por
Arturo Michel
A los funerales de Jalalud-din Rumi
(1207-1273) asistieron musulmanes, católicos, cristianos ortodoxos y judíos que
lo reconocieron como maestro. Esto expresa una gran apertura espiritual tanto
de él como de todos ellos y nos recuerda un cuento suyo en El Masnavi:
“Una vez Moisés oyó a un pastor rezando de la siguiente forma:
. Cuando Moisés lo oyó rezando de esta manera insensata, lo reprendió:
. Ante esta reprimenda, el pastor se sintió avergonzado, rasgó sus ropas
y huyó al desierto.Entonces se oyó una voz del cielo que decía: [1]
Alabarme
y adorarme. No necesito sus oraciones, no miro las palabras pronunciadas sino
el corazón que las ofrece. No quiero palabras finas sino un corazón ardiente.
Las maneras en que los hombres muestran su devoción a mí son varias, pero
mientras las devociones sean genuinas, son aceptadas;.” [2]
Rumi es uno de los grandes poetas
místicos que ha tenido el Islam y la humanidad. Su libro El Masnavi-i-Manawi (versos espirituales)[3]
lo fue dictando a lo largo de 43 años, muchas veces en estado de trance. Los
iraníes se han referido a ese texto como El
Corán persa y ha sido uno de los libros de la cultura islámica más
traducidos y consultados por las culturas europeas[4].
Todavía se vende y se lee en muchos países musulmanes y cristianos. Sus
enseñanzas han tenido influencia en gente tan diversa como Hegel, Eric Fromm,
Robert Graves e incluso inspiró al físico Abdus Salam para formular la teoría
de la unificación de las energías fundamentales que le valió el premio Nobel
junto con Robert Winer.
Una familia de sufies
Rumi
pertenece al sufismo, una corriente mística que se desarrolló dentro del Islam
y que fue muy combatida por los doctores de la Ley (revelada al profeta Mahoma)
hasta que fue tolerada gracias a que Abu Hamid al Ghazali (1059-1111), doctor
de la Ley, se volvió sufi, para experimentarla desde el interior.
Cuando Rumi se incorporó al sufismo
este movimiento místico llevaba ya un siglo de ser tolerado y formaba parte de
la vida cotidiana en Balj (Afganistán) donde nació, en Samarcanda (en la que
vivió de niño) y en Konya (Turquía asiática) donde residió y enseñó la mayor parte
de su vida.
Ser sufi y máxima autoridad
espiritual de Konya (Sheij) fue algo que se convirtió en tradición familiar,
empezando por su papá, Bahá ud-din Walad (llamado el Sultán de los Sabios)
hasta Ulú Aref Chelebi, bisnieto de éste.
Rumi se convirtió en el Sheij de
Konya a la edad de 24 años, cuando murió su padre.
Durante sus primeros cuarenta años
Rumi siguió con exactitud el modo de vida establecido por su padre: ir a
cursos, estudiar, enseñar, dominar el cuerpo con ascetismo, meditar y cumplir
con los ritos de la religión. En todo ese tiempo, y siguiendo con las
indicaciones de sus maestros sufies, también fue desarrollando el
auto-conocimiento, la interioridad y aprendiendo a desarrollar la percepción y
la acción en los mundos visibles e invisibles de acuerdo a los métodos de esta
corriente mística. Este desarrollo se fue reconociendo en la capacidad de ver
auras y de interactuar con animales, fuerzas naturales, difuntos, seres
sobrenaturales, etc.
El maestro Shams de
Tabriz
La vida de
Rumi se transformó en noviembre de 1244, cuando conoció al desconcertante y
perturbador Shams de Tabriz, un maestro sufi, un hombre con percepciones y
poderes extraordinarios.
Shams confesó alguna vez: cuando “yo
era niño, veía a Dios, veía al ángel, contemplaba las cosas misteriosas del
mundo superior y del mundo inferior. Pensaba que todos los hombres veían lo
mismo”.[5]
Su padre lo envió a Tabriz para que
aprendiera las ciencias y después fue muy reconocido como alquimista, filósofo,
astrónomo, lógico y dialéctico. Se desplazó por Asia Central y Asia Menor
buscando el conocimiento de maestro en maestro y logró adquirir múltiples
poderes que lo hicieron admirable y temible.
A los sesenta años, en un momento de
soledad, pidió conocer un hombre de Dios, un hombre de amor inmenso y “le
ofreció su cabeza a Dios”. Es decir, quiso conocer a ese hombre y morir. Y oyó
una voz interior que le dijo: “”.
Así llegó a Konya, una ciudad de
cien mil habitantes, y durante un mes anduvo vagando por la ciudad. Cuando vio
a Rumi enseñando a sus alumnos y lo oyó hablar, supo que era él a quien
buscaba.
Hay por lo menos tres versiones del
momento en que los dos se conocen. Cada una coincide en lo esencial pero varía
en los detalles. Aquí reproducimos una versión:
“Sentado en un banco cerca de una fuente, Rumi
lee. A su lado va depositando libros manuscritos. De repente, un hombre
extraño, vestido con un gran manto negro, se acerca. Sin decir palabra, se
apodera de los libros y los tira al agua de la fuente. Rumi se levanta
estupefacto por este gesto.
- ¿Por qué has hecho esto? – Le dice en un tono
irritado. Estos libros eran de mi padre, eran infinitamente preciosos para mí y
tú los has destruido.
Sin decir palabra, el hombre, un derviche
anciano, vestido con un manto negro, sumerge de nuevo sus manos en la fuente y,
uno a uno, saca los libros que le entrega a Rumi totalmente secos.
- ¿Quién te mueve a hacer esto? – pregunta Rumi.
El derviche lo mira intensamente:
- Esto se llama - responde.
En ese preciso momento Rumi se descompone y su rostro expresa una
emoción indecible. Y partieron juntos…”[6]
Rumi
reconoció a Shams como un gran maestro, suspendió de inmediato su enseñanza y
todas sus actividades para aprender. Durante tres meses se encerró con su
maestro en la biblioteca, el lugar más aislado de la casa y encargó a su hijo
mayor, Sultán Walad, que cuidara que nadie les molestara.
Después de ese encierro mantuvieron
una convivencia intensa trece meses más, pues Shams siguió viviendo en casa de
Rumi hasta que tuvo que huir a Damasco.
Sobre lo que pasó en esa convivencia
obtenemos una idea con el siguiente relato de Kira Jatún, esposa de Rumi:
"Yo intenté espiar lo que hacían a través de
una grieta de la puerta. De repente, la pared posterior de la habitación se
deslizó y seis seres radiantes entraron por la apertura que se había abierto.
Esos desconocidos, que irradiaban un resplandor místico, saludaron a Jalal y a
Shams, y colocaron frente a ellos un ramo de flores recién cortadas. En seguida
se sentaron todos juntos en completo silencio hasta la hora de la oración
matinal. Después esos hombres instaron a Shams a que dirigiera las oraciones de
la mañana, pero él no aceptó. Se ofreció entonces el honor a Jalal, que dirigió
la plegaria con tanta belleza y humildad que los ojos se me llenaron de
lágrimas. Cuando acabó el servicio religioso, los seis desconocidos se fueron
por la misma apertura de la pared por donde habían entrado.
Después,
Jalal salió de la estancia y se dirigió directamente hacia mí. Dándome las
flores, me dijo: "¡Cuídalas bien!"
Al
día siguiente tomé algunas flores del ramo y las llevé al mercado de los
perfumes para averiguar de dónde procedían, pues nunca había visto ninguna
igual. Todos los comerciantes quedaron asombrados por su frescura, su color y
su aroma divino. Al verlas por azar un comerciante hindú que estaba de paso en
Konya, exclamó: "¡Esos son pétalos de una rara especie de flores que sólo
crecen en un lugar del sur de la
India. ¿Cómo ha podido llegar hasta Konya en pleno
invierno?"
Volví
a casa completamente desconcertada y, cuando vi a Jalal, me instó a que cuidara
esas flores con especial atención, ya que eran un regalo especial que me habían
obsequiado los jardineros de un paraíso secreto en la tierra."[7]
Shams como guía
espiritual
Shams era
un hombre aparentemente contradictorio y provocador, usaba sus poderes para
hacer cosas maravillosas y terribles, era encantador y brutal. Algunos sabios
de su tiempo lo llamaron Sable de
Dios>.
En el adiestramiento espiritual de
Rumi, Shams se encontró con un discípulo obediente: le prohibió leer los libros
de su padre que tanto apreciaba, le ordenó no hablar con nadie, le pidió que
fuera a comparar vino al barrio judío a pesar de que el Islam prohíbe el consumo
del alcohol; todo lo fue cumpliendo gracias al dominio que tenía de sí mismo.
También maltrataba a su alumno y sobre esto decía: “”.[8]
Este resultado, aunque no el método,
lo confirma Rumi cuando nos dice en El
Masnavi: “Porque el cuerpo terrestre se ha convertido todo él en piedra
filosofal gracias a Shams de Tabriz”.[9]
La piedra filosofal es el producto
alquímico que permite la transmutación de los metales groseros en oro puro.
Shams hizo un “trabajo alquímico” con Rumi y lo convirtió en piedra filosofal.
Su aprendiz resumió ese proceso con estas palabras: “”.[10]
Más adelante explicaremos mejor esta
transformación.
La brutalidad de Shams y
su muerte
La
presencia y la actividad de Shams en la familia de Rumi también fue trágica,
pues pidió como esposa y se casó con Kimyá Jatún, una bella joven que vivía con
la familia y era el amor de Alá ud-din, hijo menor de Rumi.
Shams, Kimyá y Ala ud-din tuvieron
serias dificultades en la convivencia familiar. Aparentemente el hijo de Rumi
no se resignó a perder a Kimyá y esta tampoco quiso olvidarlo. Shams tuvo que
advertirles que guardaran su debida distancia.
Un día Shams se enfadó en exceso al
no encontrar a su mujer en casa, pues paseaba por el jardín con otras mujeres
de la familia. A su regreso, Kimyá fue objeto de la furia y la maldición de su
marido y quedó inmóvil, totalmente rígida, dando gritos. Murió a los tres días.
“Cuando se supo su muerte en Konya,
se empezó a decir: ”[11]
Por su parte, Alá ud-din, lleno de ira y dolor, amenazó de muerte a Shams si no
abandonaba la casa paterna y la ciudad de Konya. [12]
Ocho días después de la muerte de su
mujer, el 15 de marzo de 1246, Shams desapareció sin avisarle a Rumi. Este lo
buscó durante varios meses y cuando lo ubicó en Damasco lo mandó traer a Konya.
Regresó el 8 de mayo de 1247 con un gran recibimiento organizado por Rumi. [13]
Shams desapareció de nuevo el 5 de
diciembre de 1247, pero se cree que fue asesinado por un grupo de discípulos de
Rumi que estaban indignados por la influencia que ejercía este hombre en su
maestro. El hijo menor de Rumi también participó en venganza por la muerte de
Kimyá.
Rumi se había dado cuenta de las
intenciones asesinas de su hijo y le advirtió en una carta: “” Y en alusión a los cómplices afirmó: “ …<¡No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas!> … ”.[14]
¿Qué pensar de Shams y de los motivos de su
muerte?
Lo que
aparece de inmediato, obviamente, es el comportamiento desmesurado de Shams con
su mujer y la inseguridad emocional que se vivía en ese matrimonio. Esto podría
indicar una seria deficiencia afectiva de este maestro espiritual. Si
pensáramos en él como el gran maestro provocador de aprendizajes espirituales a
través de medidas rudas, entonces podríamos ubicar el matrimonio y la muerte de
Kimyá en esa dirección y los aprendices serían todos los involucrados en el
acontecimiento. Otro motivo podría ser que había ofrecido su vida a cambio de
conocer a un hombre de Dios con un amor inmenso (Rumi); y dentro de esta
perspectiva el asesinato fue la manera en que se aceptó su ofrenda. Estos tres
motivos no son excluyentes y todos pudieron intervenir en la conformación de la
tragedia.
Rumi interpretó el asesinato de
Shams como una ofrenda y una predestinación divina: “”.[15]
A Rumi le afectó profundamente la
muerte de Shams. Incluso cuando murió su hijo menor, Alá ud-din, no asistió a
su funeral.
Tiempo después visitó la tumba de su
padre y también la de su hijo y comentó: “”.[16]
En El Masnavi Rumi interpreta lo maravilloso y terrible de Shams y lo
difícil que era entenderlo si se pertenecía al común de los mortales:
“El sol (Shams) de Tabriz es una luz perfecta. ¡Un sol sí, uno de los
rayos de Dios!” … “¿Cómo puedo explicar a alguien para quien Él
no es Amigo?” … “Es mejor velar los secretos de … ”.[17]
La
transformación de Rumi
Habíamos dicho anteriormente que Rumi
reconoció que Shams lo transformó en “piedra filosofal” por medio del “fuego
espiritual”. El significado de esto se aclara cuando vemos que Rumi llama
metafóricamente a Dios como luz, fuego, sol:
“Cuando Dios
aparece a Su ardiente amante, el amante es absorbido en El, y ni tan siquiera
un pelo del amante permanece. Los verdaderos amantes son como sombras y cuando
el sol brilla en la gloria, las sombras se desvanecen. Es un verdadero amante
de Dios aquel a quien Dios dice: <¡Yo soy tuyo y tú eres mío!>”[18]
Y, para él, esa es la meta, llegar a ser un
ser humano “cuyo cuerpo entero está transustanciado en y
convertido en puro fuego espiritual”.[19]
Por eso se exhorta a sí mismo y a sus lectores: “Un fuego divino arde en tu
interior, no retrocedas como un cobarde. ¡Hierve en ese fuego! ¡Cuécete como el
pan! Pronto serás el manjar de toda mesa, el alimento que da la vida a toda
alma”.[20]
La
unión con Dios fue lo que se propuso y lo que logró. Por eso, cuando resumió su
vida lo hizo con tres palabras: “Yo ardí, ardí y ardí”.
Rumi interpreta el símbolo del fuego y de la
luz como el conocimiento de la unidad
que Dios tiene con todo lo creado; una unidad que es amor. Conocer esa
unidad y actuar en consecuencia es vivir en la luz, es consumirse en el fuego.
Así, los seres humanos se distinguen por el grado en que viven ese conocimiento
y ese amor. “Deja que la luz de tu corazón te guíe a Mi morada. Deja que la luz
de tu corazón te muestre que somos uno”.[21]
Jalalud-din Rumi cree que la meta de todos los
seres humanos es unirse a Dios de manera cada vez más consciente y cree que toda la creación está unida a Dios en la
acción. Esto lo expresa de dos maneras diferentes en El Masnavi.
En
una parte escribe:
“¡Tú estás oculto
para nosotros, aunque los cielos estén llenos con Tu luz, que es más brillante
que el sol y la luna! ¡Tú estás oculto, sin embargo, revelas nuestros secretos
ocultos! Tú eres la fuente que hace fluir nuestros ríos. Tú estás oculto en tu
esencia, pero visto por tu creatividad. Tú eres como el agua, y nosotros como
la piedra del molino. Tú eres como el viento, y nosotros como el polvo; el
viento es invisible, pero el polvo es visto por todos. Tú eres la primavera, y
nosotros el dulce y verde jardín; la primavera no se ve, aunque se vean sus
regalos. Tú eres como el alma, nosotros como la mano y el pie; el alma enseña a
la mano y el pie como tomar y coger. Tú eres como la razón, nosotros como la
lengua, es esta razón la que enseña a hablar a la lengua. Tú eres como la
alegría y nosotros reímos; la risa es consecuencia de la alegría. Cada uno de
nuestros movimientos lo testifica a cada momento, pues prueba la presencia del
Dios eterno”.[22]
En otra parte del libro retoma la misma idea
pero utiliza otra metáfora:
“Una hormiga, que vio una pluma
escribiendo sobre el papel, se confió a otra hormiga de este modo: .
La otra dijo: .
Una tercera hormiga dijo: .
Así siguió hacia arriba, hasta que al
final un príncipe de las hormigas, que tenía algo de ingenio, dijo: .
Pero él no sabía que esta razón y mente
serían cosas sin vida sin el impulso de Dios”. [23]
La
Unión con Dios a través de la danza
Una de las cosas fundamentales que Rumi
aprendió con Shams fue a encontrarse con Dios en la danza ritual circular. Este
método, según el de Tabriz, inspira amor a la unidad y hace que se pierda la
noción de la materia dejando solamente la percepción de Dios.[24]
Se
ve que el aprendizaje de Rumi fue muy efectivo, pues su hijo mayor, Sultán
Walad, al recordar e interpretar a su padre, escribió:
“Día
y noche danzó mi padre en éxtasis, girando en la tierra como los círculos
celestes. Su risa resonaba en el cenit del cielo y la oían los seres de todos
los reinos. Bañaba a los músicos de oro y plata. Entregaba cuanto le venía a
mano. Nunca dejó de tener un corazón cantarín”.[25]
Rumi por su parte confesó: “Varios caminos
llevan a Dios, yo he escogido el de la danza y la música.
[4] Annemarie Schimmel, Mystical Dimensions of Islam, The
University of North Carolina
Press, 1981.
[5] Michel Random, Rumi. El conocimiento y el secreto,
Fondo de Cultura Económica, México (Breviarios No.552), 2006, p.92
[8] Random, op.cit. p. 123
[9] Ibid, p. 225
[10] Ibid, p.88
[11] Ibid, p.99
[12] Ibid, p.97
[13] Ibid, p. 270-71
[14] Ibid, p.107
[15] Ibid, p. 108
[18] Ibid, p.186
[19] Random, op.cit., p. 169
[23] Ibid, p.254
[24] Random, op.cit.,p.212
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