Frances Farmer: la felicidad no estaba en Hollywood ni Dios en el manicomio



Lo difícil que fue pertenecer a la humanidad y creer en Dios
 
Por Arturo Michel Pérez


Una hija no deseada

A Frances Farmer se le conoce, sobre todo, por haber sido una estrella de Hollywood y por haber permanecido encerrada durante seis años en un manicomio estatal miserable.[1] Es famosa por su ascenso al “cielo”, su descenso al “infierno” y por brotar de nuevo para integrarse, con mucho trabajo, a la vida humana común.
El aprendizaje que necesitó realizar, para poder vivir sobre un terreno nivelado y firme, no fue sencillo; implicó recorrer, con gran esfuerzo y varias caídas, un camino muy escabroso. Para empezar, Ernest (su padre) y Lillian (su madre) no desearon su nacimiento. Frances llegó a casa en un momento en que sus padres ya habían roto su afecto y tenían serios problemas para sostener económicamente a la familia.[2]
            Dos o tres años antes de su nacimiento, la familia se había trastornado profundamente a causa de la muerte de un bebé, de año y medio, hermano suyo. Ernest había destinado a su madre la habitación más caliente de la casa, en una de sus visitas. Para darle ese espacio había trasladado a Rita, la hija mayor, y al bebé a un cuarto más frío. Las consecuencias de ese cambio fueron fatales: Rita se enfermó de la garganta y el bebé contrajo una grave neumonía que lo llevó a la muerte en cuestión de horas. Lillian acusó a su marido de asesinato y quedó completamente abatida. A Ernest, por su parte, lo asustó tanto el colapso nervioso de su mujer que pensó internarla en un hospital psiquiátrico. Cuando Lillian se enteró de las intenciones de su marido lo acusó no sólo de haber asesinado a su hijo sino de querer la completa destrucción de ella.
La ruptura emocional de la pareja fue irreparable y sucedió cuando la madre estaba embarazada de Edith. A consecuencia de dicho embarazo, de la muerte del bebé y del colapso nervioso, Lillian cerró su negocio de la casa de huéspedes y la economía familiar se vino abajo. Desde entonces, los insuficientes ingresos se convirtieron en un problema siempre presente.
Con el desaliento de ser rechazado por su mujer y la presión de conseguir dinero lo más pronto posible, Ernest aceptó cualquier tipo de casos y se dio a conocer como abogado barato. Entró así a un círculo vicioso: como era pobre cobraba poco para conseguir cualquier dinero en cualquier caso; y como cobraba poco, era pobre; y como era pobre, aceptaba cualquier caso, etc...
Frances fue la cuarta hija viva[3]  y eso pareció rebasar con mucho los ingresos familiares. Su nacimiento fue otra ocasión conflicto entre sus padres. El papá no había querido más hijos y le decía a su mujer que “no se había casado con una incubadora”. Lillian, por su parte, se enojaba con Ernest y le reprochaba que actuara como si ella lo hubiera violado para imponerle otra hija. Ella lo acusaba de falta de disciplina sexual y lo hacía responsable de lo sucedido.
Al ser rechazada en su punto de partida vital, al modelar inicialmente su existencia bajo ese esquema de rechazo, Frances nunca pudo encontrar un lugar aceptable en la familia.
De hecho, como su padres y hermanos no dejaron de moverse alrededor del punto de la desintegración familiar, ningún de ellos pudo tener la seguridad de un lugar, ni de un papel que desempeñar. Cada uno vivió un profundo problema de identidad, un gran vacío de ser. Cada uno vivió en una constante oscilación entre el Sí y el No de lo que iba siendo. Ernest era padre, pero no; era esposo, pero no... Lilian era madre, pero no; era esposa pero no; Frances era hija, pero no; era una carga, pero no; etc.

La explosiva teatralidad de la familia Van Ornum

La familia Van Ornum era teatral porque de manera recurrente tendía a realizar actuaciones especiales en escenarios públicos. Eso lo hicieron incansablemente Zacheus Van Ornum, el abuelo de Frances, y Lillian, su madre. Ellos quisieron imponerle su presencia al mundo porque se sintieron existencialmente rechazados. Si la gente no quería estar con ellos, en venganza se ponían al frente, atrás o a sus lados. “Si me heriste profundamente con tu rechazo; castigaré tu deseo, presentándome contigo más hostil y más grande”, podrían haber gritado esos excluidos.
            Zacheus Van Ornum (1828-1910) fue uno de los pioneros que se trasladaron al oeste de Estados Unidos para colonizarlo. Era un hombre aventurero, que se llamaba a sí mismo infiel y desafiaba a Dios en público, retándolo a que lo partiera de un golpe; y como nada pasaba, caminaba orgulloso celebrando su victoria.
            Su relación con Dios empeoró cuando, a petición suya, su hermano Alexis se trasladó de Wisconsin a Oregón con su esposa y sus cinco hijos. El tren en que viajaban fue asaltado por un grupo de indios, y su hermano y su cuñada fueron asesinados; sus sobrinos capturados (en 1860). Zacheus buscó la venganza y la liberación de sus sobrinos: mató indios y liberó niños blancos, pero nunca supo si los indios asesinados habían participado en la masacre de sus familiares, ni si los liberados eran sus sobrinos.
            El abuelo se casó con Elizabeth Rowe (1846-1915), de Lancashire, Inglaterra, que deseó tanto vivir en Estados Unidos que para hacerlo se vendió a sí misma como sirvienta. Zacheus se enamoró de ella y la compró. Fue un matrimonio envuelto en una gran violencia verbal, porque ella podía gritarle y discutir por horas con él. Tuvieron trece hijos, uno de ellos la mamá de Frances, Lillian.
            Durante años fueron desplazándose en carreta de un lugar a otro desde Oregón hasta el sur de California, donde finalmente se asentaron en Sacramento. En Oregón, Zacheus fue conocido como el “maldito loco infiel” porque asistía a oficios religiosos de los colonos y en medio del sermón se levantaba con su pistola, llegaba al púlpito y desafiaba a Dios y al demonio para demostrar que nada pasaba, que no existían. Zacheus se sentía libre pensador y castigaba a sus hijos por no tener opinión sobre las cosas. No le importaba lo que dijeran, si estaba bien o mal, le importaba que hablaran. La mamá de Frances fue la más fiel seguidora del estilo de vida de su papá.

La pasión de Lillian por ser una mujer notable

El abuelo de Frances elegía los templos y las congregaciones religiosas como escenario para sus explosiones teatrales. Lillian, en cambio, pudo realizar su teatralidad en una gran variedad de escenarios. No perdía la oportunidad de llamar la atención y ser reconocida por el público.
            A Lillian no le interesaba cuidar el hogar ni a sus hijos. No quería ser madre ni ama de casa, se la pasaba concentrada estudiando nutrición. Cuando descubrió que las panaderías de Seattle usaban ingredientes sintéticos poco saludables para hacer el pan, escribió sobre el tema en los periódicos, distribuyó panfletos y fundó un club llamado: “Las madres quieren saber por qué”. Con sus tácticas y su lenguaje teatral logró que el municipio expidiera requisitos más estrictos para el uso de ingredientes en panaderías. Desde entonces todo mundo la conoció en la ciudad, pero la mayoría de la gente la vio como chiflada.
Después hizo una campaña, y la ganó, para mejorar la alimentación de los niños en las escuelas. Como Lillian, por su manera de ser y actuar, era objeto de burlas en la ciudad, su marido se sentía humillado y le pedía a su mujer que dejara esas actividades. En respuesta a su marido Lillian anunció a la prensa que dedicaría su vida a escribir libros sobre nutrición. Ernest, entonces, le pidió a su hermana Zella que interviniera para convencer a su esposa del cambio, pero lo único que provocó fue que su mujer lo abandonara y se fuera a vivir a Los Ángeles con sus hijos a la casa de Zella.
            Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, Lillian se dedicó a obtener una variedad de ave patriótica, hasta que logró criar a un pollo rojo, blanco y azul; y lo llamó “Ave Americana”. Sugirió que reemplazara al águila en el escudo nacional. Este hecho encontró eco a nivel nacional, pero como motivo de chistes y risas.
            Frances ganó, en 1931, el concurso nacional de ensayo de High School con su escrito:[4] “Dios muere” y generó un debate nacional sobre el “ateísmo galopante” en las escuelas públicas. Y en ese debate participó activamente Lillian combatiendo desde la prensa local y la prensa nacional a favor de la libertad de pensamiento que había ejercido su hija. Esta, por su parte, quería y le rogaba a su madre que dejara de alimentar el debate, para que todo se olvidara más rápido.
Seattle era la ciudad donde vivían los Farmer. Ahí la mayoría de los cristianos se sintieron tan indignados por el premio otorgado a Frances que organizaron una gran reunión en la Iglesia para tratar el tema. Para ello invitaron a un famoso pastor: se trataba de que diera un sermón que destruyera “el rastrero ateísmo que se estaba dando entre los jóvenes de la nación”, según le explicaron a la prensa.
Lillian entonces notificó a los periódicos que haría un mitin frente a la Iglesia, a la misma hora, para defender la libertad de expresión. Y le dijo a su hija: “Tú tienes todo el derecho de decir lo que piensas y esos idiotas no te van a intimidar”. Así que mientras el pastor aseguraba: “Si la juventud de Seattle está yéndose al infierno, Frances Farmer la está encabezando” y la acusaba de ser instrumento de Satanás; afuera, frente a las cámaras y la multitud presente, Lillian hacía sus propias denuncias.
“Mi madre se sintió exaltada por la cobertura de la prensa, pero yo casi muero de vergüenza. Fui llorando a la oficina de mi papá y me consoló, pues él había experimentado el mismo disgusto años antes”, comentó Frances en su autobiografía.[5]
            La teatralidad de Lillian no se desarrolló solamente ante el gran público, también la ejerció intensamente con su familia.  Su marido se salvó de morir de un susto el día en que su mujer llegó a su oficina a reclamarle airadamente que no cumpliera debidamente con su compromiso de mantener a la familia. Lillian sacó la pistola y disparó varias veces. Lo que después se supo es que ella había comprado balas de salva con anticipación y que disparó contra su marido no para matarlo o herirlo sino para asustarlo.
Con sus hijos, la madre también jugó con la muerte: los amenazaba con suicidarse por su mal comportamiento y Frances, acostada, noche tras noche, se preguntaba si ella realmente lo haría. No quería que muriera.
Pero, la teatralidad en la familia a veces iba más allá de la mera representación. El día en que su mamá le lanzó unas tijeras, que no dieron en el blanco, Frances corrió al patio, gritando y llorando, pero unos minutos después Lillian la llamó a la casa como si nada hubiera pasado. Después, durante varias semanas, Frances pensó que su mamá quería matarla y procuró mantenerse alejada: “eso dejó en mí una marca indeleble”, comentó en su libro.[6]

Frances se protegió del caos con la lectura y la escritura

Durante los primeros años de la vida de Frances, la que cumplió el papel de madre fue su media hermana Rita, así que cuando ella se casó dejó un gran vacío en la casa. Por lo que dice en su autobiografía se puede reconstruir un poco el ambiente doméstico que se derivaba del estilo materno y de la mala relación entre sus padres:
            “Nos las arreglamos para vivir en Chico [California] hasta que tuve casi once años, pero mi madre vivía en una gran  tensión al tratar de criar una familia sin los debidos apoyos. La casa era descuidada y caótica, la disciplina era inconsistente y azarosa. Como resultado crecí testaruda, resentida y rebelde. Aprendí a manejar la inconsistente disposición de mi mamá manteniendo lucidez cuando se presentaba la tormenta y disfrutando su atención cuando me buscaba”.
“No hice amigos en parte porque yo era sombría, pero principalmente porque sentía que éramos diferentes, y por supuesto lo éramos. La mayoría de los niños tenían familias y nosotros, en comparación, éramos unos sinvergüenzas. Me daba cuenta, por la mirada de los adultos, que la gente sentía lástima por “esa pobre niña Farmer” y odié su actitud. Ni siquiera entonces podía soportar esa simpatía. Prefería, y todavía es así, el frío cálculo a la compasión”.[7]
            Un día mi madre explotó y sin avisarnos nos mandó a todos sus hijos con mi papá a Seattle. “Yo estaba muy sorprendida de que quisiera abandonarnos en manos de un extraño. Se lo dije, grité y la amenacé con fugarme ... después supe que le había avisado a mi papá que lo iba a forzar a mantener a sus hijos”.[8]
            Frances veía a su papá con disgusto porque le parecía el causante de haberse quedado sin su madre. Vio que no sabía consolarla y que era torpe en sus intentos de bromear y sacar conversación. “No sabía que la ruptura familiar y nuestra prolongada separación lo había afectado mucho. Después supe que su práctica de abogado se había deteriorado y que él estaba deprimido y enajenado. Había perdido toda ambición de tener una carrera exitosa y simplemente se movía con pesadez, tomando casos triviales cuando podía. Era un hombre derrotado y mi fría hostilidad debió sentirla como un aguijonazo”.[9]
            Poco a poco padre e hija se fueron haciendo amigos. El papá no trató de forzar el llevarse bien, simplemente se mantuvo cerca y eso le agradó a Frances, porque había una gran diferencia con el trato que había con su mamá; él rara vez alzaba la voz. Con esa cercanía y ese agrado por la presencia paterna, empezó a temer que algo sucediera y se le quitara lo que más deseaba: la atención de su papá. Y sí, sucedió que a su mamá se le quemó su cabaña en Chico, sus escritos y sus libros se hicieron ceniza y  regresó a Seattle. Como requisitos pidió: una casa, cien dólares al mes y no vivir junto con su marido.
            Al regresar, la mamá se ocupó de un nuevo libro y el papá empezó a fallar en la entrega de la mensualidad completa. Como represalia, la mamá le bloqueó la entrada a la casa en su visita de los viernes.
            Frances entonces se molestó doblemente con su madre: primero por haberlos abandonado enviándolos a Seattle,  y después, cuando sentía ya no necesitarla, le estaba obstaculizando la relación con su padre, al que tanto había necesitado y disfrutado.
            Para alejarse de las tensiones familiares Frances se convirtió en lectora de todo lo que podía encontrar de interés en la biblioteca pública. Siguiendo los pasos de su madre, a los 14 años decidió convertirse en escritora: “vivía en un mundo de palabras y libros y mi familia tenía poco interés para mí [...] empecé a ver a mi mamá como una mujer excéntrica, brillante y bien informada que no se distinguía por ser madre. Frecuentemente me avergonzaba de sus gestos y actitudes sobresaltadas y como frecuentemente mi casa era casa de locos, rara vez invitaba a alguien”.[10]
            Por querer ser escritora, se ocupó de Dios, ya que pensaba que debía tener una posición clara e inteligente sobre uno de los vínculos más fuertes del ser humano. Por esta razón, a los 16, ya se había convertido en una agnóstica informada y a los 18 ganó el mencionado concurso de ensayos de High School organizado por la conocida revista The Scholastic. Su escrito se ocupaba de la muerte de Dios.

En el grupo de teatro de la universidad, descubrió lo que es pertenecer

Como parte de su proyecto de ser escritora, entró a la Universidad de Washington a la Escuela de Periodismo; y para pagar su carrera trabajó de mesera en varios restaurantes, de obrera en una fábrica de shampoo, posó para estudiantes de arte, fue ujier en un teatro, fue tutora en un campo de verano y pasó otro verano como mesera-cantante en Mount Rainier National Park.
            Ingresó en el periódico de la universidad y cuando se le pidió cubrir la información de la enfermería sintió que devaluaban su inteligencia y su capacidad de escribir.
            Estaba buscando un desafío literario periodístico cuando conoció a una reportera del Departamento de Teatro. Le llamó la atención por ser lesbiana y ser muy femenina; hasta entonces había creído que todas las lesbianas eran hombrunas. También le pareció notable su manera de caminar y de vestirse.
Esa reportera era pareja de una estudiante de teatro y por ellas conoció a Sophie Rosenstein, la instructora de teatro de la universidad. Veía cómo ella arrullaba, gemía, gritaba sobre el arte y dominaba un pequeño mundo excitante. Sophie la invitó a incorporarse al trabajo después de verla frecuentemente como observadora del grupo “Frances, ¿por qué no te pones de pie, tiras tu placa de reportera y vienes con nosotros, que es donde perteneces?” Ella contestó que sabía escribir, pero no actuar. Sophie le contestó que eso no podía saberlo. “¿Quieres seguir informando quién tiene catarro o aprender a estar viva?”.[11] “Al diablo con lo que tú no sabes. Yo te enseñaré. Tienes una gran voz, un instrumento fabuloso. Úsala. Dale vida. Hazla canción. Conéctala a tu corazón. Atrapa con ella, ama y vive con ella”, le dijo Sophie.
 “Desde ese día en delante yo llevé el teatro como un estandarte en llamas. Finalmente yo pertenecía a algo”, afirmó Frances.[12]
            No le costó trabajo cambiarse de la escuela de periodismo al Departamento de Teatro y se convirtió en una gran estudiante. Su primer papel fue Elena de Troya y se sintió en las nubes, por varios días, cuando leyó la reseña de un crítico de teatro local: “El nombre de Frances Farmer, quien tiene la madurez intangible divina de su actuación, está destinada para las luces de Broadway. Ella tiene ese algo misterioso que separa la actriz del montón”.[13] Después de esa crítica se convirtió en personaje del Departamento de Teatro, “el descubrimiento de Sophie, su niña de oro, su luz”.[14]
            Después presentaron la obra “Maíz ajeno” y tuvo una duración de 14 fines de semana consecutivos, algo sin precedente. Pero mientras la vida en el campus universitario la apasionaba y le daba muchas satisfacciones, la vida en su casa se iba haciendo extremadamente difícil: “Mamá constantemente hacía un alboroto sobre los amigos que había elegido, mis llegadas tarde, mi modo de ser, mi ligereza y mis vulgaridades”. Hizo todo lo que pudo por cambiarme, pero su lucha fue inútil porque “yo estaba siendo comida por la ambición. Quería llegar a la cima y nadie me lo impediría”.[15]
            “Todo el que no pertenecía a mi pequeño círculo me aburría [...] Estaba viva por primera vez en mi vida y funcionaba en un mundo que era joven e inmerso en la experimentación, ya fuera en una escena o en una cama. Por primera vez estaba involucrada y respondía con cada fibra de mi cuerpo. Estaba locamente enamorada del teatro y de la gente que contribuía a hacerlo [...] Éramos jóvenes y tomamos el Método [de Stanislavski] con el corazón, y si nuestros caracteres debían dormir juntos, dormíamos juntos. Si la homosexualidad estaba involucrada en un personaje, nos involucrábamos en la caracterización, pues ¿cómo podríamos actuar lo que no habíamos experimentado?”.[16]
            “Estudié la gente, sus hechos, cómo caminaban, sus alegrías, su manera de ver sus miedos. Investigaba en los ojos de los viejos y buscaba la cadencia en los jóvenes. Se convirtió para mí en más que un juego serio. Creció como un esfuerzo disciplinado y por ello intenté proyectarme en cualquier circunstancia concebible”.[17]
            Le contó a Sophie que su meta era irse a Nueva York e incorporarse a trabajar con la compañía Teatro de Grupo (Group Theatre) que seguía el método de Stanislavski en Broadway. Ella le contestó: “Nunca te rindas. Salta, noquea al que se interponga en tu camino, pero salta”.[18]

Su maestra y sus compañeras le abrieron las puertas del futuro

Sophie convenció a sus alumnos que la única actriz que podía ir más allá del nivel universitario era Frances, les dijo que ella tenía contactos con el Group Theatre y que lo que se necesitaba era dinero para mandarla a Nueva York; así que les propuso ganar la competencia de suscripciones que había organizado The Voice of Action, un periódico de izquierda de Seattle, y que había puesto como premio al ganador: un viaje redondo Nueva York-Moscú y cien dólares. Sophie quería convertir a sus alumnos en parte de la carrera de Frances, y acercarse a la gloria de esa manera. Los exhortó diciendo: “Frances podrá ir al corazón del teatro y observar el Método en su ambiente original. Pero, más que cualquier otra cosa, estará en Nueva York”.[19]
Con un trabajo intenso, ganaron el concurso (por dos suscripciones de más), y todos celebraron felices; menos Lillian, la mamá, que desde el instante en que se dio a conocer a la ganadora del premio, inició una campaña nacional contra la “conspiración comunista” de maestros y estudiantes en la que estaba participando su hija. Como por los reporteros se enteró del premio antes de que Frances se lo dijera, cuando llegó a su casa con sus compañeros, la humilló delante de todos metiéndola a la casa jalándola de la oreja y diciéndole: “Le dije a tu padre que terminarías mal. Se lo dije una y otra vez”.[20]
            A Frances, sin permitirle ninguna explicación, la acusó de traicionar a su país y de ser una espía rusa. A la prensa le aseguró que por ningún motivo permitiría el viaje a Rusia de su hija y que tenía dos recursos para evitarlo: una orden de restricción del fiscal de la ciudad y si eso fallaba se pondría debajo de las ruedas del autobús. El encabezado de la prensa fue: “Madre amenaza con suicidarse si su hija se va”.[21]
El fiscal de la ciudad no pudo detener legalmente a Frances porque era mayor de edad. El 10 de abril de 1935 salió de su casa rumbo a Moscú, con su madre “amenazándola con la policía y con la ira de Dios”. Ese día supo que ya no podría volver a su hogar: “me preguntaba si había obrado mal. Las últimas palabras de mi mamá: <me has roto el corazón> sonaban en mis oídos y era muy difícil desechar ese grito tan dolorido. Llevé ese hilo de culpa por muchos años y no importa qué tan alto me elevara o qué tan bajo cayera, ese grito se aferraba a mí llenándome de tristeza [...] Eso a pesar de que ella me había enseñado, casi todos los días, que yo tenía el derecho e incluso la obligación de decidir por mi misma lo que quería ser y hacer. Y esas enseñanzas las llevaba yo muy dentro”.[22]

De camino a Broadway desembocó en Hollywood

Respecto al viaje a Moscú y Europa, Frances se centró en la descripción de los pasajeros del barco. Ahí pudo observar con detenimiento el comportamiento de muchas personas y aprender de ellos para representar después, adecuadamente, lo que exigiera el personaje de su papel. El resto de lo sucedido mereció su olvido.
            Sobre su manera de ser y de vivir en la época de su viaje a Europa, escribe en sus memorias: “Vi a la gente y crecí. Mis emociones arraigaron en carne firme y mi curiosidad se expandió. Fue una nueva experiencia, y sin embargo, a pesar de este impulso hacia adelante, yo todavía veía la vida con un solo ojo. Yo reaccionaba ante algo sólo si me afectaba a mí; en ese tiempo todavía no me importaba la manera en que las cosas afectaban a los otros. En realidad mi mundo permanecía pequeño y poblado por una sola persona: Frances Farmer. Mi compasión se agudizó, pero mi interés se aflojaba si no veía un beneficio para mi crecimiento como actriz. Esto, lo supongo,  es ambición: egoísta, brutal, determinada, solitaria y creativa”.[23]
            Antes de viajar a Europa entró en contacto con algunos miembros de la compañía Group Theatre, conocidos de su maestra Sophie, pero no fue más allá de ser invitada a una fiesta. Ninguno de los miembros del grupo mostró interés en hacerle alguna prueba de actuación, ni recordó después su presencia en esa reunión. Desde ese punto de vista, que era el que más le importaba, el viaje a Nueva York resultó un fracaso.
Al regresar de Rusia, buscando trabajo, dio con un agente artístico relacionado con los estudios de Hollywood, realizó varias pruebas y el 19 de septiembre de 1935, día de su cumpleaños, la Paramount Pictures la contrató por siete años con un sueldo inicial de 100 dólares a la semana. A pesar de su desprecio por el cine, Frances aceptó convertirse en actriz por el dinero y porque pensó que después podría regresar a Nueva York y a la actuación de teatro en Broadway.
            Ese contrato y ese dinero cambiaron su vida. Por primera vez tenía una seguridad económica. Su madre se reconcilió con ella[24] y la gente que la rodeaba la empezó a tratar con solicitud y amabilidad. Para celebrar el contrato, sus amigas organizaron todos los días reuniones en el departamento en que ella estaba hospedada: “La gente a la que no conocía se presentaba y me saludaba como a una amiga entrañable a la que hace mucho tiempo no veían. De repente era la amada de todos y esa explosión de familiaridad, automáticamente hizo que me retirara de ellos”.[25]
            Aquí puede verse que desde el inicio Frances no estaba dispuesta a darle vida al personaje: actriz de cine o estrella de cine. Internamente se prohibió encarnar a ese personaje, así que durante varios años hubo un conflicto entre Frances y la actriz de cine. Y será por sus primeros intentos fallidos de desprenderse de la actriz de cine que terminará arrojada en el manicomio.
            Al principio podría decirse que no había un gran conflicto entre Frances y la actriz de cine, sino una tensión que se expresaba de diferentes maneras: realizando muy buenas actuaciones, pero despreciando a los personajes que encarnaba en las películas; resistiendo el cambio de nombre que la Paramount trató de imponerle, porque el suyo era un tanto ; oponiéndose a vestirse con la ropa elegante o manejando un carro del año, tal y como se lo exigían, etc.
            Lo único que le agradaba de Hollywood era el dinero que le daba, pero esto la conflictuaba: por las noches cuando regresaba a su departamento, después de trabajar en su primera película (Too many parents), se encerraba a llorar porque estaba convencida que “le estaba vendiendo mi alma al todo poderoso dólar. Odiaba el hecho de estar haciéndolo, pero tenía demasiado miedo de irme de ahí y quedar en bancarrota”.[26]
            El trabajo mismo le parecía algo vacío. “Trabajar delante de una cámara era poco inspirador y consistía principalmente en largas esperas con tediosas consideraciones acerca del ángulo y las dimensiones de la toma. Durante la filmación las escenas no estaban relacionadas ni tenían secuencia y era muy difícil generar un sentimiento y mantenerlo. A una caracterización nunca se le daba la oportunidad de crecer y expandirse”.[27]
            A pesar de todo esto, en el año de 1936 ya era famosa como actriz. Su participación en las películas: Too Many Parents y Rhythm on the Range habían sido un gran éxito. Su imagen se engrandeció tanto que el estreno de la película Come and Get It, se hizo en Seattle donde fue recibida como el orgullo de la ciudad por el gobernador y multitudes que le aplaudían. En Seattle primero la habían condenado al infierno por atea y después por comunista (aunque nunca tuvo ese tipo de simpatías), pero el cine la había hecho por todos. Este fue un motivo más de tensión entre Frances y la Actriz de Cine.
            Puede parecer extraño que se recalque aquí la tensión entre la persona Frances Farmer y el personaje Estrella de Cine, pero la posición desde la que ella tendía a ver el mundo era como un sin fin de actuaciones, desde la perspectiva sugerida por Constantin Stanislavski (en la construcción del personaje de teatro). Se trataba de que el actor le diera vida al personaje con sus sentimientos y experiencias, pero dejándose guiar por el arte. El actor controlaría sus emociones y sus experiencias para encarnarlas en el personaje que las contendría en la forma artística pensada por el escritor.[28] Y Frances no quería darle vida al personaje Actriz de Cine, sino al personaje Actriz de Teatro.
            Frances llegó a Hollywood tratando de llegar a Broadway y llegó a Broadway por haber llegado a Hollywood. Gracias a su fama y a su interés por el teatro, el Group Theatre, al que tanto había deseado ingresar, la invitó para protagonizar el personaje principal femenino de la obra Golden Boy, escrita por Clifford Odets. Y gracias a la presencia de Frances el grupo consiguió su mayor éxito comercial de su historia y una prolongada temporada de representaciones. No sólo estuvieron en Broadway, Nueva York, sino que también realizaron una gira a nivel nacional. El espectáculo lo fueron dando desde el 4 de noviembre de 1937 hasta junio de 1938 (en total 248 presentaciones de la obra).[29] Podría decirse que en ese punto Frances había alcanzado la meta de su vida. Había llegado al lugar más elevado al que había aspirado, pero el desamor de su amante y el haber sido simplemente utilizada por el grupo que tanto admiraba, la arrojaron hacia los sótanos de la existencia donde vivió entre locos desahuciados.

Mi esposa regresa hoy, sería mejor no vernos más

Frances tuvo un amigo en sus primeros meses en Hollywood: William Anderson.[30] De no haber sido por él tal vez se hubiera recluido en completa soledad. Él fue la única relación personal que tuvo en ese tiempo. Aparte de lo guapo que era, le atrajo mucho su gran determinación de aprender cómo actuar y su entusiasmo por todo lo que aparecía a su alrededor.
            Como al estudio le interesaba darle publicidad a las jóvenes estrellas que contrataba, alguien sugirió que una buena manera de hacerlo era que los dos empezaran a mostrarse juntos en público y se hablara de la buena pareja que hacían. A los dos les vino bien salir juntos a expensas del estudio y la publicidad que se generó.
            Un día William, por sugerencia de su mamá, y pasando de la publicidad a los hechos, le dijo a Frances que sería una buena idea que se casaran. Aunque ella no lo amaba, aceptó el matrimonio porque le pareció que él era un hombre que tenía la voluntad de entenderla. Se casaron en secreto el 8 de febrero de 1935 en Yuma, Arizona. Pero durante el camino ella se retractó y le fue diciendo que mejor no se casaran, porque eran completamente diferentes y ella era muy vieja para él en espíritu y demasiado concentrada en sí misma.
            Se casaron en secreto porque pensaron que el estudio se iba a oponer, pero resultó que estaba muy complacido con el hecho.[31] La que se arrepintió mucho de haberse casado fue Frances, porque se había convertido en pareja de un hombre con el que no tenía casi ninguna afinidad. El matrimonio sobrevivió como formalidad hasta que hicieron pública su decisión de separarse.
            La mera formalidad del matrimonio se convirtió en algo intolerable cuando Frances se convirtió en amante del escritor Clifford Odets en los inicios de las presentaciones teatrales de su obra Golden Boy.
            Clifford hizo todo lo posible por convencerla de que su lugar estaba en Broadway y que estaba enamorado;[32] a ella le fascinó su intelecto y su sexualidad. Incluso adoptó posiciones políticas de izquierda como las de él. Pero Odets la manejó como si fuera un personaje de las obras de teatro que escribía.[33]
            Mientras estuvo con él, la inteligencia de Odets y su sexualidad debieron de percibirse de una manera predominantemente favorable, pero después de la ruptura y de la distancia de los años, los peores aspectos de la relación aparecieron con más claridad y con mayor fuerza.
            En su autobiografía Farmer describe una relación terrible. Odets “jugaba con mis actitudes y reacciones. Él sabía qué botón psicológico apretar, era capaz de aplastarme con una palabra o lanzarme al éxtasis con un gesto. En un momento podía maravillarse de mi brillantez y en otro maldecirme por mi estupidez. Algunas veces me encerraba en su departamento y como un joven estudiante me rogaba amor y favores, pero de pronto, con acusaciones insultantes, podía asaltarme como si yo fuera un desprevenido peatón”.[34]
            “El podía insultarme en frente de todos, menospreciando mi actuación, y quedar satisfecho solamente al verme reducida al llanto y mandándome sollozando a mi camerino. Había veces en que después de esos incidentes no me hablaba por dos o tres días. Y otras veces no sólo me seguía al camerino sino que cerraba la puerta detrás de él, empotraba la cerradura con una silla, se quitaba su ropa y gritaba su amor y la necesidad que tenía de mí con una pasión ardiente. Amenazaba con quitarse la vida si no le daba mi amor.
            El hecho de que estuviera genuinamente apegada a este hombre me impulsaba a gratificar su apetito físico. Su conducta sexual era un complicado laberinto de extrañas manipulaciones. Con sus maniobras podía llevarme al punto culminante y en ese momento retirarse y burlarse de lo que catalogaba como mis bajos y repugnantes deseos. Después de afilar mi espíritu femenino en esta cama de humillación y degradación, él empezaba de nuevo como un muchacho inocente y tímido a explorarme con tierna fascinación”.[35]
            La relación entre los dos terminó de manera intempestiva con una simple nota que él dejó en el hotel de ella: “Mi esposa regresa hoy de Europa y siento que sería mejor para nosotros no vernos otra vez”.[36] Esa fue la última comunicación entre los dos.
            El Group Theatre había decidido presentar Golden Boy en Londres y Frances había hecho arreglos para extender su permiso en el contrato que tenía con la Paramounth. Eso era algo que había planeado en grupo. Sin embargo, un día, a través de los periódicos se enteró de que otra actriz ocuparía su lugar y ella no iría a Londres. Por los malos manejos financieros del grupo, estaban quebrados, pero habían logrado un financiamiento para su gira de Londres con la condición de que participara la nueva actriz. El grupo no se molestó en hablar con Farmer y ella se quedó con la certeza de haber sido usada y desechada.
            A los pocos días de haber sido desechada por el grupo, Clifford Odets le escribió la nota de despedida. Respecto a su amante dice: “Parece que yo fui la última en enterarme de que su había sido nada más que un esfuerzo bien planeado para mantenerme involucrada en las producciones. Yo era una buena taquilla y me necesitaban para eso. Y yo fui lo suficientemente ingenua para ser engañada”.[37]
            “Dondequiera que haya estado mi seguridad interior, después de Odets me convertí en un manojo de nervios vacilantes, en una mujer confundida y casi sin propósito alguno. Y fue durante mi aventura con él que me convertí en dependiente del alcohol”.[38]
            El trabajo en Broadway fue completamente destructivo para Farmer: la relación de pareja la dejó degradada y el grupo que tanto admiraba la dejó desalmada. En su juventud había puesto el sentido de su vida en convertirse en actriz de teatro y pertenecer al Group Theatre y ahora eso se había convertido en algo indeseable. De repente se había quedado sin sentido de vida. Su persona la había identificado con el personaje Actriz del Group Theatre, y no había quedado nada de eso. Sólo tenía la voluntad de seguir viviendo, una voluntad despojada de cualquier determinación, de cualquier otra finalidad.
            Lo peor es que la perdida del sentido de la vida fue un despojo agresivo y Frances quedó resentida, enojada y desconfiada de todo. En esas condiciones estaba lista para llegar a la perfecta soledad y a la desnudez existencial. Ya sólo faltaba recorrer el camino, dar un paso tras otro hasta llegar al nuevo destino. [39]

No quise venderle mi alma al todopoderoso dólar

La parte más difícil de vivir en Hollywood y ser actriz de cine fue que sentía que “le estaba vendiendo su alma al todopoderoso dólar”. La única razón de su estancia ahí era el dinero. Lo que la había motivado era llegar un día a Broadway y convertirse en actriz de teatro. Esa era el alma que no quería vender. Pero después de su experiencia con Odets y con el Group Theatre se había quedado sin alma y ya sólo estaba acumulando frustraciones y cavando un gran vacío.
            Tardó cuatro años en llegar al punto de no retorno de su antiguo estilo de vida. El 19 de octubre mientras ella salió de la carretera, deprimida, para pensar si seguía rumbo a la fiesta a la que estaba invitada o mejor se regresaba a su hotel y seguía recluida como siempre, un policía de tránsito la reprendió por tener las luces prendidas (estaba prohibido tenerlas así, porque durante los inicios de la guerra, los estadounidenses tenían miedo de una invasión japonesa en la costa oeste). Frances se enojó, lo insultó y entonces el policía la acusó de conducir en estado de ebriedad (había tomado dos copas para animarse a ir a la fiesta). La condenaron a pasar unos días en prisión pero le suspendieron la sentencia, le cobraron una multa y la dejaron en libertad provisional. Después de este incidente la Paramount canceló el contrato con Frances, lo que implicó el fin de su carrera como actriz de cine.
            Buscando quehacer, Farmer viajó a México para participar en una película mexicana, pero finalmente no actuó. Al regresar en noviembre se encontró con que ya no tenía casa donde vivir. Sus familiares, por razones económicas y sin avisarle a Frances, habían trasladado sus cosas personales a otro lado. Así que tuvo que hospedarse en un hotel
            En enero de 1943 la policía irrumpió con violencia en su habitación, en la madrugada, mientras ella, desnuda y buscando vestirse, trataba de despertarse del sueño inducido por las pastillas que había tomado para dormir. Los fotógrafos habían acudido al hotel con la policía para reportar el evento. Ella no supo por qué la arrestaban. Ya en la cárcel no la dejaron llamar a un abogado.
            Al día siguiente, al presentarse ante el juez, se enteró que se le había arrestado por haber violado su libertad condicional. “Cuando calmadamente le pedí al juez que me explicara con mayor detalle la razón, me dijo que guardara silencio o me acusaría de desacato a la corte [...] yo estaba todavía sin abogado [...] y cuando con voz alta estaba tratando de explicar que no sabía que tenía que reportarme semanalmente al oficial encargado de libertad condicional, cuyo nombre no sabía, el juez golpeó la tabla con su mazo. Y cuando me di cuenta que me iba a sentenciar a 180 días de prisión, exploté. El juez, con la cara enrojecida, dio órdenes a la policía que me llevara a la cárcel del condado de Los Ángeles, pero lo interrumpí. Agarré un tintero de un banco y se lo lancé con perfecta puntería e hice todo lo posible por destruir la sala del juzgado. Entonces cinco policías me pusieron una camisa de fuerza para sujetarme”. La resistencia la prolongó con sus gritos. Incluso en la cárcel no dejó de gritar y de apelar a sus derechos civiles. [40]
            Por intervención de su cuñada, la esposa de Wesley, que consideró que el hospital psiquiátrico era mejor que la cárcel, la internaron en el Hospital General de Los Ángeles, donde le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Como se le declaró mentalmente incompetente, el gobierno la privó de todos sus derechos civiles. Durante el internamiento, el papá de Frances logró que la tutela adquirida por el Estado de California pasara a Lillian, la madre. De esta manera quedó fatalmente atada a la voluntad materna en los siguientes años de su vida.
            Esta primera hospitalización de Farmer duró nueve meses,[41] pero por los tratamientos psiquiátricos que incluyeron choques de insulina, que según Frances, atontan las células del cerebro y dejan al paciente lleno de nausea y dolor, no pudo recordar bien lo que sucedió en ese tiempo. “Nunca pude llenar esos espacios en blanco que quedaron en mi mente”.[42] Probablemente, durante ese tiempo, también recibió un tratamiento de choques eléctricos.
            Si ya había quedado desalmada y desempleada, ahora, gracias al hospital psiquiátrico, quedó sin una porción de su vida en su memoria.

Su vida en manos de Lillian Van Ornum

Cuando Farmer quedó bajo la tutela de Lillian, la disputa entre Frances y su madre no tuvo fin: cada una trataba de imponerse a la otra; y el intento lo hacían con mucha fuerza y voluntad. Estaban hechas con el mismo molde, el establecido por el abuelo Zacheus Van Ornum, el que valoraba por encima de todo la lucha y la confrontación.
            Incluso en la segunda hospitalización se prolongó el pleito entre las dos (y en los mismos términos), sólo que entonces la disputa se dio al interior de Frances: “El conflicto básico era entre dos mujeres, quienes, trágicamente, eran madre e hija, pero si escucho su sentencia [la opinión del psiquiatra que la atendía], asesinaría mi propia identidad. A mí se me requería, no a mi mamá, alterar, cambiar, capitular, someterse, admitir su error, rendirse. Y si no lo hacía, psiquiátricamente impediría mi propio progreso y derrotaría mi curación, pues en toda apariencia yo era la virulenta, yo era la ofensiva, la extraviada”.[43]
            Frances había salido de su casa, triunfante, rumbo a Moscú, bajo las amenazas de su madre; ahora regresaba derrotada, procedente de un hospital psiquiátrico. Farmer describió el ambiente que se dio entre las dos después del primer retorno, lo hizo al contar una de sus múltiples peleas: “Mamá y yo habíamos discutido, amenazado y gritado hasta llegar a un clímax en el que las dos quedamos exhaustas, sentadas una enfrente de la otra en una pequeña y desordenada cocina. Éramos enemigas que se habían cansado de simular. Éramos dos extrañas patéticamente atadas por un invisible cordón que amarraba la madre a su hija  y la hija a su madre”.[44]
            Las peleas las sostenía Farmer incluso con la conciencia de que el resultado de los pleitos podía ser la decisión de su mamá de recluirla en un hospital psiquiátrico: “Pues bien mamá, ¿qué quieres que te diga? ¿Quieres que te prometa ser una niña buena, haciendo todo lo que me dices? ¿Es lo que quieres oír, mamá? ¿Es eso, mama? Pues entonces vete al infierno [...] Y sé muy bien que me enviarás al manicomio a la primera oportunidad que tengas”.[45]
            Lillian contestó con dureza: “Sí, si tú me fuerzas a hacerlo, pero será tu culpa porque no harás nada para ayudarte a ti misma. ¡Nada más mírate! Destrozaste todo lo que tocaste. Arruinaste una gran carrera y un bonito matrimonio ... y te colgaste de cualquier mala pintura color de rosa, y por tu culpa yo, en mi propio barrio, ya no puedo dar la cara”
            La mamá había sido feliz al tener una hija estrella de cine y quería tenerla de vuelta en el escenario. Frances estaba preocupada por la necesidad de trabajar y tener ingresos, así que tenía el propósito de regresar a Hollywood, hacer tres o cuatro películas, ahorrar y buscar otra cosa. En el corto plazo madre e hija podían coincidir, así que le propuso a la mamá que le hablara a su agente para hacer planes. La mamá, feliz con la idea, hasta le dio permiso a su hija de salir de la casa (eso no se lo permitía normalmente).
            Frances aprovechó la salida para tomar unas copas, pero siempre se le subían rápido y alimentaban su paranoia y su furia: “el pánico me decía que todos eran mis enemigos, que me estaban buscando para hacerme daño, que me querían muerta; pero después me entraba una gran furia y un fuerte odio”. Con ese estado mental y caminando y sosteniéndose en pie con mucho trabajo, regresó a su casa. Ese día, ella se fue a dormir sin ver a su mamá.
            Al día siguiente, cuando Frances se levantó, todas las luces de la casa estaban apagadas y le reclamó a su mamá por ello. Lillian le mandó que se sentara y le dijo: “¡Maldita Frances! Te emborrachaste. ¡Borracha! No lo niegues [...] apagué las luces porque con solo pensar el verte la cara me dan ganas de vomitar. Quisiera no verte la cara jamás [...] Todos los vecinos te vieron tambaleándote por la calle. ¿Dónde conseguiste el vino?”. Cuando Frances le contestó que no sabía de lo que le estaba hablando, la mamá le dio una bofetada y la hija le advirtió que jamás le volviera a poner las manos encima, que todo lo que estaba sucediendo era absurdo y que regresaba a su cama. Cuando iba subiendo por las escaleras oyó algo que la detuvo y que se hizo efectivo hasta el día siguiente: “Te voy a mandar de regreso y veré que te quedes ahí”.
            “Haz lo que quieras” le contestó Frances, “pero ¿sabes qué? Un manicomio es mejor que esto. Cualquier cosa es mejor que esto. El infierno es mejor que esto”. [46]
            Al día siguiente llegaron por ella los enfermeros del sanatorio. Ella peleó contra ellos y les gritó para evitar que se la llevaran, pero terminaron sometiéndola con una camisa de fuerza. En la calle, antes de subir a la camioneta y con todos los vecinos observando, después de haberle gritado a su madre toda clase de palabras ofensivas, le suplicó con gran miedo: “Oh Dios, mamá, no me hagas esto, no me hagas esto”.[47]
            Esa nueva convivencia, forzada y conflictiva, entre madre e hija, sólo pudo durar siete meses y terminó con una separación muy violenta.

Mi madre me envió a este infierno

El ánimo con el que Frances ingresó nuevamente en el hospital psiquiátrico era de odio y rencor: “¡Mi madre! Mi madre me había enviado a este infierno. Mi propio y personal Judas. Y pensar esto me ahogaba en el odio. Y yo quería nutrir este sentimiento, quería vivir en él, mantenerlo vivo, no permitir que se debilitara y se convirtiera en aceptación de su poder sobre mí. Sería despiadada en mi búsqueda de realidad y verdad, cortando cualquier fragmento o emoción que pudiera obstaculizarme. Sabía que sólo podría encontrar la realidad sujetándola a mandíbulas de acero y odio. Me purgaría a mi misma en la violencia que me rodeaba y pondría al descubierto la infección que ardía en mi interior. Sólo me atendría a mí misma para la supervivencia.
            Estaba atrapada y llena de miedo, pero sabía que en la medida en que pudiera enfocar mi odio contra aquellos que habían sido inmisericordes en su impulso por derrotarme, un arrogante coraje me proporcionaría la determinación para mantenerme viva [...] Me decía: ”.[48]
            “A la edad de treinta años me di cuenta que quizás había sido herida más allá de toda esperanza de curación. Sabía que mi espíritu estaba anémico y mi alma se ocultaba asustada tras un denso matorral... tratando de no mostrar su existencia”.
            “Decidí que mi difícil situación era solamente mi asunto y de nadie más, y las causas que me habían llevado gritando al manicomio también eran una cuestión personal. Nada podría hacerme desnudar esos eventos ante un doctor o una enfermera. Las causas eran mi posesión y de nadie más. Era lo único que me habían dejado y no permitiría a nadie que lo manoseara. No le entregaría a nadie esta privacidad secreta, pues consideraba a cualquiera como un contribuyente del chisme malicioso”
            “Regresarían en la noche a sus casas y dirían: ¿Adivina quién llegó hoy? Frances Farmer, o ¿adivina a quién abofeteé hoy? Frances Farmer, o ¿Adivina quién se volvió loca? Frances Farmer”
Mi orgullo me precavía de volver a confiar en alguien y nunca correría el riesgo de involucrarme en una terapia. Mi esperanza residía ahora, no en el prestigio o el dinero, sino en mi habilidad de pensar, que todavía funcionaba. Mis bienes terrenales eran esos intangibles y no se los entregaría a nadie”
“Ahora la salvación dependerá de mí y para lograrla tendré que saborear de nuevo cada día de mi pasado, encontrando debilidades, errores y virtudes. Y cualquier cosa que revele mi pasado, deberé tener el coraje de asumirlo y diseccionarlo hasta que a mí me parezca verdadero y significativo”.[49]
            Con esta disposición se enfrentó a los médicos que la examinaronn a su ingreso, en el salón de audiencias del hospital. Ellos estaban sentados detrás una mesa y le asignaron una posición donde todos la pudieran ver. Cuando le preguntaron su nombre les dijo que se llamaba Claudine Monroe, que era de Montana y en ese momento la interrumpió el Dr. McQuinn que presidía la reunión: “Es suficiente, sabemos quién es”. En respuesta a esa interrupción, Frances dijo: “No me importa quiénes son ustedes; y como ya me conocen, “¿para qué preguntan mi nombre?”. Ese tono lo mantuvo durante toda la entrevista. Cuando le mencionaron que había sido su mamá la que había conseguido la orden de la Corte para internarla, Farmer pidió que no mencionaran de nuevo el nombre de su mamá. La Dra. Browning la interrumpió y le pidió que admitiera que no era normal “que una persona madura mostrara tanto antagonismo hacia su madre”. A lo que Frances replicó. “¡Qué tonta es! ¡Usted es una mujer absurda y tonta! Me está encerrando en un manicomio y me dice que no estoy actuando como una persona normal. ¡Jesucristo!”.
            Los doctores le señalaron que su madre había considerado que estaba fuera de control y que por eso había pedido a la Corte la reclusión permanente. Según su testimonio, Frances la había amenazado de muerte, era peligrosa para sí misma y para otros. Frances negó los cargos, despreciándolos.
            El Dr. McQuinn, para concluir la audiencia dijo: “La manera en que usted se ha conducido en esta reunión con el equipo no tiene nombre y es intolerable. Usted es una desagradable mujer que obviamente encuentra deleite en separarse de los otros. Usted ha creado un mundo que le es hostil y el precio que va a pagar por esta hostilidad será elevado”.
            Llevaría varias páginas contar todo lo que sucedió en esa primera audiencia y las consecuencias que se derivaron. Baste decir que desde su posición de analizada y juzgada, Frances se las arregló para imitar, ridiculizar y humillar a cada doctor. Después se peleó con los enfermeros y enfermeras y fue conducida con camisa de fuerza a ocupar su lugar entre los pacientes.[50]
            Las primeras semanas siguió utilizando la táctica agresiva y las enfermeras cotidianamente reportaban su mal comportamiento. Pero también pudo comprobar cómo los pacientes estaban en manos de los empleados y que ellos también tenían malos comportamientos. Vio que trabajadores y enfermeras del hospital utilizaban un poder despótico para mostrar superioridad e imponerse desconsideradamente a la gente que estaba a su cargo. El peor hecho que pudo constatar del poder de los encargados sobre los pacientes, fue la violación que realizó la jefa de las enfermeras contra una paciente desahuciada.
            Para Frances fue tan espantoso ver esa sanguinaria violación que vomitó una y otra vez en el baño hasta quedar completamente vacía. Para descargar su enojo golpeó un abrigo con sus puños hasta que las uñas atravesaron las palmas de sus manos: “No pude soportar el horror. Me oí rogándole a mi madre que viniera por mí y me llevara a casa. Le prometí todo. Grité, abogué, lloré como niña. Pero nadie me respondió. Sólo el hueco lloriqueo de mi voz regresaba”.[51]
            Decidió cambiar su comportamiento demasiado tarde. El doctor que la tenía a su cargo, ya había sido humillado por ella, de manera desconsiderada, en varias sesiones personales. En consecuencia, él había ordenado más de tres semanas de tratamiento de choque: baños diarios y prolongados con chorros de agua helada.
            “Fui despersonalizada en agua. El dolor físico, el daño espiritual, la tortura mental, me trituraban día tras día hasta que los pensamientos se desarticularon dentro o fuera de la bañera. Nada más existía [...] Mi espíritu se ofendió y se afligió más allá de cualquier descripción, al permanecer bajo el agua con mis nervios y mi sistema violado, sabiendo que mi sangre y mis excrementos se mezclaban. Mi feminidad fue mutilada y desaparecieron mi poder de razonar y de luchar. Simplemente existía en una escalofriante confusión”.[52]
            Después de 24 días de padecer ese tratamiento, necesitó una semana para recuperar sus fuerzas, su capacidad de razonar, de conducirse a sí misma y de tener la capacidad de interactuar normalmente con pacientes y enfermeras.
            Los choques de agua helada ni reforzaron ni alteraron su previa decisión de mostrarse equilibrada y autocontrolada. Fue la manera en que se comportó en las siguientes semanas y meses: “Durante ese periodo no pensé en el pasado ni tampoco contemplé el futuro. Supongo que simplemente existí en un estado suspendido: desprendía el perfume de mujer calmada pero temperamental. Todavía se me veía como poco amigable, pero ya no se me reportaba como hostil. Externamente estaba en control, pues mantuve la resolución de no asumir ni una vez más el papel de antagonista. Pero no había amputado mi enojo. Todavía estaba vivo. Sólo le había permitido crecer flaco y desnutrido y eso había funcionado para mi ventaja”.[53]
            A los tres meses de haber ingresado al hospital, la examinaron nuevamente los mismos doctores a los que había ridiculizado, pero ahora ella se comportó como una dama. Se mostró amable, comprensiva y les dijo todo lo que querían oír. Incluso les agradeció la “ayuda recibida”. Los doctores constataron y admiraron “el gran cambio que había provocado la terapia” y decretaron que la paciente estaba curada y la dejaron salir.
            El gran problema, sin embargo, fue que Frances siguió bajo la tutela legal de su madre y debía seguir viviendo con ella. Farmer creía que la única manera de acabar con el conflicto con su madre era suspendiendo la comunicación entre la dos y viviendo cada quien en su casa. Pero su situación legal, al estar privada de sus derechos civiles y quedar bajo la tutela y responsabilidad de su madre, evitaban esa clase de solución. Ni siquiera tenía permiso para trabajar durante el año siguiente a su alta del hospital.




El 3er ingreso en el hospital psiquiátrico, ahora con los desahuciados

Parecía que a Frances, al ponerla el gobierno y su padre bajo la tutela legal de su madre, le habían impuesto la misma condena que a Sísifo en el Hades: subir rodando una enorme piedra por una ladera empinada y nunca poder alcanzar la cima de la colina, porque poco antes de llegar ahí la piedra inevitablemente rodaba hacia abajo, y Sísifo estaba obligado a subirla de nuevo, siempre.
            Frances quería hacer su vida y la mamá quería hacerle la vida a Frances. Como estaban obligadas a vivir juntas y ninguna de las dos cedía en su empeño, la tensión iba creciendo hasta llegar a niveles insoportables para las dos, entonces estallaba incontrolablemente la furia de las dos y Lillian la mandaba de nuevo al manicomio.
            En esta ocasión la gran explosión tardó diez meses en producirse (de julio de 1944 al 22 de mayo de 1945). Frances había tratado que las cosas no se repitieran y por eso se había fugado de casa aprovechando una ocasión en que su padre y ella viajaron en carro a visitar a una tía en Reno, Nevada. Por un tiempo vivió con la familia que le había dado aventón en la carretera. Pero después de algunos fallidos intentos de supervivencia, la policía la arrestó por “vagancia” y la regresó a casa de sus padres. Una vez ahí, la piedra de Sísifo rodó hacia abajo como si tuviera prisa por llegar a su destino.
            Un día, con toda su terquedad e insistencia, Lillian invitó a su actriz favorita: Zasu Pitts. Cuando ella llegó, la mamá le avisó a Frances. Pero como no la conocía ni tenía el menor interés en hacerlo, no bajó a reunirse con ella y con su madre.
            Durante una hora la mamá le estuvo pidiendo a Frances, una y otra vez, que bajara a saludar. Ante la negativa recurrente, Zasu se fue. La madre se enojó muchísimo, se sintió profundamente humillada, y subió a gritarle un montón de cosas a su hija. Frances la dejó gritar todo lo que quisiera y cuando terminó, sin decir palabra, le dio una bofetada y la sacó de su cuarto empujándola de los hombros y le dijo: “No te me acerques o te mato”.[54]
            Cuando Frances bajó a la cocina buscando algo para atrancar la puerta de su cuarto y mantenerla trabada. La madre vio de lejos que su hija había tomado un cuchillo y entonces salió corriendo de la casa gritando, pidiendo ayuda, porque “su hija la quería matar”.
            Farmer reflexiona sobre esa situación: “Sé que era posible que yo le hiciera daño pero esta espantosa posibilidad no brotaba de la locura sino del miedo y de la desesperación por tanta presión”.[55]
            Después que su madre salió corriendo, ella subió a su cuarto y se acostó esperando lo inevitable: la decisión materna de mandarla de nuevo al manicomio.
            La madre regresó a la casa acompañada del papá. Este subió, tocó la puerta y le pidió a Frances que bajara a platicar con él. Ella bajó con él y cuando entraron a la cocina lo primero que vio fue a su madre esperándola: “Ahora, Frances, no te has comportado como una muchacha dulce y cariñosa”. Al oírla y darse cuenta que su padre no había querido hablar con ella, lo golpeó, lo derribó y se le echó al suelo; y entonces la madre le pegaba en la espalda y le jalaba los cabellos. Al responder a los golpes y tirones también aventó al suelo a su mamá.
            En esa situación Frances les dijo: “Esta es la sobreactuación que estaban esperando. Así que hagan su llamada. Ahora tienen una buena razón para mandarme de regreso. Si no lo hacen, me seguirán empujando hasta que algo verdaderamente terrible nos suceda”
            El papá llegó hasta donde estaba la mamá, la abrazó y por primera vez en su vida Frances vio un intercambio de afecto entre ellos. La mamá se acomodó temblando en el hombro de él.
            “¿Ninguno de los dos sabe quién soy yo? Pregunté calmadamente. Ustedes han tratado de convertirme en alguien que nunca seré y para reivindicarse a ustedes mismos y a sus errores, me han empujado y arrinconado. No puedo escaparme de ustedes, lo saben. Si dejo este lugar me convierto en fugitiva y no importa dónde logre esconderme, ustedes me buscarán, me encontrarán y me traerán de regreso porque están convencidos de que estoy loca.
            Mamá, has hecho todo lo posible por destruirme. Le has mentido a los doctores, a la prensa y, sobre todo, a ti misma. Y, papá, tú eres un abogado y participaste en todo el procedimiento que me llevó al manicomio. Tú hiciste posible que mi mamá me tenga atada.
            Somos un montón de tristeza, una caricatura depravada y enferma. Basta vernos. En apariencia ustedes son dos viejos que acaban de ser golpeados por una hija loca, pero los tres sabemos la realidad. Pero eso no importa. Lo que sí importa es que ahora tienen una causa justa para mandarme de regreso. Así que, papá, echa a andar la ley y haz que suceda todo de acuerdo a la ley.
            Y tú mamá, ensaya tu testimonio para los doctores. Hazlo bien esta vez. Hazlo suficientemente bien para que pegue. Diles que tienes miedo de que te mate y ¿quién sabe? quizás lo haré. Sólo hay una cosa que quiero que recuerden muy bien. No traten de verme de nuevo. No se aparezcan los días de visita pretendiendo que todo está muy bien. No quiero saber nada de ustedes, ni recordar que tengo una madre o un padre. Esta vez me internaré tranquilamente”.
            Subió a sus habitaciones y se durmió. “Cuando al día siguiente llegó la camioneta del estado a recogerme, caminé entre los dos empleados sin poner resistencia. Subí sin voltear hacia mi casa. Sólo cuando cerraron la puerta y arrancamos, lloré”.[56]

Cinco años acompañada día y noche de “locos incurables”

A los que reingresaban al Western State Hospital, en Steilacoom Washington, se les ponía con los enfermos incurables y Frances no fue la excepción. Ahí no hubo diferencia entre un día y otro, no había días de celebración, ni navidades ni pascuas, por eso no pudo darle un orden cronológico a la narración de lo que sucedió durante ese tiempo.[57]
            Lo que sí podían distinguir muy bien eran dos estaciones: los veranos porque las diferentes salas se convertían en calderas del infierno por tanto calor, y se llenaban de mosquitos que se alimentaban de los pacientes; y los inviernos porque el aire helado se clavaba en la piel insuficientemente arropada. La suciedad del lugar y de los pacientes hacía que en esas dos estaciones el olor fuera distinto, pero intensamente insoportable.
            “Daban de comer sólo una vez al día. La comida la vaciaban en un gran recipiente que ponían cerca de la puerta. A veces llegaba temprano en la mañana y otras muy tarde en la noche. Se ponía cerca de la puerta y los más fuertes la conseguían primero. Siempre había agarrones y empujones, aunque había comida suficiente para todos. Aquellos que todavía estaban un poco más arriba del salvajismo, con sus manos le llevaban los remanentes de la comida a los que no podían hacerlo por sí mismos y que de otra manera no habrían sobrevivido. Al final de la comida siempre había algunos que vomitaban”.[58]
            Había cuartos secretos donde encerraban a los asesinos y a los que llegaban con los antecedentes más violentos. Para los demás había una falta de privacidad total durante el día y la noche.
            Algunos celadores obtenían ingresos extras vendiendo el acceso nocturno a algunas incurables. Dice Farmer: esos hombres que pagaban por tener sexo ahí, “debían tener una muy torcida perversión al querer acostarse con una loca. Cualquier cosa se permitía contra ellas, porque es una creencia común de que la no se da cuenta de lo que le sucede”.[59]
            “Esos fueron días de batallas sin victorias. El sueño nunca estaba asegurado. Manos feas y extrañas podían recorrer cuerpos desprevenidos y labios secos y malolientes podían llegar sobre los labios de otras hermanas”
Frecuentemente había disturbios y acababan con ellos con chorros de agua lanzados con fuerza y los pacientes caían al suelo y se iban rodando hasta quedar contra la pared. Después los inyectaban.
Farmer cita algunos reportes sobre ella que estaban en los archivos del hospital:

18 de julio de 1948. La paciente se muestra levemente cooperativa y ayuda en la sala de enfermos. Tiene períodos en que anda tempestuosa y requiere control y confinamiento. El control incluye tres cinturones. No ha sido capaz de ver a sus padres en ninguna ocasión.
15 de septiembre de 1949. La paciente coopera pero nunca se involucra en conversaciones con otros. Se sienta en una esquina y se cubre la cabeza, pero ha aprendido a responder amablemente.
5 de diciembre de 1949. La paciente está recibiendo el tratamiento rutinario de control”.[60]
La muerte llegaba con cierta frecuencia a las salas de pacientes. “Con el tiempo la muerte mata toda esperanza. No ataca de manera despiadada, se burla de la vida esperanzada y acaba con ella. Y cuando muere la esperanza, no queda nada.
Dios no llegó a esa sala violenta donde yo estaba, tampoco mandó a ninguno de sus emisarios porque este era el milenio en el que el mal había reinado mil años. Los demonios y los espíritus malignos de la luna gobernaban en el infierno y a Dios no se le podía encontrar.
Él era llamado y rogado, pero Él nunca llegó. Siempre fue esperado y todavía creído, pero nunca confirmó su existencia [...] No, la sala detrás de la alambrada no era un lugar apropiado para la visita de Dios... y nunca llegó.
Y así, en esta cripta sin Dios de los condenados, de alguna manera me las arreglé para sobrevivir”.[61]



Vives conmigo para que pueda vengarme de tu insoportable rechazo

Lillian encerró a su hija en el manicomio porque consideró que su vida corría peligro con ella; y, paradójicamente, la sacó de ahí porque necesitaba que su hija la cuidara en su vejez. Durante cinco años no se habían visto, y la separación se había dado con la advertencia de Frances de no verlos nunca más. Durante cinco años ella fue considerada una loca incurable y, de pronto, a petición de sus papás fue considerada persona completamente sana, capaz de cuidar a los padres que había amenazado con matar. Pasó solamente una semana entre la solicitud echa por su padre y la liberación. Ni siquiera la examinaron adecuadamente antes de darla de alta.
            “El manicomio fue una trampa de acero y no me liberé de sus fauces viva y victoriosa, salí arrastrándome, mutilada, llorosa y terriblemente sola. Pero sobreviví. Los miles de días que pasé como interna inflingieron a mi espíritu heridas que no pude curar. Ellas permanecen filosas y supurantes, pues aprendí que en la supervivencia no hay victoria, sólo pesar”.[62]
            “Lo que fue más doloroso para mí fue saber que en cualquier momento de mi reclusión mis padres habían podido liberarme con tan solo pedirlo. Pero lo más terrible fue la pena de saber que me dejaron ahí sin importarles lo que me estaba pasando y que se fijaron en mí hasta que fueron incapaces de cuidarse a sí mismos”.[63]

            Desgraciadamente el pleito entre madre e hija prosiguió en las nuevas condiciones, con la gran diferencia de que ahora Frances no quería regresar al manicomio por ningún motivo. Ahora cualquier cosa era mucho más llevadera que aquél lugar.
            Ahora sus padres, que volvían a vivir juntos, cuando no los complacía, lo que era frecuente porque eran muy demandantes, la amenazaban con regresarla al manicomio. “Me entraba el pánico con esas amenazas y, sojuzgada, me arrodillaba y les pedía que me dieran otra oportunidad. Mi madre echaba para atrás su cabeza y se burlaba de mí, mi papá chasqueaba su lengua y me avergonzaba señalando mi falta de orgullo”.[64]
            “Día tras día oí una y otra vez que si me rehusaba a atenderlos, ellos me enviarían de regreso. Yo vivía con el miedo roedor de que lo harían a la menor provocación, y como resultado me convertí en algo que no había sido antes: un lugar de lloriqueo y azote”.[65]
            La dieron de alta en marzo de 1950 y su padre tramitó la restauración de los derechos civiles de su hija y la Corte se la otorgó en marzo de 1951, pero sus padres no le dijeron nada sobre su nueva situación legal y la siguieron amenazando con algo que legalmente ya no podían ni querían hacer. Frances descubrió por casualidad en 1953 que hacía dos años se le había declarado mentalmente competente y había recuperado todos sus derechos civiles, lo que provocó un nuevo resentimiento contra sus padres.
            En los meses siguientes ella hizo trámites para que quedara absolutamente clara y confirmada su nueva situación legal. Necesitó y obtuvo que un juez de la Suprema Corte declarara (el 3 de julio de 1953) la restauración de la competencia mental de Frances. Para reforzar, el 27 de julio se expidió un decreto que le quitó a su madre la tutela legal sobre ella. Como ni siquiera eso la hizo sentirse tranquila respecto a la relación legal con su madre, a principios de 1954 se casó con el obrero Alfred Lobley.
            Antes de esos arreglos jurídicos, el papá había sido operado de una obstrucción intestinal y como requirió cuidados que estaban más allá del cuidado que podía darle su hija, se hicieron arreglos para internarlo en una institución de caridad: un asilo de ancianos. Meses después, y ya casada, arregló con su media hermana Rita que Lillian pasara unos días con ella y despidió a su madre en el aeropuerto. Fue la última vez que la vio.
            El marido se enojó mucho con Frances por la manera en que se había liberado de su madre. Estaba tan dolido por el comportamiento de su esposa que incluso se emborrachó y, para descargar su enojo, destruyó varios muebles de la casa. Pero él mismo terminó siendo abandonado sin previo aviso. En noviembre de 1954 ella consiguió un crédito y se fue a vivir a Eureka, California, donde vivió con otro nombre durante tres años y donde trabajó como secretaria en un estudio fotográfico.[66]
            Durante dos años ninguno de sus parientes ni conocidos supo nada de ella, hasta que la oficina de Seguridad Social la localizó para avisarle que su mamá había muerto el 1 de marzo de 1955, su papá el 16 de julio de 1956 y que la habían dejado como heredera única de todos sus bienes. Prácticamente las posesiones se reducían a una cosa: la casa de Seattle. Frances la vendió en cinco mil dólares.[67]

La soledad, las pesadillas y el alcoholismo

Todos los días iba a trabajar caminando, regresaba a su cuarto a la hora del lunch y al final de la jornada leía libros de literatura. Los domingos caminaba por la playa. Durante el día todo parecía bajo control, pero en la noche se desbordaba el miedo y las pesadillas: “Tenía miedo al pasado que se rompía bajo mis pies y, para bajar la tensión, empecé a comprar una botella de vino cuando iba a casa saliendo de trabajar”.[68]
            El que la oficina de Seguridad Social la localizara, la hizo perder su sentido de seguridad y privacidad, lo que hizo acrecentar la tensión que ya tenía. Poco a poco fue tomando más y su dependencia del alcohol aumentó. Ingería bebidas más fuertes: del vino pasó al vodka.
            “No existía ninguna causa concreta para mi creciente sentido de agitación, excepto que ya no me sentía segura. Si oía una sirena me daban ganas de esconderme. Si veía un policía tenía miedo de que viniera por mí. Con el paso de las semanas, me iba deteriorando más, por el miedo de ofender y disparar una situación adversa, prefería hablar en monosílabos. Era una bebedora solitaria que no causaba problemas. La tensión se expandió al trabajo y ya no lo hacía tan bien como antes, pero tampoco le daba a mi jefe motivo para quejarse. La vida seguía corriendo excepto en las noches porque me dormía gracias a estar completamente borracha”.[69]
            Esta dinámica que estaba viviendo en Eureka se interrumpió porque, mientras estaba parada en un bar, Leland C. Mikesell, un promotor independiente de artistas, la convenció de irse a vivir a San Francisco, con la promesa de conseguirle un trabajo en el cine. Ella no se hizo ninguna ilusión respecto a la idea de retornar a hacer películas. Simplemente se consiguió un trabajo de recepcionista en el Hotel Sheraton y quedó contenta con el sueldo de 70 dólares a la semana, pero siguió tomando más y más alcohol para dormir. Por las noches se emborrachaba con Leland que siempre iba a contarle del contrato que estaba a punto de lograr.
            Al mes de trabajar en el Sheraton la reconoció el encargado de relaciones públicas y planeó una conferencia de prensa para presentarla ante el gran público. Cuando en la noche le contó a Leland lo que había sucedido este se puso violento y la acusó de estafarla, de pretender quedarse con su comisión de agente artístico y le juró que la llevaría a todos los juzgados del país. Frances desechó toda esa situación como absurda. Esa noche no se emborrachó porque estaba muy preocupada por el paso que estaba dando hacia el público, le parecía que iba a dar un paso hacia el mundo que la había destruido.
            “Todo había sucedido por casualidad. No había regresado a San Francisco con la esperanza de reasumir mi carrera. Ser ambicioso requiere una chispa de vida y ya no había ninguna en mí. Supongo que más bien parecía un zombie. Rara vez sonreía y cuando lo hacía era un simple movimiento de músculos faciales. Nada salía del interior. Mi modo de actuar era seco y remoto. Ya no tenía humor. Lo único que quería era subsistir hasta que muriera. Nada me interesaba realmente. Ladrillo por ladrillo había edificado una barda entre el resto del mundo y yo. Cuando me encontraba con personas, mi disposición de alejarme las mantenía a un brazo de distancia. Y cuando hacían el menor esfuerzo de descongelar mi total frigidez, los paraba al instante. Ni me gustaba la gente ni confiaba en ella y me rehusaba a enredarme con una vida que no fuera la mía. Tenía bien ganado el derecho de no tomar nada ni dar nada”.[70]
            “Planeé ser cordial con la prensa sabiendo que nada de lo que ellos pudieran hacer o decir abollaría mi armadura de acero; y aunque todavía había una diabólica hostilidad en mi interior, los años violentos habían sido un maestro severo y había aprendido a mantener un tenso control. Pero a pesar de eso estaba nerviosa”.[71]
            Lo que vino después de la conferencia de prensa fueron miles de cartas de sus todavía existentes fans. También se convirtió en un gran objeto de curiosidad, la gente acudía al Sheraton a verla, pero eso terminó por dejarla sin trabajo y sin sueldo.
Por su parte, Ed Sullivan la invitó a presentarse en su muy popular show de los domingos a las 8 pm en televisión. Después se habló de ella todavía más, tanto en el buen como en el mal sentido.
            Además se le invitó a participar en el programa de televisión: This Is Your Life donde se sintió ensuciada y degradada por las preguntas que le hicieron ante millones de telespectadores (si era alcohólica, si realmente había enloquecido, etc.)[72] Lo consideró uno de los episodios más desagradables de su vida.
            Pero de todas esas relaciones públicas salieron dos cosas muy buenas que cambiaron completamente su vida: conoció a la que sería su mejor amiga, Jeanira Victoria Ratcliffe (Jean), y le ofrecieron un trabajo en la televisora de Indianapolis WFBM-TV como conductora de un programa de televisión dedicado al cine y que durante seis años se llamó: “Frances Farmer presenta”. Su amiga la incorporó al campo de la amistad y con ello a la humanidad; y la televisora le dio un sueldo bueno y estable,[73] donde pudo ganar y mantenerse todo el tiempo en el primer lugar del raiting local y uno de los primeros a nivel nacional, de 1958 a 1964.
            Los seis días de la semana su programa tenía el horario de 5 a 7 pm y en él presentaba películas de una manera inteligente y también entrevistaba a los artistas que invitaba. Hasta su ex-marido Leif Erickson circuló por ahí.

La transición de percibir la vida con enojo, a poder verla con amor

A Jean le importó mucho la tristeza que veía en su nueva amiga y al conversar con su papá se dio cuenta que él también la veía muy expuesta a un colapso, así que la invitaron a vivir con ellos mientras podía comprarse una casa. Frances vivió tres años con Lunda (papá), Ethel (mamá) y Jean. La aceptaron como parte de la familia, como si fuera la segunda hija. Ahí, nuevamente, sintió lo que era pertenecer y no pudo evitar compararlos a ellos con su familia: “Ellos amaban, la mía odiaba; ellos creían, la mía destruía; ellos respetaban, la mía se burlaba; ellos reparaban, la mía rompía en pedazos”.[74]
            Los nuevos sentimientos que se le iban generando con la nueva pertenencia también le permitieron hacer un contraste con sus viejos sentimientos y entenderlos mejor:
            “La palabra significa restaurar a una persona degradada y quizás desde el nacimiento probé el desaliento de la degradación, pues llegué sin ser deseada y el peso de esa carga es un peso demasiado amargo para ser soportado por una niña”.
            “No es una piedra de molino que se deja al lado cuando uno llega a la madurez; más bien crece, se hace más pesada; es una agalla que se filtra en todas las áreas. No deseada, no querida, son palabras muy dolorosas”.
            “Yo estuve sujeta a una debilidad espiritual, extrañamente emparejada con una voluntad indomable y sólo con esta voluntad pude sobrevivir. Sobreviví, pero mi vida era superficial y sin gracia. No conocí la bondad. Ni la recibí ni la di. Ser tierna y amable era ser débil. Para mí, la fuerza residía exclusivamente en la arrolladora violencia.[75] No tuve manera de entender la palabra , porque nunca me crucé con él. Tampoco entendía el significado de la palabra lealtad, devoción, ternura o amistad. Hasta ese momento la estructura de mi personalidad había sido barrida y los sentimientos eran un adorno que no tenían lugar en la difícil lucha por la existencia”.[76]
            “Amar y ser amada fue la fuerza motivante que alteró mi vida”.[77] Ese fue el gran regalo que le dieron los Ratcliffe.
            Frances se sentía tan bien que un día le dijo a Lunda (el papá de Jean) que pensaba que había resuelto todos sus problemas. Éste le contestó: “No estés tan segura, mujer. Todos tenemos un largo camino y las cosas tienen el hábito de saltar cuando menos las esperamos. Nada más no seas muy dura contigo misma y no te apures queriendo probarlo todo. Sólo aprende a tomar las cosas con suavidad y saldrán bien”.[78]

La gran recaída

Los tres años que estuvo viviendo con los Ratcliffe hicieron casi desaparecer su problema de pertenencia y de alcoholismo. Pero cuando compró la casa, se mudó allá y vivió sola, fue constatando que su consumo de alcohol iba aumentando 20 dólares, mes con mes. A pesar de que mantenía una comunicación intensa con su nueva familia, las cosas estaban apuntando hacia una dirección equivocada.
            La primera gran borrachera y pérdida absoluta de control se dio en la navidad de 1961. Había quedado de cenar con los Ratcliffe después del programa de televisión, pero la lectura de una carta que le enviaron la trastornó profundamente. La acusaban de ser lesbiana y de acostarse con Jean. Se sintió atacada y ensuciada en lo que más la importaba y no lo soportó. Canceló la cena y tomó alcohol hasta perder la conciencia. Jean fue a su casa al día siguiente a ver qué había pasado y encontró la casa hecha un cochinero con un montón de cosas tiradas, destrozadas y vómitos por aquí y por allá. Por todo comentario le dijo a su amiga: “Tú sí sabes cómo tirar un zapato”.
            Frances no le dijo nada, ni Jean le preguntó. La acompañó varios días viéndola tomar una y otra vez sin comer nada. Durante los días que se mantuvo borracha estuvo a su lado acompañándola. El papá la reportó enferma al trabajo. Y cuando, por fin, después del año nuevo, se decidió a comer algo. Jean llamó al médico que la examinó y le dijo que si no dejaba de tomar, la baja presión la conduciría al hospital y entonces no habría manera de detener los chismes.
            Jean no había movido un dedo para limpiar el chiquero en que se había convertido la casa y le informó a Frances que le había pedido a la muchacha que hacía el aseo que no fuera hasta nuevo aviso. Le advirtió a Frances que le podía pasar todo menos la suciedad y que no se atreviera a llamar a la muchacha, porque nadie más, sino ella debía limpiar todo ese cochinero que había generado. A pesar de que Frances se molestó mucho con esas medidas, finalmente las aceptó, y cuando puso manos a la obra sí recibió ayuda de Jean y asearon toda la casa.
            Ya con todo en su lugar y en calma, Jean le preguntó si quería contarle lo que había sucedido. Frances le enseñó la carta y Jean, decepcionada, le dijo que ese chisme le llegaba desde meses atrás y que la tenía sin cuidado, que era imposible detener los chismes y que simplemente prescindía de ellos.
            Frances pensó que su amiga era demasiado inocente y que debía protegerla a ella y a su familia de toda esa suciedad que les estaba lanzando la gente. Pensó que sólo la podía salvar tomando medidas radicales,  así que le pidió a Jean que se fuera y que no volvieran a verse nunca más. Y para reforzar su decisión soltó su lengua, como ella sabía, para burlarse y herir profundamente a su amiga y a la familia que amaba. Lo último que le dijo Jean antes de irse fue: “Si alguna vez hay algo que pueda hacer por ti, sólo dímelo”.
            Se dejaron de ver durante más de dos años. Frances siguió trabajando bien, su programa dejaba mucho dinero a la televisora, había lista de espera para los comerciales que aparecían en su programa, era la número uno en raiting y permanecía ahí mes tras mes. Continuamente la llamaban para dar conferencias en clubes y asambleas estudiantiles. Se le nombró la mujer del año en Indiana y presidenta honoraria de la Cruz Roja, etc.
            Externamente todo iba muy bien, pero la soledad la sentía peor que nunca, y su consumo de alcohol fue elevándose de manera tal que en su sangre siempre traía altas dosis y empezó a notarse en su comportamiento. Sobre todo porque afectó a su corazón. A veces traía la presión tan baja que no podía hacer bien las cosas. Una vez apareció en el programa en muy mal estado, fue incapaz de sostenerse en pie y hablar articuladamente sin arrastrar la voz. Tuvieron que sacarla del programa y sustituirla inmediatamente. Eso generó nuevos chismes acerca de su alcoholismo y de su trabajo. Se corrió el rumor de que había sido despedida y eso aumentó el raiting del programa. La televisora la respaldó y siguió apareciendo en los programas.
            El doctor le aseguró que si seguía bebiendo, la baja presión podía tener consecuencias fatales. Pero ella ya no podía frenar el consumo de alcohol y por no poder hacerlo se despreciaba profundamente.
            El comportamiento de Frances no se modificó y después de varias veces en que fue evidente que no estaba en buenas condiciones para un buen desempeño en el trabajo, la televisora habló con ella y canceló su contrato.
Como durante los seis años que duró como conductora del programa se había dedicado a gastar despreocupadamente, cuando quedó desempleada vio que sólo tenía 300 dólares en el banco y un montón de ropa que ya no le serviría para nada.
            Para empeorar su situación de alcohólica solitaria y desempleada, se apareció Leland C. Mikesell, el promotor artístico que la había sacado de Eureka, y la amenazó de muerte. Todavía le reclamaba a Farmer haberlo “estafado” con esa comisión que imaginó ganaría al colocarla en un nuevo empleo. Su fantasía nunca se hizo realidad y estaba dispuesto a vengarse por su desilusión. Él le prometió que la mataría tarde o temprano y en el momento menos esperado. Antes, él la vería pidiéndole clemencia y pudriéndose en el infierno.
            Eso fue más de lo que Frances pudo soportar en soledad, y después de más de dos años de no verla ni de comunicarse con ella, llamó a su amiga Jean pidiéndole ayuda.[79]

Frances se restableció con el amor y el cuidando a un gato callejero enfermo

Jean aceptó amorosamente el regreso de Frances y vivieron juntas. La mejor terapia que se le ocurrió a Jean para reestablecer a su amiga fue encargarle el cuidado de un gato callejero enfermo. Farmer se vio obligada a dedicar varios días al cuidado intensivo del gato y eso posicionó en ella una nueva actitud.
            Su amiga la integró otra vez a su familia y a su grupo de amistades. En estas nuevas condiciones el alcohol dejó de ser una necesidad y una adicción. También, desde esta situación de renovación, finalmente pudo encontrar a Dios en 1968.
            Las dos vivieron y trabajaron juntas más de cinco años y Jean la cuidó en su prolongada enfermedad de cáncer en el esófago, hasta que murió el 1 de agosto de 1970.[80]

La “actuación” no buscada: su vida como representación de la nuestra

Los principales problemas que tuvo que resolver Frances Farmer en su vida fueron: pertenecer a un grupo y con él a la humanidad; descubrir un lugar y un papel aceptable en la sociedad y actuarlo; obtener buenos ingresos realizando la propia vocación; aprender a amar y encontrar a Dios. Todos esos problemas y sus soluciones se relacionaron entre sí.

La gran competencia de egos: la lucha por la superioridad

Las sociedades individualistas, como las actuales, se organizan como lucha y competencia entre egos. Cada quien quiere ganar y ser superior al otro. Hay un lugar para todos los egos: abajo se ubican los más pequeños y arriba los más grandes. Ascender es difícil porque hay que desplazar a los que van subiendo y evitar chocar con los de arriba que van cayendo.
            En estas sociedades “el hombre es la medida de todas las cosas” y este principio se traduce en que cada quien se mide con el que le toca en frente. Al medirse, uno siempre intenta superar al otro, quedar arriba, ser superior. El momento de la medición se expresa casi siempre con un reclamo o un desafío: “¿No sabes quién soy yo?”. Y la respuesta tiende a ser, con otras palabras: “¡Soy el que te va a partir tu madre!”
            Siempre hay mucho resentimiento entre la mayoría de la gente, porque esta manera de valorar a las personas es muy caótica, demasiado fugaz, excesivamente dependiente de de victorias provisionales. El lugar que se ganó y el papel que se está desempeñando, puede perderse en cualquier momento. La mayoría siente que no se le está valorando, que es injusto el lugar que tiene y el papel que desempeña; cree que debería tener uno mejor. Saben quién tuvo la culpa de ponerlos en el lugar en el que están y haciendo lo que no deberían. La actitud más generalizada es de enojo: “¡Me las vas a pagar!”, “¡Vas a saber quién soy yo!”.
            La competencia entre egos no tiene límites, se da en todos los campos y de manera semejante. Lillian, por ejemplo, creía que dedicada a sus hijos y a su marido le daría un lugar más bajo a su ego que dedicada a publicar libros de nutrición o a combatir a las panaderías de Seattle por los ingredientes sintéticos poco saludables que utilizaban. Sabía que su marido debía quedar en un lugar más bajo y ella en uno más alto, y dispararle balas de salva era una buena manera de verlo tirado en el piso y contemplarlo de arriba hacia abajo. O sabía que su hija Frances debía quedar abajo obedeciéndola en todo lo que ella dijera o manteniéndola arriba como la mamá de una estrella.
            Frances también luchó por ser la más inteligente, la más informada, la mejor actriz de cine, la mejor actriz de teatro. Y cuando se confrontó con un policía de tránsito lo humilló, con un juez le gritó, con los psiquiatras los ridiculizó, con las enfermeras las despreció. No importa cuáles fueran las circunstancias ella debía quedar arriba y los demás abajo.
            Los demás, cuando se confrontaron con ella, también traían lo suyo: “¿Con que esas tenemos? ¡Pues ahora vas a saber quién soy yo!”. Y el policía la acusó de manejar en estado de ebriedad, el juez la condenó a 180 días de prisión, y el psiquiatra a choques eléctricos, de insulina y de agua. Odets la utilizó para darle difusión a su obra Golden Boy y para construir un personaje de teatro y para mostrarle siempre que valía más que ella. Y el Group theatre también se encargó de convencerla de que ellos estaban arriba y ella abajo, que ellos ganaban y ella perdía, etcétera, etcétera. Es decir, la lucha de egos a todo lo que daba.
            Frances ascendió compitiendo con otros egos y ganando; y descendió cuando su voluntad de triunfo había quedado reducida a la mera supervivencia, a la desnuda lucha por la superioridad. Tuvo una oportunidad de nuevo, cuando la gente descubrió que había quedado aparentemente intacta, después de muchas adversidades: seguía siendo bonita, delgada, inteligente. Era una imagen que servía nuevamente para representar a las multitudes, muchos hombres y mujeres se podían identificar con ella y con su situación. Les confirmaba la idea de que pase lo que  pase, se puede ganar. Este gran público que se congregó a su alrededor, fue aprovechado por una televisora de Indianapolis para ganar dinero; y le ofreció a Frances un programa de televisión todos los días de lunes a sábado de 5 a 7 pm. Y Frances nuevamente compitió con los egos y ganó. Era la número uno en el raiting de Indianapolis y una de las primeras a nivel nacional.

De estrella de cine había pasado a ser una estrella de la televisión.

Sin su amiga Jean la historia de Frances se habría repetido. En la competencia de egos y por las envidias que generan los resultados de esas luchas, Farmer habría sido herida de nuevo en su ego de manera insoportable, la difamación de lesbiana la habría hecho perder nuevamente el control y se habría despeñado hasta lo más bajo. Con este nuevo golpe, quizá su ego habría quedado desecho y habría pasado al olvido. Se habría acabado cualquier motivo para recordarla. Ya no podría representar a nadie de manera atractiva. Su historia no interesaría ya para la agitación y la propaganda de la lucha social de egos.

            Pertenecer de corazón a una sociedad individualista en realidad es no pertenecer. La historia de Frances expresa muy bien el tipo de vínculos de odio y resentimiento que se forman y la dinámica de soledad que se engendra. Lo que hay en estas sociedades, es lo que el sociólogo estadounidense, David Riesman, llamó: “La muchedumbre solitaria”.[81]
            En este tipo de sociedades y con la dinámica que se genera en ellas no se puede pertenecer a la humanidad, más bien se tiende a acabar con ella.

La otra socialización: la motivación del amor

Afortunadamente para Frances, y para todos nosotros, hay gente, como Jean, que ha sido socializada con otros principios y su motivación fundamental no es imponer su ego y mostrar o alcanzar la superioridad en cualquier oportunidad. Para estos muchos, el otro no es alguien al que hay que rebajar y derrotar sino alguien a quien amar. Bajo esa dinámica sí se puede pertenecer, se puede vivir con bienestar y alegría y se puede encontrar a Dios.
            Mientras Frances estuvo regida por la competencia de egos no pudo encontrar a Dios, porque realmente no podía encontrar a nadie que no fuera ella misma. Los demás tampoco podían encontrarla a ella porque sólo podían estar con ellos mismos. Dios no cabe en el ego. Dios no es perceptible desde el dominio del ego y menos desde un ego lleno de rencor y de odio. Eso es algo que constató Frances Farmer.
            Cuando fue amada y amó no tuvo que buscar a Dios ni llamarlo, simplemente se le presento y ella lo reconoció.

Dios muere
Por Frances Farmer [82]

Nadie vino y me dijo: . No fue un asesinato, pienso que simplemente Dios murió de viejo. Y cuando me di cuenta que ya no estaba aquí, no me impresionó. Me pareció justo y natural.
Quizás fue porque nunca me impresionó adecuadamente una religión. Fui a la escuela dominical y me gustaron las historias sobre Cristo y la estrella de Navidad. Eran hermosas. Pensar en ellas me hacía sentir cálida y feliz. Pero no creía en ellas. El maestro de la escuela dominical hablaba de manera parecida a la maestra de escuela primaria cuando nos hablaba de George Washington. Historias agradables y bonitas, pero no verdaderas.
La religión era algo muy vago. Dios era diferente. Era algo real, algo que podía sentir. Pero sólo había ciertos momentos en que podía sentirlo. Solía acostarme entre sábanas limpias y frescas después de darme un baño, lavar mi pelo y frotar mis nudillos, uñas y dientes. Entonces podía estar inmóvil en la oscuridad viendo los árboles a través de la ventana y decirle a Dios: “Estoy limpia ahora. Nunca he estado tan limpia. Nunca estaré más limpia”. Y, de alguna manera, ahí estaba Dios. Aunque no estaba segura que fuera Él ... simplemente era algo fresco, oscuro y limpio.
Sin embargo, eso no era religión. Había algo muy físico en esto. No podía mantener el mismo sentimiento durante el día, con mis manos en el agua lavando platos y con el duro sol mostrando la suciedad de los tejados. Me empecé a preguntar el significado de lo que decía el ministro: “Dios Padre ve caer incluso a la más pequeña paloma. Él vela por todos sus hijos.” Eso me confundía. Pero estaba segura de una cosa: si Dios era el Padre de los niños, esa limpieza que había sentido no era Dios. Así que en la noche, cuando iba a la cama, podía pensar: “Estoy limpia, estoy con sueño”. Y entonces me dormía. Eso no evitó que disfrutara menos la limpieza. Sólo supe que Dios no estaba ahí. Él era un hombre con un trono en el Cielo, así que era fácil de olvidar.
A veces me parecía útil recordarlo, especialmente cuando perdía cosas importantes. Después de dar portazos por la casa, apanicada y sin aliento por la búsqueda, podía detenerme en medio de un cuarto y cerrar los ojos: “Por favor, Dios, ayúdame a encontrar mi sombrero de orla azul”. Normalmente funcionaba. Dios se convirtió en un super-padre que no podía maltratarme. Y si yo quería intensamente algo, Él lo concedía.
            Eso me satisfacía hasta que pensé que si Dios amaba igual a todos sus hijos, por qué se preocupaba por mi sombrero rojo y dejaba que otra gente perdiera a sus padres y madres por siempre. Empecé a ver que Él no tenía mucho que ver con sombreros, gente muriendo o cualquier otro asunto. Las cosas sucedían tanto si Él quería como si no, y permanecía en el cielo pretendiendo no ver lo que pasaba. Me pregunté por qué Dios era esa cosa inútil. Me parecía una pérdida de tiempo tenerlo. Después de eso Él se fue disminuyendo poco a poco hasta que se hizo nada.
Me sentí orgullosa de pensar que había encontrado la verdad por mí misma, sin ayuda de nadie, pero me desconcertaba que otra gente no la hubiera encontrado como yo. Dios había muerto. Éramos más jóvenes. Habíamos ido más allá de Él. ¿Por qué no podían ver esto? Eso todavía me desconcierta.


 Una niña y una gran amiga me ayudaron a encontrar a Dios

Por Frances Farmer y  Jean Ratcliffe [83]

El verano de 1968 fue la estación de mi renacimiento” y cuando pienso en ello, recuerdo que la Biblia habla de la cercanía de los niños con Dios [...] Nunca estuve rodeada de niños hasta que me vinculé con . De hecho tenía como consigna evadir todo contacto y había aceptado esto como resultado de la culpa que sentía por haber abortado en mis tiempos de Hollywood. Simplemente no tenía el descaro de estar con un niño, pero cinco pequeñitas abrieron mi corazón y alejaron mi culpa.
            En un día particularmente caluroso de verano, [nuestra amiga] Farell [Whitefield] trajo a sus hijas a disfrutar nuestra alberca y [mi amiga y compañera de casa] Jean [Ratcliffe] las mantuvo atareadas con comida y actividades. Yo estuve la mayoría del tiempo vigilándolas al nadar, pues nunca dejábamos de estar pendientes de ellas. Hacia la media tarde Farell decidió que era tiempo de partir. Las llevó, en medio de protestas, con la promesa de que vendrían otro día.
            Me parece que los niños invariablemente llegan y se van en medio de una molesta excitación y este día no fue la excepción: buscaron frenéticamente la toalla o la zapatilla perdida y después de recoger todo desaparecieron de la casa en su carro. Cuando se fueron, el jardín quedó desnudo con su silencio, pues cuando los niños se van se llevan algo musical con ellos. Tan pronto como se fueron, Jean suspiró con un cansado placer y entró inmediatamente a la casa a recostarse.
            Con el jardín vacío, me sentí de repente sola y pensativa. Todo estaba terriblemente calmado y con el sol ondulándose en el agua, la atmósfera parecía irreal. No soy capaz de describir mis pensamientos, pero sí puedo decir que eran inquietantes. Había sentido la calidez del amor y de repente el dolor de una soledad inesperada. Tenía un sentimiento vacío, perdido. Quizás la melancolía podría describirlo.
            Y entonces vi que mi Gina, de 12 años, me miraba tímidamente desde la esquina de la casa y corrió hacia la casa gritando con su pura y simple voz de niña: “Tía Frances no te di el beso de despedida”.
            Tendí mis brazos hacia ella y sentí anidar su mejilla en la mía, y en mi oído, casi como el murmullo del aletazo de una mariposa, oí: “Te quiero mucho porque eres buena”. Y entonces se fue saltando con su largo cabello columpiando detrás de ella como el viento arrojado sobre un camino de oro. Cuando se fue, un sollozo seco se atoró en mi garganta. Nunca nadie me había dicho eso. Probablemente ni siquiera lo habían pensado. Ahora estaba ahí, en ese momento, como un corazón de piedra derretida.
            No podía contener el flujo de lágrimas, no porque me dijeran que me amaban o que era buena sino porque mi corazón tenía ahora la alegría y la humildad de pertenecer.
            En ese tranquilo día de verano sentí el primer movimiento atronador de Dios en mi vida, y la voz suave de esa niña, la tierna caricia de su mejilla en la mía, abrió la puerta. Fue una experiencia maravillosa y terrible y me di cuenta que se había lavado todo el mal que me había rodeado. Estaba dominada por el sentimiento de perdón y cambio.
            La vida adquirió un nuevo significado. Fue algo todo poderoso. Fluyó desde dentro de mi como un pozo de agua. Había renacido y sabía que tenía que encontrar un culto, un camino disciplinado de fe, e inicié el recorrido hacia una realización espiritual.
            Yo había cambiado y Jean lo supo sin preguntarme el cómo y por qué. Y otros lo supieron. Era algo que se veía.
            Nunca me había preocupado gran cosa la religión organizada hasta que un día me encontré sentada en Santa Juana de Arco, el templo católico de mi barrio. Había pasado muchas veces por ahí, pero aquella tarde en la que regresaba del mercado, me detuve y me senté sola en la nave central. Había paz y oscuridad. Observé detenidamente el altar y entendí, por primera vez, el poder y el significado de la crucifixión.

La conversión al catolicismo

Ese mismo día solicité empezar con mi preparación para convertirme a la fe católica. Pero la conversión se dio con una personal crucifixión, pues el buen padre que fue mi instructor me sugirió que hiciera mi primera confesión con algún sacerdote en otro templo. Quería que fuera a un lugar en el que no me conocieran. Él era un viejo agradable y estoy segura que me visualizó de cierta manera y prefirió quedarse con esa visión. Fui a un templo del centro de la ciudad donde nadie me conocía y tuve una experiencia que me partió el alma en pedazos.
            Sentí que era necesario purgarme a mí misma en el confesionario, pero empecé con el pie izquierdo, el confesor creyó que yo era un hombre. Tengo una voz profunda y teatral, es una de mis características, pero para el sacerdote yo era alguien que quería divertirse en el confesionario. Después de superar el malentendido quedó apaleado por mis confesiones. En el momento en que empecé a contar mis abortos, se puso blanco y no quería entender. Me regañó tan violentamente que me fui llorando del confesionario y caí ante el altar boca abajo. Yo, a sus ojos, era una imperdonable siete veces asesina. Mi llanto hizo que llegara el monseñor, quien, perplejo ante la conmoción, trató de reconfortarme. Le conté mi historia llorando y ahí en el altar, ese hombre amable y gentil, me dio la bendición.
            Horrorizada por el incidente, anduve con lentes oscuros día y noche, durante tres semanas. Jean pensó que eso era parte de mi nueva vida.  Ella no era católica, pero entendió que si yo no era capaz de enfrentar y aceptar los dogmas de mi iglesia, entre los cuales estaba el perdón, estaría yo perdida en el remolino del remordimiento.
            Finalmente, después de días de rezar y hacer peticiones, me quité los lentes oscuros, me acepté a mí misma y al mundo que me rodeaba.
            De la fe he tomado la seguridad de que hay un Dios que ama y dirige todas las cosas. He sido capaz de dejar de lado el odio demoledor y las culpas. Todavía sufro por mi pasado, pero espero que con el tiempo entienda mejor los escollos en los que caí. Y si no pudiera llegar a entenderlos ahora tengo una fe profunda y duradera de que puedo atravesarlos sin daño alguno.
            No me gusta hacer proselitismo porque estoy convencida que cada quien debe encontrar su propia salvación; y el hecho de que no escogiera la religión de mis amigos más cercanos sólo confirma la libertad de elección y el discernimiento personal que me fue permitido tener. Yo encontré mi camino a través de su amor y comprensión, pero elegí mi fe, aunque muy alejada de la de ellos, desde mi libre voluntad.
            Jean puede acompañarme a misa y yo ir con ella a los servicios de la Unity Church, de modo que los domingos por la mañana pueden estar llenos de cosas buenas y aunque nuestra manera de rendir culto es muy diferente, las dos somos capaces de unirlos en la amistad y la comprensión.
            Así que en 1968 dejé todos los apetitos falsos. Se acabó mi compulsión a beber que me abrumaba en el pasado. Desapareció mi necesidad de nulificar. Ya no estaba encadenada. Entendí las causas y saboreé la libertad que este entendimiento me trajo. Me convertí en una mujer positiva y sólida. Mi mundo y mi espíritu eran seguros. Y mi mente estaba, finalmente, libre.
            He aprendido que tener buenos amigos es el más puro de los regalos de Dios, porque es un amor que no se paga. No se hereda, como el de la familia, ni es irresistible como sucede con un niño, ni da placer físico como lo hay con una pareja. Es un vínculo indescriptible que trae una devoción más profunda que los otros amores.
            Así que pienso con gratitud en Jean, pues ella permaneció a mi lado cuando otros desaparecieron. Ella creyó en mí cuando otros dudaron. Ella dio cuando otros recibieron. A través de ella, todo lo bueno llegó a mi vida y a través de lo bueno, llegué a conocer y a creer en Dios.”

Dos años después, el 1 de agosto de 1970, Frances Farmer murió por un cáncer en el esófago. De sus días de enfermedad y agonía, cuando ya no podía comer nada y tenía que ser alimentada directamente por el estómago, escribió:

“Hay momentos en que mi mundo está oscuro. Algunas veces está tan oscuro que no puedo verlo ni sentirlo, y entonces oigo los sonidos de Su Ser [...] Y veo la cara de mi amiga [Jean] desdibujada y cansada, pero siempre amable... siempre capaz de sonreír y entonces sé que Dios está cerca.”
            “Sé del terror del dolor, como ahora se presenta, pero encerrada en aquellos años, olvidada en un manicomio, sufrí mucho más. Ahora tengo a Dios aquí, pero Él nunca estuvo allá”.[84]






[1] Uso la palabra manicomio porque es la que más se acerca a la que usa Frances para nombrar a ese lugar.
[2] A menos que explícitamente se indique otra cosa, los datos utilizados para realizar esta interpretación de la vida de Frances Farmer, están tomados de la biografía escrita por su íntima y queridísima amiga Jean Ratcliffe, y que fue publicada como “autobiografía de Frances Farmer” con el título: Will There Really Be a Morning?, Dell Publishing Co, Nueva York, 1972
[3] La mayor era Rita, media hermana, pues era hija del primer matrimonio de Lilian. Después estaba Wesley, primer hijo de Ernest y Lilian. Lo siguió el bebé que murió, después nació Edith y finalmente Frances.
[4] Este escrito premiado se presenta aquí como parte de Cada frontera  No.40
[5] Véase, Frances Farmer, Will There Really Be a Morning?, Dell Publishing Co, Nueva York, 1972, p. 190
[6] Ibid., p.180
[7] Idem.
[8] Ibid., p. 181. Los papás se habían separado cuando Frances tenía 4 años. Así que después de siete años de ausencia consideraba a su padre como un extraño.
[9] Ibid., p. 182
[10] Ibid., p. 185
[11] Ibid., p.53
[12] Ibid., p.54
[13] Ibid., p.55
[14] Idem.
[15] Ibid., pp.55-56
[16] Ibid., p.56
[17] Ibid., p.57
[18] Ibid., p.60
[19] Ibid., p.62
[20] Ibid., p.64
[21] Ibid., p.68
[22] Ibid., pp.68-69
[23] Ibid., pp.76-77
[24] De ahí en adelante, le mandó a su madre una buena cantidad de dinero mensualmente.
[25] Ibid., 81
[26] Ibid., p.131
[27] Ibid., p.132
[28] Para entender mejor este método de actuación puede consultarse el libro de Constantin Stanislavski, La construcción del personaje, Alianza Editorial, Madrid (Libro de Bolsillo No. 573), 1985. La parte de la contención y el control como parte clave de la construcción del personaje está en la página 99.
[29] Peter Shelley, The Life and Filmes of a Troubled Star, McFarland & Company, Jefferson, North Carolina 2010 p.18
[30] William Anderson cambió su nombre por uno artístico: Leif Erickson; y fue muy conocido por su participación en la famosa serie de televisión de finales de los años 60: El Gran Chaparral, ahí interpretaba el papel de John Cannon.
[31] La relación con William y la boda se describe en las páginas 128 a 133 de la autobiografía
[32] Clifford Odets era un hombre atormentado, cuando tenía 25 años intentó suicidarse tres veces y en 1940 escribió en su diario: “A donde quiera que vaya estoy siempre solo, sin hogar”. Citado por John Lahr, The Struggles of Clifford Odets, The NewYorker, April 17, 2006
[33] Probablemente Odets tomó su relación con Farmer como oportunidad de escribir una nueva obra y jugó con el “personaje” para explorarlo. El biógrafo de Odets, Christopher J. Herr, sostiene que incluso después de la ruptura con Frances, él siguió atento a todo lo que aparecía de ella porque tenía planeado escribir una obra titulada: “Actriz”. Este dato aparece en el citado libro de Peter Shelley, en la página 22.
[34] Frances Farmer, Op.Cit., p.227
[35] Ibid., p.228 para los dos párrafos
[36] Ibid., p.226
[37] Idem.
[38] Ibid., p.228
[39] Me da la impresión de que Frances se vengó del Group Theater cuando los dejó colgados en la obra The Fifth Column en cuyos ensayos estaba participando por invitación de ellos. Catherine Locke la reemplazó, pero la multaron con 15 mil dólares por abandonar el trabajo. No mucho tiempo después se disolvió el grupo por celos y choques de temperamentos artísticos, p.231
[40] Ibid., p.243
[41] De enero a septiembre de 1943
[42] Ibid., p.246
[43] Ibid., p.162
[44] Ibid., p.13
[45] Ibid., p.16
[46] Todo este incidente se relata en las pp. 22-30
[47] Ibid., p.33
[48] Ibid., p.41
[49] Para estos cuatro párrafos Ibid., pp.50-51
[50] La crónica de la audiencia se encuentra en las páginas 95-106 de la autobiografía
[51] Ibid., p.149
[52] Ibid., pp.202-203
[53] Ibid., p.212
[54] Ibid., p.249
[55] Ibid., p.250
[56] Los hechos y diálogos anteriores están tomados de las pp.249-252 de la autobiografía
[57] La larga descripción de las condiciones del manicomio (que aquí no se reproducen sino en parte), Frances la escribió también como campaña a favor del cambio de las deplorables condiciones en las que se encontraba más de medio millón de pacientes psiquiátiricos y más de medio millón de retrasados mentales recluidos en instituciones estatales. P.254
[58] Ibid., pp.259-263 para este párrafo, el anterior y los posteriores que describen las condiciones de los pacientes.
[59] Ibid., p.119
[60] Ibid., pp.265-266
[61] Ibid., p.263
[62] Ibid., p.9
[63] Ibid., pp.267-268
[64] Ibid., p.272
[65] Ibid., p.271
[66] Frances obtuvo el divorcio de su marido Alfred en 1957.
[67] Ibid., p.279-283
[68] Ibid., p.283
[69] Ibid., p.285
[70] Ibid., p.290
[71] Ibid., p.291
[72] Esa aparición de Frances Farmer en This Is Your Life puede verse en Youtube en dos partes:
[73] Inicialmente le pagaron 225 dólares a la semana, p.308
[74] Ibid., p.314
[75] En la página 198 había dicho ya: “Mi propia violencia era mi fuerza y sin mostrar mi rabia, me sentía vulnerable y asustada”.
[76] Ibid., p.303
[77] Ibid., p.304
[78] Ibid., p.314-315
[79] Todo lo referente a su recaída y a su reconciliación con Jean puede leerse en las pp.322-340 de la autobiografía.
[80] Lo anterior puede leerse con detalle en las páginas finales de la autobiografía, pp.341-379
[81] No he leído su libro, sólo estoy usando ese título porque me parece bastante expresivo de lo que se vive actualmente. Y, hasta donde yo sé, Riesman maneja en su libro ideas totalmente diferentes a las que yo estoy expresando aquí para describir a “La muchedumbre solitaria”.
[82] Con este escrito, a sus 18 años, Frances Farmer ganó el premio de la revista The Scholastic, en 1931, por el mejor ensayo de estudiantes de High School. Con él adquirió fama nacional y también desató la indignación y la protesta de los pastores y cristianos de la ciudad de Seattle.
[83] Este texto, de lo que sucede 37 años después del escrito anterior, es mi traducción de un extracto del libro autobiográfico de Frances Farmer, Will There Really Be a Morning?, Dell Publishing Co., New York, 1982, pp. 365-369
[84] Con este párrafo termina la autobiografía.

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