se van rompiendo. La violencia generalizada que estamos viviendo actualmente es una expresión de ello. Se tienen que descubrir las maneras apropiadas de luchar por la libertad.

Las armas siguieron imponiéndose sobre los votos y a las palabras

El militarismo que desencadenó Madero con la revolución fue un problema que él no pudo superar, pero tampoco lo pudieron resolver los Presidentes que le sucedieron. Fue tan difícil de solucionar que sólo hasta 1935 dejó de ser un problema serio. Hasta esa fecha la Presidencia de la República dependió de la decisión que tomara el ejército. Las armas entraban en juego para conseguir la victoria. Ese año el Presidente Lázaro Cárdenas expulsó del país a Plutarco Elías Calles, el “Jefe Máximo” de México con el respaldo del ejército y de las organizaciones de obreros y campesinos. La decisión y el apoyo del ejército fueron fundamentales en la resolución del conflicto entre el Presidente y el “Jefe Máximo”.
            El trayecto hacia la institucionalización del presidencialismo y la no reelección, fue largo y complicado.
Victoriano Huerta acusó a Madero de ser un gobernante débil e incapaz de reestablecer la paz y el orden. Lo apresó y asesinó para ocupar su lugar y mostrar que él era el hombre fuerte que sí sabía gobernar como lo requería el país. Lo único que logró fue generar una guerra civil y expandir la violencia a todo México. La economía se desquició, el ejército quedó destruido y el poder se dispersó entre un montón de cabecillas revolucionarios. El gobierno de Victoriano Huerta fue la respuesta a los gritos que lanzaron contra Madero los intelectuales y la “gente distinguida, elegante y decente”. Todos ellos se alegraron de que cayera el “inepto” de Madero, pero el general Huerta que imaginaron en sus fantasías nostálgicas terminó siendo un promotor del horror y el caos.
.El reyista gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, días antes del cuartelazo del general Bernardo Reyes y Félix Díaz, y seguramente en coordinación con ellos, dispuso ilegalmente de tropas pagadas por la federación contraviniendo órdenes expresas y tajantes del Presidente Madero. Él, se rebeló contra el gobierno de Madero, pero el “azar” terminó permitiéndole que se apropiara de la bandera de la legalidad. El reyista Carranza, sin pensarlo ni imaginarlo días antes en su rebelión contra Madero, de repente se encontró en la muy conveniente posición de desconocer al gobierno ilegítimo de Victoriano Huerta y de convertirse en el “Primer Jefe” del ejército constitucionalista. De conspirador y trasgresor de la ley pasó a ser el defensor de la Constitución.
Gracias a su incapacidad política y a su voluntad de aferrarse irracionalmente al poder, contribuyó decisivamente a que en vez de que la guerra civil terminara en 1914, llegara a su fin en 1920 con su asesinato. Tuvo la pretensión de prolongarse en el poder y de derrotar burocráticamente al invicto general Obregón (al número uno del ejército revolucionario). Sucedió que los decretos de escritorio de don Venustiano no pudieron derrotar a los cañones y ametralladoras de Obregón.
Venustiano Carranza nunca se tentó la cabeza ni el corazón para ordenar la muerte de muchos adversarios (entre ellos los generales Emiliano Zapata y Felipe Ángeles).[239] Eso no evitó que los militares acabaran con su gobierno y lo mataran. El montón de fusilados no lo hizo más fuerte que Madero, los militares acabaron con él aprovechando la oportunidad de la sucesión presidencial de 1920. Carranza quiso imponer a un títere sin haber reconocido nunca que él había sido un títere útil para los militares más importantes. Y se deshicieron de él cuando dejó de ser útil y se imaginó como el titiritero.
Alvaro Obregón quiso repetir la hazaña de don Porfirio. Al terminar su mandato, impuso como Presidente a su amigo el general Plutarco Elías Calles (el equivalente al general Manuel González en el caso de don Porfirio). Cuatro años después, Obregón, atacando uno de los aspectos esenciales de la revolución maderista, cambió la Constitución y se reeligió como Presidente. Pero no pudo tomar posesión de su cargo, murió asesinado por el artista católico, León Toral, y quizás por varios pistoleros más.
Plutarco Elías Calles que ya había llegado a la Presidencia después de acabar con la rebelión encabezada por su amigo, el ex-presidente Adolfo de la Huerta, se prolongó en el poder como Jefe Máximo después de aplastar la rebelión del general Escobar. Los presidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez tuvieron el poder nominal, el poder real lo tuvo Calles.
Madero no pudo acabar con el militarismo a pesar de que empeñó en ello su vida y su gobierno. La tragedia que se desató después de su asesinato mostró que valía la pena arriesgarlo todo, incluso la Presidencia, con el fin de que la gente conservara y aumentara el valor de su voto, de su palabra y de su organización civil. En ese intento cometió varios errores, pero Estados Unidos se encargó de hacer que esos errores fueran decisivos. Nadie más podía impedir la rectificación en aquel momento. Sin Estados Unidos esos errores, muy probablemente, se habrían corregido. Pero no se puede pensar a México sin Estados Unidos. Su fuerza y sus intereses son un factor muy importante para la determinación de lo que aquí sucede.

El problema espiritual de matar seres humanos

Madero siempre responsabilizó a Porfirio Díaz de la revolución. Varias veces le advirtió que su cerrazón política conduciría a una indeseable violencia. Convocó al levantamiento armado porque le pareció la manera más oportuna y adecuada de proteger a sus seguidores y de acabar con la dictadura.
Nada era más ajeno a sus convicciones y a su manera de ser que matar, por eso uno esperaría encontrar una reflexión más profunda y detallada sobre la manera en que resolvió ese conflicto tan importante. Pero, no lo hizo. Al parecer consideró que en la situación imperante con don Porfirio era suficiente el objetivo de la libertad y de la democracia, para justificar la rebelión armada.
Antes de participar en los combates de Chihuahua meditó mucho en el Bhagavad gita. Y uno podría imaginar que leyó ese libro porque se identificó con el príncipe Arjuna que se negaba a participar en una batalla contra sus parientes. Matar a cualquiera de ellos le parecía un crimen imperdonable. Krishna tuvo que intervenir y convencerlo para que cumpliera con sus deberes de guerrero. Para ello minimizó el hecho de la muerte y explicó que el espíritu de cada hombre es indestructible: “Como el hombre deja los vestidos viejos para tomar otros nuevos, así el espíritu abandona los cuerpos viejos y se interna en los nuevos. Ni le hieren las armas, ni le quema el fuego, ni le mojan las aguas, ni le marchitan los vientos, invulnerable es”.[240]
Pero Madero no leyó ese libro por identificarse con el debate moral de Arjuna ni justificó como Krishna los muertos que producirá la guerra. Francisco más bien orientó su interpretación de ese episodio del Gita en función de la lucha de la naturaleza superior del hombre contra su naturaleza inferior. Y sólo cuando llegó al capítulo quinto escribió algo explícitamente relacionado con la revolución a la que había convocado y en la que participaría activamente:

“Renuncia de las obras. Krishna dice que aunque por ese medio se llega también a la suprema bienaventuranza, es preferible el yoga por medio de la acción. (versículo 10). Ejemplo: un hombre va a la guerra en cumplimiento de un deber sagrado, cuando se trata de alguna lucha justa y necesaria, no es culpable porque en ella mate a alguien”[241]

Eso es todo, después ya no vuelve a referirse al hecho de matar en la guerra. Sin embargo, el asunto no estaba resuelto. Todo mundo se dio cuenta que Madero evitó matar todas las veces que pudo hacerlo. Basta observar su comportamiento en la revolución y en las sublevaciones militares posteriores, para concluir que, en la práctica, cada muerte lo perturbaba y sólo imaginarla saliendo de su cabeza y de sus manos, le provocaba repulsión. Esto sugiere que los muertos de la revolución fueron un conflicto no resuelto.
El Partido Católico Nacional como fruto indirecto de la revolución maderista

Los liberales excluyeron a la Iglesia Católica de la política porque la derrotaron en la Guerra de la Reforma y en la Guerra contra la Intervención Francesa. La identificaron como una institución que se oponía a la independencia, a la soberanía nacional y al desarrollo del mercado interno. Con la dictadura de Porfirio Díaz, sin embargo, la Iglesia llegó a una coexistencia pacífica con el gobierno.
Por su lado, la revolución maderista estimuló a los católicos para que buscaran y encontraran el lugar que querían ocupar en el México del siglo XX. Los católicos de entonces también tuvieron la oportunidad de ejercer su libertad en nuevas condiciones y con nuevas opciones, pero, al parecer, se equivocaron de nuevo en su quehacer.
            Uno de los errores que cometieron fue fundar un partido con el nombre católico porque generó un severo problema de identidad. La existencia del Partido Católico Nacional, por sí mismo y de manera injustificada, descalificaba a muchísimos católicos que pertenecían a otros partidos. Además, al adoptar el nombre de “católico”, hacía creer a toda la gente que la postura del partido ante un problema determinado era la postura de todos los católicos. Pero la realidad no era así.
            El principal promotor del Partido Católico fue el arzobispo de México, José Mora y del Río. Unos cuantos arzobispos y obispos de la región centro lo apoyaron en la creación de la organización, pero la mayoría de los obispos no apoyaron al partido. Eso mostró que el partido no era el partido de los católicos sino de algunos católicos. Ese simple hecho debió ser suficiente para que el partido no adoptara el nombre de “católico”.[242]
El apoyo desigual de los obispos se tradujo en la cantidad de votos que el partido ganó en las diferentes regiones. En el norte y el sur del país, donde los obispos no apoyaron, el Partido Católico no ganó ni diputaciones ni gubernaturas, en la región centro-occidente tuvo muchos votos.
            Como el Partido Católico se opuso a la política electoral y social de Madero se llegó a la conclusión de que los católicos estaban en contra de Madero, pero en realidad la mayoría lo apoyó.
            Un error complementario y que siguió la misma lógica que el anterior fue la existencia de “periódicos católicos”. “El País. Periódico Católico” (ese era su nombre completo) fue notable por su oposición al gobierno de Madero al que difamó con lo que pudo. Esa identificación injusta de las opiniones de un periódico con las opiniones de “los católicos” no le vino nada bien a los católicos.
            Parte del absurdo del uso de la palabra “católico” fue que El País. Periódico Católico se negó a ser vocero del Partido Católico. ¿Cuál de los dos representaba entonces a los católicos? De hecho ni el partido, ni el periódico representaban a la mayoría de los católicos, pero los no católicos creyeron que sí los representaba.
El arzobispo de México y los dirigentes del Partido Católico se opusieron a Madero y apoyaron al general Huerta. Combatieron al que les había dado una nueva libertad y respaldaron al que los llevó a la ruina. Huerta terminó por suprimir al partido y a la prensa católica, porque su política era incompatible con la libertad de palabra y con la libertad de asociación. Esos católicos rompieron con Huerta, pero demasiado tarde, ya no les sirvió de gran cosa porque, de manera complementaria, de principio a fin fueron enemigos de los constitucionalistas. Así que cuando los constitucionalistas derrotaron al gobierno de Huerta, todos los arzobispos y muchos obispos abandonaron México por temor a las represalias.
El historiador Luis Medina Ascencio S.J. calcula que unos 300 miembros prominentes del clero dejaron el país a mediados de 1914. Percibieron que con los nuevos revolucionarios México ya no era un lugar seguro para ellos. La política que instrumentaron con Madero y Huerta los llevó a quedarse sin lugar.[243]
El enfrentamiento de la jerarquía eclesiástica contra el nuevo gobierno adquirió un nuevo carácter cuando se opuso abiertamente a la Constitución Mexicana de 1917, oposición que culminó con la Guerra Cristera de 1926-1929. Pero con esa guerra no ganaron nada: no se modificaron los artículos de la Constitución que rechazaban y se les prohibió intervenir en la política nacional.
El papel de la Iglesia Católica en la vida nacional fue y sigue siendo un asunto muy polémico. La manera en que la Iglesia ha unido espiritualidad y política ha generado mucha oposición o, si se prefiere, poco consenso.

El grado en que Francisco cumplió con los espíritus

Francisco I. Madero siguió en contacto con los espíritus, pero ya no por escrito, sino mentalmente. Los espíritus no quisieron que Francisco escribiera los comunicados relacionados con la política (que probablemente abundaron de 1909 en adelante) y pensaron que la comunicación de mente a mente era más rápida y efectiva.
            Podemos suponer que Madero siguió utilizando el criterio de aceptar sólo aquellos comunicados que le parecieran convincentes y racionales. También podemos imaginar que la comunicación entre ellos pudo suspenderse a veces, como sucedió anteriormente, por falta de sintonía: debida a tensiones, cansancio o mala disposición.
            Si comparamos lo que acordó con los espíritus de Raúl y José con lo que sucedió después, vemos que se cumplió lo esencial: Madero se convirtió en el líder de la lucha contra la dictadura y pudo vencer a Porfirio Díaz e inaugurar una nueva era política y social para México.
            Hubo cosas que los espíritus le dijeron y no sucedieron, como el hecho de que su Manual Espírita sería un éxito editorial semejante al que tendría con el libro de La sucesión presidencial.
            Hay otros comunicados que hacen pensar que no sucedió lo que querían los espíritus porque Madero no cumplió con su parte. Por ejemplo, después de que Madero supuestamente ya había logrado la subordinación de la materia a su espíritu, que ya había logrado liberarse de ataduras importantes, el espíritu de Raúl le aseguró que reencarnaría como su segundo hijo. Pero el requisito era esa victoria sobre la materia que después se puso en duda y después se señaló como obtenida con retraso. El caso es que Madero murió sin haber tenido hijos.
            Esa victoria del espíritu de Madero, sin retrasos y a tiempo, estaba relacionada con la paternidad y con el tamaño del triunfo contra la dictadura. José le había advertido:

“Ya sabes, tus retardos, tus faltas, no te desviarán de la misión que tienes que cumplir, pero harán que el éxito sea inmensamente menor, pues lo que hagas en este año, será la base de tu destino, será la base sobre la cual descansará tu obra, y la que le dé su colorido definitivo.
            [...] En caso de que tu esfuerzo no sea tan vigoroso y tan bien dirigido, también recogerás una corona, pero será la de espinas, la de los mártires, la de aquellos que lucharon con un enemigo que no pudieron vencer, pero que siquiera tuvieron la dicha de derramar su sangre por el triunfo de su causa”.[244]

En esos diálogos de 1907 se suponía que el triunfo de Madero sería vigoroso y por eso viviría más años de los que vivió y que si no sucedió así, al parecer, fue por faltas y retardos que no fueron especificados.
Obviamente Madero sí cumplió con la misión que se especifica en los comunicados de los espíritus. Lo que queda medio indefinido fue el grado de su cumplimiento. Porque la muerte de Francisco se puede interpretar desde la mencionada advertencia de José acerca de que las faltas y retrasos de Francisco lo llevarían a tener una corona de espinas o desde el comunicado de Raúl en el que le dice: “tendrás siempre a mano el último recurso; el de morir valientemente por tu causa, el de regar con tu sangre el eterno árbol de la libertad”.[245]


[1] Inicia su participación política en octubre de 1904 en las elecciones municipales de San Pedro de las Colonias, Coahuila, y termina con su asesinato político en febrero de 1913.
[2] Alfonso Taracena, Francisco I. Madero,Editorial Porrúa, México (Sepan Cuantos No.232), 1973, p.22
[3] Ibid. p.25
[4] Ibid. p.27
[5] Stanley R. Ross, Francisco I. Madero. Apóstol de la democracia mexicana, Biografías Gandeza, México, 1959, pp.45-46
[6] Recordemos que el secretario de Gobernación y vicepresidente Ramón Corral, era hombre de Yves Limantour, secretario de Hacienda, y el político más influyente en las dos últimas décadas del porfiriato.
[7] Charles C. Cumberland, Madero y la Revolución Mexicana, Siglo XXI, México, 1977, p.56
[8] Madero, Epistolario (1900-1909), Ediciones de la Secretaría de Hacienda, México, 1963, Op.Cit. p.147
[9] Juan Sánchez Azcona et al, Tres revolucionarios, tres testimonios. Tomo I. Madero. Villa,  Editorial Offset, México (Colección biografía), 1986, p .33
[10] Francisco Vázquez Gómez, Memorias Políticas 1909-1913, Universidad Iberoamericana, Ediciones El Caballito, México, 1933 (1ª ed.), p. 57
[11] Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910, Editorial Offset, México, 1985, pp.314-315
[12] Francisco Vázquez, Op.Cit. p.56
[13] Esta idea queda muy clara en la correspondencia de Madero del primer semestre de 1909. Véase Francisco I Madero, Epistolario (1900-1909), Ediciones de la Secretaría de Hacienda, México, 1963.
[14] Véase Francisco I. Madero, Epistolario (1900-1909), p.223
[15] Ibid. p. 356
[16] Véase, Taracena, Op.Cit. p.87 (ahí dice también que Iglesias C. no quería alterar su tranquilidad)
[17] Vázquez Gómez, Op.Cit. p.20
[18] Roque Estrada, La revolución y Francisco I Madero, Talleres de la Imprenta Americana, Guadalajara, 1912, p.91
[19] Francisco I. Madero, Epistolario (1900-1909), Op.Cit. p. 435
[20] Alfonso Taracena, La verdadera revolución Mexicana, Primera Etapa (1901 a 1913), Editorial Jus, México, 1960, p. 96
[21] Roque Estrada, Op.Cit. p.174
[22] A esa convención del Partido Reeleccionista asistió el senador Venustiano Carranza.
[23] Moisés Hernández Molina, Los Partidos Políticos en México, 1892-1913, Editorial José M. Cajica, Puebla, 1970, pp.164-165
[24] Alfonso Taracena, Francisco I. Madero, Op.Cit. p. 86
[25] Ibid. p.91
[26] Cumberland, Op.Cit. p.83
[27] Gabriella de Beer, Luis Cabrera. Un intelectual en la Revolución Mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p. 47
[28] Ross, Op.Cit. p. 76
[29] Ibid. p.77
[30] Alfonso Reyes, Oración del 9 de febrero, Editorial Era, México, 1963, p.13
[31] Idem.
[32] Véase, Luis Barrón, Carranza. El último reformista porfiriano, Tusquets Editores, México, 2009, p.90
[33] Madero, Epistolario, Op.Cit. p. 421
[34] Una muestra del servilismo de don Venustiano con Porfirio Díaz es la carta que le escribió el 25 de marzo de 1909 a propósito de las actividades de Francisco I. Madero: “Con mi carácter de representante de los intereses del Estado de Coahuila en la importante cuestión que ahora se ventila en el Ministerio de Fomento, sobre el reparto del las aguas del río Nazas …  he arreglado entre los rivereños que se le retire la representación que en él tiene el señor Francisco I. Madero, quien pudiera aprovechar esta circunstancia para agregar un nuevo elemento en la campaña que contra el Gobierno de Usted tiene emprendida y que se ha hecho pública por su libro titulado La Sucesión Presidencial. Espero que esta labor será de la respetable aprobación de usted, a la vez que servirá de prueba de mi invariable adhesión a la buena marcha de su Gobierno, hoy criticada por persona de ninguna significación política”. Véase, Taracena, La Verdadera Revolución, Op.Cit. p.74 Hay que tomar en cuenta que en marzo don Venustiano ya había recibido el apoyo de Madero y se suponía que eran aliados políticos.
[35] Alfonso Junco, Carranza y los orígenes de su rebelión, Editorial Jus, Méjico, 1935 (2ª Ed. 1955), p.223
[36] Francisco I. Madero, Epistolario, Op.Cit. p. 298
[37] Ibid., p. 303
[38] Ibid., p. 293
[39] Adrián Aguirre Benavides, Madero Inmaculado. Historia de la revolución de 1910, Editorial Diana, México, 1962, p.359
[40] Taracena, Francisco I. Madero, Op.Cit. p.96. Vasconcelos se quedó en el partido.
[41] Para esta gira de Madero puede consultarse a Cumberland, Op.Cit. pp.106-113
[42] Véase Francisco Vázquez Gómez, Op.Cit. pp. 28 y 31
[43] Véase María Elena Sodi de Pallares, Teodoro A. Dehesa. Una época un hombre, Editorial Citlaltepetl, México, 1959, p. 178. Ahí se relata que Madero le preguntó si aceptaría que el Partido Antirreeleccionista lo propusiera como candidato a la vicepresidencia siendo Porfirio Díaz el candidato a la Presidencia. Fue en esa reunión cuando Dehesa se interesó en concertar la reunión Díaz-Madero que se efectuó el 16 de abril, cuando ya Madero era el candidato presidencial.
[44] Francisco I. Madero, Epistolario (1910), Ediciones de la Secretaría de Hacienda, México, 1966, p.55
[45] El texto es un extracto de una carta a su madre, la señora Mercedes González de Madero, el 18 de abril de 1910 y aparece en el Epistolario (1910), Op.Cit. p.123. La referencia a la orden de aprehensión contra Madero es por robo de guayule. Debía ejecutarse el 17 de abril, pero el licenciado Adrián Aguirre Benavides logró comunicar a tiempo las resoluciones judiciales que demostraban la inocencia de Madero y por intervención de Limantour quedó sin efecto esa orden de aprehensión. Madero pudo así presentarse en la convención el 17 de abril y pronunciar su discurso de aceptación. Existen otras versiones de por qué esta orden de aprehensión no se ejecutó. Unos la atribuyen a la intervención del general Félix Díaz.
[46] Adrián Aguirre, Op.Cit. p.128
[47] Discurso del 22 de mayo de 1910, Ross, Op.Cit. p.104
[48] Francisco I. Madero, Epistolario (1910), Op.Cit. p.161
[49] En ese contexto represivo, el presidente del Partido Nacional Antirreleeccionista, Lic. Emilio Vázquez Gómez volvió a expresar públicamente su apoyo a la reelección de Porfirio Díaz, para indignación de todos los clubes políticos del partido. Madero intervino para dejar en claro que esa era la opinión personalísima del Lic. Vázquez, no la de él ni la del partido. Ibid. p. 29
[50] Ibid. pp. 179-180
[51] María Elena Sodi, Op.Cit. p.185
[52] Francisco Vázquez Gómez, Op.Cit. p.49-50
[53] Madero, Epistolario (1910), Op.Cit. p. 243
[54] Carta de Dehesa a Limantour, 14 de noviembre de 1911, en María Elena Sodi, Op.Cit. p.206
[55] Véase, Jesús Luna, La carrera pública de don Ramón Corral, Secretaría de Educación Pública, México (SepSetentas No.187), 1975, pp.148-149. Hay referencia a más Estados, pero en todos los casos la información es sobre las distintas formas en que se realizó el fraude electoral.
[56] Véase, Federico González Garza, La Revolución Mexicana. Mi contribución político-literaria, A. del Bosque Impresor, México, 1936, p.160
[57] http://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_federales_de_M%C3%A9xico_de_1910 . Hay que tomar en cuenta que cada voto electoral representaba el voto de 500 ciudadanos. O sea, cada una de esas cifras tiene que multiplicarse por 500 para obtener el total de la votación ciudadana.
[58] Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la revolución, Editorial Nacional, México, 1952, p.397
[59] Ross, Op.Cit. p.109
[60] Cumberland, Op.Cit. p.137
[61] Madero, La sucesión, Op.Cit. pp. 298-299
[62] Jesús Silva Herzog, De la historia de México 1810-1938, documentos fundamentales, ensayos y opiniones, Siglo XXI, México, 1980, pp.170-176
[63] Los datos sobre Cortés y la cita de Fernando de Alva están tomados de J.M.G.Le Clézio, El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, Fondo de Cultura Económica, México (Colección Popular No.466), 1992, pp. 14 y 57
[64] Véase Maria Elena Sodi, Op.Cit. p.206
[65] Incluso Porfirio Díaz y sus rebeldes tardaron más de diez meses en derrocar al Presidente Sebastián Lerdo de Tejada en 1876 por la debilidad de unos y otros. En este sentido, el papá de Limantour le escribió a su hijo el 15 de junio de 1876 comentándole la Revolución de Tuxtepec: “La revolución sigue igual. Se piensa que durará largo tiempo pues el gobierno no tiene suficiente fuerza para destruir a los pronunciados y estos, por su lado, no cuentan  con los recursos para derrocar al gobierno”, véase Alfonso de Maria y Campos “Porfirianos prominentes: orígenes y años de juventud de ocho integrantes del grupo de los científicos, 1846-1876” en: Historia Mexicana, Vol.XXXIV, num.4, abril-junio, 1985, p.640
[66] Roque Estrada expone una descripción detallada de ese primer gran fracaso militar de Madero en las pp. 334-342 de su libro ya citado anteriormente.
[67] Francisco Vázquez, Op.Cit. pp. 59-60
[68] Madero no lo dijo, pero me parece significativo que convocara a la rebelión el 20 de noviembre, justo el mismo día en que el Presidente Lerdo de Tejada abandonó la ciudad de México al saberse derrotado por los partidarios del general Díaz. De esta manera, sobre el aniversario de la victoria de Porfirio se instaló el aniversario del inicio de su derrota. El día 20 de noviembre cambió de significado.
[69] Se puede encontrar información sobre la vida y hechos de don Abraham González Casavantes en: http://www.tamaulipasenlinea.com/newsmanager/templates/nota.aspx?articleid=43121&zoneid=7; http://www.eldiariodechihuahua.com.mx/notas.php?IDNOTA=190791&IDSECCION=P%E1ginas%20de%20la%20Historia&IDREPORTERO=De%20la%20Redacci%F3n; y es.wikipedia.org/.../Abraham_González_Casavantes;
[70] Michael C. Meyer, Pascual Orozco y la Revolución, UNAM, México, 1984, p.23
[71] Roque Estrada, Op.Cit. p.328 dice que Madero le dio a A.González cinco mil pesos para la revolución.
[72] Silvestre Terrazas, El verdadero Pancho Villa, Ediciones Era, México, 1985, pp. 21-22
[73] Michael C. Meyer, Pascual Orozco y la Revolución, UNAM, México, 1984, pp.29-32
[74] Adrián Aguirre, Op.Cit. p.240. La referida entrevista fue en abril de 1911.
[75] Ibid. pp. 167-168. Katz escribe que Villa fue elegido como jefe militar por los participantes en una junta del Partido Antirreeleccionista, la madrugada del 20 de noviembre en el rancho La Cueva Pinta, en las montañas de la sierra Azul, Friederich Katz, Pancho Villa, Editorial Era, México, 1998,  p.83
[76] Ramón Puente, “Francisco Villa”, en: Tres revolucionarios, Op. Cit. p.143
[77] Silvestre Terrazas, Op.Cit. pp. 24-25
[78] Roque Estrada, Op.Cit. p.347
[79] Ibid. p. 351
[80] Bulnes, Op.Cit. p.398
[81] Madero, Epistolario (1910), Op.Cit. p.316
[82] Ibid. p.319
[83] Beals, Op.Cit. p. 449
[84] Friedrich Katz, De Díaz a Madero. Orígenes y estallido de la Revolución Mexicana, Ediciones Era, México, 2004, p. 68
[85] Ibid. pp.68-69
[86] Katz, Pancho Villa, Op.Cit. p.101
[87] Carta citada por Katz, Pancho Villa, Op.Cit. p.107
[88] Los 300 hombres mal armados que habían atacado esa ciudad industrial de 15 mil habitantes, dirigidos por el operario de tranvías José Agustín Castro, fueron perseguidos por tropas federales de Torreón y tras refugiarse en la sierra se dispersaron. Véase: Pedro Salmerón Sanginés, “Benjamín Argumedo y los colorados de La Laguna”, en: http://www.iih.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc28/334.html.
[89] Madero, Epistolario (1910), Op.Cit., p.329
[90] Adrián Aguirre, Op.Cit. p.192
[91] Francisco I. Madero, “Pensamientos para el trabajo sobre el Bhagavad Gita”, en: La revolución espiritual de Madero. Documentos inéditos y poco conocidos, Gobierno del Estado de Quintana Roo, México, 2000, pp.435 y 440
[92] Ibid. p.420
[93] Katz, Pancho Villa, Op.Cit., p.117
[94] Ibid. p.116
[95] Véase, Cumberland, Op.Cit. p.155; Ross, Op.Cit. pp.143-144; Meyer, Op.Cit. p.41
[96] Katz, Pancho Villa, Op.Cit. p.118
[97] Véase Taracena, La verdadera... Op.Cit. p.127. Estas cifras, más que nada, nos muestran la creencia de Madero acerca de sus fuerzas militares, basada en los informes que le llegaban, pero hay que tomar en cuenta que al finalizar la revolución, en Sonora, por ejemplo, no alcanzaron a llegar a 2,000 los alzados y Madero está calculando 4,000. En el sitio a Ciudad Juárez utilizó a 2,500 combatientes y es dudoso que otros 2,500 anduvieran desparramados por Chihuahua aunque no sea una cifra descartable.
[98] Véase a Jesús Vargas Valdés, “El general Pascual Orozco (Parte II)” en: La fragua de los tiempos No.836, 18 de octubre de 2009. http://www2.uacj.mx/uehs/Publicaciones/Fragua%20836.pdf.
[99] A los magonistas se les identificaba porque en su sombrero llevaban un listón blanco que decía: “TIERRA y JUSTICIA”. Este desarme se realizó el 15 de abril de 1911.
[100] Katz, Pancho Villa, Op.Cit. p.125. La información sobre la reorganización del Ejército Libertador también está tomada de este libro.
[101] Toda esta información sobre Villa está tomada de la biografía citada de Katz en las pp.100, 122 y 123.
[102] Véase M. Calero, Un Decenio de Política Mexicana, Edición del autor, New York, 1920, pp.41-43
[103] Carta de Limantour a Díaz, París, 5 de diciembre de 1910, Archivo de Porfirio Díaz, leg. 36
[104] Ibid. p.41
[105] Beals, Op.Cit. p.459
[106] Para la situación de don Porfirio y su ejécito véase Calero, Op.Cit. p.38 y Beals, Op.Cit. pp.459-60
[107] Calero, Op.Cit. p.44
[108] Véase Francisco Vázquez G., Op.Cit. pp.98-100
[109]  Carlos Serrano, "Documentos auténticos para la historia de México", Excelsior, México, 27 de julio de 1945; carta de Limantour a Demetrio Sodi, fechada en París a 12 de marzo de 1913.
[110] Citado por Marta Baranda, “José Ives Limantour juzgado por figuras claves del porfiriato”, en: Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 9, 1983, p. 97-136.
[111] Cumberland, Op.Cit. p.160
[112] Citado por Aguirre Benavides, Op.Cit. pp.241-242
[113] Esta afirmación de que el miedo a la anarquía es un motivo de Madero para llegar a una transacción con el gobierno, no invalida el que también viera la transacción como un medio de encaminarse a una política que por primera vez fuera en verdad incluyente. México debía ser para todos los mexicanos.
[114] Don Evaristo Madero, abuelo de Francisco, murió el 6 de abril de 1911, días antes celebró eufóricamente el cambio de gabinete de Porfirio Díaz: “¡Bravo! ¡Viva Panchito! ¡Este es un triunfo para Pancho!”. Véase, Taracena, Francisco I. Madero, Op.Cit. p.125. La muerte de don Evaristo motivó a la esposa de Madero a trasladarse a Ciudad Juárez y acompañarlo en un momento como ese.
[115] Roque Estrada, Op.Cit., p.414
[116] Toribio Esquivel Obregón, Democracia y personalismo, Imprenta Carranza e Hijos, México, 1911, citado por Francisco Vázquez, Op.Cit., p.234
[117] Francisco Vázquez Gómez, Op.Cit., p.137. El estar comprometido para Madero significaba haber dado su palabra acerca de algo y, por ello, estar obligado a cumplirla.
[118] Ibid., p.136
[119] Ibid. p.137
[120] Gustavo A. Madero, Epistolario, Editorial Diana, 1991, pp. 157-158
[121] Francisco Vázquez, Op.Cit., p.153
[122] Ross, Op.Cit., p.159
[123] Uno de los motivos que tenía Madero para suspender el ataque es que creía que todavía estaba vigente el armisticio, pero cuando se enteró que no era así aceptó con mayor facilidad que prosiguiera el combate.
[124] El relato de lo que pasó en esa junta es de Francisco de P. Sentíes y aparece citado en María Elena Sodi, Op.Cit. pp. 218-223
[125] Jesús Luna, Op.Cit. p.160
[126] Katz, Pancho Villa, Op.Cit., p.138
[127] Lo que aquí se dice de Carranza puede consultarse en los libros citados de Francisco Vázquez Gómez, Federico González Garza, Alfonso Taracena, Alfonso Junco, etc.
[128] Cumberland, Op.Cit. p.167
[129] El 10 de octubre de 1911, Madero declaró que hubo momentos en que pedir que Limantour se retirara del gabinete significaba romper las negociaciones de paz y que por eso se opuso a su exclusión, y que después, cuando lo consideró oportuno aprobó la exclusión.
[130] Vázquez Gómez, Op.Cit., p. 218
[131] Ibid. p.219
[132] Ibid. p.259
[133] Aguirre Benavides, Op.Cit. pp. 283-288
[134] Angel Taracena, Porfirio Díaz, su vida, su obra, su época, Editorial Jus, México,1983,  pp.341-342
[135] María Ángeles González et. Al, Y por todos habló la revolución, Editorial Limusa, México, 1985, p.63
[136] Jesús Luna, La carrera pública de don Ramón Corral, SepSetentas, México, 1975, p.158
[137] Dicho por Sentíes y citado por María Elena Sodi, Op.Cit., p.223
[138] http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/madero/41.html
[139] González Garza, Op.Cit., p.472
[140] Vázquez Gómez, Op.Cit., p.261
[141] Para la carta a Limantour véase: http://www.memoriapoliticademexico.org/Biografias/LBF63.html
[142] Citado por Katz, Pancho Villa, Op.Cit., p.143
[143] Ibid. p.144
[144] Esta cita y los datos de los dos párrafos anteriores, están tomados de Francisco R. Almada, Vida, proceso y muerte de Abraham González, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (Secretaría de Gobernación), México, 1967,  pp.54-55
[145] Ross, Op.Cit. p.180
[146] John Womack jr., Zapata y la revolución mexicana, Siglo XXI, México, 1969, p. 93
[147] Ibid., p.94
[148] Ibid. p.96
[149] Francisco Vázquez, Op.Cit. p.317. Esta cita suena tendenciosa contra Madero, para ponerlo mal.
[150] Para los conflictos entre maderistas en Puebla, ver: http://www.bibliojuridica.org/libros/6/2708/8.pdf
[151] Ibid. p.329. Toda la información del complot de puebla está tomada de Vázquez Gómez y a ese incidente le dedica las páginas 311 a 347
[152] Ibid. p.330
[153] De hecho en varios Estados había problema con los revolucionarios porque desde el 30 de junio el gobierno no tenía dinero para pagar salarios, ya que el presupuesto federal del año no había asignado más recursos para este rubro. La situación burocrática, entonces, complicaba más las cosas.
[154] Womack, Op.Cit., p. 105
[155] Ibid. p.109
[156] Ibid. p.117
[157] Ibid. p.118
[158] Ibid. p.119
[159] Taracena, Biografía de Francisco I. Madero, Op.Cit., p.130
[160] Este y los siguientes párrafos del manifiesto están tomados de Aguirre Benavides, Op.Cit., pp.304-308
[161] Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910, Editorial Offset, México, 1985, pp.268-269
[162]  Manuel Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911), El Colegio de México, México, 1991, pp.402-403
[163] Recordemos que un voto electoral equivale a 500 votos ciudadanos. Así que para saber el número de gente que votó por él se multiplica la cantidad de votos electorales por 500 y se obtiene el resultado.
[164] González Garza, Op.Cit. p.334
[165] Cumberland, Op.Cit., p.217
[166] Alfonso Taracena, La verdadera Revolución, Op.Cit. p. 214
[167] Alfonso Taracena, Francisco I. Madero, Op, Cit., p. 137
[168] Alfonso Reyes, Oración del 9 de febrero, Editorial Era, México, 1963, p.15
[169] Womack, Op.Cit., p.119
[170] Ibid., p.123
[171] Ibid. p. 124
[172] Fuentes para la Historia de la Revolución Mexicana, 1.Planes políticos y otros documentos, Fondo de Cultura Económica, México, 1974, p.82
[173] Véase el Pacto de la Empacadora (Plan Orozquista), en: Fuentes para... Op.Cit., pp.95-106
[174] Katz, Pancho Villa, Op.Cit. p. 171
[175] Aguirre Benavides, Op.Cit., p.432
[176] Katz, Pancho Villa, Op.Cit., p.198. El intento de fusilamiento de Villa sucedió el 4 de junio de 1912.
[177] Ibid. p.199
[178] Victoriano Huerta, Memorias de Victoriano Huerta, Ediciones Vértice, México, 1957, pp.20-21. Según la gente que conoció muy bien a Huerta, estas memorias no las escribió ni las dictó él, pero son de una persona que lo conocía perfectamente, que fue capaz de reproducir su manera de pensar y expresar y que estaba muy bien informado de todo lo que había hecho Huerta y de todo lo que sucedía a su alrededor.
[179] Letcher al Departamento de Estado, 16/X/1912, citado por Cumberland, Op.Cit. p.229
[180] Jesus Urueta, Pasquinadas y desenfados políticos, Librería de la Vda. De Ch.Bouret, México, 1918, p.169
[182] Para lo que aquí se ha dicho de El Mañana, véase a Jesús Méndez Reyes, La prensa opositora al maderismo. La trinchera de la reacción. El caso del periódico El Mañana, en: http://www.iih.unam.mx/ moderna/ehmc/ehmc21/264.html
[183] Ariel Rodríguez, “El discurso del miedo: El Imparcial y Francisco I. Madero” en: Historia Mexicana XL (4) pp.706 a 707
[184] Jesús Méndez, Op.Cit.
[185] Manuel Marquez Sterling, Los últimos días del presidente Madero. Mi gestión diplomática en México, Editorial Porrúa, México, 1958, p.184
[186] Ross, Op.Cit., pp.228-229
[187] Ibid. p.235
[188] Ernesto de la Torre et al, Historia documental de México II, Unam, IIH, México, 1974, p.466
[189] Aguirre Benavides, Op.Cit. pp.461-462
[190] Cumberland, Op.Cit. pp.233-234
[191] Ross, Op.Cit., p.259
[192] Aguirre Benavides, Op.Cit. p. 462
[193] Laura O’Dogherty Madrazo, De urnas y sotanas. El Partido Católico Ncional en Jalisco, Conaculta, México, 2001, p.201
[194] Jesús Urueta, Op.Cit. p. 252
[195] Adrián Aguirre, Op.Cit. p. 90-91
[196] Ernesto de la Torre, Op.Cit. p.115
[197] Moisés González Navarro, Ideología de la Revolución Mexicana, en: http://codex.colmex.mx:8991/ exlibris/aleph/a18_1/apache_media/NU6PL5KYEUU99M79YR959KX62D29TL.pdf.
[198] Discurso de Lozano, en: http://www.senado2010.gob.mx/docs/bibliotecaVirtual/10/2663/128.pdf. Es interesante comparar lo que dice del placer de las desenfrenadas masas zapatistas con la manera en que Nemesio García Naranjo describía a su amigo íntimo José María Lozano: “Nunca le sedujo el dinero por el dinero mismo sino como medio para comprar el placer; y lo gastaba no sólo con esplendidez sino con la elegancia del que no piensa en las necesidades del día de mañana. Mal negociante de la vida, compraba un minuto de felicidad con la escasez de varias semanas y hasta de muchos meses [...] En el frenesí de las fiestas epicúreas solía llegar al escándalo y hasta la locura; pero nunca invadió la jurisdicción de la picardía [...] fue un enamorado perenne de los juegos de azar que casi siempre le resultaban adversos. Y es fácil imaginarse que con aquel reto constante al destino, nunca le bastaron los mayores ingresos para equilibrar su situación que siempre fue tan apurada y estrecha como la de Balzac”. Nemesio García Naranjo, Memorias. Elevación y caída de don Francisco I. Madero, Talleres de El Porvenir, Monterrey, s.f. p.
[199] González Garza, Op.Cit., p. 33p. 211-213
[200] Discurso del diputado Jesús Urueta la tarde del 17 de octubre de 1912 a raíz del cuartelazo de Félix Díaz. Ver Jesús Urueta, Op.Cit. p.250
[201] Márquez Sterling, Op.Cit., p. 181
[202] Juan Sánchez Ascona, Madero, Editorial Offset, México, 1986, p. 92
[203] Rodolfo Reyes, De mi vida. Memorias políticas I (1899-1913), Biblioteca Nueva, Madrid, 1929, pp. 239-240
[204] Juan Manuel Torrea, La decena trágica, Ediciones de la Academia Nacional de Historia y Geografía, México, 1963, p.108
[205] Luis Garfias M., La revolución mexicana: compendio histórico militar, Panorama Editorial, México, 1997, p.82
[206] Ramón Prida, ¡De la dictadura a la anarquía! Apuntes para la historia política de México durante los últimos cuarenta y tres años (1871-1913), Ediciones Botas, México, 1958, p. 462. Existen muchas versiones de este nombramiento desconcertante y loco, pero de todas las versiones tan distintas esta es la que me parece la más realista de acuerdo a todo lo que conozco de Madero y su contexto.
[207] Nemesio García Naranjo, Memorias. Elevación y caída de don Francisco I. Madero, Talleres de El Porvenir, Monterrey, s.f., p. 310
[208] Los datos de la rebelión están tomados fundamentalmente de los libros mencionados de Rodolfo Reyes, Ramón Prida, Manuel Torrea y Luis Garfias.
[209] Friederich Katz, La guerra secreta en México 1. Europa, Estados Unidos y la revolución mexicana, Editorial Era, México, 1982, p. 132
[210] Katz, La guerra, Op.Cit., p. 117
[211] Taracena, La verdadera Revolución, Op.Cit., p. 371
[212] Ernesto de la Torre, Moisés González Navarro et al, Historia documental de México II, IIH UNAM; México, 1974, p. 469.
[213] Katz, La guerra secreta, Op. Cit., p. 122
[214] Taracena, La verdadera revolución, Op.Cit., p. 375
[215] Juan Sánchez Ascona, Op.Cit., p. 91
[216] Manuel Márquez Sterling, Op.Cit. pp.247-248
[217] Parte del relato está tomado de Federico González Garza que aparece en el libro De cómo vino Huerta y cómo se fue... Apuntes para la historia de un régimen militar. Del cuartelazo a la disolución del las cámaras, Librería General, México, 1914, pp. 37-39
[218] Los datos del arresto de Madero están tomados de Ramón Prida, Op.Cit. pp.489-491
[219] Katz, La guerra, Op.Cit., p.131
[220] Laura O´Dogherty, Op.Cit. p.212
[221] González Garza, Op.Cit., p.349
[222] La Intendencia de Palacio Nacional tenía tres habitaciones grandes y una chica.
[223] Para la información relativa a la renuncia véase, Manuel Márquez Sterling, Op.Cit., pp.266-267
[224] De cómo vino Huerta y... Op.Cit. p.35
[225] Ibid. p. 273
[226] Ibid., p.280
[227] Esta carta del 3 de abril de 1913 se encuentra en: Gustavo Madero, Epistolario, Op.Cit., p. 176
[228] Katz, La guerra, Op.Cit., p. 132
[229] Hay varias versiones del momento del asesinato de Madero que difieren en algunos detalles. Pueden consultarse en Taracena, Madero, Op.Cit. pp. 170 - 176
[231] Para todos los detalles de la concepción de Madero acerca de la vida espiritual se puede consultar Cada frontera No.28 que está dedicado especialmente a ese tema. Aquí sólo retomamos los aspectos que más nos sirven para la conclusión.
[232] La revolución espiritual de Madero. Documentos inéditos y poco conocidos, México, Gobierno del Estado de Quintana Roo, 2000, pp. 201. Esa frase se la dijo el espíritu de José a Madero en abril de 1907, pero él retoma la misma idea en el Manual Espírita que escribió en 1909-1910 con el seudónimo Bhima.
[233] La frase la dice Krishna en el Bahagavad-Gita 4/11. Este libro era el preferido de Madero y formula la idea que él tenía y que expresó de diferentes maneras.
[234] Francisco I. Madero, Epistolario (1900-1909), Ediciones de la Secretaría de Hacienda, México, 1963, pp.297-298
[235] Victoriano Huerta, Memorias de Victoriano Huerta, Ediciones Vértice, México, 1957, p.79
[236] Ramón Prida, Op.Cit., p. 13
[237] En relación a esto véase Aguirre Benavides, Op.Cit. pp.50, 51 y 67. Como consecuencia de la revolución de su hijo y de la revolución constitucionalista contra Victoriano Huerta el papá de Madero perdió los seis millones de pesos que acumuló como hacendado. Evaristo Madero, el abuelo, en 1909 tenía una fortuna calculada en 80 millones de pesos, de esa no me interesó saber lo que pasó con y después de la revolución.
[238] Madero, La revolución espiritual, Op.Cit.,. p. 213
[239] Menciono a los dos para no dejar en el simple anonimato al montón de cadáveres generados por la voluntad de Carranza.
[240] Anónimo, Bhagavad-gita. Poema sagrado o canto del Bienaventurado (episodio del Mahabharata, Editorial Edaf, Madrid, 1981, p.53
[241] Madero, La revolución espiritual, Op.Cit., p.440
[242] La mayor parte de la información que se presenta en este apartado sobre los católicos está tomada del libro de Laura O’Dogherty ya citado.
[243] Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara, durante su exilio fue asiduo visitante de Don Porfirio en el balneario de Biarritz. Este dato y el de los 300 exiliados está en Mario Ramírez Rancaño, La reacción mexicana durante la revolución de 1910, Miguel Angel Porrúa, UNAM, México, 2002, pp. 295 y 303
[244] Ibid. p.241
[245] Ibid., p.216

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