(Tercera y última parte)
Por
Arturo Michel Pérez
Amor, racionalidad y fe como
requisitos para la victoria
Vimos en los
números anteriores que dos espíritus (Raúl y José) le propusieron a Francisco
I. Madero que luchara por la libertad de los mexicanos, que promoviera en
México la oposición a la dictadura, y que entendiera esa actividad como
crecimiento espiritual personal y como una forma de “obrar de acuerdo con el
Plan Divino”.
Francisco aceptó la propuesta de los
espíritus con todo lo que él y ellos vieron como requisitos que tenían que
cumplirse, para que la lucha por la libertad pudiera realizarse de manera
adecuada:
*
Una integración de todo su ser con el propósito divino (todos los días hacer lo
que Dios quiere y amar lo que Dios ama).
*
Desarrollar una gran racionalidad política (entender bien las fuerzas sociales
e institucionales que estaban operando en México para poder acabar con la
dictadura y establecer una nueva unidad
basada en la democracia).
*
Tener una gran fe: confiar en que a pesar de que Porfirio Díaz tuviera los
hilos de poder en sus manos, terminaría siendo incapaz de sujetarlos; confiar
en que los mexicanos tenían la costumbre de agachar la cabeza y someterse con
rapidez, pero también tenían la capacidad y la voluntad de levantarse, mirar
con dignidad y darse su lugar; confiar en la palabra de los espíritus que le
aseguraban que lo acompañarían y apoyarían en la lucha y derrotaría al dictador.
Madero cumplió con esos tres
requisitos de manera humana, limitada, y pudo acabar con la dictadura:
*
Fue un hombre muy espiritual que meditaba con frecuencia, hacía examen de
conciencia y se esforzaba todos los días en cumplir con la voluntad de Dios,
pero no fue un gran místico como San Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola
(para citar a los dos santos que inspiraron su nombre, pues se llamaba
Francisco Ignacio).
*
A pesar de que entendió muy bien los procesos políticos de su tiempo, la
orientación de las fuerzas sociales y los objetivos alcanzables en cada etapa, se
equivocó algunas veces en la identificación de amigos o enemigos de su
revolución y eso tuvo consecuencias fatales para él y afectó el proceso de
cambio político y social.
*
Tuvo una gran fe en Dios, pero quizás esa confianza provocó que algunas veces dejara
en manos de Dios asuntos que requerían más empeño de los hombres.
Como
puede verse, no era perfecto, sólo alguien extraordinario y admirable.
La libertad para elegir a los
gobernantes
Hay una continuidad
de propósito en los ocho años de lucha política de Madero,[1]
pues en su participación municipal, estatal y nacional, siempre quiso que el
pueblo eligiera libremente a sus gobernantes.
Entendió que elegir a sus
gobernantes era una libertad que todos los mexicanos querían y, por tanto, podía ser el fundamento de una nueva unidad
nacional. Madero sabía que esa libertad básica llevaba a otras: a la libertad
de palabra y a la libertad de asociación, porque no se podía elegir libremente
al gobernante si no se discutían los propósitos del gobierno y se difundían; y
no se podía llevar a nadie a gobernar si no estaba sostenido por grupos que
también respaldarían al gobernante a la hora de aplicar su programa de
gobierno. Se necesitaba, pues, la libertad de asociación.
Al iniciar su lucha política a nivel
municipal, en octubre de 1904, le propuso a los habitantes de San Pedro de las
Colonias, Coahuila: “Esperamos del patriotismo de todos ustedes que de modo
resuelto y enérgico nos ayudarán en el esfuerzo que vamos a hacer por que las autoridades locales sean nombradas por
el pueblo y no seguir la bochornosa costumbre de que deban su puesto al
nombramiento del Gobernador del Estado”.[2]
Madero y su gente hicieron una
intensa campaña electoral a favor del hacendado Francisco Rivas y triunfaron en
las urnas el 11 de diciembre de 1904, pero perdieron en el Colegio Electoral,
el 18 de diciembre, al ser declarado reelecto presidente municipal el señor
Alberto Viesca, candidato respaldado por el gobernador Miguel Cárdenas.
Esta fue la primera experiencia de
actividad electoral de Madero. Fue un éxito en cuanto a lograr la participación
de la ciudadanía (normalmente apática) y en cuanto al triunfo en las urnas. Fue
un fracaso en cuanto a que no se reconoció el triunfo de la oposición y ganó el
de siempre, como siempre.
El robo de su victoria electoral
municipal no lo detuvo y aprovechó este primer impulso para participar en las
elecciones para gobernador de Coahuila en 1905. De hecho, sólo siete días
después de que el Colegio Electoral declarara la derrota de Francisco Rivas en
San Pedro; Madero estaba ya embarcado en la política estatal. El 25 de
diciembre de 1904, le escribió a
Anastasio Hernández, presidente del club político de la Unión de Nava:
“Acabo
de recibir su grata de ayer, en la cual me dice que el general Reyes ha escrito
a algunas personas de esa, recomendando la candidatura de Cárdenas. Eso
demostrará a usted que parece que el Centro opina de igual manera y necesitamos
redoblar nuestros esfuerzos, para hacer que por esta vez, sea la voluntad del pueblo de Coahuila, quien nombre nuestro
Gobernador. Para esto es indispensable unirnos y formar un solo núcleo”.[3]
El gobernador
Miguel Cárdenas, protegido del general Bernardo Reyes (ex-ministro de Guerra y
gobernador de Nuevo León), buscaba la reelección y contendía contra el abogado
Frumencio Fuentes, candidato respaldado por el vicepresidente de la República,
Ramón Corral. Madero y sus partidarios querían derrotar a Miguel Cárdenas, pero
con un candidato desligado de las grandes facciones porfiristas y promovían la
candidatura del doctor Dioniso García fuentes, de Saltillo, muy popular en esa
ciudad y en el Estado.
Con ese propósito, Madero y su grupo
fundaron clubes políticos en todo el Estado, pero con el fin de no aislarse y
fortalecer la oposición a Cárdenas, mantuvieron una alianza política con los
partidarios de Frumencio Fuentes. Querían que todos los grupos opositores, en
una convención democrática, decidieran si el candidato sería el corralista
Frumencio Fuentes o el independiente, Dionisio García Fuentes. Para ganar la
postulación, los partidarios de Dionisio querían realizar la convención en
Torreón y los de Frumencio en la ciudad de México.
El discurso de Madero para defender
la realización de la convención en Torreón sorprende por la dureza de sus palabras
en una época tan temprana de su lucha contra la dictadura:
“El sagrado depósito que nos han confiado
nuestros conciudadanos debe darnos una idea más elevada de nuestra misión; debe
hacernos comprender que, como representantes del pueblo de Coahuila, no podemos
humillarnos ante el tirano que ha pisoteado nuestras leyes, que ha usurpado
nuestros derechos, que ha matado nuestras libertades y nuestro civismo.
Señores: a México sólo nos llevará la esperanza de un triunfo fácil, pero ese
triunfo, si lo llegamos a obtener de tal modo, será haciendo el doloroso
sacrificio de nuestra dignidad y de la soberanía de nuestro Estado. Ir a
México, es perder las simpatías y quizá la admiración de la República, que
ansiosa sigue las peripecias de nuestra lucha, esperando ver en nuestro triunfo, el primer golpe asestado a la tiranía, golpe
que prepara su propia ruina”.
“[...] Además de todo eso, habremos
perdido ante los ojos del mismo dictador,
que siempre mide el valor de sus enemigos para hacerles concesiones según su
poder; pues desde el momento en que nos acerquemos a él, comprenderá que
somos unos cobardes, muy poco temibles, y dignísimos de desprecio con que nos
tratará... En este momento nuestra fuerza consiste en la actitud digna y viril
que hemos asumido, y todos los satélites de Díaz quieren atraernos a su lado
haciéndonos promesas que también recibieron los ciudadanos de Durango, los de
Nuevo León, y que sólo sirvieron para hacer respectivamente más ridícula y más
sangrienta su derrota [...] Aceptar la ayuda de Corral, es ponernos entre sus
manos y hacer que nuestro Estado le sirva de primer escalón para encumbrarse a
la Presidencia”.[4]
Los corralistas se
impusieron y la convención se celebró en la ciudad de México, derrotaron al
candidato de Madero y lograron la designación de Frumencio Fuentes como el
candidato de la oposición. Los independientes, derrotados, aceptaron el
resultado de la votación y se comprometieron a trabajar a favor del candidato
común.
“Si
bien se había inclinado ante la voluntad de la mayoría de los convencionistas,
Madero presentía que la elección de Frumencio Fuentes, el amigo de Corral,
podía significar un despotismo peor para el Estado que el que había sufrido
bajo Cárdenas. Por lo tanto, maniobró en dos direcciones. Primero trató de
excitar al gobierno central a considerar al partido independiente como hostil a
él. Entonces, si su candidato triunfaba, tendría que respetar el deseo popular
que lo había llevado al poder. Segundo, Madero buscaba el modo de obtener un
cuerpo legislativo cuya mayoría estuviera de acuerdo con él. De esta manera, si
los independientes ganaban, habría una superioridad en la legislatura del
Estado adicta a los intereses del pueblo y que no vacilaría en oponerse al
gobernador si fuese necesario”.[5]
Pero no tuvo
oportunidad de desarrollar su estrategia opositora debido a un suceso
inesperado. Las elecciones para gobernador de Coahuila eran ya parte del
proceso de la sucesión presidencial de 1910 y Porfirio Díaz todavía estaba
jugando a moderar las ambiciones del general Reyes con las de Limantour[6]
y viceversa. En esa ocasión se decidió por Reyes y apoyó la reelección de
Miguel Cárdenas. Al saber Frumencio Fuentes que no contaba con el apoyo del
general Díaz, pidió a los opositores que se dispersaran y abandonaran la lucha.
Para salvar el honor del movimiento
opositor, sus partidarios presionaron y lograron que Frumencio no retirara su
candidatura formal, pero tuvieron que comprometerse a no publicar nada que
pudiera tomarse como hostil al gobierno y conformarse con la ausencia del
candidato en los actos de campaña. En esas condiciones, obviamente, Miguel
Cárdenas, ganó y fue reelecto como gobernador.
En
una carta a Tiburcio Balderas, el 7 de marzo de 1906, Madero hizo un pequeño
recuento y evaluación del inicio, desarrollo y final de la campaña electoral
estatal:
“Nuestra
anterior campaña había logrado conmover a todos los coahuilenses, y el mismo
Gral. Díaz se encontraba nervioso, preocupado, indeciso; pero nuestro candidato
vino a quitarle su indecisión, su preocupación y su intranquilidad,
mostrándosele débil, y observando con él una conducta que no sólo resultó
humillante y ridícula, sino que fue la causa de nuestra derrota, pues el Gral.
Díaz se envalentonó, y nosotros nos desalentamos por completo, al ver la
defección de nuestro jefe, que aunque después se resolvió a seguir adelante,
había ya dado un golpe mortal a nuestro partido, que no quiso remediar
asumiendo una actitud digna y enérgica que hubiera reanimado el entusiasmo de
todos nuestros correligionarios”.
La campaña de
Coahuila permitió que se ubicara nacionalmente a Francisco como un político
independiente y demócrata. Por eso se encontró en una situación peligrosa:
“Inmediatamente
después de las elecciones se libró una orden de arresto contra Madero, pero una
fuerte reacción pública, unida a la importancia del nombre de Madero,
convencieron al gobierno central de que arrestarlo sería un error político, y
por lo tanto la capital ordenó a los funcionarios locales que no prosiguieran
con ese curso de acción”.[7]
Si de él hubiera
dependido, desde 1906 habría iniciado la formación del partido democrático que,
en su proyecto, participaría en las elecciones de 1910. Pero el poco entusiasmo
que encontró, lo convenció de que no era el momento de comenzar la lucha
política electoral contra la dictadura. Pero esa decisión no lo dejó inactivo,
siguió contactándose con los políticos independientes de México, incluido
Ricardo Flores Magón, al que ayudó con dinero y suscripciones para que
mantuviera la publicación de Regeneración.
También siguió con su trabajo personal de espiritualidad y liberación interior;
y empezó a preparar a su familia para enfrentar unidos un porvenir difícil.
En este sentido le escribió a su
abuelo don Evaristo el 31 de diciembre de 1906:
“En
la pasada campaña política en que me dejaba embriagar por el entusiasmo, más de
una vez recibí sus sabios consejos que hicieron afrontar el peligro [...], y
más que sus consejos comprendía yo que me protegía su sombra, su nombre, tan
respetado aun de sus propios enemigos.
Hombres del temple y energía de Ud.
vienen muy de cuando en cuando al mundo y necesitamos que Ud. siga viviendo
muchos años para tener constantemente su severo ejemplo por norma de nuestros
actos, y su grandísimo cariño como centro de atracción de su descendencia, a
fin de hacer cada vez más estrechos los vínculos que nos unen a todos sus
hijos, para formar, si posible es, una masa compacta que pueda tener más peso
en las cuestiones en que tome parte, pues hay que prever que se aproxima otro
periodo de agitaciones políticas y sociales en que será imposible permanecer de
mudos e indiferentes espectadores”.[8]
La libertad como principio y
como realización concreta
La lucha por la
libertad era una lucha de principios, pero orientada de una manera muy concreta
y precisa. Por ejemplo, en el caso del municipio de San Pedro de las Colonias:
¿quién escoge al presidente municipal?, es decir, ¿quién tiene la libertad de
elegir al presidente municipal? ¿Los ciudadanos del municipio o el gobernador del
Estado? En 1904 la libertad la tenía el gobernador del Estado y se trataba de
ganarle esa facultad y que los ciudadanos conquistaran la libertad de elegir a
su gobernante local.
Lo mismo sucedió a nivel de Coahuila
al año siguiente. ¿Quién tenía la libertad de escoger al gobernador? El
presidente Porfirio Díaz. Se trataba entonces de disputarle esa facultad y
lograr que los ciudadanos conquistaran la libertad de elegir al gobernador de
su Estado.
En los dos casos, Madero pudo
constatar que la gente tuvo la disposición de asumir la libertad de escoger a
sus gobernantes. A nivel municipal pudo constatar que el control que tenía el
gobernador del Colegio Electoral fue decisivo para despojar a la gente de su
facultad de elegir a su gobernante. A nivel estatal pudo constatar que un
candidato ligado al poder establecido, estaba más interesado en conservar sus
vínculos con el Presidente de la República y la clase gobernante que con la
libertad de los gobernados.
Se nota, también, en todas sus
luchas políticas la aplicación de un criterio que le comunicó a su amigo Juan
Sánchez Azcona: “Urge estudiar y establecer principios fijos, emanados de la
cuidadosa y ecuánime observación de la realidad ambiente, para procurar
depurarla y corregirla, sin utopías,
pero con firmeza sostenida y clara orientación”.[9]
Las metas que se trazaba Madero eran
difíciles de conseguir y muy arriesgadas, pero alcanzables. Él sabía que
Porfirio Díaz siempre medía “el valor de sus enemigos para hacerles concesiones
según su poder”. Así que se propuso primero desarrollar un poder en Coahuila
que obligara al Presidente a aceptar como gobernador al que el pueblo eligiera.
Y ese propósito cabía perfectamente en la conciencia del general Díaz que sabía
que “en política, no siempre se puede hacer lo que se quiere”, como se lo
confesó al doctor Francisco Vázquez Gómez en 1910.[10]
Los mismos principios los aplicó
para la sucesión presidencial. “Sin utopías” y de acuerdo a su “observación de
la realidad ambiente” a lo primero a lo que convocó a los mexicanos fue a que
eligieran libremente al vicepresidente de la República, ya que por la edad de
don Porfirio esa decisión significaba prácticamente la elección del Presidente.
Inicialmente no le negó a Porfirio Díaz su libertad de reelegirse por última vez.
Esa propuesta la formuló claramente en las conclusiones de su libro sobre la
sucesión presidencial:
11 “Que cuando el Partido Nacional Democrático esté vigorosamente
organizado, será muy conveniente que procure una transacción con el general
Díaz, para hacer una fusión de las candidaturas, según la cual el general Díaz podría seguir de
presidente, pero el vicepresidente y parte de las cámaras y de los gobernadores
de los estados, serían del partido Nacional Democrático. Sobre todo, se
estipulará que en lo sucesivo haya libertad de sufragio y si es posible, desde
luego se podrá convenir en reformar la
Constitución en el sentido de no-reelección.
12.-
Que en el caso de que el general Díaz se obstine en no hacer ninguna concesión
a la voluntad nacional, entonces será preciso resolverse a luchar abiertamente
en contra de las candidaturas oficiales”.[11]
Esa propuesta
(No.11) era la misma que sostenían la mayoría de los activistas políticos de
esa época. Todo mundo se sentía con el derecho de elegir al vicepresidente y le
dejaba a don Porfirio la libertad de reelegirse de manera inmediata por última
vez. La diferencia que introducía Madero respecto a los demás era respaldar ese
derecho con un partido fuerte e independiente a nivel nacional. Sabía que ese
derecho no iba a ser un regalo al sentir común, sino una conquista después de
una lucha prolongada y difícil. Y sabía que Díaz podría negarse a una
transacción así que quedaba la alternativa expresada en la conclusión No.12.
El general Bernardo
Reyes también pensaba que si quería ser el vicepresidente debía contar con un
partido político nacional que lo respaldara y que inclinara al Presidente a
elegirlo como sucesor. Pero no quería un partido formado con opositores al
régimen sino con gente que apoyaba a la dictadura; quería reunir a la gente que
tenía especial interés en desplazar a los científicos (encabezados por
Limantour) de sus posiciones gobernantes privilegiadas. Se trataba, pues, de
que don Porfirio eligiera como su nuevo favorito a Reyes y de que sus partidarios
sustituyeran a los científicos y se convirtieran, entonces, en los políticos
más influyentes del gobierno.
El secretario de Hacienda, en
cambio, se sentía con el derecho y el poder de elegir al vicepresidente, y
condicionó su permanencia en el gobierno a la elección de Ramón Corral como
candidato. Eso se lo dijo don Porfirio a Francisco Vázquez, el 23 de junio de
1910, es decir, tres días antes de las elecciones primarias: “Limantour me ha
dicho que si Corral no es electo vicepresidente, se separará del gobierno, y
¿qué voy ha hacer sin Limantour?”.[12]
En estas condiciones también el
Presidente Díaz quería y se sentía con derecho a elegir a su vicepresidente y
buscaba la manera de hacerlo. Esta situación provocó que la cuestión de la
vicepresidencia no quedara resuelta en 1909 con la postulación de Ramón Corral,
ni en 1910 con las elecciones, ni cuando Corral tomó posesión de su cargo el
primero de diciembre, y menos aún después que estalló la revolución.
Estos cuatro personajes fueron
líderes que quisieron desarrollar poder para elegir al vicepresidente. Pero
Madero, a diferencia de Limantour y Reyes, no pertenecía a la clase gobernante
porfirista, y para realizar su propósito libertario necesitaba convertirse y
convertir a su partido en el representante de todo el pueblo mexicano.
Necesitaba incluir a los que tradicionalmente habían sido excluidos de la
sucesión presidencial. Tenía que hacer mucho más que encabezar a destacados
hacendados, médicos, abogados y periodistas. Tenía que lograr el apoyo de
campesinos, obreros y clase media. Sólo si lograba esa inclusión lograría que
los mexicanos asumieran la libertad de elegir a sus gobernantes. Y en esta
primera etapa de la lucha se trataba, sobre todo, de la libertad de elegir al
vicepresidente.
Siempre tuvo muy claro su objetivo:
la libertad de los mexicanos para elegir a sus gobernantes. Y siempre supo que
la libertad no era un regalo sino un poder que se desarrollaba y se
conquistaba. Y si no se desarrollaba ese
poder no se adquiría esa libertad. En San Pedro de las Colonias y en
Coahuila la gente no desarrolló suficiente poder y entonces no pudo elegir a
sus gobernantes, aunque el poder desarrollado no se acabó. La gente regresó a
sus labores cotidianas pero sabía que sus nuevos vínculos estaban ahí, muy en
segundo plano, pero ahí estaban. Por esta razón empezó su campaña de
construcción del Partido Nacional Antirreleccionista en Coahuila, aprovechando
las elecciones de 1909 para gobernador del Estado, ya que le ayudarían a
multiplicar la instalación de clubes políticos independientes y prepararía así
la organización de su Estado para las elecciones presidenciales del año
siguiente.
Aunque Madero prefería que los
clubes independientes, impulsados por él en la anterior campaña electoral,
postularan al doctor Dioniso García fuentes, no tenía objeción en respaldar la
candidatura de Venustiano Carranza si éste aceptaba ser elegido en una
convención democrática realizada por los diferentes clubes políticos existentes
en el Estado. Madero veía la desventaja de que Carranza, senador porfirista,
era gran amigo del general Reyes y una mera continuidad del gobernador Cárdenas.
Para apoyarlo, le parecía entonces que primero debía pasar la prueba de la
elección de los clubes, y después la prueba de la elección popular. Pero ahora
le importaba más la sucesión presidencial que las elecciones de Coahuila, así
que lo primero subordinaba a lo segundo.[13]
La convocatoria para formar el
Centro Antirreeleccionista
Con el prestigio
que le dio su destacada actuación democrática en Coahuila y el ascendiente que
fue adquiriendo por la difusión de su libro La
sucesión presidencial de 1910, Madero convocó a varios personajes a
reunirse en la ciudad de México en mayo de 1909 para crear el Centro
Antirreeleccionista. Este se convertiría en la base desde donde se impulsaría la
construcción del Partido Nacional Antirreeleccionista. El hecho de que el
convocante perteneciera a una de las familias más ricas del país también fue un
factor importante para que se le prestara atención.
Ya desde los preparativos de la
reunión, durante los primeros cuatro meses de 1909, las deficiencias del
material humano existente en el panorama político hacían ver que se necesitaba
demasiada fe para creer en las probabilidades de construir un partido fuerte e
independiente y con posibilidades de ganar las elecciones presidenciales.
Los
políticos de la época, en esos momentos, parecían totalmente ajenos al interés
de construir un partido independiente, más bien estaban ocupados en decidir qué
era más provechoso para ellos: apoyar a Limantour y a sus “científicos” o al
general Reyes y a sus agentes. A la vista, no había otra alternativa atractiva
y conveniente. Para canalizar las simpatías de la gente, los reyistas
instalaron su Partido Democrático, el 5 de febrero, y los limantouristas el
Partido Reeleccionista, el 9 de febrero.
Inicialmente Madero se desilusionó
un poco con el trabajo de reclutamiento, pues varias personalidades que creyó
apoyarían su labor, rechazaron formar parte del Centro Antirreeleccionista de
México. Victoriano Agüeros, destacado periodista de oposición, estaba cansado
después de luchar durante treinta años contra el despotismo de Porfirio Díaz y
trató de desalentar a Francisco advirtiéndole que lo único que encontraría
sería servilismo e indiferentismo.[14]
El historiador y líder del diminuto Partido Liberal Puro, Fernando Iglesias
Calderón, amigo de Madero, manifestó que no quería alterar la tranquilidad de
su vida, que no tenía fe en el pueblo y que los esfuerzos serían infructuosos.[15]
El licenciado Manuel Vázquez Tagle y el ingeniero Alberto García Granados no
quisieron participar porque vieron que había muy poca gente dispuesta a
incorporarse al nuevo partido. Patricio Leyva, candidato derrotado a la
gubernatura de Morelos, primero aceptó la invitación y después la rechazó
(porque más bien era reyista). Tuvo mejor suerte con los intelectuales Toribio
Esquivel Obregón y Luis Cabrera (también reyista, pero que jugaba con varias
cartas) o con dos periodistas: Paulino Martínez y el notable viejo luchador,
Filomeno Mata; o con jóvenes como José Vasconcelos, Roque Estrada, Federico
González Garza, Félix Palavicini y José Ramírez Garrido.[16]
No fueron muchas las personas que se
reunieron por invitación de Madero, o por invitación de los invitados. El 22 de
mayo de 1909 se declaró constituido el Centro Antirreeleccionista y el 15 de
junio se publicó un manifiesto a la nación inspirado en el libro de Madero.
Firmaron como socios un total de 89 personas, pero de ellos muy pocos se
incorporaron al trabajo político efectivo, incluso la mayoría terminó por
ausentarse.
Como presidente de la mesa directiva
quedó el conocido porfirista Emilio Vázquez Gómez. Eso decepcionó a muchos de
los miembros pues este señor hacía siete meses había publicado que estaba convencido
de que la manera pacífica de poner en práctica el principio de la no-reelección
era apoyando las candidaturas del general Díaz a la Presidencia y del general
Jerónimo Treviño a la vicepresidencia “quienes por su edad avanzada, no podían
tener ya interés alguno en pensar en la reelección de sí mismos”.[17]
De vicepresidentes quedaron el
intelectual y hacendado guanajuatense, Toribio Esquivel Obregón y Francisco I.
Madero. Esquivel lo único que hizo por el partido fue pronunciar dos o tres
discursos en dos o tres reuniones (una de ellas en la convención
antirreeleccionista donde a algunos se les ocurrió proponerlo como candidato a
la presidencia y también a la vicepresidencia de la República), pero después
cambió de bando y representó a Limantour y a Díaz en las pláticas de paz de
Ciudad Juárez en 1911.
Como puede verse, ni la presidencia
ni la vicepresidencia del Centro Antirreleccionista daban muchos motivos para
entusiasmar a los demócratas o a los opositores de la dictadura. En esa
directiva, Madero era la garantía de independencia.
Bajo los principios de “Sufragio
efectivo, no-reelección” se invitó a todos los ciudadanos para que instalaran
“Clubes Antirreeleccionistas en toda la República” y se pusieran “en relación
con nosotros. Cuando este Centro lo crea oportuno, convocará a una Convención a
la que concurrirán delegados de todos los clubs antirreeleccionistas, y en la
cual se determinará quiénes serán los candidatos de ese partido para los
puestos de Presidente y vicepresidente de la República y Magistrados de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación...”.[18]
La invitación a instalar clubes no
la dejó Madero en el aire, fue una tarea que asumió personalmente y para ello
realizó giras políticas por diferentes Estados de la República junto con Félix
Palavicini. Decidieron empezar por el puerto de Veracruz por su larga tradición
opositora y liberal. A l finalizar el mes de julio ya habían visitado:
Veracruz, Yucatán, Campeche, Tamaulipas, Nuevo León y Tabasco y en cada uno de
esos Estados habían dejado constituidos clubes antirreeleccionistas.
Simultáneamente
Francisco trabajó también en la creación de un nuevo periódico y en agosto pudo
salir el primer número. El director fue Palavicini, que en esos momentos era su
hombre de confianza. Más de doce mil pesos iniciales fueron necesarios para
transformar al semanario, El
Antirreeleccionista, en un diario y esa cantidad salió del bolsillo de
Francisco, de su hermano Gustavo y de sus hermanas Mercedes y Ángela.
Durante los meses de agosto y
septiembre trabajó especialmente en la instalación de clubes en Coahuila y
entró en contacto con políticos de Puebla, Morelos, Yucatán y Sinaloa que eran
Estados que intentaban deshacerse de sus gobernadores porfiristas en sus
respectivas elecciones.
Represión y desbandada de
antirreeleccionistas
El 22 de septiembre
El Antirreeleccionista publicó un
artículo sin firma, titulado “Misterio de la conferencia Díaz-Taft”, en el que
se ponía en duda el patriotismo del general Díaz. Eso fue suficiente para que
al día siguiente la policía ocupara las oficinas y talleres del periódico y
aprehendiera al personal que se encontraba ahí.[19]
También se giraron órdenes de aprensión contra el director del periódico, Félix
Palavicini.
Madero se molestó con Palavicini por
la ligereza de publicar un texto que insinuara la falta de patriotismo de
Porfirio Díaz, pues en toda su vida el general había demostrado un patriotismo
indudable, y se molestó además porque el artículo era anónimo. Lo peor de todo
fue que a partir de ese momento el partido de Madero se quedó sin periódico
propio para expresar sus posiciones.
Este incidente resulta extraño a la
luz del contexto en que se dio. El 14 de septiembre, Emilio Vázquez Gómez había
amenazado con renunciar a la presidencia del Centro Antirreeleccionista, porque
en un manifiesto que se quería sacar en el periódico no se protegía lo suficiente
la imagen del general Díaz. Además, Félix Palavicini terminó por cambiar de
bando y en 1910 dejó muy claro su apoyo “sin vacilaciones” a Porfirio Díaz.[20]
Es difícil saber si estas personas realizaban un doble juego y participaban en
la oposición como gente del Presidente o si al expresar su simpatía por el
dictador sólo buscaban protección y seguridad.
A finales de septiembre y los
últimos tres meses del año 1909, el ambiente entre los partidarios de Madero en
la ciudad de México era de temor y desbandada ante la represión que había
iniciado el Presidente. La directiva del Centro Antirreeleccionista se había
desintegrado: dos de sus secretarios habían dejado de funcionar, Paulino
Martínez huyó a Estados Unidos y Palavicini estaba escondido. Emilio Vázquez
Gómez, a pesar de su reiterado apoyo a la reelección de Díaz, seguía asistiendo
a las juntas; dos vocales dejaron de participar. El secretario José Vasconcelos
se retiró a laborar exclusivamente en sus actividades profesionales y manifestó
su voluntad de renunciar formalmente a la lucha.
El Centro Antirreeleccionista
suspendió varias sesiones porque los únicos que se presentaban a trabajar eran
Emilio Vázquez, Filomeno Mata, Ing. Manuel Urquidi, José de la Luz Soto,
Octavio Bertrand y Roque Estrada.
Federico
González Garza que entró a sustituir a uno de los secretarios también estaba
pensando abandonar la actividad política. Un día de esos, se encontró con Roque
Estrada y le dijo que la conducta del gobierno y del corralismo:
“hacía
imposible toda política independiente y que todo esfuerzo era estéril, porque a
la postre triunfaría la voluntad del Gral. Díaz, a despecho de todo. Que él
estaba decepcionado por completo; que ninguna esperanza podía tenerse en el
pueblo, carente de cultura y energías, y sumido en el servilismo; y que por
estos motivos se había dedicado él a sus negocios, con exclusión de toda labor
política [...] Se necesita estar ciego
para no comprender que todo es inútil”.[21]
En noviembre de
1909 la sucesión presidencial había entrado en una nueva etapa. Porfirio Díaz
estaba apretando la mano y convirtiéndola en un puño para dar el golpe final
que acabara con el juego electoral. Estaba a punto de clausurar sus cuentas con
Reyes y sus seguidores; y empezaba a desarrollar el cerco contra Madero y sus
partidarios. No quería dejar cabos sueltos.
La represión contra los reyistas
De manera oficial,
parecía que la sucesión presidencial de 1910 se había resuelto desde los
primeros meses de 1909. No debía caber duda alguna puesto que el Partido
Reeleccionista postuló a sus candidatos a la Presidencia y vicepresidencia de
la República, Porfirio Díaz y Ramón Corral, respectivamente, el 2 de abril de
1909.[22]
El Partido Reeleccionista era
impulsado por Limantour, los “científicos”, senadores, diputados, funcionarios
públicos, poderosos hacendados, banqueros, industriales y oficiales del
ejército.[23]
El mismo general Reyes, el 3 de
marzo, ya le había mandado una carta “reservada y personal” a Ramón Corral en
la que le decía: “Tengo conocimiento de que usted es el candidato del señor
general Díaz para la vicepresidencia; así pues, cuente usted con la cooperación
que me corresponda”.[24] Pero Reyes estaba jugando un doble
juego: por un lado se mostraba sumiso a la voluntad presidencial y expresaba su
apoyo al candidato a la vicepresidencia, y por otro lado seguía alentando a sus
partidarios a luchar por cambiar la decisión del Presidente.
Siguiendo con su doble juego, el 21
de mayo de 1909, le escribió de nuevo a Corral: “Cualquier cosa que se le
ofrezca a usted decirme sobre chismes de prensa, en que ande mi nombre enredado
en la candidatura a la vicepresidencia, le estimaré me lo manifieste, pues ya
conoce usted mi propósito en esto y en todo, de seguir la política del señor
Presidente”.[25]
Los corralistas no se dejaron
engañar por el general Reyes. El muy influyente político “científico”, Rosendo
Pineda, por ejemplo, el 22 de mayo instruyó al gobernador de Jalisco, el corralista
Miguel Ahumada, que le pusiera “las mayores dificultades” al grupo de reyistas
de México que iban a Guadalajara para hacer propaganda política.[26]
Guadalajara era uno de los núcleos
más fuertes de apoyo al general Reyes y ahí se decidió el destino del reyismo.
El 24 y 25 de julio en Guadalajara hubo choques violentos entre corralistas
llegados de la ciudad de México para hacer propaganda y los reyistas que
impidieron esa propaganda por todos los medios. La gente daba vivas a Reyes y
gritaba: “¡Muera el tirano!”, “¡Muera la momia!”, “¡Muera el ladrón!”. Como la
policía era la encargada de proteger a los corralistas, el choque fuerte
durante dos días se dio entre la policía y los reyistas. La violencia se
extendió por toda la ciudad y sólo después de que varios reyistas fueron
encarcelados y muchos heridos, algunos mortalmente, los manifestantes se
dispersaron. A raíz de estos incidentes, Porfirio Díaz vio la conveniencia de
detener a Reyes con mano dura y firme.
Los seguidores de Reyes también le
urgieron a que manifestara públicamente su aspiración a la vicepresidencia,
pero en lugar de eso, el 26 de julio renunció abiertamente a su candidatura y
apoyó la de Ramón Corral. El general Porfirio Díaz le tenía mucho miedo a
Reyes, pero la sumisión incondicional que éste mostró, estimuló al Presidente a
reprimir despreocupadamente a los reyistas. Dejó abandonados y traicionados a
sus partidarios. Tiró a la basura toda la fuerza que tenía. Con ella habría
podido proteger y defender a los reyistas. Esa hubiera sido una renuncia digna,
no esa renuncia ignominiosa que terminó por llevarlo al suicidio disfrazado.
Los efectos de la represión contra
los reyistas se vieron en varios campos:
Siguiendo
el impulso de la fuerza reyista, a la que pertenecía, el 24 de julio, Luis
Cabrera publicó un artículo contra el partido de los financieros (es decir, de
los “científicos”); ahí afirmó que éstos “no ven en el dinero el modo de salvar
a la Patria, sino en la Patria el modo de salvar los dineros”. Pero ya con la
represión de ese día y el siguiente, se replegó con mucha facilidad cuando
Limantour le urgió a que diera los nombres de la gente y los negocios de los
que pertenecían al partido financiero. El abogado Cabrera, desamparado, buscó
refugio y protección en la abstracción y se negó a proporcionar cualquier dato
concreto, argumentando: “Yo ataqué a un grupo típico que ha existido en todas
las épocas y en todos los países, y traté de confirmar la verdad de los ataques
al grupo científico, aplicando a México las generalizaciones hechas antes”.[27]
Como parte de las medidas represivas
contra los reyistas: “una docena de oficiales del ejército fueron confinados a
lugares remotos, los diputados Jesús Urueta y Lerdo de Tejada, hijo, fueron
privados de sus curules en la Cámara [de Diputados], y el senador José López
Portillo y Rojas fue arrojado del Senado y arrestado”.[28]
Como ya se sabía lo que valía la
palabra del general Reyes, no importó que públicamente apoyara la candidatura
de Corral, Porfirio Díaz lo privó del mando de las fuerzas militares de Nuevo
León y en su lugar puso al general Jerónimo Treviño, conocido por su hostilidad
al gobernador Reyes. Como su posición era cada día más incómoda, el 20 de
agosto de 1909, dejó Monterrey y se retiró a su hacienda en Galeana. Sus enemigos
entonces lo acusaron de cobarde y lo ridiculizaron apodándolo el “atrincherado
de Galeana”.[29]
Aparentemente, a pesar de sus
mensajes a Corral, a don Porfirio y a sus seguidores, el aislamiento del
general en su hacienda lo interpretaron como una manera de seguir considerando
sus opciones. Su hijo Alfonso, relató después ese momento de su padre:
“Le
daban la revolución ya hecha, casi sin sangre, ¡y no la quiso! Abajo, pueblos y
ejércitos a la espera, y todo el país anhelante, aguardando para obedecerlo, el
más leve flaqueo del héroe. Arriba, en Galeana, en el aire estoico de las
cumbres, un hombre solo”.[30]
Para acabar con los
rumores de rebelión reapareció en Monterrey en septiembre y, finalmente,
después de una entrevista con el general Díaz, a principios de noviembre,
Bernardo Reyes renunció a la gubernatura de Nuevo León, y aceptó realizar
estudios militares en Europa, que fue la manera honrosa de desterrarlo.[31]
Otro de los afectados en la campaña
de represión fue Venustiano Carranza. A principios de 1909 había consultado a
don Porfirio si le parecía bien el ofrecimiento que le habían hecho de postular
su candidatura a la gubernatura de Coahuila y el Presidente le dijo que sí
aceptara ese ofrecimiento. Carranza entonces inició su campaña electoral con el
supuesto apoyo del general Díaz. Pero hay que recalcar lo de supuesto, porque
ya desde el 4 de febrero de ese año, el dictador le escribió a Miguel Cárdenas,
el gobernador de Coahuila, que no apoyaría públicamente la candidatura de
Carranza, pero tampoco diría de manera abierta que no lo apoyaba.[32]
Es decir, dejó el asunto en la indefinición; siguiendo su manera típica de
comportarse, Díaz no se comprometió.
La
violencia contra los reyistas en Guadalajara y la renuncia pública de Reyes a
su candidatura, llevaron a la devaluación política del gobernador Miguel
Cárdenas (gran amigo y aliado de Bernardo Reyes) y convencieron a los
corralistas que sería bueno sustituir a Carranza y nombrar a otro candidato
oficial. La postulación cayó entonces en Jesús del Valle y partir de entonces
se inició el hundimiento político electoral de Carranza. Fue Madero, a quien
Carranza envidiaba y despreciaba, el que lo salvó de lo peor. Francisco se
refirió a la situación de Carranza en Coahuila en una carta que le mandó el 7 de
septiembre a su amigo Palavicini:
“Diré
a usted que si no fuese por el elemento antirreeleccionista, el Sr. Venustiano
Carranza hubiese fracasado no solamente de un modo ruidoso, sino ridículo, pues
todos sus partidarios oficiales lo han abandonado y entre éstos estaban muchos
de los clubes reyistas.
Es bueno que haga hincapié en algún
artículo sobre la circunstancia de que aquí en Coahuila después de los nuevos
acontecimientos, mientras se desbandaban los partidos Carrancista y Reyista, el
nuestro sigue aumentando considerablemente en todos sentidos, al grado de que
si no hubiese sido por nosotros, la convención [de la oposición en la que se
postuló a Carranza] hubiese sido ridícula”.[33]
Como Madero
esperaba un gran fraude electoral en Coahuila y no veía la manera de evitarlo,
prefirió contener a sus partidarios y realizar una campaña de oposición muy
formal, muy de trámite, para conservar las fuerzas para la lucha del año
siguiente. De hecho los resultados oficiales fueron 16,383 votos para Jesús del
Valle y 66 votos para Venustiano Carranza.
La
experiencia de abandono de sus partidarios, su dependencia final de los
maderistas y el desganado apoyo de éstos, fue para el porfirista-reyista don
Venustiano Carranza una experiencia humillante que le ayudó a cultivar su
rencor contra el anti-reyista y antirreeleccionista Francisco I. Madero.
El senador
Venustiano Carranza, que siempre se había mostrado muy servil con el dictador,
terminó odiando a Porfirio Díaz por el ridículo al que lo sometió.[34]
Nicéforo Zambrano, político amigo de don Venustiano, contó que después de su
derrota, el senador Carranza fue a entrevistarse con el general Reyes para
convencerlo de que no se fuera a Europa a estudiar sino que se rebelara contra
el Presidente de la República. Bernardo Reyes le contestó: “ya ve que no me es
posible aceptar lo que me ofrece; debe saber que a ese hombre no le puedo
faltar porque lo que soy y lo que valgo a él se lo debo, lamentando de veras no
estar de acuerdo con usted en este asunto”.[35]
De esta manera resignada el general
Reyes fue eliminado de la sucesión presidencial y dejó a Madero y a su partido
como el problema pendiente que el Presidente tenía que resolver para garantizar
su reelección y la de Ramón Corral. La hostilidad y represión surgida de esta
nueva relación de fuerzas fue la que provocó el desánimo y la desbandada de los
partidarios de Madero en la ciudad de México.
Don Porfirio golpea a la familia
Madero, para aplacar a Francisco
Algo muy importante
para Francisco I. Madero fue lanzarse a la lucha contra la dictadura con el
apoyo de su padre. Hasta que obtuvo la bendición de éste, publicó el libro de La sucesión presidencial e inició los
trabajos de construcción del nuevo partido.
Cuando todavía no obtenía la
bendición, el 20 de enero de 1909, le dijo a su padre:
Y
yo, que debo de representar un papel de importancia en esa lucha, pues he sido elegido por la Providencia para
cumplir la noble misión de escribir ese libro; yo, que en el entusiasmo y
en la fe que siento reconozco el ayuda de , y que en este Estado soy reconocido como jefe por
todos los que quieren luchar, sentirme detenido en medio de mi carrera,
sentir que una fuerza poderosa, detiene mi brazo y me inutiliza para el
combate, ¿podrías imaginar cuál es mi angustia?
¿Y cuál es esa fuerza que me
detiene? ¿Cuál es esa voluntad que quiere oponerse a que yo cumpla con la
misión que me ha impuesto la Providencia?
La única que podría hacerlo; pues si
bien es cierto que no me arredra la pobreza, ni la prisión, ni la muerte, sí me
arredra desobedecer a mi padre, pues me imagino que lanzarme a una lucha tan
azarosa sin llevar la bendición de mi padre, tendré que fracasar, porque me
faltará la fuerza moral necesaria para sostenerme. ¿Pero cuál es la razón que
tú me das para no quererme permitir que publique mi libro?[36]
Tres días después,
al enterarse que tenía todo el apoyo paterno, le escribe de nuevo:
“Mi
muy querido papacito:
Ayer llegué de Torreón y me encontré con tu telegrama en
que me permites que obre libremente y me mandas tu bendición y la de mi mamá.
No puedes imaginarte cuán grande ha
sido la satisfacción, el orgullo y la emoción que he sentido.
Abundantes lágrimas derramé ayer,
pero fueron lágrimas de ternura, de dulce y grata emoción de agradecimiento
inmenso para ti y para mi adorada mamacita.”
“[...] pueden estar seguros que
obraré de tal modo, que les causaré la más legítima satisfacción, el más noble
orgullo, haré de modo que Uds. se sientan orgullosos de mí, como yo me siento
orgulloso de tener unos padres tan nobles, tan grandes, tan buenos.
Ahora
sí ya no tengo la menor duda de que la Providencia guía mis pasos y me protege
visiblemente, pues con el hecho de haber recibido su bendición veo
visiblemente su mano”.[37]
Una buena parte de
las argumentaciones de Francisco para persuadir a su padre de que lo apoyara
era que Porfirio Díaz no haría nada en contra de la familia, que cuando mucho
se lanzaría contra él y estaba dispuesto a asumir las consecuencias.
Le decía a su padre:
“Siempre
he creído que es infundado el temor de Uds. De que se nos echen encima los
Bancos al publicar mi libro, pues el general Díaz no recurrirá a esos medios
tan mezquinos. Si él se indigna, será contra mí, y contra mí solo dirigirá sus
golpes, de modo que sean certeros sin que aparezca su mano.
[…] Además, tú que eres tan optimista, tan entusiasta,
tan afortunado, ¿porqué ver ahora todas las cosas con un tono tan sombrío?
¿Cuándo se ha visto que una buena
acción tenga malas consecuencias? Sólo apreciando las cosas desde un punto de vista
limitado y circunscrito a un solo punto puede verse lo contrario, pero
extendiendo la vista a horizontes más amplios, entonces cambia la cuestión de
aspecto, pues entonces sólo vemos la vida eterna de los pueblos y de los
espíritus evolucionando a través de innumerables envolturas terrestres y de los
pequeños contratiempos, las
contrariedades que encuentran en su camino, como obstáculos indispensables para
ejercitar sus fuerzas, para desarrollar sus facultades, para elevarse más y más
en la diaria lucha para vencerlos”.[38]
En noviembre y
diciembre de 1909, Porfirio Díaz todavía no le echó encima a los bancos, pero
sí privó a su padre de 200 mil pesos
mensuales que recibía por la venta de Guayule. Para hacer esto lo despojó de la
finca “Australia” otorgándola a los vecinos que, de una manera totalmente
arbitraria, la reclamaban en propiedad.
Esa presión contra Madero era parte
de una represión contra los antirreeleccionistas. En Puebla, por ejemplo, se
había encarcelado a Aquiles Serdán. En Yucatán, los opositores perdieron las
elecciones para gobernador y se persiguió y encarceló a los derrotados.
Desesperado y en un intento de proteger a Aquiles Serdán en Puebla y a Pino
Suárez que andaba oculto en Yucatán, decidió escribir, el 18 de noviembre, una
carta a Limantour, amigo de la familia Madero, pidiéndole ayuda.
Don Evaristo, su abuelo, por la
copia que le mandó el mismo Francisco, se enteró de la carta escrita a
Limantour, y furioso, desde Monterrey, le escribió rápidamente a su nieto:
“Si
esa carta no se la enseña al señor Presidente, sería una falta de atención de
su parte y si se la enseña, será peor para ti. Tú crees que estás hablando de
nación a nación y te equivocas, lo peor de todo, es que mientras nosotros
estamos trabajando por levantarle el palo que le tienen encima a Francisco, tu
padre, con el cual le hacen perder muchos miles de pesos; tú, por otro lado, te
empeñas en echarle mocos al atole, pues no les ha de faltar pretexto para
seguirnos mortificando, pues creen que la obra no es tuya sino de todos
nosotros, en lo cual se equivocan de medio a medio, porque yo prefiero estar
quieto en mi rincón que querer tapar el sol con una mano.
Yo he estado malo desde hace días; me viene aquí para ir
a Saltillo y de allí ir a México a ver al señor Presidente con el cuento que
tiene Francisco en el juzgado de Saltillo, pues dirán y dirán bien que mientras
nosotros perseguimos que le hagan justicia a tu padre, tú le echas la amenaza
de que harás y tornarás y así bien te quedarás diciendo y no harás nada, pues
estás muy lejos de conocer el país en que vivimos. Espero que no volverás a
poner una carta semejante a ninguno de los Ministros ni al señor Presidente,
pues se parecería al desafío de un microbio con un elefante”.[39]
Durante los meses
de septiembre, octubre y noviembre, quizás por las fuertes presiones internas y
externas, Madero padeció cálculos hepáticos, tuvo altas fiebres e incluso una
vez se llegó a temer por su vida. Pero a pesar de su enfermedad mantuvo intensa
correspondencia y visitó e instaló clubes antirreeleccionistas, sobre todo en
Coahuila. Sin embargo terminó por aceptar pasar una temporada de recuperación y
baños en Tehuacán, Puebla, que es desde donde le mandó sus cartas a Limantour y
a su abuelo.
Durante su recuperación en Tehuacán
también le escribió a José Vasconcelos para persuadirlo de que no abandonara el
Partido Antirreeleccionista y que superara el desaliento en el que se
encontraba. Voy a reproducir las palabras de Madero porque expresan mucho de la
actitud con la que estaba asumiendo él mismo la adversidad de esos meses:
“Si
usted se separa de nuestro Partido, va a perder, quizá, la mejor oportunidad
que se le presente en su vida, de ocupar un puesto distinguido entre sus
conciudadanos [...] Retirándose de nuestro Partido, se conquistará usted,
cuando mucho, que lo traten con lástima, si no es que con desprecio, pues ven
que a pesar de haber principiado la campaña con tanto vigor, se desmoralizó con
el menor obstáculo con que tropezamos [...] Los obstáculos que hemos vencido hasta ahora no son comparables con los
que tenemos que vencer. Los peligros que hemos corrido, no son nada
comparables con los que nos esperan y si hasta ahora hemos presenciado algunas
represalias, no tendrán comparación con las persecuciones que vendrán cuando se
acerquen las elecciones, cuando la lucha se haya entablado verdaderamente,
cuando las pasiones exalten los ánimos de ambos partidos.
Ninguna conquista ha hecho la
humanidad sin que le cueste grandes trabajos. El bien más codiciado de todos
los pueblos, es el de la libertad, y nunca se ha conseguido sin que sucumban
muchos en la contienda.
Aunque nuestra lucha es democrática
esencialmente, a pesar de ello habrá víctimas, pues el gobierno no ha de
retroceder ante ningún medio para imponer su voluntad”.[40]
Ese optimismo y esa
voluntad firme para enfrentar las adversidades también la expresa en la carta
que le escribió a su papá el 30 de noviembre en respuesta a la petición que
éste le hizo de que suspendiera sus trabajos políticos debido a la salud de la
mamá y las complicaciones que se estaban padeciendo con el guayule de la finca
de “Australia”:
“Cuando
me diste tu consentimiento, te
inspiraste en la misma fe que a mí me sostenía, te elevaste sobre todas las
pequeñeces que te rodean y con una serenidad y una resolución que yo he
admirado, te resolviste a arrostrar todas las consecuencias de tu acto.
[...] Comprendo muy bien que al
estar en esa ciudad [Monterrey], tanto papá Evaristo como Ernesto, sobre todo
este último, te habrán comunicado sus temores, abultando ante tus ojos las
consecuencias que puede tener el que yo continúe en la actual campaña.
Desistir, pues, en estos momentos,
de mi empresa, sería sumirme para siempre en el desprestigio y la ignominia,
sería tanto como traicionar a la Patria, burlar las esperanzas de todos los que
creen que yo soy un hombre honrado y patriota, y sería dejar que se afianzase
para siempre en nuestro país el régimen de poder absoluto.
Al suceder todas estas desgracias,
ni siquiera se remediaría el mal que quieres tú evitar, pues el asunto de
Australia lo han de seguir explotando de un modo u otro. Ya ves cuantos
sufrimientos que no se han cumplido”.
Como puede verse en
las cartas a José Vasconcelos y a su padre: ni los ataques del general Porfirio
Díaz a su familia, ni el realizado contra sus partidarios, ni la momentánea
desmoralización de los dirigentes antirreeleccionistas de la ciudad de México,
impidieron que siguiera adelante en su lucha por la libertad y la democracia.
De hecho Madero intensificó sus esfuerzos y después de haber ido a Oaxaca y
fracasado por no haber logrado fundar un solo club antirreeleccionista en ese
Estado, inició una nueva gira política por la costa del Pacífico y del norte de
México, y preparó la convención del Partido Nacional Antirreeleccionista que
postularía a los candidatos a la Presidencia y vicepresidencia de la República.
El ascenso de los candidatos del
Partido Antirreeleccionista
Primero fueron
Querétaro, Gudalajara, Colima y Manzanillo, después Mazatlán Culiacán y
Angostura, en seguida Alamos, Navojoa, Guaymas, Hermosillo, Nogales y
Chihuahua. Salvo en Manzanillo, por cuestiones de tiempo, en todas estas
ciudades fue instalando clubes antirreeleccionistas durante el mes de enero de
1910. En Guadalajara, a pesar de los obstáculos que le pusieron las
autoridades, pudo realizar un mitin espontáneo con dos mil personas. En Sinaloa
también encontró obstáculos pero pudo realizar reuniones exitosas. En Sonora la
hostilidad de las autoridades fue mayor y Madero hasta batalló mucho para
conseguir algún lugar para pasar la noche.[41]
En Chihuahua el gobernador Enrique Creel lo subestimó como espectáculo para
curiosos y lo dejó obrar libremente. Ahí Madero se dio cuenta que Abraham
González ya había impulsado la instalación de clubes antirreeleccionistas en
todo el Estado.
La última gira antes de la
convención del partido la realizó el mes de marzo a través de Torreón, Durango,
Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí y León, Guanajuato.
De esta manera, en menos de un año,
Madero hizo propaganda antirreleccionista en 19 Estados de la República. Y
prácticamente en todos ellos dejó funcionando clubes políticos con sus
respectivas directivas. En los primeros seis Estados lo acompañó como orador
Félix Palavicini y en los siguientes Roque Estrada.
En
casi todos los lugares que trabajó, Madero logró, con su ejemplo y entusiasmo,
acabar con el miedo a la acción política independiente. Así que podría decirse
que gracias a él y a sus dos compañeros, en
un año construyó el Partido Nacional Antirreeleccionista. De modo que en la
convención nacional de abril, a la hora en que los representantes de cada uno
de esos clubes votaron para designar a su candidato a la presidencia, lo
natural fue que la elección recayera en Madero y en la persona que él había
sugerido como su compañero de fórmula: el doctor Francisco Vázquez Gómez como
candidato a la vicepresidencia.
La
convención del Partido Antirreeleccionista se celebró los días 15, 16 y 17 de
abril. El primer día se eligió a Francisco I. Madero como candidato a la
presidencia, obtuvo 159 votos. Sus rivales fueron: Toribio Esquivel Obregón que
logró 23 votos y Fernando Iglesias Calderón que consiguió tres votos. Al día
siguiente y después de varias horas de debate se eligió a Francisco Vázquez
Gómez como candidato a la vicepresidencia con 113 votos; sus rivales fueron:
Toribio Esquivel Obregón con 82 votos y Fernando Iglesias Calderón con cuatro
votos.[42]
La idea era, todavía en ese momento
político, llegar a una transacción con el Presidente de la República de modo
que renunciara el candidato a la Presidencia del Partido Antirreeleccionista, y
Porfirio Díaz apareciera como el candidato común. A cambio de esto la
candidatura a la vicepresidencia recaería en un hombre de confianza de los
maderistas (se pensaba que podría ser Teodoro A. Dehesa[43]
(gobernador de Veracruz) o el general Mier (gobernador de Nuevo León); además,
el dictador debería ceder tres o cuatro ministerios, y aceptar la renovación de
la mayor parte de los gobernadores, para garantizar que las elecciones
generales de junio y julio de 1910 se efectuarán de acuerdo a las reglas y de
esa manera la oposición estaría en condiciones de conseguir también la mayoría
en el Senado y en la Cámara de Diputados.
Las condiciones para una transacción
eran que el Partido Nacional Antirreeleccionista estuviera fuerte (y sólo se
haría hasta entonces) y Porfirio Díaz quisiera ceder posiciones gubernamentales
que aseguraran la libertad del sufragio para la vicepresidencia, senadores y
diputados; y después la de los gobernadores que previamente habían sido
designados en la transacción. Pero antes de cualquier otra cosa, el partido
debía designar a sus propios candidatos a la Presidencia y vicepresidencia de la República. Primero
debían tenerlos y tenerlos fuertes, para poder entregarlos dignamente a cambio
de la libertad de elegir a los gobernantes: del vicepresidente para abajo.
Con esta idea en mente Madero
promovió la candidatura a la vicepresidencia del doctor Francisco Vázquez
Gómez. Éste había sido médico personal de Porfirio Díaz, y amigo y promotor de
Bernardo Reyes:
“Ya
comprenderá Ud. la inmensa fuerza moral que dará a nuestro partido tal
determinación y precisamente para llevar adelante esta política, necesita la
completa cooperación del que sea candidato a la vicepresidencia, pues necesito que sea un hombre que esté
resuelto a sacrificar su candidatura como yo sacrificaré la mía. Por este
motivo me he fijado en la conveniencia de que sea candidato para vicepresidente
su hermano el doctor”.[44]
Fue lo que le escribió
Madero a Emilio Vázquez Gómez el 22 de febrero de 1910. Pero la transacción
imaginada no se efectuó porque el general Díaz nunca estuvo dispuesto a ceder
su poder por un medio distinto a la vía armada. Madero percibió claramente la
cerrazón del dictador en la entrevista de una hora que sostuvieron el sábado 16
de abril en la noche, gracias al interés que tuvo el gobernador de Veracruz,
Teodoro A. Dehesa de que se efectuara ese encuentro. Sobre esa entrevista
escribió Madero:
“La
impresión que me causó el Gral. Díaz es que está verdaderamente decrépito, que
tiene muy poca vitalidad; acostumbrado a que todo lo que él dice sea aprobado
servilmente por los que lo rodean, no vacila en contradecirse de un momento a
otro, y, sobre todo, parece que tiene la monomanía de hablar de sus guerras. A
mí me causó la impresión de estar tratando con un niño o con un ranchero
ignorante y desconfiado.
[...] De la cuestión política
comprendí que no se puede hacer nada con él, que está empeñado en seguir adelante su programa. Yo le dije que por mi
parte nosotros seguiríamos igualmente el nuestro. Se trató igualmente de la
orden de aprehensión contra mí y me dijo que tuviera confianza en la Suprema
Corte, a lo cual le contesté con una franca carcajada, diciéndole que no tenía
ninguna confianza en la Corte. Parece que quiso varias veces asumir una actitud
imponente y seria, pero nunca logró hacerlo, pues comprendió que conmigo no
daban resultado esas bromitas.
Yo le dije que me importaba muy poco
que hicieran conmigo lo que gustasen, que todo el mundo comprendería
perfectamente que si daban alguna orden de aprehensión contra mí era porque
había resultado candidato a la Presidencia, porque todo mundo sabía que era un
hombre honrado y yo también tenía orgullo en decirlo.[45]
Tal vez la
entrevista con Porfirio Díaz influyó para que, al día siguiente, en su discurso
de aceptación de la candidatura presidencial, Madero dejara más clara que nunca
su firme resolución democrática, aunque siguiera expresando la posibilidad de
realizar una transacción política que respetara y reforzara la voluntad del
pueblo:
“Espero
que el general Díaz [...] nos dejará trabajar libremente y respetará la
voluntad nacional, libremente manifestada en los comicios; pero si
desgraciadamente el general Díaz olvidando sus deberes para con la Patria,
olvidando que el puesto que ocupa lo debe al pueblo y desconociendo las
ardientes aspiraciones de la Nación y los vehementísimos deseos del pueblo para
reconquistar su soberanía, favorece o permite que se nos pongan trabas en
nuestra campaña política, que se nos coarten las libertades concedidas por la
Constitución y que se defraude el voto popular en los comicios, con objeto de
imponer, por medio del fraude su candidatura y la del señor Corral, declaro
solemnemente que en este caso, defenderé vigorosamente los derechos del pueblo;
y si el general Díaz, deseando burlar el voto popular, permite el fraude y
quiere apoyar ese fraude con la fuerza, entonces, señores, estoy convencido de
que la fuerza será repelida por la
fuerza, por el pueblo resuelto ya a hacer respetar su soberanía y ansioso
de ser gobernado por la ley”.[46]
Tres
párrafos después Francisco mostró su disposición a renunciar a su candidatura y
llegar a un arreglo democrático en los términos mencionados más arriba en este
texto.
El efecto que tuvo la convención del
Partido Nacional Antirreeleccionista, con la designación de sus candidatos, fue
atizar en la gente la voluntad del cambio e introducir la esperanza de la
victoria. Esto se vio claramente en mayo que fue un mes de efervescencia y
desbordamiento popular a favor de los antirreeleccionistas.
Miles
y miles se manifiestan a favor de Madero para Presidente
El
5 de mayo de 1910 fue un día de grandes contrastes en la ciudad de México. Por
un lado se manifestaron siete mil personas que expresaron con entusiasmo su
apoyo a Madero y por otro, el desfile al que asistió Porfirio Díaz fue muy
frío, y a diferencia de otros años, no hubo vivas al general e incluso se
expresaron algunos siseos y uno que otro viva a Madero. El contraste alentó a
la oposición.
En Guadalajara diez mil personas
recibieron a Madero con vivas y aplausos; en Puebla fueron 30 mil y en Orizaba
20 mil. En este último lugar, ante una multitud compuesta principalmente de
obreros, el candidato pronunció un discurso que es muy significativo de la
manera en que Madero entendía la libertad y del papel que le daba a esta en la
conformación del modo de vida:
“El
aumento de salarios o la reducción de horas de trabajo no depende del gobierno.
No les ofrecemos eso, porque no es lo que ustedes desean. Ustedes quieren
libertad y que sus derechos sean respetados. Ustedes desean que se les permita
formar asociaciones poderosas para que unidos sean capaces de defender sus
derechos. Ustedes desean la libertad de pensamiento, para que aquellos que
simpatizan con los sufrimientos de ustedes puedan enseñarles el camino de la
felicidad. Ustedes no desean el pan, solamente desean la libertad, porque ésta
les servirá para ganar el pan”.[47]
Cada
día el apoyo a la candidatura del Partido Nacional Antirreeleccionista iba en
aumento y la manifestación del domingo 29 de mayo que agrupó a 30 mil
maderistas en la ciudad de México reafirmó al gobierno en la conveniencia de
intensificar la represión a escala nacional.
Para entender la importancia de las
manifestaciones a favor de Madero, hay que tomar en cuenta que el gobierno las
veía con malos ojos y que participar en ellas traía la desgracia de quedar
identificado como opositor. Es decir, se necesitaba cierta valentía para estar
en ellas. Además, el número de habitantes de las ciudades era muy pequeño en
comparación con el número que tienen en la actualidad. Por ejemplo, la ciudad
de Puebla tenía 96,121 habitantes y la manifestación agrupó a 30 mil.
De hecho después de que Madero salió de Puebla el
gobierno encarceló a la mayor parte de los directores de los Clubes
Antirreeleccionistas Obreros. Eso motivó que Francisco le escribiera otra carta
a Porfirio Díaz, el 26 de mayo, en la que le manifestaba que a él en lo
personal le habían respetado sus derechos políticos, pero que a sus numerosos
partidarios en toda la República no se les respetaba. Le puso como ejemplo que
en Coahuila, Nuevo León, Aguascalientes y San Luis Potosí se habían impedido
manifestaciones antirreeleccionistas y que en Sonora y Puebla hubo
encarcelamientos:
“Yo
he exigido de mis partidarios que laboren dentro de la Ley: así lo han hecho.
También he exigido de ellos que se limiten a protestar por las vías legales, de
los atropellos de que son víctimas; hasta ahora también lo han hecho. Pero
convencido de la ineficacia de tales medidas para defenderse, y a pesar de mis
exhortaciones, temo llegue un momento en que estalle la indignación popular. En
ese caso, los únicos responsables ante la Nación y ante la Historia, serán las
autoridades que con sus repetidos atentados hayan provocado la indignación del
Pueblo Mexicano”.[48]
El
efecto que tuvo esta carta abierta al Presidente no fue detener la represión
sino intensificar el combate gubernamental contra la oposición[49]
que culminó el 6 de junio en Monterrey, con la disolución de una manifestación
de apoyo a Madero y su encarcelamiento. Eso motivó que le escribiera otra carta
al Presidente el 14 de junio. Después de exponerle varios actos represivos le
dice:
“[...]
De lo expuesto se desprende claramente que Ud. y sus partidarios rehúyen la
lucha en el campo democrático, porque comprenden que perderían la partida y
están empleando las fuerzas que la Nación ha puesto en sus manos para que
garanticen el orden y las instituciones, no para ese fin, sino como arma de
partido para imponer sus candidaturas en las próximas elecciones.
“[...] Pero si Ud. y el señor Corral
se empeñan en reelegirse a pesar de la voluntad nacional y continuando los
atropellos cometidos recurren a los medios puestos en práctica hasta ahora para
imponer las candidaturas oficiales y pretenden emplear una vez más el fraude
para hacerlas triunfar en los próximos comicios, entonces, Sr. Gral. Díaz, si
desgraciadamente por ese motivo se trastorna la paz, será Ud. el único culpable
ante la Nación, ante el mundo civilizado y ante la Historia.
Publique Ud. un manifiesto en que
haga a sus partidarios la misma indicación que yo les hago y ponga de su parte
todo lo posible porque las autoridades cumplan con su deber respetando la ley y
habrá hecho a su Patria el mayor bien consolidando para siempre la paz”.[50]
Limantour
evita que Dehesa sustituya a Corral y gana las elecciones
A
medida que se aproximaba la fecha de las votaciones (26 de junio, elecciones
primarias y 8 de julio, elecciones secundarias) todos los porfiristas
anti-corralistas intensificaron sus presiones para que el Presidente apoyara
públicamente a otro candidato a la vicepresidencia. Se le propuso a su amigo el
gobernador de Veracruz Teodoro A. Dehesa e incluso hasta se le mencionó como
posible candidato a su sobrino, el general Félix Díaz.
El
Círculo Nacional Porfirista, por ejemplo, el 23 de junio, susituyó la
candidatura de Corral por la de Teodoro A. Dehesa, argumentando que como la
vicepresidencia de la República era la manzana de la discordia y que si
triunfaba Corral el país no estaría
conforme y se afectaría la paz, postulaba al nuevo candidato “para matar la
DISCORDIA” (lo escribió así, con mayúsculas). Teodoro aceptó la postulación.
El mismo Dehesa cuenta que Porfirio
Díaz estaba muy indeciso, de modo que no daba instrucciones claras a los que
tenían que instrumentar los resultados electorales:
“Las
elecciones estaban encima y la consigna no llegaba a los gobernadores de los
Estados... ¿Qué había pasado? Hay un hecho elocuente por significativo. Cuando
la consigna llegó a los gobernadores, la lista tenía en blanco el nombre del
vicepresidente y la carta-recomendación nada decía al respecto. Convencido el
general Díaz de que era inconveniente la reelección del señor Corral quiso sin
duda que lo intuyeran los gobernadores, pero el servilismo establecido era tal,
que ninguno se atrevió a proceder por sí y hubo gobernadores, como los señores
[Próspero] Cahuantzi [gobernador de Talxcala] y [Joaquín] Obregón González [de
Guanajuato], fueron a la capital con el objeto de informarse con el general
Díaz del asunto y no lo lograron. El último había ido con el señor diputado
Rosendo Pineda y éste le dijo que la elección había que hacerla a favor de Corral,
que eso era lo acordado”.[51]
Los
dirigentes del Círculo Nacional Porfirista buscaron el apoyo del Partido
Nacional Antirreeleccionista para sacar adelante la fórmula Díaz-Dehesa. Por
ello el 15 de junio platicaron con el Dr. Francisco Vázquez Gómez que simpatizó
con la idea y percibió que era el mismo Porfirio Díaz el que estaba tratando de
desligarse de Corral, pero como no quería aislarse políticamente buscó a los
independientes. El doctor estaba convencido que una alianza
Díaz-Antirreeleccionistas era mejor que la alianza existente Díaz-Científicos
porque así se evitaría la revolución. Madero y él no tendrían que renunciar,
sólo comprometerse aceptar los resultados a favor de Díaz-Dehesa.
Madero
se molestó con los arreglos que intentaba realizar el doctor. Le señaló: “Me
parece indecoroso e inconveniente entrar en arreglos mientras me encuentre
preso [...] especialmente en el caso de que se trata, de hacer concesiones”. [52]
Por esa época Madero ya tenía la idea de no hacer una transacción y dos meses
después se lo expresó claramente a don Filomeno Mata: “Yo no opino, como el
Lic. Vásquez, que debemos transigir con el Gobierno. En último caso, que nos
derrote; pero que sea una derrota honrosa para nosotros y que nos dejen con
todo nuestro prestigio, que en los actuales momentos es nuestra fuerza”.[53]
La indecisión de don Porfirio, las
grandes expectativas que había entre los enemigos de los “científicos” de hacer
valer la candidatura de Teodoro A. Dehesa y las indagaciones para un arreglo
con los antirreeleccionistas, provocaron que Limantour pospusiera su viaje a
Europa hasta saber el resultado de la elección.[54]
Temía que el general Díaz cediera a las presiones y dejara de lado a Corral. Su
presencia resultó efectiva y el Presidente no se atrevió a sustituir al
candidato.
Las elecciones se realizaron con los
fraudes usuales. Un artículo en la Colección Díaz se refirió al modo en que se
llevaron a cabo esas elecciones:
“Aguascalientes: los mismos funcionarios
de las casillas llenaban los votos, tomando nombres de las listas de
contribuyentes. La policía agredía a garrotazos a los antirreeleccionistas que
intentaban presentarse en las casillas.
Chiapas:
Las urnas se llenaron el día anterior en el Palacio Municipal y el día de las
elecciones las vigilaron soldados federales. Las amenazas abiertas de muerte
impidieron que los antirreeleccionistas intentaran votar.
Chihuahua:
Los soldados se apoderaron de todas las casillas. En el pueblo de Santa
Bárbara, el comandante de policía con sus esbirros irrumpió en la sede del Club
Antirreeleccionista, derribando la puerta
y arrestando a los presentes. Impuso una multa a cada uno de ellos y les
advirtió que el que se apareciera por las casillas al día siguiente, sería
arrestado”, etc...[55]
En
el memorial que el Partido Nacional Antirreelecionista presentó en la Cámara de
Diputados, para solicitar la nulidad de las elecciones, se decía acerca de
éstas:
“El
fraude fue en todas partes descarado; las mesas estuvieron en continua
comunicación con las autoridades políticas y con los jefes de policía; si los
antirreeleccionistas estaban por ganar una elección, rápida y disimuladamente
se sacaba del cajón de la mesa un fajo de boletas falsificadas y por arte de
prestidigitación todas las cosas cambiaban, y cuando no se tenían ocultas esas
boletas, salía violentamente de la casilla cualquier secretario o escrutador a
dar parte a dichas autoridades, y en el acto llegaba un gendarme con el rollo
de falsas boletas y las ponía en manos del presidente, diciéndole, unas veces
con infinito descaro y otras con absoluta inconciencia, que se las enviaba el
jefe político, el presidente municipal, el comisario de policía o el leader corralista que en automóvil
recorría las casillas para atender en el acto cualquier emergencia de esa
naturaleza”.[56]
En
esas condiciones los resultados de la votación fueron totalmente favorables a
la fórmula Díaz-Corral: Porfirio Díaz obtuvo 18,625 votos electorales y Madero
196. En cuanto a la vicepresidencia, Ramón Corral: obtuvo 17,177; Teodoro
Dehesa:1,394; Francisco Vázquez Gómez: 187 y Bernardo Reyes: 12.[57]
Francisco
Bulnes se preguntó: si era tan aborrecido Ramón Corral, ¿por qué no ganó Dehesa
que tuvo la bendición de don Porfirio a última hora?:
“Porque
no hubo electores en la elección; en la gran mayoría de los comicios, se
hicieron las elecciones como siempre; las hizo la policía como cualquier
servicio de recoger basura o levantar perros muertos. Los gobernadores dieron
la consigna de votar por Corral al pueblo imaginario, y fueron obedecidos”.[58]
Después
de conocer los resultados, Limantour decidió salir tranquilamente del país.
Cuando pasó por San Luis Potosí, en tránsito hacia Europa, habló con Francisco
Madero (padre) que solicitó la intervención del secretario de Hacienda en favor
de su hijo. Limantour le aconsejó que pidieran la libertad bajo fianza y le dio
a entender que la resolución sería favorable. Así lo hicieron y así sucedió,
Madero y Roque Estrada, que habían sido trasladados de Monterrey a la prisión
de San Luis Potosí, obtuvieron la libertad condicional el 19 de julio. La
condición era que permanecieran en la ciudad de San Luis Potosí.[59]
Aparentemente el gobierno, cuando otorgó la libertad
condicional, ya no le temía al líder antirreeleccionista, porque como ya habían
pasado las elecciones y Madero siempre se había mostrado partidario de la ley y
de la paz, pensaron que el líder de la oposición quedaba recluido en la
impotencia. Se pensó entonces que la represión de siempre contra los opositores
sería suficiente para pasar a la siguiente etapa de la sucesión presidencial.
Debido a esa percepción
gubernamental, no sirvió de nada la impugnación de la elección ni las pruebas
de fraude electoral. El 16 de septiembre, el Presidente se dirigió al Congreso
y declaró que las elecciones se habían celebrado con toda regularidad en el
país. Al día siguiente la Cámara de Diputados declaró que no procedía la
petición de anular las elecciones y el 4 de octubre se publicó el bando que
declaró electos a Porfirio Díaz y a Ramón Corral.
Aparentemente
los maderistas estaban completamente derrotados y se creyó que los inevitables
residuos de agitación terminarían por extinguirse con el tiempo y con medidas
represivas. Incluso Gustavo Madero, a diferencia de su hermano, tenía la
impresión de que la lucha había terminado. En la carta del 27 de agosto que le
escribió a Francisco, le decía que “lamentablemente las elecciones habían
terminado y todo el mundo estaba dispuesto a olvidar los métodos empleados y
aceptar el statuo quo”.[60]
El líder antirreeleccionista decide recurrir a las
armas
Madero participó en
la lucha contra la dictadura y la encabezó con la convicción de que la mejor
manera de transitar hacia la democracia era conquistando el derecho de elegir
al sucesor de Porfirio Díaz, es decir, al vicepresidente, y a los gobernadores,
senadores y diputados. Confiaba en que su estrategia sería victoriosa porque
todos los mexicanos valoraban mucho la paz de los últimos 34 años. Estaba
seguro que nadie quería perderla.
A
pesar de su apuesta por la vía electoral, por ser la más racional, en su libro
de La sucesión presidencial, escrito
en 1908, había previsto la probabilidad de que se transitara por la vía armada
y violenta para lograr que el pueblo ganara la libertad del sufragio:
“La hipótesis de que estalle una revolución es la menos probable de
todas, pues por un lado, el elemento gobiernista procurará evitarla a toda
costa y el medio más eficaz y más
sencillo consistirá en hacer concesiones a la voluntad nacional, lo cual está en su mano; por otro lado,
los que formen el partido democrático, como lo indica su nombre, son
partidarios de la ley y por amarga experiencia sabemos que los mexicanos que
siempre que hemos empuñado las armas para derrocar algún mal gobierno, hemos
sido cruelmente decepcionados por nuestros caudillos que nunca nos han cumplido
las promesas que nos hicieron, por cuyo motivo las tendencias del Partido
Democrático serán precisamente, trabajar por que por medio de las prácticas
democráticas, se verifique el cambio de funcionarios.
A pesar de lo anterior,
la probabilidad existe de que sí se
levante la Nación si se le oprime demasiado vigorosamente; pues si es
cierto que está acostumbrada a permanecer tranquila y en perpetua paz, también
está acostumbrada a no ver cometer atentados sino aislado y muy de cuando en
cuando, y si ahora viniera una serie numerosa como tendría que suceder, le
causarían una indignación difícil de contener.
En este caso
desgraciado, sería el culpable el general Díaz, que por su obstinación en no
hacer concesión alguna a la nación, habría precipitado esa catástrofe, pues hay que decirlo alto y claro: el general Díaz,
ayudado por las circunstancias de un modo tácito por todos los mexicanos, ha
creado un orden tal de cosas, que ni él mismo podrá alterar impunemente”.[61]
Lo más importante
para Madero era que el pueblo eligiera a sus gobernantes y se respetara su
decisión. Desde esa perspectiva valoró la estrategia y táctica de la lucha y
desde ahí midió la conveniencia o no de llegar a acuerdos y transacciones.
El mayor desastre que podría
producirse en el movimiento que dirigía Madero era que las armas se
convirtieran de nuevo en el medio de acceder al poder. Tenía muy claro que el militarismo era el peor enemigo de la democracia.
A pesar de esto, Madero recurrió a las armas y convocó a los mexicanos a hacer
la revolución por dos razones:
En
primer lugar, Madero no quiso abandonar a sus partidarios y dejarlos en manos
de la dictadura y de toda la represión acostumbrada. Hubiera sido una traición
peor que la efectuada por Bernardo Reyes con sus seguidores, porque estos
todavía pudieron refugiarse en el Partido Nacional Antirreeleccionista y luchar
ahí por la victoria. Los maderistas, en cambio, no habrían tenido una
organización que los protegiese y les diese esperanzas de ganar. Se había
llegado al punto de no retorno. Si no se iba más allá, la regresión política
sería peor, la experiencia de la impotencia dejaría una marca todavía más
profunda en la gente, una muy difícil de olvidar.
En segundo lugar,
el objetivo de Madero al hacer la revolución no era instaurar un nuevo gobierno
sino crear las condiciones políticas que permitieran la libertad del sufragio;
buscaba crear condiciones adecuadas para que la gente pudiera elegir a sus
gobernantes, comenzando por el Presidente de la República. Y, de hecho, llegó a
la presidencia no después de su triunfo militar en Ciudad Juárez sino después
de ganar las elecciones en 1911. Pero este segundo mensaje fue demasiado sutil
y difícil de aceptar, porque para todos fue obvio que el nuevo gobierno se
formó por haber recurrido a las armas; fue el fruto de una fuerza violenta.
Después de la revolución quedó
abierto el camino de acceso al poder por medio de las armas. Y a pesar de que
el principal objetivo de su gobierno fue cerrar ese camino, no pudo hacerlo y
Madero murió víctima del camino que abrió para proteger a sus seguidores, para
evitar la impotencia de los mexicanos y para votar libremente.
La revolución del 20 de noviembre a las seis de la tarde
El Plan de San Luis
Potosí fue redactado en San Antonio, Texas, a principios de noviembre, pero
fechado el 5 de octubre en San Luis, el día anterior de la fuga de Madero de
esa ciudad. El plan llamaba a todos los mexicanos a tomar las armas el 20 de
noviembre de 1910 desde las seis de la tarde en adelante “para arrojar del
poder a las autoridades que actualmente gobiernan”; declaraba nulas las
elecciones presidenciales, anunciaba elecciones generales extraordinarias un
mes después del triunfo de la revolución y prometía la restitución de tierras a
los propietarios que habían sido despojados abusando de la ley de terrenos
baldíos, etc.[62]
No
queda claro el momento en que Madero decidió convocar a la revolución. Pudo
haber sido cualquier día de junio, julio, agosto o septiembre. Yo pienso que se
decidió a finales de septiembre porque fue cuando se cerró oficialmente la
posibilidad de conseguir sus objetivos por la vía legal. Además la información
que todavía ese mes manejaba Gustavo Madero, hombre tan cercano a Francisco su
hermano y tan importante para la revolución, me refuerza esa suposición.
La carta que le escribió Gustavo a
su esposa Carolina Villarreal el 27 de septiembre de 1910 expresan planes de
vida que no tienen nada que ver con la revolución sino con sus viejas
aspiraciones de empresario, muy acordes con su posición social dentro del
régimen porfirista:
“Vamos
a construir otro ferrocarril de Irapuato a Tacámbaro pasando por Morelia. Hemos
entablado negociaciones con el gobierno de Michoacán y parece que van muy bien,
pues hoy llamaron por telégrafo a [mi socio] Carboneu. Si hacemos este negocio
nos ganaremos él y yo para el año entrante un millón y medio de dólares, y como
en el otro nos ganamos como un millón y medio de pesos, hacen un total de
cuatro y medio para los dos. Ya ves pues que es de importancia capitalísima que
arreglemos bien todo. Además, hemos hecho el negocio de “La Paz” que nos dará
una renta mínima de 150,000 al año.
Te aseguro que si no tenemos
contratiempos, nos podemos considerar millonarios y
sin deberle a nadie un solo peso. Te suplico no comentar esto que te digo pues,
aunque tengo la seguridad de que se llevará a cabo, todavía puede haber algo
que nos impida llevar adelante esos negocios.”
Ese algo que le
impidió a Gustavo consumar sus negocios fue la fuga de su hermano Francisco de
San Luis Potosí, el 6 de octubre, y su retirada a Estados Unidos para planear e
iniciar la revolución.
Hubo
tres decisiones de Madero que pudieron parecer una alocada fe que brotaba de un
manicomio porfirista, sin base en las fuerzas políticas operantes. La primera
fue creer que podía construir un partido político nacional en un año y hacerlo
contando casi solamente con él como agente desencadenador y aglutinador. La
segunda fue creer que ese partido sería lo suficientemente fuerte como para
decidir la sucesión presidencial. Y la tercera fue que podría crear un
ejército, prácticamente de la nada, que pronto derrotaría al ejército
profesional del gobierno. Las tres, sin
embargo, resultaron decisiones oportunas y muy acordes con la situación política
de la época.
Para sorpresa de todos, el ejército
revolucionario mostró la gran debilidad del ejército federal y del régimen
porfirista. Al demostrar esto reafirmó lo que puede percibirse a lo largo de
los siglos: las revoluciones en este territorio que hoy es México han hecho
patente el miserable sustento de los sistemas gubernamentales que han existido
aquí.
Hernán Cortés llegó a estas tierras
con 508 soldados, 100 marineros y 10 caballos. Nadie hubiera imaginado que con
tan pocos soldados (pero con tanta capacidad persuasiva), en poco tiempo
estaría encabezando a decenas de miles de indios descontentos con la dominación
azteca y con ellos conquistaría este nuevo territorio para la corona española
con resultados catastróficos: “Las rivalidades, la guerra, la enfermedad y el
hambre lo aniquilaron todo [...] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl escribe: el
número de muertos en México era de ”.[63]
Tres siglos de dominación española
se resquebrajaron de una manera irreparable con un cura desesperado que para no
ser encarcelado por conspirador, se rebeló y enfrentó a los ejércitos españoles
con las piedras, hondas y machetes de sus miles de seguidores. Con esos
recursos miserables demostró la gran debilidad de los españoles y los expuso
como derrotables a los ojos de todos los mexicanos.
Cortés, Hidalgo y Madero pusieron al
descubierto que los amplios vínculos
políticos y sociales que se han formado en este territorio resisten muy poco
la presión de alguna pequeña fuerza coordinada que se les enfrente. Esta gran
debilidad del país la reconoció también el general Porfirio Díaz, quien le dijo
a Teodoro A. Dehesa que cinco mil estadounidenses que pasaran la frontera
serían bastantes para llegar al DF.[64]
La nación podía deshilvanarse con un
fuerte tirón o también podría mantenerse junta y maltrecha si la debilidad de
la oposición impedía ese tirón.[65]
Pero eso fue algo
que Madero tardó varios meses en descubrir. No lo pudo ver de inmediato porque
él mismo estaba en una situación de extrema debilidad el 20 de noviembre de
1910. Ese día entró a territorio nacional esperando reunirse con los 300
hombres que le había prometido su tío Catarino para atacar Ciudad Porfirio
Díaz. Esperó muchas horas y sólo acudieron diez revolucionarios. Con ellos no
se podía realizar el combate proyectado. Ese día y los siguientes creyó que en
todo México nadie había respondido a su llamado y que la revolución había
fracasado completamente.[66]
La organización que Madero había
construido y desarrollado en 1909 y 1910 no era militar sino civil: los líderes
estatales del Partido Antirreeleccionista eran intelectuales que nunca habían
disparado un tiro; no había una adecuada comunicación entre los militantes de
los diferentes Estados ni con el mismo Madero; nadie se había entrenado para
combatir, ni se contaba con cañones, ametralladoras, rifles y pistolas. No
tenían balas ni pertrechos, ni se habían abastecido para una guerra prolongada.
A
los conspiradores de la ciudad de México los descubrieron y los metieron a la
cárcel antes de que pudieran intentar algo. En Puebla también fue descubierto
Aquiles Serdán y murió en un combate casero un día antes de que empezara la
revolución.
En
esas condiciones de extrema debilidad y vulnerabilidad era casi imposible
descubrir la impotencia del enemigo.
El plan que tenía Madero para hacer
la revolución fue una fantasía muy desligada de la realidad. Eso lo constató
desde el principio el doctor Francisco Vázquez Gómez, amigo personal de
Porfirio Díaz, concertador y antirrevolucionario, que tuvo que emigrar a
Estados Unidos con el objetivo de salvarse del enredo en el que lo estaba
metiendo su compañero de fórmula electoral. Dado que había sido candidato a la
vicepresidencia de la República por el Partido Antirreeleccionista,
difícilmente le habría creído el gobierno que no tenía nada que ver con la
revolución y tampoco estaba interesado en hablar públicamente contra su
partido. La emigración fue su mejor solución.
El doctor tiene un relato de la
primera entrevista que tuvo con Madero en San Antonio, Texas, a principios de
noviembre, y ahí señaló su desconcierto ante los fantásticos planes
revolucionarios de Francisco:
“Desde
luego, le pregunté con qué elementos contaba para lanzarse a una aventura tan
arriesgada y qué organización había dado a sus elementos, a lo cual me contestó
poco más o menos lo siguiente: “Aquiles Serdán dará el golpe en Puebla; Cosío
Robelo, en la capital; Robles Domínguez, en Guerrero; Ramón Rosales, en Hidalgo;
Abraham González, en Chihuahua, y Soto, al sur de este Estado. Además, mi tío
Catarino estará cerca del Bravo con setecientos hombres montados y armados para
recibirme el 19 en la noche. Por otra parte, el ejército federal se volteará, y
dentro de quince días estaremos en la ciudad de México, con toda seguridad. Por
lo que toca al ejército, le he dirigido una proclama que tal vez usted no
conozca, y estoy seguro que defeccionará”.
“No
dejaron de causarme asombro las ilusiones del señor Madero [...] siendo el
ejército una hechura del general Díaz, era una ilusión pensar que
defeccionaría. Así se lo dije [...] haciéndole notar que la revolución, tal como la pintaba, carecía de una organización y no se
realizarían sus pronósticos, con tanta mayor razón, cuanto que ni siquiera
sabía el número aproximado de elementos con que contaba de una manera segura”.[67]
Esa fantasía que
tuvo Madero de que el ejército apoyaría su revolución es una de las razones por
las que convocó a la revolución el 20 de noviembre a las seis de la tarde.[68]
La hora exacta era para permitir una mejor coordinación entre los soldados que
supuestamente se iban a sublevar. Creía que todos los oficiales que apoyaban a
Reyes ahora lo iban a apoyar a él, tal como había sucedido con los reyistas
civiles. Por supuesto que no se rebeló ni un regimiento, ni un pelotón, todo el
ejército permaneció fiel a don Porfirio, como lo había previsto el doctor
Vázquez Gómez.
Pero la lucha armada en el México de
ese tiempo no necesitó planificación sino gran improvisación. Todo se hizo
sobre la marcha. Fue suficiente una simple convocatoria para que la gente de
las diferentes localidades del país, que estaba en condiciones de hacerlo,
respondiera a ella con los recursos que tenía a la mano y combatiera de acuerdo
a la improvisada manera que les sugería su intelecto. En eso no se equivocó
Madero, la gente quería pelear, quería acabar con el gobierno de Porfirio Díaz;
y para empezar a golpear sólo requería un indicio de que la victoria era
posible. El llamado al levantamiento armado en todo el país, al mismo tiempo,
le pareció a muchos un indicio suficiente para tener fe en la victoria y se
lanzaron al combate.
Chihuahua, don Abraham González
y su “novia” la revolución
Don Abraham
González estudió su carrera en la Universidad
de Notre Dame en el estado de Indiana.
Ahí admiró a la democracia estadounidense y reafirmó su actitud contra el
despotismo que ejercía en Chihuahua el hacendado latifundista Luis Terrazas y
profundizó su aversión contra la dictadura de Porfirio Díaz en México.
Él fue uno de los primeros partidarios de
Francisco I. Madero, ya que después de leer el libro de La sucesión presidencial en 1910 y enterarse de la convocatoria del
Centro Antirreeleccionista para que se fundaran clubes políticos en todo el país,
Don Abraham se apresuró y, sin conocer personalmente a Madero, en menos de un
mes fundó el Club Central Benito Juárez, el 11 de julio de
1909.
Ese año contaba con 45 años de edad,
era un rico comerciante, ganadero (introdujo el ganado Herford en su Estado con 136 cabezas), con negocios
en la sierra y muchos contactos en Chihuahua y particularmente en Ciudad
Guerrero, lugar donde nació. Por esa época decía que no se había casado porque
estaba disponible para su novia “la revolución”. Hasta 1913 le llegó la idea de
casarse, justo cuando la revolución ya había triunfado y él era gobernador de
Chihuahua. Estaba comprometido con una mujer, pero el asesinato de Madero lo
condujo también a la muerte.[69]
Murió
fusilado sin juicio, el 7 de marzo de 1913, por una escolta militar que
supuestamente lo llevaría a México. El general Victoriano Huerta ordenó su
detención y asesinato porque era al único gobernador al que en verdad le tenía
miedo. Había sido el alma de la revolución en Chihuahua en 1910 y sabía que de nuevo
podía levantar en armas a todo el Estado y ser el líder nacional que lo
derrotara.
Pero
eso vino varios años después. En 1910, cuando Madero llegó a Chihuahua, se
encontró con una organización del partido muy desarrollada. Abraham González ya
había impulsado la formación de varios clubes antirreeleccionistas en todo el
Estado;[70]
y cuando Madero convocó a la revolución de noviembre, Abraham González también
supo elegir y llamar a los que podían participar efectivamente en ella: reclutó
a Pancho Villa y a Pascual Orozco, para mencionar sólo a dos de los más
notables.[71]
“Puede
decirse que en su totalidad, los invitados para la Revolución maderista, tanto
en la sierra del oeste, al este, al sur y norte de Chihuahua, aceptaron la
invitación de don Abraham, y los que no quisieron o no pudieron, le guardaron
lealtad, sin denunciar sus actividades, y sus amigos estadounidenses le
ayudaron con limitados elementos, pues esta Revolución fue hecha, casi en su
totalidad, con los que abundaban en el estado de
Chihuahua”.[72]
Con ellos, y con
gente como ellos, la oposición al gobierno de Porfirio Díaz adquirió una
cualidad distinta. Los líderes opositores ya no eran principalmente
intelectuales vinculados al gobierno que estaban preocupados porque Corral sería
el vicepresidente y los seguiría manteniendo en la periferia de las decisiones
gubernamentales. Con la rebelión militar se incorporaron y desarrollaron
liderazgo personas que no sabían leer y escribir, pero sí sabían montar a
caballo y disparar un arma. Eran gente práctica, con objetivos concretos (sobre
todo recuperar la tierra de la que habían sido despojados por los Terrazas y
Creel o adquirir nuevas tierras); eran hombres que tenían bien identificados
los obstáculos precisos que trastornaban su vida y que estaban sostenidos por
el aparato gubernamental porfirista.
Pascual Orozco, por ejemplo, se
incorporó a la revolución, según expresó en su manifiesto, para “repeler con la
fuerza justa” la fuerza brutal que ha sido “causa de tanto mal y de injusticia
tanta que sobre nosotros pesa”. Esa injusticia se concretaba para él, en la
aplastante competencia que sufría del capitán del ejército, Joaquín Chávez
Chávez. Los privilegios que tenía este capitán por sus vínculos en el gobierno
estatal lo hacían un rival insuperable en el negocio del transporte de
minerales y mercancías, en el que participaba Orozco con su recua de mulas.
“Orozco
se entregó al movimiento revolucionario en los principios de octubre de 1910, y
hacia mediados del mes ya se le había concedido una entrevista con Abraham
González, había recibido dinero del que encabezaba el centro en Chihuahua y
había recibido instrucciones de comenzar el reclutamiento en Guerrero y estar
listo para la acción. El 31 de octubre, en una segunda conferencia con González,
Orozco fue nombrado jefe de la Revolución en el distrito de Guerrero.”
“[...] Siendo estimado en su
distrito, Orozco no tuvo dificultad en conseguir apoyo. Su reputación de
valentía, su casi misteriosa habilidad con las armas y su superioridad como
jinete le ganaron el respeto de la gente del campo, para la cual la proeza
física era la verdadera medida de la masculinidad. Su conocimiento del terreno
–adquirido durante sus ocho años de arriero- ayudó a inspirar confianza a
quienes nunca se habían aventurado lejos. Desde el principio los esfuerzos de
Orozco para conseguir reclutas para las filas revolucionarias tuvieron éxito.”
Temprano el 20 de noviembre “Orozco
y aproximadamente cuarenta hombres, la mayoría de los cuales había sido armado
por Abraham González, atacaron el poblado cercano de Miñaca, que había sido
escogido porque estaba guarnecido únicamente por una fuerza de policía local al
mando del presidente municipal, Francisco Antillón. El pueblo cayó en poder de
los rebeldes con muy poca resistencia. Más tarde, el mismo día, la banda
rebelde regresó a San Isidro y atacó la
casa de Joaquín Chávez, el viejo rival de Orozco y el símbolo de la tiranía
Terrazas-Creel a nivel local. Chávez tenía una guardia personal de cuarenta
indios tarahumaras, pero estos fueron derrotados pronto por las armas de las
tropas de Orozco. Inmediatamente les confiscaron sus armas y municiones, lo
cual permitió a Orozco reforzar su grupo”.[73]
Además del
resentimiento, y de la búsqueda de mejoras materiales, la participación de
Pascual Orozco en la revolución fue un asunto de hombría y orgullo. Él mismo le
contó al periodista Ignacio Herrerías que su mamá lo había alentado a
participar en la revolución y a portarse como hombre:
[...]
Nos habíamos puesto de acuerdo más de treinta en Ciudad Guerrero para
levantarnos en armas, y ya a última hora muchos de ellos comenzaron a irse para
atrás. Mi mamá lo supo, me llamó y me dijo: ”.[74]
Por otra parte,
Martín Luis Guzmán, con las palabras expresadas por el mismo caudillo, relata
la manera en que Francisco Villa se incorporó a la revolución:
“El
17 de noviembre de 1910 fue don Abraham González a cenar con nosotros a mi casa
de la calle 10ª acompañado de Cástulo Herrera. Yo había sido presentado a don
Abraham en virtud de su llamado, por mi compadre Victoriano Ávila, que era persona de toda mi confianza. En el
poco tiempo que don Abraham llevaba tratándome, no era fácil que se hubiera
dado cuenta de manera cabal de que yo, por mí mismo, podía llevar la campaña de
la revolución. Así, pues, no me sorprendió mucho saber al fin de la cena, cómo
era yo nombrado para jefe de los hombres que había reunido y otros más que iba
a reunir.
Don Abraham nos habló con mucha emoción:
.
Le respondí yo: [75]
El oftalmólogo
Ramón Puente, que personalmente conoció muy bien a Villa y además fue su
biógrafo, dice que era distintivo de Pancho Villa sus sentimientos de
patriotismo. Cuando hablaba de guerra, lo hacía siempre en nombre de la Patria
que necesitaba el esfuerzo de todos para ser grande. Y siempre se mostraba muy
interesado en la historia de México: quería formar parte de ella. Ese fue uno
de sus motivos para participar en la revolución.
“La
idea de figurar, de hacerse un hombre famoso, de dar qué hablar de su persona
para correr de boca en boca, es más que obsesionante en Villa, por ella es
capaz de todo sacrificio; nadie tiene legítimo interés para él, fuera de los
hombres ”.[76]
Para iniciar la
revolución, tal vez con parte de los cinco mil pesos que le había dado Madero,
don Abraham proporcionó a Pancho Villa veinticinco rifles y parque. Uno de los
primeros combates que dirigió Villa fue el de San Andrés. El teniente coronel
Pablo M. Yépez tenía bajo su mando a 170 hombres y con ellos se dirigía en tren
a reforzar una guarnición cercana a la Hacienda de Bustillos. Villa con 20 o 30
revolucionarios decidió sorprenderlo en la Estación de San Andrés. Él y sus
hombres se ocultaron tras los cerros de leña que estaban listos para ser
embarcados:
“Dio la coincidencia de que el carro en que
viajaba el teniente coronel Yépez quedó precisamente frente al parapeto de
Villa y muy cerca la plataforma a donde salió el jefe federal, por lo que, no
estando a larga distancia y dada la inmejorable puntería del jefe de los
rebeldes le disparó un balazo que le atravesó la frente medio a medio, cayendo
instantáneamente muerto el jefe militar, así como otros soldados sobre quienes
dispararon los villistas al oír el primer balazo, que era la señal para iniciar
el tiroteo. Terrible confusión y carreras de los militares para coger sus armas
abandonadas, intentando rechazar el ataque inesperado de los maderistas, que
causaron grandes bajas al refuerzo en camino”
“Ese mismo día, en el tren ordinario de
pasajeros, fue enviado el cadáver del teniente coronel Yépez así como varios
otros y algunos heridos para ser atendidos en Chihuahua, en donde, al saberse
los acontecimientos de la mañana, causaron hondísima impresión, comentándolos a
su manera y sintiendo en verdad la muerte del correcto militar, pues siendo muy
honorable y valiente, contaba con numerosas simpatías. El elemento oficial
lamentó mucho esa desaparición, pues siendo el teniente coronel Yépez todo un
militar, muy conocedor de la región serrana por haber desempeñado algunas
comisiones en esos rumbos donde contaba con muchos simpatizadores, esperaban de
él una labor fructífera en pro de la paz, por convencimiento o por su acción
armada”.[77]
La
revolución prendió con fuerza en Chihuahua a partir de pequeños grupos de
hombres armados que se rebelaban en sus pueblos. En unos cuantos meses fueron
creciendo, reagrupándose y se convirtieron en la principal fuerza militar del
maderismo y en la inspiración de todas las demás fuerzas rebeldes del país.
Desilusión y depresión por el
aparente fracaso de la revolución
Pero Madero no tuvo
suficiente información inmediata para valorar los combates que se estaban
ganando en Chihuahua en esos primeros días. Por eso Roque Estrada pudo ser
testigo del desaliento y depresión inicial que había en la familia Madero (que
estaba exiliada en San Antonio, Texas), cuando Francisco justo había regresado
de su fracasada incursión en México.
Estaban
cenando sentados a la mesa: Madero, su esposa, su madre, Mercedes, Raúl,
Alfonso, Federico. Yo me coloqué de pie, detrás de Madero. “Pude coger las
últimas frases de una al parecer larga conversación. Se le decía al señor
Madero que todo había fracasado, que la pretendida revolución había sido un
fiasco, que el pueblo permanecía impasible y que era preciso que desistiese de
su empeño y que partiera para Europa; que no había remedio. Esperé una protesta
de alguno de los allí presentes y no fue para mí poca sorpresa ver que todos
(con excepción de Alfonso Madero que permanecía con tranquilo mutismo)
convenían en la renuncia y se permitían aconsejarla. La actitud del señor
Madero revelaba enorme decaimiento, como cuando se resigna la persona a todo y
soporta fatalmente las consecuencias”.[78]
Al día siguiente le
avisaron a Roque que buscara la manera de ganarse la vida, porque la lucha
había terminado. Para aclarar las cosas se entrevistó con Madero que le dijo:
“La
revolución ha fracasado. El pueblo acepta resignada o servilmente el gobierno
del general Díaz y no hay esperanza de que responda a nuestros deseos. Mi
situación es difícil, porque por mi
causa muchos sufren en las cárceles. Yo no puedo menos que doblegarme ante
los hechos; pero antes lanzaré un manifiesto reconociendo el gobierno del
general Díaz, ya que el pueblo lo reconoce, y le suplicaré que perdone a todos
mis partidarios. Así podrá [usted] regresar pronto a su patria”.[79]
Ese momento parecía
validar lo que Francisco Bulnes afirmó:
“Madero
fracasó, y era claro que si no había logrado llevar al pueblo a las urnas,
menos habría de lograr llevar al pueblo frente a las burlonas bocas de las
ametralladoras, ni a sufrir los tremendos golpes mortales de una campaña con un
gobierno sostenido por formidables elementos propios y por los Estados Unidos”.[80]
La desilusión y
depresión duraron muy poco, Madero nunca lanzó ese manifiesto y dos o tres días
después, el 3 de diciembre de 1910, le escribió a su padre con una actitud
completamente diferente:
“Casi
podría decirse que soy un frío espectador en el palpitante drama que se
desarrolla en nuestro país, y hasta casi llego a juzgar yo mismo de un modo
desfavorable mi serenidad, pero la verdad es que consideradas las cosas con
serenidad y desde un punto de vista elevado, no debe estar intranquilo quien
tiene la conciencia de cumplir con su deber sin para ellos escatimar sacrificio
alguno. Y esta tranquilidad me viene no únicamente de tal consideración sino de
la certidumbre que los acontecimientos
siguen desarrollándose según los designios de la Providencia.
Hasta el domingo 20 de noviembre habíamos
siempre percibido distintamente la intervención de la Providencia en todo,
hasta en lo que a primera vista nos era adverso. ¿Por qué poner en duda esa
intervención, únicamente porque un detalle de más o de menos importancia no
resulte como lo esperábamos? ¿Sabemos acaso lo que hubiese pasado si yo hubiera
logrado pasar al otro lado? ¿No hubiera podido suceder que me acorralaran y me
capturaran? En cuanto a lo preparado en el sur ¿quién nos dice que no podría
haber fracasado y con ello desmoralizado a los nuestros?
Ahora, en cambio, tenemos a todo el Estado de
Chihuahua, una parte de Coahuila y Durango y las montañas de Zacatecas en
actividad”.
[…] Ya ves cómo mi esperanza no muere, ni mi
fe disminuye. Ojalá y tú también hayas recobrado tu fe y tu esperanza para que
estés tranquilo y confiado.
Las noticias que la prensa pública de
Chihuahua son consoladoras y hacen esperar que ese foco no se apagará, sino que
servirá de base para incendiar toda la República”.[81]
Al mismo Roque
Estrada le escribía el 7 de diciembre: “El
único medio de salvar a todos nuestros amigos y a nuestra afligida Patria es
vencer y debemos luchar hasta obtener ese triunfo”.[82]
La verdad es que para todos, la
situación de los primeros meses de la revolución fue muy cambiante y se prestó
también a una gran variación de percepciones, sentimientos, actitudes y
comportamientos.
Cuando Porfirio Díaz se enteró de
que Madero se había fugado de San Luis Potosí comentó que fue “para poner su
cabeza en la horca”. Cuando se enteró que había llegado a Estados Unidos, dijo:
“Hombre sabio, sólo un emigrado más. Su movimiento está sin dirigentes, será
aplastado en cualquier lugar donde quiera levantar cabeza. Mientras yo sea
presidente, México gozará de paz y orden”.[83]
El tío, el abuelo y familiares
cercanos de Madero estaban muy molestos con él pues el mero parentesco con el
líder de la revolución los había metido en problemas con los bancos, con
embargos de propiedades, y se dieron a la tarea de deslindar posiciones. Don
Evaristo, el abuelo, el 14 de diciembre de 1910, le escribió a don Porfirio:
"Nadie como usted puede saber, mi distinguido amigo, por la gran
experiencia que tiene y lo mucho que ha vivido, que en una familia numerosa es
cosa común que alguno de sus miembros tenga ideas extravagantes o alguna otra
lacra de las que no faltan en la humana naturaleza, y si agrego que mi familia
consta de ciento y tantas personas, no le llamará a usted la atención que
alguno de tantos -como sucedió con mi nieto Francisco- se le haya metido en la
cabeza meterse en la alta política,
aconsejado por los espíritus -pues es espiritista, con lo cual queda dicho
todo-, causándonos a todos miles de molestias y contrariedades sin cuento.
Pero con el justo y muy recto criterio que tiene usted de todo lo que es
humano, comprenderá usted que no puede ni debe hacerse responsable a toda una
familia de las faltas de alguno de sus miembros, pues a todos los que hemos
vivido mucho nos ha sido dado observar un sinnúmero de veces, que de padres
virtuosos y honestos han resultado hijos perdidos y llenos de vicios. A este
respecto debo yo dar gracias a Dios que me ha librado de semejante
desgracia".[84]
Por su
parte, el 27 de diciembre de 1910, el tío Ernesto Madero le escribió a Díaz:
"En todos los tonos hemos dicho y hecho publicar por la prensa,
tanto mi padre don Evaristo como yo, que nunca hemos simpatizado con los
trabajos políticos de mi sobrino don Francisco Madero hijo, y que hemos
reprobado enérgicamente su actitud reciente. Nadie puede negar que somos los
primeros en respetar el orden establecido y que ayudamos al gobierno con
lealtad y buena fe. De nuestro propio peculio hemos sostenido una fuerza de
veinte hombres en la ciudad de Parras, que pusimos a disposición del señor
alcalde primero, y en las minas de carbón de la Rosita nos apresuramos
igualmente en poner veinticinco hombres armados y montados a disposición del
presidente municipal de San Juan de Sabinas. Sobre esto podrá atestiguar el
señor gobernador de Coahuila, a quien se ha dado cuenta de todo".[85]
La familia Madero,
durante varios meses, se dividió en dos bandos. De manera notable a Francisco
lo respaldaron ampliamente sus padres y hermanos (los Madero González), pero
los dos líderes de la familia amplia: don Evaristo y Ernesto, estuvieron
totalmente en contra de la revolución (y con ellos, probablemente la mayoría de
los familiares) y a favor de don Porfirio. Les sucedió, entonces, lo mismo que
ha muchas familias de ese tiempo.
El desasosiego del primer mes de la
revolución también lo padeció el secretario de Hacienda, José Yves Limantour,
que estaba en Europa negociando la reconversión de la deuda mexicana y por las
noticias que llegaron del levantamiento armado los bancos y las instituciones
financieras endurecieron las condiciones de pago. Entonces Díaz vio que
necesitaba una victoria decisiva para recuperar la antigua confianza que tenían
las finanzas internacionales en México y mandó más de cinco mil solados
federales a Chihuahua al mando del general Juan Hernández.[86]
Ya, el 6 de diciembre de 1910, el
Presidente había sustituido al gobernador de Chihuahua, José María Sánchez,
designado por el ex-gobernador Enrique Creel, y había nombrado a Alberto
Terrazas, hijo del general Luis Terrazas (Alberto estaba casado con la nieta de
Creel). Esto fue un gran error del general Díaz, pues precisamente la rebelión de
la gente era contra los grandes abusos cometidos por el clan Terrazas. El
mensaje que la federación mandó al Estado fue, pues, que no estaba interesado
en resolver los problemas que habían provocado la revolución en Chihuahua.
El general Hernández poco después de
llegar a Chihuahua se dio cuenta que no podría derrotar a los revolucionarios
sin una solución política que incluía el desplazamiento de los Terrazas. Le
informó al Presidente en una carta del primero de enero de 1911:
“Creo
mi deber informar a usted de un modo claro que las cuestiones que aquí se han
suscitado y que tanta sangre están contando no reconocen otro origen que el
descontento general que existe en los habitantes del estado desde que el
gobierno está en poder de personas de la familia Terrazas, familia a quien
aborrecen, y como se cree que estos gobernantes sólo pueden sostenerse con el
apoyo de usted, a usted lo hacen responsable de esta situación”.[87]
Esas primeras
semanas que siguieron a la revolución desataron pues percepciones y comportamientos
muy cambiantes en el gobierno, los revolucionarios y la gente.
Los mismos rebeldes de Chihuahua
estaban desconcertados por ser casi los únicos que se habían levantado en armas
en todo el país, pues el ataque a Gómez Palacio en Coahuila, el 20 de
noviembre, fue como un estallido que pasó rápidamente;[88]
y aunque se sabía de brotes rebeldes en Sonora y en otros lugares, el panorama
de conjunto los hacía sentirse aislados y muy expuestos a una fuerte represión.
Incluso pensaron en negociar con el gobierno que se había mostrado interesado
en una transacción.
Madero combate en Casas Grandes
y sufre una gran derrota
Una de las grandes
preocupaciones de Francisco era su permanencia en Estados Unidos cuando sus
partidarios estaban combatiendo en México. En este sentido le escribió, el 20
de diciembre, a su esposa doña Sara Pérez Romero:
“Yo
sigo lleno de fe y sólo espero poner el pie del otro lado para sentirme
tranquilo, pues entonces ya me habré salvado del más grande de los fracasos que
sería el ridículo, si desgraciadamente no pudiera ir a unirme con mis
compañeros; además, el epíteto de cobarde nunca me lo quitaría, así como las
maldiciones de algunos, el desprecio de los otros, y los más cercanos y que más
quiero, cuando mucho me verían con lástima, con la piedad que inspira un pobre
desequilibrado”.[89]
Ya El Imparcial, el periódico más leído del
régimen porfirista y expresión del pensamiento oficial, había denunciado y
ridiculizado la escandalosa ausencia de Madero del territorio nacional:
“Y
el primero entre esos hechos, el más revelador y significativo, es la ausencia
del hombre que ha lanzado a la muerte al puñado de revoltosos que se cobijan en
las fragosidades de la sierra; el que organizó el plan destructor cuyos hilos
tenían en sus manos los reclusos de la penitenciaría; el que alardeaba de actos
heroicos en prédicas destinadas a seducir a las multitudes con el ademán y con
el ejemplo; el hombre esforzado y varonil, el <leader>, el ... brilla luminosamente por su
ausencia.
[...] Rico, sin esfuerzo propio,
adinerado sin trabajo personal, dueño de fortuna amasada por otros, Madero, que
es de la madera con que se tallan los señoritos cursis, los poetastros de
provincia y los estetas de guardarropa, se ha contentado con abrir la bolsa a escritorzuelos
y revoltosos, al modo que hubiera podido abrirla a coristas y bailarinas; pero
ha llegado el momento de las responsabilidades, el momento de la resolución, el
momento de la solidaridad... ¡Ah, entonces, el , el paladín,
desaparece prudentemente de la escena!”
[...] Y, en efecto, el organizador, el jefe, el <leader>, el héroe, el que pedía a
grito herido que llegara el instante de la virilidad, el que anunció a los
el día y la hora en que pisaría tierra mexicana ¡no aparece! Los
amigos y partidarios luchan tenazmente con el brío que da la desesperación de
un intento fracasado, de una acción inútil e insensata... No busquéis ahí a
Madero. El que traicionó la legalidad –que proclamaba al iniciar su propaganda-
al lanzarse al desorden, no podía menos de hacer traición a los compromisos que
contrajo como hombre de conciencia al llegar el momento de peligro”.[90]
Francisco también
se preparó para la revolución meditando y escribiendo sobre el Bhagavad-Gita (Canto del Bienaventurado) que es un episodio del libro sagrado
hindú El Mahabharata (La Gran Guerra de los Bharatas). En esos
momentos y en esas circunstancias su preocupación principal seguía siendo tener el poder sobre sí mismo para
alinearse completamente con los designios divinos. En este sentido escribe
en sus comentarios:
"no basta el dominio completo de los
sentidos y órganos si no se domina también la mente, pues esta es la causa
principal de todos nuestros actos. [...] Chrisna dice que aunque por la
renuncia de las obras se puede llegar a la bienaventuranza suprema es
preferible el yoga por medio de la acción: (versículo 10). Ejemplo: un hombre que va a la guerra
en cumplimiento de un deber sagrado, cuando se trata de alguna lucha justa y
necesaria, no es culpable porque en ella mate a alguien".[91]
Madero pudo entrar
a México hasta el 14 de febrero y eso lo hizo de una manera precipitada para
escapar de la orden de aprehensión que se iba a ejecutar en su contra ese día
en Estados Unidos. Por fin las autoridades de ese país se habían dignado
atender las solicitudes del gobierno mexicano.
El día anterior de su entrada a
México le escribió a su esposa que cruzaría la frontera para unirse con las
fuerzas de Abraham González:
"¡La suerte está echada! Me tengo llevado
por el destino, guiado por el deber, alentado por lo noble de nuestra causa y
por el indómito valor de sus defensores. Tengo fe en el triunfo porque creo en
la justicia Divina y sé que nuestra causa es justa, y también porque considero
que el movimiento ha asumido proporciones formidables
Sé que a donde quiera que
vaya, irán conmigo tus tiernas y fervientes oraciones, y que tu pensamiento no
se separará de mí. Esas oraciones y esos pensamientos, así como las de todos
los seres queridos formarán a mi derredor una atmósfera de bienestar que me
protegerá siempre".[92]
Cuando Madero cruzó
la frontera, por el pueblo de Guadalupe, cerca de Ciudad Juárez, fue recibido
por dos pequeñas fracciones del ejército revolucionario, una al mando de José
de la Luz Soto y otra bajo el mando de Prisciliano Silva, un comandante leal a
los hermanos Flores Magón que a su vez eran hostiles a Madero. El momento del
arribo fue tenso, porque la mitad de los cien hombres que cruzaron la frontera
con Madero eran estadounidenses y entre ellos estaba un italiano, Giuseppe
Garibaldi, nieto del famoso revolucionario. La presencia de tanto “americano”
no agradó a los rebeldes. Tampoco el jefe rebelde magonista tenía la
disposición de darle poder a Francisco. “Cuando Silva declaró que no reconocía
su liderazgo [como Presidente Provisional], Madero arengó a los soldados,
quienes procedieron a desarmar a su comandante con algunos de sus leales
seguidores y lo forzaron a huir a Estados Unidos”.[93]
Así Madero entró a una disputa de quién manda a quién y quién
obedece a quién en el ejército revolucionario. Asunto nada sencillo. Esa
cuestión ya había provocado mucho malestar antes de que él cruzara la frontera.
Una cosa era tener la dirección nominal
de la revolución y otra, tener la dirección real. La mayor parte de los
hombres que se habían rebelado pertenecían a pueblos concretos y su lealtad la
entregaron a personas de su confianza: a aquellos a los que le reconocían
amistad y capacidad de mando. Cada grupo rebelde contaba con bastante
autonomía.
El único jefe revolucionario que
parecía tener arrastre suficiente como para dirigir a los rebeldes a nivel
estatal era Pascual Orozco y no estaba muy entusiasmado con la presencia de
Madero, sobre todo porque se había enterado que se quería subordinar las
fuerzas rebeldes al comandante José de la Luz Soto, un dirigente
antirreeleccionista al que Madero le tenía confianza. Antes de su encuentro con
el líder de la revolución, Orozco ya había rechazado órdenes que le habían sido
transmitidas por medio de Eduardo Hay. Al concluir la junta con Hay y delante
de sus hombres, Pascual les dijo: “Sí, vamos a luchar por la causa común hasta
el fin, la causa del pueblo. Pero vamos a luchar a nuestra manera” y
dirigiéndose a sus compañeros les dijo: “Yo no tengo nada que ver con estos
señores”. Así que en vez de que Orozco y sus hombres avanzaran a Ciudad Juárez
como quería Madero, regresaron al distrito montañoso de Guerrero donde habían
empezado la rebelión.[94]
En su prisa por combatir y asumir el
mando de la revolución, sin consultar a los revolucionarios locales, Madero
decidió tomar la ciudad de Casas Grandes porque sabía que ahí tenían menos de
500 soldados. Lo que no sabía era que en camino venía un refuerzo numeroso que
había salido de Ciudad Juárez y se dirigía hacia allá porque se tenía
información que la posición de Asunción había sido abandonada. Francisco y sus
500 hombres llegaron a las afueras de la ciudad el 5 de marzo y a las cinco de
la mañana del día siguiente inició el ataque a pesar de las graves carencias de
artillería y municiones. Aún así los revolucionarios estuvieron a punto de
tomar la plaza pero cerca de las cinco de la tarde llegó el refuerzo que los
atacó por sorpresa y sufrieron una gran derrota. Madero se mantuvo en una loma
sometida a fuego de artillería y fue el último en retirarse.
Murieron
más de 50 rebeldes, 12 resultaron heridos y 41 fueron capturados. Perdieron 300
caballos y 16 carretas llenas de provisiones y materiales. Madero se salvó de
caer prisionero, pero no de que una bala le atravesara el antebrazo derecho sin
fracturarle el hueso. Los rebeldes no fueron perseguidos y aniquilados porque
el coronel que estaba al mando también fue gravemente herido y no quiso dar el
mando a alguno de sus subordinados.[95]
El gobierno le dio amplia difusión
al gran fracaso de Madero en Casas Grandes con la esperanza de que la derrota
provocara una gran desilusión entre sus seguidores. Pero la llegada de Madero a
territorio nacional más bien desató la fuerza revolucionaria y la información
de la derrota fue ignorada y muchas veces ni siquiera fue creída.
Para
los rebeldes de Chihuahua, Francisco apareció como un pésimo dirigente militar,
pero se dio a conocer, sin lugar a dudas, como un hombre extremadamente
valiente. Esto último le dio mucha autoridad.
El hecho de que fuera el pueblo de
Chihuahua el que respondiera masivamente al llamado a cambiar de gobierno trajo
también como consecuencia la aparición de otra fuerte tensión entre dirigentes
y dirigidos ya que existían diferentes motivos en unos y otros para hacer la
revolución: Madero quería “obligar al general Díaz, por medio de las armas, a
que” respetara “la voluntad nacional” (quería la libertad de sufragio); en
cambio, Chihuahua quería otra cosa. El general Hernández lo percibió y se lo
comunicó en un reporte al Presidente:
“Las
noticias que se tienen y que predominan en esta capital son: que el pueblo en
general, y aun parte de la clase mediana, no sólo simpatizan con los
sediciosos, sino que están en contacto con ellos, cuando se aproximen o entren
a esta plaza, dominando la idea de que
han de acabar con la familia Terrazas y con la de Creel, con sus fincas e
intereses y con el Banco Minero”.[96]
Así que en
Chihuahua no sólo se había iniciado la disputa por la autoridad: la
determinación de quién manda y quién obedece en la revolución, también se
estaba iniciando el conflicto de la determinación de los objetivos de la lucha.
Se combatía no solamente contra el poder político establecido (Porfirio Díaz y
su dictadura) también contra el poder económico vigente (los hacendados
Terrazas-Creel y sus intereses en el caso de Chihuahua). Este último objetivo
no lo asumirá Madero y tendrá para él un costo elevado. En el caso de Morelos,
como veremos, también será evidente la disputa entre los objetivos de Madero y
los de los rebeldes encabezados por Emiliano Zapata.
Pancho Villa salva la autoridad
de Madero
El general
Hernández supo que después de su derrota Madero fue a refugiarse primero a la
Hacienda de San Diego y luego a la Hacienda de Bustillos, pero no se atrevió a
salir de la ciudad de Chihuahua y atacarlo, porque temía que viendo la falta de
federales, el “populacho” (“85% maderista”) atacara la guarnición y se quedara
con la plaza abandonada. Esa situación era muy expresiva de lo que pasaba en
todo el Estado. El ejército federal controlaba las pocas ciudades grandes y se
había quedado inmovilizado ahí; en cambio, el campo estaba en manos del
ejército libertador y gozaban de mucha libertad de movimiento.
Además, los levantamientos en otros
Estados de la República (Sonora, Sinaloa, Coahuila, Veracruz, Guerrero, Morelos,
etc.) habían reducido a cuatro mil el número de soldados en Chihuahua y por eso
se sabía que ya tampoco podían esperar refuerzos.
El 2 de abril Francisco le escribió
a Gustavo que, aproximadamente, en Chihuahua había 5,200 hombres levantados en
armas; 1,000 en Coahuila, 300 de ellos amagando en Torreón; en Sonora, 4,000;
en Sinaloa, 2,000; en Zacatecas 800; en Nuevo León 200; en Puebla 1,500, igual
que en Veracruz y en Guerrero, en Yucatán 1000.[97]
Cuando Pascual Orozco se enteró de
la desastrosa derrota de Madero en Casas Grandes, desde Galeana ordenó a un
contingente que buscara y encontrara a los revolucionarios que habían quedado
dispersos después del combate.
Casi todos los comandantes, incluido
Orozco, se trasladaron a la hacienda de San Diego para reunirse con Madero y
planear y organizar las siguiente batalla.
Francisco
llegó a Chihuahua con la idea de convertir al ejército libertador (así lo
llamaba) en una organización parecida al ejército regular mexicano. Con ese fin
había llevado a tres antiguos oficiales del ejército mexicano, pero se encontró
con la oposición absoluta de los revolucionarios, porque no estaban dispuestos
a separarse de sus amigos y parientes que procedían del mismo pueblo y sólo estaban dispuestos a obedecer a los
jefes que ellos mismos habían elegido. Además eran voluntarios y tenían la
libertad de abandonar la lucha militar.
Madero mostró flexibilidad y,
después de superar sus prejuicios, reconoció a los oficiales existentes y les
otorgó un grado de acuerdo a la cantidad de hombres que habían sido capaces de
reunir. Reconoció el derecho de los soldados a abandonar al ejército siempre y
cuando no lo hicieran durante la batalla, porque entonces sí se les
consideraría desertores. Estableció un peso diario como salario y prometió que
en caso de muerte se le otorgaría a la viuda una pensión. Se habló también de
que al terminar la revolución se daría a los soldados concesiones de terrenos
nacionales propiedad del gobierno. Se establecieron tribunales disciplinarios y
una policía militar que vigilaría la no introducción de bebidas alcohólicas.
Otro de los acuerdos fue formar dos
columnas: una al mando de Marcelo Caraveo, para acompañar y proteger a don
Abraham González en su recorrido por diversos municipios de Chihuahua donde
instalaría autoridades revolucionarias; la otra se dirigió a la Hacienda de
Bustillos, donde se estableció el cuartel general para preparar el ataque a
Ciudad Juárez.[98]
Al proporcionar armas a la tropa y
otorgar un salario, Madero ganó una autoridad que resultó más difícil desafiar.
Los únicos que no aceptaron unirse a Madero y reconocer su jefatura fueron los
magonistas; y Pascual Orozco, en un acto más de insubordinación, se negó a
desarmarlos a pesar de que Madero le había dado esa orden en caso de que no se
sometieran a su autoridad.
Cuando Pancho Villa llegó a la
Hacienda de Bustillos con 700 hombres a caballo, armados y disciplinados,
Madero lo notó y quedó muy impresionado. Así que recurrió a él y le pidió que
desarmara a los militantes magonistas[99]
sin derramamiento de sangre:
“En
ese momento Villa probó su lealtad a Madero y a la vez demostró su ingenio. Con
lujo de espectacularidad, embarcó a sus tropas en una estación de ferrocarril,
operación que distrajo la atención de los oficiales y soldados magonistas,
curiosos y desconcertados ante esa conducta. A una señal acordada, los soldados
de Villa saltaron sobre los magonistas, que no llevaban armas, y con ayuda de
los puños, sin matar a un solo hombre, lograron someterlos”.[100]
Friedrich Katz se
asombra de que Pancho Villa, a pesar de no haber ganado ninguna batalla
importante en este período de la revolución, hubiera podido reclutar tantos
hombres tan guerreros, tan disciplinados y tan leales a su jefe.
Había
perdido varias batallas porque intentó derrotar al ejército federal en
posiciones donde le llevaba mucha ventaja. Había intentado atacar la Ciudad de
Chihuahua con 500 hombres, pero estuvo lejos de hacerlo ya que en una misión de
reconocimiento, al mando de 40 hombres, vio a 700 federales que avanzaban sobre
ellos y en vez de retirarse y unirse con el contingente principal decidió
atacarlos. Tras mantener a los federales a raya durante casi una hora, lograron
escapar sin bajas. El mismo Villa reconoció que había sido una acción valiente
pero absurda.
Después
atacó Camargo, una de las mayores poblaciones de Chihuahua. Durante horas sus
tropas asediaron la ciudad pero no pudieron tomarla porque llegaron refuerzos
federales. Como no tuvo éxito ahí, intentó tomar Parral, otra ciudad muy
poblada. Para preparar su ataque entró a la ciudad acompañado de Albino Frías.
Fue algo muy arriesgado porque lo conocían muchas personas ahí y de hecho fue
identificado por un antiguo enemigo que lo denunció y de manera sorprendente
logró escapar a pesar de ser perseguido por muchos soldados (150 según él).
Sus
dos grandes victorias habían sido, la primera ya mencionada de San Andrés y la
segunda en La Piedra cuando derrotó a 150 federales que lo perseguían y se
apoderó de gran parte de su equipo y armas. Ese fue el historial militar con el
que llegó a Bustillos a reunirse con Madero.
Por eso Katz dice
que hasta ese momento la mayor aportación de Villa a la revolución fueron sus
700 hombres armados y a caballo, y el haber asegurado la autoridad de Madero al
desarmar a los magonistas; y probar, ante todos los rebeldes, su eficiente
lealtad al líder de la revolución.[101]
Limantour asume la dirección
política del país
Mientras que Madero
procesaba la crisis de autoridad en el campo revolucionario, Porfirio Díaz
estaba tratando de superar el resquebrajamiento de su autoridad en todo el
país. La rebelión proliferaba en los Estados y ni los gobernadores ni la
federación podían reclutar la cantidad de soldados que se necesitaban para
hacer frente a la nueva situación. No era pertinente la leva porque los
soldados incorporados contra su voluntad podrían pasarse con todo y sus armas
al campo de los revolucionarios. Por otra parte, nadie quería ingresar al
ejército federal ni siquiera con buena paga, y la cantidad de soldados existente
era totalmente insuficiente para atender una rebelión simultánea.
Las fuerzas participantes en la
crisis eran las mismas que habían operado durante la campaña electoral: por un
lado estaban los limantouristas-corralistas, por otro los reyistas, y por otro
la población excluida representada por Madero, por los antirreeleccionistas y
por el “Ejército Libertador”, sólo que ahora la identidad de los bandos se
había hecho más difusa con la crisis. Había ya muchas combinaciones y mezclas:
porfiristas puros, revolucionarios puros, maderistas-limantouristas,
maderistas-reyistas, porfiristas-maderistas, etc. existía cualquier combinación
o no combinación de estas tres fuerzas.
El mismo Madero y toda su familia
seguían simpatizando mucho con Limantour, del cual eran amigos. El doctor
Francisco Vázquez Gómez, candidato a la vicepresidencia de la República había
sido reyista, pero era ante todo contrario a Limantour y a los científicos. Y
así sucesivamente podría seguir la lista, sin embargo la modificación más importante
del cuadro político fue que la gente que hasta ese momento estaba excluida de
la política, ahora se había levantado en armas y se había hecho presente
tratando de hacer valer sus propios intereses que no eran porfiristas, ni
maderistas, ni limantouristas ni reyistas. Era una fuerza que no cabía en
ninguno de los partidos existentes en 1910-1911 y su presencia obligaba a una
reorganización del sistema político. Esa presencia surgió en abundancia y con
gran fuerza por incitación de Madero; y fue imposible incorporarla a los patrones
económicos, políticos y culturales que tenía México en esa época. De hecho, esa
incorporación tardó décadas en procesarse.
Pero no nos adelantemos tanto en el
tiempo, regresemos a los meses de la revolución y examinemos cómo se veía es
nueva fuerza desde el gobierno.
El acuerdo político entre Porfirio
Díaz y Limantour había quedado muy maltrecho por las tensiones de la sucesión
presidencial: los dos estaban muy resentidos. Como parte de las tensiones,
Limantour no había asistido a las fiestas del Centenario de la Independencia, y
tampoco a la toma de posesión del Presidente. Por su parte Díaz, cuando el 30
de noviembre se le presentó la renuncia acostumbrada de todos los Ministros,
declaró que no haría cambios en su gabinete, salvo uno: aceptaba la renuncia de
Limantour como secretario de Hacienda. Este gesto de resentimiento contra quien
lo había herido con su ausencia llegó al conocimiento de Limantour quien se
enojó e indignó con la noticia.[102]
Pero este nuevo
incidente no duró más de tres días, la situación provocada por la revolución
los obligó a unirse de nuevo rápidamente, de modo que Limantour le escribió al
Presidente desde París:
“Antes
de concluir esta carta quiero hacer a usted presentes mis sentimientos de
gratitud por la significación, para mí muy halagadora, del hecho de no haber
aceptado mi renuncia, por más que circunstancias de familia, entre otras
razones, me hagan desear vivamente volver a la vida privada. De todos modos,
puede usted contar, querido compadre, con la sincera devoción que siempre le he
profesado, y con que al realizarse la última parte de la conversión de la
deuda, regresaré a su lado para seguir bregando, con el mismo gusto de siempre,
este su compadre y amigo que tanto lo respeta y estima”.[103]
La ausencia del
político más importante del régimen durante los primeros meses de la
revolución, resultó muy dañina para las actividades del gobierno de Díaz, pues:
“Nunca el Presidente, después de escuchar un análisis sereno y profundo de la
grave situación política, pudo resolverse a adoptar alguno de los planes que su
Ministro [Olegario Molina] le proponía. Su estribillo, su invariable
estribillo, era este: ”.[104]
Mientras llegaba “Pepe” el
desconfiado general Díaz asumió directamente la dirección de las operaciones
militares contra los revolucionarios de Chihuahua. Llamó a su hijo Porfirito
para que le ayudara, ya que él mismo veía muy mal, oía menos y se le olvidaban
las cosas. La Secretaría de Guerra no tenía mapas militares, así que en la mesa
de billar de don Porfirio se desplegaban mapas postales, casi inútiles para el
propósito que se requería. Durante las largas horas que don Porfirio estaba
enfermo o fatigado, Porfirito, notable por su incapacidad, se hacía cargo de
las cosas.
La percepción que el Presidente
tenía de la realidad (la suya y la de México), no era muy fina ni lúcida. A una
delegación de oaxaqueños que lo fue a visitar les dijo: “La revuelta de
Chihuahua, caballeros, no es cosa de importancia. Si llegan a cinco mil, a
pesar de mis años, iré yo mismo al campo de batalla [...] La revuelta tiene
como objetivo rebajar el precio de los valores mexicanos”.[105]
No sólo don Porfirio padecía
problemas asociados a la vejez, los oficiales de su ejército también se habían
vuelto muy viejos. El ministro de Guerra, Manuel González Cosío, tenía 80 años
y no contaba ni con dos generales de división que fueran lo suficientemente
jóvenes como para cabalgar todo un día.[106]
Antes de regresar a México,
Limantour habló con el general Reyes sobre la manera de resolver el problema
político. Los dos llegaron al acuerdo de cambiar a la mayor parte de los
gobernadores de los Estados, cambiar radicalmente el gabinete, forzar la
renuncia de Corral a la vicepresidencia y quedarse, Limantour, con la
secretaría de Hacienda, y Reyes con la de Guerra que tendría todas las
facultades para dirigir las operaciones militares.[107]
Pero Limantour,
aparentemente, sólo quiso escuchar ideas y no le dio mayor importancia a sus
acuerdos con Reyes. Se interesó más bien en conversar con la oposición, así que
al pasar por Nueva York, los días 9 a 12 de marzo, platicó con el doctor
Francisco Vázquez Gómez, Gustavo Madero y Francisco Madero (padre) explorando
las bases en las que podía sostenerse un acuerdo de paz. Algunas de esas bases
fueron: anunciar que el gobierno estaba en arreglos de paz con los
revolucionarios, renuncia de Corral, reformar la constitución para establecer
la no-reelección de los puestos del poder ejecutivo, modificar la ley electoral
para que el sufragio pudiera ser efectivo, cambios de gobernadores y cambios en
el gabinete, etc.[108]
Limantour llegó a México el 19 de
marzo y declaró que no pertenecía ningún partido y que su mayor interés era
conservar la paz. Esto último era totalmente cierto pues la guerra destruía la
obra económica de su vida y convertiría en un absurdo, en una nada, décadas de
su trabajo.
Como estaba convencido de “la
ineficacia de las disposiciones militares para sofocar la insurrección y de la
imposibilidad de poner remedio a esa deficiencia”[109]
se dio a la tarea de hacer cambios políticos en la dirección conversada con los
Madero en Nueva York y promovió la renuncia en masa del gabinete (26 de marzo)
y anunció el cambio de la mayoría de los gobernadores.
Sus amigos “científicos” a los que
les pidió la renuncia y excluyó del poder: Ramón Corral, Rosendo Pineda, Pablo Macedo, Enrique Creel y Olegario
Molina, se sintieron traicionados y desde entonces no dejaron de criticarlo.
Indignado, Francisco Bulnes, que era cercano a ese grupo, mostró una dimensión
más de la crisis y escribió que si la opinión pública acepta que los
“científicos” son “una banda de miserables ladrones, también la opinión pública
acepta que Limantour ha sido durante diecisiete años, el jefe de esa banda y
que si actualmente ha tenido el buen
pensamiento de convertirse en jefe de hombres honrados, no les queda a los
de la "banda" más que dos cosas que hacer: separarse y defenderse”.[110]
Con la crisis política y los cambios
que se derivaron de ella, el sentimiento de traición se convirtió en un
sentimiento presente y recurrente, frecuentemente generado por hechos que daban
pie a ello.
El 28 de marzo se formó un nuevo
gabinete sin “científicos”, es decir, con ministros más aceptables para la
gente y los revolucionarios; y el primero de abril, en la sesión de apertura
del Congreso y siguiendo las indicaciones de Limantour, el general Díaz
pronunció un discurso que apoyaba reformas a la ley para que se suprimiera la
reelección de Presidente y vicepresidente. Además, en su propuesta de reformas
políticas y sociales también reconoció la existencia del problema agrario y
recomendó que se buscara la manera de distribuir algunas tierras.[111]
Al comentar Madero estos cambios
políticos con Ignacio Herrerías, periodista de El Tiempo, a principios de abril, le dijo acerca del gabinete:
“La
personalidad dominante será Limantour, que tendrá mucha mayor influencia que en
el gabinete pasado, en donde era algo contrarrestada por Corral y Molina. Sin
embargo, Limantour tropezará siempre con la personalidad del general Díaz, que
le impedirá desarrollar su programa de reformas.
Herrerías.- ¿Qué opina usted
del mensaje presidencial?
Madero.-
Que el general Díaz ofrece en su nuevo mensaje, mucho menos de lo que ofreció
en el plan de Palo Blanco, de Tuxtepec, y en la entrevista con Creelman. La
nación ya no quiere promesas, quiere hechos [...]
Herrerías.- ¿Cuáles serían las
condiciones de paz?
Madero.-
Que se retirara el general Díaz; que se nombrara a un Presidente provisional
aunque fuera miembro de la misma administración del general Díaz; que se
permitiera a nuestros partidos nombrar algunos gobernadores y que se convocara
a nuevas elecciones.
Estas condiciones son en el estado
actual de la guerra, pues si se prolonga más, entonces será preferible
terminarla, a fin de implantar todas las reformas contenidas en mi programa de
Gobierno y en el plan de San Luis Potosí”.[112]
El cambio de
gabinete fue el mensaje que dio el gobierno para demostrar que estaba dispuesto
a llegar a un acuerdo político que condujera a la paz. Y como puede verse en la
respuesta de Madero, fue el inicio del estira y afloja para medir el poder y la
disposición del adversario y saber hasta dónde podía llegar cada quien.
La situación era desesperante para
los dos bandos ya que cada uno era débil tanto política como militarmente
hablando.
Aunque
los revolucionarios podían contar con mucha gente dispuesta a pelear, no había
capacidad de armarlos ni mantenerlos en pie de guerra de una manera
disciplinada durante un tiempo prolongado. El ejército libertador corría el
riesgo de disgregarse rápidamente y convertirse en un montón de grupos
guerrilleros dirigidos por caudillos autónomos con poderes desiguales. Incluso
las bandas armadas podían degenerar o proliferar como simple bandolerismo. La
causa de esta situación era que el Partido Nacional Antirreeleccionista era
apenas un “bebé”, era una organización que iba a cumplir un año de edad y era
incapaz de contener a todos los grupos armados que estaban proliferando en el
país. Si la misma dinámica se mantenía unos meses más, Madero podía convertirse
en un simple caudillo regional y su poder podría reducirse a la cantidad de
armas y hombres que tuviera.
Esa
posibilidad de desbordamiento en sus filas la tenía contemplada Madero, pero no
la tomaba como la más probable; frente a él se le presentaban sobre todo dos
rutas: una, la de la transacción, que llevaría a compartir el poder. En ella,
tanto los revolucionarios como los porfiristas tendrían posiciones importantes
de poder a nivel ejecutivo; y después se renovaría todo el poder ejecutivo,
legislativo y judicial por medio de elecciones. La otra ruta, la más
sangrienta, era derrotar completamente al ejército federal y aplicar en su
totalidad el Plan de San Luis. Eso significaría que los revolucionarios
convocarían a elecciones después de haber conquistado todas las posiciones de
poder gubernamental derivadas de su victoria militar. La aplicación de la
totalidad del Plan significaría también reorganizar la tenencia de la tierra
devolviendo a los pueblos las miles de hectáreas que habían pasado a manos de
los hacendados de manera ilegal e injusta.
Otra
vez Madero, como sucedió en la campaña electoral, manejaba dos opciones: la de
la transacción o la de la victoria completa. Otra vez él estaba dispuesto a
recorrer cualquiera de los dos caminos. El que transitara por uno o por otro,
dependería de su adversario. Su preferencia era la transacción y el acuerdo,
porque evitaba derramamiento de sangre y porque era una medida incluyente que
buscaba el establecimiento de un bien común (por lo menos esa era la idea,
aunque no con esas palabras).
Aunque el gobierno tenía más
armamento y más recursos económicos que los revolucionarios, no tenía gente
dispuesta a arriesgar su vida ni su porvenir en el campo de batalla. Incluso
los mismos políticos y burócratas más que sostener a don Porfirio querían ubicarse
del lado del ganador, del más poderoso, cualquiera que fuera éste. Esa era la
costumbre y estaban dispuestos a seguirla.
Para
sobrevivir y conservar su poder, los políticos porfiristas necesitaban
adaptarse a las nuevas circunstancias. La dictadura se había quedado sin alma,
era un cuerpo en descomposición y los políticos querían enterrarla, pero
quedándose con su herencia.
Madero y algunos políticos antirreeleccionistas
coincidían con Limantour, Reyes y los políticos porfiristas en que había que
mantener las instituciones vigentes para transitar a otra organización
política. Querían evitar la anarquía. Querían evitar que el poder se
transfiriera a multitud de bandas armadas y se prolongara el derramamiento de
sangre. Por ese miedo, los dos bandos terminaron por conceder al adversario más
posiciones políticas de las que ameritaba su poder militar.[113]
Por ese miedo los líderes de los dos bandos terminaron por ser acusados de
traidores a la causa. Limantour fue un traidor para “científicos” y porfiristas
que pensaron que el ejército estaba prácticamente intacto y con capacidad de
ganar muchas batallas. Madero fue un traidor para muchos revolucionarios,
porque llegó a los acuerdos de paz cuando la revolución apenas se erguía y
empezaba a disponer de una gran fuerza.
Los
acuerdos de paz de Ciudad Juárez terminaron con la anarquía y la abundancia de
sangre, pero no lograron convertirse en el inicio de una inclusión política de
la mayoría de los mexicanos. Los acuerdos siguieron deteriorando los vínculos
políticos y sociales: porfiristas y revolucionarios evitaron el reconocimiento
de cualquier coincidencia, incluso la de respirar. Siguieron con la voluntad de
exterminarse a la primera oportunidad. Tanto el miedo a la anarquía de los
porfiristas, como la fantasía de lo que pudo haber sido y no fue, de los
revolucionarios, hicieron una maraña en el inconsistente tejido político de la
nación.
La frustrada conferencia de paz
y la toma de Ciudad Juárez
La mayor parte de
los revolucionarios de Chihuahua dedicaron la primera quincena de abril a
preparar el ataque contra Ciudad Juárez.[114]
El día 19 sitiaron el lugar (después de un combate en la estación de Bauche, el
17 de abril), y le pidieron al general Juan J. Navarro que se rindiera y
entregara la plaza. Desde luego, la petición fue rechazada.
La revolución, entretanto, seguía
avanzando en México: los nuevos Estados en los que se notó esto fue en Guerrero
y Morelos. Sobre este avance escribía Roque Estrada: “No es que individuos en
armas hayan hecho y estén haciendo la revolución; es la revolución la que está poniendo individuos en armas”.[115]
Varios gobernadores se intimidaron con los
avances rebeldes y renunciaron: Esteban Fernández, en Durango; Cuesta Gallardo,
en Jalisco; Pablo Escandón, en Morelos; Damián Flores, en Guerreo.
El 19 de abril, llegaron a El Paso,
Texas: Oscar Braniff y Toribio Esquivel Obregón como emisarios de Limantour y
se entrevistaron con Madero y los jefes revolucionarios. Dijeron que
“consideraban el momento como excepcionalmente oportuno para [...] conservar el
orden y la paz en la República, a la vez que para afianzar en la forma más
eficaz la realización de los principios de la revolución” y ver “si era posible
un arreglo entre esta y el gobierno” por lo que convenía “concertar un
armisticio que permitiera celebrar negociaciones de paz”.[116]
. Madero rechazó el armisticio porque dijo que esa medida sólo tendría sentido
si Porfirio Díaz renunciaba en un tiempo
razonable. De cualquier manera, decidió posponer el ataque a Ciudad Juárez,
pero después, en un cambio de opinión, quizás debido a las presiones que estaba
ejerciendo su papá, el 23 de abril concertó un armisticio que no incluía la
petición de la renuncia de Díaz.
Esta
variación en la postura de Madero preocupó mucho a varios dirigentes
revolucionarios como Abraham González, Juan Sánchez Ascona, Venustiano Carranza
y Federico González Garza, así que cuando el doctor Francisco Vázquez Gómez llegó
a El Paso, el 29 de abril, le advirtieron angustiados que hiciera algo, porque
Madero había convenido con los agentes de Limantour pedir solamente la renuncia
de Ramón Corral (Al parecer, confidencialmente se le había asegurado a Madero
que Díaz renunciaría de todas maneras).
En la junta de los revolucionarios,
al día siguiente, cuando el doctor iba a tocar el tema de la renuncia de Díaz
como condición para acordar la paz, Madero se acercó y le dijo al oído: “Estoy
comprometido con Limantour” y entonces Vázquez Gómez dijo que el asunto
delicado lo tratarían hasta el día siguiente.[117]
El mismo día y el siguiente el
doctor habló varias veces con Madero insistiendo en la renuncia de Díaz hasta
que finalmente lo convenció:
“Por
fin, al segundo día de brega y después de comer, me dijo: . .
”.[118]
Cuando le llevó el
acta para que la firmara, Madero se resistió de nuevo a firmarla y mandó llamar
a Pascual Orozco para ver qué opinaba, pero éste le contestó: “Señor, a mí no
me consulten estas cosas porque no entiendo de ellas, díganme que por alguna
parte viene el enemigo y yo veré qué hago; pero de esto no sé, ustedes saben lo
que hacen”. Después de esta consulta Madero firmó el acta que contenía todos
los puntos necesarios para un acuerdo de paz, incluida la petición de renuncia
de don Porfirio.[119]
El acta la firmaron dirigentes como Pino Suárez y Gustavo Madero, y comandantes
revolucionarios como Pascual Orozco y Francisco Villa.
Ese mismo primero de mayo, Gustavo
Madero le escribió a su esposa Carolina dándole su punto de vista de la
situación que estaba viviendo:
“¿La
impresión que tengo de las fuerzas revolucionarias? Pues que son unos
valientes, patriotas, hombres de corazón, pero que no tienen ni asomo de orden.
El pobre de Pancho, como siempre,
con muy buena voluntad, muy bondadoso, pero no sabe mandar por más que tiene a
muchos con quien hacerlo”
[…] “Muy reservado. Hoy resolvimos
definitivamente pedir la renuncia de Díaz como condición para la paz, y como
sabemos que no accederá nos estamos preparando para la guerra, pues
probablemente habrá necesidad de atacar Juárez. Esto resérvatelo pues no
conviene que se sepa. Es probable también que no se ataque por temor a complicaciones
internacionales, pero siempre seguirá la guerra”
“[...] Nunca habían tenido tanto
parque como ahora, nunca tan animados y con tantos elementos. De manera que
creo que el triunfo será nuestro, como quiera que se obre”.[120]
Pero el 2 de mayo, Madero se había retractado
de nuevo y quería romper el acta firmada por él. Tuvo una nueva reunión con los
miembros más prominentes del Partido Antirreeleccionista que salieron muy
disgustados con él, porque no quiso convenir en la renuncia del Presidente como
condición para la paz.
El 3 de mayo llegó, a la ciudad El
Paso, el magistrado Francisco Carvajal para iniciar al día siguiente las
conferencias de paz entre el gobierno y los revolucionarios. Se reunió una hora
con Madero y salió muy optimista porque Madero le aseguró que no pediría la
renuncia del Presidente.
El 4 de mayo en la mañana inició la
conferencia. Por el gobierno participó Francisco Carvajal; por los
revolucionarios: Francisco Madero (padre), José María Pino Suárez y el doctor
Francisco Vázquez Gómez. Por la mañana el doctor no sabía si se pediría la
renuncia de Porfirio Díaz, ya que Madero había vacilado mucho alrededor de ese
punto.
Por la tarde, media hora antes de
que se reanudara la conferencia, Madero le entregó al doctor las propuestas de
paz y, para su sorpresa, la primera condición era la renuncia de Porfirio Díaz.
Al enterarse, el papá de Madero se negó a participar en la reunión, porque “el
no iba a oír esas cosas”. El magistrado Carvajal al oír la propuesta dijo que
no tenía instrucciones ni siquiera para discutir la renuncia del Presidente y
en vista de eso daba por terminada las conferencias.[121]
El 6 de mayo, un día antes de que
terminara el armisticio y en un intento de reestablecer las conferencias de
paz, los emisarios de Limantour: Oscar Braniff, Toribio Esquivel Obregón y
Rafael Hernández le solicitaron a Madero una reunión con jefes revolucionarios
militares y civiles. La reunión fue autorizada:
Después
de varias exposiciones de uno y otro lado, Rafael Hernández vio que las negociaciones
estaban condenadas al fracaso e intervino diciendo: “<¿Qué es lo que ustedes
desean, caballeros revolucionarios? ¿Es que ustedes tal vez no están
satisfechos? ¿Aun desean más sangre? ¿No se ha derramado la suficiente? ¿No están satisfechos de ver que un gobierno
fuerte y honorable trata con rebeldes que aún no están en posesión ni de una
sola ciudad importante?>”.[122]
El 7 de mayo,
Madero decidió no atacar Ciudad Juárez, para evitar las complicaciones con
Estados Unidos que podrían derivarse de los daños que la batalla podría hacer
en la vecina ciudad de El Paso, Texas, ya que desde el 8 de marzo el Presidente
William H. Taft había ordenado la movilización de veinte mil soldados a la
frontera y a barcos estadounidenses el patrullar las costas mexicanas. Aunque
se aclaró varias veces que esas tropas no intervendrían, se mantenían como una
sombra amenazadora y los políticos mexicanos la utilizaban de diferentes
maneras, la mayoría de las veces para intimidar a los revolucionarios de lo que
podía suceder si las cosas se desbordaban.
En
consecuencia, Madero ordenó el retiro de las tropas revolucionarias, pero
Pascual Orozco y Francisco Villa no acataron la orden y decidieron que para
evitar mayor decaimiento en el ánimo de la tropa inactiva y deprimida, convenía
atacar Ciudad Juárez. Como no quisieron que los disparos iniciales se vieran
como un acto de insubordinación, el 9 de mayo se ubicaron donde Madero no
pudiera comunicarse con ellos. De modo que cuando empezó el tiroteo, Madero dio
la orden de cese al fuego, pero fue en vano. Cuando el combate ya era
imparable, Villa y Orozco se presentaron ante Madero para convencerlo de que la
ofensiva era inevitable y debían realizarla con toda la fuerza necesaria.
Madero accedió y, después de 52 horas de combate intenso, el 10 de mayo, se
rindió el general Juan J. Navarro y entregó la plaza.[123]
Después
de que el gobierno perdió el control de Ciudad Juárez, el general Victoriano
Huerta fue convocado a una reunión con Porfirio Díaz, Porfirito, el secretario
de Guerra, González Cosío y Limantour. El presidente tenía amarrada una venda
del cráneo a la mandíbula, porque tenía una infección dental que lo estaba
atormentando. Se le veía abatido. Su sordera se había intensificado con la
infección, pero quería oír la opinión de Huerta. A gritos, cerca de su oído, le
dijo a don Porfirio que la victoria de los revolucionarios era insignificante,
que enviando una o dos columnas del ejército federal la ciudad podía
recuperarse fácilmente, como se había recuperado Agua Prieta en Sonora, después
de que cayó a manos de los revolucionarios.
Asombrado Limantour
le dijo a Victoriano Huerta que no se daba cuenta de que la situación era muy
angustiosa y que era urgente salir de ella cuanto antes de la mejor forma
posible. Huerta contestó que era Limantour el que no se daba cuenta de lo que
era el ejército y de todo lo que podía hacer dirigiéndolo bien, que estaba
seguro que podía dominar la situación.[124]
Una
de las grandes preocupaciones de Limantour era que la capital de la República
sólo contaba con 2,700 soldados y dos ametralladoras, y de esos 2,700 eran
indispensables 1,500 para la seguridad de las cárceles, la penitenciaría y los
depósitos de municiones de la ciudad. O sea, se contaba con 1,200 soldados para
defender la ciudad. Eso se lo explicó tiempo después a Ramón Corral, en uno de
sus muchos intentos de defenderse de los cargos de traición o de entrega
precipitada del gobierno.[125]
La
visión de Limantour fue la que se impuso en aquel momento y fue la que llevó a
Díaz a aceptar en principio su pronta renuncia, lo que significó un avance para
poder llegar a los acuerdos de paz.
Orozco y Villa intentan someter
a Madero
Simultáneamente, en
el bando revolucionario, también se daban tensiones entre civiles y militares.
El 13 de mayo, a las diez de la mañana, Pascual Orozco y Francisco Villa se
insubordinaron de nuevo, pero esta vez de manera abierta y escandalosa:
“Villa
y Orozco entraron juntos en el cuartel general de Madero y Orozco planteó tres
cuestiones específicas: pidió que [el general] Navarro fuera sometido a un
consejo de guerra, lo que de hecho habría sido el procedimiento legal de
acuerdo con el Plan de San Luis Potosí, y que se pagara a sus tropas; además,
expresó su inconformidad por el nombramiento, como secretario de Guerra, del civil
Venustiano Carranza, que había sido partidario de Reyes y senador porfirista, y
se había incorporado a la revolución en fecha relativamente tardía.
Como Madero se negó a acceder a sus
solicitudes, Orozco le puso una pistola en el pecho y le dijo que estaba
arrestado. Uno de los colaboradores del presidente [provisional] sacó una
pistola y amenazó a Orozco con ella. Entonces, Villa salió corriendo a llamar a
sus cincuenta hombres. Madero corrió afuera también, pasando ante Orozco que no
utilizó su pistola, y rozando a Villa, quien, según la versión de un oficial
federal, lo amenazó en términos obscenos. Madero saltó sobre un coche y empezó
a arengar a los soldados de Villa y Orozco, que estaban estacionados afuera y
no tenían una idea clara de lo que sucedía. Tras escucharlos unos minutos, los
soldados empezaron a vitorearlo.
En ese momento Orozco se dio por
vencido, los dos hombres se dieron la mano y, según algunas versiones, Villa
hizo lo mismo. Otros describen a Villa llorando públicamente y suplicándole su
perdón a Madero. Este escoltó personalmente a Navarro hasta El Paso. Había
salido como claro vencedor de esta confrontación y había rechazado las dos
principales demandas de los amotinados acerca de Navarro y del nombramiento de
Carranza. La única concesión que estuvo dispuesto a hacer fue retirar dinero de
un banco de El Paso para pagar a los soldados de Orozco”.[126]
Este incidente fue
muy significativo, en muchos sentidos: condensó toda la política maderista y
mostró las contradicciones que se desarrollarían después, hasta el día en que
Madero murió asesinado por órdenes del general Victoriano Huerta.
Orozco y Villa quisieron imponer su
voluntad a punta de pistola. Los dos militares más importantes del ejército
revolucionario se rebelaron contra las disposiciones del Presidente
Provisional. Madero experimentó en carne propia lo que ya había dicho: el
militarismo es el mayor enemigo de la democracia, porque ahí son más
importantes las balas que los votos y porque las armas sustituyen a las palabras.
Por su parte, Madero, por primera
vez y de manera arbitraria, anuló el Plan de San Luis que establecía los
objetivos de la revolución y que había sido el medio con el que había convocado
a los mexicanos a levantarse en armas. Ahí en el artículo transitorio (c)
estableció que se fusilaría, después de un juicio sumario, a las autoridades
porfiristas que hubieran “transmitido la orden o fusilado, a alguno de nuestros
soldados” (exceptuando al Presidente y a sus ministros).
El general Navarro se había distinguido
por fusilar inmediatamente a cuanto revolucionario caía en sus manos. Para
Pascual Orozco fue especialmente doloroso el fusilamiento de 21 rebeldes,
amigos, conocidos y parientes suyos, que se habían levantado en armas en San
Isidro y que se habían rendido ante el general Navarro después de verse
derrotados en el combate de Cerro Prieto el 11 de diciembre de 1910. Pascual
Orozco era de San Isidro y parte de su interés en la toma de Ciudad Juárez
había sido vengar la muerte de sus paisanos. El que Madero se opusiera a
entregar a Navarro a un juicio sumario, indignó a Orozco y a Villa. Esa
venganza era para ellos un asunto de honor y además era cumplir con una de las
disposiciones del Plan de San Luis, establecidas por el propio Madero.
Por primera vez, Madero se puso de
lado del ejército federal y en contra del ejército revolucionario, porque para
él esa decisión no significaba sólo apoyar a Navarro y oponerse a Villa y
Orozco, sino tomar partido por el ejército federal al que veía ya controlado y
controlable por el nuevo gobierno, a diferencia del ejército revolucionario al
que percibía por experiencia propia como explosivo, desatado y listo para
insubordinarse.
La superación de este incidente
reforzó su confianza en la autoridad que ejercía sobre el común de sus
seguidores y en su capacidad persuasiva, porque en el conflicto él fue el
apoyado por los soldados revolucionarios y a él fue al que escucharon.
El malestar que causó el
nombramiento de Carranza también es muy significativo. Hasta ese momento lo que
don Venustiano había aportado a la revolución era: su fantasía de que en
Coahuila tenía seguidores que se levantarían en armas; su esperanza frustrada
de colaborar con el general Reyes cuando éste regresara de Europa, asumiera la
dirección gubernamental e intentara llegar a acuerdos con los revolucionarios;
sus intrigas para que el ex-reyista doctor Vázquez Gómez desconociera a Madero
y asumiera el liderazgo de la revolución; por último, estar en El Paso y Ciudad
Juárez para asegurar su gubernatura en Coahuila o algún puesto en el gabinete
de Madero. Pero, en concreto, fuera de las explicaciones y justificaciones de
su inoperancia, no había aportado nada: sus “seguidores” de Coahuila no se
levantaron en armas; Bernardo Reyes no regresó a México para hacerse cargo de
la situación, y el doctor desechó su invitación de sustituir a Madero. Tal vez
Orozco no sabía nada de eso, pero sí podía comprobar que lo que él había hecho
por la revolución era muchísimo más de lo que había hecho Carranza; y se
indignó por la injusticia que suponía el hecho de que él no hubiera sido
nombrado secretario de Guerra y don Venustiano, sí.[127]
Aquí aparece, también por primera
vez, otra decisión de Madero que a lo largo de los siguientes meses lo
desgastará mucho: como consecuencia de la transacción en los acuerdos de paz,
prefirió gobernar con la vieja “clase dirigente” porfirista que con la nueva
“clase dirigente” revolucionaria.
Estas decisiones no fueron un simple
acto de torpeza o de falta de inteligencia de Madero. Él comprendió las fuerzas
que estaban en juego y decidió arriesgar su Presidencia y su vida para lograr
dos cosas: la primera, acabar con el militarismo que él mismo había desatado; y,
la segunda, incorporar a la “clase dirigente” porfirista en una política democrática
que terminara con los privilegios de unos cuantos. Sin esta opción (en la que
puso en juego todos sus recursos), su política posterior a la toma de Ciudad
Juárez aparecería como fruto de la ceguera, de la estupidez o de las
limitaciones que le imponía su pertenencia al grupo de hacendados más rico de
México.
Pero Madero estaba actuando de acuerdo
a sus previsiones de abril: si los porfiristas no negociaban la paz, ejecutaría
cabalmente el Plan de San Luis; pero si negociaban gobernaría con ellos la transición
hacia la democracia y para ello tendría que prescindir del Plan de San Luis que
contenía cláusulas inaceptables para la “clase dirigente”.
Porfirio Díaz renunció a la
Presidencia, sin saber bien por qué
Después del triunfo
de los maderistas en Ciudad Juárez, la revolución se extendió con mucha fuerza
por todo México. Para finales de mayo los rebeldes ya habían tomado: Ciudad
Juárez y Casas Grandes, en Chihuahua; Torreón y Saltillo en Coahuila; Colima,
en Colima; Pachuca, en Hidalgo; Acapulco, Iguala y Chilpancingo, en Guerrero;
Tehuacan y San Juan de los Llanos, en Puebla; Nogales, Agua Prieta, Hermosillo,
Guaymas, Álamos y Naco, en Sonora; Tlaxcala en Tlaxcala; Cuautla, Cuernavaca y
Jonacatepec, en Morelos; Culiacán, en Sinaloa. Además había actividades
revolucionarias importantes en los estados de Jalisco, Querétaro, Nuevo León,
Zacatecas, Veracruz, Chiapas y Yucatán.[128]
Las conferencias de paz se
reiniciaron el 15 de mayo; las renuncias de Díaz y Corral eran condición para
la paz y ya eran aceptables para los dos bandos, ahora el problema a resolver
era la composición del gabinete del gobierno de transición. Había una disputa
entre Madero y el doctor Vázquez Gómez. El primero quería mantener a Limantour
en el gabinete y el segundo consideraba que esa propuesta era absurda, porque
Limantour había sido el enemigo a vencer en la sucesión presidencial. El factor
que provocaba la tensión entre los dos era Francisco Madero (padre), porque,
por alguna razón, estaba interesado en que Limantour siguiera como secretario
de Hacienda y es muy probable que estuviera presionando a su hijo.[129]
Por
su relación de amistad personal con Porfirio Díaz, y por tener un amigo común
que actuó como mensajero entre los dos (el señor Manuel Amieva), el doctor
Vázquez Gómez pudo maniobrar para presentarle a Madero el desplazamiento de
Limantour como una situación casi de hecho y Madero terminó por aceptar la
exclusión de Limantour del nuevo gabinete. Una vez más Francisco Ignacio se
mostró vacilante y una vez más la vacilación estuvo relacionada con su padre.
La complicada y hábil maniobra de
Vázquez Gómez acabó con la confianza y la amistad entre Díaz y Limantour. Como
había un diálogo paralelo mientras se llevaban a cabo las negociaciones: Díaz
estaba atento a los mensajes que le mandaba el doctor y Limantour se orientaba
por los mensajes que le enviaba Francisco Madero (padre); las versiones
contradictorias terminaron por estallar. El Presidente Díaz, en su
desesperación, le dijo a Manuel Amieva:
“<¿Quién
entiende esto? Usted me dice que no aceptan a Limantour. Limantour me dice que
exigen que siga en el gobierno ¿A quién le voy a hacer caso, a usted o a
él?> –le respondí-. <¿Y por qué?> .
-repuso-. . ”.[130]
Después de que
Madero mandó el telegrama confirmando la exclusión de Limantour del gabinete
del gobierno provisional, Porfirio Díaz le dijo a Manuel Amieva:
“Es
cierto, usted tenía razón; por todos lados hay traición, y voy a decirle a
Limantour que en dónde está su patriotismo. Yo no sigo aquí, yo me voy luego.
Yo no quiero entenderme con nadie que no sea usted, y dígales que al llegar a
La Habana el general Reyes, recibirá la orden militar de detenerse”.[131]
El acuerdo de paz entre
el gobierno de Porfirio Díaz y los revolucionarios se firmó el 21 de mayo de
1911 y en él se establecía que el Presidente había manifestado su resolución de
renunciar antes de fin de mes; que en el mismo plazo renunciaría Ramón Corral a
la vicepresidencia; que Francisco León de la Barra sería el presidente
interino; y que el nuevo gobierno estudiaría las condiciones de la opinión
pública, para satisfacerla en cada Estado dentro del orden constitucional. Por
eso se convenía cesar las hostilidades en todo el territorio nacional.[132]
Dado el ambiente
que existía en México, la renuncia que firmó el Presidente el 25 de mayo tardó
mucho en presentarse. Cuatro días de espera parecieron demasiado tiempo. Los
días 23, 24 y 25 de mayo, la gente de la capital de la República salió a la
calle a exigir la inmediata renuncia de Porfirio Díaz. En una de esas
manifestaciones la multitud fue al edificio del periódico oficial, El Imparcial, lo apedreó y le prendió
fuego. Los bomberos tuvieron que llegar a apagarlo. Otros se dirigieron a la
calle Cadena, donde estaba la residencia de Porfirio Díaz y a gritos le pedían
la renuncia. Otra manifestación rodeó la Cámara de Diputados y pedía lo mismo.
Alguna otra incluso fue reprimida a tiros y hubo muertos y heridos.[133]
Al Presidente Porfirio Díaz le costó
mucho trabajo firmar su renuncia el día 25 de mayo. Todo mundo se la pidió,
hasta su esposa y su hijo, pero él se resistía. De la Barra le presentó tres
versiones de la renuncia y no aceptó ninguna. Finalmente él mismo fue a su escritorio
y redactó:
“Señores:
el pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores;
que me proclamó su caudillo durante la guerra internacional, que me secundó
patrióticamente en todas las obras emprendidas para robustecer la industria y
el comercio de la República, fundar su crédito, rodearla de respeto
internacional y darle el puesto decoroso entre las naciones amigas; ese pueblo,
señores diputados, se ha insurreccionado en bandas numerosas armadas,
manifestando que mi presencia en el ejercicio del supremo Poder Ejecutivo es la
causa de su insurrección.
No conozco hecho alguno imputable a
mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que puedo
ser un culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mí la persona menos a
propósito para raciocinar y decidir sobre mi propia culpabilidad.
En tal concepto, respetando, como
siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el Artículo
82 de la Constitución Federal, vengo ante la Suprema Representación de la
Nación a dimitir el cargo de Presidente Constitucional con que me honró el voto
nacional.
Y lo hago con tanta más razón,
cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana,
abatiendo el crédito de la nación, derrochando su riqueza, cegando sus fuentes
y exponiendo su política a conflictos internacionales.
Espero, señores diputados, que
calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más
concienzudo y comprobado, hará surgir en la conciencia nacional un juicio
correcto, que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa
correspondencia de la estimación que toda mi vida he consagrado y consagraré a
mis compatriotas”.[134]
Al
día siguiente Porfirio Díaz llegó a la estación de San Lázaro para tomar el
tren e iniciar su viaje al exilio. No le
dijo adiós a nadie, ni a sus amigos íntimos, ni a Limantour. Tampoco ellos
hicieron nada por despedirse. A Limantour, incluso, no lo quiso volver a ver el
resto de su vida. Los dos quedaron absolutamente distanciados.
Ya desde el 4 de mayo Ramón Corral
había firmado en París su renuncia a la vicepresidencia y se la envió al
secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra con el encargo
de que la presentara al mismo tiempo que Díaz presentara la suya.
En su renuncia, Ramón Corral le
expuso a Porfirio Díaz sus objeciones; se basaban en la manera en que percibía
la situación política. Ahí decía:
“[...]
no creo que nuestra separación de los puestos que ocupamos sea el remedio que
reclaman los males que afligen a la República.
Aparte de la significación que tiene
la presentación de nuestras renuncias, exigidas por el enemigo armado, enemigo
constitucional y a iniciativa del Gobierno declarado fuera de la ley y que
lejos de ceder ante las concesiones que se le hacen, se envalentona y crece,
hay que considerar que la separación de Ud. presenta una perspectiva de
anarquía que hará más inminente el peligro del Norte. En ningún caso los Madero
podrán dominar la revuelta, porque su influencia no alcanzará sino a una
pequeña parte de los grupos rebeldes, y aun contra la voluntad de dichos
señores, seguirá existiendo el motivo que se invoca para la intervención”.[135]
Cuando leyó en el
periódico que Díaz efectivamente había renunciado, no daba crédito a la noticia
y en su diario anotó que eso no concordaba con las ideas y el temperamento de
don Porfirio que “jamás se había acobardado con las dificultades”. Pensó que si
la noticia era cierta era porque el gobierno se había mostrado débil sin serlo.[136]
Victoriano Huerta era de la misma
opinión, le decía a todo mundo que Limantour había entregado el gobierno del
general Díaz “a puerta cerrada” que es lo que dicen “los rancheros, cuando
venden una finca sin inventariar, incluyendo burros, puercos, enseres, ganado y
graneros”.[137]
León de la Barra sustituye al
dictador y apoya a la contrarrevolución
El 25 de mayo de
1911, Francisco León de la Barra asumió la Presidencia provisional de la
República en sustitución del general Díaz. Ese día, en su manifiesto a la
nación prometió ser “un celoso defensor de las leyes, especialmente de las electorales, para
que la voluntad del pueblo pueda manifestarse libremente en los próximos
comicios, al renovarse los poderes federales y locales”. Y como respuesta a “la
gravedad de la situación que pone en peligro nuestra vida nacional” llamó a los
mexicanos para que dentro del orden y la ley se unan en “espíritu de paz y
progreso”.[138]
Inicialmente Madero cometió el error de confiar
plenamente en el nuevo Presidente, porque según lo dijo en su manifiesto a la
nación del 26 de mayo:
“El Sr. Francisco
L. de la Barra, no tiene más apoyo en el poder que el de la opinión pública y
como ésta únicamente proclama los principios de la Revolución, podemos decir
que el actual Presidente de la República está enteramente con nosotros, porque
a ello lo llevan sus sentimientos de justicia y su alto patriotismo: ha dado
pruebas de ello en su tacto para formar el actual gabinete, en el cual están
ampliamente representados los elementos que han llevado a cabo la actual
revolución, y los cuales han sido designados de mutuo acuerdo entre el señor de
la Barra y los principales jefes de la Revolución, que pudo consultar”.[139]
Pero
De la Barra estaba lejos de estar enteramente con los revolucionarios, al
contrario, después de la renuncia de Díaz y a pesar de ser Presidente, entró en
un “periodo de amargura” en el que “veía peligrar nuestra nacionalidad”, como
le confesó a Limantour en una carta de principios de agosto.
Poco a poco fue tomando cada vez más
confianza en sí mismo y en el poder que le daba la institución presidencial y
fue desarrollando una política propia, contraria a la revolución y a los
revolucionarios.
Su primer gran paso fue radicalizar
el acuerdo de la desmovilización de tropas revolucionarias. En el Tratado de
Ciudad Juárez se decía que el ejército libertador se licenciaría “a medida que
en cada Estado se vayan dando los pasos necesarios para restablecer y
garantizar la tranquilidad y el orden públicos”. Él, sin embargo, expidió un
decreto el 19 de junio, en el que declaraba bandidos a los revolucionarios que
no hubieran acudido a licenciarse, estableciendo como límite el primero de
julio.[140]
Ya para el 7 de agosto, en la
mencionada carta a Limantour, confesaba:
“He puesto en la
cárcel a los principales jefes revolucionarios que protestaron contra mi
resolución [de separar de la secretaría de Gobernación a Emilio Vázquez Gómez]
[…] confié al general Villaseñor la organización de los cuerpos de rurales y
avanzó en el desarme y disolución de las fuerzas revolucionarias. La fiesta
militar del domingo último, ha demostrado que cuento con el ejército [….] Creo
que a principios de octubre podrán ser hechas las elecciones primarias,
recobrada por completo la paz. Los bonos de Madero han bajado mucho, aunque conserva
aun bastante popularidad en las clases bajas. La candidatura del general Reyes
ha sido recibida con entusiasmo”.[141]
El
principal objetivo de la Presidencia de Francisco León de la Barra fue
debilitar a la revolución y eso quería decir: promover el reconocimiento y
exaltación del ejército federal, desarmar a los revolucionarios y desprestigiar
a Madero, esa fue la manera que encontró de recuperar el orden anteriormente
establecido.
Pancho
Villa percibió que Madero destruyó la revolución
Hubo
muchos revolucionarios que se opusieron a los acuerdos de paz de Ciudad Juárez,
pero me fijaré en Pancho Villa por la importancia decisiva que tuvo él,
Chihuahua y su ejército, en la revolución de 1910 y en la posterior destrucción
del ejército federal y del gobierno de Victoriano Huerta.
Villa contó que Madero lo invitó a
un banquete en Ciudad Juárez días después de la victoria y la paz. Asistió a
pesar de que iba a compartir la mesa con un montón de políticos “perfumados
elegantes” a los que toleraba con mucha dificultad. Después de oír sus
discursos “interminables”, Madero le preguntó:
“. Yo no quería decir nada, pero Gustavo Madero, que estaba
junto a mí, me dio con el codo, diciendo: . Así que
me levanté y le dije a Francisco Madero: . Quiso saber por qué, así que le contesté: . Madero siguió preguntándome. . Le respondí: . Bueno, viendo el asombro en los rostros de aquellos
elegantes seguidores, Madero replicó: ”.[142]
Este
incidente es una variación de la insubordinación anterior. La pregunta es: ¿A
quién le hace caso Madero? ¿Al general Navarro o al general Orozco? ¿Por quién
se decide? ¿Por Venustiano Carranza o por el general Orozco? ¿A quién escucha? ¿Al “montón de
perfumados” o al montón de soldados que participaron en la revolución? Y
Villa ve las preferencias de Madero y concluye que así destruye la revolución.
El descontento de Villa se debía a
su desconfianza en el ejército y la burocracia federal; a que en los acuerdos
no se decía nada sobre las medidas que se tomarían respecto a Creel y Terrazas
y porque tampoco se hablaba de reforma agraria ni de reparto de tierra para los
soldados de la revolución.[143]
No sólo Villa estaba descontento,
para la mayoría de los rebeldes de Chihuahua la revolución había terminado sin
que consiguieran sus principales objetivos. Habían arriesgado su vida y se
habían esforzado de manera extraordinaria para nada. El poder de Terrazas
seguía intacto y ellos seguían con su problema de tierras. Nada se decía acerca
de esto, era un asunto dejado de lado.
Y sucedió algo peor, en junio, en la ciudad de Chihuahua,
se licenció a 1,600 revolucionarios con una gratificación de 50 pesos por sus
servicios y 25 más si entregaban su rifle o carabina. También se les dio un
boleto de tren para que llegaran al lugar más cercano de su residencia. Fuera
de la capital, a algunos de los soldados licenciados sólo se les dio la mitad
de la cuota asignada por culpa de los encargados de realizar el licenciamiento.
“Con
igual falta de consideración fueron tratados jefes como Toribio Ortega, Tomás
Urbina, Mariano Hernández, licenciado Lázaro Gutierrez de Lara, Fidel Ávila y
oros más, a quienes se gratificaron sus servicios a la causa maderista con 100
pesos cada uno. Juan Dozal, Ignacio Gracia, Martín López, Agustiín Moreno,
Jesús Morales, Enrique Portillo, Rafael Rembao y algunos otros que tuvieron
categoría de jefes y oficiales, recibieron igual gratificación que los
soldados. En cambio, el general Pascual Orozco recibió la cantidad de 50 mil
pesos y el coronel Francisco Villa la suma de diez mil pesos que se cargaron a
gastos de pacificación”.[144]
La
revolución se había reducido a un asunto de pesos y centavos y no habían ganado
ni 50 centavos diarios. La frustración era grande. Habían descuidado a su
persona y su hogar y, por eso, regresaban con más problemas económicos que los
que tenían a la hora de levantarse en armas. El único cambio que pudieron
constatar es que había otro presidente municipal y ya no había jefe político.
No se desbandó a todos los
revolucionarios de Chihuahua, varios grupos quedaron organizados en cuerpos
rurales. Lo mismo pasó en Sonora y Coahuila. De los quince mil soldados
revolucionarios que llegaron a tener esos tres Estados sólo conservaron
alrededor de tres mil.
Stanley Ross dice que antes de celebrarse los tratados de paz de
Ciudad Juárez había en todo el país 40 mil rebeldes armados y después de ellos
la cifra aumentó a 60 mil.[145]
La situación fue alarmante y Madero y el Presidente De la Barra se fijaron como
prioridad desarmar a estos hombres para asegurar la paz. Aunque claro, cada uno
tenía motivos diferentes, Madero quería acabar con el militarismo y despejar la
vía legal-electoral; De la Barra desarmar a la revolución, para quitarle fuerza
y conservar las ventajas del sistema porfirista.
Emiliano
Zapata intentó poner a Madero de su lado y fracasó
Pancho
Villa nunca rompió con Madero, a pesar de que no estuvo de acuerdo con los
tratados de paz de Ciudad Juárez y de que constató que favoreció más a los
hacendados que a los revolucionarios. El que sí rompió con él fue Emiliano
Zapata, después de que comprobó que su confianza en el líder de la revolución
había sido vana.
Durante la revolución Zapata había
logrado reclutar a 2,500 campesinos armados que estaban bajo sus órdenes y que
estaban interesados en recuperar las tierras de sus pueblos que las haciendas
les habían quitado por abuso de poder. Todos ellos habían sido atraídos por la
promesa del Plan de San Luis de restituir la tierra a los propietarios que
habían sido despojados de ella de manera inmoral y abusiva.
Por eso, el 7 de junio de 1911,
cuando Madero fue recibido en la Ciudad de México por una gran manifestación de
la victoria, uno de los primeros que fue a recibirlo a la estación de
ferrocarril fue Emiliano Zapata. Y al día siguiente, después del almuerzo, en
la casa que tenía la familia Madero en la calle Berlín, le dijo: “Lo que a
nosotros nos interesa es que, desde luego, sean devueltas las tierras a los
pueblos, y que se cumplan las promesas que hizo la revolución”.[146]
Madero contestó que el problema de
la tierra era complicado y tenían que seguirse procedimientos legales. Le pidió
que confiara en él y licenciara a su tropa. Zapata le manifestó su
desconfianza: el ejército federal no
sería leal a un gobierno revolucionario desarmado y le señaló que incluso
en esos momentos en que estaban armados el gobierno estaba actuando
exclusivamente en favor de los hacendados. Si eso sucedía cuando estaban
armados, ¿qué sucedería cuando estuvieran desarmados?
El diálogo continuó sin
ningún avance significativo y en un intento desesperado de dar a entender su
punto de vista:
"Zapata se levantó con la carabina en la
mano, se acercó hasta donde estaba sentado Madero. Apuntó a la cadena de oro
que Madero exhibía en su Chaleco. Sin duda, le dijo Madero; le pediría
inclusive una indemnización. ".[147]
Madero quedó impresionado por Zapata y decidió ir
a Morelos el lunes siguiente, 12 de junio, para examinar personalmente el
estado de las cosas. Pero los que acapararon la atención de Madero en su viaje
a Cuernavaca fueron los hacendados que lo recibieron con un banquete en los
Jardines Borda. Madero invitó a Zapata al banquete, pero éste se negó a
asistir. Los hacendados convencieron a Madero que Zapata no podía controlar a
sus tropas que estaban compuestas por un montón de bárbaros.
Madero nuevamente pidió
confianza en él y licenciamiento de tropas; Zapata aceptó el llamado a la
confianza y el 13 de junio empezó la operación: se le pagó diez pesos a cada
soldado de los alrededores de Cuernavaca y 15 pesos a los que vivían en
poblaciones más lejanas. Se le bonificaron cinco pesos extra a los que además
del rifle entregaban una pistola. Se pagaron en total 47,500 pesos y se recogieron 3,500 armas.[148]
Uno
de los acuerdos del desarme fue que Zapata quedaría como comandante de la
policía federal del Estado, pero los hacendados presionaron a Madero para que
rompiera ese acuerdo. Como no se les concedió lo que pidieron, el 18 de junio
realizaron un mitin en el que se dijo que la súplica había terminado y que como
se estaban eludiendo las responsabilidades “no nos queda más que apelar a los
procedimientos armados. Nosotros los viejos cargaremos las armas para que sean
disparadas por los jóvenes”.
Zapata
se enteró de lo que planeaban hacer los hacendados y al día siguiente fue con
el gobernador y le pidió quinientos rifles y municiones, como no se los quiso
dar, Zapata los tomó y se fue con ellos. Los hacendados entonces lo acusaron de
rebelión y de ser un nuevo Atila. Madero lo llamó a México para que respondiera
a las acusaciones y el 20 de junio renunció a la jefatura de la policía del
Estado y aceptó la promesa de Madero de que un gobierno estatal libremente
elegido resolvería el problema de la tierra “dentro de la ley”.
A
pesar del licenciamiento de las tropas, los campesinos se negaron a devolver
las tierras que habían recuperado en la revolución cuando aplicaron por su
cuenta el Plan de San Luis. A los hacendados les preocupaba que los campesinos
en esas condiciones se dedicaran a cultivar maíz y descuidaran el cultivo de la
caña, porque si sucedía eso, perderían mucho dinero. Mantuvieron la presión
sobre el gobierno para que resolviera esa situación que percibían como adversa.
Entre
tanto, los zapatistas adquirieron más armamento, más nuevo y mejor, pero no
para proteger las tierras que habían recuperado, sino porque los armó el
secretario de Gobernación, Emilio Vázquez Gómez, que no estaba de acuerdo con
la política de licenciamiento de tropas, ni con la política conservadora del
Presidente De la Barra.
Emilio intensificó su
oposición a Madero desde el 9 de julio, que fue el día en que se anunció que el
Partido Constitucional Progresista sustituiría al Partido Nacional
Antirreeleccionista, ya que este último había cumplido con su función. En
realidad esa decisión fue la manera en que Madero rompió con los hermanos
Vázquez Gómez que antes de la revolución se habían mostrado demasiado
conservadores y después del ascenso de la revolución, demasiado radicales (para
la medida pretendida por Madero). La ventaja que tenía el nuevo partido era que
el presidente de la organización ya no sería el licenciado Emilio, ni su
hermano el doctor Francisco sería el candidato a la vicepresidencia.
Las dimensiones de la
división política entre Madero y los hermanos Vázquez Gómez se expresaron
claramente a propósito de una conspiración para matar a Madero en su visita a
la ciudad de Puebla el 13 de julio de 1911. Ahí los hermanos se pusieron
abiertamente a favor de la tropa revolucionaria y en contra de Madero
La conspiración para matar a Madero en Puebla
Los maderistas poblanos que se enteraron de la
conspiración hicieron un viaje a la ciudad de México para informarle a Madero
que su vida corría peligro en Puebla. Pero les contestó: “No muchachos, no
crean nada, nuestros enemigos, son hoy nuestros mejores amigos...”.[149]
Sin embargo, el secretario
de Gobernación, Emilio Vázquez G., le encargó a Abraham Martínez, jefe del
estado mayor de Zapata, que investigara con su gente el complot contra Madero
(era una “misión secreta”). Como resultado de sus investigaciones, determinó
que el jefe de la conspiración era el ex-gobernador porfirista, Mucio P.
Martínez, y detuvo a 19 personas que consideró implicadas, entre ellas: dos
diputados locales y al diputado federal Carlos Martínez, hijo del ex-gobernador
Mucio. También arrestó a varios hacendados y a dos o tres oficiales del
ejército federal. Aparentemente, a Madero se le iba a arrojar una bomba de
dinamita cuando pasara por la calle de Cholula.
Antes del arresto de los implicados,
Abraham Martínez informó de su decisión al nuevo gobernador, Rafael P. Cañete,
pero éste se opuso a la detención de los sospechosos, así que el arresto lo
realizó Abraham contra la voluntad del gobernador.
Al enterarse de las
aprehensiones, mucha gente se reunió frente al Hotel Francia donde estaba
hospedado el jefe zapatista y otro tanto en la plaza de toros, lugar donde se
encontraban apresados los conspiradores. En esas manifestaciones de los
revolucionarios se pedía que los detenidos fuesen fusilados.
Por otro lado, el Congreso
local pidió garantías al Presidente provisional de la República, De la Barra,
quien por conducto de su secretario de Gobernación, Emilio Vázquez G. ordenó la
liberación del diputado federal Carlos Martínez y el traslado a México del
resto de los detenidos, pero inicialmente Abraham Martínez no acató la orden
telegráfica argumentando que era falsa. Sin embargo, después de varias
gestiones liberó al diputado federal y autorizó el traslado de los demás presos
a la Ciudad de México, donde los dejó libres el secretario de Gobernación,
después de entrevistarse con ellos y explicar que su detención se debió a un
“celo excesivo” de los maderistas.
Este incidente fue un
conflicto más entre conservadores y revolucionarios. Durante el levantamiento
armado, los revolucionarios radicales no pudieron tomar la ciudad de Puebla
antes de los Tratados de Ciudad Juárez aunque controlaban gran parte del
Estado. Esto se prestó a que los revolucionarios moderados quedaran en una
posición de ventaja en la capital del Estado, para cubrir el vacío de poder.
Durante la revolución Madero había nombrado gobernador provisional a Camerino
Z. Mendoza, pero por no estar en la capital a la hora de los tratados ni
siquiera se le mencionó como candidato a ocupar el puesto interino. Los dos
propuestos fueron: Felipe T. Contreras y Rafael P. Cañete, pero como el primero
era respaldado por el secretario de Gobernación Emilio Vázquez, el Presidente
de la Barra se decidió por Rafael P. Cañete. Eso causó malestar entre los
revolucionarios poblanos porque identificaban a Cañete como revolucionario de
última hora y ligado a los políticos del régimen anterior cuyo jefe era el
ex-gobernador Mucio P. Martínez.
Para empeorar las cosas en
el ánimo de los radicales, Madero eligió como comandante de las fuerzas
revolucionarias de Puebla a otro rebelde de última hora, el hacendado y
ex-oficial federal, Agustín del Pozo. Este hombre se había negado a prestar su
coche a los antirreleecionistas para que lo usara Madero en su visita a la
ciudad de Puebla en mayo de 1910 y había manifestado su apoyo al gobernador
Mucio P. Martínez.[150]
Por estos antecedentes los
revolucionarios no se sorprendieron de que Abraham Martínez no hubiera sido
apoyado por el gobernador ni por Agustín del Pozo en la investigación sobre la
conspiración contra Madero ni en la detención de los implicados.
El 11 de julio se encarceló
a Abraham Martínez acusado de usurpación de funciones y violar el fuero de los
diputados que arrestó anteriormente. Al día siguiente, 12 de julio, los
maderistas radicales insistieron en que había una conspiración en proceso,
porque recibían información en ese sentido. El señor cura Francisco Esparza
visitó el cuartel del Carmen ese día a las diez de la mañana y el teniente
coronel Raúl Bretón le advirtió que esa noche no saliera a la calle porque
habría batalla. A las siete de la noche, la sirvienta de la casa del general
Gaudencio de la Llave, les informó que ahí estaban reunidos los hijos del
ex-gobernador Mucio P. Martínez, el coronel Aureliano Blanquet y otros. Estaban
puliendo el plan de los desórdenes que realizarían horas después para vengarse,
ya que estaban muy irritados contra el
zapatista Abraham Martínez y su gente por la prisión que habían padecido días
antes los enemigos de Madero en la plaza de toros de Puebla. La idea era
responsabilizar a las tropas maderistas de los severos disturbios que ellos
provocarían.
A las diez de la noche,
tres hombres vestidos de kaki (como los revolucionarios) salieron en coche del
cuartel federal del Carmen y al llegar a la plaza de toros, donde estaban
acuarteladas las fuerzas revolucionarias, dispararon contra la guardia. Los
maderistas persiguieron a sus atacantes, pero no llegaron muy lejos porque
fueron repelidos por el fuego de los soldados del 29 batallón que los estaban
esperando tendidos pecho tierra sobre los prados del Paseo Bravo.
Después estos soldados
federales atacaron la plaza de toros con fuego de artillería y ametralladoras.
Los cañonazos se dispararon desde 150 metros de distancia. Hubo gran mortandad
porque en el área que rodeaba la plaza de toros se habían instalado muchas
familias de los revolucionarios que habían ido a Puebla para recibir a Madero y
festejar el triunfo de la revolución. Al momento de ser atacada la plaza de
toros había centenares de mujeres, niños y ancianos, unos durmiendo y otros
cantando. El parque que tenían los revolucionarios se agotó y los federales
tomaron la plaza.
El 29 batallón también se
dispersó por distintos rumbos de la ciudad y a su paso balacearon a cuanto
maderista encontraban. Lo mismo hicieron los partidarios del ex-gobernador
Martínez desde la azotea de sus casas cuando veían pasar algún revolucionario.
El coronel Aureliano
Blanquet fue el que dirigió los combates nocturnos del ejército federal contra
los maderistas.
El tiroteo duró toda la
noche y terminó hasta la mañana del día 13 en que el gobernador Cañete y
Agustín del Pozo (jefe de las fuerzas insurgentes de Puebla) se dirigieron con
una bandera blanca al cuartel del Carmen (donde estaba alojado el 29 batallón)
y pidieron parlamentar con los federales.
Madero llegó ese mismo día
a las diez de la mañana y los jefes y oficiales revolucionarios de la brigada
Oriente hablaron con él y le pidieron que se investigaran los ataques sangrientos
de la noche anterior y se castigara a los responsables. Madero contestó: “Estoy
sumamente descontento por el comportamiento de ustedes, no deseo que haya más
dificultades y, por tanto, como la revolución ya terminó y yo voy a ser el
Presidente de la República, es necesario que cada uno de ustedes se vaya a su
casa, pues, repito, todo ha terminado ya”.[151]
Se le replicó que sería muy peligroso para la revolución licenciar a las tropas
que lo habían ayudado. Madero dijo:”Forzosamente tenemos que licenciar a toda
esa gente, yo necesito gente de orden y
disciplinada, que garantice la estabilidad del gobierno. Lo que he dicho no
se refiere a ustedes que son mis mejores amigos; lo que deben de hacer ustedes
es ayudarme a licenciar y desarmar esa gente: pronto seré Presidente y ustedes
contarán conmigo”.[152]
Después, en el cuartel del
Carmen, Madero felicitó al 29 batallón por su lealtad y disciplina, pidiéndole
que continuara así porque era necesario fortalecer al gobierno. Del coronel
Aureliano Blanquet dijo que había estado a la altura de su deber y que
recomendaría su ascenso al grado inmediato.
Durante el entierro de los
revolucionarios muertos y de sus familiares hubo discursos en los que se acusó
a Madero de traicionar a la revolución y se pidió que no se desbandara a los
cuatro mil soldados del ejército libertador que había en Puebla. Otros dijeron
que se aceptara el licenciamiento, pero que sólo se entregaran las armas viejas
e inservibles, lo que fue aceptado por aclamación.
Los revolucionarios de
Puebla, en contraste con la posición de Madero, vieron que el doctor Francisco
Vázquez Gómez sí los apoyó en todas sus gestiones para dar sepultura a los
cadáveres e incluso evitó que 700 revolucionarios que estaban en Cholula
atacaran Puebla por la indignación que les causó el ataque de los federales
contra los revolucionarios, y porque mientras ellos estaban hambrientos la
tropa federal estaba bien alimentada. El doctor consiguió 800 pesos para
alimentarlos.[153]
La postura del licenciado
Emilio Vázquez G. en contra de la política de Madero quedó en evidencia, porque
Zapata pudo convocar a sus tropas para que se concentraran en Cuautla y
anunciar que estaban listas para ir a Puebla en ayuda de los revolucionarios,
gracias a que el secretario de Gobernación, como dijimos antes, le había dado
mejores armas a los zapatistas después de haberlos licenciado. Pero Zapata y su
gente no se movieron de Morelos por órdenes del mismo Vázquez Gómez.
De la Barra y Huerta provocan la ruptura entre Zapata y
Madero
La
oposición de Emilio Vázquez Gómez a Madero y al Presidente de la República
derivó en su renuncia forzada a la secretaría de Gobernación, el 2 de agosto.
León de la Barra estaba dispuesto a endurecer sus medidas contra los
revolucionarios. Nombró en Gobernación a Alberto García Granados que se propuso
“exterminar la perniciosa influencia” que Zapata tenía sobre la economía de
Morelos y advirtió que si los zapatistas no desbandaban sus fuerzas
inmediatamente serían tratados como bandidos.
La nueva política del gobierno
impidió que Zapata realizara sus proyectos personales.
Zapata
“pensaba retirarse. En estos días, cuando se acercaba la fecha en que había de
cumplir treinta y dos años [8 de agosto], se casó con una joven a la que había
estado cortejando desde antes de la revolución. Era Josefa Espejo, una de las
hijas de un tratante de ganado medianamente próspero de Ayala, a la cual había
dejado una pequeña dote al morir, a principios de 1909 [...] En diversas
ocasiones, durante el verano, Zapata había expresado su “determinación” de
salirse de la política, con lo cual revelaba lo mucho que suspiraba por su
antiguo estilo de vida campesino, de caballos, días de mercado, peleas de
gallos, labores, ferias y elecciones locales. Y su matrimonio parecía ser una
retirada casi deliberada hacia la comunidad local, una suerte de reconsagración
a la comunidad. Si los acontecimientos se hubiesen desenvuelto como Zapata
creía entonces que habrían de desarrollarse, el curso de su vida lo habría
devuelto probablemente al teatro del municipio de Ayala, donde, como José
Zapata antes de él, habría vivido una vida localmente estimada, muerto una
muerte localmente lamentada y ser olvidado una generación más tarde”.[154]
No
pudo realizar estos proyectos, porque la idea del gobierno era obligar a los
zapatistas a desarmarse o aniquilarlos. Con ese fin, el 9 de agosto entró a
Morelos el general Victoriano Huerta con mil soldados. Como medida
complementaria el Presidente suspendió la soberanía del Estado el 12 de agosto.
Huerta aspiraba a “acabar con estos elementos que tanto perjudican al Estado”.[155]
Madero, sin embargo, entró en
defensa de los zapatistas y el 13 de agosto llegó a Cuernavaca con la idea de
negociar el conflicto e inició conversaciones telefónicas con Zapata. Este
aceptaba la desmovilización de su ejército si se retiraba el ejército federal y
conservaba una fuerza selecta para custodiar la seguridad del Estado mientras
se elegía la Legislatura que solucionaría el asunto de las tierras. Además
quería un nuevo gobernador que garantizase una política agraria revolucionaria.
Madero regresó a México a negociar con el Presidente de la Barra que no
simpatizaba con ninguna de estas propuestas y que estaba decidido a acabar con
Zapata.
Mientras tanto Huerta, presionaba
con su ejército sobre Yautepec para que se le autorizara la aniquilación de los
zapatistas acordada previamente con el Presidente y con el nuevo secretario de
Gobernación. Las gestiones de Madero frenaban a De la Barra y por eso no
confirmaba a Huerta la ofensiva militar contra los revolucionarios.
Francisco I. Madero llegó a Cuautla
el 18 de agosto y ante la multitud reunida defendió a Zapata contra las
“calumnias de nuestros enemigos”. Pidió una nueva unión revolucionaria contra
las intrigas reyistas y dijo que aunque los revolucionarios de Morelos estaban
siendo licenciados, estarían siempre dispuestos a atender “al primer llamado de
nosotros” y “a empuñar las armas para defender nuestras libertades”. Por la
tarde acordaron que el nuevo gobernador sería Eduardo Hay y el jefe de la policía
estatal, Raúl, el hermano de Madero que traería 250 hombres de tropas
revolucionarias federalizadas. Después de acordar esto Zapata inició el
licenciamiento de su tropa el 19 de agosto.
Pero De la Barra no designó a
Eduardo Hay como gobernador y en vez de retirar a las tropas federales las
reforzó mandando 330 federales a Cuernavaca con ametralladoras. Al mismo tiempo
Huerta y su gente ocuparon Yautepec, lo que ocasionó que los jefes insurgentes
estuvieran a punto de rebelarse contra Zapata.
El 22 de agosto, con todas estas
medidas, los zapatistas ya no querían desarmarse y entonces el gobierno amenazó
con exterminarlos. Huerta le escribió al Presidente que el remedio consistía en
“reducir al último extremo a Zapata hasta ahorcarlo o echarlo fuera del país”.[156]
El 23 de agosto Huerta movilizó de
nuevo a su tropa a través de Yautepec en dirección a Cuautla y como el
licenciamiento proseguía, los oficiales zapatistas estaban furiosos y Eufemio,
el hermano de Zapata, propuso matar al “chaparrito” Madero por considerarlo
traidor. Zapata y Eduardo Hay lograron calmar el motín y Madero regresó a la
ciudad de México para hablar con el Presidente, porque estaba convencido de que
hubo un mal entendido, pero De la Barra ya no quiso recibirlo. La cooperación
se rompió.
El 27 de agosto Zapata publicó su
primer manifiesto en el que acusaba al gobierno de los trastornos. Madero en la
ciudad de México intentó concertar una tregua, pero el 29, después de la
reunión del gabinete, García Granados ordenó “la persecución más activa y la
aprehensión de Zapata” que ya se le consideraba como delincuente.[157]
Dos o tres días después, en la hacienda de Chinameca,
Zapata se escapó de ser apresado y asesinado porque su captor ordenó una carga
contra la guardia de la puerta de enfrente, lo que alertó a Zapata y le
permitió huir a tiempo.
Así
el general Huerta, por órdenes de León de la Barra y Alberto García Granados
empezó a transformar la situación de Morelos.
“Como
se le había dejado en “libertad” de tratar a los pueblos en los que entraba
como si fuesen nidos de “bandidos”, el resultado fue que creó “bandidos”,
hombres que odiaban al sistema que representaba muchísimo más de lo que lo
habían odiado antes. Al abusar de los maderistas rurales, los convirtió en
zapatistas; la denominación apareció solamente a mediados de agosto, después de
su llegada a Morelos. Y lo que es peor, al dispersar y ejercer el terrorismo
contra los rebeldes locales, los había empujado a que, por primera vez,
buscasen seriamente apoyo, o por lo menos protección, en los peones residentes
en los terrenos de las haciendas”.[158]
El
otro efecto de la represión para desarmar a los revolucionarios de Morelos, fue
acabar con el apoyo de Zapata a Madero. Francisco quedó expuesto como un hombre
al que era peligroso tenerle confianza. Sin embargo, a pesar de todo, en este
momento Zapata todavía no rompió con
Madero de manera definitiva, para hacerlo esperó a ver cómo se comportaba
como Presidente de la República.
El Presidente de la Barra ordenó el
tratamiento militar del licenciamiento de las tropas de Zapata y lo hizo
contraviniendo los arreglos políticos que había logrado Madero. Esta
saboteadora política ocasionó también la suspensión de la colaboración entre el
Presidente provisional y el líder de la revolución.
En este sentido Madero le escribió a
León de la Barra el 25 de agosto de 1911:
“Me
dijo usted ayer que quería que le dejasen con más libertad, dándome a entender
que no quería me mezclase para nada en los asuntos de gobierno. Como no me guía
ninguna ambición personal, ni soy impaciente, ni timorato, estoy dispuesto a
obsequiar sus deseos, y le aseguro a usted que no volveré a importunarlo con
mis visitas; pero...
[...] Desde luego, me permito
suplicarle que se lleve a efecto lo que usted me ofreció y que me dijo había
acordado en Consejo de Ministros y es no licenciar más tropas insurgentes. A
pesar de lo que usted me ha repetido en ese sentido, el general Villaseñor me
dice que únicamente tiene orden de dejar en total 9,600 soldados rurales y como
4,800 son los antiguos, resulta que sólo
tendremos 14,000 revolucionarios, lo
cual es completamente insuficiente para asegurar el triunfo de los principios
proclamados en la revolución, pues aunque usted crea en la lealtad del
ejército, yo no tengo confianza en él, mientras no se hagan los cambios de
jefes que tantas veces he indicado a usted y que usted me ha ofrecido hacer”.[159]
Como
puede verse en esta carta, Madero quería desmovilizar a las tropas
revolucionarias, pero sin que quedara amenazado el triunfo de la revolución y
de la democracia. Está claro que el ritmo y la cantidad de la desmovilización
tenía que ir ajustándose a las circunstancias políticas de cada lugar. Él
pensaba apoyarse en el ejército federal, pero no tal y como estaba sino
reorganizándolo y controlándolo. El licenciamiento de tropas no fue menor en el
norte que en el sur del país.
Los cuarenta o
sesenta mil soldados insurgentes eran demasiado para la República, contando con
los veinticinco mil del ejército federal. Había que
licenciar tropa: no todos los que habían participado en la revolución estaban
interesados en seguir como soldados u oficiales y había demasiados que se
habían incorporado a última hora. Algunos querían seguir para mantener un
salario y no regresar al desempleo
El líder repensó las cosas y ahora que conservaría
solamente a unos catorce mil insurgentes en armas le parecía un número
insuficiente, para garantizar el triunfo y realizar el proyecto político
democrático. Pero lograr esa cantidad no dependía solamente de él, sino que fue
una decisión que estuvo sujeta al vaivén del movimiento de las fuerzas
políticas y militares.
Lo expuesto hasta ahora muestra
muchos errores en la manera en que se ejecutó el licenciamiento de las tropas
revolucionarias y el programa de la desmilitarización, pero también muestra el
gran activismo de todos los agentes involucrados en y contra la revolución.
Cada partido, cada grupo, cada facción y cada político, buscaba obtener mejores
posiciones en el reacomodo político que se estaba efectuando y hacía todo lo
que estaba en sus manos para lograrlo, y Madero frenó mucho a los
revolucionarios.
La
presentación de nuevas reglas del juego
El
mes de junio fue de celebraciones de la victoria y de reacomodos políticos; por
eso a Madero le interesó mucho que la gente supiera a qué atenerse con él y qué
objetivos estaba tratando de cumplir en la nueva etapa. El 24 de junio publicó
un manifiesto en el que fijó su postura. Subrayó que el triunfo no había sido
de él, sino del pueblo y que la conquista de la libertad había sido una buena
manera de celebrar el Centenario de nuestra Independencia. En su manifiesto se
dirigió a las principales fuerzas políticas del país enmarcándolas en su
proyecto político.
En seguida se exponen unos extractos de lo más importante
del pequeño, pero muy importante manifiesto:
“Los
escépticos de todos los tiempos, los que creían que en el pueblo estaban
dormidas todas las energías y todos los heroísmos, creen ahora que no será
capaz de gobernarse por sí solo. Yo, que siempre he tenido fe en él, estoy
convencido que así como fue invencible en la guerra y noble con los vencidos, sabrá
gobernarse con serenidad y sabiduría”.[160]
Se
había logrado quitarle el poder al dictador, pero no necesariamente se había
derrotado a la dictadura como la “mejor forma de gobernar a México”. La mayoría
de “la clase dirigente” pensaba que el país necesitaba un nuevo dictador para
evitar el regreso a los interminables desgarramientos políticos del siglo XIX.
Ellos coincidían con la frase atribuida a Porfirio Díaz: “Ya soltaron la
yeguada. ¡Ahora a ver quién la encierra!”. Francisco I Madero sabía que su
proyecto democrático tenía como enemigos a la mayoría de los intelectuales y
empresarios porfiristas.
“Al pueblo sufrido y trabajador, para
decirle que todo lo espero de su sabiduría y su prudencia. Que me considere su
mejor amigo; que haga uso moderado y patriota de su libertad que ha conquistado
y tenga fe en la justicia de sus nuevos gobernantes; que colabore con ellos
para el engrandecimiento de la Patria, que trabaje por elevarse de nivel, pues
si su situación bajo el punto de vista político ha sufrido un cambio radical, pasando del papel miserable de paria y
esclavo a la altura augusta del ciudadano, no espere que su situación
económica y social mejore tan bruscamente, pues eso no puede obtenerse por
medio de decretos ni de leyes sino por un esfuerzo constante y laborioso de
todos sus elementos sociales. Que tenga seguridad de que el nuevo gobierno y yo también, en cualquier esfera que me
encuentre, dedicaremos todos nuestros
esfuerzos para que mejore su situación; pero para lograrlo, necesitamos su
cooperación constante y laboriosa. Que sepa que su felicidad la encontrará
en sí mismo, en el dominio de sus pasiones, en la represión de sus vicios; que
la prosperidad y la riqueza sólo podrá lograrlas practicando el ahorro y
desarrollando su fuerza de voluntad, a fin de obrar siempre como se lo aconseje
su conciencia y su patriotismo y no como le inspiren sus pasiones. Por último,
que busquen la fuerza de la unión y tenga por norma en todos sus actos la ley”.
El
camino que traza para la superación económica es el de el esfuerzo constante y
la cooperación de todos, incluidos gobernantes y gobernados. Esta superación es
posible porque las personas van a trabajar ahora como ciudadanos no como parias
ni como esclavos. El esclavo no puede superarse porque trabaja para la
superación de su amo.
Su proyecto incluía dar medios para
trabajar: proporcionar tierras, créditos, hacer obras de irrigación, etc.
La fuerza de los trabajadores la
ubicaba Madero en la ciudadanía, en el dominio de sí, en la voluntad de mejorar
y en la unión entre ellos.
“A los capitalistas: me dirijo también
para decirles que el Pueblo ha
conquistado sus libertades y su soberanía; que no esperen ya pretender oprimirlo formando camarillas alrededor de los
gobernantes, pues éstos, legítimos representantes del Pueblo, inspirarán
siempre sus actos en un sentimiento de estricta justicia. Que tengan la
seguridad de que se les dará protección siempre que la justicia esté de su
lado; pero no cuenten con la impunidad
de que en otros tiempos gozaban los privilegiados de la fortuna, para
quienes la ley era tan amplia, como era estrecha para los infortunados; que se
resuelvan, pues, a entrar francamente en la nueva vía, comprendiendo que la
justicia será inflexible para todos; que el más miserable trabajador de sus
haciendas tiene los mismos derechos políticos que ellos y que será igual ante
la justicia y la ley. Que se resuelvan a entrar en esta nueva vía, tratando
equitativamente a sus sirvientes y haciéndoles las concesiones que sean
compatibles con el recto sentimiento de justicia, pues deben de considerarlos
como sus humildes, pero eficacísimos colaboradores”.
A
los empresarios les avisa que acabará la impunidad y que en la nueva etapa se
acabarán los favoritismos y privilegios, en cambio se iniciará la igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley.
A los gobernantes les recuerda que
los administradores de la justicia deben ser hombres rectos, que los impuestos
se repartan con equidad y que se investiguen hechos de la pasada
administración.
Al ejército libertador le dice que
ahora es representante de la ley y guardián del orden y que ya no hay razón
para hacer reclamaciones a mano armada. Al ejército federal que no se considere
derrotado, porque la derrotada fue la dictadura. Que el ejército será la
garantía de las instituciones republicanas.
A la prensa le pidió cooperación
franca y sincera que incluía el señalamiento de errores, porque él no pretendía
ser infalible.
Finalmente pedía la colaboración de
todos los mexicanos en la nueva etapa:
“que
todos se olviden de sí mismos y únicamente piensen en la patria; que borren su
personalidad y sólo consideren los intereses colectivos; que repriman cualquier
ambición personal y se inspiren en el más puro patriotismo; y así, unidos bajo
el hermoso ideal del progreso y el engrandecimiento de la República, nuestros
esfuerzos serán fructuosos y muy pronto nuestra Patria, marchando por la
anchurosa senda del progreso, dentro de la libertad y la ley, llegará a la
altura a donde ambicionamos verla los buenos mexicanos”.
La
manera en que terminó su manifiesto es muy significativa de inconsistencias en
su idea de Patria y bien común. Hace la revolución para conquistar la libertad
y la dignidad de cada mexicano. Eso es dar un lugar importante a cada ciudadano
en la nación. Pero de repente, como en este caso, pide que dejen ese lugar, se
olviden de sí mismos y sólo piensen en los intereses colectivos, como si los
intereses colectivos no incluyeran también muchos intereses de cada ciudadano.
Esa inconsistencia tendrá efectos negativos en su política, porque lo llevará a
sacrificar cosas por el bien común que al sacrificarlas implicarán que el bien
común deje de ser común. Los principales sacrificios los aplicará a los
revolucionarios y a sus posiciones políticas, tal vez por considerarlos más
“patriotas” que los no revolucionarios.
En este manifiesto es significativo
que no dijera nada a la iglesia católica, tal vez porque no quiso abrir nuevamente,
en esos momentos difíciles, un debate entre liberales y conservadores. Tal vez
consideró que lo que ya había dicho en su libro de La sucesión presidencial era suficiente para dejar claramente
establecida su postura en este aspecto:
“El
clero mexicano ha evolucionado mucho desde la guerra de la Reforma, pues lo que
ha perdido en riqueza, lo ha ganado en virtud. Además, el clero seglar siempre
ha sido partidario del pueblo; el que ha tendido a la dominación ha sido el
regular, pero éste ha perdido todo su prestigio en México y ya no intentará un
imposible, como sería que retrogradáramos más de medio siglo.
Decimos esto porque no nos parece
oportuno preocuparnos por la influencia del clero, porque éste se ha
identificado con las aspiraciones nacionales y si llega a ejercer alguna
influencia moral en los votantes, será muy legítima; la libertad debe cobijar
con sus amplias alas a todos los mexicanos, y no sería lógico pedir la libertad
para los que profesamos determinadas ideas y negársela a los que tienen ideas
diferentes. Con esa política, falsearíamos la libertad y caeríamos en el
extremo opuesto.
Es pueril temer en nombre de la
libertad, la luz de la discusión.
Mientras las armas del pensamiento
sean usadas libremente por todos los mexicanos, no debemos de temerlas. Que
unos profesen una fe, otros, otra; que unos crean en la eficacia de unos
principios y otros los juzguen perniciosos; poco importa; por el contrario: que
vengan las luchas de las ideas, que siempre serán luchas redentoras, pues del
choque de estas siempre ha brotado la luz, y la libertad no la teme, la desea.
Ya vemos pues, como no debemos temer
la influencia del clero, ni mucho menos querer obstruir su acción, siempre que
sea legítima”.[161]
Tal
vez tampoco sintió la necesidad de aclarar su postura a los católicos porque el
3 de mayo de 1911 se había fundado el Partido Nacional Católico y Madero le
escribió a su presidente, Gabriel Fernández Somellera, una felicitación el 24
de ese mismo mes, en la que le decía:
“Considero
la organización del Partido Católico de México como el primer fruto de las
libertades que hemos conquistado. Su programa revela ideas avanzadas y el deseo
de colaborar para el progreso de la patria de un modo serio dentro de la
Constitución [...] El hecho de que personas acomodadas se lancen a la política
demuestra que ha cundido el deseo de servir a la patria, el anhelo de ocuparse
de la cosa pública y la confianza que se siente en el nuevo gobierno que va a
recibirse tan pronto como se retire el general Díaz. Que sean bienvenidos los
partidos políticos: ellos serán la mayor garantía de nuestras libertades”.[162]
La buena disposición de Madero hacia la participación de los católicos
en política y su gran popularidad fueron factores que contribuyeron a que el
Partido Católico lo postulara como su candidato en las elecciones
presidenciales. Claro que la primera opción del partido había sido la
abstención; y la segunda el católico León de la Barra, pero como no aceptó el
ofrecimiento de la candidatura de una manera clara e indudable, lo dejaron como
su candidato a la vicepresidencia.
Francisco
I. Madero gana las elecciones presidenciales de 1911
Madero
ganó las elecciones presidenciales de octubre de 1911 sin fraude y con más del
98% de los votos emitidos. En 1910 se había puesto como meta que el pueblo
pudiera elegir libremente al vicepresidente y no lo logró por la cerrazón
política de Porfirio Díaz y Limantour. Ahora, después de la revolución, el
pueblo había podido elegir libremente a su presidente y a su vicepresidente. El
lema de su partido: “Sufragio efectivo, no reelección” lo habían convertido en
realidad.
El mayor problema de todos, después
de los Tratados de Ciudad Juárez, fue que a pesar del triunfo de la revolución
sus jefes no se convirtieron en gobernantes. La transacción dejó descontentos a
todos los que no querían compartir el poder, fueran revolucionarios o
conservadores. El gobierno interino de León de la Barra, lo percibió cada bando
como una promiscuidad fatal. Y como el gabinete de Madero después de tomar
posesión como Presidente, también estuvo integrado por revolucionarios y
porfiristas se vio que la “promiscuidad” política continuaba.
Los porfiristas llegaron contentos a
las elecciones presidenciales de octubre, porque Madero había perdido el apoyo
de muchos revolucionarios que habían quedado descontentos con los Tratados de
Ciudad Juárez y con el licenciamiento del ejército libertador. Estaban
contentos porque los antirreeleccionistas se habían dividido entre los que
apoyaban la candidatura de José María Pino Suárez para la vicepresidencia y los
que apoyaban como candidato al doctor Francisco Vázquez Gómez. Les gustaba oír
que se dijera que Pino Suárez era un candidato impuesto y se le comparara con
Corral, aunque Pino Suárez hubiera ganado la postulación de su partido por
mayoría de votos en una convención y la vicepresidencia en las elecciones más
limpias de la historia de México. Les encantó ver que los partidarios de
Bernardo Reyes y los de Vázquez Gómez pedían la anulación de las elecciones,
porque no aceptaban su derrota en las urnas.
Para los conservadores porfiristas
no significó nada que Francisco I. Madero obtuviera 20,145 votos electorales[163]
y su más cercano competidor, León de la Barra, obtuviera 87 votos. Tampoco
significó nada que Pino Suárez obtuviera 10,245 votos, León de la Barra 5,564 y
Francisco Vázquez Gómez 3,373. Preferían
decir que Madero había perdido mucho apoyo, que era un incapaz, que estaba
desprestigiado y que nadie lo iba a querer en la Presidencia de la República.
Incluso el general Bernardo Reyes
creyó que esa victoria electoral no significaba nada digno de tomarse en cuenta
y que Madero perdería la Presidencia a la primera sacudida. Por eso abandonó el
país el 28 de septiembre argumentando que
no había condiciones para elecciones libres y justas y regresó el 16 de
diciembre para encabezar la nueva revolución, porque juzgó “patriótico derrocar
a un gobierno cuyo exaltado espíritu revolucionario”, según sus “sinceras
creencias, había despertado feroces pasiones e instintos adormecidos en
nuestras masas populares”.[164]
Pero la gran revolución de Bernardo
Reyes duró nueve días. Cruzó la frontera e inmediatamente se le unieron 600
hombres. Por donde quiera que pasaba la gente avisaba a las autoridades y nadie
se le unía. No sólo eso, poco a poco sus hombres fueron desertando y lo dejaron
solo.[165] Su rendición, después de
no haber combatido una batalla, fue tragicómica, porque cuando llegó a las
puertas del cuartel de rurales en Linares, Nuevo León, pidió hablar con el
teniente Plácido Rodríguez, comandante del lugar, quien al oír que decía:
“, balbuceó: <¡Me rindo
general!>. <¡No! ¡El que se rinde soy yo! ¡Quiero que me juzguen conforme
a la ley!>”.[166]
Después de rendirse
le mandó un telegrama a Monterrey a su enemigo, el general Jerónimo Treviño, en
el que le expresaba el fracaso de su proyecto fantástico:
“Para
efectuar la contrarrevolución llamé a los revolucionarios descontentos, al
ejército y al pueblo, y al entrar al país, procedente de los Estados Unidos, ni
un solo hombre ha acudido. Esta demostración patente del sentir general de la
nación me obliga a inclinarme ante ese sentido y declarando la imposibilidad de
hacer la guerra, he venido a esta ciudad, la madrugada de hoy, a ponerme a la
disposición de usted para los efectos que corresponde”.[167]
Su
hijo, el escritor Alfonso Reyes, vio ese mismo hecho desde una perspectiva de
amor, admiración y tristeza:
“Mal
repuesto todavía de aquella borrachera de popularidad y del sobrehumano esfuerzo
con que se la había sacudido, perturbada ya su visión de la realidad por un
cambio tan brusco de nuestra atmósfera que para los hombres de su época
equivalía a la amputación del criterio, vino, sin quererlo ni desearlo, a convertirse en la última esperanza de los
que ya no marchaban a compás de la vida. ¡Ay, nunca segundas partes fueron
buenas! Ya no lo querían: lo dejaron solo. Iba camino a la desesperación, de
agravio en agravio”.[168]
La
revolución que pretendió encabezar el Licenciado Emilio Vázquez Gómez fue
todavía más ridícula, así que basta aquí con mencionar que existió.
El
hombre más inconstante y mudable que he conocido
La
rebelión que sí se mantuvo fue la de Zapata. En septiembre, después de que
Zapata había escapado por una nada de ser apresado y fusilado, el general
Huerta ocupó las seis cabeceras de distrito y se dedicó a limpiarlas de
rebeldes “predicando con los fusiles y con los cañones del gobierno de la
República la armonía, la paz y la confraternidad entre todos los hijos de
Morelos”, según le escribió al Presidente León de la Barra y el 26 de
septiembre declaró que el Estado había sido pacificado.[169]
Pero Zapata estaba reagrupando sus
fuerzas y para el 10 de octubre amenazaron Cuautla y a la semana siguiente
ocuparon pueblos del Distrito Federal, a 25 kilómetros del centro de la Ciudad
de México, lo que provocó un gran escándalo político y renuncias en el gabinete
de León de la Barra. Se sustituyó también a Huerta y pareció que la carrera de
éste había llegado a su fin.
Madero publicó una carta abierta en
el que aseguró que tan pronto tomara posesión como Presidente de la República,
Zapata dejaría las armas porque se llevaría a cabo lo convenido con él en
agosto. Gustavo Madero se entrevistó con el zapatista Gildardo Magaña, para
preparar el terreno del acuerdo. Francisco asumió el poder el 6 de noviembre y
Zapata reunió a sus tropas en Villa de Ayala esperando pacíficamente que
comenzaran las negociaciones.
Las tropas federales, comandadas por
el general Casso López, trataron de sabotear otra vez las negociaciones con
movimientos hostiles e impidiendo el paso a Gabriel Robles Domínguez que era el
emisario del Presidente. Este regresó a la ciudad de México después de platicar
con Zapata y le presentó al Presidente los acuerdos a los que había llegado,
semejantes a los del 18 de agosto. Pero como Madero estaba muy presionado y
todos los días se desafiaba su autoridad, y en esos momentos Zapata era ante la
opinión pública más que un bandolero, era “Atila a las puertas de Roma”, le
mandó decir: “lo único que puedo aceptar es que inmediatamente se rinda a
discreción y que todos sus soldados depongan inmediatamente las armas [...]
manifiéstele que su actitud de rebeldía está perjudicando mucho a mi gobierno y
que no puedo tolerar que se prolongue por ningún motivo”.[170]
El general Casso, al enterarse que
habían terminado las negociaciones se apresuró a atacar con artillería a los
zapatistas sin dar tiempo a nuevas conversaciones. Zapata percibió una nueva
traición y ordenó una peligrosa retirada.
El Presidente envió después algunas
comisiones más, hasta que Emiliano Zapata respondió lleno de enojo:
“Yo
he sido el más fiel partidario del señor Madero; le he dado pruebas infinitas
de ello; pero ya en estos momentos he dejado de serlo. Madero me ha traicionado,
así como a mi ejército, al pueblo de Morelos y a la nación entera. La mayor
parte de sus partidarios están encarcelados o perseguidos [en el estado de
Morelos] y ya nadie tiene confianza en él por haber violado todas sus promesas;
es el hombre más veleidoso que he
conocido [...] Díganle, además, de mi parte, que él vaya para La Habana,
porque de lo contrario, ya puede ir contando los días que corren, pues dentro
de un mes estaré yo en México, con veinte mil hombres, y he de tener el gusto
de llegar hasta Chapultepec, y sacarlo de allí para colgarlo de uno de los
sabinos más altos del bosque”.[171]
Claramente
el Presidente Madero cometió un grave error al no aceptar el acuerdo pacífico y
político. El general Huerta y Casso ya habían probado la inviabilidad de la
mera solución militar y por un asunto de
imagen, por no querer arriesgar su política de conciliación e inclusión de
todas las clases sociales, ni que lo acusaran de transar con un delincuente y
despreciar la ley, dejó escapar la mejor
oportunidad de pacificar Morelos y
de atender las demandas justas y legales de sus partidarios. De esta
manera, sus enemigos lograron lo que se habían propuesto: separar a Madero de
Zapata.
El 25 de noviembre Zapata publicó el
Plan de Ayala en el Diario del Hogar
que se presentó como continuidad y variación del Plan de San Luis: desconoció a
Madero como líder de la revolución y como Presidente de la República, postuló
como nuevo jefe a Pascual Orozco o en su defecto a Emiliano Zapata, mantuvo
como objetivo la restitución de las tierras que los hacendados se habían
apropiado despojando a los pueblos, pero además exigió la dotación de tierras a
los que no tenían, para lo cual recomendó expropiaciones, nacionalizaciones y
desamortizaciones. Anunció que al triunfo de la revolución habría un gobierno
interino y nuevas elecciones.
En sus dos últimos párrafos decía el
plan:
“Mexicanos:
considerad que la astucia y mala fe de un hombre está derramando sangre de una
manera escandalosa, por ser incapaz para gobernar; considerad que su sistema de
gobierno está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza bruta de las
bayonetas nuestras instituciones; y así como nuestras armas las levantamos para
elevarlo al poder, las volvemos contra él por faltas a sus compromisos con el pueblo
mexicano y haber traicionado la revolución iniciada por él, no somos
personalistas, ¡somos partidarios de los principios y no de los hombres!
Pueblo mexicano, apoyad con las
armas en la mano este plan y haréis la prosperidad y bienestar de la patria.
Libertad, Justicia y Ley”.[172]
Ante
la negativa de Madero de arreglar el conflicto de Morelos en el plano local,
Zapata radicalizó su proyecto y le dio una dimensión nacional. El Presidente,
por su parte, no ganó nada y perdió credibilidad y confianza.
Orozco
exhorta “a desconocer el gobierno de un hombre nefasto”
La
rebelión de Bernardo Reyes surgió de su nostalgia de lo que pudo haber sido y
no fue: recibir la herencia política de Porfirio Díaz. La rebelión de Emilio
Vázquez Gómez fue un acto de venganza por haber sido desplazado de la clase
dirigente maderista. La de Zapata fue producto de los errores de apreciación
política de Madero y de la radicalidad de la posición de los porfiristas hacia
su movimiento. La gran rebelión de Pascual Orozco en Chihuahua (de marzo a
julio de 1912) fue la expresión perfecta de la crisis de identidad que se
generó a la caída de Porfirio Díaz. Durante treinta años el dictador había sido
el sentido de realidad, su poder había sido la medida de todas las cosas. Ahora
todo era desmesura, no se sabía qué era qué, ni quién era quién, porque no
había nada ni nadie que lo definiera. Todo estaba por determinarse a lo largo
de un vaivén.
Pascual Orozco, el número dos de la
revolución nacional y el jefe militar de la rebelión contra la dominación de
Creel y Terrazas en Chihuahua, se convirtió en el líder de la contrarrevolución
sostenido por el clan Terrazas y por todos los rebeldes que querían completar
el cambio político y social que se había quedado a medias con los Tratados de paz
de Ciudad Juárez. Prometió devolución de tierras arrebatadas a los pueblos y
reparto agrario. Orozco llegó a ser, entonces, todo un engendro, la unión
explosiva de los extremos opuestos: los Terrazas y los revolucionarios. El
enemigo común de esos extremos era el Presidente Francisco I. Madero al que
Orozco acusó, sin fundamento, de ser un vende patria y agente político de
Estados Unidos. Lo acusó también de haber llegado a la Presidencia de la
República con sangre, engaños y traiciones. Por lo dicho llamaba a los
mexicanos “a desconocer el gobierno de un hombre nefasto que lleva al país a la
ruina y a la esclavitud”.[173]
La tropa de Orozco controló todo
Chihuahua e incluso la legislatura de ese Estado desconoció al Presidente
Madero. No pudo avanzar hacia Torreón, porque al enterarse de la rebelión de
Orozco, Villa rápidamente se levantó en armas con su gente y cortó el avance de
las tropas rebeldes hacia Coahuila.
Para entonces, Villa tenía bien
identificado a Pascual Orozco. Al respecto Pancho confesó:
“Llegó
el tiempo más amargo de mi vida. Descubrí que Orozco era un traidor, un cobarde
que había sido comprado por los ricos. En todas partes la gente de dinero le
ofrecía bailes y banquetes. Se volvió un héroe de la buena sociedad. Aceptaba
presentes en dinero de los mismos ladrones que habían dejado a los pobres sin
un pedazo de tierra que pudieran llamar suyo. Un día me dijo que no creía del
todo en el reparto de la tierra. Salazar, Rojas y yo inmediatamente lo
abandonamos, tras denunciarlo públicamente ante todo el ejército”.[174]
El
gobierno de Madero reclutó en un mes a catorce mil voluntarios para enfrentar a
Orozco y en abril contaba ya con 54 mil hombres armados. Los gobernadores de
Sonora y Coahuila aumentaron el número de revolucionarios en sus tropas
estatales. La política nacional cambió
del desarme al rearme.
El general Victoriano Huerta se
convirtió de nuevo en el centro de la atención nacional, porque fue encargado
de derrotar al general Pascual Orozco y sus colorados, después de que el
general González Salas, hombre de absoluta confianza de Madero, se suicidó por
un error que cometió en Rellano que lo llevó a sufrir una aparatosa derrota.
Huerta pudo haber derrotado a Orozco
rápidamente, pero prolongó la guerra durante cuatro meses para mantenerse
varios meses en el centro de la atención nacional; para acumular poder y para
desgastar militar, económica, política y socialmente al gobierno de Madero.
Estaba preparando el terreno para la llegada del “hombre fuerte”.
Ese tipo de campañas promotoras del
caos ya las había visto Madero, incluso con el mismo Huerta cuando éste hizo
todo lo posible para sabotear los acuerdos de licenciamiento de las tropas
zapatistas. Madero era muy consciente de los medios que utilizaban los
porfiristas para restarle poder:
“Nuestros
enemigos lo que deseaban era traer a la República la anarquía, a fin de
demostrar que yo soy impotente para dominar la situación, a fin de
desprestigiarme; eso quieren ellos para decir: . Quieren provocar la anarquía para
decir que el único remedio para dominarla es la dictadura y quieren justificar
esa dictadura provocando la anarquía”.[175]
Huerta
quería disminuir y eliminar el poder de los revolucionarios, en esa línea hizo
muchas cosas, entre ellas intentó fusilar a Pancho Villa inventándole un acto
de insubordinación. El que salvó al revolucionario fue el coronel del ejército
federal Guillermo Rubio Navarrete. Cuenta este oficial:
“[Encontré]
a Villa hincado y llorando, suplicando en voz alta que no se le fusilara, que
se le permitiera ver al general Huerta. Estaba de rodillas teniendo cogido de
una pierna al coronel O´Horan, y detrás del grupo que formaban estos dos y el
coronel Castro, estaba el pelotón de ejecución con sus armas descansadas. Sin
hablar con nadie me dirigí velozmente al cuartel general para ver al general
Huerta, pero al voltear la cara antes de dar vuelta al edificio, vi que la
situación se había modificado, pues Villa estaba ya de pie frente a la pared, el
pelotón con las armas terciadas [...] regresé violentamente y di orden de
suspender sacando a Villa del cuadro y llevándolo del brazo al cuartel
general”.[176]
Allí
Rubio Navarrete se enfrentó a Huerta y le dijo que él no había encontrado un
indicio o signo de que Villa planeara rebelarse. En otras versiones del
incidente los que le salvan la vida a Villa son Raúl o/y Emilio, los hermanos
de Francisco I. Madero.
La versión que da Villa en sus
memorias de este acto de humillación y de su llanto, es la siguiente:
“No
pude continuar porque las lágrimas se me rodaban de los ojos, no sé si del
sentimiento de verme tratado de aquella manera sin merecerlo, o quizás de
cobardía, como han gritado tanto mis enemigos cuando me han huido. Yo dejo que
el mundo juzgue de mis lágrimas en aquellos supremos momentos y [ilegible] si
la cobardía las hizo brotar, o la desesperación de ver que me iban a matar sin
que yo supiera por qué”.[177]
Este
acto de Huerta contra Villa es muy significativo por el maltrato que sufrían
los revolucionarios voluntarios al ponerse bajo las ordenes de oficiales del
ejército federal, por la voluntad de eliminarlos (en los combates los ponían en
las posiciones más peligrosas) y porque Madero no hizo nada para liberar de la
cárcel a Pancho Villa, el revolucionario al que tanto le debía. En el conflicto
entre Huerta y Villa se inclinó al lado de Huerta. Después será Villa el que
acabe con el ejército federal y el gobierno de Huerta, pero eso gracias a que
se escapó de la cárcel dos meses antes de que asesinaran a Madero. Se escapó,
no lo liberó Madero.
Incluso a los orozquistas que se
rebelaron contra su gobierno y fueron derrotados, les otorgó una amnistía. Pero
a Villa que había tenido un papel destacado en el combate a la rebelión de
Orozco, lo dejó en la cárcel.
El triunfo del ejército federal
sobre los “colorados” (orozquistas) se tomó como una reivindicación. El año
anterior los revolucionarios habían ganado, ahora habían sido completamente
derrotados.
El
7 de julio Huerta entró triunfalmente en la ciudad de Chihuahua después de
haber derrotado a Orozco en Conejos (12 de mayo), en Rellano (23 de mayo) y en
Bachimba (3 de julio). Acerca de esto se relata lo siguiente en las memorias
del general Victoriano Huerta:
“Al
llegar a Chihuahua, ya batido y aniquilado Orozco, los oficiales de la División
del Norte no tenían empacho en declarar su hostilidad al gobierno y su adhesión
a mí [...] En banquetes, en cantinas, en casas particulares, gritaban los
oficiales vivas a mi persona, y mueras al Presidente Madero [...] Muchos
oficiales y jefes de mi columna me propusieron la rebelión. ¿Si la División del
Norte había triunfado de la revolución orozquista; si habíamos derrotado a la
fuerza armada más poderosa de cuantas hasta aquellas fechas se habían enfrentado
con el Gobierno, si el Ejército estaba representado por mi columna, que era el
único núcleo formidable, invencible, por qué, entonces, no nos rebelábamos
contra el Presidente Madero y lo derrocábamos de un solo golpe’”.[178]
Huerta
dice que si no se rebeló entonces fue por la presencia de tropas
revolucionarias en su división y porque varios oficiales federales conservaban
independencia de criterio y creía que los generales Rábago, Trucy Aubert y el
coronel Rubio Navarrete no lo hubieran apoyado. Decidió rebelarse en un momento
que fuera más oportuno. Pero de ahí en adelante quedó ubicado como el general
con el que había que contar si se quería derrocar a Madero.
Tal vez en las consideraciones de su
proyecto político, y en su búsqueda del momento adecuado para tomar el poder,
le habría convenido recordar la manera en que lo recibió la gente de Chihuahua
cuando entró triunfante a la capital del Estado. El cónsul de Estados Unidos
reportó ese recibimiento:
“Los
federales han sido ignorados socialmente desde su llegada aquí, y su posición
no es muy diferente de la de un ejército conquistador en un país extranjero
conquistado. Ese ostracismo es muy duro para los oficiales, para quienes
resulta especialmente irritante porque comprenden que su lealtad al gobierno es
solo formal y debida a su sentido del deber, pero en contra de sus
inclinaciones personales [...] La aristocracia, formada por ex porfiristas y
orozquistas, en la actualidad los trata casi sin excepciones con frialdad”.[179]
Desestabilizar
al gobierno propagando noticias falsas y prejuicios
La
rebelión orozquista hizo mucho daño al gobierno de Madero porque le absorbió
muchos recursos y energías que se requerían para atender necesidades de la
gente, pero sobre todo, porque puso al gobierno revolucionario en manos del
ejército federal. Le hizo ver a todo mundo, con mucha claridad, que el gobierno
de Madero necesitaba al ejército federal para poder sobrevivir. Los
revolucionarios orozquistas habían pasado a la oposición. De esa manera, la
gente se dio cuenta que el sostén original y más importante del gobierno, había
sido sustituido por el adversario original. Los papeles habían cambiado
completamente y el gobierno se había dislocado.
Eso profundizó la crisis de
identidad existente: costaba mucho trabajo saber qué era qué y quién era quién.
Pero esa crisis de sentido de realidad se reforzó con la proliferación de
noticias falsas y con una gran difusión de prejuicios a través de la prensa. Se
relataban combates que no se realizaban; se avisaba de trenes cargados de
montones de cadáveres que nunca llegaban; se advertía de miles de rebeldes
avanzaban victoriosos hacia la capital del país cuando estaban arrinconados
sufriendo muchas bajas. Todos esos relatos imaginarios de los periódicos
representaban al mundo de una manera más caótica de lo que era en realidad.
La idea era que con la exageración quedara remarcada la
imagen Madero = Violencia, Madero =
Desorden, Madero = Anarquía. Se convertía un aspecto de la realidad en el todo.
La gente vivía esas narraciones exageradas de la prensa como si fueran ciertas.
Al concentrar su atención en algunos hechos violentos de Chihuahua o Morelos,
experimentaban una vulnerabilidad mayor que la existente y algunos veían con
nostalgia el pasado.
El diputado Jesús Urueta, en un debate
en la Cámara, denunció esta política editorial de agitación-confusión y citó
como ejemplo varios titulares con noticias falsas de El País. Periódico Católico: “Nuevos errores se pagan con sangre.
–Las fuerzas federales desechas por completo en Jiménez. – Trucy Aubert muerto
en combate. – Toma de Torreón por Campa y Salazar. –Tellez mortalmente herido.
–Se dice que murió Emilio Madero”.[180]
El
País. Periódico Católico (ese era su nombre completo) dirigido por Trinidad
Sánchez Santos, se dedicó a atacar sin tregua a Madero, y fueron tan exageradas
sus noticias falsas de la rebelión orozquista, que a pesar de la gran libertad
de prensa que había, fue encarcelado el 2 de mayo durante siete días.
Trinidad Sánchez no buscó la
descripción precisa de lo que estaba pasando sino la comunicación contundente
de sus prejuicios-convicciones. Así, el año anterior, el 10 de octubre de 1911,
a pesar del distanciamiento y desacuerdos entre Madero y Zapata por el
licenciamiento de tropas, a pesar de que Madero todavía no era Presidente, el
director de El País fue más allá de
la realidad y escribió: “Muy doloroso es para la República irse persuadiendo
cada día más que la revolución se transforma rápidamente en una dictadura
zapatista”. Y quince días después añadía una editorial sobre Zapata: “¿Por qué
sus hordas salvajes, en vez de ser exterminadas, se van extendiendo cada día
más?”. Y respondía (basando su afirmación en la pura imaginación), que todo eso
era un preparativo para que la gente llegara al punto en que se viera en la
inevitable disyuntiva de elegir entre la dictadura de “Ojo Parado” (Gustavo
Madero) o el bandidaje.[181]
No sólo El País, los periódicos más importantes de México decidieron,
después del derrumbe de la dictadura, difundir sus prejuicios con toda la
fuerza de que disponían.
El periodista Jesús M. Rábago lloró
la renuncia de Porfirio Díaz y exhortó a la gente a reconocer la labor del
general y pedir su regreso. En junio de 1911 creó el bisemanario El Mañana con el objetivo de dar a
conocer la grandeza del porfiriato y los problemas y yerros del maderismo.
Quiso señalar “la época sombría de la democracia plebeya [...], la pesadilla
maderista que los malos, los perversos hijos de México, hicieron en ruina y
agotamiento de la patria”.
El
Mañana alcanzó un tiraje de 30 mil ejemplares en 1912 a pesar de que por su
precio sólo lo adquiría la clase alta.
Desde el segundo trimestre de 1912,
en plena rebelión orozquista, el bisemanario se encargó de pedir constantemente
la renuncia de Madero; y desde agosto de ese año, cuando había quedado ya muy
clara la dependencia que el gobierno tenía del ejército federal se dedicó, semana tras semana, a exhortar a
los militares a que defendieran al país del Presidente Madero “porque no
cuenta con el apoyo de las clases serias, porque supo crear el bandidaje y
porque acumula gérmenes de ineptitud con su socialismo mal entendido”.
Jesús M. Rábago decía que “frente al
fango que sube, él era el interprete fiel de las personas de orden”.[182]
El
Imparcial de Rafael Reyes Spíndola que durante la dictadura había sido el
vocero oficial del régimen, se dedicó a exaltar los tiempos de Porfirio Díaz y
atacar el presente de Madero “lleno de campesinos armados”.[183]
El mismo tono lo tenían periódicos
de provincia. A finales de 1912, El
Correo de Jalisco publicó: “La vida nacional puede expresarse con dos
palabras: desconcierto y temor [...]
Sin orden no hay paz, sin paz no hay gobierno y sin este la patria será
definitivamente de nuestros eternos y codiciosos enemigos [...] esta es la
triste situación del país: anarquía en la revolución, anarquía en el gobierno”.[184]
Una labor importante para el
desprestigio de Madero la realizó el semanario humorístico Multicolor, del español Mario Vitoria, con las caricaturas que
ridiculizaban al Presidente; cada semana Madero se convirtió en el hazmerreír
de muchos.
Pero la desinformación no se redujo
a la prensa. El embajador de Cuba, Manuel Márquez Sterling, después de platicar
con el embajador estadounidense Henry Lane Wilson y oír todas sus
exageraciones, escribió: "Lo
extraordinario para mí fue persuadirme de que las noticias falsas, que jugaban
papel importante en la política, eran también factores trascendentales en la
diplomacia”.[185]
De
hecho gente del Departamento de Estado, en enero de 1913, ya había empezado a
desconfiar de la veracidad de la información que mandaba el embajador Wilson.
Una nota escrita por Dearing, el jefe de la división de asuntos
latinoamericanos, evaluaba los informes de éste:
“Por favor, guarde este periódico [copia del Mexican Herald] junto a este
telegrama... Lleva la misma fecha del telegrama de la Embajada y fue
probablemente enviado a la Embajada en la mañana temprano. Parece probable que
este telegrama se basó solamente en los relatos del periódico acerca de varios
acontecimientos; que no se hizo ningún esfuerzo por parte de la Embajada para
verificar las noticias transmitidas al Departamento de Estado; que la
información del periódico es incierta y vaga a lo mejor, y encaminada a
despertar alarma. Puede observarse en relación con esto que casi todos los
informes pesimistas de la Embajada durante el inmediato pasado han sido hechos
en la misma forma, todo basado en una lectura ligera y exclusiva de ese
periódico impreso en la ciudad de México”.[186]
La balanza comercial de México en 1912
Francisco
I. Madero fue Presidente de México 472 de los 2,190 días que le correspondían o
si se quiere: un año y tres meses de los seis que le estaban asignados
oficialmente. Es un periodo de tiempo muy corto y muy conflictivo como para
juzgar lo que se hizo en ese lapso en el ámbito económico. Para no dejar de
mencionar este aspecto, podemos decir que con respecto a 1910 hubo una pequeña
variación favorable en la balanza comercial, ya que el saldo de 1912 en
relación con el de 1910 fue superior en 13.7 millones de dólares. Respecto al
estado de las empresas, el secretario de Hacienda informó que ninguna se había
reportado en quiebra, así que aparentemente los negocios no se deterioraron de
manera significativa con la revolución maderista.
Donde sí pudo resentirse más la situación conflictiva fue
en la disponibilidad de alimentos porque, según cifras del Inegi, en 1912 se
dispuso de 57% menos toneladas de maíz con respecto a 1910 y 33% menos
toneladas de frijol. Esto seguramente afectó a la población pobre, que era la
mayoría.
Aumentaron los sindicatos, las huelgas y los salarios,
pero también el gobierno se convirtió en conciliador y se llegaron a acuerdos
nacionales entre empresarios y obreros sobre las condiciones de trabajo.
Stanley Ross dice que en los últimos meses del régimen de
Madero se estaban preparando proyectos radicales sobre la cuestión agraria. Los
diputados renovadores empezaron a publicar el periódico El Reformador, en enero de 1913, y ahí sostuvieron que el gobierno
principiaría su política revolucionaria con una reforma agraria. Se estaban
discutiendo alternativas.[187]
La
rebelión del general Félix Díaz, “el sobrino de su tío”
Al
percibir el descontento existente en el ejército y con tantos llamados que la
prensa hacía a los militares para que dieran golpe de Estado, el 16 de octubre,
el general Félix Díaz, sobrino de Porfirio Díaz, se levantó en armas contra el
gobierno federal, apoyado por la guarnición de Veracruz.
En su proclama a la nación, fijó los
motivos y objetivos de su lucha:
“[...]
al pretender el derrocamiento del actual régimen de gobierno que lleva a la
patria a pasos agigantados a la completa ruina y absoluto desprestigio [...]
persigo dos fines:
Primero, establecer la paz, la paz
de que tan ansiosos estamos todos [...] que cese ya ese horrible derramamiento
de sangre de la lucha de hermanos contra hermanos, a que excita por sus
incalificables abusos el régimen actual.
Segundo,
poner a la noble Armada y al glorioso Ejército Nacional en el lugar de
prestigio y decoro que para ellos ambicionamos los que tenemos la honra de
pertenecer a esos cuerpos...”.[188]
En su fantasía imaginó el apoyo de los
principales oficiales de México, así que ni siquiera preparó la ciudad para
resistir la contraofensiva de las fuerzas leales al gobierno:
“El
general Beltrán, al llegar frente a Veracruz, circunvaló la plaza con sus
tropas, aprestándolas para el ataque. Félix Díaz le envió emisarios y misivas
invitándolo a entrar en la rebelión e igual hizo con los demás generales que
mandaban las fuerzas que lo iban a atacar, y a pesar de que rotundamente
rechazaron sus invitaciones, ingenuamente creyó siempre que no se atreverían a
atacarlo y acabarían uniéndosele”. [189]
“Los federales ocuparon posiciones
ventajosas el 22 y el 23 de octubre capturaron la ciudad con facilidad [...]
los oficiales y los hombres de Díaz perdieron ánimos para la lucha cuando el
resto del ejército se negó a ir en su ayuda; no estaban en posición de
enfrentarse a la fuerzas leales, muy superiores en número”.[190]
“A las seis de la mañana del 23 de
octubre la artillería federal abrió fuego contra la ciudad. A las ocho un
cuerpo armado de infantería entraba en el puerto. Los atacantes eran entre dos
y tres mil soldados y un número igual de voluntarios. El general Beltrán estaba
[191]
“El
teniente coronel Ocaranza llegó con sus tropas hasta la jefatura política sin
encontrar resistencia, se adueñó del edificio, subió la escalera y allí se
encontró con Félix Díaz, quien acompañado de varios paisanos y dos ayudantes,
descendía de la azotea.
-
Es usted mi prisionero –dijo el jefe federal.
-
¡Cómo! –replicó Díaz-, ¿no se ha pasado usted a mi causa?”.[192]
Las
rebeliones de los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz son notables por su
carencia total de sentido de realidad. Ninguno construyó previamente una
organización capaz de instrumentar el levantamiento armado, ninguno evaluó las
fuerzas sociales a favor y en contra de su proyecto. Simplemente imaginaron que
el triunfo estaba listo y era para ellos. Lo tomaron como un acto de magia:
creyeron que sus nombres eran las palabras mágicas que harían realidad los
deseos de los adversarios de Madero.
Los
que simpatizaron mucho con el levantamiento de Félix Díaz fueron los dirigentes
del Partido Católico. Al respecto escribe Laura O’Dogherty:
“Aunque
la prensa católica difundió la noticia del levantamiento con prudencia, según
testimonio de [Eduardo] Correa, la directiva del parido, formada por ricos,
, . Aseguraba que Gabriel
Fernández Somellera, Eduardo Tamariz, Francisco Elguero y Francisco Pascual
García lo habían presionado para que La
Nación se pronunciara en favor del movimiento. En similar actitud, el
delegado apostólico informó a la Santa Sede del levantamiento como y calificó a Díaz como , su nombre
”.[193]
Lo
sorprendente de Félix Díaz y Bernardo Reyes es que no aprendieron absolutamente
nada de su experiencia y en febrero de 1913 repitieron de nuevo el
procedimiento. Fracasaron de nuevo penosamente, pero el general Victoriano
Huerta los salvó del ridículo y aprovechó la oportunidad que le dieron para
tomar el poder y desatar una terrible violencia en México al intentar
convertirse en el nuevo Porfirio Díaz.
El descuido de los rebeldes se
complementó con el descuido del gobierno tanto en el alzamiento de Veracruz
como, tres meses después, en el cuartelazo de la ciudad de México. Por eso el
diputado Jesús Urueta gritaba escandalizado ante los legisladores:
“Acaso
era un misterio para alguien que don Félix iba a levantarse en armas? Acaso fue
un misterio para alguien que Higinio Aguilar iba a levantarse en armas? Y, sin
embargo, ¡qué paciencia!, ¡qué tranquilidad!, ¡qué optimismo! [del gobierno].
Acaso el ministro de Gobernación ¿no tiene entre sus atribuciones estas dos
capitalísimas: el cuidado de las fuerzas rurales y las relaciones con los
Estados de la Federación? Acaso el ministro de Gobernación no sabía que en las
bodegas de Veracruz había más de 30,000 rifles y 2’000,000 de cartuchos? Acaso
el ministro de Guerra ignoraba que frente a frente del puerto de Veracruz
estaba casi toda la flotilla mexicana?”.[194]
Una
desesperación semejante, pero más intensa y dolorosa es la que tuvo Gustavo
Madero con la pasividad del gobierno. Adrián Aguirre Benavides fue testigo de
esa desesperación, porque en enero de 1913 acompañó a Gustavo a platicar con su
hermano Francisco. Llegaron al Castillo de Chapultepec después del almuerzo y
acompañaron al Presidente en su caminata por el bosque, como era su costumbre:
“Gustavo
le dijo enfáticamente a Madero, que hasta las piedras sabían que Reyes y Félix
Díaz fraguaban un levantamiento de las fuerzas federales [desde la cárcel], y
en la forma más enérgica y persuasiva que pudo, lo conminó a que tomara
providencias para evitarlo y pusiera a la policía en estado de alerta. Madero
con su habitual jovialidad, le dijo que estaba viendo moros con tranchete; que
todos eran cuentos y fantasías; que además, fundamentalmente el pueblo –los de
abajo- estaba con él y en ellos apoyaba su fuerza y el poder.
Llegó Gustavo, ya exaltado, a decirle que era un ciego,
que no veía, que no quería ver, que los porfiristas reaccionarios contaban con
el Ejército y que ésa era la fuerza en la ciudad; y por último le dijo
textualmente: <He venido a tratar de
despertarte para que salvemos la vida y si te aferras a no obrar vamos los
dos, tú y yo, a acabar colgados de los árboles del Zócalo; si no estuviera mi vida de por medio no hubiera venido>. Madero,
imperturbable, le contestó: ”.[195]
Y
efectivamente, a pesar de las súplicas de Gustavo su hermano el Presidente no
tomó las medidas que se requerían para evitar el golpe de Estado y,
ciertamente, ese golpe culminó con la muerte de los dos, pero la de Gustavo fue
una muerte terriblemente dolorosa, en medio de torturas.
El
gobierno de todos y de nadie
Durante
la revolución, Madero tomó una decisión fundamental que determinó el rumbo de
su gobierno y de su vida: si los porfiristas no negociaban la paz en un plazo
relativamente corto, si no compartían el poder, llevaría la guerra hasta la
victoria completa y gobernaría sólo con y para los revolucionarios; pero si
acordaban la paz y compartían el poder, gobernaría con ellos y con los
revolucionarios, efectuando los cambios que requería el país a un ritmo más
lento y consensuado.
Ganó la opción del gobierno
compartido que era con la que simpatizaba Madero. Le vino mejor porque no
quería prolongar el derramamiento de sangre y porque siempre quiso gobernar con
personas capacitadas y en el México del momento, esas personas pertenecían a la
“clase dirigente” porfirista. Esto era así porque no había suficientes escuelas
y ni una sola universidad (la UNAM se fundó en septiembre de 1910).
Si simplemente nos atenemos al
censo, sin prejuzgar la calidad de los intelectuales, tenemos que en 1910 había
en México solamente: 27, 760 empleados públicos (que pueden incluir a algunos
de los siguientes grupos de intelectuales); 21,017 profesores; 4,461
sacerdotes; 3,953 abogados; y 3,021 médicos. A los ingenieros y administradores
ni siquiera se les menciona. Es decir, no había mucha gente capacitada de dónde
escoger.
Además, si nos fijamos en el
comportamiento de los revolucionarios que tomaron las armas, la mayoría se
sentía ajena a la burocracia. Ese era un mundo extraño, enredoso y poco
atractivo para ellos. En esa línea, es muy significativo el diálogo que
sostuvieron Villa (F.V.) y Zapata (E.Z.) en la ciudad de México, en 1914,
después de que desalojaron a los constitucionalistas:
“F.V.
Yo no necesito puestos públicos porque no los sé lidiar. Vamos a ver por dónde
están estas gentes. Nomás vamos a encargarles que no den quehacer.
E.Z.
Por eso yo se los advierto a todos los amigos que mucho cuidado, si no, les cae
el machete. (Risas) Pues yo creo que no seremos engañados. Nosotros nos hemos estado limitando a estarlos arriando,
cuidando, cuidando, por un lado, y por otro, a seguirlos pastoreando.
F.V.
Yo muy bien comprendo que la guerra la hacemos nosotros los hombres ignorantes,
y la tienen que aprovechar los gabinetes; pero que ya no nos den quehacer”.[196]
¿Qué
es lo que perciben Villa y Zapata? Los dos perciben claramente la separación
que hay entre gobernantes y gobernados; para ellos, los dos grupos tienen
intereses distintos e incluso opuestos. La unidad que existe entre gobernantes
y gobernados es muy débil y se presta fácilmente para el engaño y la traición.
Por eso los gobernados tienen que estar atentos y cuidar a sus gobernantes.
Zapata expresa ese cuidado como arriar
a los gobernantes; son su ganado porque ellos ganaron el poder; son sus
animales salvajes domesticados que hay que apacentar. Villa le reconoce a los
gobernantes un derecho de aprovecharse
del gobierno, de su función, pero les exige que también trabajen en provecho de
“la gente ignorante”. Si no lo hacen así, “dan quehacer”, los quitarán y
pondrán a otros. Así resumían los dos su relación con Porfirio Díaz, León de la
Barra, Madero y Huerta.
Sin embargo, la decisión de
compartir el poder fue muy conflictiva para porfiristas y revolucionarios.
Ninguno de los dos quería compartir, los dos querían la exclusividad o el claro
predominio. El adversario debía subordinarse completamente. El único que en
verdad quería que el poder se compartiera era Madero y puso todo su empeño para
que esa situación de hecho se convirtiera en una de derecho, es decir, que fuera
reconocida y aceptada como unión de los diferentes. Quería el poder compartido,
porque eso era lo que entendía por democracia. Quería que la clase baja, media
y alta eligieran a sus gobernantes y sintieran que el gobierno era suyo.
Madero fracasó en el intento de
conseguir que los dos bandos reconocieran el derecho de los otros a gobernar;
fracasó en el intento de conseguir que la idea de compartir el poder se
aceptara. La idea era muy difícil de realizar, parecía casi imposible, porque
antecedían treinta años de dictadura y exclusión; treinta años en los que se
vio que compartir el poder era el peor de todos los males que le podía suceder
a los mexicanos.
El Presidente Madero creyó que era
más difícil y más importante convencer a los porfiristas que a los
revolucionarios, porque los revolucionarios y la gente del pueblo, ya habían
dejado de ser los excluidos y tenían un nuevo poder. Ese había sido el fruto de
la revolución. Los revolucionarios ya estaban dentro. Seguirían con poder porque la gente sentía que lo había conquistado y
era suyo; lo único que quedaba pendiente era seguir ocupando poco a poco
los lugares que les correspondían en el gobierno. Por ejemplo: aunque empezó su
Presidencia con una Cámara de Diputados porfirista, en septiembre de 1912 ya
era una Cámara que había sido libremente elegida. Aunque empezó con unos
cuantos gobernadores designados por la revolución y la mayoría eran interinos,
poco a poco todos fueron siendo elegidos por el pueblo. Las presidencias
municipales también se habían renovado. Cuando murió Madero se había renovado
la mitad del Senado (estaba pendiente la otra mitad) y todavía no se renovaba
el Poder Judicial, pero estaba en la mira como algo inevitable.
Los peones y los campesinos, después de la revolución,
eran más respetados por sus patrones. Se sabía que la situación ya no era la
misma que con Porfirio Díaz. Se reconocía la necesidad de una reforma agraria y
se estaba debatiendo Los obreros, por su parte, podían asociarse, discutir y
hacer huelga sin terminar muertos o en la cárcel. Estaban comprobando que
tenían el poder de cambiar sus condiciones de trabajo.
Madero consideró
que la presencia del pueblo en política era irreversible. Tal vez si hubiera estado menos seguro, si no lo hubiera dado como un
hecho imbatible, no habría sacrificado tan fácilmente algunas posiciones
populares. La gran riqueza de poder popular lo hizo darse el lujo de gastarlo
en varias ocasiones sabiendo que gastaba sólo una pequeña porción. Y él no se
equivocó en la percepción de la cantidad de poder popular existente, Huerta
pudo comprobarlo al quedar arrollado por ese poder.
La
apreciación de Madero de que el pueblo ya estaba incluido en los asuntos del
gobierno y de que eso era algo irreversible fue compartida por los porfiristas,
aunque ellos pensaron esa inclusión popular de manera diferente. Pensaban que
el poder del pueblo era la gran “estupidez” y la mayor muestra de la
“incapacidad política” de Madero: “el gran tonto” había “soltado a la yeguada”.
Para los porfiristas ese era un error imperdonable; todo lo demás era
consecuencia de esa irresponsabilidad. No soportaban la relación de Madero con
las masas y se ocuparon de señalarla diariamente, de mil maneras distintas, con
el ánimo de acabar con ella. Veamos:
“Delante
de Madero está la plebe, la multitud estólida, semidesnuda y pestilente que
lanza vivas al huarache y la tilma, ¡falta un viva al piojo!” (Periódico El Debate).[197]
“Emiliano
Zapata no es un hombre, es un símbolo; podrá él entregarse mañana al poder que
venga, venir con él su Estado Mayor, pero las
turbas que ya gustaron del placer del botín, que ya llevan en el paladar la
sensación suprema de todos los placeres
desbordantes de las bestias en pleno
desenfreno, éstos no se rendirán, éstos constituyen un peligro serio de
conflagración” (Diputado José María Lozano).[198]
“juzgué
patriótico derrocar a un gobierno cuyo exaltado espíritu revolucionario, según
mis sinceras creencias, había despertado feroces pasiones e instintos
adormecidos en nuestras masas populares” (Bernardo Reyes).[199]
En
el poder popular se concentraba todo el odio de los porfiristas hacia Madero.
Ellos creían que Madero tenía la obligación de tener a las masas sujetas bajo
control.
Madero, por su parte, renunció a la restitución de
tierras que había prometido en el Plan de San Luis porque la ejecución de ese
plan implicaba mantener en armas a los revolucionarios (habría tenido que
enfrentar la reacción de los hacendados como le sucedió en Chihuahua con la
alianza Orozco-Terrazas). Si ejecutaba ese plan de restitución sería imposible
compartir el poder; los hacendados se opondrían con todo lo que estuviera a su
alcance. Ellos no permitirían de ninguna manera la nulificación de los fallos
judiciales que los habían beneficiado arbitrariamente durante los últimos
treinta años.
Con la renuncia a restituir las tierras (de la manera
planeada), Madero sacrificó apoyo de los revolucionarios a su gobierno. Pero él
no estaba renunciando a hacer justicia, sólo estaba renunciando a hacer
justicia de la manera propuesta en el Plan de San Luis. Había otras maneras de
promoverla y realizarla.
Esta medida y este sacrificio no
fueron entendidos por los hacendados y porfiristas. Concluyeron que Madero era
débil, vacilante y torpe, y que le podían ganar fácilmente la partida. Así que
el sacrificio ofrecido, en vez de animar a los porfiristas a sacrificar algo
suyo y llegar a un acuerdo positivo común, alentó su radicalidad con la
esperanza de un triunfo fácil. Madero estaba dando una oportunidad a sus
adversarios de integrarse de manera diferente en la vida nacional, los invitó a
que tomaran la decisión de dialogar y acordar soluciones. Estaba dando la
oportunidad de pensar de manera diferente a como habían pensado con Porfirio
Díaz, quería que los hacendados y empresarios abandonaran la política del
privilegio y del provecho exclusivo. Lo que Madero no podía hacer era decidir
por ellos, ni pensar por ellos. Madero quería que ejercieran su libertad.
Cuando Madero aceptó desarmar a una
buena parte de las tropas revolucionarias porque sabía que el militarismo era
el principal enemigo para la democracia, los porfiristas lo entendieron también
como un acto político suicida y creyeron que podrían utilizar libremente al
ejército federal contra el Presidente. Pero Madero, como Porfirio Díaz, había
sido cuidadoso y sabía que podía controlar al ejército. De hecho sólo había
tres generales que le podían causar serios problemas: Bernardo Reyes (por su
anterior prestigio y popularidad), Félix Díaz (por simbolizar al pasado) y
Victoriano Huerta (por haber derrotado a Orozco y fama de invencible). Bernardo
Reyes ya se había desprestigiado mucho y estaba en la cárcel; Felix Díaz había
mostrado su gran incapacidad en Veracruz; así que Huerta era el único peligro,
pero a finales de 1912 Madero ya lo había dejado sin tropa, sin la División del
Norte que había derrotado a los orozquistas.
A pesar del gran malestar que había en el ejército (en
tiempos de Porfirio Díaz también lo había, aunque por otras razones) no
representaba ninguna amenaza práctica como conjunto. No había nadie que pudiera
reunir las fuerzas necesarias para vencer. Por eso, ningún oficial
suficientemente inteligente planeaba en serio rebelarse. Lo que sí había era
aventureros que podían rebelarse magnificando en su fantasía el apoyo que obtendrían
de una pequeña porción del ejército. Eso fue lo que hizo el general Félix Díaz,
o el suicida general Bernardo Reyes; pero el aventurero y el suicida, no podían
ganar.
El error de Madero, en parte
explicable y en parte inexplicable, fue aceptar el nombramiento del general
Huerta como comandante de la plaza de la ciudad de México. Con esa decisión
colocó al único oficial que podía derrocarlo en la posición en la que podía
traicionarlo con efectividad.
A pesar del malestar de los
porfiristas y los revolucionarios, Madero estaba ganando la partida. Del lado
porfirista había derrotado ya a Bernardo Reyes y a Félix Díaz. Del lado
revolucionarios ya había derrotado a Pascual Orozco; y, por su parte, el
general Felipe Ángeles estaba logrando replegar política y militarmente a los
zapatistas, al grado que ellos pensaron por primera vez que podrían perder la
guerra. Las condiciones estaban variando y podría haberse logrado un nuevo
acuerdo entre Zapata y Madero en algunos meses más.
A pesar de que Madero casi había
logrado conquistar las condiciones electorales, burocráticas y militares que
podían permitir un gobierno compartido, un gobierno de unidad nacional, nadie
sentía que ese gobierno podía ser suyo y muy pocos estaban dispuestos a
transitar por esa vía señalada por el Presidente. Al luchar por un gobierno de
unidad nacional se quedó solo, y dejó de ser el líder político del cambio,
porque revolucionarios y porfiristas querían otro tipo de cambio.
Los
últimos tres meses, el gobierno de Madero era el gobierno de todos y de nadie.
Al sacrificar posiciones revolucionarias y no ganar respaldo de los
porfiristas, se quedó sin apoyo, sin capacidad de defenderse y sobrevivir como
tal. Necesitaba transformarse. Los periódicos se encargaron de propagar que los
porfiristas estaban en contra del nuevo gobierno y los revolucionarios también
insistieron que el gobierno no era suyo. En este sentido están las palabras del
diputado Jesús Urueta y también las de Pino Suárez:
“Agregad,
señores, que efectivamente en el Gabinete de Madero hay hondas, irreductibles y
lamentables divisiones políticas [...] La revolución no ha gobernado con los
hombres de la revolución; la revolución ha pretendido hacer obra de
eclecticismo político, trayendo a su seno a los hombres públicos de todos los
partidos, de todos los matices, de todas las ambiciones, sin dejar, como es
natural, bien contento a ninguno. De aquí que los ideales revolucionarios no
hayan podido realizarse; de aquí que las aspiraciones tan queridas no hayan
podido tener en la práctica floración bendita”.[200]
Semanas
antes de la Decena Trágica, en un banquete, el vicepresidente Pino Suárez le
dijo al embajador de Cuba en México, Manuel Márquez Sterling:
"Nos hallamos en una situación muy crítica,
y sólo un cambio de métodos podrá evitar la catástrofe; pero el cambio está planeado y el gobierno se
apartará del precipicio. Una mano enérgica, una dirección política
determinada, concreta, invariable es cuanto requiere la salud alteradísima del
país. Ir hacia los antiguos cómplices de
don Porfirio es poner la garganta bajo el hacha del verdugo. Y bajo el hacha del verdugo estamos hoy.
No que recomiende persecuciones, atropellos ni maldades. Yo mantengo el
programa de San Luis, que es un homenaje a las leyes y a la libertad y a la
civilización. Pero la política de acercamiento al aristócrata, que nos odia y
se aleja, nos lanza a los abismos. No somos ahora un gobierno precisamente
científico; pero tampoco somos un gobierno popular. Y esa la causa de las
revueltas y el origen de nuestro abatimiento. Porque administramos entre dos
fuegos. No somos adversarios de nadie, pero todo el mundo es adversario nuestro.
El Presidente ve ya claro en este asunto
del cual dependen la vida del gobierno y quizás nuestra propia vida.
Tengamos Congreso y pueblo y no nos hacen falta aristócratas".[201]
Esta
cita expresa claramente que no sólo desde abajo se había llegado a un límite,
en el gobierno también se percibía que las cosas no podían seguir así. Madero
percibió que su gobierno de unidad nacional se había agotado y estaba
abriéndose a una nueva política. La rebelión de Bernardo Reyes y Félix Díaz en
febrero de 1913 le hizo ver que necesitaba gobernar con los revolucionarios y
ser menos conciliador con los porfiristas.
De hecho el 18 de febrero, minutos
antes de que fuera arrestado por Aureliano Blanquet y su tropa, había decidido
cambiar de gabinete y gobernar con puros revolucionarios. Después de una junta
con el vicepresidente Pino Suárez y los ministros de gobierno, salió muy
contento, abrazó a su amigo el diputado Juan Sánchez Ascona y le dijo: “Ahora
sí te saliste con la tuya, pues vamos a formar un gabinete con gente de los
renovadores [diputados maderistas] y de la porra [miembros del Partido
Constitucional Progresista (el partido de Madero)]...”.[202]
Pero el asesinato del Presidente
evitó que retomara el liderazgo del cambio, dirigiendo la nueva etapa de la
revolución. La oportunidad de gobernar y ensayar nuevos caminos había
terminado. Los diez días conocidos como “La decena trágica” (del 9 al 18 de febrero)
acabaron con el “gobierno de nadie” de una manera torpe, desordenada y
desquiciante.
La
desquiciada rebelión del ejército capitalino
Los
conspiradores que decidieron acabar con la Presidencia de Madero el 9 de
febrero de 1913, prepararon mal su golpe de Estado, lo ejecutaron peor y
fracasaron rotundamente. Este hecho reveló que bajo el gobierno de todos y de
nadie se estaba viviendo una grave falta de sentido de realidad: nada era como
se pensaba (crisis de identidad) y nada de lo que se hacía fructificaba de
acuerdo a lo pretendido (crisis de eficacia). Esto se mostró tanto en el
comportamiento del gobierno como en el de los rebeldes.
A finales de 1912 y principios de
1913, el abogado Rodolfo Reyes se encargó de unir en una sola conspiración a los
partidarios del general Félix Díaz con los partidarios del general bernardo
Reyes. El objetivo era liberar de la prisión a estos dos militares, tomar la
ciudad de México y apresar a Madero, Pino Suárez y a los principales
funcionarios del gobierno. Esperaban que acabando con el gobierno de Madero se
reestablecería la paz en México, pero no sabían cómo. Ni siquiera sabían si
recibirían algún respaldo en el resto del país porque se dedicaron
exclusivamente a convencer a los principales oficiales del ejército que servían
en la capital de la República.
Por sus conexiones tenían la certeza de recibir el apoyo
del gobernador reyista, Venustiano Carranza, que tendría listas las tropas
estatales para lo que pudiera ofrecerse. Esperaban también el respaldo de Pascual
Orozco y de Rafael Cepeda, el gobernador de San Luis Potosí, pero no estaban
seguros ni iban más allá de eso. Se querían lanzar completamente a la aventura.
El general Gregorio Ruiz y Rodolfo Reyes fueron los que
encabezaron la conspiración de parte de los reyistas; los generales Manuel
Mondragón y Manuel Velázquez fueron los dirigentes de parte de los felicistas
(de Félix Díaz). Ellos y su gente elaboraron por lo menos ocho planes
diferentes y cambiaron varias veces la fecha del levantamiento. Fueron tan
indiscretos que todo mundo supo lo que estaban tramando. Si el gobierno no los
apresó antes de que se rebelaran fue porque el Presidente Madero rechazó la información de la conspiración con risa y
enojo. Risa porque la menospreció y enojo porque los rumores le parecían
una manera fastidiosa de querer desestabilizar a su gobierno.
El Presidente no le dio importancia a la información y
esa postura fue decisiva para que los demás funcionarios tampoco se la dieran.
Pero la preparación tan descuidada de la conspiración provocó que la viera
incluso el gobierno que no la quería ver. O más bien, los únicos que la vieron
e hicieron algo fueron Gustavo Madero y el general Villar. La certeza de que el
gobierno conocía los preparativos de la rebelión asustó a los conspiradores y
los obligó adelantar la fecha de la sublevación. Esa nueva fecha también se
conoció y por eso el general Villar, comandante militar de la ciudad de México
ordenó, la noche del ocho de febrero, que las tropas se acuartelaran en estado
de alerta.
Se suponía que la sublevación tenía que ser una operación
relámpago. El núcleo de la rebelión saldría muy de madrugada del cuartel de
Tacubaya, liberaría a Reyes y a Díaz e iría incorporando a su paso a la tropa
de todos los cuarteles, tomarían Palacio Nacional y detendrían a Madero, Pino
Suárez y a los principales funcionarios en sus domicilios. La ciudad amanecería
controlada militarmente y sin el gobierno de Madero. Después ya se vería qué
hacer, dependería de cómo se desarrollaran las cosas. Los planes no iban más
allá del 9 de febrero en la madrugada. Más allá de eso estaba la improvisación.
Incluso no existía plan B, ni C, ni D. O salía lo planeado tal como se había
pensado o entraban en graves problemas de improvisación y descontrol.
Con una gran desorganización de todos los implicados y
mucho más tarde de lo planeado, salieron del cuartel de Tacubaya: 500 elementos
del Primer Regimiento de Caballería; sumados a 500 del segundo y quinto
regimiento de artillería. A lo largo del camino fueron incorporando a más
sublevados hasta llegar a ser 2,300. Los mil trecientos elementos agregados
pertenecían al Regimiento de Ametralladoras, al Batallón de Seguridad y a los
Gendarmes Montados.
Se Había calculado liberar de la prisión al general
Bernardo Reyes a las 3:00 de la madrugada, pero llegaron casi a las siete de la
mañana, a plena luz del día. Después, se dieron a la tarea de liberar Félix
Díaz y ocupar Palacio Nacional. La captura del Presidente, del vicepresidente y
demás funcionarios, quedó descartada porque el gran retraso la había hecho
imposible en las condiciones planeadas.
El general Manuel
Velázquez, como parte del plan, había logrado convencer a los pocos guardias de
Palacio Nacional que se pasaran al lado de la revuelta y había reforzado la
posición con alumnos de la Escuela de Aspirantes que llegaron a las cinco de la
mañana (más tarde de lo planeado porque los tranvías contratados para su
traslado desde Tlalpan no habían llegado a recogerlos y tuvieron que improvisar
con lo que encontraron).
Al salir de la prisión, el general Bernardo Reyes asumió
la jefatura del movimiento y la primera decisión que tomó fue ir todos juntos a
la penitenciaría a liberar al general Félix Díaz, en vez de que una parte de la
numerosa columna se dirigiera allá y otra parte a instalarse en Palacio
Nacional. Esa fue una gran pérdida de tiempo, de consecuencias fatales para los
sublevados. Para empeorar la situación, como ya había mucha gente en la calle,
muchos civiles, por curiosidad o simpatía, acompañaban a los militares gritando
vivas al general Reyes y entorpeciendo el paso de los militares. En vez de un
movimiento de combate, parecía un día festivo con desfile.
Mientras los rebeldes se movían sin prisa, el general
Lauro Villar, recuperó Palacio Nacional. Como estaba muy atento al anunciado
levantamiento militar había dado órdenes a sus subordinados que lo despertaran
en el momento que iniciara cualquier movimiento extraño de tropas (él había
decretado el acuartelamiento de alerta y nadie podía salir sin su permiso). Cuando
se le informó del movimiento de tropas en Tacubaya fue inmediatamente a Palacio
Nacional que estaba a dos cuadras de su casa. Llegó en coche de alquiler,
porque se había enfermado y tenía paralizada la pierna izquierda. Sin bajarse
pudo ver que los sublevados tenían Palacio y rápido tomó medidas pertinentes.
El general Villar
fue al cuartel de Teresitas y le ordenó al general Villarreal que se
posesionara de la Ciudadela, después llegó al cuartel de Zapadores y desde ahí
entró a Palacio Nacional rompiendo con un hacha la puerta que los separaba. Con
cerca de setenta hombres, sin disparar un solo tiro, logró desarmar y rendir
por sorpresa a los sublevados.
Por su parte, el primero de la columna de sublevados en
llegar a Palacio Nacional fue el general Gregorio Ruiz. Como apenas a las ocho
de la mañana habían liberado a Félix Díaz, el general Reyes envió a Ruiz a
galope con 80 aspirantes para que verificara si Palacio Nacional estaba en
manos de los rebeldes o del gobierno.
Gregorio Ruiz, compañero del general Lauro Villar, se
acercó a platicar con él y a intimarlo a rendirse, porque le aseguró que,
respecto a los sublevados, estaba en gran desventaja en número y en pertrechos
militares. Pero no logró intimidar al general y Villar no sólo no se rindió sino
que, por un descuido de Ruiz al acercarse demasiado, logró capturarlo sin que
su escolta pudiera evitarlo.
El general Reyes llegó después a las afueras del zócalo,
encabezando a más de dos mil hombres bien armados, con seis cañones, catorce
ametralladoras y mucho parque. Junto con ellos venían muchos civiles que lo
vitoreaban. De la catedral salían de misa hombres, mujeres y niños.
En Palacio Nacional sólo había 500 soldados que contaban
con dos ametralladoras (una no servía) y parque para diez minutos de fuego. Se
preveía un desastre total para los defensores de Palacio. Estaban totalmente en
desventaja y no podrían resistir más allá de unos cuantos minutos. Tampoco
podían esperar que algunos refuerzos llegaran en su auxilio. El general Villar,
sin embargo, asumió la situación como un asunto de hombría y de honor del
ejército.
Lo que Villar no podía haber imaginado ni en su más
descabellada fantasía era que el general Reyes, al mando de tantos hombres y
con tanto armamento, aprovechara esa gran oportunidad no para obtener una
victoria militar sino para suicidarse, simulando que enfrentaba al gran enemigo
de la paz y el orden.
Desde
el día anterior ya le había pedido a su hijo Rodolfo que le llevara ropa
interior muy fina porque “era bueno que cuando lo levantaran a uno muerto en el
campo de batalla se viera en todos los detalles que era persona decente”. Al
llegar al zócalo le advirtieron que Palacio estaba en manos del gobierno. El
conocía bien al general Villar y sabía que era valiente, y que no se rendiría
ni traicionaría al gobierno. Vio a la tropa gubernamental bien posicionada,
dispuesta a disparar y esperando la orden de fuego. No se detuvo ni un momento
a pesar de las advertencias de los oficiales y la súplica de su hijo.
Reyes no se detuvo ni retrocedió, ni siquiera con la
advertencia del general Villar de que no avanzara. Enfrentó al enemigo, arriba
de un caballo, mostrándose completamente sin ninguna protección y a unos
cuantos metros de distancia, encabezando su gente. Lo único que ganó así fue un
balazo en la cabeza y muchos en las piernas: “Mi padre se detuvo un momento,
agarrado a la crin de su caballo, y cayó hacia la izquierda sobre mí, que
también caía, arrastrado por mi cabalgadura muerta”, escribió Rodolfo.
Su hijo explicó la muerte de Reyes como una decisión
pensada con anterioridad: “mi padre estaba resuelto a morir en caso de fracaso,
y al medir la situación pensó que, de no imponerse con su sola presencia, ese
fracaso era seguro, y él, me lo dijo cien veces, no le quería sobrevivir. Su
acción no fue, pues, un impulso ciego, sino una resolución suprema”.[203]
Después de los disparos a Reyes, la balacera se desató
durante más de diez minutos y como resultado, los rebeldes perdieron 200
hombres entre muertos y heridos. Los defensores del Palacio tuvieron como doce
muertos y 21 heridos, entre ellos el general Villar con una herida en el cuello
y la clavícula fracturada. Muchos civiles que andaban por ahí también murieron
o resultaron heridos.
Las tropas gubernamentales de Palacio se quedaron sin
parque y estaban esperando una contraofensiva rebelde. Sabían que no serían
capaces de resistir un nuevo ataque; pero, para su gran sorpresa, no sucedió
nada. A pesar de que era obvio suponer que los leales habían quedado sin
municiones y que los rebeldes tenían una apabullante superioridad militar, ni
Félix Díaz ni Manuel Mondragón dieron la orden de atacar. Se quedaron
paralizados cerca del zócalo por más de media hora. Y cuando por fin se
movieron, todos desmoralizados, estuvieron a punto de toparse, frente a frente,
con el Presidente Madero que bajaba del Castillo de Chapultepec hacia Palacio
Nacional con una pequeña escolta de cincuenta cadetes. Los sublevados tampoco
hicieron ningún intento de combatir, perseguir y atrapar al Presidente que
estaba tan cerca de su alcance y en gran desventaja.
La
columna rebelde, finalmente, se dirigió a la Ciudadela, a donde llegó a las
once de la mañana. El teniente César Ruiz de Chávez que estaba encargado del
cuartel de la guardia presidencial, informó después que llegó un emisario de
los rebeldes a tocar a las puertas del cuartel y pidió que la tropa saliera a
hacer honores al general Félix Díaz:
“Quedé sorprendido ante tal petición y sin
explicarme cómo, tratándose de una sublevación, sus directores tenían la ocurrencia
de solicitarlo de nosotros tal cosa, como si se tratara de una fiesta o de
algún acto oficial. Mi contestación fue la siguiente: [204]
Se
retiró el individuo y veinte minutos después se inició el fuego que duró una
hora. Alrededor de la una de la tarde los defensores de las diferentes
instalaciones de la Ciudadela capitularon, porque un oficial del ejército mató
por traición al general Villarreal que estaba a cargo de la defensa del
conjunto. El asesino, aunque era ayudante de Villarreal y estaba a su lado,
pertenecía al bando de los sublevados y estaba esperando el momento oportuno de
incorporarse a la revuelta.
El cuartel del teniente César Ruiz
fue el único que se negó a rendir; cayó hasta el día siguiente sin haber podido
recibir los apoyos prometidos por el ministro de Guerra y el mismo Madero. Uno
de los refuerzos que le enviaron el mismo domingo se pasó al bando de los
rebeldes.
Al tomar la Ciudadela, los rebeldes
adquirieron el arsenal más importante del ejército: 55 mil fusiles, 30 mil
carabinas, 100 ametralladoras Hotchkiss y 26 millones de cartuchos.[205]
Era material suficiente para resistir un asedio prolongado. Lo que les faltaba
en grandes cantidades era agua y comida. Sin ellos no podían durar dos o tres
días sin rendirse, porque estaban arrinconados y desmoralizados.
Félix Díaz estaba siguiendo la misma
táctica desastrosa que utilizó en su fallida sublevación de Veracruz:
apoderarse de la plaza, no moverse de ahí, desestabilizar y jugar la carta de
la amenaza de intervención de Estados Unidos para poner orden en México. La
transacción a la que aspiraba era entregar la plaza si Madero entregaba la
Presidencia. Tenía este objetivo como si el estar atrapado y aislado en un
sitio, rodeado de enemigos, no fuera una situación extremadamente desventajosa
para su propósito. Como si eso mismo no fuera ya la muestra del fracaso de la
sublevación. Pero otra vez se hizo realidad lo irracional e imprevisible.
Madero se enteró de la rebelión en
la mañana, antes de desayunar, cuando ya Palacio Nacional estaba en manos de
tropas leales, así que decidió ir allá acompañado de un pequeño contingente, en
su mayoría formado por cadetes del Colegio Militar a los que les dijo que ya
todo estaba bajo control. Bajó del Castillo de Chapultepec a caballo,
descubierto, muy expuesto y vulnerable. La gente lo aclamaba en el camino a
Palacio Nacional. Durante su trayecto por Paseo de la Reforma (entonces
calzada) se incorporó el general Victoriano Huerta que se puso al lado del
Presidente. Al llegar a cinco de mayo, desde las azoteas dispararon contra
Madero. Uno de ellos mató al gendarme que iba al lado del Presidente.
Decidieron refugiarse en la fotografía Daguerre. Al salir de ahí, para reanudar
la marcha, el ministro de Guerra, el general García Peña, le pidió a Madero
autorización para nombrar a Huerta Comandante Militar de la Plaza de la ciudad
de México, en sustitución de Lauro Villar que había sido herido.
“El
señor Madero, que no tenía ninguna simpatía por el general Huerta, y no sabía
disimular sus impresiones, puso muy mala cara, y no respondió; pero el ministro
de Guerra insistió, y el Presidente lo autorizó para que lo pusiera al frente
de la columna. Cuando llegaron a palacio, nuevamente pidió autorización para
nombrarlo Comandante Militar, presintiendo al general Huerta a quien
cariñosamente llevaba de un brazo, y agregó: “¿Ve usted?, ha sido el primer
jefe que se le ha unido”.
“El general Huerta, entonces
dirigiéndose a la multitud gritó: “¡Pueblo mexicano, viva el Presidente de la
República!” El señor Madero con aire de disgusto, contestó al general García
Peña: “Está bien, nómbrelo usted””.[206]
Ese
día y los siguientes se acentuó la crisis de identidad. El ejército de la
ciudad estaba dividido: parte de un batallón se había ido con los rebeldes y
parte había permanecido leal al gobierno; lo mismo sucedía a nivel de
regimientos y de mandos. Los oficiales no sabían con qué bando simpatizaba su
tropa, ni los soldados sabían si su oficial pertenecía al mismo bando que ellos
o no.
Madero no confiaba en Huerta y
tampoco estaba seguro de los demás oficiales, así que decidió ir a Cuernavaca
por Felipe Ángeles que era al general al que le daba toda su confianza. Salió
el mismo domingo a las cuatro de la tarde y regresó el lunes a las siete de la
noche. Tenía la intención de nombrar al general Ángeles jefe del Estado Mayor,
para controlar mejor a Huerta, pero aceptó el impedimento reglamentario de ese
nombramiento, porque Ángeles no tenía el grado de general de división.
De todos modos Huerta estaba
relativamente controlado porque los segundos jefes de guarnición, no le eran
personalmente adictos. “Y la prueba evidente de que Huerta no contaba con
ellos, se tiene en que tan pronto como se enteró de que Blanquet había
aprehendido al Presidente y a sus ministros, él procedió a sujetar a los generales Alberto Yarza, José Delgado,
Francisco Romero, etc.”[207]
Pero las medidas de protección tomadas tanto por Madero
como por Huerta eran fruto de la desconfianza que surgía de la crisis de
identidad; y de todos modos eran medidas insuficientes. Desde la revolución,
todo estaba en movimiento: nada era ya lo que había sido; y lo que era, estaba
a punto de dejar de serlo. Todo estaba presionando al cambio y nada tenía
suficiente fuerza para conservarse.
Cuando no se tiene la seguridad de la identidad de lo que
se presenta y aparece, no se sabe bien qué hacer, y para organizar las acciones
se apuesta a algo como real y seguro.
Así que después de la desconfianza de Madero respecto a Huerta, después de no
haberlo elegido, sino aceptado, decidió confiar ciegamente en él, y se repitió
entonces lo mismo que había sucedido con la conspiración: se cerró y no admitió
información que contradijera su apuesta. Era su manera de defenderse de los
intentos de manipulación a través de los rumores. Esa incertidumbre y ese
desamparo ante los rumores no sólo la vivió Madero, también la experimentaron
Porfirio Díaz (que fue manipulado por los chismes) y Victoriano Huerta cuando
fue Presidente. Sólo que Huerta se defendía de los rumores fusilando a los
sospechosos, aunque las sospechas fueran totalmente infundadas. Esas también
son tonterías, pero como el acto de matar es tan fuerte la tontería queda
tapada por el gran tamaño de la agresión y en vez de que digan: “qué tonto,
mató al hombre equivocado”, simplemente lo señalan como asesino. En cambio un
acto de fe o una apuesta no se ocultan en un acto más aparatoso y aparecen en
su simplicidad. Y si el acto es fallido se le señala como una simple tontería.
Madero se defendió primero con un acto de fe o una
apuesta: no quiso saber nada de la sublevación. Después, la ciudad y su
gobierno sufrieron las consecuencias de su ceguera voluntaria. Respecto al
general Huerta también recibirá múltiples informaciones de traición y no las
oirá. Durante una semana fue obvio que Huerta no estaba haciendo nada efectivo
para acabar con la rebelión de la Ciudadela, y sin embargo nadie le dijo nada.
Incluso lanzó a la muerte a todo un regimiento de rurales maderistas en un
ataque a la Ciudadela. Y a pesar de lo escandaloso de la masacre, a pesar de
que había sido obvio que la manera de atacar ordenada había sido un baño de
sangre absurdo, nadie le dijo nada. Huerta conspiró de manera descarada con los
rebeldes de la Ciudadela y con los opositores al gobierno y no pasó nada.
Incluso dejaba pasar alimentos para los rebeldes, todo mundo sabía eso y no se
le cuestionaba nada en serio. Madero era responsable, porque con su cerrazón
había estimulado a sus colaboradores a mantener los ojos cerrados respecto a
Huerta.[208]
Podríamos reproducir aquí muchos avisos que se le dieron
a Madero de la conspiración de los partidarios de Reyes y Félix Díaz; y también
la información que le dieron para identificar a Huerta como conspirador y
traidor, pero en todos los casos llegaríamos a la misma conclusión: el
Presidente no quiso ver lo obvio y como no quiso ver, no hizo nada para salvar
a su gobierno. Ese fue su gran error.
Pero ni todos los errores cometidos por Madero; ni la
rebelión de Félix Díaz ni la ambición presidencial de Victoriano Huerta eran
capaces de derrocar a Madero. Sin la
intervención del embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson no se hubiera
producido el golpe de Estado del 18 de febrero de 1913. Eso fue algo que se
supo y se reconoció en su momento. El embajador alemán de esa época, Paul von
Hintze, por ejemplo, hizo constar que “la victoria de la reciente revolución es
obra de la política norteamericana. El embajador Wilson realizó el golpe de
Estado de Blanquet y Huerta; él mismo se vanagloria de ello”.[209]
El embajador
de Estados Unidos acuerda un nuevo gobierno mexicano
Estados
Unidos y México son dos poderes, muy desiguales, pero poderes al fin. Los dos
se limitan y contribuyen a definirse. En el siglo XIX Estados Unidos expandió
sus fronteras e incorporó territorio que dejó de ser mexicano. Él mismo fijó
sus fronteras porque aunque deseaba más territorio no quería hacerlo a costa de
incorporar más mexicanos. Consideró suficientes los que habían incorporado con
la apropiación de California, Nuevo México, Texas y demás. La superioridad del
poder estadounidense siempre ha inspirado temor a los gobernantes mexicanos y a
principios del siglo XX todavía estaba muy fresca la guerra con Estados Unidos
y la pérdida de los territorios. El temor a una invasión y a nuevas
mutilaciones territoriales era algo siempre presente; y fue un factor
importante que se manejó intensamente antes, durante y después de la revolución
de 1910.
Durante la dictadura de Porfirio
Díaz, las relaciones con Estados Unidos fueron algo muy cuidado. Sus intereses
siempre fueron muy favorecidos, pero también se intentó equilibrar su presencia
abriendo las puertas a inversiones inglesas, francesas y alemanas. Se asumió la
competencia internacional como un instrumento para la independencia.
Con el gobierno de Madero en general
hubo una buena relación, pero desde septiembre de 1912 el gobierno de Estados
Unidos empezó a no sentirse complacido. La nota de protesta que mandó ese mes,
no fue respondida por los funcionarios mexicanos como a los “americanos” les
habría gustado.
“En
ella se culpaba al gobierno mexicano de discriminar a empresas y ciudadanos
norteamericanos. Se citaban como ejemplo la promulgación de un impuesto sobre
el petróleo crudo, el despido de algunos centenares de empleados
norteamericanos de los Ferrocarriles Nacionales, y el fallo judicial en contra
de una compañía ganadera norteamericana. Además, se le echaba en cara al
gobierno mexicano no haber sido capaz de proteger la vida y las propiedades de
ciudadanos norteamericanos. La nota hacía ascender a trece el número de
norteamericanos que supuestamente habían sido asesinados durante la presidencia
de Madero. En diciembre de 1912, el embajador norteamericano, según su colega
alemán Hintze, había sostenido largas conversaciones con el presidente Taft y
con el secretario de Estado, Knox, acerca de lo que había que hacer en México.
Después de que la nota norteamericana del 15 de septiembre de 1912 fue
contestada en parte evasiva y en parte negativamente, Washington sintió la
necesidad de actuar. Wilson propuso: o apoderarse de una parte del territorio
mexicano y conservarlo o derrocar el régimen de Madero (literalmente). El
presidente Taft había estado dispuesto a hacer ambas cosas, pero Knox se había
opuesto a la idea de ocupar territorio mexicano. Entonces los tres acordaron
subvertir el gobierno de Madero. Para este fin utilizarían la amenaza de
intervención, promesas de puestos y honores (lo cual aquí es sinónimo de
ingresos por cohecho) y soborno directo en efectivo”.[210]
Estados Unidos no organizó la
revuelta de febrero de 1913 contra Madero, pero sí la aprovechó todo lo que
pudo. Como los rebeldes de la Ciudadela se dedicaron a
disparar sus cañones y ametralladoras hacia diferentes puntos de la ciudad,
promovieron la inseguridad de todo mundo y las embajadas extranjeras afectadas
no dejaron de intervenir presionando al gobierno por su incapacidad de
garantizar la seguridad de los extranjeros. El campeón de la lucha por la
seguridad fue el embajador de Estados Unidos. En relación a esta inseguridad y
el caos que se generaba por ella, el 14 de febrero, Henry Lane Wilson le
advirtió a Pedro Lascurain, ministro de Relaciones Exteriores de México, que en
unos cuantos días tendría a tres o cuatro mil soldados norteamericanos a su
disposición y entonces “él restauraría el orden aquí”. Y que si Lascurain
quería evitar eso:
“había
una sola manera de hacerlo: decirle al Presidente que abandonara el poder en
forma legal; hacer que él y el vicepresidente renunciaran ante el Congreso; que
no convoque a la Cámara de Diputados, sino al Senado”. Lascurain respondió
(después de larga discusión): “Supongo que tiene usted razón. Me dedicaré
exclusivamente al propósito de hacer renunciar al presidente”.
Lascurain
muy obediente, promovió una reunión de senadores en la casa del senador
Guillermo Obregón, para discutir la necesidad de pedirle a Madero su renuncia.
También hizo su labor con otros miembros del gabinete y ese mismo día 14 de
febrero Rafael Hernández (Gobernación), García Peña (Guerra), Lascurain y
Manuel Vázquez Tagle (Justicia) le insinuaron a Madero que debía renunciar para
evitar una intervención estadounidense. Madero les contestó que esas eran
patrañas del embajador Wilson: “No creí que ustedes se pusieran contra mí”.[211]
El embajador japonés, Kumaitchi
Horigoutchi, escribió un buen relato del caos que promovían en la ciudad los
rebeldes de la Ciudadela. Ese día 14 de febrero anotó en su diario:
“Día
espléndido. Esta mañana, una hora más temprano que ayer, empezó el cañoneo cuyo
estruendo estremecía el cielo y la tierra; era más intenso que en días pasados.
Las balas de las ametralladoras caían en una lluvia de hierro y fuego por toda
la ciudad. Los cañones rugían como truenos de una tempestad... Los bancos y el
comercio en general llevaban cerrados ya cerca de una semana, con excepción
hecha de las tiendas de comestibles, que abrían sus puertas a las siete de la
mañana cerrándolas treinta o cuarenta minutos más tarde. Como la invasión del
público era inmensa, estas tiendas fueron cerrando sus puertas poco a poco
hasta llegar a no abrirlas más...
El cañoneo duró sin cesar todo el
día. Corrían rumores de que los muertos y heridos habían sido aproximadamente
unos cinco mil, siendo el noventa por ciento de las víctimas, civiles no
combatientes. Muchas casas fueron destruidas por los disparos de los cañones.
Asimismo fueron incendiadas otras...”.[212]
Ese
mismo día Madero le escribió a Taft para aclarar las cosas y se enteró
directamente por medio del Presidente Estadounidense que él no había dado
ninguna orden de desembarcar fuerzas. Eso le dio seguridad a Madero para
rebatir verbalmente a sus adversarios.
Por su parte, el embajador Wilson, después de su plática
con Lascurain, se reunió con los diplomáticos más importantes para informarles
de la conversación con el ministro mexicano: les señaló que había fanfarroneado
con la amenaza del arribo de los soldados “americanos” y les pidió ayuda para
que europeos y latinoamericanos apoyaran e insistieran en que Madero abandonara
el poder.
De
manera simultánea Wilson estuvo haciendo labor subversiva promoviendo un
acuerdo entre los generales Félix Díaz y Victoriano Huerta. Al respecto le
informó al embajador alemán el 16 de febrero:
“El
general Huerta ha estado sosteniendo negociaciones secretas con Félix Díaz
desde el comienzo de la rebelión; él se declararía abiertamente en contra de
Madero si no fuera porque teme que las potencias extranjeras le habrían de
negar reconocimiento. Embajador: yo le he hecho saber que estoy dispuesto a
reconocer cualquier gobierno que sea capaz de reestablecer la paz y el orden en
lugar del gobierno del señor Madero, y que le recomendaré enérgicamente a mi
gobierno que reconozca a tal gobierno”.[213]
Con
esa invitación al golpe de Estado y la promesa de que sería reconocido por
Estados Unidos el general Huerta venció sus temores y se decidió a pasar a la
acción. Ya sólo necesitaba confirmar el apoyo de los porfiristas y disponer del
contingente militar que controlaría a generales clave y ejecutaría el
apresamiento del Presidente, el vicepresidente y sus ministros. El elegido fue
el 29 Batallón del general Aureliano Blanquet que el 17 de febrero había
llegado de Toluca. Ese mismo día en la noche Huerta ordenó a un grupo de
soldados de Blanquet que ocuparan Palacio Nacional en relevo de los carabineros
de Coahuila que estaban encargados de custodiar el edificio y la seguridad del
Presidente.[214] En ese momento del
relevo podría considerarse que Madero ya había sido apresado en el edificio,
aunque todavía no se había dado cuenta porque no había sido avisado ni sentido
la aprehensión en su cuerpo.
La ceguera de Madero era tal que el
mismo 18 de febrero en la mañana, cuando ya era prisionero sin saberlo, recibió
una nueva advertencia del peligro en el que se encontraba y la rechazó con
disgusto. Así la refiere el diputado Juan Sánchez Ascona, secretario particular
del Presidente:
“A
la primera hora matinal del 18 de febrero, el ingeniero Alfredo Robles
Domínguez, que a últimas fechas estaba francamente distanciado de Madero, me
buscó en la Intendencia de Palacio, donde yo dormía por aquellos aciagos días,
solicitando hablar con el Presidente. En los primeros momentos quise aplazar la
entrevista, porque sabía que el Presidente había estado trabajando hasta altas
horas de la noche y apenas acababa de recogerse para descansar por breve
tiempo. Pero el ingeniero insistió de tal suerte y me comunicó a medias cosas
tan graves, que no vacilé más y lo conduje por el elevador al piso presidencial
y me atreví a despertar a Madero, para que lo recibiese. Se dieron un abrazo
cordial en olvido de enconos y resquemores, y Alfredo comunicó que sabía de
fuente indubitable que en el curso de ese mismo día el Presidente sería
traicionado por Huerta. Como siempre, Madero se contrarió visiblemente y
contestó que eso era imposible, ya que en ese mismo día iba a darse el asalto a
la Ciudadela y amonestó al ingeniero para que se abstuviese de propalar versiones
que bien podrían provocar . El
ingeniero se retiró ante tan firme obstinación y, al despedirse de mí, momentos
después, con expresión sinceramente dolorosa me dijo que creía haber cumplido
con lo que estimaba su deber”.[215]
Ese
día Madero se reunió con un grupo de senadores que fueron a pedirle su renuncia
para evitar que Estados Unidos invadiera al país. Madero les enseñó el
telegrama de Taft en el que se desmentía esa versión del embajador Wilson y los
despidió molesto. Poco después de esa reunión habló con el general Huerta y le
dijo:
"Acabo de saber que algunos senadores, enemigos míos, le invitan a
que imponga mi renuncia...
- Sí, señor Presidente -respondió el Comandante
Militar de la Plaza-, pero no les haga usted caso porque son unos bandidos...
Las tropas acaban de ocupar el edificio de la Asociación de Jóvenes Cristianos,
que es la llave del asalto a la Ciudadela".[216]
Después, con la promesa y la confianza que ese
día quedaría resuelto el problema de la Ciudadela, Madero se reunió con su
gabinete donde decidió que lo renovaría y que gobernaría con diputados
renovadores recién electos y con militantes del Partido Constitucional
Progresista. Pero poco después de haber terminado su reunión, a la una y media
de la tarde del 18 de febrero, se dio su primer intento de arresto.
El coronel Jiménez Riveroll entró al
salón donde estaba el Presidente acompañado de sus ministros. Intentó llevarse
a Madero a un lugar más seguro con el pretexto de que se había sublevado el
general Rivera, recién llegado de Oaxaca. Madero se molestó mucho por haber
sido sujetado del brazo y empujado. Liberó su brazo y protestó por su
aprehensión. Inmediatamente entró un grupo de veinte soldados rasos bien armados.
Riveroll le ordenó a la tropa apuntar contra los funcionarios y antes de que
diera la orden de fuego el capitán Garamendia mató a Riveroll, pero no pudo
evitar que la tropa disparara. Marcos Hernández, primo del Presidente, murió de
un balazo y Madero y los demás funcionarios salieron ilesos. El coronel
Federico Montes, ayudante del Presidente, rápidamente se colocó frente a la
tropa que se había quedado sin jefe, les ordenó terciar armas y los desalojó
del salón.[217]
Cuando Madero y su grupo bajaron por
el elevador y caminaban por el corredor del patio de honor, los vio el Capitán
Hernández que pretendió apresarlos, pero el capitán Garamendia gritó:
“¡Soldados, viva el Presidente de la República!”. La fuerza presentó armas y el
capitán desistió de su objetivo al ver la actitud de la tropa.
Momentos después apareció el general
Blanquet con una pistola y con un grupo de soldados y condujo al Presidente a
un salón donde le informó que estaba arrestado, cerró las puertas y dejó a
centinelas para vigilar a Madero y a los ministros de Hacienda (Ernesto
Madero), Gobernación (Rafael Hernández) y otros.[218]
Después
del arresto de Madero, de Pino Suárez y de algunos miembros del gabinete, el
embajador Wilson invitó a Huerta y a Félix Díaz a platicar en la embajada. Se
reunieron durante varias horas para decidir quién sería el Presidente, cuál
sería el gabinete, y qué se tenía que hacer de manera inmediata. Huerta tenía
la ventaja, porque era el que tenía prisionero a Madero y era el que tenía más
autoridad dentro del ejército.
Hubo unas horas en que Wilson dejó
platicando solos a Huerta y a Díaz. El embajador estadounidense favorecía a
Díaz, pero estaba convencido que por el momento Huerta tenía que asumir la
presidencia para resolver la situación. Como el acuerdo entre los dos militares
tardaba en lograrse, Wilson se acercó a uno de los consejeros de Félix, que
había salido del cuarto de las negociaciones y le dijo: “Doctor, ¿no puede
usted decir algo para persuadir a Díaz a ceder y permitir que Huerta sea
presidente interino? De otra manera comenzará la verdadera guerra”.[219]
La intervención activa de Wilson
logró el acuerdo para un nuevo gobierno que se conoce como “el pacto de la
embajada”. Eso sucedió antes de que Madero renunciara a la Presidencia.
Los autores de la peor violencia que
se haya ejercido contra la ciudad de México y sus habitantes en el siglo XX,
tuvieron el descaro de presentarse en ese pacto como salvadores y
pacificadores. En el texto de ese acuerdo se dice:
“expuso
el señor general Huerta que, en virtud de ser insostenible la situación por
parte del gobierno del señor Madero, para
evitar más derramamientos de sangre y por
sentimiento de fraternidad nacional, ha hecho prisioneros a dicho señor, a
su gabinete y a algunas otras personas; que desea expresar al señor general
Díaz sus buenos deseos para que elementos por él representados, fraternicen, y
todos unidos, salven la angustiosa situación actual. El señor general Díaz
expresó que su movimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que en tal virtud, está dispuesto a
cualquier sacrificio que redunde en beneficio de la Patria ... Se convino lo
siguiente:
Primero. Desde este momento, se da
por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba,
comprendiéndose los elementos representados por los generales Díaz y Huerta, a impedir por todos medios cualquier intento
para el restablecimiento de dicho poder.
Segundo. ... Huerta... asuma, antes
de setenta y dos horas, al Presidencia Provisional de la República, con el
siguiente Gabinete... Será creado un nuevo Ministerio, que se encargará
especialmente de resolver la cuestión agraria... “.
Se
aclara que el general Díaz no entra al gabinete para preparar su participación
en las próximas elecciones. Se acuerda también informar a los representantes
extranjeros que ha cesado el anterior Poder Ejecutivo y que sus nacionales
tendrán todas las garantías. Al nuevo gabinete se incorporaron: Francisco León
de la Barra como ministro de Relaciones Exteriores, Toribio Esquivel Obregón
como ministro de Hacienda, Alberto García Granados como ministro de
Gobernación, Jorge Vera Estañol como ministro de Educación, etcétera.
Es
interesante señalar que “cuando la suerte del levantamiento era incierta, [el
arzobispo de México] José Mora y del Río se entrevistó con Victoriano Huerta y
con Félix Díaz y logró que le prometieran que reconocerían a la Iglesia
derechos semejantes a los que gozaba en Estados Unidos; probablemente, poseer
bienes raíces, utilizar el traje talar y hábitos en público y presidir ceremonias
religiosas fuera de los templos”.[220]
Renuncia
y asesinato de Madero
El
19 de febrero en la mañana platicaron Madero, Pino Suárez y el gobernador del
Distrito Federal, Federico González Garza, que estaba detenido con ellos en la
Intendencia del Palacio Nacional. Madero les dijo que desde que había estallado
el cuartelazo del 9 de febrero comprendió que tenía que cambiar su sistema de
tolerancia y clemencia que había utilizado hasta entonces, porque lo llevaría a
la ruina. Y después de repasar episodios de su gobierno y actos de personas que
colaboraban con él y que creía que lo comprenderían, expresó convencido y como
si se disculpara con ellos:
“Como
político, he cometido dos graves errores que son los que han casado mi caída:
haber querido contentar a todos y no haber sabido confiar en mis verdaderos
amigos.
¡Ah! Si yo hubiese escuchado a mis
verdaderos amigos, nuestro destino hubiera sido otro muy distinto; pero atendí
más a quienes no tenían simpatía alguna por la Revolución y hoy estamos palpando
el resultado!”.[221]
Ese
mismo día en la mañana se presentó el general Juvencio Robles en la Intendencia
de Palacio Nacional[222]
a exigir las renuncias de Presidente y vicepresidente de la República. Habló
con ellos en una pequeña pieza, les advirtió que el ejército los había
abandonado y que, rodeado de enemigos, no tenían posibilidad ni tiempo de ser
rescatados, que si renunciaban tendrían garantizadas sus vidas y si no lo
hacían se atendrían a las consecuencias. Madero investigó qué más, aparte de su
libertad, le ofrecían si renunciaba. Robles le dijo que las condiciones de la
renuncia podían expresarse y formalizarse ante diplomáticos, como los de Japón,
Chile y Cuba. Entre otras condiciones Madero pedía la permanencia de los
gobernadores, la libertad de las personas adictas a su administración y la de
su hermano Gustavo (el día anterior en la noche había sido brutalmente
torturado y asesinado, pero no se lo dijo ninguno de los presentes aunque ya lo
sabían). Al mediodía se le informó que Huerta había aceptado las condiciones.
Pedro Lascurain fue el intermediario para obtener la renuncia. Cuando se
llevaron el documento firmado, Huerta, como prueba de su buena fe, liberó a
Federico González Garza.[223]
El texto de la renuncia fue este:
“Ciudadanos
secretarios de la honorable Cámara de Diputados: en vista de los
acontecimientos que se han desarrollado de ayer acá en la Nación, y para mayor
tranquilidad de ella, hacemos formal renuncia de nuestros cargos de Presidente
y Vicepresidente, respectivamente, para los que fuimos elegidos. Protestamos lo
necesario. México, 19 de febrero de 1913. Francisco I. Madero. José M. Pino
Suárez”.[224] (35)
Horas
después Madero conversó con su tío Ernesto y con el embajador de Cuba Manuel
Márquez Sterling (que ya sabían del asesinato de Gustavo). A ellos les
preguntó:
“¿Sabe
alguno de ustedes dónde está Gustavo? –preguntó sin el menor indicio del
crimen-. ¡De seguro lo tienen preso en la penitenciaría! Si no lo encuentro en
la estación, para continuar el viaje conmigo, rehúso a embarcar...
Quise disuadirle de semejante
proyecto [comenta el embajador cubano]. Eso... en realidad, compromete la
situación. Es a usted, señor Madero, a quien hay que salvar, en las actuales
circunstancias. El pobre don Gustavo... ya veremos.
Volvió el Presidente a su mansa
plática:
El crucero Cuba, ¿es grande, es rápido? He pedido que la
escolta del tren la mande el general Ángeles para llevármelo a La Habana. Es un
magnífico profesor del arma de artillería. ¿No cree usted que el presidente
Gómez le dé empleo útil en la escuela militar?... Escríbale, ministro, en mi
nombre; recomiéndelo. Si dejara al general aquí, concluirían por fusilarlo...”.[225]
Ernesto
Madero llegó en ese momento con la noticia de que Pedro Lascurain había
presentado ya la renuncia de Madero y no se había esperado a que Madero
estuviera ya en el tren, como se había acordado. Después a Madero le entró la
urgencia de que Lascurain no dimitiera hasta que arrancara su tren. Fue su
último acto de confianza formal, y la última vez en ser engañado como
Presidente.
Esa noche, el embajador de Cuba
durmió en la Intendencia, acompañando a los presos. En la madrugada comentaron
que fue difícil dormir en la noche helada y ruidosa. Como se temía que los
centinelas pudieran simpatizar con los presos, los cambiaban constantemente y
hacían mucho ruido en el cambio. Los presos trataban de entender la situación
en la que estaban. Pino Suárez le dijo a Márquez Sterling:
“[...]
asesinarnos equivale a decretar la anarquía [...] Yo, ¿qué les he hecho para
que intenten matarme? La política sólo me ha proporcionado angustias, dolores,
decepciones. Y créame usted que sólo he querido hacer el bien. La política, al
uso, es odio, intriga, falsía, lucro. Podemos decir, por tanto, el señor Madero
y yo, que no hemos hecho política, para los que así la practican. Respetar la
vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir las leyes y exaltar la democracia
en bancarrota, ¿es justo que conciten enemiga tan ciega, que, por eso, lleven al cadalso a dos hombres
honrados que no odiaron, que no intrigaron, que no engañaron, que no lucraron?
¿Es, acaso, que el mejor medio de gobernar los pueblos de nuestra raza lo da el
ánimo perverso de quienes la explotan y oprimen?”.[226]
Pino
Suárez fue el que se atrevió a darle la noticia del asesinato de su hermano
Gustavo. Ángela Madero le contó a Carolina Villarreal, la esposa de Gustavo, la
manera en que Francisco Ignacio asumió la muerte de su hermano:
“Le
afectó tanto a Pancho que estaba como un niño llore y llore. A mamá se le hincó
muchas veces pidiéndole perdón porque decía que él era el causante de la muerte
de Gustavo y que él y nosotros veíamos claro, que sólo él tenía una venda en
los ojos que le hizo cometer errores. Cómo sufrió el pobrecito con estos
pensamientos, y solo, sin ver a ninguno de los suyos más que una hora a mamá y
Meche. Mamá lo bendijo y decía Pancho que sentía un inmenso consuelo, que le
quitaba un peso enorme. Al día siguiente era asesinado. Cometió errores de
buena intención. Tal vez serían los designios de Dios. Ya veremos qué fruto nos
manda por la sangre de esos mártires”.[227]
La
reunión con la mamá se efectuó el 21 de febrero, no mucho después de haberse
enterado de la muerte de Gustavo. Al día siguiente en la noche, Madero y Pino
Suárez fueron asesinados por órdenes del general Victoriano Huerta. Al ser consultado sobre el destino de Madero,
Henry Lane Wilson, le dijo a Huerta “que debía hacer lo que considerara mejor
para el país”.[228]
Con ello le dio su apoyo para que hiciera cualquier cosa, incluido el
asesinato.
El 22 de febrero alrededor de las
diez y media de la noche llegaron a Palacio Nacional el mayor Francisco
Cárdenas, el cabo de rurales Rafael Pimienta y otros con el pretexto de
trasladar al Presidente y al vicepresidente a la penitenciaría. Al llegar en
dos coches a su destino, en vez de detenerse en la puerta principal se
siguieron de frente. No hubo un simulacro de rescate de presos como se había
planeado, pero sí encontraron a un grupo de gendarmes al mando de Cecilio Ocón
que le pidió al Presidente Madero que bajara del auto y al hacerlo el mayor
Cárdenas le disparó en la cabeza. Casi al mismo tiempo alguien más disparó
contra Pino Suárez.[229]
La autopsia reveló dos balazos en el cráneo del Presidente; y la del
vicepresidente: tres balazos en la cabeza y cinco en el cuerpo. Ambos
recibieron todos los balazos por la espalda.
La versión oficial del asesinato fue
que el convoy oficial que trasladaba al Presidente y al vicepresidente había
sido atacado por una partida de maderistas y ello había provocado un fuego cruzado
en el que murieron Madero y Pino Suárez. El nuevo gobierno culpó a los
maderistas de la muerte de su Presidente: quiso ocultar su autoría del crimen
con el engaño; no se sintió con la fuerza suficiente para mostrar abiertamente
lo que podía hacer con sus enemigos y con los mexicanos.
Las
autoridades entregaron los cadáveres a las familias hasta el día 24, con instrucciones expresas de que no se
abrieran los ataúdes sellados, pero doña Sara Pérez de Madero ordenó abrir el
féretro antes de inhumarlo, para colocar un crucifijo sobre el pecho de su
marido.[230]
Conclusión:
la experiencia espiritual de Madero
La relación con Dios y la misión de su vida
Como ya vimos en Cada frontera No.28, Madero entendió la
vida humana en general y la suya en particular como “un medio de perfeccionarse
y acercarse a Dios”. Desde esa perspectiva le hubiera gustado que lo
valoráramos: ¿Qué tanto logró superarse? ¿Qué tanto logró unirse a Dios?[231]
Pero
esas, en realidad, no son dos preguntas sino dos aspectos de la misma cuestión.
Un aspecto se fija especialmente en el ser humano y el otro en Dios. El
perfeccionamiento y la unión se refieren a la relación del hombre con Dios. El
que se une más a Dios se perfecciona y el que se perfecciona se une más a Dios.
En este sentido podría reformularse la primera frase: la vida humana es una
forma de relacionarse con Dios; y el hombre que se supera a sí mismo es el que
logra una mejor relación con Dios.
Dios, para Madero, es la “fuente
única de todo amor, de todo bien, de toda fuerza, de todos los seres, de todas
las cosas”.[232] De él venimos y a él
vamos: "Cualquier camino que el hombre recorra es mi camino: no importa
donde camine, va hacia mí".[233]
Estamos
unidos a Él, pero no necesariamente nos damos cuenta de ello. Podemos vivir
como si estuviéramos separados de Él, podemos vivir en una simulación y creer
en nuestra desvinculación de todas las cosas; podemos creer en nuestra soledad
y sufrir las consecuencias de nuestra creencia.
El lugar de cada hombre en el
Espacio y en la Tierra varía de acuerdo a la conciencia de sus vínculos con
todo lo demás (con Dios) y a su actuar en conformidad o no, con esa conciencia.
En cada encarnación y después de ella, como resultado de sus acciones y sus
logros (karma), el espíritu se va ubicando en una nueva posición. ¿Qué tan
consciente soy de mis vínculos y qué hago con ellos? Son las preguntas que
podría hacerse cada ser humano desde la perspectiva de Madero.
Como ya vimos en Cada frontera 29-31, la conciencia que
tenía Francisco de sus vínculos y su misión se la comunicó a su papá en la
carta del 20 enero de 1909:
“Es
bueno que sepas que entre los espíritus que pueblan el espacio existe una
porción que se preocupa grandemente por la evolución de la humanidad, por su
progreso, y cada vez que se prepara algún acontecimiento de importancia en
cualquier parte del globo, encarna gran
número de ellos, a fin de llevarlo adelante, a fin de salvar a tal o cual
pueblo del yugo de la tiranía, del fanatismo, y darle la libertad, que es el medio más poderoso de que los pueblos
progresen [...] Todo está listo ya; por medio de una paciente labor he
logrado desarrollar las fuerzas de mi espíritu a fin de no flaquear en el
momento supremo. Entre otras, he desarrollado la facilidad de recibir la
inspiración por medio de la mediumnidad. Gracias a esto he logrado escribir un
libro que hará aliarse (unirse) a mí,
todos los que hayan venido a este mundo con la idea preconcebida de luchar,
a todos los valientes soldados de la libertad que dejan su quieta mansión en el
espacio, por venir a este mundo a impulsarlo, a libertar a millares de seres, a
facilitar su evolución, a cumplir en esto con los designios Providenciales, a
obrar de acuerdo con el Plan Divino”.[234]
Podemos ver en esa
carta que Madero pensaba que su misión en la vida era dirigir la lucha contra
la tiranía en México y realizarla junto con otros espíritus que también habían encarnado con el propósito de lograr
la libertad del pueblo mexicano. Pensaba que en esa lucha debería
mantenerse vinculado y bien comunicado con espíritus no encarnados que también
estarían colaborando para la consecución del objetivo. Sabía además que en ese
año 1909 y los siguientes se pondrían a prueba las fuerzas de su espíritu que
había desarrollado en los 36 años de vida que llevaba.
La liberación de las ataduras y de la impotencia
Para Madero, la
libertad es fundamental porque se refiere al gobierno de la vida. ¿Quién o qué
gobierna mi vida? ¿El dinero que quiero obtener? ¿El poder que quiero ejercer?
¿El conocimiento que quiero desarrollar? ¿La belleza que quiero crear? ¿Las
diversiones y los placeres que quiero experimentar? ¿El sexo? ¿La comida? ¿Las
drogas? ¿La pereza? ¿Gobierna mi vida mi familia o mi esposa o mis hijos o mis
padres o mis amigos o mi trabajo? ¿Qué tan libre soy respecto a todos ellos?
¿Soy yo el que decide qué hacer o son ellos? La idea que tiene Madero es que ser
libre (en el grado máximo) es ser gobernado por Dios y por nada ni nadie
más. En este sentido, para ser libre el ser humano necesita liberarse de
las otras ataduras que lo sujetan y gobiernan; liberado de ellas puede vivir de
acuerdo con el Plan Divino, si así lo decide. Se trata de que el ser humano, a
lo largo de su vida, vaya liberándose de sus ataduras y sea cada vez más dueño
de sí mismo. De esta manera podrá disponer de sí y obrar como Dios quiere. A
ese gran logro, Madero le llamaba también: subordinar la materia al espíritu.
En este sentido entendió también la
lucha por la libertad del pueblo mexicano: se trataba de que el pueblo
adquiriera el poder de elegir a sus gobernantes. Eso era una parte muy importante
de la elección de su modo de vida, porque el gobierno de un país da forma al
modo de vida de los ciudadanos. Por ejemplo, la dictadura, para existir,
necesitaba reducir a la impotencia a la mayoría de los mexicanos. Y las
consecuencias del despojo del poder de los ciudadanos se describen muy bien en
las Memorias de Victoriano Huerta:
“He dicho que no había hombres en México y es la verdad: el señor general Díaz
se había encargado de castrar a todos los hombres, de corromper a todo el que
tenía alguna idea, a todo el que podía sobresalir un palmo de la , es decir, de la abyección y la ignominia”.[235]
El modo de vida democrático, en cambio, requiere del desarrollo del poder de
los ciudadanos como individuos y como miembros de toda clase de grupos.
Requiere el desarrollo de la capacidad de pensar, de hablar y de realizar
proyectos en común. Poder elegir a los gobernantes es parte del poder de elegir
un modo de vida, de gobernar la propia vida.
Madero, dentro de la dictadura, no
adquirió la estatura obligatoria de la abyección y la ignominia, más bien
creció en sentido contrario: empleó varios años de su vida en ir quitando sus
ataduras y liberando su espíritu para ponerlo a disposición de la voluntad de
Dios. La medida que usó para detectar qué tanto había desatado a su espíritu y
qué tanto disponía de sí mismo, fue comprobar el grado en que su ser y su hacer
se subordinaban a la lucha por el triunfo de la libertad en México. Esa subordinación
lo hizo más fuerte y lo hizo cumplir con la medida que se puso. Esa fuerza que generó con su liberación se
puede percibir en muchos aspectos de su vida:
No cualquiera tiene la fuerza y la
fe para formar un partido político nacional, y menos aún, en el lapso de un
año, como lo hizo Francisco.
No
cualquiera tiene la fuerza y la fe para enfrentar al dictador y posicionar a su
partido como el más importante y decisivo de la sucesión presidencial. Hasta
Ramón Prida, político porfirista y periodista, reconoció el valor de Francisco
en esa coyuntura política de 1909-1910: “Era el único refugio, la única
esperanza, el único hombre que se erguía en medio de tantos hombres
arrodillados y la Nación resueltamente volvió la cara y se entregó por completo
al señor Madero”.[236]
No
cualquiera tiene la fuerza y la fe para desprenderse de toda la riqueza
acumulada durante 16 años (600 mil pesos en su caso) e invertirla en una obra
que beneficiaría a otros. Cuando asumió la Presidencia ya había gastado todo su
dinero en la campaña electoral y en la revolución; y cuando murió no tenía ni
bienes ni dinero qué heredar.[237]
No
cualquiera tiene la fuerza y la fe para competir electoralmente con un dictador
que lleva 30 años en el poder y que controla “el garrote” de la represión, el
sistema electoral y todos los mecanismos de la votación.
No
cualquiera tiene la fuerza y la fe para convocar a una revolución armada y
recibir una respuesta rápida y efectiva de miles de seguidores que estuvieron
dispuestos a arriesgar su vida y a matar por la tierra y la libertad.
No
cualquiera tiene la fuerza y la fe para combatir el militarismo que él mismo
había desatado, tanto revolucionario como conservador, poniendo así en riesgo
total el gobierno que había conquistado con una aplastante victoria electoral.
El Reino de Dios
Madero siempre tuvo
claro el sentido de sus acciones. Sabía cuál era la meta última y cómo el gran
número de metas intermedias se relacionaban unas con otras de manera coherente.
Nunca se puso una meta que fuera imposible lograr. Siempre se puso metas muy
difíciles, pero realistas.
En
su lucha por la libertad, aunque sabía que la meta última es la instauración
del Reino de Dios (que cada ser humano viva consciente y voluntariamente el
gobierno de Dios en su vida) no convocó a los mexicanos a pasar de la dictadura
de Porfirio Díaz al Reino de Dios. La distancia entre los dos puntos era
demasiado grande como para esperar llegar ahí de un salto. Ni siquiera pensaba
que eso fuera posible para un individuo común, menos para un país. Él mismo,
con su creencia en la reencarnación, pensaba que eran necesarias varias vidas
para que un ser humano pudiera liberarse de todas las ataduras que le impiden
convertir su ser en el Reino de Dios, de manera consciente y voluntaria.
Dentro
de este contexto se entienden muy bien las palabras del espíritu llamado José.
Al reconocer el paso más importante que dio Madero en su proceso de liberación,
le dijo que había entrado ya al grupo de los que militan “bajo las gloriosas
banderas de Jesús de Nazareth, de los que siempre han luchado, de los que han
derramado sobre el mundo su amor, sus conocimientos, su sangre si ha sido
necesario, para apresurar el reino de
Dios, el reino de la justicia y del amor”.[238]
Francisco
avanzó con firmeza de una meta a otra. Primero luchó para que el pueblo y no el
gobernador fuera el que decidiera quién sería el presidente municipal de San
Pedro de las Colonias; después luchó para que el pueblo y no el Presidente fuera
el que decidiera quién sería el gobernador de Coahuila; después luchó para que
el pueblo y no el Presidente fuera el que decidiera quién sería el
vicepresidente de la República. En seguida luchó para que el pueblo fuera el
que decidiera quién sería el Presidente de la República y de ahí todos los
demás puestos de elección popular. Él iba paso a paso tanto en su aprendizaje
como en el logro de las metas políticas que iba alcanzando junto con sus
compatriotas. Y todo eso lo entendía como una pequeña parte del largo camino
hacia el reino de Dios.
La libertad como conquista y como regalo
El centro de su
tarea fue la libertad, por eso incluso a Porfirio Díaz le dio la opción de
transitar pacíficamente a la democracia, presionándolo en los términos que él
podía entender y aceptar, pero el general desechó la alternativa que se le
ofrecía.
Francisco
también le dio la oportunidad a todos los que habían sido beneficiados en el
porfiriato de una manera arbitraria (la mayoría de hacendados y empresarios
grandes) para que optaran por un comportamiento más justo, equitativo e
incluyente. Lo único que tenían que hacer era reconocer y aceptar pacíficamente
el nuevo poder de los anteriormente excluidos, el poder de los de abajo.
Rechazaron esa opción porque creyeron que su fuerza era suficiente para acabar
con el movimiento popular. Ceder algo les pareció que era un mensaje
innecesario de debilidad y saldría muy caro. Pero les falló el cálculo,
rechazar la opción que les presentó Madero los llevó a perder mucho más dinero
y poder de lo que habían imaginado en sus pesadillas. Sabotearon y rechazaron
al que les presentó una solución viable y como resultado el país se hundió en
un profundo caos
Madero también le
dio la oportunidad al ejército porfirista de convertirse en un ejército
republicano e institucional, pero unos cuantos generales ofuscados y sin visión
nacional, en alianza con el embajador de Estados Unidos, impidieron que se
realizara esta opción. La consecuencia de ello fue que el ejército porfirista
quedó destruido un año después. Los viejos oficiales y soldados quedaron a la
deriva mendigando reconocimiento de antigüedad y de servicios. Muy pocos
lograron ese reconocimiento.
Con la destrucción de la
dictadura de Porfirio Díaz aumentó el poder de cada mexicano. Esa fue la gran
aportación de Madero. La dictadura eliminaba opciones
y generalmente le dejaba a la gente: la impotencia o la muerte. Después de la
revolución aumentaron las opciones y disminuyó la soledad y la impotencia. De Madero en adelante ningún gobierno pudo
prescindir del apoyo de las masas que se organizaban más y más con el paso del
tiempo.
Francisco
logró iniciar una redefinición de la identidad nacional. Vivió a México como
una apasionante construcción espiritual, pero no logró que los nuevos vínculos
entre los mexicanos fueran los de una unidad democrática: una unidad de hombres
libres.
Los
indios, los campesinos, los obreros, los pobres siguieron siendo considerados
como los adversarios a los que había que restringirles su libertad, controlar y
vencer. Los nuevos gobernantes pudieron lograr un buen control de los de abajo,
pero para ello tuvieron que hacer concesiones: repartir grandes extensiones de
tierra y modificar las condiciones y contratos de trabajo. Incluso se llegó a
expropiar y nacionalizar el petróleo como manera de hacer cumplir una resolución
legal a favor de los obreros petroleros en huelga.
Hoy
es necesaria una reconformación de la identidad nacional, una formación de
nuevos vínculos entre los mexicanos. Las formas de relación anteriores se
agotaron y se van rompiendo. La violencia generalizada que estamos viviendo
actualmente es una expresión de ello. Se tienen que descubrir las maneras
apropiadas de luchar por la libertad.
Las armas siguieron imponiéndose sobre los votos y a las
palabras
El militarismo que
desencadenó Madero con la revolución fue un problema que él no pudo superar,
pero tampoco lo pudieron resolver los Presidentes que le sucedieron. Fue tan
difícil de solucionar que sólo hasta 1935 dejó de ser un problema serio. Hasta
esa fecha la Presidencia de la República dependió de la decisión que tomara el
ejército. Las armas entraban en juego para conseguir la victoria. Ese año el
Presidente Lázaro Cárdenas expulsó del país a Plutarco Elías Calles, el “Jefe
Máximo” de México con el respaldo del ejército y de las organizaciones de obreros
y campesinos. La decisión y el apoyo del ejército fueron fundamentales en la
resolución del conflicto entre el Presidente y el “Jefe Máximo”.
El trayecto hacia la
institucionalización del presidencialismo y la no reelección, fue largo y
complicado.
Victoriano
Huerta acusó a Madero de ser un gobernante débil e incapaz de reestablecer la
paz y el orden. Lo apresó y asesinó para ocupar su lugar y mostrar que él era
el hombre fuerte que sí sabía gobernar como lo requería el país. Lo único que
logró fue generar una guerra civil y expandir la violencia a todo México. La
economía se desquició, el ejército quedó destruido y el poder se dispersó entre
un montón de cabecillas revolucionarios. El gobierno de Victoriano Huerta fue
la respuesta a los gritos que lanzaron contra Madero los intelectuales y la
“gente distinguida, elegante y decente”. Todos ellos se alegraron de que cayera
el “inepto” de Madero, pero el general Huerta que imaginaron en sus fantasías
nostálgicas terminó siendo un promotor del horror y el caos.
.El
reyista gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, días antes del cuartelazo
del general Bernardo Reyes y Félix Díaz, y seguramente en coordinación con
ellos, dispuso ilegalmente de tropas pagadas por la federación contraviniendo
órdenes expresas y tajantes del Presidente Madero. Él, se rebeló contra el
gobierno de Madero, pero el “azar” terminó permitiéndole que se apropiara de la
bandera de la legalidad. El reyista Carranza, sin pensarlo ni imaginarlo días
antes en su rebelión contra Madero, de repente se encontró en la muy
conveniente posición de desconocer al gobierno ilegítimo de Victoriano Huerta y
de convertirse en el “Primer Jefe” del ejército constitucionalista. De
conspirador y trasgresor de la ley pasó a ser el defensor de la Constitución.
Gracias
a su incapacidad política y a su voluntad de aferrarse irracionalmente al
poder, contribuyó decisivamente a que en vez de que la guerra civil terminara
en 1914, llegara a su fin en 1920 con su asesinato. Tuvo la pretensión de
prolongarse en el poder y de derrotar burocráticamente al invicto general
Obregón (al número uno del ejército revolucionario). Sucedió que los decretos
de escritorio de don Venustiano no pudieron derrotar a los cañones y
ametralladoras de Obregón.
Venustiano
Carranza nunca se tentó la cabeza ni el corazón para ordenar la muerte de
muchos adversarios (entre ellos los generales Emiliano Zapata y Felipe Ángeles).[239]
Eso no evitó que los militares acabaran con su gobierno y lo mataran. El montón
de fusilados no lo hizo más fuerte que Madero, los militares acabaron con él
aprovechando la oportunidad de la sucesión presidencial de 1920. Carranza quiso
imponer a un títere sin haber reconocido nunca que él había sido un títere útil
para los militares más importantes. Y se deshicieron de él cuando dejó de ser
útil y se imaginó como el titiritero.
Alvaro
Obregón quiso repetir la hazaña de don Porfirio. Al terminar su mandato, impuso
como Presidente a su amigo el general Plutarco Elías Calles (el equivalente al
general Manuel González en el caso de don Porfirio). Cuatro años después, Obregón,
atacando uno de los aspectos esenciales de la revolución maderista, cambió la
Constitución y se reeligió como Presidente. Pero no pudo tomar posesión de su
cargo, murió asesinado por el artista católico, León Toral, y quizás por varios
pistoleros más.
Plutarco
Elías Calles que ya había llegado a la Presidencia después de acabar con la
rebelión encabezada por su amigo, el ex-presidente Adolfo de la Huerta, se
prolongó en el poder como Jefe Máximo después de aplastar la rebelión del
general Escobar. Los presidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y
Abelardo Rodríguez tuvieron el poder nominal, el poder real lo tuvo Calles.
Madero
no pudo acabar con el militarismo a pesar de que empeñó en ello su vida y su
gobierno. La tragedia que se desató después de su asesinato mostró que valía la
pena arriesgarlo todo, incluso la Presidencia, con el fin de que la gente
conservara y aumentara el valor de su voto, de su palabra y de su organización
civil. En ese intento cometió varios errores, pero Estados Unidos se encargó de
hacer que esos errores fueran decisivos. Nadie más podía impedir la
rectificación en aquel momento. Sin Estados Unidos esos errores, muy
probablemente, se habrían corregido. Pero no se puede pensar a México sin
Estados Unidos. Su fuerza y sus intereses son un factor muy importante para la
determinación de lo que aquí sucede.
El problema espiritual de matar seres humanos
Madero siempre
responsabilizó a Porfirio Díaz de la revolución. Varias veces le advirtió que
su cerrazón política conduciría a una indeseable violencia. Convocó al
levantamiento armado porque le pareció la manera más oportuna y adecuada de
proteger a sus seguidores y de acabar con la dictadura.
Nada
era más ajeno a sus convicciones y a su manera de ser que matar, por eso uno
esperaría encontrar una reflexión más profunda y detallada sobre la manera en
que resolvió ese conflicto tan importante. Pero, no lo hizo. Al parecer
consideró que en la situación imperante con don Porfirio era suficiente el
objetivo de la libertad y de la democracia, para justificar la rebelión armada.
Antes
de participar en los combates de Chihuahua meditó mucho en el Bhagavad gita. Y uno podría imaginar que
leyó ese libro porque se identificó con el príncipe Arjuna que se negaba a
participar en una batalla contra sus parientes. Matar a cualquiera de ellos le
parecía un crimen imperdonable. Krishna tuvo que intervenir y convencerlo para
que cumpliera con sus deberes de guerrero. Para ello minimizó el hecho de la
muerte y explicó que el espíritu de cada hombre es indestructible: “Como el
hombre deja los vestidos viejos para tomar otros nuevos, así el espíritu
abandona los cuerpos viejos y se interna en los nuevos. Ni le hieren las armas,
ni le quema el fuego, ni le mojan las aguas, ni le marchitan los vientos,
invulnerable es”.[240]
Pero
Madero no leyó ese libro por identificarse con el debate moral de Arjuna ni
justificó como Krishna los muertos que producirá la guerra. Francisco más bien
orientó su interpretación de ese episodio del Gita en función de la lucha de la
naturaleza superior del hombre contra su naturaleza inferior. Y sólo cuando
llegó al capítulo quinto escribió algo explícitamente relacionado con la
revolución a la que había convocado y en la que participaría activamente:
“Renuncia de las obras. Krishna dice que aunque por ese medio se llega
también a la suprema bienaventuranza, es preferible el yoga por medio de la
acción.
(versículo 10). Ejemplo: un hombre va a la guerra en cumplimiento de un deber
sagrado, cuando se trata de alguna lucha justa y necesaria, no es culpable
porque en ella mate a alguien”[241]
Eso es todo,
después ya no vuelve a referirse al hecho de matar en la guerra. Sin embargo,
el asunto no estaba resuelto. Todo mundo se dio cuenta que Madero evitó matar
todas las veces que pudo hacerlo. Basta observar su comportamiento en la
revolución y en las sublevaciones militares posteriores, para concluir que, en
la práctica, cada muerte lo perturbaba y sólo imaginarla saliendo de su cabeza
y de sus manos, le provocaba repulsión. Esto sugiere que los muertos de la
revolución fueron un conflicto no resuelto.
El Partido Católico Nacional como fruto indirecto de la
revolución maderista
Los liberales
excluyeron a la Iglesia Católica de la política porque la derrotaron en la
Guerra de la Reforma y en la Guerra contra la Intervención Francesa. La
identificaron como una institución que se oponía a la independencia, a la
soberanía nacional y al desarrollo del mercado interno. Con la dictadura de
Porfirio Díaz, sin embargo, la Iglesia llegó a una coexistencia pacífica con el
gobierno.
Por
su lado, la revolución maderista
estimuló a los católicos para que buscaran y encontraran el lugar que querían
ocupar en el México del siglo XX. Los católicos de entonces también
tuvieron la oportunidad de ejercer su libertad en nuevas condiciones y con
nuevas opciones, pero, al parecer, se equivocaron de nuevo en su quehacer.
Uno de los errores que cometieron
fue fundar un partido con el nombre católico porque generó un severo problema
de identidad. La existencia del Partido Católico Nacional, por sí mismo y de
manera injustificada, descalificaba a muchísimos católicos que pertenecían a
otros partidos. Además, al adoptar el nombre de “católico”, hacía creer a toda
la gente que la postura del partido ante un problema determinado era la postura
de todos los católicos. Pero la realidad no era así.
El principal promotor del Partido
Católico fue el arzobispo de México, José Mora y del Río. Unos cuantos
arzobispos y obispos de la región centro lo apoyaron en la creación de la
organización, pero la mayoría de los
obispos no apoyaron al partido. Eso mostró que el partido no era el partido
de los católicos sino de algunos católicos. Ese simple hecho debió ser
suficiente para que el partido no adoptara el nombre de “católico”.[242]
El
apoyo desigual de los obispos se tradujo en la cantidad de votos que el partido
ganó en las diferentes regiones. En el norte y el sur del país, donde los
obispos no apoyaron, el Partido Católico no ganó ni diputaciones ni
gubernaturas, en la región centro-occidente tuvo muchos votos.
Como el Partido Católico se opuso a
la política electoral y social de Madero se llegó a la conclusión de que los
católicos estaban en contra de Madero, pero en realidad la mayoría lo apoyó.
Un error complementario y que siguió
la misma lógica que el anterior fue la existencia de “periódicos católicos”. “El País. Periódico Católico” (ese era su
nombre completo) fue notable por su oposición al gobierno de Madero al que
difamó con lo que pudo. Esa identificación injusta de las opiniones de un
periódico con las opiniones de “los católicos” no le vino nada bien a los
católicos.
Parte del absurdo del uso de la
palabra “católico” fue que El País.
Periódico Católico se negó a ser vocero del Partido Católico. ¿Cuál de los
dos representaba entonces a los católicos? De hecho ni el partido, ni el
periódico representaban a la mayoría de los católicos, pero los no católicos
creyeron que sí los representaba.
El
arzobispo de México y los dirigentes del Partido Católico se opusieron a Madero
y apoyaron al general Huerta. Combatieron al que les había dado una nueva
libertad y respaldaron al que los llevó a la ruina. Huerta terminó por suprimir
al partido y a la prensa católica, porque su política era incompatible con la
libertad de palabra y con la libertad de asociación. Esos católicos rompieron
con Huerta, pero demasiado tarde, ya no les sirvió de gran cosa porque, de
manera complementaria, de principio a fin fueron enemigos de los
constitucionalistas. Así que cuando los constitucionalistas derrotaron al
gobierno de Huerta, todos los arzobispos y muchos obispos abandonaron México
por temor a las represalias.
El
historiador Luis Medina Ascencio S.J. calcula que unos 300 miembros prominentes
del clero dejaron el país a mediados de 1914. Percibieron que con los nuevos
revolucionarios México ya no era un lugar seguro para ellos. La política que
instrumentaron con Madero y Huerta los llevó a quedarse sin lugar.[243]
El
enfrentamiento de la jerarquía eclesiástica contra el nuevo gobierno adquirió
un nuevo carácter cuando se opuso abiertamente a la Constitución Mexicana de
1917, oposición que culminó con la Guerra Cristera de 1926-1929. Pero con esa
guerra no ganaron nada: no se modificaron los artículos de la Constitución que
rechazaban y se les prohibió intervenir en la política nacional.
El
papel de la Iglesia Católica en la vida nacional fue y sigue siendo un asunto
muy polémico. La manera en que la Iglesia ha unido espiritualidad y política ha
generado mucha oposición o, si se prefiere, poco consenso.
El grado en que Francisco cumplió con los espíritus
Francisco I. Madero
siguió en contacto con los espíritus, pero ya no por escrito, sino mentalmente.
Los espíritus no quisieron que Francisco escribiera los comunicados
relacionados con la política (que probablemente abundaron de 1909 en adelante)
y pensaron que la comunicación de mente a mente era más rápida y efectiva.
Podemos suponer que Madero siguió
utilizando el criterio de aceptar sólo aquellos comunicados que le parecieran
convincentes y racionales. También podemos imaginar que la comunicación entre
ellos pudo suspenderse a veces, como sucedió anteriormente, por falta de
sintonía: debida a tensiones, cansancio o mala disposición.
Si comparamos lo que acordó con los
espíritus de Raúl y José con lo que sucedió después, vemos que se cumplió lo
esencial: Madero se convirtió en el líder de la lucha contra la dictadura y
pudo vencer a Porfirio Díaz e inaugurar una nueva era política y social para
México.
Hubo cosas que los espíritus le
dijeron y no sucedieron, como el hecho de que su Manual Espírita sería un éxito editorial semejante al que tendría
con el libro de La sucesión presidencial.
Hay otros comunicados que hacen
pensar que no sucedió lo que querían los espíritus porque Madero no cumplió con
su parte. Por ejemplo, después de que Madero supuestamente ya había logrado la
subordinación de la materia a su espíritu, que ya había logrado liberarse de
ataduras importantes, el espíritu de Raúl le aseguró que reencarnaría como su
segundo hijo. Pero el requisito era esa victoria sobre la materia que después
se puso en duda y después se señaló como obtenida con retraso. El caso es que
Madero murió sin haber tenido hijos.
Esa victoria del espíritu de Madero,
sin retrasos y a tiempo, estaba relacionada con la paternidad y con el tamaño
del triunfo contra la dictadura. José le había advertido:
“Ya
sabes, tus retardos, tus faltas, no
te desviarán de la misión que tienes que cumplir, pero harán que el éxito sea inmensamente menor, pues lo que hagas en este
año, será la base de tu destino, será la base sobre la cual descansará tu obra,
y la que le dé su colorido definitivo.
[...] En caso de que tu esfuerzo no
sea tan vigoroso y tan bien dirigido, también
recogerás una corona, pero será la de espinas, la de los mártires, la de
aquellos que lucharon con un enemigo que no pudieron vencer, pero que siquiera
tuvieron la dicha de derramar su sangre por el triunfo de su causa”.[244]
En esos diálogos de
1907 se suponía que el triunfo de Madero sería vigoroso y por eso viviría más
años de los que vivió y que si no sucedió así, al parecer, fue por faltas y
retardos que no fueron especificados.
Obviamente Madero sí cumplió
con la misión que se especifica en los comunicados de los espíritus. Lo que queda medio indefinido fue el grado de su cumplimiento. Porque
la muerte de Francisco se puede interpretar desde la mencionada advertencia de
José acerca de que las faltas y retrasos de Francisco lo llevarían a tener una
corona de espinas o desde el comunicado de Raúl en el que le dice: “tendrás
siempre a mano el último recurso; el de morir valientemente por tu causa, el de
regar con tu sangre el eterno árbol de
la libertad”.[245]
[1] Inicia su participación
política en octubre de 1904 en las elecciones municipales de San Pedro de las
Colonias, Coahuila, y termina con su asesinato político en febrero de 1913.
[2] Alfonso Taracena, Francisco I. Madero,Editorial Porrúa,
México (Sepan Cuantos No.232), 1973, p.22
[3] Ibid. p.25
[4] Ibid. p.27
[5] Stanley R.
Ross, Francisco I. Madero. Apóstol
de la democracia mexicana,
Biografías Gandeza, México, 1959, pp.45-46
[6] Recordemos que el secretario
de Gobernación y vicepresidente Ramón Corral, era hombre de Yves Limantour,
secretario de Hacienda, y el político más influyente en las dos últimas décadas
del porfiriato.
[8] Madero, Epistolario (1900-1909), Ediciones de la Secretaría de Hacienda,
México, 1963, Op.Cit. p.147
[9] Juan Sánchez Azcona et al, Tres revolucionarios, tres testimonios. Tomo
I. Madero. Villa, Editorial Offset,
México (Colección biografía), 1986, p .33
[10] Francisco Vázquez Gómez, Memorias Políticas 1909-1913, Universidad Iberoamericana, Ediciones El
Caballito, México, 1933 (1ª ed.), p. 57
[11] Francisco
I. Madero, La sucesión presidencial en
1910, Editorial Offset, México, 1985, pp.314-315
[13] Esta idea queda muy clara en la
correspondencia de Madero del primer semestre de 1909. Véase Francisco I
Madero, Epistolario (1900-1909),
Ediciones de la Secretaría de Hacienda, México, 1963.
[15] Ibid. p. 356
[16] Véase,
Taracena, Op.Cit. p.87 (ahí dice también que Iglesias C. no quería alterar su
tranquilidad)
[17] Vázquez Gómez, Op.Cit. p.20
[18] Roque Estrada, La revolución y Francisco I Madero,
Talleres de la Imprenta Americana, Guadalajara, 1912, p.91
[20] Alfonso Taracena, La verdadera revolución Mexicana, Primera
Etapa (1901 a 1913), Editorial Jus, México, 1960, p. 96
[23] Moisés Hernández Molina, Los Partidos Políticos en México, 1892-1913,
Editorial José M. Cajica, Puebla, 1970, pp.164-165
[25] Ibid. p.91
[26]
Cumberland, Op.Cit. p.83
[27] Gabriella de Beer, Luis Cabrera. Un intelectual en la
Revolución Mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p. 47
[28]
Ross, Op.Cit. p. 76
[29]
Ibid. p.77
[30] Alfonso Reyes, Oración del 9 de febrero, Editorial Era,
México, 1963, p.13
[32] Véase, Luis Barrón, Carranza. El último reformista porfiriano,
Tusquets Editores, México, 2009, p.90
[33] Madero, Epistolario, Op.Cit. p. 421
[34] Una muestra del servilismo
de don Venustiano con Porfirio Díaz es la carta que le escribió el 25 de marzo
de 1909 a propósito de las actividades de Francisco I. Madero: “Con mi carácter
de representante de los intereses del Estado de Coahuila en la importante
cuestión que ahora se ventila en el Ministerio de Fomento, sobre el reparto del
las aguas del río Nazas … he arreglado
entre los rivereños que se le retire la representación que en él tiene el señor
Francisco I. Madero, quien pudiera aprovechar esta circunstancia para agregar
un nuevo elemento en la campaña que contra el Gobierno de Usted tiene
emprendida y que se ha hecho pública por su libro titulado La Sucesión Presidencial. Espero que esta labor será de la
respetable aprobación de usted, a la vez que servirá de prueba de mi invariable adhesión a la buena marcha de su
Gobierno, hoy criticada por persona
de ninguna significación política”.
Véase, Taracena, La Verdadera Revolución,
Op.Cit. p.74 Hay que tomar en cuenta que en marzo don Venustiano ya había recibido
el apoyo de Madero y se suponía que eran aliados políticos.
[35] Alfonso Junco, Carranza y los orígenes de su rebelión, Editorial
Jus, Méjico, 1935 (2ª Ed. 1955), p.223
[36] Francisco I. Madero, Epistolario, Op.Cit. p. 298
[39] Adrián Aguirre Benavides, Madero Inmaculado. Historia de la revolución
de 1910, Editorial Diana, México, 1962, p.359
[43] Véase María Elena Sodi de
Pallares, Teodoro A. Dehesa. Una época un
hombre, Editorial Citlaltepetl, México, 1959, p. 178. Ahí se relata que
Madero le preguntó si aceptaría que el Partido Antirreeleccionista lo
propusiera como candidato a la vicepresidencia siendo Porfirio Díaz el
candidato a la Presidencia. Fue en esa reunión cuando Dehesa se interesó en
concertar la reunión Díaz-Madero que se efectuó el 16 de abril, cuando ya Madero
era el candidato presidencial.
[44] Francisco I. Madero, Epistolario (1910), Ediciones de la
Secretaría de Hacienda, México, 1966, p.55
[45] El texto es
un extracto de una carta a su madre, la señora Mercedes González de Madero, el
18 de abril de 1910 y aparece en el Epistolario
(1910), Op.Cit. p.123. La referencia a la orden de aprehensión contra
Madero es por robo de guayule. Debía ejecutarse el 17 de abril, pero el
licenciado Adrián Aguirre Benavides logró comunicar a tiempo las resoluciones
judiciales que demostraban la inocencia de Madero y por intervención de
Limantour quedó sin efecto esa orden de aprehensión. Madero pudo así
presentarse en la convención el 17 de abril y pronunciar su discurso de
aceptación. Existen otras versiones de por qué esta orden de aprehensión no se
ejecutó. Unos la atribuyen a la intervención del general Félix Díaz.
[49] En ese contexto represivo,
el presidente del Partido Nacional Antirreleeccionista, Lic. Emilio Vázquez
Gómez volvió a expresar públicamente su apoyo a la reelección de Porfirio Díaz,
para indignación de todos los clubes políticos del partido. Madero intervino
para dejar en claro que esa era la opinión personalísima del Lic. Vázquez, no
la de él ni la del partido. Ibid. p. 29
[53] Madero, Epistolario (1910), Op.Cit. p. 243
[55] Véase,
Jesús Luna, La carrera pública de don
Ramón Corral, Secretaría de Educación Pública, México (SepSetentas No.187),
1975, pp.148-149. Hay referencia a más Estados, pero en todos los casos la
información es sobre las distintas formas en que se realizó el fraude
electoral.
[56] Véase,
Federico González Garza, La Revolución
Mexicana. Mi contribución político-literaria, A. del Bosque Impresor,
México, 1936, p.160
[57] http://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_federales_de_M%C3%A9xico_de_1910
.
Hay que tomar en cuenta que cada voto electoral representaba el voto de 500
ciudadanos. O sea, cada una de esas cifras tiene que multiplicarse por 500 para
obtener el total de la votación ciudadana.
[59] Ross,
Op.Cit. p.109
[60]
Cumberland, Op.Cit. p.137
[62] Jesús Silva Herzog, De la historia de México 1810-1938,
documentos fundamentales, ensayos y opiniones, Siglo XXI, México, 1980,
pp.170-176
[63] Los datos
sobre Cortés y la cita de Fernando de Alva están tomados de J.M.G.Le Clézio, El sueño mexicano o el pensamiento
interrumpido, Fondo de Cultura Económica, México (Colección Popular
No.466), 1992, pp. 14 y 57
[65] Incluso Porfirio Díaz y sus rebeldes tardaron más de diez meses en
derrocar al Presidente Sebastián Lerdo de Tejada en 1876 por la debilidad de
unos y otros. En este sentido, el papá de Limantour le escribió a su hijo
el 15 de junio de 1876 comentándole la Revolución de Tuxtepec: “La revolución
sigue igual. Se piensa que durará largo tiempo pues el gobierno no tiene
suficiente fuerza para destruir a los pronunciados y estos, por su lado, no
cuentan con los recursos para derrocar
al gobierno”, véase Alfonso de Maria y Campos “Porfirianos prominentes:
orígenes y años de juventud de ocho integrantes del grupo de los científicos,
1846-1876” en: Historia Mexicana,
Vol.XXXIV, num.4, abril-junio, 1985, p.640
[66] Roque
Estrada expone una descripción detallada de ese primer gran fracaso militar de
Madero en las pp. 334-342 de su libro ya citado anteriormente.
[68] Madero no lo dijo, pero me
parece significativo que convocara a la rebelión el 20 de noviembre, justo el
mismo día en que el Presidente Lerdo de Tejada abandonó la ciudad de México al
saberse derrotado por los partidarios del general Díaz. De esta manera, sobre
el aniversario de la victoria de Porfirio se instaló el aniversario del inicio
de su derrota. El día 20 de noviembre cambió de significado.
[69] Se puede encontrar información sobre la vida y hechos
de don Abraham González Casavantes en: http://www.tamaulipasenlinea.com/newsmanager/templates/nota.aspx?articleid=43121&zoneid=7;
http://www.eldiariodechihuahua.com.mx/notas.php?IDNOTA=190791&IDSECCION=P%E1ginas%20de%20la%20Historia&IDREPORTERO=De%20la%20Redacci%F3n;
y es.wikipedia.org/.../Abraham_González_Casavantes;
[70] Michael C. Meyer, Pascual Orozco y la Revolución, UNAM, México, 1984, p.23
[71] Roque Estrada, Op.Cit.
p.328 dice que Madero le dio a A.González cinco mil pesos para la revolución.
[72] Silvestre Terrazas, El verdadero Pancho Villa, Ediciones
Era, México, 1985, pp. 21-22
[73] Michael C. Meyer, Pascual Orozco y la Revolución, UNAM,
México, 1984, pp.29-32
[75] Ibid. pp.
167-168. Katz escribe que Villa fue elegido como jefe militar por los
participantes en una junta del Partido Antirreeleccionista, la madrugada del 20
de noviembre en el rancho La Cueva Pinta, en las montañas de la sierra Azul,
Friederich Katz, Pancho Villa, Editorial
Era, México, 1998, p.83
[79] Ibid. p.
351
[80] Bulnes,
Op.Cit. p.398
[82]
Ibid. p.319
[83]
Beals, Op.Cit. p. 449
[84] Friedrich Katz, De Díaz a Madero. Orígenes y
estallido de la Revolución Mexicana, Ediciones Era, México, 2004, p. 68
[86] Katz, Pancho Villa, Op.Cit. p.101
[87] Carta citada por Katz, Pancho Villa, Op.Cit. p.107
[88] Los 300 hombres mal
armados que habían atacado esa ciudad industrial de 15 mil habitantes,
dirigidos por el operario de tranvías José Agustín Castro, fueron perseguidos
por tropas federales de Torreón y tras refugiarse en la sierra se dispersaron.
Véase: Pedro Salmerón Sanginés, “Benjamín Argumedo y los colorados de La
Laguna”, en: http://www.iih.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc28/334.html.
[91] Francisco I. Madero,
“Pensamientos para el trabajo sobre el Bhagavad Gita”, en: La revolución espiritual de Madero. Documentos inéditos y poco
conocidos, Gobierno del Estado de Quintana Roo, México, 2000, pp.435 y 440
[92] Ibid. p.420
[94] Ibid.
p.116
[95] Véase,
Cumberland, Op.Cit. p.155; Ross, Op.Cit. pp.143-144; Meyer, Op.Cit. p.41
[97] Véase Taracena, La
verdadera... Op.Cit. p.127. Estas cifras, más que nada, nos muestran la
creencia de Madero acerca de sus fuerzas militares, basada en los informes que
le llegaban, pero hay que tomar en cuenta que al finalizar la revolución, en
Sonora, por ejemplo, no alcanzaron a llegar a 2,000 los alzados y Madero está
calculando 4,000. En el sitio a Ciudad Juárez utilizó a 2,500 combatientes y es
dudoso que otros 2,500 anduvieran desparramados por Chihuahua aunque no sea una
cifra descartable.
[98] Véase a Jesús Vargas Valdés, “El
general Pascual Orozco (Parte II)” en: La fragua de los tiempos No.836, 18 de
octubre de 2009. http://www2.uacj.mx/uehs/Publicaciones/Fragua%20836.pdf.
[99] A los magonistas se les
identificaba porque en su sombrero llevaban un listón blanco que decía: “TIERRA
y JUSTICIA”. Este desarme se realizó el 15 de abril de 1911.
[100] Katz, Pancho Villa, Op.Cit.
p.125. La información sobre la reorganización del Ejército Libertador también
está tomada de este libro.
[101] Toda esta información sobre
Villa está tomada de la biografía citada de Katz en las pp.100, 122 y 123.
[103] Carta de Limantour a Díaz, París,
5 de diciembre de 1910, Archivo de Porfirio Díaz, leg. 36
[104] Ibid. p.41
[105] Beals,
Op.Cit. p.459
[106] Para la situación de don
Porfirio y su ejécito véase Calero, Op.Cit. p.38 y Beals, Op.Cit. pp.459-60
[109] Carlos Serrano, "Documentos auténticos
para la historia de México", Excelsior, México, 27 de julio de
1945; carta de Limantour a Demetrio Sodi, fechada en París a 12 de marzo de
1913.
[110] Citado por Marta Baranda, “José Ives
Limantour juzgado por figuras claves del porfiriato”, en: Estudios de
Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor),
México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones
Históricas, v. 9, 1983, p. 97-136.
[113] Esta
afirmación de que el miedo a la anarquía es un motivo de Madero para llegar a
una transacción con el gobierno, no invalida el que también viera la
transacción como un medio de encaminarse a una política que por primera vez fuera
en verdad incluyente. México debía ser para todos los mexicanos.
[114] Don Evaristo Madero, abuelo de Francisco, murió el 6
de abril de 1911, días antes celebró eufóricamente el cambio de
gabinete de Porfirio Díaz: “¡Bravo! ¡Viva Panchito! ¡Este es un triunfo para
Pancho!”. Véase, Taracena, Francisco I.
Madero, Op.Cit. p.125. La muerte de don Evaristo motivó a la esposa de
Madero a trasladarse a Ciudad Juárez y acompañarlo en un momento como ese.
[116] Toribio Esquivel Obregón, Democracia y personalismo, Imprenta
Carranza e Hijos, México, 1911, citado por Francisco Vázquez, Op.Cit., p.234
[117] Francisco
Vázquez Gómez, Op.Cit., p.137. El estar comprometido para Madero significaba
haber dado su palabra acerca de algo y, por ello, estar obligado a cumplirla.
[120] Gustavo A. Madero, Epistolario, Editorial Diana, 1991, pp.
157-158
[122] Ross, Op.Cit., p.159
[123] Uno de los motivos que tenía
Madero para suspender el ataque es que creía que todavía estaba vigente el
armisticio, pero cuando se enteró que no era así aceptó con mayor facilidad que
prosiguiera el combate.
[124] El relato de lo que pasó
en esa junta es de Francisco de P. Sentíes y aparece citado en María Elena
Sodi, Op.Cit. pp. 218-223
[125] Jesús Luna, Op.Cit. p.160
[127] Lo que aquí
se dice de Carranza puede consultarse en los libros citados de Francisco
Vázquez Gómez, Federico González Garza, Alfonso Taracena, Alfonso Junco, etc.
[129] El 10 de octubre de 1911,
Madero declaró que hubo momentos en que pedir que Limantour se retirara del
gabinete significaba romper las negociaciones de paz y que por eso se opuso a
su exclusión, y que después, cuando lo consideró oportuno aprobó la exclusión.
[134] Angel
Taracena, Porfirio Díaz, su vida, su
obra, su época, Editorial Jus, México,1983,
pp.341-342
[135] María Ángeles González et.
Al, Y por todos habló la revolución,
Editorial Limusa, México, 1985, p.63
[138]
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/madero/41.html
[139] González Garza, Op.Cit., p.472
[140] Vázquez Gómez, Op.Cit., p.261
[141] Para la carta a Limantour véase:
http://www.memoriapoliticademexico.org/Biografias/LBF63.html
[144] Esta cita y
los datos de los dos párrafos anteriores, están tomados de Francisco R. Almada,
Vida, proceso y muerte de Abraham
González, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución
Mexicana (Secretaría de Gobernación), México, 1967, pp.54-55
[149] Francisco Vázquez, Op.Cit.
p.317. Esta cita suena tendenciosa contra Madero, para ponerlo mal.
[150] Para los conflictos entre maderistas
en Puebla, ver: http://www.bibliojuridica.org/libros/6/2708/8.pdf
[151] Ibid. p.329. Toda la
información del complot de puebla está tomada de Vázquez Gómez y a ese
incidente le dedica las páginas 311 a 347
[152] Ibid. p.330
[153] De hecho en
varios Estados había problema con los revolucionarios porque desde el 30 de
junio el gobierno no tenía dinero para pagar salarios, ya que el presupuesto
federal del año no había asignado más recursos para este rubro. La situación
burocrática, entonces, complicaba más las cosas.
[154] Womack, Op.Cit., p. 105
[155] Ibid.
p.109
[156] Ibid.
p.117
[157] Ibid.
p.118
[160] Este y los
siguientes párrafos del manifiesto están tomados de Aguirre Benavides, Op.Cit.,
pp.304-308
[161] Francisco
I. Madero, La sucesión presidencial en
1910, Editorial Offset, México, 1985, pp.268-269
[162] Manuel Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum, la
“cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911),
El Colegio de México, México, 1991, pp.402-403
[163] Recordemos que un voto
electoral equivale a 500 votos ciudadanos. Así que para saber el número de
gente que votó por él se multiplica la cantidad de votos electorales por 500 y
se obtiene el resultado.
[165] Cumberland, Op.Cit., p.217
[167] Alfonso Taracena, Francisco I. Madero, Op, Cit., p. 137
[169]
Womack, Op.Cit., p.119
[170] Ibid., p.123
[172] Fuentes para la Historia
de la Revolución Mexicana, 1.Planes
políticos y otros documentos, Fondo de Cultura Económica, México, 1974, p.82
[176] Katz, Pancho Villa, Op.Cit., p.198. El intento
de fusilamiento de Villa sucedió el 4 de junio de 1912.
[178] Victoriano Huerta, Memorias de Victoriano Huerta, Ediciones
Vértice, México, 1957, pp.20-21. Según la gente que conoció muy bien a Huerta,
estas memorias no las escribió ni las dictó él, pero son de una persona que lo
conocía perfectamente, que fue capaz de reproducir su manera de pensar y
expresar y que estaba muy bien informado de todo lo que había hecho Huerta y de
todo lo que sucedía a su alrededor.
[179] Letcher al Departamento de
Estado, 16/X/1912, citado por Cumberland, Op.Cit. p.229
[180] Jesus Urueta, Pasquinadas y desenfados políticos, Librería
de la Vda. De Ch.Bouret, México, 1918, p.169
[181] http://www.senado2010.gob.mx/docs/bibliotecaVirtual/10/2663/126.pdf
y también el 127
[182] Para lo que aquí se ha
dicho de El Mañana, véase a Jesús
Méndez Reyes, La prensa opositora al maderismo. La trinchera de la reacción.
El caso del periódico El Mañana,
en: http://www.iih.unam.mx/
moderna/ehmc/ehmc21/264.html
[183] Ariel
Rodríguez, “El discurso del miedo: El
Imparcial y Francisco I. Madero” en: Historia
Mexicana XL (4) pp.706 a 707
[184] Jesús Méndez, Op.Cit.
[185] Manuel Marquez Sterling, Los últimos días del presidente Madero. Mi
gestión diplomática en México, Editorial Porrúa, México, 1958, p.184
[189]
Aguirre Benavides, Op.Cit. pp.461-462
[190]
Cumberland, Op.Cit. pp.233-234
[191]
Ross, Op.Cit., p.259
[192]
Aguirre Benavides, Op.Cit. p. 462
[193] Laura O’Dogherty Madrazo, De urnas y sotanas. El Partido Católico
Ncional en Jalisco, Conaculta, México, 2001, p.201
[197] Moisés
González Navarro, Ideología de la Revolución Mexicana, en: http://codex.colmex.mx:8991/
exlibris/aleph/a18_1/apache_media/NU6PL5KYEUU99M79YR959KX62D29TL.pdf.
[198] Discurso de
Lozano, en: http://www.senado2010.gob.mx/docs/bibliotecaVirtual/10/2663/128.pdf.
Es interesante comparar lo que dice del placer de las desenfrenadas masas
zapatistas con la manera en que Nemesio García Naranjo describía a su amigo
íntimo José María Lozano: “Nunca le sedujo el dinero por el dinero mismo sino
como medio para comprar el placer; y lo gastaba no sólo con esplendidez sino
con la elegancia del que no piensa en las necesidades del día de mañana. Mal
negociante de la vida, compraba un minuto de felicidad con la escasez de varias
semanas y hasta de muchos meses [...] En el frenesí de las fiestas epicúreas
solía llegar al escándalo y hasta la locura; pero nunca invadió la jurisdicción
de la picardía [...] fue un enamorado perenne de los juegos de azar que casi
siempre le resultaban adversos. Y es fácil imaginarse que con aquel reto
constante al destino, nunca le bastaron los mayores ingresos para equilibrar su
situación que siempre fue tan apurada y estrecha como la de Balzac”. Nemesio
García Naranjo, Memorias. Elevación y
caída de don Francisco I. Madero, Talleres de El Porvenir, Monterrey, s.f.
p.
[200] Discurso
del diputado Jesús Urueta la tarde del 17 de octubre de 1912 a raíz del
cuartelazo de Félix Díaz. Ver Jesús Urueta, Op.Cit. p.250
[203] Rodolfo Reyes, De mi vida. Memorias políticas I
(1899-1913), Biblioteca Nueva, Madrid, 1929, pp. 239-240
[204] Juan Manuel Torrea, La decena trágica, Ediciones de la
Academia Nacional de Historia y Geografía, México, 1963, p.108
[205] Luis
Garfias M., La revolución mexicana:
compendio histórico militar, Panorama Editorial, México, 1997, p.82
[206] Ramón Prida, ¡De la dictadura a la anarquía! Apuntes para
la historia política de México durante los últimos cuarenta y tres años
(1871-1913), Ediciones Botas, México, 1958, p. 462. Existen muchas
versiones de este nombramiento desconcertante y loco, pero de todas las
versiones tan distintas esta es la que me parece la más realista de acuerdo a
todo lo que conozco de Madero y su contexto.
[207] Nemesio García Naranjo, Memorias. Elevación y caída de don Francisco
I. Madero, Talleres de El Porvenir, Monterrey, s.f., p. 310
[208] Los datos de la rebelión
están tomados fundamentalmente de los libros mencionados de Rodolfo Reyes,
Ramón Prida, Manuel Torrea y Luis Garfias.
[209] Friederich Katz, La guerra secreta en México 1. Europa, Estados Unidos y la revolución mexicana, Editorial
Era, México, 1982,
p. 132
[211] Taracena, La verdadera Revolución, Op.Cit., p. 371
[212] Ernesto de la Torre, Moisés
González Navarro et al, Historia documental de México II, IIH UNAM; México,
1974, p. 469.
[215] Juan Sánchez Ascona,
Op.Cit., p. 91
[217] Parte del relato está tomado de
Federico González Garza que aparece en el libro De cómo vino Huerta y cómo se fue... Apuntes para la historia de un
régimen militar. Del cuartelazo a la disolución del las cámaras, Librería
General, México, 1914, pp. 37-39
[220] Laura
O´Dogherty, Op.Cit. p.212
[222] La Intendencia de Palacio
Nacional tenía tres habitaciones grandes y una chica.
[223] Para la
información relativa a la renuncia véase, Manuel Márquez Sterling, Op.Cit.,
pp.266-267
[227] Esta carta
del 3 de abril de 1913 se encuentra en: Gustavo Madero, Epistolario, Op.Cit., p. 176
[229] Hay varias
versiones del momento del asesinato de Madero que difieren en algunos detalles.
Pueden consultarse en Taracena, Madero, Op.Cit. pp. 170 - 176
[231] Para todos los detalles de
la concepción de Madero acerca de la vida espiritual se puede consultar Cada frontera No.28 que está dedicado
especialmente a ese tema. Aquí sólo retomamos los aspectos que más nos sirven
para la conclusión.
[232] La revolución espiritual de Madero.
Documentos inéditos y poco conocidos,
México, Gobierno del Estado de Quintana Roo, 2000, pp. 201. Esa
frase se la dijo el espíritu de José a Madero en abril de 1907, pero él retoma
la misma idea en el Manual Espírita
que escribió en 1909-1910 con el seudónimo Bhima.
[233] La frase la dice Krishna
en el Bahagavad-Gita 4/11. Este libro
era el preferido de Madero y formula la idea que él tenía y que expresó de
diferentes maneras.
[234] Francisco I. Madero, Epistolario (1900-1909), Ediciones de la
Secretaría de Hacienda, México, 1963, pp.297-298
[235] Victoriano Huerta, Memorias de Victoriano Huerta, Ediciones
Vértice, México, 1957, p.79
[236] Ramón Prida, Op.Cit., p.
13
[237] En relación
a esto véase Aguirre Benavides, Op.Cit. pp.50, 51 y 67. Como consecuencia de la
revolución de su hijo y de la revolución constitucionalista contra Victoriano
Huerta el papá de Madero perdió los seis
millones de pesos que acumuló como hacendado. Evaristo Madero, el abuelo,
en 1909 tenía una fortuna calculada en 80 millones de pesos, de esa no me
interesó saber lo que pasó con y después de la revolución.
[238] Madero, La revolución espiritual, Op.Cit.,. p.
213
[239] Menciono a
los dos para no dejar en el simple anonimato al montón de cadáveres generados
por la voluntad de Carranza.
[240] Anónimo, Bhagavad-gita. Poema sagrado o canto del
Bienaventurado (episodio del Mahabharata, Editorial Edaf, Madrid, 1981,
p.53
[242] La mayor parte de la
información que se presenta en este apartado sobre los católicos está tomada
del libro de Laura O’Dogherty ya citado.
[243] Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de
Guadalajara, durante su exilio fue asiduo visitante de Don Porfirio en el
balneario de Biarritz. Este dato y el de los 300 exiliados está en Mario
Ramírez Rancaño, La reacción mexicana
durante la revolución de 1910, Miguel Angel Porrúa, UNAM, México, 2002, pp.
295 y 303
[244] Ibid. p.241
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