Julio César: quise convertirme en hombre poderoso para vivir feliz en gloria


por Arturo Michel[1]


Introducción: la fe en el poder

En el primer número de Cada frontera escribí que a Dios se le concebía de muchas maneras y que, en términos prácticos, para lo relacionado con esta publicación, consideraríamos que la gente tiene como su Dios aquello que ama por encima de todas las cosas o lo que considera como fuente de su vida o lo que ve como el sentido de su vida. Así, vemos que para mucha gente su Dios es el poder, ya que en caso de conflicto de valores prefieren el poder por encima de la salud, el amor, la belleza, la riqueza o consiguen más y más poder para revitalizarse o lo tienen como la meta que unifica su vida.
            Julio César organizó su cuerpo, sus deseos, sus afectos, su inteligencia, sus conocimientos, sus creencias, su familia, sus amistades, su economía, sus relaciones sociales, su tiempo y su espacio en función de ganar más y más poder. Su Dios era el poder.
            Las dos preguntas básicas que más nos interesa responder aquí, en esta publicación, son: ¿qué hace la gente con Dios? y ¿qué hace Dios con la gente? En relación a Julio César esas preguntas se traducirían así: ¿qué hizo César con el poder y qué hizo el poder con él? puesto que el poder era su Dios.
            Se aprende mucho al tratar de entender la experiencia de este hombre que ha sido el mejor exponente de la fe en el poder. El es uno de los hombres más poderosos que ha habido en la historia de la humanidad y se ha mantenido durante muchos siglos como un modelo insuperable. Así que al comprenderlo, podríamos entender también uno de los ideales que han servido como guía a muchos seres humanos.
            Al ocuparnos de la vida de este guerrero podríamos, además, generar algunas ideas que nos sirvan para afinar la percepción del estado de guerra que están viviendo México y otros países de la Tierra. Esto es así, porque todavía estamos en un mundo que heredamos de los romanos, aquella Roma  sigue vigente en muchas cosas, sobre todo en la clase de voluntad de poder que impregna nuestro estilo de vida.

El poder era Roma

César vivió para el poder, pero, en su tiempo ¿qué significaba poder? Para él y para los países conectados por el mar mediterráneo (desde el siglo II a.C. al V d.C.) poder significaba Roma. Desde su fundación en el año 753, ella fue triunfando contra sus vecinos en Italia y sobre etruscos, griegos, cartagineses, germanos, galos e hispanos. Muchos pueblos de África y Asia ni siquiera se enfrentaron directamente con ella y prefirieron tenerla como aliada.
            En aquél tiempo, triunfar sobre un pueblo significaba: matarle muchos miles de hombres nobles y ricos; esclavizar a otros tantos; saquearle sus riquezas (primero con el gran botín de guerra y luego con los tributos); y dejar sometido al nuevo gobierno. A veces también significaba acabar con su existencia y desaparecerlo del mapa.
            Al respecto nos dice Coulanges:

            "Una sola guerra podía borrar de la superficie de la tierra el nombre y la raza de todo un pueblo, transformando en un desierto una comarca fértil. En virtud del derecho de la guerra así entendido, fue como Roma extendió a su alrededor la soledad; del territorio donde los volscos asentaban 23 ciudades, hizo las lagunas pontinas; desaparecieron las 53 poblaciones del Lacio, y en el Samnio pudieron, por espacio de mucho tiempo, reconocerse lo sitios por donde habían pasado los ejércitos romanos no tanto por los vestigios de sus campamentos como por la soledad que reinaba en todas aquellas regiones".[2]

            Roma misma pudo haber sido sometida, esclavizada o destruida por el rey griego Pirro que invadió Italia y derrotó a los romanos en el año 279 a.C. o por el cartaginés Aníbal que destrozó a las mejores legiones de Roma en el 216 a.C., pero, finalmente, salió vencedora de cada una de esas invasiones.
            La última vez que los romanos fueron seriamente amenazados por una potencia externa, antes de la era cristiana, fue en el año 105 a.C. cuando los germanos (cimbrios) derrotaron a los romanos en Arausium (Orange) y les mataron a 100 mil hombres. Así que cuando Mario, el tío político de Julio César, derrotó a los teutones (en el 102 a.C.) y a los cimbrios (en el 101 a.C.) regresó a Roma no sólo con 150 mil esclavos sino como "salvador" y "nuevo fundador de la ciudad".
            Los romanos llegaron a ser una gran potencia, por su gran disposición aprender y a incorporar todo lo que consideraban que servía a sus propósitos. Esto fue así desde que Rómulo congregó a un conjunto de bandidos, aventureros y vagabundos para fundar la ciudad. De los pueblos con los que fueron luchando y conviviendo fueron tomando la religión, las formas de organización económica, social y militar, los conocimientos y las técnicas. Los romanos se destacaron por su voluntad de poder y por la búsqueda de la eficacia. Todo lo traducían en logros prácticos y concretos. Se apropiaron de todo lo que les fue útil para sobrevivir y prevalecer sobre los demás.

Roma: de la oligarquía a la monarquía

La vida de Julio César (del año 100 al 44 a.C.) coincide con el período de transición de una forma de poder a otra en Roma: de la oligarquía a la monarquía. Como veremos más adelante, él mismo fue un actor decisivo en esa transición.
            Desde que los aristócratas romanos acabaron con la monarquía y fundaron la república en el año 509 a.C., el poder de Roma había sido "propiedad colectiva" de un puñado de hombres agrupados en el Senado, pero desde comienzos del siglo I a.C., con la incorporación de los pobres al ejército como soldados de tiempo completo y asalariados del Estado, el poder se redistribuyó dándole más peso a los generales y al pueblo.
            Con esta nueva situación, cada aristócrata podía romper con sus pares y transformar el poder colectivo en uno personal si utilizaba al ejército que le debía obediencia y al pueblo que cada vez estaba más inconforme con los gobernantes.
            El primero que alteró notablemente el equilibrio de poderes entre la aristocracia fue Cayo Mario que repitió durante cinco años seguidos como cónsul[3] (del 104 al 100 a.C.) en vista de la amenaza de los germanos y del apoyo popular. Este hecho no tenía precedente en toda la vida de la república.
            A partir de entonces la aristocracia estuvo claramente a la defensiva, luchando por conservar su poder colectivo contra el general en turno que lograba tener en sus manos un ejército victorioso y que sucumbía a la tentación de imponerse a "sus iguales". Cada vez que el Senado le daba una misión a un general y le proporcionaba un ejército, sabía que ese general y ese ejército estarían más que dispuestos a volverse contra el Senado aprovechando cualquier pretexto. Y eso era algo imposible de evitar porque nunca faltaba alguna guerra o alguna rebelión.
            Los generales-cónsules que se fueron colocando por arriba de los demás aristócratas, en la época que nos ocupa, fueron: Cayo Mario, Lucio Cornelio Cinna, Lucio Cornelio Sila, Marco Licinio Craso, Gneo Pompeyo Magno y Julio César. Los tres primeros no sólo se colocaron formalmente arriba de los demás aristócratas, sino que además mataron a una buena cantidad de senadores romanos y trataron a muchos ciudadanos como verdaderos enemigos.
            Un paso importante hacia la expropiación del poder colectivo de la aristocracia se dio gracias a la habilidad política de Julio César que formó un triunvirato con Pompeyo Magno y Craso: los tres se aliaron para tomar en sus manos el poder de Roma. No hubo ningún aristócrata que los pudiera desafiar de manera efectiva del año 59 al 53 a.C. Durante seis años fueron los amos de la república.
            La muerte de Craso en Asia (53 a.C.), durante la guerra contra los Partos, y la muerte de Julia (54 a.C.), hija de César y esposa de Pompeyo, fueron dos acontecimientos que alteraron completamente la situación. Sin Marco Licinio Craso emergió la rivalidad pura entre Pompeyo y César; todo mundo sabía que cada uno lucharía por apropiarse del poder de Roma por todos los medios que tuviera a su alcance, ya que los dos tenían: "una codicia insaciable del mando, y una loca ambición de ser el primero y el mayor".[4] La única duda que se tenía era cuál de los dos resultaría vencedor.
            Toda Roma y todo su imperio se involucraron en esta desgarradora batalla por la supremacía entre estos dos hombres poderosos. La guerra civil (del año 49 al 45 a.C), tuvo un resultado inesperado, pues el que inicialmente tenía menos aliados, menos recursos económicos y menos tropas, era Julio César. Sin embargo venció por su gran capacidad política y militar para superar la adversidad y su gran habilidad para manejar a su favor el espacio y el tiempo.
            Sin contar a los aliados que participaron y perecieron en gran número en las batallas, esta guerra llevó a la muerte a 170 mil romanos. El censo registró una baja de 320 mil a 150 mil ciudadanos.[5] Con este triunfo y a este precio, César pudo convertirse en dictador a perpetuidad (14 de febrero), pero sólo pudo disfrutar de ese título un mes, porque el 15 de marzo del 44 a.C. un grupo de senadores lo mató con puñales y espadas, dejándole abiertas en el cuerpo 23 heridas.
            Después del asesinato de Julio César, la aristocracia fue nuevamente incapaz de conservar el poder colectivo, como era su intención, y una nueva y prolongada guerra civil llevó al triunfo al sobrino e hijo adoptivo de Cesar, Octavio Augusto, que fue el heredero del enorme capital económico y político de su padre, y lo supo convertir en ejércitos y triunfos militares. Augusto gobernó como emperador desde el año 27 a.C. al 14 d.C., es decir, durante 41 años. Con él quedó definitivamente abolida la república y el gobierno compartido de los aristócratas. Se consumó así la transición de la oligarquía a la monarquía, de la aristocracia al principado.

Ser el mejor de los mejores

Toda esta dinámica de concentración de poder se ve con mayor claridad si se toma en cuenta la idea que se tenía de los nobles romanos. Para ello nos puede servir pensar en una medida tan importante como el reparto del botín de guerra: "En el año 200 a.C. los centuriones tomaban dos veces más botín que los soldados, pero bajo Pompeyo ya tomaban 20 veces más y los altos oficiales 500 veces más. Al final de la república los centuriones recibían 5 veces más salario que los soldados y con el emperador Augusto entre 16-60 veces más".[6]
            ¿Por qué se repartía tan desigualmente el botín y por qué esa desigualdad fue aumentando con el paso del tiempo?
            Porque la guerra en los primeros siglos de la existencia de Roma fue una actividad exclusiva de los patricios, es decir de los descendientes de los padres fundadores; posteriormente se fue incluyendo a los que no eran nobles. Primero los patricios acudieron a la guerra con los miembros de su familia, de la que disponían de manera absoluta; después fueron, además, con sus clientes o protegidos, sobre los que tenían poder como patronos, es decir, como padres. En seguida los reyes romanos (antes de la república), por necesidad y para minar el poder de los patricios (que era una amenaza para la realeza), incorporaron a los plebeyos ricos y la distribución de las posiciones de importancia dentro del ejército dependió de la nobleza y de la cantidad de dinero que se tenía. Finalmente, con Mario, se incluyó a los plebeyos pobres en el ejército como soldados asalariados.
            La costumbre, la situación de hecho, se convirtió en un asunto de derecho y a la desigualdad práctica se le dio una explicación teórica. Los padres fundadores, los originales, no tenían nada de nobles: eran bandidos, aventureros y vagabundos; pero las victorias de ellos y de sus descendientes les fueron dando más poder, más riqueza y más lugar en el mundo. Pertenecer a la familia de los padres fundadores, ser patricio, significó entonces riqueza y poder. Eso era un hecho, pero frente a los plebeyos que se fueron agregando como población complementaria, se convirtió también en un derecho.
            Al hecho y al derecho se le explicó por la fuerza que los patricios habían mostrado a lo largo de los años y de los siglos. La fuerza era la virtus (vir quiere decir hombre. Esa palabra viene del indoeuropeo wei que significa: fuerza vital).
            La virtus, como la riqueza y el poder, se heredaba. Se creyó que la virtus pertenecía a la naturaleza de los patricios. Esta creencia la retoma y la expone claramente el cónsul Marco Antonio en el discurso que pronunció en los funerales de Julio César:

            "En primer lugar hablaré de su estirpe. No quiero deciros sólo que es extremadamente noble, puesto que el hecho de ser virtuoso no es únicamente mérito personal, sino que también la disposición hereditaria influye considerablemente en la naturaleza de la virtud. Efectivamente, aquellos que no descienden de noble estirpe pueden aparecer como virtuosos, dado que los de baja cuna a veces pueden sobreponerse a su mala naturaleza; sin embargo, aquellos que poseen el germen de la virtud derivado de sus lejanos antepasados necesariamente tienen una virtud espontánea y duradera. Sin embargo, lo que fundamentalmente exalto en César no es el hecho de que su más reciente familia derive de muchos nobles antepasados, y que la más antigua proceda de reyes y de dioses; exalto en primer lugar su estrecho parentesco con nuestra ciudad (César, en efecto, desciende de aquellos que fundaron Roma), y también el hecho de que no solamente ha confirmado plenamente la fama de sus antepasados como hombres protegidos por los dioses por su propia virtud, sino que incluso la ha acrecentado".[7]

            Guerra tras guerra, año tras año, siglo tras siglo, se iba confirmando la riqueza y el poder de los patricios en sus victorias; se iba "confirmando" también la virtus que era la que llevaba al poder, la victoria y la riqueza. Ese hecho les daba el derecho de dirigir las guerras y obtener más botín en ellas y ese derecho les garantizaba la continuidad de su poder y de su riqueza.
            Después los ricos se incorporaron a puestos de mando y fueron importantes caballeros, pero nunca obtuvieron la nobleza, pues la virtus se heredaba. Eso influyó para que los simplemente ricos tuvieran una tajada menor que los nobles en el reparto del botín.
            La diferencia tan grande que hay en el reparto del botín entre oficiales y soldados del año 200 a.C. al 60 a.C., se dio porque la composición de clase social en el ejército era muy distinta. En el 200 los soldados (legionarios) eran ciudadanos ricos, en el 60 ya eran pobres y asalariados, es decir, tenían menos poder de negociación y menos importancia social y política como individuos, cosa que los relegaba en el reparto de beneficios y los metía en un círculo vicioso: a menor riqueza, menor botín; a menor botín, menor riqueza.
            Como se puede ver con lo dicho, las victorias militares fueron motivando una concepción de los patricios como hombres excelentes. Pero no se consideraban solamente superiores al término medio de la humanidad "se hallaban convencidos de constituir la humanidad plena y completa, la humanidad normal; de modo que los pobres eran moralmente inferiores: no vivían como se debía vivir".[8]
            Su excelencia la relacionaban también con la divinidad, ya que los romanos creían que el Numen era una fuerza o voluntad divina que se manifestaba en los dioses, en los hombres y en la naturaleza, es decir, poblaba el universo.[9] Esa creencia fue la que llevó a los romanos, después de la muerte de Julio César, a colocarlo "en el número de los dioses, no solamente por decreto, sino también por el unánime sentir del pueblo, persuadido de su divinidad", según nos dice Suetonio.[10] Así César, al morir, recuperaba "su origen divino", pues decía que su familia, los julios, procedían de la diosa Venus.[11]
            Los romanos creían que cada hogar de la nobleza estaba protegido por el Genius familiar, los dioses protectores de las provisiones (los Penantes) y los protectores del lugar de residencia (los Lares). La reputación póstuma era suficiente recompensa del Genius y del mérito.[12]
            Plutarco, en este mismo sentido, piensa que el Genio o Numen de Julio César, no sólo lo cuidó mientras vivió sino que "le siguió después de su muerte para ser vengador de ella, haciendo huir, y acosando por mar y por tierra a los asesinos hasta no dejar ninguno".[13]
            Cada noble tenía pues su Genio y su virtus que se manifestaba en su poder (que se concretaba en puestos políticos y militares) y su riqueza; y cada uno tenía la voluntad de exceder a los demás, mostrar mayor genio; quería ser el mejor de los mejores.
            Mientras los pobres no se incorporaron al ejército, los nobles y los ricos pudieron refrenar sus ambiciones por medio del poder militar compartido y las instituciones republicanas; pero cuando los pobres ingresaron como legionarios, cada general adquirió una superioridad que fue difícil rebajar con discursos, decretos y amenazas institucionales judiciales. Así, la disputa por la supremacía entre César y Pompeyo se desarrolló porque cada uno era freno y obstáculo insoportable para el otro.

El conocimiento y el manejo del poder romano

El resultado de la disputa entre César y Pompeyo dependió del conocimiento y el manejo del poder romano. Así que para entender la guerra entre los dos debemos contestarnos dos preguntas: ¿qué era el poder romano y cómo funcionaba?
            El poder, en los primeros siglos de la existencia de Roma, llegó a tener un fundamento predominantemente religioso. Es más, la palabra religión, que es latina, tiene su origen en esa época y tiene como significado re-ligar, es decir: atar lo que ya estaba unido, vinculado. Y la palabra religión "significaba ritos, ceremonias, actos de culto externo. La doctrina era muy poca cosa, las prácticas lo importante: obligaban y ligaban al hombre, ligare, religio. La religión era un lazo material" que dirigía la vida de los hombres.[14]
            Los antiguos romanos estaban, pues, unidos decisivamente por la religión. Al terminar la vieja monarquía, la república vino a sustituir a la religión en su papel de unificador, pero la religión conservó un papel fundamental vinculante, porque ningún compromiso, ningún acuerdo era realmente válido sin un juramento, sin la re-ligadura sagrada que reforzaba la atadura humana.[15] Los legionarios mismos tenían que jurar obediencia y fidelidad a su general.
            Los romanos creían que el poder se obtenía, en parte, gracias a los dioses, a su intervención en los asuntos humanos. Por eso consultaban siempre a los adivinos (arúspices y augures)[16] que eran los que sabían interpretar los mensajes de los dioses en los signos de la naturaleza. Nada se hacía sin consultar la voluntad divina.
            Ya se había señalado anteriormente, que el poder se obtenía también, y sobre todo, por las victorias militares que a su vez proporcionaban mucha riqueza por medio del botín y los tributos.
            El poder se convertía en riqueza y la riqueza en poder en un ciclo continuo. La riqueza podía incrementarse con el comercio y la usura, pero sobre todo con los puestos gubernamentales: "No había función pública que no fuese un robo organizado mediante el cual los que ejercían aquella esquilmaban a sus subordinados y todos juntos explotaban a los administrados. Así sucedió en tiempos de la grandeza de Roma y así siguieron las cosas en la hora de su decadencia".[17]
            La familia patriarcal era el modelo organizativo del poder. Cada patricio era patrón de una clientela más o menos amplia a la que protegía y otorgaba favores, pero también se servía de ella para sus propios fines. Los hombres más poderosos de Roma eran los patrones que tenían más clientes. Los reyes y los aristócratas de otros Estados eran también clientes de senadores o caballeros romanos. César y Pompeyo llegaron a ser los más grandes patrones por la cantidad y calidad de sus clientes. Por esas redes de poder tan amplias, la disputa entre los dos se convirtió en una guerra civil de la que nadie pudo sustraerse. Como los lazos clientelares se iban construyendo al terminar cada guerra y durante el ejercicio de las funciones gubernamentales, al terminar la guerra civil, César reorganizó en torno a él las ataduras de la clientela y quedó como patrón indisputable, como "padre de la patria".
            El conocimiento, la racionalidad y el discurso persuasivo también eran medios necesarios para obtener y conservar el poder. La oratoria brillante era indispensable para convencer a los senadores de establecer medidas específicas, para defender a los acusados ante los jueces, y para mover a la tropa y dirigirla adecuadamente en el combate.
            Finalmente, para acceder a los altos cargos y obtener la dignidad y los honores correspondientes se necesitaba ganar el voto popular, congraciarse con los ciudadanos.
            Julio César conoció todo esto muy bien y supo tratar con extraordinaria capacidad las diferentes caras del poder: la de objeto, sujeto y estructura de relaciones, según lo requirieron las circunstancias.

Los manejos electorales de Julio César

            La división política

Cuando César se inició en la vida política no tuvo que elegir entre los optimates y populares, los dos partidos en que estaban divididos los aristócratas, pues su familia pertenecía al bando de los populares y él quedó inmediatamente adscrito ahí. Incluso se casó con Cornelia, hija del cuatro veces cónsul y líder de los populares, Lucio Cornelio Cinna. La boda se efectuó al año siguiente (83 a.C.) de que Cinna fuera asesinado por soldados de su ejército que se sublevaron contra él cuando marchaba a enfrentarse contra el líder de los optimates: Lucio Cornelio Sila.
            Al ubicarse en el campo de los derrotados de aquel momento, estuvo a punto de ser asesinado por órdenes del dictador Sila, como le sucedió a decenas de miles de integrantes del bando popular. Lo salvó la intercesión de los familiares de su madre, Aurelia Cota, de las Vírgenes Vestales y amigos pertenecientes al bando de los optimates. A los que intercedieron, Sila les dijo: "Regocíjense; pero sepan que llegará un día en que ése, que tan caro les es, destruirá el partido de los nobles, que todos juntos hemos protegido; porque en César hay muchos Marios".[18]
            La década de los ochenta y de los setenta fue de grandes matanzas entre optimates y populares. En esos años, los líderes de los dos partidos, dejaron a los romanos agotados y decepcionados de los gobernantes en turno.

            El inicio de la carrera electoral

César inició su carrera electoral el mismo año (70 a.C.) en que llegaron al consulado los nuevos hombres fuertes de Roma, destacados en tiempos del dictador Sila: Marco Licinio Craso, el más rico de los romanos y Pompeyo Magno, el general más poderoso de la república. Los dos se mantenían a cierta distancia de optimates y populares; y más que integrarse a esos partidos procuraban integrarlos a su causa personal.
            Ese año nuestro personaje había cumplido 30 años y "la ley ya le permitía presentarse a las elecciones para desempeñar la cuestura[19] del año siguiente [...] Fue elegido con relativa facilidad y destinado a Hispania Ulterior".[20]
            Su elección como cuestor le dio acceso al Senado, lo que, a su regreso a Roma, le permitió tomar parte, desde entonces, de las decisiones más importantes del Estado.[21] Desde ahí apoyó a Pompeyo para que fuera investido con todo el poder y acabara con los piratas del Mar Mediterráneo (67 a.C.) y para que se le otorgaran poderes extraordinarios en la guerra contra Mitrídates en Asia[22] (66 a.C.)
            Los procesos electorales romanos, al final de la república, se caracterizaban por una corrupción extrema. Los que tenían más dinero lograban ganar las votaciones y, en algunos casos tenían que utilizar la violencia para prevalecer. Nos cuenta Plutarco que se "llegó a punto de que los que pedían las magistraturas[23] pusiesen mesas en medio de la plaza para comprar descaradamente a la muchedumbre, y el pueblo asalariado se presentaba a contender por el que lo pagaba, no sólo con las tablas de votar, sino con arcos, con espadas y con hondas. Decidiéronse las votaciones no pocas veces con sangre y con cadáveres; profanando la tribuna, y dejando en anarquía a la ciudad, como nave a quien falta quien la gobierne".[24]
            César ganó también las elecciones para ser edil curul de la ciudad en el año 65 a.C. y con ello obtuvo un cargo muy importante ya que su función (junto con su colega Bíbulo) era la seguridad pública, el aprovisionamiento, la vigilancia de los mercados y la preparación de los juegos. En otras palabras, ese año tuvo en sus manos el garrote y la zanahoria.

            Las conspiraciones

Como Julio César consideraba el voto ciudadano como uno de muchos caminos para conseguir el poder, no tuvo reparo en participar en una conjura que pretendía convertir a Craso en dictador y a César el segundo al mando. Los dos estaban molestos porque sus candidatos al consulado (P.Sila y Autronio) habían ganado de manera corrupta, como siempre, pero se les había acusado de cohecho y habían perdido el consulado. En las nuevas elecciones habían ganado sus enemigos: L.M.Torcuato y L.A.Cotta. "El plan era el siguiente: a principios del año 65, al tomar posesión los nuevos cónsules, se asaltaría el Senado, asesinando no sólo a los cónsules sino también a los principales adversarios. Durante los graves desórdenes que seguirían a los hechos, Craso debía hacerse atribuir la dictadura (la cual, muertos los cónsules, era necesario hacer proclamar)".[25] Pero el golpe no se realizó porque "Craso, sea por miedo o por arrepentimiento no compareció el día señalado para la matanza y por este motivo César no dio la señal convenida".[26]
            Dejada de lado la vía conspirativa, dedicó todo su esfuerzo a superar a todos los que le habían antecedido en el cargo de edil, y así: daba los mejores premios de teatro, hacía las mejores procesiones, ofrecía los mejores banquetes y como hecho sin precedentes, en unos juegos, presentó a 320 parejas de gladiadores: "tuvo tan aficionado al pueblo, que cada uno pensaba nuevos mandos y nuevos honores con qué remunerarle".[27]
            En el año 63 a.C., siendo cónsul Cicerón, se produce el intento de golpe de Estado de Catilina, otro que no había podido acceder al poder por la vía electoral. Los senadores enemigos de César lo acusaron de complicidad en ese atentado, pero como no le pudieron probar nada, escapó de la desgracia. En la Vida de Cicerón, Plutarco nos explica así el contexto de esta subversión fallida:

            "Sedujo además Catilina a una gran parte de la juventud, proporcionando a cada uno placeres, comilonas y trato con mujerzuelas, y suministrando el caudal para todos estos desórdenes. Estaba fuera de esto dispuesta a sublevarse toda la Toscana, y la mayor parte de la Galia llamada Cisalpina. La misma Roma estaba muy próxima a alterarse por la desigualdad de las fortunas; habiendo los más nobles y principales desperdiciado las suyas en teatros, banquetes, competencias de mando y obras suntuosas, y habiendo venido a parar la riqueza en la gente más baja y ruin de la ciudad; de manera que se necesitaba de muy poco esfuerzo, y le era muy fácil a cualquiera atrevido hacer caer un gobierno que de suyo era débil y caedizo".[28]

            Al año siguiente, 62 a.C., César obtiene un puesto muy importante del poder judicial, gana las elecciones y se convierte en pretor urbano. El pretor no juzgaba, pero preparaba la instancia, fijaba la formulación del proceso y establecía el tribunal.

El gobernante

Terminando su cargo como pretor le tocó, en el sorteo de las provincias, ser procónsul de la Hispania Ulterior. Estuvo a punto de no ocupar su cargo pues, como debía muchísimo dinero, sus acreedores lo estaban cercando y hostigando de manera implacable. Craso salió en su ayuda y le prestó 830 talentos.[29]
            Como procónsul de España, César hizo casi exactamente lo que se esperaba que hiciera cualquier gobernador de una provincia: "recuperar lo que gastó para su elección, acumular suficiente dinero para corromper al jurado que lo juzgaría por mal gobierno y obtener lo suficiente para vivir el resto de la vida. Cicerón resume así la situación: ”.[30]
            Regresó a Roma como hombre rico y general victorioso en sus combates contra los lusitanos. A diferencia de sus colegas no tuvo que corromper a un jurado que lo juzgaría por el mal gobierno. Prefirió protegerse con más poder. Para entonces ya era uno de los senadores más importantes de la república y contaba con la edad suficiente para aspirar al consulado. Como los otros dos hombres más poderosos estaban enemistados (Craso y Pompeyo), sabía que necesitaba de su apoyo para obtener el consulado; y sabía que con ellos su gobierno tendría operatividad y eficacia. Así que los convenció de que juntaran fuerzas para, de común acuerdo, sacar adelante todos sus propósitos pendientes de realización. La alianza se aceptó y quedaron unidos: el hombre más rico (Craso), el general más victorioso (Pompeyo) y el hombre más persuasivo y más popular (César). Su fuerza fue aplastante. Nadie pudo oponérseles con éxito; hicieron lo que quisieron, no sólo durante el consulado de César (en el año 59 a.C.) sino hasta el año 53, cuando murió Craso.

            Plutarco hace la siguiente pintura del consulado de César y Bíbulo:

            "Fue elegido cónsul, pues, César. Enseguida, cuidándose de los sin recursos y de los pobres, propuso fundaciones de colonias y reparto de tierras, saliéndose de la dignidad de su magistratura y haciendo del consulado, en cierta manera, un tribunado de la plebe. Al oponérsele su colega Bíbulo y aprestándose Catón a ayudarle decididamente, César hizo a Pompeyo adelantarse manifiestamente a la tribuna y dirigiéndole la palabra le preguntó si aprobaba esas leyes. Cuando respondió afirmativamente le dijo: . , dijo Pompeyo, ".[31]

            "Desde entonces Pompeyo llenó de soldados la ciudad y dirigía todos los asuntos mediante la violencia. Cayendo repentinamente sobre el cónsul Bíbulo cuando bajaba al foro con Lúculo y Catón le rompieron las fasces, allí mismo uno esparció sobre la cabeza de Bíbulo un cesto de basuras y dos tribunos del pueblo de los que los acompañaban fueron heridos. Así, después de vaciar el foro de oponentes, hicieron sancionar la ley sobre el reparto de tierras. Atraído el pueblo por este cebo, quedó ya domesticado e inclinado ante ellos para cualquier acción, sin mezclarse en nada sino aportando su silencio a quienes proponían el voto. Se aprobaron, pues, las ordenanzas de Pompeyo, de las que había disentido Lúculo; se aprobó asimismo el ocupar César la Galia Cisalpina y la Trasalpina y los Ilirios por cinco años con cuatro legiones completas y el que fueran cónsules en el futuro Pisón, el suegro de César y Gabinio, el más desmesurado de los aduladores de Pompeyo".[32]

El poder militar: la conquista de las Galias

El triunvirato se repartió las provincias. César escogió, y obtuvo por plebiscito, el gobierno de las provincias gálicas (la Galia Cisalpina y la Galia Comata), porque estaba buscando triunfos militares y le pareció que el mejor lugar para obtenerlos era ese, porque alrededor habitaban pueblos que en algún momento habían sido enemigos de Roma y no eran una potencia militar. La capacidad de combate de los romanos era muy superior a la de los galos, así que las victorias eran más que probables.
            Contra lo establecido por la ley, logró que le dieran la gubernatura durante cinco años en vez de uno y, además, cuatro legiones.[33] Su mandato terminaba el primero de marzo del 54, pero ellos mismos, los triunviros, tiempo después, lo prolongaron cinco años más.
            La política de los romanos había sido defenderse de los galos, no atacarlos ni conquistarlos. César cambiará esa política por motivos personales, por la búsqueda de gloria militar.
            Cuando llegó a las Galias en el año 58 a.C., los galos no estaban amenazando a los romanos, ni había ningún conflicto serio, así que César tuvo que buscar un pretexto para hacer la guerra. Encontró uno cuando se enteró que los germanos helvecios querían cruzar la Galia Ulterior, es decir, una zona que no era de su jurisdicción. Los líderes de ese pueblo pidieron conversar con él y le aclararon que "su intención era pasar por la provincia sin agravio de nadie, por no haber otro camino; que le pedían lo llevase bien".[34] César los engañó diciendo que le tomaría tiempo para pensarlo. Ese respiro lo usó para concentrar sus legiones. Cuando por fin les dijo que no los autorizaba, los helvecios aceptaron la negativa y se decidieron por un camino alternativo: convencieron al pueblo secuano de que los dejara pasar por su tierra. Aunque esas tierras no pertenecían a sus dominios, sino a los del pueblo hegemónico de esas Galias, César les prohibió el tránsito. Los helvecios a pesar de la evidente provocación de César todavía se mostraron dispuestos a llegar a un arreglo. Divicón, el jefe, le dijo a César "[35]
            Los líderes del pueblo helvecio comprobaron que César no estaba dispuesto a llegar a ningún acuerdo pacífico con ellos y que al marchar por cualquier camino eran hostigados por las legiones de César. Así que terminaron por enfrentarse a los romanos con una muy clara desventaja de su parte y fueron masacrados. El mismo César nos dice que los helvecios eran 263 mil e iban acompañados por otros cuatro pueblos que tenían 105 mil personas. De este total de 368 mil personas (contados helvecios y acompañantes), 92 mil eran soldados. Los legionarios romanos mataron a 258 mil personas entre gente de los pueblos y soldados: "Los que volvieron a sus patrias, hecho el recuento por orden de César, fueron ciento diez mil".[36] Con esas cifras que proporciona el mismo conquistador tenemos que había 276 mil personas desarmadas, indefensas, de las cuales la mayoría perecieron a manos de los romanos por órdenes de su general.
            La masacre de los helvecios fue un mensaje contra la autoridad de los secuanos y un aviso para todos los pueblos galos y germanos acerca del terrible poder de los romanos.
            Pero este genocidio no era suficiente para desatar una guerra sistemática. Para impulsarla César se alió de lleno con el pueblo de los eduos que eran los rivales más fuertes de los secuanos, que por entonces tenían sometidos a los demás pueblos galos.[37] Esa reorganización del poder galo que dirigirían los romanos fue la que desató poco a poco la guerra total.
            El sometimiento de los galos por los romanos requirió de una guerra de casi ocho años (del 58 al 51 a.C). El conquistador tuvo a bien escribir un libro, Comentarios a la Guerra de las Galias, donde relata los principales acontecimientos. La lectura de este texto nos muestra a César como un excelente antropólogo, conocedor de la cultura que se dispone a exterminar; un notable psicólogo que sabe ver y prever el impacto de los gestos, discursos y acciones en el mundo interior de la gente y en sus motivaciones; un hombre con un gran sentido arquitectónico para captar las obras de ingeniería que se tienen que hacer para penetrar murallas, cortar abastecimientos de agua, pasar ríos anchos y caudalosos, hacer campamentos adecuados, trincheras y máquinas de asedio; un militar fino en observaciones de la naturaleza, lo que le permitía convertirla en un arma de ataque o defensa contra sus enemigos; un orador brillante que sabía decir lo que tenía que decir y como lo tenía que decir para transformar el miedo de sus soldados en valentía y para darle un sentido glorioso a los combates; un politólogo y un gobernante que no cree saberlo todo acerca del poder sino que humildemente puede aprender de los errores y de las novedades que se le presentan día a día.
            Pero en todo ese relato formidable, César no oculta la gran masacre de gente armada y desarmada, de culpables e inocentes, de guerreros y de ancianos, mujeres y niños. Plutarco da la cifra de un millón de muertos y un millón de esclavos generados por esa guerra.[38] Simplemente de los usipites y tenterios que fueron exterminados a traición cuando estaban desarmados y en pláticas de paz (año 55 a.C.), Plutarco señala que murieron 400 mil personas.[39] Plino da la cifra global de un millón doscientos mil muertos por la conquista de las Galias y comenta: "".[40]
            La gran batalla y la decisiva en la conquista fue la de Alesia. Veamos qué fue lo que pasó. El verano del año 53 a.C., equivocadamente, César dio por pacificada la Galia:

            "Esta autosuficiencia le llevó a cometer un tremendo error: por primera vez trató a los galos como súbditos romanos y a la Galia como a una provincia conquistada. Ordenó que se flagelara, decapitara y se pusiera fuera de la ley a los principales cabecillas que habían instigado la sublevación, todo ello para que sirviera de advertencia a los que no habían participado; sin embargo, el efecto fue el contrario del deseado. Cuando César se retiró a la Cisalpina para pasar el invierno, los principales cabecillas de la Galia central comenzaron a hacer los planes que llevarían a la insurrección general de la Galia".[41]

            En febrero del 52 a.C. ya había una sublevación general de la Galia bajo el liderazgo de Vercingetórix. Para enfrentar la rebelión, César conquista las ciudades de Velaunoduno, Cénabo, Novioduno y Avarico durante la primavera, pero es derrotado entre finales de mayo y principios de junio.
            Persigue a Vercingetorix que se refugia en Alesia y, en agosto, César sitia esa ciudad con seis legiones, para lo cual realiza "una de las más grandes empresas de ingeniería militar: una doble línea de trincheras y baluartes, una interna para el ataque contra Alesia, y otra externa para detener el asalto, de hecho previsto como inminente, del ejército de socorro reclutado en el resto de la Galia".[42] Los romanos se enfrentaron a 70 mil enemigos fortificados en la ciudad y a 260 mil que llegaron a por detrás. César los derrotó a finales de septiembre, en parte por sus grandes obras de ingeniería, defensivas y ofensivas, y por haber reservado a la caballería germana para atacar a los galos por detrás cuando éstos hicieran lo mismo con los romanos. César nos cuenta: "Déjase ver de repente la caballería sobre el enemigo. Avanzan los otros batallones; los enemigos echan a huir, y en la huída encuentran con la caballería. Es grande la matanza".[43]
            La mayoría de las poblaciones de la Galia central se sometieron tras la toma de Alesia y durante el año siguiente (51 a.C.) las legiones romanas fueron recuperando el control de todo el territorio.
            Con la conquista de las Galias César obtuvo un gran prestigio militar, el respaldo de un gran ejército, y las posibilidades de rivalizar efectivamente con Pompeyo Magno, de igual a igual.

Y se convierte en un hombre extremadamente rico

Como todo noble romano, César gastaba sin medida en banquetes, regalos, festejos, promoción de juegos, obra pública, esclavos, joyas, pero no tenía una gran riqueza. De hecho en su juventud lo despreciaron, porque vieron que en política no llegaría muy lejos por falta de dinero para quedar bien y corromper a los votantes. Sin embargo se arriesgó endeudándose demasiado y, como ya vimos, tuvo necesidad de que Craso llegara en su rescate.
            Desde que fue a España como procónsul se acabaron sus problemas económicos y como cónsul incrementó considerablemente su fortuna. Se dice que incluso vendió alianzas y reinos. Que de Ptolomeo, rey de Egipto, consiguió en su nombre y el de Pompeyo, seis mil talentos.[44] Por la conquista de las Galias se convirtió en el hombre más rico de Roma. Suetonio nos cuenta al respecto:

            "En la Galia saqueó los altares particulares y los templos de los dioses, colmados de ricas ofrendas, y aniquiló algunas ciudades, antes por afán de rapiña que en castigo de delitos que hubiesen cometido. Esta conducta le proporcionó mucho oro, que hizo vender en Italia y en las provincias al precio de tres mil sestercios la libra [...] Más adelante, sólo a costa de sacrilegios y evidentísimas rapiñas, pudo subvenir a los enormes gastos de la guerra civil, de sus triunfos y de los espectáculos".[45]

            Gracias a esta enorme riqueza pudo seguir maniobrando en la política interna de Roma mientras hacía la guerra. Corrompía a los esclavos de la gente influyente, procuraba que los senadores se endeudaran con préstamos sin interés o a uno muy bajo, gastaba lo necesario para que sus candidatos ganaran las elecciones de su conveniencia. Repartió miles de favores para multiplicar el número de agradecidos.
            No acumulaba para sí, gastaba en todo lo que acrecentaba su poder. De eso se trataban sus inversiones.

El inicio de la guerra civil

Durante la guerra de las Galias, la situación política de Roma se había deteriorado intensamente por la incapacidad política de Pompeyo y Craso y también por la de los aristócratas. El vacío de poder había sido ocupado por bandas de golpeadores que hacían lo que les convenía. Primero había dominado la banda de Clodio, el protegido de Pompeyo y César. Después Milón había aparecido con sus gladiadores para contrarrestar el poder de Clodio, según lo había decidido el partido de los aristócratas y su nuevo aliado Pompeyo.
            A mediados del año 53 se hablaba cada vez con mayor insistencia de la conveniencia de un dictador. Los aristócratas, para evitar la ruptura del orden institucional pensaron en entregarle a Pompeyo el consulado para imponer orden. La oportunidad se presentó con los disturbios callejeros incontrolables que desembocaron en el asesinato de Clodio a manos de la gente de Milón, en el mes de enero del 52. El Senado entonces nombró a Pompeyo cónsul sin colega con el encargo de "".[46] A pesar de que a César no le convenía el papel preponderante que estaba adquiriendo Pompeyo en la política romana, aprobó la medida del Senado a condición de que Pompeyo le aceptara presentarse como candidato para el segundo consulado incluso estando ausente de Roma. Pompeyo aceptó, pero meses después renegó del acuerdo.
            Para enfrentar la crisis se prorrogó el gobierno de Pompeyo en las provincias y se le permitió reclutamientos en toda Italia, es decir, que "".[47]          Esto se hizo, sobre todo, en función de acabar con César.
            Al finalizar la conquista de las Galias en el verano del 51, César se enfrentaba con el problema de los procesos judiciales que se le vendrían encima al terminar su mandato el 28 de febrero del año 50. Tenía muchos enemigos que estaban esperando esa oportunidad y Pompeyo estaba decidido a acabar con él por cualquier medio, para asegurar su primacía en el poder romano.
            Otra vez, como lo hizo al terminar su gobierno en España, quiso protegerse de los procesos judiciales obteniendo el consulado. Pero esta vez no le permitieron presentarse a elecciones.
            De hecho el cónsul Marco Claudio Marcelo quiso adelantar la terminación del mandato de César y destituirlo desde el año 51, pero no pudo porque no encontró suficiente respaldo a su medida, aunque argumentó que la guerra de la Galia estaba victoriosamente concluida y terminadas las hostilidades no quedaba más que licenciar al ejército.
            El año 50, por medio de la corrupción, César logró sobrevivir tranquilamente en la Galia, más allá de su mandato, al comprar en 1500 talentos el respaldo del cónsul Emilio Lépido Paulo y el de Curión, tribuno de la plebe, rescatándolo de las enormes deudas que tenía.
            Como a finales del año 50 se veía claramente que Pompeyo y el Senado pedirían a César que licenciara sus tropas y después lo juzgarían por los delitos cometidos durante su primer consulado y como procónsul de las Galias, César intentó llegar a una solución de compromiso y por medio de Curión propuso que

            ". Era opinión generalizada la de que los dos potentados amenazaban a la República y a la libertad de las instituciones: y esta propuesta lo oficializaba en la sede de más autoridad. La propuesta de Curión fue un triunfo: 370 votos a favor contra apenas 20 (o 22) en contra".[48]

            Pero los cónsules del año 49 Cornelio Léntulo y Gayo Claudio Marcelo, desecharon esta resolución y se fueron totalmente en contra de César con el apoyo militar de Pompeyo.
            Nuevamente César intentó un compromiso: propuso que él y Pompeyo licenciaran a sus legiones, dejaran cargos gubernamentales, rindieran cuenta de sus acciones y se pusieran en manos de los ciudadanos. Los tribunos de la plebe leyeron la propuesta al pueblo y fue muy aplaudida; pero en el Senado, el 7 de enero del 49, ganó la proposición de Escipión, el suegro de Pompeyo, que había dicho que si para un determinado día César no licenciaba a su ejército, "fuese declarado enemigo público". Los tribunos de la plebe, Curión y Marco Antonio, vetaron la propuesta, pero el veto, ilegalmente, fue ignorado. En algún momento se presionó para que se votara la propuesta de César que traían los tribunos "pero instando Escipión y gritando el cónsul Léntulo que contra un ladrón lo que se necesitaba eran armas y no votos, se disolvió el Senado".[49]
            Para sorpresa de sus enemigos, César respondió rápidamente cruzando el río Rubicón[50] el 11 de enero e internándose por el noreste de Italia hasta ocupar Armino (actual Rímini), Pésaro, Fano, Ancona y Arezzo del 12 al 15 de enero con cinco cohortes (unos tres mil hombres) de la legión XIII. El Senado le contestó con un decreto que lo declaraba enemigo público y establecía el derecho a eliminarlo.
            Plutarco cuenta los efectos que tuvieron en Roma los avances de César en Italia:

            "Después de tomado Arimino, como si a la guerra se le hubiesen abierto anchurosas puertas contra toda la tierra y el mar, y como si las leyes de la república se hubieran conmovido con traspasarse los término de una provincia, no se veía a hombres y mujeres como en otras ocasiones discurrir por la Italia; sino alborotadas las ciudades enteras, y que huyendo corrían de unas a otras. La misma Roma, como inundada de diferentes olas con la fuga y concurso de los pueblos del contorno, ni obedecía fácilmente a los magistrados, ni escuchaba razón alguna en semejante tumulto y borrasca; y estuvo en muy poco que por sí misma fuese destruida. Porque no había parte alguna que no estuviese agitada de pasiones contrarias y de conmociones violentas".[51]
                        "Los que venían por todas partes huyendo de fuera caían en Roma, mientras que los que habitaban en Roma salían ellos mismos y abandonaban la ciudad en medio de una tormenta y confusión de tal magnitud, cuando tenía el elemento útil debilitado y el desobediente fortificado e imposible de manejar por los gobernantes. No era posible hacer cesar el temor, ni nadie permitió que Pompeyo usase de su propio juicio, sino que de la disposición en que cualquiera se encontraba, de temor, de pena o de indecisión le hacía partícipe y le llenaba de ella. En el mismo día vencían decisiones contrarias y no le era posible saber verdad alguna acerca de los enemigos porque muchos informaban de lo que se les ocurría y después se irritaban si no lo creía. Así, decretó estado de tumulto y ordenó que le siguieran todos los senadores y, después de haber declarado que consideraría partidario de César a quien se quedara, en la tarde, ya anochecido, abandonó la ciudad. Los cónsules, sin haber hecho los sacrificios acostumbrados antes de las guerras, huyeron".[52]

            La huida de Pompeyo al sur de Italia, a Capua, donde tenía dos legiones, dejó a Roma habitada sólo por el pueblo y por los aristócratas que se consideraban neutrales o contrarios a los fugados, así que César decidió no ocuparla inmediatamente sino ir completando su dominio territorial.
            En Corfino derrotó a las tropas de Domicio que había sido abandonado a su suerte, a pesar de que le había suplicado a Pompeyo que mandara refuerzos en su auxilio, pues "[53]
            Después de que sus enemigos se rindieron en Corfino, César intentó impedir que Pompeyo escapara a oriente, pero no llegó a tiempo al puerto de Brindisi para evitarlo.
            El resultado de su audacia y de sus movimientos a gran velocidad fue lo que permitió tener a Italia en sus manos en 60 días sin haber derramado una gota de sangre. Además puso en ridículo a sus enemigos y ganó el prestigio de ser el nuevo gobernante de Roma. Él era ahora el que emitía decretos y ponía fuera de la ley a sus adversarios.

La derrota de Pompeyo y de la aristocracia

¿Por qué ganó César y perdió Pompeyo la guerra civil? La respuesta tiene que ver con el conocimiento y el ejercicio del poder, pero no nada más. El mismo César, que sabía mucho de esos asuntos, nos hace ver que la diferencia entre la victoria y la derrota puede deberse a una insignificancia, a un factor que se escapa de las manos de cualquiera:

            "los azares a los que cada uno está expuesto en una guerra, cuán pequeñas causas, a veces, o una conjetura errónea, un pánico repentino, el obstáculo de un escrúpulo religioso, habían producido graves derrotas; cuántas veces el error de un general, la falta de un tribuno han repercutido en el ejército".[54]

            Esas "pequeñeces" hicieron de las suyas en varias batallas importantes de la guerra civil y llevaron a muchos a atribuirle a la Fortuna el resultado del conflicto. Eso es algo que está ahí y que se debe tomar en cuenta, pero también estuvieron presentes varios factores importantes que jugaron su papel en el desenlace.
            Lo primero que se muestra con claridad en el bando de Pompeyo es la desarticulación entre pensamiento y acción, ya que el decreto del licenciamiento de tropas de César no estuvo acompañado de la movilización militar que lo haría efectivo. Al contrario, las dos legiones del gobierno estaban en Capua (en el sur) y no eran muy confiables, pues César las había devuelto recientemente de las Galias con grandes recompensas. Las treinta cohortes más confiables estaban en Corfino (en el centro). Ni en Roma ni al norte de Italia había contingentes significativos ni para atacar, ni para defender.
            Lo segundo que se puede ver es que los pompeyanos no hicieron ningún esfuerzo para justificar la desigualdad del trato gubernamental a César y a Pompeyo. En cambio César hizo esfuerzos para dejar bien entendido que no quería una guerra y que había manera de encontrar soluciones pacíficas por la vía del compromiso (aunque estuviera convencido de que tarde o temprano se desataría la guerra). Esta situación era importante para la moral de los ejércitos. Y el hecho de que Pompeyo tuviera dificultades iniciales para reclutar a sus legionarios tuvo que ver con eso.
            Tercero, la superioridad de los recursos disponibles para la guerra en el bando pompeyano los hizo demasiado confiados y los hizo derrocharlos como si fueran inagotables. Perdieron territorio italiano, español y africano, con sus respectivas tropas, como si no tuviera la menor importancia. No tenían ninguna prisa por combatir y le dejaron a César la iniciativa en la guerra. A final de cuentas él acabó decidiendo cuándo y dónde pelear aunque todas las veces llegara a territorio enemigo en una situación de desventaja.
            Cuarto, Pompeyo estaba mal acostumbrado, sólo presentaba combate cuando tenía una superioridad aplastante. No sentía la necesidad de arriesgar nada, lo tenía todo. Sólo se requería tiempo para juntarlo y no había prisa. Con todas las ciudades aliadas de Grecia, oriente y medio oriente, con todos sus clientes de esas zonas y con su dominio del mar, terminaría por derrotar a César y se impondría sobre todos los romanos. Pero su rival no le regaló el tiempo que soñaba. Lo acosó de manera humillante. Parecía que el ratón perseguía al gato y cada día eso desprestigiaba al gato, hasta que la situación se hizo insoportable para los generales y soldados de Pompeyo y la guerra se decidió en Grecia, en la llanura de Farsalia, el 9 de agosto del 48.
            La batalla se dio en condiciones adversas para César. Fundamentalmente eran romanos contra romanos y Pompeyo contaba con más hombres: siete mil en la caballería y 45 mil en la infantería. César con mil en la caballería y 22 mil en la infantería. Antes de la batalla los pompeyanos estaban seguros de la victoria e incluso mandaron mensajeros a Italia y a otros lados dándola como un hecho: "muchos enviaron a Roma personas que alquilaran y se anticiparan a tomar las casas proporcionadas para cónsules y pretores, dando por supuesto que al instante obtendrían estas dignidades acabada la guerra".[55]
            César sabía que a pesar de tener menos hombres, los suyos estaban más experimentados en el combate. Esto, según Napoleón, es una gran ventaja porque la batalla antigua se fragmenta en innumerables combates individuales.[56] Además, como buen psicólogo, ordenó a la infantería que al atacar a la caballería, situada en el ala izquierda pompeyana, no aventaran las lanzas sino que las utilizaran para atacar en la cara a los jinetes de la caballería que estaba integrada por jóvenes nobles que no soportarían la desfiguración de su rostro. Dicho y hecho, la caballería no soportó ese tipo de ataques y en su huída crearon un caos en las líneas de combate de su ejército y con ello provocaron su derrota.
            Al terminar la batalla y ver el campo cubierto de cadáveres, César dijo: "<¡Ellos lo han querido! Si yo, Cayo César, que he cumplido tan grandes empresas, no hubiera recurrido a mis soldados, habría sido llevado ante un tribunal y habría sido condenado>". [57]
            Después de la derrota en Farsalia, Pompeyo huyó con lo indispensable y César lo persiguió sin tregua. En su fuga, Pompeyo buscó el apoyo de los egipcios y fue asesinado por estos. Cuando César llegó a Alejandría, le entregaron la cabeza de Pompeyo.
            Quinto. Pompeyo tenía fama de ser un gran general, pero la mayoría de sus triunfos los obtuvo en condiciones muy ventajosas para él, porque la enorme simpatía que le tuvieron siempre los romanos provocó que le dieran todo en abundancia. Los únicos dos generales inteligentes y capaces a los que se enfrentó, lo derrotaron: Sertorio en España y Julio César en Grecia.
            Sexto. Una gran diferencia entre los dos rivales es que César tenía una gran capacidad para captar las situaciones de conjunto de una manera dinámica. Preveía la manera en que las situaciones podrían transformarse si se hacía o sucedía una cosa u otra. Captaba, en ese sentido, muy bien, situaciones personales, naturales, sociales, políticas, militares, mentales, etc. Su inteligencia era muy rica. Pompeyo en cambio no era tan bueno para captar las situaciones en movimiento, en transformación. Sus éxitos se dieron a pesar de esta deficiencia, pero una gran cantidad de sus fracasos tuvieron que ver con eso.
            Gran parte del caos que se generó en Roma mientras César estuvo en las Galias, fue por la poca habilidad de Pompeyo para dirigir procesos políticos. Su torpeza hizo posible que gente tan vulgar como Clodio y Milón pudieran superarlo en el manejo del poder de la ciudad y reducirlo a niveles indeseables e intolerables.
            César en cambio, por su visión de conjunto, desde el inicio de la guerra civil, vio cuál era la mejor manera de pelear tomando en cuenta que al ganar tendría que gobernar a los derrotados. O dicho de otra manera, desde el inicio de las hostilidades previó que tarde o temprano tendría que haber una reconciliación de los romanos, para poder vivir juntos. Por eso fue generoso en cada victoria. Durante la guerra la perdonó la vida a varios generales e incluso los dejó ir, arriesgando encontrárselos después en nuevos combates como de hecho sucedió varias veces. Al final de la guerra y en congruencia con su política durante ella, integró a los derrotados a la política romana. Incluso en los combates advertía a los soldados romanos, cuando iban huyendo en la derrota, que si se detenían y no combatían, se les perdonaba la vida. Y después los licenciaba o los integraba a sus legiones.
            Séptimo. Julio César planificó los combates de la guerra civil apoyándose fundamentalmente en los soldados romanos; Pompeyo en cambio le otorgó un papel destacado a los soldados aliados, por lo menos a nivel de proyecto.[58] Eso fue un gran error de Pompeyo, porque esa idea lo llevó a dejar Italia fácilmente en las manos de César al inicio de las hostilidades. Esa misma idea metió a Pompeyo en un ritmo más lento y lo hizo perder la iniciativa a la hora de decidir el tiempo y lugar de los combates. Eso le estorbó también a la hora de organizar la batalla. En Farsalia, por ejemplo, los soldados aliados resultaron un estorbo, porque tuvo que inmovilizar líneas de soldados romanos para mantener la disciplina en las líneas aliadas; y a la hora de huir los aliados sirvieron para aterrorizar a sus soldados ya que César ordenó masacrarlos para advertir a los soldados romanos de Pompeyo lo que les podría pasar si no dejaban de correr y de pelear y se rendían en el sitio en el que se encontraban.
            La estrategia de guerra de Pompeyo le restó muchos apoyos día a día, semana tras semana. Dos meses después de iniciado el conflicto Cicerón le comentaba indignado a su amigo Ático: "".[59]

            Octavo. Como decíamos al inicio de este capítulo, hay cosas pequeñas que se salen del control de la gente y que frecuentemente resultan decisivas en el combate. Eso sucedió en Dirraquio. Ahí, por minucias, el mismo día en que César estuvo a punto de derrotar a Pompeyo, éste resultó triunfante. Y si Pompeyo se hubiera atrevido atacar al ejército cesariano hasta destruir su campamento, lo hubiera derrotado de manera irreparable. Pero a Pompeyo lo detuvo el temor de que la huida de los cesarianos fuera una trampa y ese temor salvó al ejército y a la vida de Julio César. Esto quiere decir que a pesar de todo lo dicho, Pompeyo pudo haber ganado la guerra civil.

Las otras guerras de César

Farsalia no terminó con la guerra civil ni con las guerras de César. La persecución de Pompeyo lo llevó a involucrarse en la guerra civil de Egipto, ganar en Alejandría (27 de marzo del 47), y asegurarle el trono a Cleopatra.

            De ahí se fue a reorganizar las relaciones clientelares en Siria, Antioquía, Tolemaida y otros lugares de Asia. Fue a romper las ataduras de Pompeyo y a establecer las suyas. También derrotó a Farnaces rey del Bósforo (actual Crimea) pues había invadido Armenia y Capadocia durante la guerra civil romana. Acabó con él en cuatro horas, fue la más rápida de las victorias (2 de agosto del 47). Por eso dijo: "Vine, vi y vencí".

            Después de Asia tuvo que combatir a los pompeyanos en África (de diciembre del 47 a abril del 46) y España (de noviembre del 46 a octubre del 45, aunque la batalla decisiva fue en Munda, el 17 de marzo).

            Cuando regresó a Roma en octubre del 45, ya sólo le quedaban cinco meses de vida, pero nadie podía saberlo. Fueron cinco meses en que tuvo en sus manos todo el poder de Roma. Finalmente había realizado lo que tanto había deseado: ser superior a todos los romanos, ser el más poderoso.

Un poder desenfrenado

Los últimos cinco meses de la vida de César se caracterizaron por los interminables honores y dignidades que le otorgaban sus amigos y sus enemigos. Suetonio subraya la desmesura distintiva de esta etapa final:

            "Impútanse, sin embargo, a César acciones y palabras y que parecen justificar su muerte. No se contentó con aceptar los honores más altos como el consulado vitalicio, la dictadura perpetua, la censura de las costumbres, el título de Emperador, el dictado de Padre de la Patria, una estatua entre los reyes, una especie de trono en la orquesta, sino que admitió, además, que le decretasen otros superiores a la medida de las grandezas humanas. Tuvo, en efecto, silla de oro en el Senado y en su tribunal; en las pompas del circo un carro en el que era llevado religiosamente su retrato; templos y altares y estatuas junto a las de los dioses; tuvo como éstos, lecho sagrado; un flamín, sacerdotes lupercos, y el privilegio, en fin, de dar su nombre a un mes del año. No existen distinciones que no recibiese según su capricho y que no concediese de la misma manera." [60]
                        "Con igual desprecio de las leyes y costumbres patrias estableció magistraturas para muchos años, concedió insignias consulares a dos pretores antiguos, elevó a la categoría de ciudadano y hasta de senadores a algunos galos semibárbaros; concedió la intendencia de la moneda y de las rentas públicas a esclavos de su casa, y abandonó el cuidado y mando de tres legiones que dejó en Alejandría a Rufión, hijo de un liberto suyo y compañero de orgías.
                        Públicamente solía César pronunciar palabras que, como dice T. Ampio, no muestran menos orgullo que sus actos: . . Los hombres debían hablarle en adelante con más respeto y considerar como leyes lo que dijese. Alcanzó tal punto de arrogancia, que a un augur que le anunciaba tristes presagios después de un sacrificio porque no se había encontrado corazón en la víctima, le respondió él que haría los vaticinios más dichosos cuando quisiese y que no era prodigio mostrar un animal sin corazón". [61]

            Ya no había nadie capaz de ponerle límite. El desenfreno que provocaba la ausencia de oposición, lo llevó a tirar a la basura lo que ya sabía y que le había dicho sólo un año y medio antes a los senadores (julio del 46 a.C.) para calmarlos:

            "La buena fortuna, acompañada de la moderación, tiene larga vida; el poder que se mantiene en los justos límites conserva todas las conquistas que ha hecho; la buena fortuna y el poder hacen que los hombres sean, en vida, amados sin fingimiento y, después de la muerte, alabados con sinceridad. Esta es la cosa más importante que obtienen aquellos que tienen éxito, pero que están privados de virtud: el hombre que en cualquier circunstancia hace uso sin freno de su poder, no encuentra sentido afecto ni perfecta seguridad; en las relaciones con los demás es adulado con fingimiento, mientras que a escondidas es criticado por todos. En efecto, incluso los amigos más íntimos se vuelven suspicaces y temen a aquel que hace uso de su poder sin ningún freno".[62]

            El poder sin límite también le trastornó sus percepciones y, por ello, su sentido de realidad, como nos hizo ver Suetonio párrafos arriba. Este trastorno influyó en su muerte, pues aunque se dio cuenta que Bruto y Casio, los líderes de su asesinato, estaban tramando algo malo, no le hizo caso a su intuición. La noche anterior a su muerte su esposa Calpurnia soñó que lo asesinaban en su regazo y le pidió que no asistiera ese día a la reunión del Senado, pero no la escuchó. El arúspice Espurninna le vaticinó un grave peligro para su persona ese día de los idus de marzo (día 15) y se burló de él. Cerrado a las advertencias murió a manos de decenas de senadores que querían salvar a la república y al poder colectivo de la aristocracia, ese que llevaban más de cincuenta años recuperándolo una y otra vez sin poderlo retener.

La intervención de los dioses y del sumo pontífice romano

Julio César no sólo fue el más poderoso, el más rico, el más mujeriego,[63] el más inteligente, el mayor patrón, el general más victorioso y el orador más brillante de los romanos de su tiempo, también fue sumo pontífice romano.

            ¿Por qué y para qué quiso el pontificado máximo?

            Si hay algo que estaba muy claro para cualquier romano es que los dioses intervenían en los asuntos humanos. La historia humana, en este sentido, era también historia divina. Además de intervenir en los acontecimientos humanos, también comunicaban su voluntad a los hombres por medio de señales (presagios)[64] que aparecían en la naturaleza. Para entender la voluntad de los dioses los romanos desarrollaron un sistema adivinatorio preciso y complejo. Como ya dijimos anteriormente, las señales que se dirigían al oído se llamaban omina, los que se dirigían a la vista eran los auspicia, y los signos terribles eran los prodigia porque se expresaban con la violación del comportamiento normal de la naturaleza.
            El augur era uno de los sacerdotes más destacados. Con su bastón curvo (lituus) trazaba un templum en el espacio celeste, determinado por dos líneas perpendiculares entre sí y en cuyo interior se podían observar las señales divinas. Después de que se descifraban los presagios de acuerdo a las reglas establecidas, se recurría a diferentes ceremonias para apaciguar a los dioses o hacerlos propicios. Los sacerdotes arúspices eran los encargados de la expiación, conocían cuáles eran los ritos capaces de lavar las manchas y calmar a los dioses.
            Cicerón, como muchos aristócratas de su tiempo, no creía en la adivinación ni en sus métodos, pero en su discurso De haruspicum responso, pronunciado contra Clodio en el año 56, da información sobre un presagio que tiene mucha relación con nuestro tema. Raymond Bloch la retoma y nos dice:

            "Un estruendo subterráneo se había escuchado en el Lacio y este fenómeno, sin duda de origen volcánico, había sido considerado en Roma como cargado de amenazas. El Senado, en vista de ello, hizo un llamado a los arúspices y la respuesta de éstos fue la siguiente: El prodigio revelaba la cólera de cierto número de dioses, Júpiter, Saturno, Neptuno, Telo, deidades celestes y terrestres. En segundo lugar, las causas de esta irritación estaban claramente indicadas. Era la negligencia de los hombres en el cumplimiento de los ritos religiosos, eran los recientes e impíos asesinatos. ¿Qué porvenir era el que había sido anunciado de esta manera? Se anunciaba, naturalmente, un porvenir sombrío como había sido sombrío y fuerte el estruendo proveniente del seno de la tierra. Era necesario temer la discordia. Había peligros que amenazaban a los mejores ciudadanos y existía el riesgo de ver los poderes concentrados en las manos de uno solo y de ver a individuos tarados elevarse en dignidad y al Estado debilitarse y trastornarse por una revolución".[65]

            Los dioses intervenían en los asuntos humanos, comunicaban su voluntad por medio de presagios, los sacerdotes adivinos los descifraban y recomendaban los ritos pertinentes, pero el Senado era el que determinaba la forma concreta en que los ciudadanos tendrían que comportarse como consecuencia de lo percibido. En la época en que nos ocupa, los políticos utilizaban cada vez más la interpretación y la ejecución de la voluntad de los dioses en función de sus propios intereses. Se cree que César, por ejemplo, para reforzar el ánimo y despejar las posibles indecisiones de sus soldados antes de empezar la guerra civil, maniobró para que sus hombres, antes de cruzar el río prohibido, se encontraran con un hombre alto y hermoso que tocaba la flauta. Al terminar sus melodías, el flautista tomó la trompeta de un soldado y cruzó el Rubicón con los vibrantes sonidos de la señal de ataque. Al suceder esto César exclamó: "".[66]
            Esta manipulación fue posible, porque la aristocracia y el pueblo no interpretaban de la misma manera las relaciones hombres-dioses, cada uno lo hacía desde su mentalidad característica:

            "El hombre que tiembla en todo instante, ante la sola idea de los dioses, como ante unos amos caprichosos y crueles, es que se ha formado de ellos una imagen indigna tanto de ellos mismos como de un hombre libre. Ese temor de los dioses (deisidamonia) es lo que los romanos entendían por superstición; dejaban a las gentes del pueblo [...] que se imaginaran que la piedad consiste en proclamarse el esclavo o el servidor de un dios. En el fondo, la relación clásica con los dioses era noble y libre: auténtica admiración".[67]

            La importancia de la religión en los asuntos humanos motivó a César a ingresar en el sacerdocio y en el año 73  fue elegido en el colegio de los pontífices y diez años después (en el 63 a.C.) ganó las elecciones para convertirse en el sumo pontífice. Gastó tanto dinero en la campaña electoral, corrompió a tanta gente, que el día que salió a votar le dijo a su madre: hoy verás a tu hijo o pontífice o desterrado.

            ¿Cuál era el papel del Pontifex maximus?

            "La antigua realeza que reunía en sí todos los poderes ha legado los religiosos a un Rex sacrorum y al presidente del colegio de pontífices. Este último, el Pontifex maximus, dispondrá muy pronto de una autoridad superior que le asegurará de hecho la dirección de la religión romana. El emperador heredará su título y sus poderes, que más tarde pasarán al cristianismo"
                        "Roma busca la eficacia y la garantía del mantenimiento de la concordia con los dioses en la perfecta división de funciones del dominio sacro entre sacerdotes, colegios y cofradías que se reparten entre sí áreas perfectamente delimitadas y conocidas"
                        "El colegio de pontífices está dominado por la personalidad y el papel organizador de su presidente, el Pontifex maximus. Los demás pontífices lo asisten y lo aconsejan, estando el sacerdocio constantemente entregado a la práctica y a la acción. El pontífice conoce la ciencia de lo sagrado e informa al Estado y a los ciudadanos sobre los deberes que les incumben. Es el guardián del culto nacional y vela por el mantenimiento de la tradición".[68]

            El pontífice máximo, además, habitaba en el palacio de los reyes, representaba a todas las divinidades reconocidas por el Estado y controlaba las asociaciones de culto.

            El cargo de sumo pontífice era vitalicio, nadie podía quitarle a César ese título y dignidad. Incluso cuando en enero del 49 fue declarado un peligro para el Estado y se invitó a todo el pueblo para que se levantara en armas a defender a la república, siguió siendo el sacerdote supremo de la religión romana. Ese puesto era tan apreciado por los romanos que en Farsalia, una de las cosas que discutían sus enemigos, al saborearse anticipadamente la victoria, era quién se quedaría con el pontificado máximo.

La diosa Fortuna y el hombre más poderoso de Roma

La voluntad de los dioses y su participación en los acontecimientos humanos no se interpretaba solamente desde la adivinación y en función de los rituales que modificaran convenientemente las situaciones. Para muchos romanos inteligentes de la época que nos ocupa, los sucesos cotidianos e históricos tenían un sentido divino que podía descifrarse y entenderse.
            Muchos comentarios de César en sus libros y discursos señalan el sentido divino de los acontecimientos y de las motivaciones humanas. Para ese tipo de interpretaciones César recurre mucho a la Fortuna, habla de ella como si la conociera íntima y vitalmente. Por ejemplo, a propósito de su derrota en Dirraquio, escribe:

            "Pero la (diosa) Fortuna, que tantísimo poder ejerce sobre todas las cosas y muy especialmente en las de la guerra, provoca en breves instantes cambios considerables, como así sucedió entonces".[69]

            Como parte de esta concepción, a esa diosa le atribuye también el haber vencido en Italia en dos meses sin derramar gota de sangre, el haber podido derrotar rápidamente a los ejércitos pompeyanos en España y las victorias siguientes.
            El se sabía acompañado y favorecido por la Fortuna, pero sabía que era caprichosa y que los éxitos y el bienestar no necesariamente quieren decir que la Fortuna esté buscando la dicha del favorecido. César nos dice:

            "suelen los dioses inmortales, cuando quieren descargar su ira sobre los hombres en venganza de sus maldades, concederles tal vez mayor prosperidad, con impunidad más prolongada, para que después les cause mayor tormento el trastorno de su fortuna".[70]

            También cuando quiere reconciliar a los romanos después de la guerra civil, atribuye todos los sucesos a la intervención divina y quiere que tomando de esta manera las cosas se inicie una nueva época, mejor que la anterior. Le dice a los senadores:

            "Estrechémonos en confiada amistad, olvidando todo lo que ha sucedido, atribuyéndolo a la voluntad del destino y de la divinidad; comencemos a amarnos sin sospechas, como si fuésemos nuevos ciudadanos".[71]

            También Pompeyo, según nos quiere hacer creer Plutarco, examinó su derrota desde la perspectiva de la Fortuna y de la intervención divina y desde ahí su visión quedó afectada por el abatimiento. Cuando Pompeyo iba huyendo de César, después de su gran fracaso en Farsalia, se encontró a las afueras de la ciudad de Mitilene con el filósofo Cratipo que había acudido a verle. Ahí tuvo un diálogo en el que expresó sus dudas sobre la providencia divina. A sus palabras le respondió el filósofo que por la mala política de los años recientes en Roma se necesitaba ya el gobierno de uno solo, y le preguntó: "<¿Cómo, Pompeyo, y con qué indicios nos vamos a persuadir de que tú habrías usado de la Fortuna mejor que César, si hubieras vencido? Pero hay que dejar esto como cosas que dependen de los dioses>".[72]

Conclusión: la herencia que recibimos de César y los romanos

            Julio César quiso convertirse en un hombre poderoso, nada fue más importante y eso para él significó convertirse en Roma, apropiarse de ella; y Roma era la unión de los romanos, es decir, lo que vinculaba a un conjunto de hombres y mujeres llamados romanos.
            El vínculo de vínculos de los romanos se fue modificando a lo largo de los siglos: primero fue la religión del hogar y de la ciudad en los tiempos de los reyes; después ese vínculo fue sustituido por la república aristocrática y, por último, gracias a César, ese vínculo que unía a los romanos era el emperador, el padre de los hijos de la patria, el padre todopoderoso.
            Pero en todas las etapas señaladas, de principio a fin, ese vínculo de vínculos (re-ligare), esa unión, fue para sobrevivir como grupo humano y dominar a los demás grupos o naciones. Ese vínculo terminó en parte cuando el imperio romano occidental fue dominado y destruido por los invasores germanos en una lucha que se resolvió a favor de los reinos germánicos en el 476 d.C. El vínculo del imperio romano oriental (el imperio bizantino) sobrevivió casi mil años más, pero quedó destruido cuando los turcos musulmanes lo conquistaron y tomaron Constantinopla en el año 1453 d.C.
            Se puede decir que Julio César fue el padre de todos los emperadores romanos de la era cristiana. Directamente sólo lo fue del primero de todos ellos: César Augusto, con el que también dará inicio el culto al emperador contra el que se enfrentaron los primeros cristianos.
            El culto al emperador se dio, porque cualquiera que fueran los vínculos entre los romanos y entre ellos y sus pueblos conquistados, el vínculo de vínculos (el re-ligare, la religión) era el emperador. Esa religión, por así decirlo, fue fundada por César al acabar con el poder compartido de la aristocracia: la república. Así que cuando los cristianos se negaban a practicar el culto al emperador atacaban el centro vital del imperio. Por eso Celso escribía en el siglo II d.C.:

            "Hay una raza nueva de hombres nacidos ayer, sin patria ni tradiciones, asociados entre sí contra todas las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente cubiertos de infamia, pero autoglorificándose con la común profanación: son los Cristianos".[73]

            De ese conflicto resultaron vencedores los primeros cristianos. Ellos terminaron por imponerle al imperio una nueva religión, cuyo fundador nació bajo el reinado del primer emperador: César Augusto. Al imponerse el cristianismo como religión del imperio, asimiló de este su estructura monárquica e imperial para poder funcionar como religión oficial.
            Además de esta fusión entre la Roma creada por Julio César y el cristianismo que recibimos como herencia histórica y cultural, existe otra que también procede de los romanos y de César. Elías Canetti la señala muy bien:

            "La historia de los romanos es la razón particular más importante para eternizar las guerras. Sus guerras se han convertido en el auténtico modelo del éxito. Para las culturas son el ejemplo de los imperios; para los bárbaros, el ejemplo del botín. Pero como en cada uno de nosotros se encuentran las dos cosas, cultura y barbarie, es posible que la Tierra sucumba por culpa de la herencia de los romanos".[74]

            La voluntad de poder al estilo Julio César sigue intacta, pero ha adquirido nuevos medios, más recursos tecnológicos y nuevos personajes menos brillantes que él.
            El discurso de César en Sevilla, poco tiempo después de la última gran batalla de la guerra civil, se repite ahora de muchas maneras diferentes. César decía:

            "¿Cómo podías vosotros esperar vencer? ¿No sabíais, pues, que conmigo tenía el pueblo romano diez legiones capaces no sólo de resistiros, sino de destruir el mundo?"

            En aquel tiempo los alardes del poder destructivo del dictador romano era una simple metáfora, en la actualidad ya hay gente poderosa que literalmente puede destruir el mundo y podría tener la voluntad de hacerlo.
            Un ejemplo de esto es el presidente estadounidense Richard Nixon, cuando estaba bajo acoso del poder legislativo y en el proceso final de la desintegración de su poder, quiso liberarse de la humillación y le indicó a sus adversarios que era mucho más poderoso que ellos, pero que no usaría ese poder. Le dijo a un grupo de miembros del Congreso:

            "podría entrar en mi despacho, hacer una llamada telefónica y en menos de veinticinco minutos setenta millones de personas estarían muertas".[75]

            Después de los romanos, la religión del poder grupal sigue muy viva. Los grupos (desde familias hasta naciones y ligas de naciones) se siguen uniendo por y para la "guerra"; para sobrevivir y vivir sometiendo a los otros y apropiándose de sus bienes. Pero esta dinámica, de continuar, acabaría con la humanidad tal y como la conocemos. La unión, el vínculo de vínculos, tiene que abarcar a toda la humanidad y a todo el planeta Tierra para que ahora sea posible la sobrevivencia.



    [1] La frase exacta de la que se tomó el título del artículo está en el discurso de César al Senado en agosto del 46 a.C.: "Por ningún otro motivo he buscado convertirme en un hombre fuerte y poderoso, capaz de castigar a mis enemigos, y advertir a los adversarios de mi partido, sino para vivir mi vida como hombre honesto en seguridad y de hombre feliz en gloria". Citado por Javier Cabrero Piquero, Julio César. El hombre y su época, Ediciones Dastin Export, Madrid, 2004, p.240
    [2] Fustel de Coulanges, La ciudad Antigua, Biblioteca Edaf de Bolsillo, Madrid, 1982, p.194
    [3] Al consulado se llegaba por medio de elecciones y era el puesto gubernamental más elevado, pero duraba solamente un año. Los cónsules (eran dos) convocaban y presidían el Senado. En el ámbito militar se parecían a los reyes: reclutaban legiones y determinaban la cantidad de soldados y oficiales aliados; y guiaban al ejército en las operaciones militares.
    [4] Plutarco, Vidas paralelas, Editorial Porrúa, México (Sepan Cuantos, Núm.26), 1982, p.367
    [5] Ibid., p.282
    [6] Michael Mann, The Sources of Social Power. A history of power from the beginning to a.d. 1760, Cambridge University Press, New York (Volume I), 1986, p.255
    [7] Javier Cabrero Piquero, Op.Cit. p.271
    [8] Philippe Ariés y Georges Duby, Imperio romano y antigüedad tardía, Taurus, Madrid (Historia de la vida privada No.1), 1992, p.126
    [9] Raymond Bloch, "La religión romana", en: Henri-Charles Puech, Las religiones antiguas, Editorial Siglo XXI, México (Historia de las religiones, Vol.III, Tomo No.3), 1977, p.274
    [10] Suetonio, Los doce césares, Editorial Porrúa, México (Sepan cuantos Núm.355), 1981, p.26
    [11] Ibid., p.2
    [12] Raymond Bloch, Op. Cit., p.261-62 y 267.
    [13] Plutarco, Op.Cit., p.289
    [14] Fustel de Coulanges, Op. Cit., pp.156-157
    [15] "Entre los antiguos, y sobre todo en Roma, la idea del derecho era inseparable del empleo de ciertas palabras sacramentales. Tratábase, por ejemplo, de contraer una obligación, el uno debía decir: ¿Dari spondes? Y el otro contestar: Spondeo. Si no se pronunciaban estas palabras, no había contrato; y en vano se presentaba el acreedor a reclamar el pago de la deuda; el deudor nada debía, porque lo que obligaba al hombre en que el antiguo derecho no era la conciencia ni el sentimiento de lo justo, sino la fórmula sagrada. Pronunciada ésta entre dos hombres, los ligaba con un vínculo de derecho, pero si no existía la fórmula, no existía el derecho". Fustel de Coulanges, Op. Cit., p.179
    [16] Los arúspices eran sacerdotes que, entre otras cosas, se dedicaban a examinar las vísceras de los animales sacrificados para encontrar ahí los mensajes divinos. Como dice Raymond Bloch: se creía que "el animal ofrecido a los dioses era, en el momento del sacrificio, poseído en cierto modo por éstos y transmitía las más precisas indicaciones acerca del porvenir" (p.45) Los augures eran sacerdotes que descifraban los auspicios. El mismo autor nos dice que "auspicios significa literalmente los signos dados por la observación de las aves, de su vuelo y de sus gritos" pero "se aplica también a diversos presagios visuales, relámpagos, rayos, apetito de polluelos sagrados y señales de encuentros fortuitos" (p.103). Estas dos citas se encuentran en Raymond Bloch, La adivinación en la antigüedad, Fondo de Cultura Económica, México (Breviarios No.391), 2002.
    [17] Philippe Ariés, Op. Cit., p.105
    [18] Suetonio, Op.Cit., p.1
    [19] Los cuestores estaban encargados de administrar el tesoro público.
    [20] Javier Cabrero, Op.Cit., p.107
    [21] Ibid., p.109
    [22] Mitrídates VI (132-63 a.C.) rey del Ponto. Cuando invadió Bitinia, vasalla de Roma, se produjo la primera guerra contra Roma (88-84 a.C.) Ordenó la matanza de 80 mil itálicos y romanos que vivían en la isla de Delos. Fue derrotado por Sila, cerca de Atenas, en el año 86. Se firmó una paz apresurada en el 85 porque Sila regresó a Roma para enfrentar a los populares. Cuando Roma se anexionó Bitinia como provincia, estalló la tercera guerra mitridática (74-63 a.C.)
    [23] Magistratura era el nombre que le daban los romanos a un puesto político.
    [24] Plutarco, Op.Cit., p.270
    [25] Luciano Canfora, Julio César. Un dictador democrático, Editorial Ariel, Barcelona, 2000, p.63-64
    [26] Suetonio, Op.Cit., p.3
    [27] Plutarco, Op.Cit., p.258
    [28] Ibid., p.313
    [29] Para darnos una idea de la inmensidad de la deuda podemos tomar en cuenta que al morir Craso, que era el hombre más rico de Roma, tenía siete mil talentos. Es decir, la deuda de César era casi la séptima parte de la fortuna de Craso.
    [30] Michael Mann, Op.Cit. p.268
    [31] Plutarco, Vidas de Sertorio y Pompeyo, Akal/clásica, Madrid, 2004, p.199
    [32] Ibid. p.200 y 201
    [33] La legión era una división del ejército romano, compuesta por un promedio de seis mil hombres, dividida en 30 manípulos que comprendían cada uno dos centurias. En total 60 centurias por legión. Estaba al mando de la centuria un tribuno militar o un legado temporal.
    [34] Julio César, Comentarios a las Guerras de las Galias, Espasa Calpe, Madrid (Colección Austral Núm. 121), 1964, p.15
    [35] Ibid., p.19
    [36] Ibid., p.29
    [37] Julio Cesar, Op.Cit., p.143
    [38] Plutarco, Vidas de Sertorio y Pompeyo, Op. Cit., p.225
    [39] Plutarco, Vidas paralelas, Op. Cit. p.267. Apiano en los fragmentos del Libro céltico da también la cifra de 400 mil muertos usipetos y tencterios.
    [40] Citado por Luciano Canfora, Op.Cit., p.140
    [41] Javier Cabrero, Op.Cit., p.184
    [42] Luciano Canfora, Op.Cit.,p.132
    [43] Julio César, Op.Cit., p.211
    [44] Suetonio Op.Cit., p.16
    [45] Idem.
    [46] Luciano Canfora, Op.Cit., p.145
    [47] Ibid., p.147
    [48] Luciano Canfora, Op. Cit. p. 161
    [49] Véase a Plutarco, Vidas paralelas, Op. Cit., p.271 y Julio César, La Guerra Civil, Editorial Juventud, Barcelona (Libros de bolsillo Z, Núm.191), 1972, p.8
    [50] "El Rubicón separaba entonces Italia de la Galia Cisalpina. El Senado tenía prohibido a las legiones en armas atravesar esta frontera sin su autorización para evitar golpes militares sobre Roma. Quien contravenía esta ley era declarado traidor". Dice la nota a pie de página No.234 del libro Plutarco, Vida de Sertorio y Pompeyo, Op.Cit., p.216
    [51] Plutarco, Vidas Paralelas, Op.Cit., p.272
    [52] Plutarco, Vida de Sertorio y Pompeyo, Op.Cit., p.217-218
    [53] Julio César, La Guerra Civil, Op.Cit., p.17
    [54] Ibid., p.136
    [55] Plutarco, Vidas paralelas, Op. Cit., p. 277
    [56] Mencionado por Luciano Canfora, Op.Cit., p.205
    [57] Ibid., p.153
    [58] Esta afirmación no minimiza la gran cantidad de soldados romanos que participaron en el bando de Pompeyo. César, en la página 93 de su libro sobre la guerra civil, dice que Pompeyo reclutó nueve legiones de ciudadanos romanos, de las cuales cinco eran de Italia. Eso nos habla de alrededor de 54 mil romanos.
    [59] Luciano Canfora, Op.Cit., p.197
    [60] Suetonio, Op.Cit., p.21
    [61] Ibid., p.22
    [62] Dion Casio reproduce este discurso de César y Javier Cabrero lo cita en su libro: Op.Cit., p.240
    [63] Al respecto, Suetonio escribe: "Tan desarregladas eran, en fin, sus costumbres y tan ostensible la infamia de sus adulterios, que Curión padre le llama en un discurso marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos", p.16. Y sus soldados al festejar sus triunfos en Roma gritaban: "Ciudadanos, esconded vuestras esposas, que traemos aquí al adúltero calvo", p.15. Pompeyo, por ejemplo, al regresar triunfante de Asia, se divorció de su mujer porque le había sido infiel con César.
    [64] Presagio es indicación o advertencia de que algo va a ocurrir. Viene de praesagire = percibir antes. De prae = antes y sagire = percibir agudamente. Del indoeuropeo sag-yo = buscar, tratar de descubrir.
    [65] Raymond Bloch, La adivinación, Op.Cit., pp.51 y 52
    [66] Suetonio, Op. Cit., p.10
    [67] Philippe Aries, Op. Cit., p.206
    [68] Henri-Charles Puech, Las religiones antiguas, Op.Cit., pp.269 y 270
    [69] Julio César, La guerra civil, Op.Cit. p.134
    [70] Julio César, Comentarios a las Guerras de las Galias, Op. Cit., p.20
    [71] Javier Cabrero, op.cit., p.241
    [72] Plutarco, Vidas de Sertorio y Pompeyo, Op.Cit., p.235
    [73] Celso, El discurso verdadero contra los cristianos, Alianza Editorial, Madrid (El libro de bolsillo No.1324), 1989, p.19
    [74] Elías Canetti, La provincia del hombre. Carnet de notas 1942-1972, Editorial Taurus, Madrid, 1982, p.41
    [75] The Progresive No.38, 2 de febrero de 1974, p.6

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