Lo difícil que fue pertenecer a la
humanidad y creer en Dios
Por Arturo Michel Pérez
Una hija no deseada
A Frances Farmer se
le conoce, sobre todo, por haber sido una estrella de Hollywood y por haber
permanecido encerrada durante seis años en un manicomio estatal miserable.[1]
Es famosa por su ascenso al “cielo”, su descenso al “infierno” y por brotar de
nuevo para integrarse, con mucho trabajo, a la vida humana común.
El
aprendizaje que necesitó realizar, para poder vivir sobre un terreno nivelado y
firme, no fue sencillo; implicó recorrer, con gran esfuerzo y varias caídas, un
camino muy escabroso. Para empezar, Ernest
(su padre) y Lillian (su madre) no desearon su nacimiento. Frances llegó a casa
en un momento en que sus padres ya habían roto su afecto y tenían serios
problemas para sostener económicamente a la familia.[2]
Dos o tres años antes
de su nacimiento, la familia se había trastornado profundamente a causa de la
muerte de un bebé, de año y medio, hermano suyo. Ernest había destinado a su
madre la habitación más caliente de la casa, en una de sus visitas. Para darle
ese espacio había trasladado a Rita, la hija mayor, y al bebé a un cuarto más
frío. Las consecuencias de ese cambio fueron fatales: Rita se enfermó de la
garganta y el bebé contrajo una grave neumonía que lo llevó a la muerte en
cuestión de horas. Lillian acusó a su marido de asesinato y quedó completamente
abatida. A Ernest, por su parte, lo asustó tanto el colapso nervioso de su
mujer que pensó internarla en un hospital psiquiátrico. Cuando Lillian se
enteró de las intenciones de su marido lo acusó no sólo de haber asesinado a su
hijo sino de querer la completa destrucción de ella.
La ruptura emocional de la pareja fue
irreparable y sucedió cuando la madre estaba embarazada de Edith. A
consecuencia de dicho embarazo, de la muerte del bebé y del colapso nervioso,
Lillian cerró su negocio de la casa de huéspedes y la economía familiar se vino
abajo. Desde entonces, los insuficientes ingresos se convirtieron en un
problema siempre presente.
Con el desaliento de ser rechazado por su
mujer y la presión de conseguir dinero lo más pronto posible, Ernest aceptó
cualquier tipo de casos y se dio a conocer como abogado barato. Entró así a un
círculo vicioso: como era pobre cobraba poco para conseguir cualquier dinero en
cualquier caso; y como cobraba poco, era pobre; y como era pobre, aceptaba
cualquier caso, etc...
Frances fue la cuarta hija viva[3] y eso pareció rebasar con mucho los ingresos
familiares. Su nacimiento fue otra ocasión conflicto entre
sus padres. El papá no había querido más hijos y le decía a su mujer que “no se
había casado con una incubadora”. Lillian, por su parte, se enojaba con Ernest
y le reprochaba que actuara como si ella lo hubiera violado para imponerle otra
hija. Ella lo acusaba de falta de disciplina sexual y lo hacía responsable de
lo sucedido.
Al ser rechazada en su punto de partida
vital, al modelar inicialmente su existencia bajo ese esquema de rechazo,
Frances nunca pudo encontrar un lugar aceptable en la familia.
De hecho, como su padres y hermanos no
dejaron de moverse alrededor del punto de la desintegración familiar, ningún de
ellos pudo tener la seguridad de un lugar, ni de un papel que desempeñar. Cada
uno vivió un profundo problema de identidad, un gran vacío de ser. Cada uno
vivió en una constante oscilación entre el Sí y el No de lo que iba siendo.
Ernest era padre, pero no; era esposo, pero no... Lilian era madre, pero no;
era esposa pero no; Frances era hija, pero no; era una carga, pero no; etc.
La
explosiva teatralidad de la familia Van Ornum
La familia Van Ornum era teatral porque de manera recurrente tendía a
realizar actuaciones especiales en escenarios públicos. Eso
lo hicieron incansablemente Zacheus Van Ornum, el abuelo de Frances, y Lillian,
su madre. Ellos
quisieron imponerle su presencia al mundo porque se sintieron existencialmente
rechazados. Si la gente no quería estar con ellos, en venganza
se ponían al frente, atrás o a sus lados. “Si me heriste profundamente con tu
rechazo; castigaré tu deseo, presentándome contigo más hostil y más grande”,
podrían haber gritado esos excluidos.
Zacheus Van Ornum (1828-1910) fue
uno de los pioneros que se trasladaron al oeste de Estados Unidos para
colonizarlo. Era un hombre aventurero, que se llamaba a sí mismo infiel y
desafiaba a Dios en público, retándolo a que lo partiera de un golpe; y como
nada pasaba, caminaba orgulloso celebrando su victoria.
Su relación con Dios empeoró cuando,
a petición suya, su hermano Alexis se trasladó de Wisconsin a Oregón con su
esposa y sus cinco hijos. El tren en que viajaban fue asaltado por un grupo de
indios, y su hermano y su cuñada fueron asesinados; sus sobrinos capturados (en
1860). Zacheus buscó la venganza y la liberación de sus sobrinos: mató indios y
liberó niños blancos, pero nunca supo si los indios asesinados habían
participado en la masacre de sus familiares, ni si los liberados eran sus
sobrinos.
El abuelo se casó con Elizabeth Rowe
(1846-1915), de Lancashire, Inglaterra, que deseó tanto vivir en Estados Unidos
que para hacerlo se vendió a sí misma como sirvienta. Zacheus se enamoró de
ella y la compró. Fue un matrimonio envuelto en una gran violencia verbal,
porque ella podía gritarle y discutir por horas con él. Tuvieron trece hijos,
uno de ellos la mamá de Frances, Lillian.
Durante años fueron desplazándose en
carreta de un lugar a otro desde Oregón hasta el sur de California, donde
finalmente se asentaron en Sacramento. En Oregón, Zacheus fue conocido como el
“maldito loco infiel” porque asistía a oficios religiosos de los colonos y en
medio del sermón se levantaba con su pistola, llegaba al púlpito y desafiaba a
Dios y al demonio para demostrar que nada pasaba, que no existían. Zacheus se
sentía libre pensador y castigaba a sus hijos por no tener opinión sobre las
cosas. No le importaba lo que dijeran, si estaba bien o mal, le importaba que
hablaran. La mamá de Frances fue la más fiel seguidora del estilo de vida de su
papá.
La pasión de Lillian por ser una
mujer notable
El abuelo de
Frances elegía los templos y las congregaciones religiosas como escenario para
sus explosiones teatrales. Lillian, en cambio, pudo realizar su teatralidad en
una gran variedad de escenarios. No perdía la oportunidad de llamar la atención
y ser reconocida por el público.
A Lillian no le interesaba cuidar el
hogar ni a sus hijos. No quería ser madre ni ama de casa, se la pasaba
concentrada estudiando nutrición. Cuando descubrió que las panaderías de
Seattle usaban ingredientes sintéticos poco saludables para hacer el pan,
escribió sobre el tema en los periódicos, distribuyó panfletos y fundó un club
llamado: “Las madres quieren saber por qué”. Con sus tácticas y su lenguaje
teatral logró que el municipio expidiera requisitos más estrictos para el uso
de ingredientes en panaderías. Desde entonces todo mundo la conoció en la
ciudad, pero la mayoría de la gente la vio como chiflada.
Después
hizo una campaña, y la ganó, para mejorar la alimentación de los niños en las
escuelas. Como Lillian, por su manera de ser y actuar, era objeto de burlas en
la ciudad, su marido se sentía humillado y le pedía a su mujer que dejara esas
actividades. En respuesta a su marido Lillian anunció a la prensa que dedicaría
su vida a escribir libros sobre nutrición. Ernest, entonces, le pidió a su
hermana Zella que interviniera para convencer a su esposa del cambio, pero lo
único que provocó fue que su mujer lo abandonara y se fuera a vivir a Los
Ángeles con sus hijos a la casa de Zella.
Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, Lillian
se dedicó a obtener una variedad de ave patriótica, hasta que logró criar a un
pollo rojo, blanco y azul; y lo llamó “Ave Americana”. Sugirió que reemplazara
al águila en el escudo nacional. Este hecho encontró eco a nivel nacional, pero
como motivo de chistes y risas.
Frances ganó, en 1931, el concurso
nacional de ensayo de High School con su escrito:[4]
“Dios muere” y generó un debate nacional sobre el “ateísmo galopante” en las
escuelas públicas. Y en ese debate participó activamente Lillian combatiendo
desde la prensa local y la prensa nacional a favor de la libertad de
pensamiento que había ejercido su hija. Esta, por su parte, quería y le rogaba
a su madre que dejara de alimentar el debate, para que todo se olvidara más
rápido.
Seattle
era la ciudad donde vivían los Farmer. Ahí la mayoría de los cristianos se
sintieron tan indignados por el premio otorgado a Frances que organizaron una
gran reunión en la Iglesia
para tratar el tema. Para ello invitaron a un famoso pastor: se trataba de que
diera un sermón que destruyera “el rastrero ateísmo que se estaba dando entre
los jóvenes de la nación”, según le explicaron a la prensa.
Lillian
entonces notificó a los periódicos que haría un mitin frente a la Iglesia, a la misma hora,
para defender la libertad de expresión. Y le dijo a su hija: “Tú tienes todo el
derecho de decir lo que piensas y esos idiotas no te van a intimidar”. Así que
mientras el pastor aseguraba: “Si la juventud de Seattle está yéndose al
infierno, Frances Farmer la está encabezando” y la acusaba de ser instrumento de
Satanás; afuera, frente a las cámaras y la multitud presente, Lillian hacía sus
propias denuncias.
“Mi
madre se sintió exaltada por la cobertura de la prensa, pero yo casi muero de
vergüenza. Fui llorando a la oficina de mi papá y me consoló, pues él había
experimentado el mismo disgusto años antes”, comentó Frances en su
autobiografía.[5]
La teatralidad de Lillian no se
desarrolló solamente ante el gran público, también la ejerció intensamente con
su familia. Su marido se salvó de morir
de un susto el día en que su mujer llegó a su oficina a reclamarle airadamente
que no cumpliera debidamente con su compromiso de mantener a la familia.
Lillian sacó la pistola y disparó varias veces. Lo que después se supo es que
ella había comprado balas de salva con anticipación y que disparó contra su
marido no para matarlo o herirlo sino para asustarlo.
Con
sus hijos, la madre también jugó con la muerte: los amenazaba con suicidarse
por su mal comportamiento y Frances, acostada, noche tras noche, se preguntaba
si ella realmente lo haría. No quería que muriera.
Pero,
la teatralidad en la familia a veces iba más allá de la mera representación. El
día en que su mamá le lanzó unas tijeras, que no dieron en el blanco, Frances
corrió al patio, gritando y llorando, pero unos minutos después Lillian la
llamó a la casa como si nada hubiera pasado. Después, durante varias semanas,
Frances pensó que su mamá quería matarla y procuró mantenerse alejada: “eso
dejó en mí una marca indeleble”, comentó en su libro.[6]
Frances se protegió del caos con
la lectura y la escritura
Durante los
primeros años de la vida de Frances, la que cumplió el papel de madre fue su
media hermana Rita, así que cuando ella se casó dejó un gran vacío en la casa.
Por lo que dice en su autobiografía se puede reconstruir un poco el ambiente
doméstico que se derivaba del estilo materno y de la mala relación entre sus
padres:
“Nos las arreglamos para vivir en
Chico [California] hasta que tuve casi once años, pero mi madre vivía en una
gran tensión al tratar de criar una
familia sin los debidos apoyos. La casa era descuidada y caótica, la disciplina
era inconsistente y azarosa. Como resultado crecí testaruda, resentida y
rebelde. Aprendí a manejar la inconsistente disposición de mi mamá manteniendo
lucidez cuando se presentaba la tormenta y disfrutando su atención cuando me
buscaba”.
“No
hice amigos en parte porque yo era sombría, pero principalmente porque sentía
que éramos diferentes, y por supuesto lo éramos. La mayoría de los niños tenían
familias y nosotros, en comparación, éramos unos sinvergüenzas. Me daba cuenta,
por la mirada de los adultos, que la gente sentía lástima por “esa pobre niña
Farmer” y odié su actitud. Ni siquiera entonces podía soportar esa simpatía.
Prefería, y todavía es así, el frío cálculo a la compasión”.[7]
Un día mi madre explotó y sin
avisarnos nos mandó a todos sus hijos con mi papá a Seattle. “Yo estaba muy
sorprendida de que quisiera abandonarnos en manos de un extraño. Se lo dije,
grité y la amenacé con fugarme ... después supe que le había avisado a mi papá
que lo iba a forzar a mantener a sus hijos”.[8]
Frances veía a su papá con disgusto
porque le parecía el causante de haberse quedado sin su madre. Vio que no sabía
consolarla y que era torpe en sus intentos de bromear y sacar conversación. “No
sabía que la ruptura familiar y nuestra prolongada separación lo había afectado
mucho. Después supe que su práctica de abogado se había deteriorado y que él
estaba deprimido y enajenado. Había perdido toda ambición de tener una carrera
exitosa y simplemente se movía con pesadez, tomando casos triviales cuando
podía. Era un hombre derrotado y mi fría hostilidad debió sentirla como un
aguijonazo”.[9]
Poco a poco padre e hija se fueron
haciendo amigos. El papá no trató de forzar el llevarse bien, simplemente se
mantuvo cerca y eso le agradó a Frances, porque había una gran diferencia con
el trato que había con su mamá; él rara vez alzaba la voz. Con esa cercanía y
ese agrado por la presencia paterna, empezó a temer que algo sucediera y se le
quitara lo que más deseaba: la atención de su papá. Y sí, sucedió que a su mamá
se le quemó su cabaña en Chico, sus escritos y sus libros se hicieron ceniza
y regresó a Seattle. Como requisitos
pidió: una casa, cien dólares al mes y no vivir junto con su marido.
Al regresar, la mamá se ocupó de un
nuevo libro y el papá empezó a fallar en la entrega de la mensualidad completa.
Como represalia, la mamá le bloqueó la entrada a la casa en su visita de los
viernes.
Frances entonces se molestó
doblemente con su madre: primero por haberlos abandonado enviándolos a
Seattle, y después, cuando sentía ya no
necesitarla, le estaba obstaculizando la relación con su padre, al que tanto
había necesitado y disfrutado.
Para alejarse de las tensiones
familiares Frances se convirtió en lectora de todo lo que podía encontrar de
interés en la biblioteca pública. Siguiendo los pasos de su madre, a los 14
años decidió convertirse en escritora: “vivía en un mundo de palabras y libros
y mi familia tenía poco interés para mí [...] empecé a ver a mi mamá como una
mujer excéntrica, brillante y bien informada que no se distinguía por ser
madre. Frecuentemente me avergonzaba de sus gestos y actitudes sobresaltadas y
como frecuentemente mi casa era casa de locos, rara vez invitaba a alguien”.[10]
Por querer ser escritora, se ocupó
de Dios, ya que pensaba que debía tener una posición clara e inteligente sobre
uno de los vínculos más fuertes del ser humano. Por esta razón, a los 16, ya se
había convertido en una agnóstica informada y a los 18 ganó el mencionado
concurso de ensayos de High School organizado por la conocida revista The Scholastic. Su escrito se ocupaba de
la muerte de Dios.
En el grupo de teatro de la
universidad, descubrió lo que es pertenecer
Como parte de su
proyecto de ser escritora, entró a la Universidad de Washington a la Escuela de Periodismo; y
para pagar su carrera trabajó de mesera en varios restaurantes, de obrera en
una fábrica de shampoo, posó para estudiantes de arte, fue ujier en un teatro,
fue tutora en un campo de verano y pasó otro verano como mesera-cantante en
Mount Rainier National Park.
Ingresó en el periódico de la
universidad y cuando se le pidió cubrir la información de la enfermería sintió
que devaluaban su inteligencia y su capacidad de escribir.
Estaba buscando un desafío literario
periodístico cuando conoció a una reportera del Departamento de Teatro. Le
llamó la atención por ser lesbiana y ser muy femenina; hasta entonces había
creído que todas las lesbianas eran hombrunas. También le pareció notable su
manera de caminar y de vestirse.
Esa
reportera era pareja de una estudiante de teatro y por ellas conoció a Sophie
Rosenstein, la instructora de teatro de la universidad. Veía cómo ella
arrullaba, gemía, gritaba sobre el arte y dominaba un pequeño mundo excitante.
Sophie la invitó a incorporarse al trabajo después de verla frecuentemente como
observadora del grupo “Frances, ¿por qué no te pones de pie, tiras tu placa de
reportera y vienes con nosotros, que es donde perteneces?” Ella contestó que
sabía escribir, pero no actuar. Sophie le contestó que eso no podía saberlo.
“¿Quieres seguir informando quién tiene catarro o aprender a estar viva?”.[11]
“Al diablo con lo que tú no sabes. Yo te enseñaré. Tienes una gran voz, un
instrumento fabuloso. Úsala. Dale vida. Hazla canción. Conéctala a tu corazón.
Atrapa con ella, ama y vive con ella”, le dijo Sophie.
“Desde ese día en delante yo llevé el teatro
como un estandarte en llamas. Finalmente yo pertenecía a algo”, afirmó Frances.[12]
No le costó trabajo cambiarse de la
escuela de periodismo al Departamento de Teatro y se convirtió en una gran
estudiante. Su primer papel fue Elena de Troya y se sintió en las nubes, por
varios días, cuando leyó la reseña de un crítico de teatro local: “El nombre de
Frances Farmer, quien tiene la madurez intangible divina de su actuación, está
destinada para las luces de Broadway. Ella tiene ese algo misterioso que separa
la actriz del montón”.[13]
Después de esa crítica se convirtió en personaje del Departamento de Teatro,
“el descubrimiento de Sophie, su niña de oro, su luz”.[14]
Después presentaron la obra “Maíz
ajeno” y tuvo una duración de 14 fines de semana consecutivos, algo sin
precedente. Pero mientras la vida en el campus universitario la apasionaba y le
daba muchas satisfacciones, la vida en su casa se iba haciendo extremadamente
difícil: “Mamá constantemente hacía un alboroto sobre los amigos que había
elegido, mis llegadas tarde, mi modo de ser, mi ligereza y mis vulgaridades”.
Hizo todo lo que pudo por cambiarme, pero su lucha fue inútil porque “yo estaba
siendo comida por la ambición. Quería llegar a la cima y nadie me lo
impediría”.[15]
“Todo el que no pertenecía a mi
pequeño círculo me aburría [...] Estaba viva por primera vez en mi vida y funcionaba
en un mundo que era joven e inmerso en la experimentación, ya fuera en una
escena o en una cama. Por primera vez estaba involucrada y respondía con cada
fibra de mi cuerpo. Estaba locamente enamorada del teatro y de la gente que
contribuía a hacerlo [...] Éramos jóvenes y tomamos el Método [de Stanislavski]
con el corazón, y si nuestros caracteres debían dormir juntos, dormíamos
juntos. Si la homosexualidad estaba involucrada en un personaje, nos
involucrábamos en la caracterización, pues ¿cómo podríamos actuar lo que no
habíamos experimentado?”.[16]
“Estudié la gente, sus hechos, cómo
caminaban, sus alegrías, su manera de ver sus miedos. Investigaba en los ojos
de los viejos y buscaba la cadencia en los jóvenes. Se convirtió para mí en más
que un juego serio. Creció como un esfuerzo disciplinado y por ello intenté
proyectarme en cualquier circunstancia concebible”.[17]
Le contó a Sophie que su meta era
irse a Nueva York e incorporarse a trabajar con la compañía Teatro de Grupo (Group Theatre) que seguía el método de
Stanislavski en Broadway. Ella le contestó: “Nunca te rindas. Salta, noquea al
que se interponga en tu camino, pero salta”.[18]
Su maestra y sus compañeras le
abrieron las puertas del futuro
Sophie convenció a
sus alumnos que la única actriz que podía ir más allá del nivel universitario
era Frances, les dijo que ella tenía contactos con el Group Theatre y que lo que se necesitaba era dinero para mandarla a
Nueva York; así que les propuso ganar la competencia de suscripciones que había
organizado The Voice of Action, un
periódico de izquierda de Seattle, y que había puesto como premio al ganador:
un viaje redondo Nueva York-Moscú y cien dólares. Sophie quería convertir a sus
alumnos en parte de la carrera de Frances, y acercarse a la gloria de esa
manera. Los exhortó diciendo: “Frances podrá ir al corazón del teatro y
observar el Método en su ambiente original. Pero, más que cualquier otra cosa,
estará en Nueva York”.[19]
Con
un trabajo intenso, ganaron el concurso (por dos suscripciones de
más), y todos celebraron felices; menos Lillian, la mamá, que desde el instante
en que se dio a conocer a la ganadora del premio, inició una campaña nacional
contra la “conspiración comunista” de maestros y estudiantes en la que estaba
participando su hija. Como por los reporteros se enteró del premio antes de que
Frances se lo dijera, cuando llegó a su casa con sus compañeros, la humilló
delante de todos metiéndola a la casa jalándola de la oreja y diciéndole: “Le
dije a tu padre que terminarías mal. Se lo dije una y otra vez”.[20]
A Frances, sin permitirle ninguna
explicación, la acusó de traicionar a su país y de ser una espía rusa. A la
prensa le aseguró que por ningún motivo permitiría el viaje a Rusia de su hija
y que tenía dos recursos para evitarlo: una orden de restricción del fiscal de
la ciudad y si eso fallaba se pondría debajo de las ruedas del autobús. El
encabezado de la prensa fue: “Madre amenaza con suicidarse si su hija se va”.[21]
El
fiscal de la ciudad no pudo detener legalmente a Frances porque era mayor de
edad. El 10 de abril de 1935 salió de su casa rumbo a Moscú, con su madre
“amenazándola con la policía y con la ira de Dios”. Ese día supo que ya no
podría volver a su hogar: “me preguntaba si había obrado mal. Las últimas
palabras de mi mamá: <me has roto el corazón> sonaban en mis oídos y
era muy difícil desechar ese grito tan dolorido. Llevé ese hilo de culpa por
muchos años y no importa qué tan alto me elevara o qué tan bajo cayera, ese grito se
aferraba a mí llenándome de tristeza [...] Eso a pesar de que ella
me había enseñado, casi todos los días, que yo tenía el derecho e incluso la
obligación de decidir por mi misma lo que quería ser y hacer. Y esas enseñanzas
las llevaba yo muy dentro”.[22]
De camino a Broadway desembocó
en Hollywood
Respecto al viaje a
Moscú y Europa, Frances se centró en la descripción de los pasajeros del barco.
Ahí pudo observar con detenimiento el comportamiento de muchas personas y
aprender de ellos para representar después, adecuadamente, lo que exigiera el
personaje de su papel. El resto de lo sucedido mereció su olvido.
Sobre su manera de ser y de vivir en
la época de su viaje a Europa, escribe en sus memorias: “Vi a la gente y crecí.
Mis emociones arraigaron en carne firme y mi curiosidad se expandió. Fue una
nueva experiencia, y sin embargo, a pesar de este impulso hacia adelante, yo
todavía veía la vida con un solo ojo. Yo reaccionaba ante algo sólo si me
afectaba a mí; en ese tiempo todavía no me importaba la manera en que las cosas
afectaban a los otros. En realidad mi mundo permanecía pequeño y poblado por
una sola persona: Frances Farmer. Mi compasión se agudizó, pero mi interés se
aflojaba si no veía un beneficio para mi crecimiento como actriz. Esto, lo
supongo, es ambición: egoísta, brutal,
determinada, solitaria y creativa”.[23]
Antes de viajar a Europa entró en
contacto con algunos miembros de la compañía Group Theatre, conocidos de su maestra Sophie, pero no fue más allá
de ser invitada a una fiesta. Ninguno de los miembros del grupo mostró interés
en hacerle alguna prueba de actuación, ni recordó después su presencia en esa
reunión. Desde ese punto de vista, que era el que más le importaba, el viaje a
Nueva York resultó un fracaso.
Al
regresar de Rusia, buscando trabajo, dio con un agente artístico relacionado
con los estudios de Hollywood, realizó varias pruebas y el 19 de septiembre de
1935, día de su cumpleaños, la Paramount
Pictures la contrató por siete años con un sueldo inicial de
100 dólares a la semana. A pesar de su desprecio por el cine, Frances aceptó
convertirse en actriz por el dinero y porque pensó que después podría regresar
a Nueva York y a la actuación de teatro en Broadway.
Ese contrato y ese dinero cambiaron
su vida. Por primera vez tenía una seguridad económica. Su madre se reconcilió
con ella[24] y la gente que la rodeaba
la empezó a tratar con solicitud y amabilidad. Para celebrar el contrato, sus
amigas organizaron todos los días reuniones en el departamento en que ella
estaba hospedada: “La gente a la que no conocía se presentaba y me saludaba
como a una amiga entrañable a la que hace mucho tiempo no veían. De repente era
la amada de todos y esa explosión de familiaridad, automáticamente hizo que me
retirara de ellos”.[25]
Aquí puede verse que desde el inicio
Frances no estaba dispuesta a darle vida al personaje: actriz de cine o
estrella de cine. Internamente se prohibió encarnar a ese personaje, así que
durante varios años hubo un conflicto entre Frances y la actriz de cine. Y será
por sus primeros intentos fallidos de desprenderse de la actriz de cine que
terminará arrojada en el manicomio.
Al principio podría decirse que no
había un gran conflicto entre Frances y la actriz de cine, sino una tensión que
se expresaba de diferentes maneras: realizando muy buenas actuaciones, pero
despreciando a los personajes que encarnaba en las películas; resistiendo el
cambio de nombre que la
Paramount trató de imponerle, porque el suyo era un tanto
; oponiéndose a vestirse con la ropa elegante o manejando un carro del año, tal y como se lo exigían, etc.
Lo único que le agradaba de
Hollywood era el dinero que le daba, pero esto la conflictuaba: por las noches
cuando regresaba a su departamento, después de trabajar en su primera película
(Too many parents), se encerraba a
llorar porque estaba convencida que “le estaba vendiendo mi alma al todo
poderoso dólar. Odiaba el hecho de estar haciéndolo, pero tenía demasiado miedo
de irme de ahí y quedar en bancarrota”.[26]
El trabajo mismo le parecía algo
vacío. “Trabajar delante de una cámara era poco inspirador y consistía
principalmente en largas esperas con tediosas consideraciones acerca del ángulo
y las dimensiones de la toma. Durante la filmación las escenas no estaban
relacionadas ni tenían secuencia y era muy difícil generar un sentimiento y
mantenerlo. A una caracterización nunca se le daba la oportunidad de crecer y
expandirse”.[27]
A pesar de todo esto, en el año de
1936 ya era famosa como actriz. Su participación en las películas: Too Many Parents y Rhythm on the Range habían sido un gran éxito. Su imagen se
engrandeció tanto que el estreno de la película Come and Get It, se hizo en Seattle donde fue recibida como el
orgullo de la ciudad por el gobernador y multitudes que le aplaudían. En
Seattle primero la habían condenado al infierno por atea y después por
comunista (aunque nunca tuvo ese tipo de simpatías), pero el cine la había
hecho por todos. Este fue un motivo más de tensión entre Frances y
la Actriz de
Cine.
Puede parecer extraño que se
recalque aquí la tensión entre la persona Frances Farmer y el personaje
Estrella de Cine, pero la posición desde la que ella tendía a ver el mundo era
como un sin fin de actuaciones, desde la perspectiva sugerida por Constantin
Stanislavski (en la construcción del personaje de teatro). Se trataba de que el
actor le diera vida al personaje con sus sentimientos y experiencias, pero
dejándose guiar por el arte. El actor controlaría sus emociones y sus experiencias
para encarnarlas en el personaje que las contendría en la forma artística
pensada por el escritor.[28]
Y Frances no quería darle vida al personaje Actriz de Cine, sino al personaje
Actriz de Teatro.
Frances llegó a Hollywood tratando
de llegar a Broadway y llegó a Broadway por haber llegado a Hollywood. Gracias
a su fama y a su interés por el teatro, el Group
Theatre, al que tanto había deseado ingresar, la invitó para protagonizar
el personaje principal femenino de la obra Golden
Boy, escrita por Clifford Odets. Y gracias a la presencia de Frances el
grupo consiguió su mayor éxito comercial de su historia y una prolongada
temporada de representaciones. No sólo estuvieron en Broadway, Nueva York, sino
que también realizaron una gira a nivel nacional. El espectáculo lo fueron
dando desde el 4 de noviembre de 1937 hasta junio de 1938 (en total 248
presentaciones de la obra).[29]
Podría decirse que en ese punto Frances había alcanzado la meta de su vida.
Había llegado al lugar más elevado al que había aspirado, pero el desamor de su
amante y el haber sido simplemente utilizada por el grupo que tanto admiraba,
la arrojaron hacia los sótanos de la existencia donde vivió entre locos
desahuciados.
Mi esposa regresa hoy, sería
mejor no vernos más
Frances tuvo un amigo
en sus primeros meses en Hollywood: William Anderson.[30]
De no haber sido por él tal vez se hubiera recluido en completa soledad. Él fue
la única relación personal que tuvo en ese tiempo. Aparte de lo guapo que era,
le atrajo mucho su gran determinación de aprender cómo actuar y su entusiasmo
por todo lo que aparecía a su alrededor.
Como al estudio le interesaba darle
publicidad a las jóvenes estrellas que contrataba, alguien sugirió que una
buena manera de hacerlo era que los dos empezaran a mostrarse juntos en público
y se hablara de la buena pareja que hacían. A los dos les vino bien salir
juntos a expensas del estudio y la publicidad que se generó.
Un día William, por sugerencia de su
mamá, y pasando de la publicidad a los hechos, le dijo a Frances que sería una
buena idea que se casaran. Aunque ella no lo amaba, aceptó el matrimonio porque
le pareció que él era un hombre que tenía la voluntad de entenderla. Se casaron
en secreto el 8 de febrero de 1935 en Yuma, Arizona. Pero durante el camino
ella se retractó y le fue diciendo que mejor no se casaran, porque eran
completamente diferentes y ella era muy vieja para él en espíritu y demasiado
concentrada en sí misma.
Se casaron en secreto porque
pensaron que el estudio se iba a oponer, pero resultó que estaba muy complacido
con el hecho.[31] La que se arrepintió
mucho de haberse casado fue Frances, porque se había convertido en pareja de un
hombre con el que no tenía casi ninguna afinidad. El matrimonio sobrevivió como
formalidad hasta que hicieron pública su decisión de separarse.
La mera formalidad del matrimonio se
convirtió en algo intolerable cuando Frances se convirtió en amante del
escritor Clifford Odets en los inicios de las presentaciones teatrales de su
obra Golden Boy.
Clifford hizo todo lo posible por
convencerla de que su lugar estaba en Broadway y que estaba enamorado;[32]
a ella le fascinó su intelecto y su sexualidad. Incluso adoptó posiciones
políticas de izquierda como las de él. Pero Odets la manejó como si fuera un
personaje de las obras de teatro que escribía.[33]
Mientras estuvo con él, la
inteligencia de Odets y su sexualidad debieron de percibirse de una manera
predominantemente favorable, pero después de la ruptura y de la distancia de
los años, los peores aspectos de la relación aparecieron con más claridad y con
mayor fuerza.
En su autobiografía Farmer describe
una relación terrible. Odets “jugaba con mis actitudes y reacciones. Él sabía
qué botón psicológico apretar, era capaz de aplastarme con una palabra o
lanzarme al éxtasis con un gesto. En un momento podía maravillarse de mi
brillantez y en otro maldecirme por mi estupidez. Algunas veces me encerraba en
su departamento y como un joven estudiante me rogaba amor y favores, pero de
pronto, con acusaciones insultantes, podía asaltarme como si yo fuera un
desprevenido peatón”.[34]
“El podía insultarme en frente de
todos, menospreciando mi actuación, y quedar satisfecho solamente al verme
reducida al llanto y mandándome sollozando a mi camerino. Había veces en que
después de esos incidentes no me hablaba por dos o tres días. Y otras veces no
sólo me seguía al camerino sino que cerraba la puerta detrás de él, empotraba
la cerradura con una silla, se quitaba su ropa y gritaba su amor y la necesidad
que tenía de mí con una pasión ardiente. Amenazaba con quitarse la vida si no
le daba mi amor.
El hecho de que estuviera
genuinamente apegada a este hombre me impulsaba a gratificar su apetito físico.
Su conducta sexual era un complicado laberinto de extrañas manipulaciones. Con
sus maniobras podía llevarme al punto culminante y en ese momento retirarse y
burlarse de lo que catalogaba como mis bajos y repugnantes deseos. Después de
afilar mi espíritu femenino en esta cama de humillación y degradación, él
empezaba de nuevo como un muchacho inocente y tímido a explorarme con tierna
fascinación”.[35]
La relación entre los dos terminó de
manera intempestiva con una simple nota que él dejó en el hotel de ella: “Mi
esposa regresa hoy de Europa y siento que sería mejor para nosotros no vernos
otra vez”.[36] Esa fue la última
comunicación entre los dos.
El Group Theatre había decidido presentar Golden Boy en Londres y Frances había hecho arreglos para extender
su permiso en el contrato que tenía con la Paramounth. Eso
era algo que había planeado en grupo. Sin embargo, un día, a través de los
periódicos se enteró de que otra actriz ocuparía su lugar y ella no iría a
Londres. Por los malos manejos financieros del grupo, estaban quebrados, pero
habían logrado un financiamiento para su gira de Londres con la condición de
que participara la nueva actriz. El grupo no se molestó en hablar con Farmer y
ella se quedó con la certeza de haber sido usada y desechada.
A los pocos días de haber sido
desechada por el grupo, Clifford Odets le escribió la nota de despedida.
Respecto a su amante dice: “Parece que yo fui la última en enterarme de que su
había sido nada más que un esfuerzo bien planeado para mantenerme
involucrada en las producciones. Yo era una buena taquilla y me necesitaban
para eso. Y yo fui lo suficientemente ingenua para ser engañada”.[37]
“Dondequiera que haya estado mi
seguridad interior, después de Odets me convertí en un manojo de nervios
vacilantes, en una mujer confundida y casi sin propósito alguno. Y fue durante
mi aventura con él que me convertí en dependiente del alcohol”.[38]
El trabajo en Broadway fue
completamente destructivo para Farmer: la relación de pareja la dejó degradada
y el grupo que tanto admiraba la dejó desalmada. En su juventud había puesto el
sentido de su vida en convertirse en actriz de teatro y pertenecer al Group Theatre y ahora eso se había
convertido en algo indeseable. De repente se había quedado sin sentido de vida.
Su persona la había identificado con el personaje Actriz del Group Theatre, y no había quedado nada
de eso. Sólo tenía la voluntad de seguir viviendo, una voluntad despojada de
cualquier determinación, de cualquier otra finalidad.
Lo peor es que la perdida del
sentido de la vida fue un despojo agresivo y Frances quedó resentida, enojada y
desconfiada de todo. En esas condiciones estaba lista para llegar a la perfecta
soledad y a la desnudez existencial. Ya sólo faltaba recorrer el camino, dar un
paso tras otro hasta llegar al nuevo destino. [39]
No quise venderle mi alma al
todopoderoso dólar
La parte más
difícil de vivir en Hollywood y ser actriz de cine fue que sentía que “le
estaba vendiendo su alma al todopoderoso dólar”. La única razón de su estancia
ahí era el dinero. Lo que la había motivado era llegar un día a Broadway y
convertirse en actriz de teatro. Esa era el alma que no quería vender. Pero
después de su experiencia con Odets y con el Group Theatre se había quedado sin alma y ya sólo estaba acumulando
frustraciones y cavando un gran vacío.
Tardó cuatro años en llegar al punto
de no retorno de su antiguo estilo de vida. El 19 de octubre mientras ella
salió de la carretera, deprimida, para pensar si seguía rumbo a la fiesta a la
que estaba invitada o mejor se regresaba a su hotel y seguía recluida como
siempre, un policía de tránsito la reprendió por tener las luces prendidas
(estaba prohibido tenerlas así, porque durante los inicios de la guerra, los
estadounidenses tenían miedo de una invasión japonesa en la costa oeste).
Frances se enojó, lo insultó y entonces el policía la acusó de conducir en
estado de ebriedad (había tomado dos copas para animarse a ir a la fiesta). La
condenaron a pasar unos días en prisión pero le suspendieron la sentencia, le
cobraron una multa y la dejaron en libertad provisional. Después de este
incidente la Paramount
canceló el contrato con Frances, lo que implicó el fin de su carrera como
actriz de cine.
Buscando quehacer, Farmer viajó a
México para participar en una película mexicana, pero finalmente no actuó. Al
regresar en noviembre se encontró con que ya no tenía casa donde vivir. Sus
familiares, por razones económicas y sin avisarle a Frances, habían trasladado
sus cosas personales a otro lado. Así que tuvo que hospedarse en un hotel
En enero de 1943 la policía irrumpió
con violencia en su habitación, en la madrugada, mientras ella, desnuda y
buscando vestirse, trataba de despertarse del sueño inducido por las pastillas
que había tomado para dormir. Los fotógrafos habían acudido al hotel con la
policía para reportar el evento. Ella no supo por qué la arrestaban. Ya en la
cárcel no la dejaron llamar a un abogado.
Al día siguiente, al presentarse
ante el juez, se enteró que se le había arrestado por haber violado su libertad
condicional. “Cuando calmadamente le pedí al juez que me explicara con mayor
detalle la razón, me dijo que guardara silencio o me acusaría de desacato a la
corte [...] yo estaba todavía sin abogado [...] y cuando con voz alta estaba
tratando de explicar que no sabía que tenía que reportarme semanalmente al
oficial encargado de libertad condicional, cuyo nombre no sabía, el juez golpeó
la tabla con su mazo. Y cuando me di cuenta que me iba a sentenciar a 180 días
de prisión, exploté. El juez, con la cara enrojecida, dio órdenes a la policía
que me llevara a la cárcel del condado de Los Ángeles, pero lo interrumpí.
Agarré un tintero de un banco y se lo lancé con perfecta puntería e hice todo
lo posible por destruir la sala del juzgado. Entonces cinco policías me
pusieron una camisa de fuerza para sujetarme”. La resistencia la prolongó con
sus gritos. Incluso en la cárcel no dejó de gritar y de apelar a sus derechos
civiles. [40]
Por intervención de su cuñada, la
esposa de Wesley, que consideró que el hospital psiquiátrico era mejor que la
cárcel, la internaron en el Hospital
General de Los Ángeles, donde le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Como
se le declaró mentalmente incompetente, el gobierno la privó de todos sus
derechos civiles. Durante el internamiento, el papá de Frances logró que la
tutela adquirida por el Estado de California pasara a Lillian, la madre. De
esta manera quedó fatalmente atada a la voluntad materna en los siguientes años
de su vida.
Esta primera hospitalización de
Farmer duró nueve meses,[41]
pero por los tratamientos psiquiátricos que incluyeron choques de insulina, que
según Frances, atontan las células del cerebro y dejan al paciente lleno de
nausea y dolor, no pudo recordar bien lo que sucedió en ese tiempo. “Nunca pude
llenar esos espacios en blanco que quedaron en mi mente”.[42]
Probablemente, durante ese tiempo, también recibió un tratamiento de choques
eléctricos.
Si
ya había quedado desalmada y desempleada, ahora, gracias al hospital
psiquiátrico, quedó sin una porción de su vida en su memoria.
Su vida en manos de Lillian Van
Ornum
Cuando Farmer quedó
bajo la tutela de Lillian, la disputa entre Frances y su madre no tuvo fin:
cada una trataba de imponerse a la otra; y el intento lo hacían con mucha
fuerza y voluntad. Estaban hechas con el mismo molde, el establecido por el
abuelo Zacheus Van Ornum, el que valoraba por encima de todo la lucha y la
confrontación.
Incluso en la segunda
hospitalización se prolongó el pleito entre las dos (y en los mismos términos),
sólo que entonces la disputa se dio al interior de Frances: “El conflicto
básico era entre dos mujeres, quienes, trágicamente, eran madre e hija, pero si
escucho su sentencia [la opinión del psiquiatra que la atendía], asesinaría mi
propia identidad. A mí se me requería, no a mi mamá, alterar,
cambiar, capitular, someterse, admitir su error, rendirse. Y si no lo hacía,
psiquiátricamente impediría mi propio progreso y derrotaría mi curación, pues
en toda apariencia yo era la virulenta, yo era la ofensiva, la extraviada”.[43]
Frances había salido de su casa,
triunfante, rumbo a Moscú, bajo las amenazas de su madre; ahora regresaba
derrotada, procedente de un hospital psiquiátrico. Farmer describió el ambiente
que se dio entre las dos después del primer retorno, lo hizo al contar una de
sus múltiples peleas: “Mamá y yo habíamos discutido, amenazado y gritado hasta
llegar a un clímax en el que las dos quedamos exhaustas, sentadas una enfrente
de la otra en una pequeña y desordenada cocina. Éramos enemigas que se habían
cansado de simular. Éramos dos extrañas patéticamente atadas por un invisible
cordón que amarraba la madre a su hija y
la hija a su madre”.[44]
Las peleas las sostenía Farmer
incluso con la conciencia de que el resultado de los pleitos podía ser la
decisión de su mamá de recluirla en un hospital psiquiátrico: “Pues bien mamá,
¿qué quieres que te diga? ¿Quieres que te prometa ser una niña buena, haciendo
todo lo que me dices? ¿Es lo que quieres oír, mamá? ¿Es eso, mama? Pues
entonces vete al infierno [...] Y sé muy bien que me enviarás al manicomio a la
primera oportunidad que tengas”.[45]
Lillian contestó con dureza: “Sí, si
tú me fuerzas a hacerlo, pero será tu culpa porque no harás nada para ayudarte
a ti misma. ¡Nada más mírate! Destrozaste todo lo que tocaste. Arruinaste una
gran carrera y un bonito matrimonio ... y te colgaste de cualquier mala pintura
color de rosa, y por tu culpa yo, en mi propio barrio, ya no puedo dar la cara”
La mamá había sido feliz al tener
una hija estrella de cine y quería tenerla de vuelta en el escenario. Frances
estaba preocupada por la necesidad de trabajar y tener ingresos, así que tenía
el propósito de regresar a Hollywood, hacer tres o cuatro películas, ahorrar y
buscar otra cosa. En el corto plazo madre e hija podían coincidir, así que le
propuso a la mamá que le hablara a su agente para hacer planes. La mamá, feliz
con la idea, hasta le dio permiso a su hija de salir de la casa (eso no se lo
permitía normalmente).
Frances aprovechó la salida para
tomar unas copas, pero siempre se le subían rápido y alimentaban su paranoia y
su furia: “el pánico me decía que todos eran mis enemigos, que me estaban
buscando para hacerme daño, que me querían muerta; pero después me entraba una
gran furia y un fuerte odio”. Con ese estado mental y caminando y sosteniéndose
en pie con mucho trabajo, regresó a su casa. Ese día, ella se fue a dormir sin
ver a su mamá.
Al día siguiente, cuando Frances se
levantó, todas las luces de la casa estaban apagadas y le reclamó a su mamá por
ello. Lillian le mandó que se sentara y le dijo: “¡Maldita Frances! Te
emborrachaste. ¡Borracha! No lo niegues [...] apagué las luces porque con solo
pensar el verte la cara me dan ganas de vomitar. Quisiera no verte la cara
jamás [...] Todos los vecinos te vieron tambaleándote por la calle. ¿Dónde
conseguiste el vino?”. Cuando Frances le contestó que no sabía de lo que le
estaba hablando, la mamá le dio una bofetada y la hija le advirtió que jamás le
volviera a poner las manos encima, que todo lo que estaba sucediendo era
absurdo y que regresaba a su cama. Cuando iba subiendo por las escaleras oyó
algo que la detuvo y que se hizo efectivo hasta el día siguiente: “Te voy a
mandar de regreso y veré que te quedes ahí”.
“Haz lo que quieras” le contestó
Frances, “pero ¿sabes qué? Un manicomio es mejor que esto. Cualquier cosa es
mejor que esto. El infierno es mejor que esto”. [46]
Al día siguiente llegaron por ella
los enfermeros del sanatorio. Ella peleó contra ellos y les gritó para evitar
que se la llevaran, pero terminaron sometiéndola con una camisa de fuerza. En
la calle, antes de subir a la camioneta y con todos los vecinos observando,
después de haberle gritado a su madre toda clase de palabras ofensivas, le
suplicó con gran miedo: “Oh Dios, mamá, no me hagas esto, no me hagas esto”.[47]
Esa nueva convivencia, forzada y
conflictiva, entre madre e hija, sólo pudo durar siete meses y terminó con una
separación muy violenta.
Mi madre me envió a este
infierno
El ánimo con el que
Frances ingresó nuevamente en el hospital psiquiátrico era de odio y rencor:
“¡Mi madre! Mi madre me había enviado a este infierno. Mi propio y personal
Judas. Y pensar esto me ahogaba en el odio. Y yo quería nutrir este
sentimiento, quería vivir en él, mantenerlo vivo, no permitir que se debilitara
y se convirtiera en aceptación de su poder sobre mí. Sería despiadada en mi
búsqueda de realidad y verdad, cortando cualquier fragmento o emoción que
pudiera obstaculizarme. Sabía que sólo podría encontrar la realidad sujetándola
a mandíbulas de acero y odio. Me purgaría a mi misma en la violencia que me
rodeaba y pondría al descubierto la infección que ardía en mi interior. Sólo me
atendría a mí misma para la supervivencia.
Estaba atrapada y llena de miedo,
pero sabía que en la medida en que pudiera enfocar mi odio contra aquellos que
habían sido inmisericordes en su impulso por derrotarme, un arrogante coraje me
proporcionaría la determinación para mantenerme viva [...] Me decía: ”.[48]
“A la edad de treinta años me di
cuenta que quizás había sido herida más allá de toda esperanza de curación.
Sabía que mi espíritu estaba anémico y mi alma se ocultaba asustada tras un
denso matorral... tratando de no mostrar su existencia”.
“Decidí que mi difícil situación era
solamente mi asunto y de nadie más, y las causas que me habían llevado gritando
al manicomio también eran una cuestión personal. Nada podría hacerme desnudar
esos eventos ante un doctor o una enfermera. Las causas eran mi posesión y de
nadie más. Era lo único que me habían dejado y no permitiría a nadie que lo
manoseara. No le entregaría a nadie esta privacidad secreta, pues consideraba a
cualquiera como un contribuyente del chisme malicioso”
“Regresarían en la noche a sus casas
y dirían: ¿Adivina quién llegó hoy? Frances Farmer, o ¿adivina a quién abofeteé
hoy? Frances Farmer, o ¿Adivina quién se volvió loca? Frances Farmer”
“Mi orgullo me
precavía de volver a confiar en alguien y nunca correría el riesgo
de involucrarme en una terapia. Mi esperanza residía ahora, no en el prestigio
o el dinero, sino en mi habilidad de pensar, que todavía funcionaba. Mis bienes
terrenales eran esos intangibles y no se los entregaría a nadie”
“Ahora
la salvación dependerá de mí y para lograrla tendré que saborear de nuevo cada
día de mi pasado, encontrando debilidades, errores y virtudes. Y cualquier cosa
que revele mi pasado, deberé tener el coraje de asumirlo y diseccionarlo hasta
que a mí me parezca verdadero y significativo”.[49]
Con esta disposición se enfrentó a
los médicos que la examinaronn a su ingreso, en el salón de audiencias del
hospital. Ellos estaban sentados detrás una mesa y le asignaron una posición
donde todos la pudieran ver. Cuando le preguntaron su nombre les dijo que se
llamaba Claudine Monroe, que era de Montana y en ese momento la interrumpió el
Dr. McQuinn que presidía la reunión: “Es suficiente, sabemos quién es”. En
respuesta a esa interrupción, Frances dijo: “No me importa quiénes son ustedes;
y como ya me conocen, “¿para qué preguntan mi nombre?”. Ese tono lo mantuvo
durante toda la entrevista. Cuando le mencionaron que había sido su mamá la que
había conseguido la orden de la
Corte para internarla, Farmer pidió que no mencionaran de
nuevo el nombre de su mamá. La
Dra. Browning la interrumpió y le pidió que admitiera que no
era normal “que una persona madura mostrara tanto antagonismo hacia su madre”.
A lo que Frances replicó. “¡Qué tonta es! ¡Usted es una mujer absurda y tonta!
Me está encerrando en un manicomio y me dice que no estoy actuando como una
persona normal. ¡Jesucristo!”.
Los doctores le señalaron que su
madre había considerado que estaba fuera de control y que por eso había pedido
a la Corte la
reclusión permanente. Según su testimonio, Frances la había amenazado de
muerte, era peligrosa para sí misma y para otros. Frances negó los cargos,
despreciándolos.
El Dr. McQuinn, para concluir la
audiencia dijo: “La manera en que usted se ha conducido en esta reunión con el
equipo no tiene nombre y es intolerable. Usted es una desagradable mujer que
obviamente encuentra deleite en separarse de los otros. Usted ha creado un
mundo que le es hostil y el precio que va a pagar por esta hostilidad será
elevado”.
Llevaría varias páginas contar todo
lo que sucedió en esa primera audiencia y las consecuencias que se derivaron.
Baste decir que desde su posición de analizada y juzgada, Frances se las arregló
para imitar, ridiculizar y humillar a cada doctor. Después se peleó con los
enfermeros y enfermeras y fue conducida con camisa de fuerza a ocupar su lugar
entre los pacientes.[50]
Las primeras semanas siguió
utilizando la táctica agresiva y las enfermeras cotidianamente reportaban su
mal comportamiento. Pero también pudo comprobar cómo los pacientes estaban en
manos de los empleados y que ellos también tenían malos comportamientos. Vio
que trabajadores y enfermeras del hospital utilizaban un poder despótico para
mostrar superioridad e imponerse desconsideradamente a la gente que estaba a su
cargo. El peor hecho que pudo constatar del poder de los encargados sobre los
pacientes, fue la violación que realizó la jefa de las enfermeras contra una
paciente desahuciada.
Para Frances fue tan espantoso ver
esa sanguinaria violación que vomitó una y otra vez en el baño hasta quedar
completamente vacía. Para descargar su enojo golpeó un abrigo con sus puños
hasta que las uñas atravesaron las palmas de sus manos: “No pude soportar el
horror. Me oí rogándole a mi madre que viniera por mí y me llevara a casa. Le
prometí todo. Grité, abogué, lloré como niña. Pero nadie me respondió. Sólo el
hueco lloriqueo de mi voz regresaba”.[51]
Decidió cambiar su comportamiento
demasiado tarde. El doctor que la tenía a su cargo, ya había sido humillado por
ella, de manera desconsiderada, en varias sesiones personales. En consecuencia,
él había ordenado más de tres semanas de tratamiento de choque: baños diarios y
prolongados con chorros de agua helada.
“Fui despersonalizada en agua. El
dolor físico, el daño espiritual, la tortura mental, me trituraban día tras día
hasta que los pensamientos se desarticularon dentro o fuera de la bañera. Nada
más existía [...] Mi espíritu se ofendió y se afligió más allá de cualquier
descripción, al permanecer bajo el agua con mis nervios y mi sistema violado,
sabiendo que mi sangre y mis excrementos se mezclaban. Mi feminidad fue
mutilada y desaparecieron mi poder de razonar y de luchar. Simplemente existía
en una escalofriante confusión”.[52]
Después de 24 días de padecer ese
tratamiento, necesitó una semana para recuperar sus fuerzas, su capacidad de
razonar, de conducirse a sí misma y de tener la capacidad de interactuar
normalmente con pacientes y enfermeras.
Los choques de agua helada ni
reforzaron ni alteraron su previa decisión de mostrarse equilibrada y
autocontrolada. Fue la manera en que se comportó en las siguientes semanas y
meses: “Durante ese periodo no pensé en el pasado ni tampoco contemplé el
futuro. Supongo que simplemente existí en un estado suspendido: desprendía el
perfume de mujer calmada pero temperamental. Todavía se me veía como poco
amigable, pero ya no se me reportaba como hostil. Externamente estaba en
control, pues mantuve
la resolución de no asumir ni una vez más el papel de antagonista. Pero no había amputado mi enojo. Todavía estaba vivo. Sólo le había
permitido crecer flaco y desnutrido y eso había funcionado para mi ventaja”.[53]
A los tres meses de haber ingresado
al hospital, la examinaron nuevamente los mismos doctores a los que había
ridiculizado, pero ahora ella se comportó como una dama. Se mostró amable,
comprensiva y les dijo todo lo que querían oír. Incluso les agradeció la “ayuda
recibida”. Los doctores constataron y admiraron “el gran cambio que había
provocado la terapia” y decretaron que la paciente estaba curada y la dejaron
salir.
El gran problema, sin embargo, fue
que Frances siguió bajo la tutela legal de su madre y debía seguir viviendo con
ella. Farmer creía que la única manera de acabar con el conflicto con su madre
era suspendiendo la comunicación entre la dos y viviendo cada quien en su casa.
Pero su situación legal, al estar privada de sus derechos civiles y quedar bajo
la tutela y responsabilidad de su madre, evitaban esa clase de solución. Ni
siquiera tenía permiso para trabajar durante el año siguiente a su alta del
hospital.
El 3er ingreso en el hospital
psiquiátrico, ahora con los desahuciados
Parecía que a
Frances, al ponerla el gobierno y su padre bajo la tutela legal de su madre, le
habían impuesto la misma condena que a Sísifo en el Hades: subir rodando una
enorme piedra por una ladera empinada y nunca poder alcanzar la cima de la
colina, porque poco antes de llegar ahí la piedra inevitablemente rodaba hacia
abajo, y Sísifo estaba obligado a subirla de nuevo, siempre.
Frances quería hacer su vida y la
mamá quería hacerle la vida a Frances. Como estaban obligadas a vivir juntas y
ninguna de las dos cedía en su empeño, la tensión iba creciendo hasta llegar a
niveles insoportables para las dos, entonces estallaba incontrolablemente la
furia de las dos y Lillian la mandaba de nuevo al manicomio.
En esta ocasión la gran explosión
tardó diez meses en producirse (de julio de 1944 al 22 de mayo de 1945). Frances
había tratado que las cosas no se repitieran y por eso se había fugado de casa
aprovechando una ocasión en que su padre y ella viajaron en carro a visitar a
una tía en Reno, Nevada. Por un tiempo vivió con la familia que le había dado
aventón en la carretera. Pero después de algunos fallidos intentos de
supervivencia, la policía la arrestó por “vagancia” y la regresó a casa de sus
padres. Una vez ahí, la piedra de Sísifo rodó hacia abajo como si tuviera prisa
por llegar a su destino.
Un día, con toda su terquedad e
insistencia, Lillian invitó a su actriz favorita: Zasu Pitts. Cuando ella
llegó, la mamá le avisó a Frances. Pero como no la conocía ni tenía el menor
interés en hacerlo, no bajó a reunirse con ella y con su madre.
Durante una hora la mamá le estuvo
pidiendo a Frances, una y otra vez, que bajara a saludar. Ante la negativa
recurrente, Zasu se fue. La madre se enojó muchísimo, se sintió profundamente
humillada, y subió a gritarle un montón de cosas a su hija. Frances la dejó
gritar todo lo que quisiera y cuando terminó, sin decir palabra, le dio una
bofetada y la sacó de su cuarto empujándola de los hombros y le dijo: “No te me
acerques o te mato”.[54]
Cuando Frances bajó a la cocina
buscando algo para atrancar la puerta de su cuarto y mantenerla trabada. La
madre vio de lejos que su hija había tomado un cuchillo y entonces salió
corriendo de la casa gritando, pidiendo ayuda, porque “su hija la quería
matar”.
Farmer reflexiona sobre esa
situación: “Sé que era posible que yo le hiciera daño pero esta espantosa
posibilidad no brotaba de la locura sino del miedo y de la desesperación por
tanta presión”.[55]
Después que su madre salió
corriendo, ella subió a su cuarto y se acostó esperando lo inevitable: la
decisión materna de mandarla de nuevo al manicomio.
La madre regresó a la casa
acompañada del papá. Este subió, tocó la puerta y le pidió a Frances que bajara
a platicar con él. Ella bajó con él y cuando entraron a la cocina lo primero
que vio fue a su madre esperándola: “Ahora, Frances, no te has comportado como
una muchacha dulce y cariñosa”. Al oírla y darse cuenta que su padre no había
querido hablar con ella, lo golpeó, lo derribó y se le echó al suelo; y
entonces la madre le pegaba en la espalda y le jalaba los cabellos. Al
responder a los golpes y tirones también aventó al suelo a su mamá.
En esa situación Frances les dijo:
“Esta es la sobreactuación que estaban esperando. Así que hagan su llamada.
Ahora tienen una buena razón para mandarme de regreso. Si no lo hacen, me
seguirán empujando hasta que algo verdaderamente terrible nos suceda”
El papá llegó hasta donde estaba la
mamá, la abrazó y por primera vez en su vida Frances vio un intercambio de
afecto entre ellos. La mamá se acomodó temblando en el hombro de él.
“¿Ninguno de los dos sabe quién soy
yo? Pregunté calmadamente. Ustedes han tratado de convertirme en alguien que
nunca seré y para reivindicarse a ustedes mismos y a sus errores, me han
empujado y arrinconado. No puedo escaparme de ustedes, lo saben. Si dejo este
lugar me convierto en fugitiva y no importa dónde logre esconderme, ustedes me
buscarán, me encontrarán y me traerán de regreso porque están convencidos de
que estoy loca.
Mamá, has hecho todo lo posible por
destruirme. Le has mentido a los doctores, a la prensa y, sobre todo, a ti
misma. Y, papá, tú eres un abogado y participaste en todo el procedimiento que
me llevó al manicomio. Tú hiciste posible que mi mamá me tenga atada.
Somos un montón de tristeza, una
caricatura depravada y enferma. Basta vernos. En apariencia ustedes son dos
viejos que acaban de ser golpeados por una hija loca, pero los tres sabemos la
realidad. Pero eso no importa. Lo que sí importa es que ahora tienen una causa
justa para mandarme de regreso. Así que, papá, echa a andar la ley y haz que suceda
todo de acuerdo a la ley.
Y tú mamá, ensaya tu testimonio para
los doctores. Hazlo bien esta vez. Hazlo suficientemente bien para que pegue.
Diles que tienes miedo de que te mate y ¿quién sabe? quizás lo haré. Sólo hay
una cosa que quiero que recuerden muy bien. No traten de verme de nuevo. No se
aparezcan los días de visita pretendiendo que todo está muy bien. No quiero
saber nada de ustedes, ni recordar que tengo una madre o un padre. Esta vez me
internaré tranquilamente”.
Subió a sus habitaciones y se
durmió. “Cuando al día siguiente llegó la camioneta del estado a recogerme,
caminé entre los dos empleados sin poner resistencia. Subí sin voltear hacia mi
casa. Sólo cuando cerraron la puerta y arrancamos, lloré”.[56]
Cinco años acompañada día y
noche de “locos incurables”
A los que
reingresaban al Western State Hospital, en Steilacoom Washington, se les ponía
con los enfermos incurables y Frances no fue la excepción. Ahí no hubo
diferencia entre un día y otro, no había días de celebración, ni navidades ni
pascuas, por eso no pudo darle un orden cronológico a la narración de lo que
sucedió durante ese tiempo.[57]
Lo que sí podían distinguir muy bien
eran dos estaciones: los veranos porque las diferentes salas se convertían en
calderas del infierno por tanto calor, y se llenaban de mosquitos que se
alimentaban de los pacientes; y los inviernos porque el aire helado se clavaba
en la piel insuficientemente arropada. La suciedad del lugar y de los pacientes
hacía que en esas dos estaciones el olor fuera distinto, pero intensamente
insoportable.
“Daban de comer sólo una vez al día.
La comida la vaciaban en un gran recipiente que ponían cerca de la puerta. A
veces llegaba temprano en la mañana y otras muy tarde en la noche. Se ponía
cerca de la puerta y los más fuertes la conseguían primero. Siempre había
agarrones y empujones, aunque había comida suficiente para todos. Aquellos que
todavía estaban un poco más arriba del salvajismo, con sus manos le llevaban
los remanentes de la comida a los que no podían hacerlo por sí mismos y que de
otra manera no habrían sobrevivido. Al final de la comida siempre había algunos
que vomitaban”.[58]
Había cuartos secretos donde
encerraban a los asesinos y a los que llegaban con los antecedentes más
violentos. Para los demás había una falta de privacidad total durante el día y
la noche.
Algunos celadores obtenían ingresos
extras vendiendo el acceso nocturno a algunas incurables. Dice Farmer: esos
hombres que pagaban por tener sexo ahí, “debían tener una muy torcida
perversión al querer acostarse con una loca. Cualquier cosa se permitía contra
ellas, porque es una creencia común de que la no se da
cuenta de lo que le sucede”.[59]
“Esos fueron días de batallas sin
victorias. El sueño nunca estaba asegurado. Manos feas y extrañas podían
recorrer cuerpos desprevenidos y labios secos y malolientes podían llegar sobre
los labios de otras hermanas”
Frecuentemente
había disturbios y acababan con ellos con chorros de agua lanzados con fuerza y
los pacientes caían al suelo y se iban rodando hasta quedar contra la pared.
Después los inyectaban.
Farmer
cita algunos reportes sobre ella que estaban en los archivos del hospital:
“18
de julio de 1948. La paciente se muestra
levemente cooperativa y ayuda en la sala de enfermos. Tiene períodos en que
anda tempestuosa y requiere control y confinamiento. El control incluye tres
cinturones. No ha sido capaz de ver a sus padres en ninguna ocasión.
15 de septiembre de 1949. La paciente coopera pero nunca se involucra en conversaciones con
otros. Se sienta en una esquina y se cubre la cabeza, pero ha aprendido a
responder amablemente.
5 de diciembre de 1949.
La paciente está recibiendo el tratamiento rutinario de control”.[60]
La muerte llegaba
con cierta frecuencia a las salas de pacientes. “Con el tiempo la muerte mata
toda esperanza. No ataca de manera despiadada, se burla de la vida esperanzada
y acaba con ella. Y cuando muere la esperanza, no queda nada.
Dios
no llegó a esa sala violenta donde yo estaba, tampoco mandó a ninguno de sus
emisarios porque este era el milenio en el que el mal había reinado mil años.
Los demonios y los espíritus malignos de la luna gobernaban en el infierno y a
Dios no se le podía encontrar.
Él
era llamado y rogado, pero Él nunca llegó. Siempre fue esperado y todavía
creído, pero nunca confirmó su existencia [...] No, la sala detrás de la
alambrada no era un lugar apropiado para la visita de Dios... y nunca llegó.
Y
así, en esta cripta sin Dios de los condenados, de alguna manera me las arreglé
para sobrevivir”.[61]
Vives conmigo para que pueda
vengarme de tu insoportable rechazo
Lillian encerró a
su hija en el manicomio porque consideró que su vida corría peligro con ella;
y, paradójicamente, la sacó de ahí porque necesitaba que su hija la cuidara en
su vejez. Durante cinco años no se habían visto, y la separación se había dado
con la advertencia de Frances de no verlos nunca más. Durante cinco años ella
fue considerada una loca incurable y, de pronto, a petición de sus papás fue
considerada persona completamente sana, capaz de cuidar a los padres que había
amenazado con matar. Pasó solamente una semana entre la solicitud echa por su
padre y la liberación. Ni siquiera la examinaron adecuadamente antes de darla
de alta.
“El manicomio fue una trampa de
acero y no me liberé de sus fauces viva y victoriosa, salí arrastrándome,
mutilada, llorosa y terriblemente sola. Pero sobreviví. Los miles de días que
pasé como interna inflingieron a mi espíritu heridas que no pude curar. Ellas
permanecen filosas y supurantes, pues aprendí que en la supervivencia no hay
victoria, sólo pesar”.[62]
“Lo que fue más doloroso para mí fue
saber que en cualquier momento de mi reclusión mis padres habían podido
liberarme con tan solo pedirlo. Pero lo más terrible fue la pena de saber que
me dejaron ahí sin importarles lo que me estaba pasando y que se fijaron en mí
hasta que fueron incapaces de cuidarse a sí mismos”.[63]
Desgraciadamente el pleito entre
madre e hija prosiguió en las nuevas condiciones, con la gran diferencia de que
ahora Frances no quería regresar al manicomio por ningún motivo. Ahora
cualquier cosa era mucho más llevadera que aquél lugar.
Ahora sus padres, que volvían a
vivir juntos, cuando no los complacía, lo que era frecuente porque eran muy
demandantes, la amenazaban con regresarla al manicomio. “Me entraba el pánico
con esas amenazas y, sojuzgada, me arrodillaba y les pedía que me dieran otra
oportunidad. Mi madre echaba para atrás su cabeza y se burlaba de mí, mi papá
chasqueaba su lengua y me avergonzaba señalando mi falta de orgullo”.[64]
“Día tras día oí una y otra vez que
si me rehusaba a atenderlos, ellos me enviarían de regreso. Yo vivía con el
miedo roedor de que lo harían a la menor provocación, y como resultado me
convertí en algo que no había sido antes: un lugar de lloriqueo y azote”.[65]
La dieron de alta en marzo de 1950 y
su padre tramitó la restauración de los derechos civiles de su hija y la Corte se la otorgó en marzo
de 1951, pero sus padres no le dijeron nada sobre su nueva situación legal y la
siguieron amenazando con algo que legalmente ya no podían ni querían hacer.
Frances descubrió por casualidad en 1953 que hacía dos años se le había
declarado mentalmente competente y había recuperado todos sus derechos civiles,
lo que provocó un nuevo resentimiento contra sus padres.
En los meses siguientes ella hizo
trámites para que quedara absolutamente clara y confirmada su nueva situación
legal. Necesitó y obtuvo que un juez de la Suprema Corte declarara (el 3
de julio de 1953) la restauración de la competencia mental de Frances. Para
reforzar, el 27 de julio se expidió un decreto que le quitó a su madre la
tutela legal sobre ella. Como ni siquiera eso la hizo sentirse tranquila
respecto a la relación legal con su madre, a principios de 1954 se casó con el
obrero Alfred Lobley.
Antes de esos arreglos jurídicos, el
papá había sido operado de una obstrucción intestinal y como requirió cuidados
que estaban más allá del cuidado que podía darle su hija, se hicieron arreglos
para internarlo en una institución de caridad: un asilo de ancianos. Meses
después, y ya casada, arregló con su media hermana Rita que Lillian pasara unos
días con ella y despidió a su madre en el aeropuerto. Fue la última vez que la
vio.
El marido se enojó mucho con Frances
por la manera en que se había liberado de su madre. Estaba tan dolido por el
comportamiento de su esposa que incluso se emborrachó y, para descargar su
enojo, destruyó varios muebles de la casa. Pero él mismo terminó siendo
abandonado sin previo aviso. En noviembre de 1954 ella consiguió un crédito y
se fue a vivir a Eureka, California, donde vivió con otro nombre durante tres
años y donde trabajó como secretaria en un estudio fotográfico.[66]
Durante dos años ninguno de sus
parientes ni conocidos supo nada de ella, hasta que la oficina de Seguridad
Social la localizó para avisarle que su mamá había muerto el 1 de marzo de
1955, su papá el 16 de julio de 1956 y que la habían dejado como heredera única
de todos sus bienes. Prácticamente las posesiones se reducían a una cosa: la
casa de Seattle. Frances la vendió en cinco mil dólares.[67]
La soledad, las pesadillas y el
alcoholismo
Todos los días iba
a trabajar caminando, regresaba a su cuarto a la hora del lunch y al final de la jornada leía libros de literatura. Los
domingos caminaba por la playa. Durante el día todo parecía bajo control, pero
en la noche se desbordaba el miedo y las pesadillas: “Tenía miedo al pasado que
se rompía bajo mis pies y, para bajar la tensión, empecé a comprar una botella
de vino cuando iba a casa saliendo de trabajar”.[68]
El que la oficina de Seguridad
Social la localizara, la hizo perder su sentido de seguridad y privacidad, lo
que hizo acrecentar la tensión que ya tenía. Poco a poco fue tomando más y su
dependencia del alcohol aumentó. Ingería bebidas más fuertes: del vino pasó al
vodka.
“No existía ninguna causa concreta
para mi creciente sentido de agitación, excepto que ya no me sentía segura. Si
oía una sirena me daban ganas de esconderme. Si veía un policía tenía miedo de
que viniera por mí. Con el paso de las semanas, me iba deteriorando más, por el
miedo de ofender y disparar una situación adversa, prefería hablar en
monosílabos. Era una bebedora solitaria que no causaba problemas. La tensión se
expandió al trabajo y ya no lo hacía tan bien como antes, pero tampoco le daba
a mi jefe motivo para quejarse. La vida seguía corriendo excepto en las noches
porque me dormía gracias a estar completamente borracha”.[69]
Esta dinámica que estaba viviendo en
Eureka se interrumpió porque, mientras estaba parada en un bar, Leland C.
Mikesell, un promotor independiente de artistas, la convenció de irse a vivir a
San Francisco, con la promesa de conseguirle un trabajo en el cine. Ella no se
hizo ninguna ilusión respecto a la idea de retornar a hacer películas.
Simplemente se consiguió un trabajo de recepcionista en el Hotel Sheraton y
quedó contenta con el sueldo de 70 dólares a la semana, pero siguió tomando más
y más alcohol para dormir. Por las noches se emborrachaba con Leland que
siempre iba a contarle del contrato que estaba a punto de lograr.
Al mes de trabajar en el Sheraton la
reconoció el encargado de relaciones públicas y planeó una conferencia de
prensa para presentarla ante el gran público. Cuando en la noche le contó a
Leland lo que había sucedido este se puso violento y la acusó de estafarla, de
pretender quedarse con su comisión de agente artístico y le juró que la
llevaría a todos los juzgados del país. Frances desechó toda esa situación como
absurda. Esa noche no se emborrachó porque estaba muy preocupada por el paso que
estaba dando hacia el público, le parecía que iba a dar un paso hacia el mundo
que la había destruido.
“Todo había sucedido por casualidad.
No había regresado a San Francisco con la esperanza de reasumir mi carrera. Ser
ambicioso requiere una chispa de vida y ya no había ninguna en mí. Supongo que
más bien parecía un zombie. Rara vez sonreía y cuando lo hacía era un simple
movimiento de músculos faciales. Nada salía del interior. Mi modo de actuar era
seco y remoto. Ya no tenía humor. Lo único que quería era subsistir hasta que
muriera. Nada me interesaba realmente. Ladrillo por ladrillo había edificado
una barda entre el resto del mundo y yo. Cuando me encontraba con personas, mi
disposición de alejarme las mantenía a un brazo de distancia. Y cuando hacían
el menor esfuerzo de descongelar mi total frigidez, los paraba al instante. Ni
me gustaba la gente ni confiaba en ella y me rehusaba a enredarme con una vida
que no fuera la mía. Tenía bien ganado el derecho de no tomar nada ni dar nada”.[70]
“Planeé
ser cordial con la prensa sabiendo que nada de lo que ellos pudieran hacer o
decir abollaría mi armadura de acero; y aunque todavía había una diabólica
hostilidad en mi interior, los años violentos habían sido un maestro severo y
había aprendido a mantener un tenso control. Pero a pesar de eso estaba
nerviosa”.[71]
Lo que vino después de la
conferencia de prensa fueron miles de cartas de sus todavía existentes fans.
También se convirtió en un gran objeto de curiosidad, la gente acudía al
Sheraton a verla, pero eso terminó por dejarla sin trabajo y sin sueldo.
Por
su parte, Ed Sullivan la invitó a presentarse en su muy popular show de los
domingos a las 8 pm en televisión. Después se habló de ella todavía más, tanto
en el buen como en el mal sentido.
Además se le invitó a participar en
el programa de televisión: This Is Your
Life donde se sintió ensuciada y degradada por las preguntas que le
hicieron ante millones de telespectadores (si era alcohólica, si realmente
había enloquecido, etc.)[72]
Lo consideró uno de los episodios más desagradables de su vida.
Pero de todas esas relaciones
públicas salieron dos cosas muy buenas que cambiaron completamente su vida:
conoció a la que sería su mejor amiga, Jeanira Victoria Ratcliffe (Jean), y le
ofrecieron un trabajo en la televisora de Indianapolis WFBM-TV como conductora
de un programa de televisión dedicado al cine y que durante seis años se llamó:
“Frances Farmer presenta”. Su amiga la incorporó al campo de la amistad y con
ello a la humanidad; y la televisora le dio un sueldo bueno y estable,[73]
donde pudo ganar y mantenerse todo el tiempo en el primer lugar del raiting
local y uno de los primeros a nivel nacional, de 1958 a 1964.
Los seis días de la semana su
programa tenía el horario de 5 a
7 pm y en él presentaba películas de una manera inteligente y también
entrevistaba a los artistas que invitaba. Hasta su ex-marido Leif Erickson
circuló por ahí.
La transición de percibir la
vida con enojo, a poder verla con amor
A Jean le importó
mucho la tristeza que veía en su nueva amiga y al conversar con su papá se dio
cuenta que él también la veía muy expuesta a un colapso, así que la invitaron a
vivir con ellos mientras podía comprarse una casa. Frances vivió tres años con
Lunda (papá), Ethel (mamá) y Jean. La aceptaron como parte de la familia, como
si fuera la segunda hija. Ahí, nuevamente, sintió lo que era pertenecer y no
pudo evitar compararlos a ellos con su familia: “Ellos amaban, la mía odiaba;
ellos creían, la mía destruía; ellos respetaban, la mía se burlaba; ellos
reparaban, la mía rompía en pedazos”.[74]
Los nuevos sentimientos que se le
iban generando con la nueva pertenencia también le permitieron hacer un
contraste con sus viejos sentimientos y entenderlos mejor:
“La palabra
significa restaurar a una persona degradada y quizás desde el nacimiento probé
el desaliento de la degradación, pues llegué sin ser deseada y el peso de esa
carga es un peso demasiado amargo para ser soportado por una niña”.
“No es una piedra de molino que se
deja al lado cuando uno llega a la madurez; más bien crece, se hace más pesada;
es una agalla que se filtra en todas las áreas. No deseada, no querida, son
palabras muy dolorosas”.
“Yo estuve sujeta a una debilidad
espiritual, extrañamente emparejada con una voluntad indomable y sólo con esta
voluntad pude sobrevivir. Sobreviví, pero mi vida era superficial y sin gracia.
No conocí la bondad. Ni la recibí ni la di. Ser tierna y amable era ser débil.
Para mí, la fuerza residía exclusivamente en la arrolladora violencia.[75]
No tuve manera de entender la palabra , porque nunca me crucé con
él. Tampoco entendía el significado de la palabra lealtad, devoción, ternura o
amistad. Hasta ese momento la estructura de mi personalidad había sido barrida
y los sentimientos eran un adorno que no tenían lugar en la difícil lucha por
la existencia”.[76]
“Amar y ser amada fue la fuerza
motivante que alteró mi vida”.[77]
Ese fue el gran regalo que le dieron los Ratcliffe.
Frances se sentía tan bien que un
día le dijo a Lunda (el papá de Jean) que pensaba que había resuelto todos sus
problemas. Éste le contestó: “No estés tan segura, mujer. Todos tenemos un
largo camino y las cosas tienen el hábito de saltar cuando menos las esperamos.
Nada más no seas muy dura contigo misma y no te apures queriendo probarlo todo.
Sólo aprende a tomar las cosas con suavidad y saldrán bien”.[78]
La gran recaída
Los tres años que
estuvo viviendo con los Ratcliffe hicieron casi desaparecer su problema de
pertenencia y de alcoholismo. Pero cuando compró la casa, se mudó allá y vivió
sola, fue constatando que su consumo de alcohol iba aumentando 20 dólares, mes
con mes. A pesar de que mantenía una comunicación intensa con su nueva familia,
las cosas estaban apuntando hacia una dirección equivocada.
La primera gran borrachera y pérdida
absoluta de control se dio en la navidad de 1961. Había quedado de cenar con
los Ratcliffe después del programa de televisión, pero la lectura de una carta
que le enviaron la trastornó profundamente. La acusaban de ser lesbiana y de acostarse
con Jean. Se sintió atacada y ensuciada en lo que más la importaba y no lo
soportó. Canceló la cena y tomó alcohol hasta perder la conciencia. Jean fue a
su casa al día siguiente a ver qué había pasado y encontró la casa hecha un
cochinero con un montón de cosas tiradas, destrozadas y vómitos por aquí y por
allá. Por todo comentario le dijo a su amiga: “Tú sí sabes cómo tirar un
zapato”.
Frances no le dijo nada, ni Jean le
preguntó. La acompañó varios días viéndola tomar una y otra vez sin comer nada.
Durante los días que se mantuvo borracha estuvo a su lado acompañándola. El
papá la reportó enferma al trabajo. Y cuando, por fin, después del año nuevo,
se decidió a comer algo. Jean llamó al médico que la examinó y le dijo que si
no dejaba de tomar, la baja presión la conduciría al hospital y entonces no
habría manera de detener los chismes.
Jean no había movido un dedo para
limpiar el chiquero en que se había convertido la casa y le informó a Frances
que le había pedido a la muchacha que hacía el aseo que no fuera hasta nuevo
aviso. Le advirtió a Frances que le podía pasar todo menos la suciedad y que no
se atreviera a llamar a la muchacha, porque nadie más, sino ella debía limpiar
todo ese cochinero que había generado. A pesar de que Frances se molestó mucho
con esas medidas, finalmente las aceptó, y cuando puso manos a la obra sí
recibió ayuda de Jean y asearon toda la casa.
Ya con todo en su lugar y en calma,
Jean le preguntó si quería contarle lo que había sucedido. Frances le enseñó la
carta y Jean, decepcionada, le dijo que ese chisme le llegaba desde meses atrás
y que la tenía sin cuidado, que era imposible detener los chismes y que
simplemente prescindía de ellos.
Frances pensó que su amiga era
demasiado inocente y que debía protegerla a ella y a su familia de toda esa
suciedad que les estaba lanzando la gente. Pensó que sólo la podía salvar
tomando medidas radicales, así que le
pidió a Jean que se fuera y que no volvieran a verse nunca más. Y para reforzar
su decisión soltó su lengua, como ella sabía, para burlarse y herir
profundamente a su amiga y a la familia que amaba. Lo último que le dijo Jean
antes de irse fue: “Si alguna vez hay algo que pueda hacer por ti, sólo
dímelo”.
Se dejaron de ver durante más de dos
años. Frances siguió trabajando bien, su programa dejaba mucho dinero a la
televisora, había lista de espera para los comerciales que aparecían en su
programa, era la número uno en raiting y permanecía ahí mes tras mes.
Continuamente la llamaban para dar conferencias en clubes y asambleas
estudiantiles. Se le nombró la mujer del año en Indiana y presidenta honoraria
de la Cruz Roja,
etc.
Externamente todo iba muy bien, pero
la soledad la sentía peor que nunca, y su consumo de alcohol fue elevándose de
manera tal que en su sangre siempre traía altas dosis y empezó a notarse en su
comportamiento. Sobre todo porque afectó a su corazón. A veces traía la presión
tan baja que no podía hacer bien las cosas. Una vez apareció en el programa en
muy mal estado, fue incapaz de sostenerse en pie y hablar articuladamente sin
arrastrar la voz. Tuvieron que sacarla del programa y sustituirla
inmediatamente. Eso generó nuevos chismes acerca de su alcoholismo y de su
trabajo. Se corrió el rumor de que había sido despedida y eso aumentó el raiting del programa. La televisora la
respaldó y siguió apareciendo en los programas.
El doctor le aseguró que si seguía
bebiendo, la baja presión podía tener consecuencias fatales. Pero ella ya no
podía frenar el consumo de alcohol y por no poder hacerlo se despreciaba
profundamente.
El comportamiento de Frances no se
modificó y después de varias veces en que fue evidente que no estaba en buenas
condiciones para un buen desempeño en el trabajo, la televisora habló con ella
y canceló su contrato.
Como
durante los seis años que duró como conductora del programa se había dedicado a
gastar despreocupadamente, cuando quedó desempleada vio que sólo tenía 300
dólares en el banco y un montón de ropa que ya no le serviría para nada.
Para empeorar su situación de
alcohólica solitaria y desempleada, se apareció Leland C. Mikesell, el promotor
artístico que la había sacado de Eureka, y la amenazó de muerte. Todavía le
reclamaba a Farmer haberlo “estafado” con esa comisión que imaginó ganaría al
colocarla en un nuevo empleo. Su fantasía nunca se hizo realidad y estaba
dispuesto a vengarse por su desilusión. Él le prometió que la mataría tarde o
temprano y en el momento menos esperado. Antes, él la vería pidiéndole
clemencia y pudriéndose en el infierno.
Eso fue más de lo que Frances pudo
soportar en soledad, y después de más de dos años de no verla ni de comunicarse
con ella, llamó a su amiga Jean pidiéndole ayuda.[79]
Frances se restableció con el amor y el cuidando a un
gato callejero enfermo
Jean aceptó
amorosamente el regreso de Frances y vivieron juntas. La mejor terapia que se
le ocurrió a Jean para reestablecer a su amiga fue encargarle el cuidado de un
gato callejero enfermo. Farmer se vio obligada a dedicar varios días al cuidado
intensivo del gato y eso posicionó en ella una nueva actitud.
Su amiga la integró otra vez a su
familia y a su grupo de amistades. En estas nuevas condiciones el alcohol dejó
de ser una necesidad y una adicción. También, desde esta situación de
renovación, finalmente pudo encontrar a Dios en 1968.
Las dos vivieron y trabajaron juntas
más de cinco años y Jean la cuidó en su prolongada enfermedad de cáncer en el
esófago, hasta que murió el 1 de agosto de 1970.[80]
La “actuación” no buscada: su
vida como representación de la nuestra
Los principales
problemas que tuvo que resolver Frances Farmer en su vida fueron: pertenecer a
un grupo y con él a la humanidad; descubrir un lugar y un papel aceptable en la
sociedad y actuarlo; obtener buenos ingresos realizando la propia vocación;
aprender a amar y encontrar a Dios. Todos esos problemas y sus soluciones se
relacionaron entre sí.
La gran competencia de egos: la lucha por la
superioridad
Las sociedades
individualistas, como las actuales, se organizan como lucha y competencia entre
egos. Cada quien quiere ganar y ser superior al otro. Hay un lugar para todos
los egos: abajo se ubican los más pequeños y arriba los más grandes. Ascender
es difícil porque hay que desplazar a los que van subiendo y evitar chocar con
los de arriba que van cayendo.
En estas sociedades “el hombre es la
medida de todas las cosas” y este principio se traduce en que cada quien se
mide con el que le toca en frente. Al medirse, uno siempre intenta superar al
otro, quedar arriba, ser superior. El momento de la medición se expresa casi
siempre con un reclamo o un desafío: “¿No sabes quién soy yo?”. Y la respuesta
tiende a ser, con otras palabras: “¡Soy el que te va a partir tu madre!”
Siempre hay mucho resentimiento
entre la mayoría de la gente, porque esta manera de valorar a las personas es
muy caótica, demasiado fugaz, excesivamente dependiente de de victorias
provisionales. El lugar que se ganó y el papel que se está desempeñando, puede
perderse en cualquier momento. La mayoría siente que no se le está valorando,
que es injusto el lugar que tiene y el papel que desempeña; cree que debería
tener uno mejor. Saben quién tuvo la culpa de ponerlos en el lugar en el que
están y haciendo lo que no deberían. La actitud más generalizada es de enojo:
“¡Me las vas a pagar!”, “¡Vas a saber quién soy yo!”.
La competencia entre egos no tiene
límites, se da en todos los campos y de manera semejante. Lillian, por ejemplo,
creía que dedicada a sus hijos y a su marido le daría un lugar más bajo a su
ego que dedicada a publicar libros de nutrición o a combatir a las panaderías
de Seattle por los ingredientes sintéticos poco saludables que utilizaban.
Sabía que su marido debía quedar en un lugar más bajo y ella en uno más alto, y
dispararle balas de salva era una buena manera de verlo tirado en el piso y
contemplarlo de arriba hacia abajo. O sabía que su hija Frances debía quedar
abajo obedeciéndola en todo lo que ella dijera o manteniéndola arriba como la
mamá de una estrella.
Frances también luchó por ser la más
inteligente, la más informada, la mejor actriz de cine, la mejor actriz de
teatro. Y cuando se confrontó con un policía de tránsito lo humilló, con un
juez le gritó, con los psiquiatras los ridiculizó, con las enfermeras las
despreció. No importa cuáles fueran las circunstancias ella debía quedar arriba
y los demás abajo.
Los demás, cuando se confrontaron
con ella, también traían lo suyo: “¿Con que esas tenemos? ¡Pues ahora vas a
saber quién soy yo!”. Y el policía la acusó de manejar en estado de ebriedad,
el juez la condenó a 180 días de prisión, y el psiquiatra a choques eléctricos,
de insulina y de agua. Odets la utilizó para darle difusión a su obra Golden Boy y para construir un personaje
de teatro y para mostrarle siempre que valía más que ella. Y el Group theatre también se encargó de convencerla
de que ellos estaban arriba y ella abajo, que ellos ganaban y ella perdía,
etcétera, etcétera. Es decir, la lucha de egos a todo lo que daba.
Frances ascendió compitiendo con
otros egos y ganando; y descendió cuando su voluntad de triunfo había quedado
reducida a la mera supervivencia, a la desnuda lucha por la superioridad. Tuvo
una oportunidad de nuevo, cuando la gente descubrió que había quedado
aparentemente intacta, después de muchas adversidades: seguía siendo bonita,
delgada, inteligente. Era una imagen que servía nuevamente para representar a
las multitudes, muchos hombres y mujeres se podían identificar con ella y con
su situación. Les confirmaba la idea de que pase lo que pase, se puede ganar. Este gran público que
se congregó a su alrededor, fue aprovechado por una televisora de Indianapolis
para ganar dinero; y le ofreció a Frances un programa de televisión todos los
días de lunes a sábado de 5 a
7 pm. Y Frances nuevamente compitió con los egos y ganó. Era la número uno en
el raiting de Indianapolis y una de
las primeras a nivel nacional.
De estrella de cine había pasado a ser una estrella de la
televisión.
Sin su amiga Jean
la historia de Frances se habría repetido. En la competencia de egos y por las
envidias que generan los resultados de esas luchas, Farmer habría sido herida
de nuevo en su ego de manera insoportable, la difamación de lesbiana la habría
hecho perder nuevamente el control y se habría despeñado hasta lo más bajo. Con
este nuevo golpe, quizá su ego habría quedado desecho y habría pasado al
olvido. Se habría acabado cualquier motivo para recordarla. Ya no podría
representar a nadie de manera atractiva. Su historia no interesaría ya para la
agitación y la propaganda de la lucha social de egos.
Pertenecer de corazón a una sociedad
individualista en realidad es no pertenecer. La historia de Frances expresa muy
bien el tipo de vínculos de odio y resentimiento que se forman y la dinámica de
soledad que se engendra. Lo que hay en estas sociedades, es lo que el sociólogo
estadounidense, David Riesman, llamó: “La muchedumbre solitaria”.[81]
En este tipo de sociedades y con la
dinámica que se genera en ellas no se puede pertenecer a la humanidad, más bien
se tiende a acabar con ella.
La otra socialización: la motivación del amor
Afortunadamente
para Frances, y para todos nosotros, hay gente, como Jean, que ha sido
socializada con otros principios y su motivación fundamental no es imponer su
ego y mostrar o alcanzar la superioridad en cualquier oportunidad. Para estos
muchos, el otro no es alguien al que hay que rebajar y derrotar sino alguien a
quien amar. Bajo esa dinámica sí se puede pertenecer, se puede vivir con
bienestar y alegría y se puede encontrar a Dios.
Mientras Frances estuvo regida por
la competencia de egos no pudo encontrar a Dios, porque realmente no podía
encontrar a nadie que no fuera ella misma. Los demás tampoco podían encontrarla
a ella porque sólo podían estar con ellos mismos. Dios no cabe en el ego. Dios
no es perceptible desde el dominio del ego y menos desde un ego lleno de rencor
y de odio. Eso es algo que constató Frances Farmer.
Cuando fue amada y amó no tuvo que
buscar a Dios ni llamarlo, simplemente se le presento y ella lo reconoció.
Dios muere
Por
Frances Farmer [82]
Nadie vino y me
dijo: .
No fue un asesinato, pienso que simplemente Dios murió de viejo. Y cuando me di
cuenta que ya no estaba aquí, no me impresionó. Me pareció justo y natural.
Quizás
fue porque nunca me impresionó adecuadamente una religión. Fui a la escuela
dominical y me gustaron las historias sobre Cristo y la estrella de Navidad.
Eran hermosas. Pensar en ellas me hacía sentir cálida y feliz. Pero no creía en
ellas. El maestro de la escuela dominical hablaba de manera parecida a la
maestra de escuela primaria cuando nos hablaba de George Washington. Historias
agradables y bonitas, pero no verdaderas.
La
religión era algo muy vago. Dios era diferente. Era algo real, algo que podía
sentir. Pero sólo había ciertos momentos en que podía sentirlo. Solía acostarme
entre sábanas limpias y frescas después de darme un baño, lavar mi pelo y
frotar mis nudillos, uñas y dientes. Entonces podía estar inmóvil en la
oscuridad viendo los árboles a través de la ventana y decirle a Dios: “Estoy
limpia ahora. Nunca he estado tan limpia. Nunca estaré más limpia”. Y, de
alguna manera, ahí estaba Dios. Aunque no estaba segura que fuera Él ...
simplemente era algo fresco, oscuro y limpio.
Sin
embargo, eso no era religión. Había algo muy físico en esto. No podía mantener
el mismo sentimiento durante el día, con mis manos en el agua lavando platos y
con el duro sol mostrando la suciedad de los tejados. Me empecé a preguntar el
significado de lo que decía el ministro: “Dios Padre ve caer incluso a la más
pequeña paloma. Él vela por todos sus hijos.” Eso me confundía. Pero estaba
segura de una cosa: si Dios era el Padre de los niños, esa limpieza que había
sentido no era Dios. Así que en la noche, cuando iba a la cama, podía pensar:
“Estoy limpia, estoy con sueño”. Y entonces me dormía. Eso no evitó que
disfrutara menos la limpieza. Sólo supe que Dios no estaba ahí. Él era un
hombre con un trono en el Cielo, así que era fácil de olvidar.
A
veces me parecía útil recordarlo, especialmente cuando perdía cosas
importantes. Después de dar portazos por la casa, apanicada y sin aliento por
la búsqueda, podía detenerme en medio de un cuarto y cerrar los ojos: “Por
favor, Dios, ayúdame a encontrar mi sombrero de orla azul”. Normalmente
funcionaba. Dios se convirtió en un super-padre que no podía maltratarme. Y si
yo quería intensamente algo, Él lo concedía.
Eso me satisfacía hasta que pensé
que si Dios amaba igual a todos sus hijos, por qué se preocupaba por mi
sombrero rojo y dejaba que otra gente perdiera a sus padres y madres por
siempre. Empecé a ver que Él no tenía mucho que ver con sombreros, gente
muriendo o cualquier otro asunto. Las cosas sucedían tanto si Él quería como si
no, y permanecía en el cielo pretendiendo no ver lo que pasaba. Me pregunté por
qué Dios era esa cosa inútil. Me parecía una pérdida de tiempo tenerlo. Después
de eso Él se fue disminuyendo poco a poco hasta que se hizo nada.
Me
sentí orgullosa de pensar que había encontrado la verdad por mí misma, sin
ayuda de nadie, pero me desconcertaba que otra gente no la hubiera encontrado
como yo. Dios había muerto. Éramos más jóvenes. Habíamos ido más allá de Él.
¿Por qué no podían ver esto? Eso todavía me desconcierta.
Una niña y una gran amiga me ayudaron a encontrar a Dios
Por Frances
Farmer y Jean Ratcliffe [83]
El verano de 1968
fue la estación de mi renacimiento” y cuando pienso en ello, recuerdo que la Biblia habla de la cercanía
de los niños con Dios [...] Nunca estuve rodeada de niños hasta que me vinculé
con . De hecho tenía como consigna evadir todo contacto y
había aceptado esto como resultado de la culpa que sentía por haber abortado en
mis tiempos de Hollywood. Simplemente no tenía el descaro de estar con un niño,
pero cinco pequeñitas abrieron mi corazón y alejaron mi culpa.
En un día particularmente caluroso
de verano, [nuestra amiga] Farell [Whitefield] trajo a sus hijas a disfrutar
nuestra alberca y [mi amiga y compañera de casa] Jean [Ratcliffe] las mantuvo
atareadas con comida y actividades. Yo estuve la mayoría del tiempo
vigilándolas al nadar, pues nunca dejábamos de estar pendientes de ellas. Hacia
la media tarde Farell decidió que era tiempo de partir. Las llevó, en medio de
protestas, con la promesa de que vendrían otro día.
Me parece que los niños
invariablemente llegan y se van en medio de una molesta excitación y este día
no fue la excepción: buscaron frenéticamente la toalla o la zapatilla perdida y
después de recoger todo desaparecieron de la casa en su carro. Cuando se
fueron, el jardín quedó desnudo con su silencio, pues cuando los niños se van
se llevan algo musical con ellos. Tan pronto como se fueron, Jean suspiró con
un cansado placer y entró inmediatamente a la casa a recostarse.
Con el jardín vacío, me sentí de
repente sola y pensativa. Todo estaba terriblemente calmado y con el sol
ondulándose en el agua, la atmósfera parecía irreal. No soy capaz de describir
mis pensamientos, pero sí puedo decir que eran inquietantes. Había sentido la
calidez del amor y de repente el dolor de una soledad inesperada. Tenía un
sentimiento vacío, perdido. Quizás la melancolía podría describirlo.
Y entonces vi que mi
Gina, de 12 años, me miraba tímidamente desde la esquina de la casa y corrió
hacia la casa gritando con su pura y simple voz de niña: “Tía Frances no te di
el beso de despedida”.
Tendí mis brazos hacia ella y sentí
anidar su mejilla en la mía, y en mi oído, casi como el murmullo del aletazo de
una mariposa, oí: “Te quiero mucho porque eres buena”. Y entonces se fue
saltando con su largo cabello columpiando detrás de ella como el viento
arrojado sobre un camino de oro. Cuando se fue, un sollozo seco se atoró en mi
garganta. Nunca nadie me había dicho eso. Probablemente ni siquiera lo habían
pensado. Ahora estaba ahí, en ese momento, como un corazón de piedra derretida.
No podía contener el flujo de
lágrimas, no porque me dijeran que me amaban o que era buena sino porque mi
corazón tenía ahora la alegría y la humildad de pertenecer.
En ese tranquilo día de verano sentí
el primer movimiento atronador de Dios en mi vida, y la voz suave de esa niña,
la tierna caricia de su mejilla en la mía, abrió la puerta. Fue una experiencia
maravillosa y terrible y me di cuenta que se había lavado todo el mal que me
había rodeado. Estaba dominada por el sentimiento de perdón y cambio.
La vida adquirió un nuevo
significado. Fue algo todo poderoso. Fluyó desde dentro de mi como un pozo de
agua. Había renacido y sabía que tenía que encontrar un culto, un camino
disciplinado de fe, e inicié el recorrido hacia una realización espiritual.
Yo había cambiado y Jean lo supo sin
preguntarme el cómo y por qué. Y otros lo supieron. Era algo que se veía.
Nunca me había preocupado gran cosa
la religión organizada hasta que un día me encontré sentada en Santa Juana de
Arco, el templo católico de mi barrio. Había pasado muchas veces por ahí, pero
aquella tarde en la que regresaba del mercado, me detuve y me senté sola en la
nave central. Había paz y oscuridad. Observé detenidamente el altar y entendí,
por primera vez, el poder y el significado de la crucifixión.
La conversión al catolicismo
Ese mismo día
solicité empezar con mi preparación para convertirme a la fe católica. Pero la
conversión se dio con una personal crucifixión, pues el buen padre que fue mi
instructor me sugirió que hiciera mi primera confesión con algún sacerdote en
otro templo. Quería que fuera a un lugar en el que no me conocieran. Él era un
viejo agradable y estoy segura que me visualizó de cierta manera y prefirió
quedarse con esa visión. Fui a un templo del centro de la ciudad donde nadie me
conocía y tuve una experiencia que me partió el alma en pedazos.
Sentí que era necesario purgarme a
mí misma en el confesionario, pero empecé con el pie izquierdo, el confesor
creyó que yo era un hombre. Tengo una voz profunda y teatral, es una de mis
características, pero para el sacerdote yo era alguien que quería divertirse en
el confesionario. Después de superar el malentendido quedó apaleado por mis
confesiones. En el momento en que empecé a contar mis abortos, se puso blanco y
no quería entender. Me regañó tan violentamente que me fui llorando del
confesionario y caí ante el altar boca abajo. Yo, a sus ojos, era una
imperdonable siete veces asesina. Mi llanto hizo que llegara el monseñor,
quien, perplejo ante la conmoción, trató de reconfortarme. Le conté mi historia
llorando y ahí en el altar, ese hombre amable y gentil, me dio la bendición.
Horrorizada por el incidente, anduve
con lentes oscuros día y noche, durante tres semanas. Jean pensó que eso era
parte de mi nueva vida. Ella no era
católica, pero entendió que si yo no era capaz de enfrentar y aceptar los
dogmas de mi iglesia, entre los cuales estaba el perdón, estaría yo perdida en
el remolino del remordimiento.
Finalmente, después de días de rezar
y hacer peticiones, me quité los lentes oscuros, me acepté a mí misma y al
mundo que me rodeaba.
De la fe he tomado la seguridad de
que hay un Dios que ama y dirige todas las cosas. He sido capaz de dejar de
lado el odio demoledor y las culpas. Todavía sufro por mi pasado, pero espero
que con el tiempo entienda mejor los escollos en los que caí. Y si no pudiera
llegar a entenderlos ahora tengo una fe profunda y duradera de que puedo
atravesarlos sin daño alguno.
No me gusta hacer proselitismo porque
estoy convencida que cada quien debe encontrar su propia salvación; y el hecho
de que no escogiera la religión de mis amigos más cercanos sólo confirma la
libertad de elección y el discernimiento personal que me fue permitido tener.
Yo encontré mi camino a través de su amor y comprensión, pero elegí mi fe,
aunque muy alejada de la de ellos, desde mi libre voluntad.
Jean puede acompañarme a misa y yo
ir con ella a los servicios de la Unity Church, de modo que
los domingos por la mañana pueden estar llenos de cosas buenas y aunque nuestra
manera de rendir culto es muy diferente, las dos somos capaces de unirlos en la
amistad y la comprensión.
Así que en 1968 dejé todos los
apetitos falsos. Se acabó mi compulsión a beber que me abrumaba en el pasado.
Desapareció mi necesidad de nulificar. Ya no estaba encadenada. Entendí las
causas y saboreé la libertad que este entendimiento me trajo. Me convertí en
una mujer positiva y sólida. Mi mundo y mi espíritu eran seguros. Y mi mente
estaba, finalmente, libre.
He aprendido que tener buenos amigos
es el más puro de los regalos de Dios, porque es un amor que no se paga. No se
hereda, como el de la familia, ni es irresistible como sucede con un niño, ni
da placer físico como lo hay con una pareja. Es un vínculo indescriptible que
trae una devoción más profunda que los otros amores.
Así que pienso con gratitud en Jean,
pues ella permaneció a mi lado cuando otros desaparecieron. Ella creyó en mí
cuando otros dudaron. Ella dio cuando otros recibieron. A través de ella, todo
lo bueno llegó a mi vida y a través de lo bueno, llegué a conocer y a creer en
Dios.”
Dos años después,
el 1 de agosto de 1970, Frances Farmer murió por un cáncer en el esófago. De
sus días de enfermedad y agonía, cuando ya no podía comer nada y tenía que ser
alimentada directamente por el estómago, escribió:
“Hay momentos en
que mi mundo está oscuro. Algunas veces está tan oscuro que no puedo verlo ni
sentirlo, y entonces oigo los sonidos de Su Ser [...] Y veo la cara de mi amiga
[Jean] desdibujada y cansada, pero siempre amable... siempre capaz de sonreír y
entonces sé que Dios está cerca.”
“Sé del terror del dolor, como ahora
se presenta, pero encerrada en aquellos años, olvidada en un manicomio, sufrí
mucho más. Ahora tengo a Dios aquí, pero Él nunca estuvo allá”.[84]
[1] Uso la palabra manicomio porque es la que más se acerca a la que usa
Frances para nombrar a ese lugar.
[2] A menos que explícitamente se indique otra cosa, los datos utilizados
para realizar esta interpretación de la vida de Frances Farmer, están tomados
de la biografía escrita por su íntima y queridísima amiga Jean Ratcliffe, y que
fue publicada como “autobiografía de Frances Farmer” con el título: Will There Really Be a Morning?, Dell
Publishing Co, Nueva York, 1972
[3] La mayor era Rita, media
hermana, pues era hija del primer matrimonio de Lilian. Después estaba Wesley,
primer hijo de Ernest y Lilian. Lo siguió el bebé que murió, después nació
Edith y finalmente Frances.
[4] Este escrito premiado se presenta aquí como parte de Cada frontera No.40
[5] Véase, Frances
Farmer, Will There Really Be a Morning?,
Dell Publishing Co, Nueva York, 1972, p. 190
[6] Ibid., p.180
[7] Idem.
[8] Ibid., p. 181. Los papás se habían separado cuando Frances
tenía 4 años. Así que después de siete años de ausencia consideraba a su padre
como un extraño.
[9] Ibid., p. 182
[10] Ibid., p. 185
[11] Ibid., p.53
[12] Ibid., p.54
[13] Ibid., p.55
[14] Idem.
[15] Ibid., pp.55-56
[16] Ibid., p.56
[17] Ibid., p.57
[18] Ibid., p.60
[19] Ibid., p.62
[21] Ibid., p.68
[22] Ibid., pp.68-69
[23] Ibid., pp.76-77
[25] Ibid., 81
[26] Ibid., p.131
[27] Ibid., p.132
[28] Para entender mejor este
método de actuación puede consultarse el libro de Constantin Stanislavski, La construcción del personaje, Alianza
Editorial, Madrid (Libro de Bolsillo No. 573), 1985. La parte de la contención
y el control como parte clave de la construcción del personaje está en la
página 99.
[29] Peter Shelley, The Life and Filmes of a Troubled Star, McFarland & Company, Jefferson, North
Carolina 2010 p.18
[30] William Anderson cambió su nombre por uno
artístico: Leif Erickson; y fue muy conocido por su participación en la famosa
serie de televisión de finales de los años 60: El Gran Chaparral, ahí
interpretaba el papel de John Cannon.
[32] Clifford Odets era un hombre atormentado, cuando tenía 25 años intentó
suicidarse tres veces y en 1940 escribió en su diario: “A donde quiera que vaya
estoy siempre solo, sin hogar”. Citado por John Lahr, The Struggles of Clifford Odets, The NewYorker,
April 17, 2006
[33] Probablemente Odets tomó
su relación con Farmer como oportunidad de escribir una nueva obra y jugó con
el “personaje” para explorarlo. El biógrafo de Odets, Christopher J. Herr,
sostiene que incluso después de la ruptura con Frances, él siguió atento a todo
lo que aparecía de ella porque tenía planeado escribir una obra titulada:
“Actriz”. Este dato aparece en el citado libro de Peter Shelley, en la página
22.
[34] Frances Farmer, Op.Cit., p.227
[39] Me da la impresión de que
Frances se vengó del Group Theater cuando
los dejó colgados en la obra The Fifth
Column en cuyos ensayos estaba participando por invitación de ellos.
Catherine Locke la reemplazó, pero la multaron con 15 mil dólares por abandonar
el trabajo. No mucho tiempo después se disolvió el grupo por celos y choques de
temperamentos artísticos, p.231
[49] Para estos cuatro párrafos Ibid., pp.50-51
[57] La larga descripción de las condiciones del manicomio (que aquí no se
reproducen sino en parte), Frances la escribió también como campaña a favor del cambio de las
deplorables condiciones en las que se encontraba más de medio millón de
pacientes psiquiátiricos y más de medio millón de retrasados mentales recluidos
en instituciones estatales. P.254
[58] Ibid., pp.259-263 para
este párrafo, el anterior y los posteriores que describen las condiciones de
los pacientes.
[73] Inicialmente le pagaron 225 dólares a la semana, p.308
[75] En la página 198 había
dicho ya: “Mi propia violencia era mi fuerza y sin mostrar mi rabia, me sentía
vulnerable y asustada”.
[79] Todo lo referente a su
recaída y a su reconciliación con Jean puede leerse en las pp.322-340 de la
autobiografía.
[81] No he leído su libro,
sólo estoy usando ese título porque me parece bastante expresivo de lo que se
vive actualmente. Y, hasta donde yo sé, Riesman maneja en su libro ideas
totalmente diferentes a las que yo estoy expresando aquí para describir a “La
muchedumbre solitaria”.
[82] Con este escrito, a sus 18 años, Frances Farmer ganó el premio de la
revista The Scholastic, en 1931, por
el mejor ensayo de estudiantes de High School. Con él adquirió fama nacional y
también desató la indignación y la protesta de los pastores y cristianos de la
ciudad de Seattle.
[83] Este texto, de lo que
sucede 37 años después del escrito anterior, es mi traducción de un extracto
del libro autobiográfico de Frances Farmer, Will
There Really Be a Morning?, Dell Publishing Co., New York, 1982, pp.
365-369
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