por Arturo Michel[1]
Introducción: la fe en el poder
En el
primer número de Cada frontera escribí que a Dios se le concebía de muchas
maneras y que, en términos prácticos, para lo relacionado con esta publicación,
consideraríamos que la gente tiene como su Dios aquello que ama por encima de todas las
cosas o lo que considera como fuente de su vida o lo que ve como
el
sentido de su vida. Así, vemos que para mucha gente su Dios es el
poder, ya que en caso de conflicto de valores prefieren el poder por encima de
la salud, el amor, la belleza, la riqueza o consiguen más y más poder para
revitalizarse o lo tienen como la meta que unifica su vida.
Julio César organizó su cuerpo, sus
deseos, sus afectos, su inteligencia, sus conocimientos, sus creencias, su
familia, sus amistades, su economía, sus relaciones sociales, su tiempo y su
espacio en función de ganar más y más poder. Su Dios era el poder.
Las dos preguntas básicas que más
nos interesa responder aquí, en esta publicación, son: ¿qué hace la gente con
Dios? y ¿qué hace Dios con la gente? En relación a Julio César esas preguntas
se traducirían así: ¿qué hizo César con el poder y qué hizo el poder con él?
puesto que el poder era su Dios.
Se aprende mucho al tratar de
entender la experiencia de este hombre que ha sido el mejor exponente de la fe
en el poder. El es uno de los hombres más poderosos que ha habido en la
historia de la humanidad y se ha mantenido durante muchos siglos como un modelo
insuperable. Así que al comprenderlo, podríamos entender también uno de los
ideales que han servido como guía a muchos seres humanos.
Al ocuparnos de la vida de este
guerrero podríamos, además, generar algunas ideas que nos sirvan para afinar la
percepción del estado de guerra que están viviendo México y otros países de la Tierra. Esto es así,
porque todavía estamos en un mundo que heredamos de los romanos, aquella Roma sigue vigente en muchas cosas, sobre todo en
la clase de voluntad de poder que impregna nuestro estilo de vida.
El poder era Roma
César vivió
para el poder, pero, en su tiempo ¿qué significaba poder? Para él y para los
países conectados por el mar mediterráneo (desde el siglo II a.C. al V d.C.) poder
significaba Roma. Desde su fundación en el año 753, ella fue triunfando
contra sus vecinos en Italia y sobre etruscos, griegos, cartagineses, germanos,
galos e hispanos. Muchos pueblos de África y Asia ni siquiera se enfrentaron
directamente con ella y prefirieron tenerla como aliada.
En aquél tiempo, triunfar sobre un
pueblo significaba: matarle muchos miles de hombres nobles y ricos; esclavizar
a otros tantos; saquearle sus riquezas (primero con el gran botín de guerra y
luego con los tributos); y dejar sometido al nuevo gobierno. A veces también
significaba acabar con su existencia y desaparecerlo del mapa.
Al respecto nos dice Coulanges:
"Una
sola guerra podía borrar de la superficie de la tierra el nombre y la raza de
todo un pueblo, transformando en un desierto una comarca fértil. En virtud del
derecho de la guerra así entendido, fue como Roma extendió a su alrededor la
soledad; del territorio donde los volscos asentaban 23 ciudades, hizo las
lagunas pontinas; desaparecieron las 53 poblaciones del Lacio, y en el Samnio
pudieron, por espacio de mucho tiempo, reconocerse lo sitios por donde habían
pasado los ejércitos romanos no tanto por los vestigios de sus campamentos como
por la soledad que reinaba en todas aquellas regiones".[2]
Roma misma pudo haber sido sometida,
esclavizada o destruida por el rey griego Pirro que invadió Italia y derrotó a
los romanos en el año 279 a.C.
o por el cartaginés Aníbal que destrozó a las mejores legiones de Roma en el 216 a.C., pero, finalmente,
salió vencedora de cada una de esas invasiones.
La última vez que los romanos fueron
seriamente amenazados por una potencia externa, antes de la era cristiana, fue
en el año 105 a.C.
cuando los germanos (cimbrios) derrotaron a los romanos en Arausium (Orange) y
les mataron a 100 mil hombres. Así que cuando Mario, el tío político de Julio
César, derrotó a los teutones (en el 102 a.C.) y a los cimbrios (en el 101 a.C.) regresó a Roma no
sólo con 150 mil esclavos sino como "salvador" y "nuevo fundador
de la ciudad".
Los romanos llegaron a ser una gran
potencia, por su gran disposición aprender y a incorporar todo lo que
consideraban que servía a sus propósitos. Esto fue así desde que Rómulo
congregó a un conjunto de bandidos, aventureros y vagabundos para fundar la
ciudad. De los pueblos con los que fueron luchando y conviviendo fueron tomando
la religión, las formas de organización económica, social y militar, los
conocimientos y las técnicas. Los romanos se destacaron por su voluntad de poder
y por la búsqueda de la eficacia. Todo lo traducían en logros prácticos y
concretos. Se apropiaron de todo lo que les fue útil para sobrevivir y
prevalecer sobre los demás.
Roma: de la oligarquía a la monarquía
La vida de
Julio César (del año 100 al 44
a.C.) coincide con el período de transición de una forma
de poder a otra en Roma: de la oligarquía a la monarquía. Como veremos más
adelante, él mismo fue un actor decisivo en esa transición.
Desde que los aristócratas romanos
acabaron con la monarquía y fundaron la república en el año 509 a.C., el poder de Roma
había sido "propiedad colectiva" de un puñado de hombres agrupados en
el Senado, pero desde comienzos del siglo I a.C., con la incorporación de los
pobres al ejército como soldados de tiempo completo y asalariados del Estado,
el poder se redistribuyó dándole más peso a los generales y al pueblo.
Con esta nueva situación, cada
aristócrata podía romper con sus pares y transformar el poder colectivo en uno
personal si utilizaba al ejército que le debía obediencia y al pueblo que cada
vez estaba más inconforme con los gobernantes.
El primero que alteró notablemente
el equilibrio de poderes entre la aristocracia fue Cayo Mario que repitió
durante cinco años seguidos como cónsul[3] (del 104 al 100 a.C.) en vista de la
amenaza de los germanos y del apoyo popular. Este hecho no tenía precedente en
toda la vida de la república.
A partir de entonces la aristocracia
estuvo claramente a la defensiva, luchando por conservar su poder colectivo
contra el general en turno que lograba tener en sus manos un ejército
victorioso y que sucumbía a la tentación de imponerse a "sus
iguales". Cada vez que el Senado le daba una misión a un general y le
proporcionaba un ejército, sabía que ese general y ese ejército estarían más
que dispuestos a volverse contra el Senado aprovechando cualquier pretexto. Y
eso era algo imposible de evitar porque nunca faltaba alguna guerra o alguna
rebelión.
Los generales-cónsules que se fueron
colocando por arriba de los demás aristócratas, en la época que nos ocupa,
fueron: Cayo Mario, Lucio Cornelio Cinna, Lucio Cornelio Sila, Marco Licinio
Craso, Gneo Pompeyo Magno y Julio César. Los tres primeros no sólo se colocaron
formalmente arriba de los demás aristócratas, sino que además mataron a una
buena cantidad de senadores romanos y trataron a muchos ciudadanos como
verdaderos enemigos.
Un paso importante hacia la
expropiación del poder colectivo de la aristocracia se dio gracias a la
habilidad política de Julio César que formó un triunvirato con Pompeyo Magno y
Craso: los tres se aliaron para tomar en sus manos el poder de Roma. No hubo
ningún aristócrata que los pudiera desafiar de manera efectiva del año 59 al 53 a.C. Durante seis años
fueron los amos de la república.
La muerte de Craso en Asia (53 a.C.), durante la guerra
contra los Partos, y la muerte de Julia (54 a.C.), hija de César y esposa de Pompeyo, fueron
dos acontecimientos que alteraron completamente la situación. Sin Marco Licinio
Craso emergió la rivalidad pura entre Pompeyo y César; todo mundo sabía que
cada uno lucharía por apropiarse del poder de Roma por todos los medios que
tuviera a su alcance, ya que los dos tenían: "una codicia insaciable del
mando, y una loca ambición de ser el primero y el mayor".[4] La única duda que se tenía era cuál de
los dos resultaría vencedor.
Toda Roma y todo su imperio se
involucraron en esta desgarradora batalla por la supremacía entre estos dos
hombres poderosos. La guerra civil (del año 49 al 45 a.C), tuvo un resultado
inesperado, pues el que inicialmente tenía menos aliados, menos recursos
económicos y menos tropas, era Julio César. Sin embargo venció por su gran
capacidad política y militar para superar la adversidad y su gran habilidad
para manejar a su favor el espacio y el tiempo.
Sin contar a los aliados que
participaron y perecieron en gran número en las batallas, esta guerra llevó a
la muerte a 170 mil romanos. El censo registró una baja de 320 mil a 150 mil
ciudadanos.[5] Con este triunfo y a este precio, César
pudo convertirse en dictador a perpetuidad (14 de febrero), pero sólo pudo
disfrutar de ese título un mes, porque el 15 de marzo del 44 a.C. un grupo de senadores
lo mató con puñales y espadas, dejándole abiertas en el cuerpo 23 heridas.
Después del asesinato de Julio
César, la aristocracia fue nuevamente incapaz de conservar el poder colectivo,
como era su intención, y una nueva y prolongada guerra civil llevó al triunfo
al sobrino e hijo adoptivo de Cesar, Octavio Augusto, que fue el heredero del
enorme capital económico y político de su padre, y lo supo convertir en
ejércitos y triunfos militares. Augusto gobernó como emperador desde el año 27 a.C. al 14 d.C., es decir,
durante 41 años. Con él quedó definitivamente abolida la república y el
gobierno compartido de los aristócratas. Se consumó así la transición de la
oligarquía a la monarquía, de la aristocracia al principado.
Ser el mejor de los mejores
Toda esta
dinámica de concentración de poder se ve con mayor claridad si se toma en
cuenta la idea que se tenía de los nobles romanos. Para ello nos puede servir
pensar en una medida tan importante como el reparto del botín de guerra:
"En el año 200 a.C.
los centuriones tomaban dos veces más botín que los soldados, pero bajo Pompeyo
ya tomaban 20 veces más y los altos oficiales 500 veces más. Al final de la
república los centuriones recibían 5 veces más salario que los soldados y con
el emperador Augusto entre 16-60 veces más".[6]
¿Por qué se repartía tan
desigualmente el botín y por qué esa desigualdad fue aumentando con el paso del
tiempo?
Porque la guerra en los primeros
siglos de la existencia de Roma fue una actividad exclusiva de los patricios,
es decir de los descendientes de los padres fundadores; posteriormente se fue
incluyendo a los que no eran nobles. Primero los patricios acudieron a la
guerra con los miembros de su familia, de la que disponían de manera absoluta;
después fueron, además, con sus clientes o protegidos, sobre los que tenían
poder como patronos, es decir, como padres. En seguida los reyes romanos (antes
de la república), por necesidad y para minar el poder de los patricios (que era
una amenaza para la realeza), incorporaron a los plebeyos ricos y la
distribución de las posiciones de importancia dentro del ejército dependió de
la nobleza y de la cantidad de dinero que se tenía. Finalmente, con Mario, se
incluyó a los plebeyos pobres en el ejército como soldados asalariados.
La costumbre, la situación de hecho,
se convirtió en un asunto de derecho y a la desigualdad práctica se le dio una
explicación teórica. Los padres fundadores, los originales, no tenían nada de
nobles: eran bandidos, aventureros y vagabundos; pero las victorias de ellos y
de sus descendientes les fueron dando más poder, más riqueza y más lugar en el
mundo. Pertenecer a la familia de los padres fundadores, ser patricio,
significó entonces riqueza y poder. Eso era un hecho, pero frente a los
plebeyos que se fueron agregando como población complementaria, se convirtió
también en un derecho.
Al hecho y al derecho se le explicó
por la fuerza que los patricios habían mostrado a lo largo de los años y de los
siglos. La fuerza era la virtus (vir
quiere decir hombre. Esa palabra viene del indoeuropeo wei que significa:
fuerza vital).
La virtus, como la riqueza y el poder, se heredaba. Se creyó que la virtus pertenecía a la naturaleza de los
patricios. Esta creencia la retoma y la expone claramente el cónsul Marco
Antonio en el discurso que pronunció en los funerales de Julio César:
"En
primer lugar hablaré de su estirpe. No quiero deciros sólo que es
extremadamente noble, puesto que el hecho de ser virtuoso no es únicamente
mérito personal, sino que también la disposición hereditaria influye
considerablemente en la naturaleza de la virtud. Efectivamente, aquellos que no
descienden de noble estirpe pueden aparecer como virtuosos, dado que los de
baja cuna a veces pueden sobreponerse a su mala naturaleza; sin embargo,
aquellos que poseen el germen de la virtud derivado de sus lejanos antepasados
necesariamente tienen una virtud espontánea y duradera. Sin embargo, lo que
fundamentalmente exalto en César no es el hecho de que su más reciente familia
derive de muchos nobles antepasados, y que la más antigua proceda de reyes y de
dioses; exalto en primer lugar su estrecho parentesco con nuestra ciudad (César,
en efecto, desciende de aquellos que fundaron Roma), y también el hecho de que
no solamente ha confirmado plenamente la fama de sus antepasados como hombres
protegidos por los dioses por su propia virtud, sino que incluso la ha
acrecentado".[7]
Guerra tras guerra, año tras año,
siglo tras siglo, se iba confirmando la riqueza y el poder de los patricios en
sus victorias; se iba "confirmando" también la virtus que era la que llevaba al poder, la victoria y la riqueza.
Ese hecho les daba el derecho de dirigir las guerras y obtener más botín en
ellas y ese derecho les garantizaba la continuidad de su poder y de su riqueza.
Después los ricos se incorporaron a
puestos de mando y fueron importantes caballeros, pero nunca obtuvieron la
nobleza, pues la virtus se heredaba.
Eso influyó para que los simplemente ricos tuvieran una tajada menor que los
nobles en el reparto del botín.
La diferencia tan grande que hay en
el reparto del botín entre oficiales y soldados del año 200 a.C. al 60 a.C., se dio porque la composición
de clase social en el ejército era muy distinta. En el 200 los soldados
(legionarios) eran ciudadanos ricos, en el 60 ya eran pobres y asalariados, es
decir, tenían menos poder de negociación y menos importancia social y política
como individuos, cosa que los relegaba en el reparto de beneficios y los metía
en un círculo vicioso: a menor riqueza, menor botín; a menor botín, menor
riqueza.
Como se puede ver con lo dicho, las
victorias militares fueron motivando una concepción de los patricios como
hombres excelentes. Pero no se consideraban solamente superiores al término
medio de la humanidad "se hallaban convencidos de constituir la humanidad
plena y completa, la humanidad normal; de modo que los pobres eran moralmente
inferiores: no vivían como se debía vivir".[8]
Su excelencia la relacionaban
también con la divinidad, ya que los romanos creían que el Numen era una fuerza o voluntad divina que se
manifestaba en los dioses, en los hombres y en la naturaleza, es decir,
poblaba el universo.[9] Esa creencia fue la que llevó a los
romanos, después de la muerte de Julio César, a colocarlo "en el número de
los dioses, no solamente por decreto, sino también por el unánime sentir del
pueblo, persuadido de su divinidad", según nos dice Suetonio.[10] Así César, al morir, recuperaba "su
origen divino", pues decía que su familia, los julios, procedían de la
diosa Venus.[11]
Los romanos creían que cada hogar de
la nobleza estaba protegido por el Genius
familiar, los dioses protectores de las provisiones (los Penantes) y los protectores del lugar de residencia (los Lares). La reputación póstuma era
suficiente recompensa del Genius y
del mérito.[12]
Plutarco, en este mismo sentido,
piensa que el Genio o Numen de Julio
César, no sólo lo cuidó mientras vivió sino que "le siguió después de su
muerte para ser vengador de ella, haciendo huir, y acosando por mar y por
tierra a los asesinos hasta no dejar ninguno".[13]
Cada noble tenía pues su Genio y su virtus que se manifestaba en su poder
(que se concretaba en puestos políticos y militares) y su riqueza; y cada uno
tenía la voluntad de exceder a los demás, mostrar mayor genio; quería ser el
mejor de los mejores.
Mientras los pobres no se
incorporaron al ejército, los nobles y los ricos pudieron refrenar sus
ambiciones por medio del poder militar compartido y las instituciones
republicanas; pero cuando los pobres ingresaron como legionarios, cada general
adquirió una superioridad que fue difícil rebajar con discursos, decretos y
amenazas institucionales judiciales. Así, la disputa por la supremacía entre
César y Pompeyo se desarrolló porque cada uno era freno y obstáculo
insoportable para el otro.
El conocimiento y el manejo del poder romano
El
resultado de la disputa entre César y Pompeyo dependió del conocimiento y el
manejo del poder romano. Así que para entender la guerra entre los dos debemos
contestarnos dos preguntas: ¿qué era el poder romano y cómo funcionaba?
El poder, en los primeros siglos de
la existencia de Roma, llegó a tener un fundamento predominantemente religioso.
Es más, la palabra religión, que es latina, tiene su origen en esa época y
tiene como significado re-ligar, es decir: atar lo que ya estaba unido,
vinculado. Y la palabra religión "significaba ritos, ceremonias, actos de
culto externo. La doctrina era muy poca cosa, las prácticas lo importante:
obligaban y ligaban al hombre, ligare,
religio. La religión era un lazo
material" que dirigía la vida de los hombres.[14]
Los antiguos romanos estaban, pues,
unidos decisivamente por la religión. Al terminar la vieja monarquía, la
república vino a sustituir a la religión en su papel de unificador, pero la
religión conservó un papel fundamental vinculante, porque ningún compromiso,
ningún acuerdo era realmente válido sin un juramento, sin la re-ligadura
sagrada que reforzaba la atadura humana.[15] Los legionarios mismos tenían que jurar
obediencia y fidelidad a su general.
Los romanos creían que el poder se
obtenía, en parte, gracias a los dioses, a su intervención en los asuntos
humanos. Por eso consultaban siempre a los adivinos (arúspices y augures)[16] que eran los que sabían interpretar los
mensajes de los dioses en los signos de la naturaleza. Nada se hacía sin
consultar la voluntad divina.
Ya se había señalado anteriormente,
que el poder se obtenía también, y sobre todo, por las victorias militares que
a su vez proporcionaban mucha riqueza por medio del botín y los tributos.
El poder se convertía en riqueza y
la riqueza en poder en un ciclo continuo. La riqueza podía incrementarse con el
comercio y la usura, pero sobre todo con los puestos gubernamentales: "No
había función pública que no fuese un robo organizado mediante el cual los que
ejercían aquella esquilmaban a sus subordinados y todos juntos explotaban a los
administrados. Así sucedió en tiempos de la grandeza de Roma y así siguieron
las cosas en la hora de su decadencia".[17]
La familia patriarcal era el modelo
organizativo del poder. Cada patricio era patrón de una clientela más o menos
amplia a la que protegía y otorgaba favores, pero también se servía de ella para
sus propios fines. Los hombres más poderosos de Roma eran los patrones que
tenían más clientes. Los reyes y los aristócratas de otros Estados eran también
clientes de senadores o caballeros romanos. César y Pompeyo llegaron a ser los
más grandes patrones por la cantidad y calidad de sus clientes. Por esas redes
de poder tan amplias, la disputa entre los dos se convirtió en una guerra civil
de la que nadie pudo sustraerse. Como los lazos clientelares se iban
construyendo al terminar cada guerra y durante el ejercicio de las funciones
gubernamentales, al terminar la guerra civil, César reorganizó en torno a él
las ataduras de la clientela y quedó como patrón indisputable, como "padre
de la patria".
El conocimiento, la racionalidad y
el discurso persuasivo también eran medios necesarios para obtener y conservar
el poder. La oratoria brillante era indispensable para convencer a los
senadores de establecer medidas específicas, para defender a los acusados ante
los jueces, y para mover a la tropa y dirigirla adecuadamente en el combate.
Finalmente, para acceder a los altos
cargos y obtener la dignidad y los honores correspondientes se necesitaba ganar
el voto popular, congraciarse con los ciudadanos.
Julio César conoció todo esto muy
bien y supo tratar con extraordinaria capacidad las diferentes caras del poder:
la de objeto, sujeto y estructura de relaciones, según lo requirieron las
circunstancias.
Los manejos electorales de Julio César
La
división política
Cuando
César se inició en la vida política no tuvo que elegir entre los optimates
y populares,
los dos partidos en que estaban divididos los aristócratas, pues su familia
pertenecía al bando de los populares y él quedó inmediatamente adscrito ahí.
Incluso se casó con Cornelia, hija del cuatro veces cónsul y líder de los
populares, Lucio Cornelio Cinna. La boda se efectuó al año siguiente (83 a.C.) de que Cinna fuera
asesinado por soldados de su ejército que se sublevaron contra él cuando
marchaba a enfrentarse contra el líder de los optimates: Lucio Cornelio Sila.
Al ubicarse en el campo de los
derrotados de aquel momento, estuvo a punto de ser asesinado por órdenes del
dictador Sila, como le sucedió a decenas de miles de integrantes del bando
popular. Lo salvó la intercesión de los familiares de su madre, Aurelia Cota,
de las Vírgenes Vestales y amigos pertenecientes al bando de los optimates. A
los que intercedieron, Sila les dijo: "Regocíjense; pero sepan que llegará
un día en que ése, que tan caro les es, destruirá el partido de los nobles, que
todos juntos hemos protegido; porque en César hay muchos Marios".[18]
La década de los ochenta y de los
setenta fue de grandes matanzas entre optimates y populares. En esos años, los
líderes de los dos partidos, dejaron a los romanos agotados y decepcionados de
los gobernantes en turno.
El
inicio de la carrera electoral
César
inició su carrera electoral el mismo año (70 a.C.) en que llegaron al consulado los
nuevos hombres fuertes de Roma, destacados en tiempos del dictador Sila: Marco
Licinio Craso, el más rico de los romanos y Pompeyo Magno, el general más
poderoso de la república. Los dos se mantenían a cierta distancia de optimates
y populares; y más que integrarse a esos partidos procuraban integrarlos a su
causa personal.
Ese año nuestro personaje había cumplido
30 años y "la ley ya le permitía presentarse a las elecciones para
desempeñar la cuestura[19] del año siguiente [...] Fue elegido con
relativa facilidad y destinado a Hispania Ulterior".[20]
Su elección como cuestor le dio
acceso al Senado, lo que, a su regreso a Roma, le permitió tomar parte, desde
entonces, de las decisiones más importantes del Estado.[21] Desde ahí apoyó a Pompeyo para que fuera
investido con todo el poder y acabara con los piratas del Mar Mediterráneo (67 a.C.) y para que se le
otorgaran poderes extraordinarios en la guerra contra Mitrídates en Asia[22] (66 a.C.)
Los procesos electorales romanos, al
final de la república, se caracterizaban por una corrupción extrema. Los que
tenían más dinero lograban ganar las votaciones y, en algunos casos tenían que
utilizar la violencia para prevalecer. Nos cuenta Plutarco que se "llegó a
punto de que los que pedían las magistraturas[23] pusiesen mesas en medio de la plaza para
comprar descaradamente a la muchedumbre, y el pueblo asalariado se presentaba a
contender por el que lo pagaba, no sólo con las tablas de votar, sino con
arcos, con espadas y con hondas. Decidiéronse las votaciones no pocas veces con
sangre y con cadáveres; profanando la tribuna, y dejando en anarquía a la
ciudad, como nave a quien falta quien la gobierne".[24]
César ganó también las elecciones
para ser edil curul de la ciudad en el año 65 a.C. y con ello obtuvo un cargo muy
importante ya que su función (junto con su colega Bíbulo) era la seguridad
pública, el aprovisionamiento, la vigilancia de los mercados y la preparación
de los juegos. En otras palabras, ese año tuvo en sus manos el garrote y la
zanahoria.
Las
conspiraciones
Como Julio
César consideraba el voto ciudadano como uno de muchos caminos para conseguir
el poder, no tuvo reparo en participar en una conjura que pretendía convertir a
Craso en dictador y a César el segundo al mando. Los dos estaban molestos
porque sus candidatos al consulado (P.Sila y Autronio) habían ganado de manera
corrupta, como siempre, pero se les había acusado de cohecho y habían perdido
el consulado. En las nuevas elecciones habían ganado sus enemigos: L.M.Torcuato
y L.A.Cotta. "El plan era el siguiente: a principios del año 65, al tomar
posesión los nuevos cónsules, se asaltaría el Senado, asesinando no sólo a los
cónsules sino también a los principales adversarios. Durante los graves
desórdenes que seguirían a los hechos, Craso debía hacerse atribuir la
dictadura (la cual, muertos los cónsules, era necesario hacer proclamar)".[25] Pero el golpe no se realizó porque
"Craso, sea por miedo o por arrepentimiento no compareció el día señalado
para la matanza y por este motivo César no dio la señal convenida".[26]
Dejada de lado la vía conspirativa,
dedicó todo su esfuerzo a superar a todos los que le habían antecedido en el
cargo de edil, y así: daba los mejores premios de teatro, hacía las mejores
procesiones, ofrecía los mejores banquetes y como hecho sin precedentes, en
unos juegos, presentó a 320 parejas de gladiadores: "tuvo tan aficionado
al pueblo, que cada uno pensaba nuevos mandos y nuevos honores con qué
remunerarle".[27]
En el año 63 a.C., siendo cónsul
Cicerón, se produce el intento de golpe de Estado de Catilina, otro que no
había podido acceder al poder por la vía electoral. Los senadores enemigos de César
lo acusaron de complicidad en ese atentado, pero como no le pudieron probar
nada, escapó de la desgracia. En la
Vida de Cicerón, Plutarco nos explica así el
contexto de esta subversión fallida:
"Sedujo
además Catilina a una gran parte de la juventud, proporcionando a cada uno
placeres, comilonas y trato con mujerzuelas, y suministrando el caudal para
todos estos desórdenes. Estaba fuera de esto dispuesta a sublevarse toda la Toscana, y la mayor parte
de la Galia
llamada Cisalpina. La misma Roma estaba muy próxima a alterarse por la
desigualdad de las fortunas; habiendo los más nobles y principales
desperdiciado las suyas en teatros, banquetes, competencias de mando y obras suntuosas,
y habiendo venido a parar la riqueza en
la gente más baja y ruin de la ciudad; de manera que se necesitaba de muy
poco esfuerzo, y le era muy fácil a cualquiera atrevido hacer caer un gobierno que de suyo era débil y caedizo".[28]
Al año siguiente, 62 a.C., César obtiene un
puesto muy importante del poder judicial, gana las elecciones y se convierte en
pretor urbano. El pretor no juzgaba, pero preparaba la instancia, fijaba la
formulación del proceso y establecía el tribunal.
El gobernante
Terminando
su cargo como pretor le tocó, en el sorteo de las provincias, ser procónsul de la Hispania Ulterior.
Estuvo a punto de no ocupar su cargo pues, como debía muchísimo dinero, sus
acreedores lo estaban cercando y hostigando de manera implacable. Craso salió
en su ayuda y le prestó 830 talentos.[29]
Como procónsul de España, César hizo
casi exactamente lo que se esperaba que hiciera cualquier gobernador de una
provincia: "recuperar lo que gastó para su elección, acumular suficiente
dinero para corromper al jurado que lo juzgaría por mal gobierno y obtener lo
suficiente para vivir el resto de la vida. Cicerón resume así la situación:
”. [30]
Regresó a Roma como hombre rico y
general victorioso en sus combates contra los lusitanos. A diferencia de sus
colegas no tuvo que corromper a un jurado que lo juzgaría por el mal gobierno.
Prefirió protegerse con más poder. Para entonces ya era uno de los senadores
más importantes de la república y contaba con la edad suficiente para aspirar
al consulado. Como los otros dos hombres más poderosos estaban enemistados
(Craso y Pompeyo), sabía que necesitaba de su apoyo para obtener el consulado;
y sabía que con ellos su gobierno tendría operatividad y eficacia. Así que los
convenció de que juntaran fuerzas para, de común acuerdo, sacar adelante todos sus
propósitos pendientes de realización. La alianza se aceptó y quedaron unidos:
el hombre más rico (Craso), el general más victorioso (Pompeyo) y el hombre más
persuasivo y más popular (César). Su fuerza fue aplastante. Nadie pudo oponérseles
con éxito; hicieron lo que quisieron, no sólo durante el consulado de César (en
el año 59 a.C.)
sino hasta el año 53, cuando murió Craso.
Plutarco hace la siguiente pintura
del consulado de César y Bíbulo:
"Fue
elegido cónsul, pues, César. Enseguida, cuidándose de los sin recursos y de los
pobres, propuso fundaciones de colonias y reparto de tierras, saliéndose de la
dignidad de su magistratura y haciendo del consulado, en cierta manera, un
tribunado de la plebe. Al oponérsele su colega Bíbulo y aprestándose Catón a
ayudarle decididamente, César hizo a Pompeyo adelantarse manifiestamente a la
tribuna y dirigiéndole la palabra le preguntó si aprobaba esas leyes. Cuando
respondió afirmativamente le dijo: . , dijo
Pompeyo, ". [31]
"Desde
entonces Pompeyo llenó de soldados la ciudad y dirigía todos los asuntos
mediante la violencia. Cayendo repentinamente sobre el cónsul Bíbulo
cuando bajaba al foro con Lúculo y Catón le rompieron las fasces, allí mismo
uno esparció sobre la cabeza de Bíbulo un cesto de basuras y dos tribunos del
pueblo de los que los acompañaban fueron heridos. Así, después de vaciar el
foro de oponentes, hicieron sancionar la ley sobre el reparto de tierras.
Atraído el pueblo por este cebo, quedó ya
domesticado e inclinado ante ellos para cualquier acción, sin mezclarse en nada
sino aportando su silencio a quienes proponían el voto. Se aprobaron, pues,
las ordenanzas de Pompeyo, de las que había disentido Lúculo; se aprobó
asimismo el ocupar César la
Galia Cisalpina y la Trasalpina y los Ilirios por cinco años con
cuatro legiones completas y el que fueran cónsules en el futuro Pisón, el
suegro de César y Gabinio, el más desmesurado de los aduladores de
Pompeyo".[32]
El poder militar: la conquista de las Galias
El
triunvirato se repartió las provincias. César escogió, y obtuvo por plebiscito,
el gobierno de las provincias gálicas (la Galia Cisalpina y la Galia Comata), porque
estaba buscando triunfos militares y le pareció que el mejor lugar para
obtenerlos era ese, porque alrededor habitaban pueblos que en algún momento
habían sido enemigos de Roma y no eran una potencia militar. La capacidad de
combate de los romanos era muy superior a la de los galos, así que las
victorias eran más que probables.
Contra lo establecido por la ley,
logró que le dieran la gubernatura durante cinco años en vez de uno y, además,
cuatro legiones.[33] Su mandato terminaba el primero de marzo
del 54, pero ellos mismos, los triunviros, tiempo después, lo prolongaron cinco
años más.
La política de los romanos había
sido defenderse de los galos, no atacarlos ni conquistarlos. César cambiará esa
política por motivos personales, por la búsqueda de gloria militar.
Cuando llegó a las Galias en el año 58 a.C., los galos no estaban
amenazando a los romanos, ni había ningún conflicto serio, así que César tuvo
que buscar un pretexto para hacer la guerra. Encontró uno cuando se enteró que
los germanos helvecios querían cruzar la Galia Ulterior, es
decir, una zona que no era de su jurisdicción. Los líderes de ese pueblo
pidieron conversar con él y le aclararon que "su intención era pasar por
la provincia sin agravio de nadie, por no haber otro camino; que le pedían lo
llevase bien".[34] César los engañó diciendo que le tomaría
tiempo para pensarlo. Ese respiro lo usó para concentrar sus legiones. Cuando
por fin les dijo que no los autorizaba, los helvecios aceptaron la negativa y
se decidieron por un camino alternativo: convencieron al pueblo secuano de que
los dejara pasar por su tierra. Aunque esas tierras no pertenecían a sus
dominios, sino a los del pueblo hegemónico de esas Galias, César les prohibió
el tránsito. Los helvecios a pesar de la evidente provocación de César todavía
se mostraron dispuestos a llegar a un arreglo. Divicón, el jefe, le dijo a
César "[35]
Los líderes del pueblo helvecio
comprobaron que César no estaba dispuesto a llegar a ningún acuerdo pacífico
con ellos y que al marchar por cualquier camino eran hostigados por las
legiones de César. Así que terminaron por enfrentarse a los romanos con una muy
clara desventaja de su parte y fueron masacrados. El mismo César nos dice que
los helvecios eran 263 mil e iban acompañados por otros cuatro pueblos que tenían
105 mil personas. De este total de 368 mil personas (contados helvecios y
acompañantes), 92 mil eran soldados. Los legionarios romanos mataron a 258 mil
personas entre gente de los pueblos y soldados: "Los que volvieron a sus
patrias, hecho el recuento por orden de César, fueron ciento diez mil".[36] Con esas cifras que proporciona el mismo
conquistador tenemos que había 276 mil personas desarmadas, indefensas, de las
cuales la mayoría perecieron a manos de los romanos por órdenes de su general.
La masacre de los helvecios fue un
mensaje contra la autoridad de los secuanos y un aviso para todos los pueblos
galos y germanos acerca del terrible poder de los romanos.
Pero este genocidio no era
suficiente para desatar una guerra sistemática. Para impulsarla César se alió
de lleno con el pueblo de los eduos que eran los rivales más fuertes de los
secuanos, que por entonces tenían sometidos a los demás pueblos galos.[37] Esa reorganización del poder galo que
dirigirían los romanos fue la que desató poco a poco la guerra total.
El sometimiento de los galos por los
romanos requirió de una guerra de casi ocho años (del 58 al 51 a.C). El conquistador tuvo
a bien escribir un libro, Comentarios a la Guerra de las Galias,
donde relata los principales acontecimientos. La lectura de este texto nos
muestra a César como un excelente antropólogo, conocedor de la cultura que se
dispone a exterminar; un notable psicólogo que sabe ver y prever el impacto de
los gestos, discursos y acciones en el mundo interior de la gente y en sus
motivaciones; un hombre con un gran sentido arquitectónico para captar las
obras de ingeniería que se tienen que hacer para penetrar murallas, cortar
abastecimientos de agua, pasar ríos anchos y caudalosos, hacer campamentos
adecuados, trincheras y máquinas de asedio; un militar fino en observaciones de
la naturaleza, lo que le permitía convertirla en un arma de ataque o defensa
contra sus enemigos; un orador brillante que sabía decir lo que tenía que decir
y como lo tenía que decir para transformar el miedo de sus soldados en valentía
y para darle un sentido glorioso a los combates; un politólogo y un gobernante
que no cree saberlo todo acerca del poder sino que humildemente puede aprender
de los errores y de las novedades que se le presentan día a día.
Pero en todo ese relato formidable,
César no oculta la gran masacre de gente armada y desarmada, de culpables e
inocentes, de guerreros y de ancianos, mujeres y niños. Plutarco da la cifra de
un millón de muertos y un millón de esclavos generados por esa guerra.[38] Simplemente de los usipites y tenterios
que fueron exterminados a traición cuando estaban desarmados y en pláticas de
paz (año 55 a.C.),
Plutarco señala que murieron 400 mil personas.[39] Plino da la cifra global de un millón
doscientos mil muertos por la conquista de las Galias y comenta: "". [40]
La gran batalla y la decisiva en la
conquista fue la de Alesia. Veamos qué fue lo que pasó. El verano del año 53 a.C., equivocadamente, César
dio por pacificada la Galia:
"Esta
autosuficiencia le llevó a cometer un tremendo error: por primera vez trató a
los galos como súbditos romanos y a la
Galia como a una provincia conquistada. Ordenó que se
flagelara, decapitara y se pusiera fuera de la ley a los
principales cabecillas que habían instigado la sublevación, todo
ello para que sirviera de advertencia a los que no habían participado; sin embargo,
el efecto fue el contrario del deseado. Cuando César se retiró a la Cisalpina para pasar el
invierno, los principales cabecillas de la Galia central comenzaron a hacer los planes que
llevarían a la insurrección general de la Galia".[41]
En febrero del 52 a.C. ya había una sublevación
general de la Galia
bajo el liderazgo de Vercingetórix. Para enfrentar la rebelión, César conquista
las ciudades de Velaunoduno, Cénabo, Novioduno y Avarico durante la primavera,
pero es derrotado entre finales de mayo y principios de junio.
Persigue a Vercingetorix que se
refugia en Alesia y, en agosto, César sitia esa ciudad con seis legiones, para
lo cual realiza "una de las más grandes empresas de ingeniería militar:
una doble línea de trincheras y baluartes, una interna para el ataque contra
Alesia, y otra externa para detener el asalto, de hecho previsto como
inminente, del ejército de socorro reclutado en el resto de la Galia".[42] Los romanos se enfrentaron a 70 mil
enemigos fortificados en la ciudad y a 260 mil que llegaron a por detrás. César
los derrotó a finales de septiembre, en parte por sus grandes obras de
ingeniería, defensivas y ofensivas, y por haber reservado a la caballería
germana para atacar a los galos por detrás cuando éstos hicieran lo mismo con
los romanos. César nos cuenta: "Déjase ver de repente la caballería sobre
el enemigo. Avanzan los otros batallones; los enemigos echan a huir, y en la
huída encuentran con la caballería. Es grande la matanza".[43]
La mayoría de las poblaciones de la Galia central se sometieron
tras la toma de Alesia y durante el año siguiente (51 a.C.) las legiones romanas
fueron recuperando el control de todo el territorio.
Con la conquista de las Galias César
obtuvo un gran prestigio militar, el respaldo de un gran ejército, y las
posibilidades de rivalizar efectivamente con Pompeyo Magno, de igual a igual.
Y se convierte en un hombre extremadamente rico
Como todo
noble romano, César gastaba sin medida en banquetes, regalos, festejos,
promoción de juegos, obra pública, esclavos, joyas, pero no tenía una gran
riqueza. De hecho en su juventud lo despreciaron, porque vieron que en política
no llegaría muy lejos por falta de dinero para quedar bien y corromper a los
votantes. Sin embargo se arriesgó endeudándose demasiado y, como ya vimos, tuvo
necesidad de que Craso llegara en su rescate.
Desde que fue a España como
procónsul se acabaron sus problemas económicos y como cónsul incrementó
considerablemente su fortuna. Se dice que incluso vendió alianzas y reinos. Que
de Ptolomeo, rey de Egipto, consiguió en su nombre y el de Pompeyo, seis mil
talentos.[44] Por la conquista de las Galias se
convirtió en el hombre más rico de Roma. Suetonio nos cuenta al respecto:
"En
la Galia saqueó
los altares particulares y los templos de los dioses, colmados de ricas
ofrendas, y aniquiló algunas ciudades, antes por afán de rapiña que en castigo
de delitos que hubiesen cometido. Esta conducta le proporcionó mucho oro, que
hizo vender en Italia y en las provincias al precio de tres mil sestercios la
libra [...] Más adelante, sólo a costa de sacrilegios y evidentísimas rapiñas,
pudo subvenir a los enormes gastos de la guerra civil, de sus triunfos y de los
espectáculos".[45]
Gracias a esta enorme riqueza pudo
seguir maniobrando en la política interna de Roma mientras hacía la guerra.
Corrompía a los esclavos de la gente influyente, procuraba que los senadores se
endeudaran con préstamos sin interés o a uno muy bajo, gastaba lo necesario
para que sus candidatos ganaran las elecciones de su conveniencia. Repartió
miles de favores para multiplicar el número de agradecidos.
No acumulaba para sí, gastaba en
todo lo que acrecentaba su poder. De eso se trataban sus inversiones.
El inicio de la guerra civil
Durante la
guerra de las Galias, la situación política de Roma se había deteriorado intensamente
por la incapacidad política de Pompeyo y Craso y también por la de los
aristócratas. El vacío de poder había sido ocupado por bandas de golpeadores
que hacían lo que les convenía. Primero había dominado la banda de Clodio, el
protegido de Pompeyo y César. Después Milón había aparecido con sus gladiadores
para contrarrestar el poder de Clodio, según lo había decidido el partido de
los aristócratas y su nuevo aliado Pompeyo.
A mediados del año 53 se hablaba
cada vez con mayor insistencia de la conveniencia de un dictador. Los
aristócratas, para evitar la ruptura del orden institucional pensaron en
entregarle a Pompeyo el consulado para imponer orden. La oportunidad se
presentó con los disturbios callejeros incontrolables que desembocaron en el asesinato
de Clodio a manos de la gente de Milón, en el mes de enero del 52. El Senado
entonces nombró a Pompeyo cónsul sin colega con el encargo de "". [46] A pesar de que a César no le convenía el
papel preponderante que estaba adquiriendo Pompeyo en la política romana,
aprobó la medida del Senado a condición de que Pompeyo le aceptara presentarse
como candidato para el segundo consulado incluso estando ausente de Roma.
Pompeyo aceptó, pero meses después renegó del acuerdo.
Para enfrentar la crisis se prorrogó
el gobierno de Pompeyo en las provincias y se le permitió reclutamientos en
toda Italia, es decir, que "". [47] Esto
se hizo, sobre todo, en función de acabar con César.
Al finalizar la conquista de las Galias
en el verano del 51, César se enfrentaba con el problema de los procesos
judiciales que se le vendrían encima al terminar su mandato el 28 de febrero
del año 50. Tenía muchos enemigos que estaban esperando esa oportunidad y
Pompeyo estaba decidido a acabar con él por cualquier medio, para asegurar su
primacía en el poder romano.
Otra vez, como lo hizo al terminar
su gobierno en España, quiso protegerse de los procesos judiciales obteniendo
el consulado. Pero esta vez no le permitieron presentarse a elecciones.
De hecho el cónsul Marco Claudio
Marcelo quiso adelantar la terminación del mandato de César y destituirlo desde
el año 51, pero no pudo porque no encontró suficiente respaldo a su medida, aunque
argumentó que la guerra de la
Galia estaba victoriosamente concluida y terminadas las
hostilidades no quedaba más que licenciar al ejército.
El año 50, por medio de la
corrupción, César logró sobrevivir tranquilamente en la Galia, más allá de su mandato,
al comprar en 1500 talentos el respaldo del cónsul Emilio Lépido Paulo y el de
Curión, tribuno de la plebe, rescatándolo de las enormes deudas que tenía.
Como a finales del año 50 se veía
claramente que Pompeyo y el Senado pedirían a César que licenciara sus tropas y
después lo juzgarían por los delitos cometidos durante su primer consulado y
como procónsul de las Galias, César intentó llegar a una solución de compromiso
y por medio de Curión propuso que
". Era opinión generalizada
la de que los dos potentados amenazaban a la República y a la libertad
de las instituciones: y esta propuesta lo oficializaba en la sede de más
autoridad. La propuesta de Curión fue un triunfo: 370 votos a favor contra
apenas 20 (o 22) en contra". [48]
Pero los cónsules del año 49
Cornelio Léntulo y Gayo Claudio Marcelo, desecharon esta resolución y se fueron
totalmente en contra de César con el apoyo militar de Pompeyo.
Nuevamente César intentó un
compromiso: propuso que él y Pompeyo licenciaran a sus legiones, dejaran cargos
gubernamentales, rindieran cuenta de sus acciones y se pusieran en manos de los
ciudadanos. Los tribunos de la plebe leyeron la propuesta al pueblo y fue muy
aplaudida; pero en el Senado, el 7 de enero del 49, ganó la proposición de
Escipión, el suegro de Pompeyo, que había dicho que si para un determinado día
César no licenciaba a su ejército, "fuese declarado enemigo público".
Los tribunos de la plebe, Curión y Marco Antonio, vetaron la propuesta, pero el
veto, ilegalmente, fue ignorado. En algún momento se presionó para que se
votara la propuesta de César que traían los tribunos "pero instando
Escipión y gritando el cónsul Léntulo que contra un ladrón lo que se necesitaba
eran armas y no votos, se disolvió el Senado".[49]
Para sorpresa de sus enemigos, César
respondió rápidamente cruzando el río Rubicón[50] el 11 de enero e internándose por el noreste de
Italia hasta ocupar Armino (actual Rímini), Pésaro, Fano, Ancona y Arezzo del
12 al 15 de enero con cinco cohortes (unos tres mil hombres) de la legión XIII.
El Senado le contestó con un decreto que lo declaraba enemigo público y
establecía el derecho a eliminarlo.
Plutarco cuenta los efectos que
tuvieron en Roma los avances de César en Italia:
"Después
de tomado Arimino, como si a la guerra se le hubiesen abierto anchurosas
puertas contra toda la tierra y el mar, y como si las leyes de la república se
hubieran conmovido con traspasarse los término de una provincia, no se veía a
hombres y mujeres como en otras ocasiones discurrir por la Italia; sino alborotadas
las ciudades enteras, y que huyendo corrían de unas a otras. La misma Roma,
como inundada de diferentes olas con la fuga y concurso de los pueblos del
contorno, ni obedecía fácilmente a los magistrados, ni escuchaba razón alguna
en semejante tumulto y borrasca; y estuvo en muy poco que por sí misma fuese
destruida. Porque no había parte alguna que no estuviese agitada de pasiones
contrarias y de conmociones violentas".[51]
"Los que venían por todas
partes huyendo de fuera caían en Roma, mientras que los que habitaban en Roma
salían ellos mismos y abandonaban la ciudad en medio de una tormenta y
confusión de tal magnitud, cuando tenía el elemento útil debilitado y el
desobediente fortificado e imposible de manejar por los gobernantes. No era
posible hacer cesar el temor, ni nadie permitió que Pompeyo usase de su propio
juicio, sino que de la disposición en que cualquiera se encontraba, de temor,
de pena o de indecisión le hacía partícipe y le llenaba de ella. En el mismo
día vencían decisiones contrarias y no le era posible saber verdad alguna
acerca de los enemigos porque muchos informaban de lo que se les ocurría y
después se irritaban si no lo creía. Así, decretó estado de tumulto y ordenó
que le siguieran todos los senadores y, después de haber declarado que
consideraría partidario de César a quien se quedara, en la tarde, ya
anochecido, abandonó la ciudad. Los cónsules, sin haber hecho los sacrificios
acostumbrados antes de las guerras, huyeron".[52]
La huida de Pompeyo al sur de
Italia, a Capua, donde tenía dos legiones, dejó a Roma habitada sólo por el pueblo
y por los aristócratas que se consideraban neutrales o contrarios a los
fugados, así que César decidió no ocuparla inmediatamente sino ir completando
su dominio territorial.
En Corfino derrotó a las tropas de
Domicio que había sido abandonado a su suerte, a pesar de que le había
suplicado a Pompeyo que mandara refuerzos en su auxilio, pues "[53]
Después de que sus enemigos se
rindieron en Corfino, César intentó impedir que Pompeyo escapara a oriente,
pero no llegó a tiempo al puerto de Brindisi para evitarlo.
El resultado de su audacia y de sus
movimientos a gran velocidad fue lo que permitió tener a Italia en sus manos en
60 días sin haber derramado una gota de sangre. Además puso en ridículo a sus
enemigos y ganó el prestigio de ser el nuevo gobernante de Roma. Él era ahora
el que emitía decretos y ponía fuera de la ley a sus adversarios.
La derrota de Pompeyo y de la aristocracia
¿Por qué
ganó César y perdió Pompeyo la guerra civil? La respuesta tiene que ver con el
conocimiento y el ejercicio del poder, pero no nada más. El mismo César, que
sabía mucho de esos asuntos, nos hace ver que la diferencia entre la victoria y
la derrota puede deberse a una insignificancia, a un factor que se escapa de
las manos de cualquiera:
"los
azares a los que cada uno está expuesto en una guerra, cuán pequeñas causas, a
veces, o una conjetura errónea, un pánico repentino, el obstáculo de un
escrúpulo religioso, habían producido graves derrotas; cuántas veces el error
de un general, la falta de un tribuno han repercutido en el ejército".[54]
Esas "pequeñeces" hicieron
de las suyas en varias batallas importantes de la guerra civil y llevaron a
muchos a atribuirle a la
Fortuna el resultado del conflicto. Eso es algo que está ahí
y que se debe tomar en cuenta, pero también estuvieron presentes varios
factores importantes que jugaron su papel en el desenlace.
Lo primero que se muestra con
claridad en el bando de Pompeyo es la desarticulación entre pensamiento y
acción, ya que el decreto del licenciamiento de tropas de César no estuvo
acompañado de la movilización militar que lo haría efectivo. Al contrario, las
dos legiones del gobierno estaban en Capua (en el sur) y no eran muy
confiables, pues César las había devuelto recientemente de las Galias con
grandes recompensas. Las treinta cohortes más confiables estaban en Corfino (en
el centro). Ni en Roma ni al norte de Italia había contingentes significativos
ni para atacar, ni para defender.
Lo segundo que se puede ver es que
los pompeyanos no hicieron ningún esfuerzo para justificar la desigualdad del
trato gubernamental a César y a Pompeyo. En cambio César hizo esfuerzos para
dejar bien entendido que no quería una guerra y que había manera de encontrar
soluciones pacíficas por la vía del compromiso (aunque estuviera convencido de
que tarde o temprano se desataría la guerra). Esta situación era importante
para la moral de los ejércitos. Y el hecho de que Pompeyo tuviera dificultades
iniciales para reclutar a sus legionarios tuvo que ver con eso.
Tercero, la superioridad de los
recursos disponibles para la guerra en el bando pompeyano los hizo demasiado
confiados y los hizo derrocharlos como si fueran inagotables. Perdieron
territorio italiano, español y africano, con sus respectivas tropas, como si no
tuviera la menor importancia. No tenían ninguna prisa por combatir y le dejaron
a César la iniciativa en la guerra. A final de cuentas él acabó decidiendo
cuándo y dónde pelear aunque todas las veces llegara a territorio enemigo en
una situación de desventaja.
Cuarto, Pompeyo estaba mal
acostumbrado, sólo presentaba combate cuando tenía una superioridad aplastante.
No sentía la necesidad de arriesgar nada, lo tenía todo. Sólo se requería
tiempo para juntarlo y no había prisa. Con todas las ciudades aliadas de
Grecia, oriente y medio oriente, con todos sus clientes de esas zonas y con su
dominio del mar, terminaría por derrotar a César y se impondría sobre todos los
romanos. Pero su rival no le regaló el tiempo que soñaba. Lo acosó de manera
humillante. Parecía que el ratón perseguía al gato y cada día eso
desprestigiaba al gato, hasta que la situación se hizo insoportable para los
generales y soldados de Pompeyo y la guerra se decidió en Grecia, en la llanura
de Farsalia, el 9 de agosto del 48.
La batalla se dio en condiciones
adversas para César. Fundamentalmente eran romanos contra romanos y Pompeyo
contaba con más hombres: siete mil en la caballería y 45 mil en la infantería.
César con mil en la caballería y 22 mil en la infantería. Antes de la batalla
los pompeyanos estaban seguros de la victoria e incluso mandaron mensajeros a
Italia y a otros lados dándola como un hecho: "muchos enviaron a Roma
personas que alquilaran y se anticiparan a tomar las casas proporcionadas para
cónsules y pretores, dando por supuesto que al instante obtendrían estas
dignidades acabada la guerra".[55]
César sabía que a pesar de tener
menos hombres, los suyos estaban más experimentados en el combate. Esto, según
Napoleón, es una gran ventaja porque la batalla antigua se fragmenta en
innumerables combates individuales.[56] Además, como buen psicólogo, ordenó a la
infantería que al atacar a la caballería, situada en el ala izquierda
pompeyana, no aventaran las lanzas sino que las utilizaran para atacar en la
cara a los jinetes de la caballería que estaba integrada por jóvenes nobles que
no soportarían la desfiguración de su rostro. Dicho y hecho, la caballería no
soportó ese tipo de ataques y en su huída crearon un caos en las líneas de
combate de su ejército y con ello provocaron su derrota.
Al terminar la batalla y ver el
campo cubierto de cadáveres, César dijo: "<¡Ellos lo han querido! Si
yo, Cayo César, que he cumplido tan grandes empresas, no hubiera recurrido a
mis soldados, habría sido llevado ante un tribunal y habría sido condenado>".
[57]
Después de la derrota en Farsalia,
Pompeyo huyó con lo indispensable y César lo persiguió sin tregua. En su fuga,
Pompeyo buscó el apoyo de los egipcios y fue asesinado por estos. Cuando César
llegó a Alejandría, le entregaron la cabeza de Pompeyo.
Quinto. Pompeyo tenía fama de ser un
gran general, pero la mayoría de sus triunfos los obtuvo en condiciones muy
ventajosas para él, porque la enorme simpatía que le tuvieron siempre los
romanos provocó que le dieran todo en abundancia. Los únicos dos generales inteligentes
y capaces a los que se enfrentó, lo derrotaron: Sertorio en España y Julio
César en Grecia.
Sexto. Una gran diferencia entre los
dos rivales es que César tenía una gran capacidad para captar las situaciones
de conjunto de una manera dinámica. Preveía la manera en que las situaciones
podrían transformarse si se hacía o sucedía una cosa u otra. Captaba, en ese
sentido, muy bien, situaciones personales, naturales, sociales, políticas,
militares, mentales, etc. Su inteligencia era muy rica. Pompeyo en cambio no
era tan bueno para captar las situaciones en movimiento, en transformación. Sus
éxitos se dieron a pesar de esta deficiencia, pero una gran cantidad de sus
fracasos tuvieron que ver con eso.
Gran parte del caos que se generó en
Roma mientras César estuvo en las Galias, fue por la poca habilidad de Pompeyo
para dirigir procesos políticos. Su torpeza hizo posible que gente tan vulgar
como Clodio y Milón pudieran superarlo en el manejo del poder de la ciudad y
reducirlo a niveles indeseables e intolerables.
César en cambio, por su visión de
conjunto, desde el inicio de la guerra civil, vio cuál era la mejor manera de
pelear tomando en cuenta que al ganar tendría que gobernar a los derrotados. O
dicho de otra manera, desde el inicio de las hostilidades previó que tarde o
temprano tendría que haber una reconciliación de los romanos, para poder vivir
juntos. Por eso fue generoso en cada victoria. Durante la guerra la perdonó la
vida a varios generales e incluso los dejó ir, arriesgando encontrárselos después
en nuevos combates como de hecho sucedió varias veces. Al final de la guerra y
en congruencia con su política durante ella, integró a los derrotados a la
política romana. Incluso en los combates advertía a los soldados romanos,
cuando iban huyendo en la derrota, que si se detenían y no combatían, se les
perdonaba la vida. Y después los licenciaba o los integraba a sus legiones.
Séptimo. Julio César planificó los
combates de la guerra civil apoyándose fundamentalmente en los soldados
romanos; Pompeyo en cambio le otorgó un papel destacado a los soldados aliados,
por lo menos a nivel de proyecto.[58] Eso fue un gran error de Pompeyo, porque
esa idea lo llevó a dejar Italia fácilmente en las manos de César al inicio de
las hostilidades. Esa misma idea metió a Pompeyo en un ritmo más lento y lo
hizo perder la iniciativa a la hora de decidir el tiempo y lugar de los
combates. Eso le estorbó también a la hora de organizar la batalla. En
Farsalia, por ejemplo, los soldados aliados resultaron un estorbo, porque tuvo
que inmovilizar líneas de soldados romanos para mantener la disciplina en las
líneas aliadas; y a la hora de huir los aliados sirvieron para aterrorizar a
sus soldados ya que César ordenó masacrarlos para advertir a los soldados
romanos de Pompeyo lo que les podría pasar si no dejaban de correr y de pelear
y se rendían en el sitio en el que se encontraban.
La estrategia de guerra de Pompeyo
le restó muchos apoyos día a día, semana tras semana. Dos meses después de
iniciado el conflicto Cicerón le comentaba indignado a su amigo Ático:
"". [59]
Octavo. Como decíamos al inicio de
este capítulo, hay cosas pequeñas que se salen del control de la gente y que
frecuentemente resultan decisivas en el combate. Eso sucedió en Dirraquio. Ahí,
por minucias, el mismo día en que César estuvo a punto de derrotar a Pompeyo,
éste resultó triunfante. Y si Pompeyo se hubiera atrevido atacar al ejército
cesariano hasta destruir su campamento, lo hubiera derrotado de manera
irreparable. Pero a Pompeyo lo detuvo el temor de que la huida de los
cesarianos fuera una trampa y ese temor salvó al ejército y a la vida de Julio
César. Esto quiere decir que a pesar de todo lo dicho, Pompeyo pudo haber ganado
la guerra civil.
Las otras guerras de César
Farsalia no
terminó con la guerra civil ni con las guerras de César. La persecución de
Pompeyo lo llevó a involucrarse en la guerra civil de Egipto, ganar en
Alejandría (27 de marzo del 47), y asegurarle el trono a Cleopatra.
De ahí se fue a reorganizar las
relaciones clientelares en Siria, Antioquía, Tolemaida y otros lugares de Asia.
Fue a romper las ataduras de Pompeyo y a establecer las suyas. También derrotó
a Farnaces rey del Bósforo (actual Crimea) pues había invadido Armenia y
Capadocia durante la guerra civil romana. Acabó con él en cuatro horas, fue la
más rápida de las victorias (2 de agosto del 47). Por eso dijo: "Vine, vi
y vencí".
Después de Asia tuvo que combatir a
los pompeyanos en África (de diciembre del 47 a abril del 46) y España (de noviembre del 46 a octubre del 45, aunque la
batalla decisiva fue en Munda, el 17 de marzo).
Cuando regresó a Roma en octubre del
45, ya sólo le quedaban cinco meses de vida, pero nadie podía saberlo. Fueron
cinco meses en que tuvo en sus manos todo el poder de Roma. Finalmente había
realizado lo que tanto había deseado: ser superior a todos los romanos, ser el
más poderoso.
Un poder desenfrenado
Los últimos
cinco meses de la vida de César se caracterizaron por los interminables honores
y dignidades que le otorgaban sus amigos y sus enemigos. Suetonio subraya la
desmesura distintiva de esta etapa final:
"Impútanse,
sin embargo, a César acciones y palabras y que parecen justificar su muerte. No
se contentó con aceptar los honores más altos como el consulado vitalicio, la
dictadura perpetua, la censura de las costumbres, el título de Emperador, el
dictado de Padre de la Patria,
una estatua entre los reyes, una especie de trono en la orquesta, sino que
admitió, además, que le decretasen otros superiores a la medida de las
grandezas humanas. Tuvo, en efecto, silla de oro en el Senado y en su tribunal;
en las pompas del circo un carro en el que era llevado religiosamente su
retrato; templos y altares y estatuas junto a las de los dioses; tuvo como
éstos, lecho sagrado; un flamín, sacerdotes lupercos, y el privilegio, en fin,
de dar su nombre a un mes del año. No existen distinciones que no recibiese
según su capricho y que no concediese de la misma manera." [60]
"Con igual desprecio de las
leyes y costumbres patrias estableció magistraturas para muchos años, concedió
insignias consulares a dos pretores antiguos, elevó a la categoría de ciudadano
y hasta de senadores a algunos galos semibárbaros; concedió la intendencia de
la moneda y de las rentas públicas a esclavos de su casa, y abandonó el cuidado
y mando de tres legiones que dejó en Alejandría a Rufión, hijo de un liberto
suyo y compañero de orgías.
Públicamente solía César pronunciar
palabras que, como dice T. Ampio, no muestran menos orgullo que sus actos: . . Los hombres debían hablarle en adelante con más respeto y
considerar como leyes lo que dijese. Alcanzó tal punto de arrogancia, que a un
augur que le anunciaba tristes presagios después de un sacrificio porque no se
había encontrado corazón en la víctima, le respondió él que haría los
vaticinios más dichosos cuando quisiese y que no era prodigio mostrar un animal
sin corazón". [61]
Ya no había nadie capaz de ponerle
límite. El desenfreno que provocaba la ausencia de oposición, lo llevó a tirar
a la basura lo que ya sabía y que le había dicho sólo un año y medio antes a
los senadores (julio del 46 a.C.)
para calmarlos:
"La
buena fortuna, acompañada de la moderación, tiene larga vida; el poder que se
mantiene en los justos límites conserva todas las conquistas que ha hecho; la
buena fortuna y el poder hacen que los hombres sean, en vida, amados sin
fingimiento y, después de la muerte, alabados con sinceridad. Esta es la cosa
más importante que obtienen aquellos que tienen éxito, pero que están privados
de virtud: el hombre que en cualquier circunstancia hace uso sin freno de su
poder, no encuentra sentido afecto ni perfecta seguridad; en las relaciones con
los demás es adulado con fingimiento, mientras que a escondidas es criticado
por todos. En efecto, incluso los amigos más íntimos se vuelven suspicaces y
temen a aquel que hace uso de su poder sin ningún freno".[62]
El poder sin límite también le
trastornó sus percepciones y, por ello, su sentido de realidad, como nos hizo
ver Suetonio párrafos arriba. Este trastorno influyó en su muerte, pues aunque
se dio cuenta que Bruto y Casio, los líderes de su asesinato, estaban tramando
algo malo, no le hizo caso a su intuición. La noche anterior a su muerte su
esposa Calpurnia soñó que lo asesinaban en su regazo y le pidió que no asistiera
ese día a la reunión del Senado, pero no la escuchó. El arúspice Espurninna le
vaticinó un grave peligro para su persona ese día de los idus de marzo (día 15)
y se burló de él. Cerrado a las advertencias murió a manos de decenas de
senadores que querían salvar a la república y al poder colectivo de la
aristocracia, ese que llevaban más de cincuenta años recuperándolo una y otra
vez sin poderlo retener.
La intervención de los dioses y del sumo pontífice
romano
Julio César
no sólo fue el más poderoso, el más rico, el más mujeriego,[63] el más inteligente, el mayor patrón, el
general más victorioso y el orador más brillante de los romanos de su tiempo,
también fue sumo pontífice romano.
¿Por qué y para qué quiso el
pontificado máximo?
Si hay algo que estaba muy claro
para cualquier romano es que los dioses intervenían en los asuntos humanos. La
historia humana, en este sentido, era también historia divina. Además de
intervenir en los acontecimientos humanos, también comunicaban su voluntad a
los hombres por medio de señales (presagios)[64] que aparecían en la naturaleza. Para
entender la voluntad de los dioses los romanos desarrollaron un sistema
adivinatorio preciso y complejo. Como ya dijimos anteriormente, las señales que
se dirigían al oído se llamaban omina, los que se dirigían a la
vista eran los auspicia, y los signos terribles eran los prodigia porque se
expresaban con la violación del comportamiento normal de la naturaleza.
El augur era uno de los
sacerdotes más destacados. Con su bastón curvo (lituus) trazaba un templum
en el espacio celeste, determinado por dos líneas perpendiculares entre sí y en
cuyo interior se podían observar las señales divinas. Después de que se
descifraban los presagios de acuerdo a las reglas establecidas, se recurría a
diferentes ceremonias para apaciguar a los dioses o hacerlos propicios. Los sacerdotes
arúspices
eran los encargados de la expiación, conocían cuáles eran los ritos capaces de
lavar las manchas y calmar a los dioses.
Cicerón, como muchos aristócratas de
su tiempo, no creía en la adivinación ni en sus métodos, pero en su discurso De
haruspicum responso, pronunciado contra Clodio en el año 56, da
información sobre un presagio que tiene mucha relación con nuestro tema. Raymond
Bloch la retoma y nos dice:
"Un
estruendo subterráneo se había escuchado en el Lacio y este fenómeno, sin duda
de origen volcánico, había sido considerado en Roma como cargado de amenazas.
El Senado, en vista de ello, hizo un llamado a los arúspices y la respuesta de
éstos fue la siguiente: El prodigio revelaba la cólera de cierto número de
dioses, Júpiter, Saturno, Neptuno, Telo, deidades celestes y terrestres. En
segundo lugar, las causas de esta irritación estaban claramente indicadas. Era
la negligencia de los hombres en el cumplimiento de los ritos religiosos, eran
los recientes e impíos asesinatos. ¿Qué porvenir era el que había sido
anunciado de esta manera? Se anunciaba, naturalmente, un porvenir sombrío como
había sido sombrío y fuerte el estruendo proveniente del seno de la tierra. Era
necesario temer la discordia. Había peligros que amenazaban a los mejores
ciudadanos y existía el riesgo de ver los poderes concentrados en las manos de uno
solo y de ver a individuos tarados elevarse en dignidad y al Estado
debilitarse y trastornarse por una revolución".[65]
Los dioses intervenían en los
asuntos humanos, comunicaban su voluntad por medio de presagios, los sacerdotes
adivinos los descifraban y recomendaban los ritos pertinentes, pero el Senado
era el que determinaba la forma concreta en que los ciudadanos tendrían que
comportarse como consecuencia de lo percibido. En la época en que nos ocupa,
los políticos utilizaban cada vez más la interpretación y la ejecución de la
voluntad de los dioses en función de sus propios intereses. Se cree que César,
por ejemplo, para reforzar el ánimo y despejar las posibles indecisiones de sus
soldados antes de empezar la guerra civil, maniobró para que sus hombres, antes
de cruzar el río prohibido, se encontraran con un hombre alto y hermoso que
tocaba la flauta. Al terminar sus melodías, el flautista tomó la trompeta de un
soldado y cruzó el Rubicón con los vibrantes sonidos de la señal de ataque. Al
suceder esto César exclamó: "". [66]
Esta manipulación fue posible,
porque la aristocracia y el pueblo no interpretaban de la misma manera las
relaciones hombres-dioses, cada uno lo hacía desde su mentalidad
característica:
"El
hombre que tiembla en todo instante, ante la sola idea de los dioses, como ante
unos amos caprichosos y crueles, es que se ha formado de ellos una imagen
indigna tanto de ellos mismos como de un hombre libre. Ese temor de los dioses
(deisidamonia) es lo que los romanos
entendían por superstición; dejaban a las gentes del pueblo [...] que se
imaginaran que la piedad consiste en proclamarse el esclavo o el servidor de un
dios. En el fondo, la relación clásica con los dioses era noble y libre:
auténtica admiración".[67]
La importancia de la religión en los
asuntos humanos motivó a César a ingresar en el sacerdocio y en el año 73 fue elegido en el colegio de los pontífices y
diez años después (en el 63 a.C.)
ganó las elecciones para convertirse en el sumo pontífice. Gastó tanto dinero
en la campaña electoral, corrompió a tanta gente, que el día que salió a votar
le dijo a su madre: hoy verás a tu hijo o pontífice o desterrado.
¿Cuál era el papel del Pontifex maximus?
"La
antigua realeza que reunía en sí todos los poderes ha legado los religiosos a
un Rex sacrorum y al presidente del
colegio de pontífices. Este último, el Pontifex
maximus, dispondrá muy pronto de una autoridad superior que le asegurará de
hecho la dirección de la religión romana. El emperador heredará su título y sus
poderes, que más tarde pasarán al cristianismo"
"Roma busca la eficacia y la
garantía del mantenimiento de la concordia con los dioses en la perfecta
división de funciones del dominio sacro entre sacerdotes, colegios y cofradías
que se reparten entre sí áreas perfectamente delimitadas y conocidas"
"El colegio de pontífices está
dominado por la personalidad y el papel organizador de su presidente, el Pontifex maximus. Los demás pontífices
lo asisten y lo aconsejan, estando el sacerdocio constantemente entregado a la
práctica y a la acción. El pontífice conoce la ciencia de lo sagrado e informa
al Estado y a los ciudadanos sobre los deberes que les incumben. Es el guardián
del culto nacional y vela por el mantenimiento de la tradición".[68]
El pontífice máximo, además,
habitaba en el palacio de los reyes, representaba a todas las divinidades
reconocidas por el Estado y controlaba las asociaciones de culto.
El cargo de sumo pontífice era
vitalicio, nadie podía quitarle a César ese título y dignidad. Incluso cuando
en enero del 49 fue declarado un peligro para el Estado y se invitó a todo el
pueblo para que se levantara en armas a defender a la república, siguió siendo
el sacerdote supremo de la religión romana. Ese puesto era tan apreciado por
los romanos que en Farsalia, una de las cosas que discutían sus enemigos, al
saborearse anticipadamente la victoria, era quién se quedaría con el
pontificado máximo.
La diosa Fortuna y el hombre más poderoso de Roma
La voluntad
de los dioses y su participación en los acontecimientos humanos no se
interpretaba solamente desde la adivinación y en función de los rituales que
modificaran convenientemente las situaciones. Para muchos romanos inteligentes
de la época que nos ocupa, los sucesos cotidianos e históricos tenían un
sentido divino que podía descifrarse y entenderse.
Muchos comentarios de César en sus
libros y discursos señalan el sentido divino de los acontecimientos y de las
motivaciones humanas. Para ese tipo de interpretaciones César recurre mucho a la Fortuna, habla de ella
como si la conociera íntima y vitalmente. Por ejemplo, a propósito de su
derrota en Dirraquio, escribe:
"Pero
la (diosa) Fortuna, que tantísimo poder ejerce sobre todas las cosas y muy
especialmente en las de la guerra, provoca en breves instantes cambios
considerables, como así sucedió entonces".[69]
Como parte de esta concepción, a esa
diosa le atribuye también el haber vencido en Italia en dos meses sin derramar
gota de sangre, el haber podido derrotar rápidamente a los ejércitos pompeyanos
en España y las victorias siguientes.
El se sabía acompañado y favorecido
por la Fortuna,
pero sabía que era caprichosa y que los éxitos y el bienestar no necesariamente
quieren decir que la Fortuna
esté buscando la dicha del favorecido. César nos dice:
"suelen
los dioses inmortales, cuando quieren descargar su ira sobre los hombres en
venganza de sus maldades, concederles tal vez mayor prosperidad, con impunidad
más prolongada, para que después les cause mayor tormento el trastorno de su
fortuna".[70]
También cuando quiere reconciliar a
los romanos después de la guerra civil, atribuye todos los sucesos a la
intervención divina y quiere que tomando de esta manera las cosas se inicie una
nueva época, mejor que la anterior. Le dice a los senadores:
"Estrechémonos
en confiada amistad, olvidando todo lo que ha sucedido, atribuyéndolo a la
voluntad del destino y de la divinidad; comencemos a amarnos sin sospechas,
como si fuésemos nuevos ciudadanos".[71]
También Pompeyo, según nos quiere
hacer creer Plutarco, examinó su derrota desde la perspectiva de la Fortuna y de la intervención
divina y desde ahí su visión quedó afectada por el abatimiento. Cuando Pompeyo
iba huyendo de César, después de su gran fracaso en Farsalia, se encontró a las
afueras de la ciudad de Mitilene con el filósofo Cratipo que había acudido a
verle. Ahí tuvo un diálogo en el que expresó sus dudas sobre la providencia
divina. A sus palabras le respondió el filósofo que por la mala política de los
años recientes en Roma se necesitaba ya el gobierno de uno solo, y le preguntó:
"<¿Cómo, Pompeyo, y con qué indicios nos vamos a persuadir de que tú
habrías usado de la Fortuna
mejor que César, si hubieras vencido? Pero hay que dejar esto como cosas que
dependen de los dioses>".[72]
Conclusión: la herencia que recibimos de César y los
romanos
Julio César quiso convertirse en un
hombre poderoso, nada fue más importante y eso para él significó convertirse en
Roma, apropiarse de ella; y Roma era la unión de los romanos, es decir, lo que
vinculaba a un conjunto de hombres y mujeres llamados romanos.
El vínculo de vínculos de los
romanos se fue modificando a lo largo de los siglos: primero fue la religión
del hogar y de la ciudad en los tiempos de los reyes; después ese vínculo fue sustituido
por la república aristocrática y, por último, gracias a César, ese vínculo que
unía a los romanos era el emperador, el padre de los hijos de la patria, el
padre todopoderoso.
Pero en todas las etapas señaladas,
de principio a fin, ese vínculo de vínculos (re-ligare), esa unión, fue para sobrevivir como grupo humano y
dominar a los demás grupos o naciones. Ese vínculo terminó en parte cuando el
imperio romano occidental fue dominado y destruido por los invasores germanos
en una lucha que se resolvió a favor de los reinos germánicos en el 476 d.C. El
vínculo del imperio romano oriental (el imperio bizantino) sobrevivió casi mil
años más, pero quedó destruido cuando los turcos musulmanes lo conquistaron y
tomaron Constantinopla en el año 1453 d.C.
Se puede decir que Julio César fue
el padre de todos los emperadores romanos de la era cristiana. Directamente
sólo lo fue del primero de todos ellos: César Augusto, con el que también dará
inicio el culto al emperador contra el que se enfrentaron los primeros
cristianos.
El culto al emperador se dio, porque
cualquiera que fueran los vínculos entre los romanos y entre ellos y sus
pueblos conquistados, el vínculo de vínculos (el re-ligare, la religión) era el
emperador. Esa religión, por así decirlo, fue fundada por César al acabar con
el poder compartido de la aristocracia: la república. Así que cuando los
cristianos se negaban a practicar el culto al emperador atacaban el centro
vital del imperio. Por eso Celso escribía en el siglo II d.C.:
"Hay
una raza nueva de hombres nacidos ayer, sin patria ni tradiciones, asociados
entre sí contra todas las instituciones religiosas y civiles,
perseguidos por la justicia, universalmente cubiertos de infamia, pero
autoglorificándose con la común profanación: son los Cristianos".[73]
De ese conflicto resultaron
vencedores los primeros cristianos. Ellos terminaron por imponerle al imperio
una nueva religión, cuyo fundador nació bajo el reinado del primer emperador:
César Augusto. Al imponerse el cristianismo como religión del imperio, asimiló
de este su estructura monárquica e imperial para poder funcionar como religión
oficial.
Además de esta fusión entre la Roma creada por Julio César y
el cristianismo que recibimos como herencia histórica y cultural, existe otra
que también procede de los romanos y de César. Elías Canetti la señala muy
bien:
"La
historia de los romanos es la razón particular más importante para eternizar
las guerras. Sus guerras se han convertido en el auténtico modelo del éxito.
Para las culturas son el ejemplo de los imperios; para los bárbaros, el ejemplo
del botín. Pero como en cada uno de nosotros se encuentran las dos cosas,
cultura y barbarie, es posible que la
Tierra sucumba por culpa de la herencia de los romanos".[74]
La voluntad de poder al estilo Julio
César sigue intacta, pero ha adquirido nuevos medios, más recursos tecnológicos
y nuevos personajes menos brillantes que él.
El discurso de César en Sevilla,
poco tiempo después de la última gran batalla de la guerra civil, se repite
ahora de muchas maneras diferentes. César decía:
"¿Cómo
podías vosotros esperar vencer? ¿No sabíais, pues, que conmigo tenía el pueblo
romano diez legiones capaces no sólo de resistiros, sino de destruir el
mundo?"
En aquel tiempo los alardes del
poder destructivo del dictador romano era una simple metáfora, en la actualidad
ya hay gente poderosa que literalmente puede destruir el mundo y podría tener
la voluntad de hacerlo.
Un ejemplo de esto es el presidente
estadounidense Richard Nixon, cuando estaba bajo acoso del poder legislativo y
en el proceso final de la desintegración de su poder, quiso liberarse de la
humillación y le indicó a sus adversarios que era mucho más poderoso que ellos,
pero que no usaría ese poder. Le dijo a un grupo de miembros del Congreso:
"podría
entrar en mi despacho, hacer una llamada telefónica y en menos de veinticinco
minutos setenta millones de personas estarían muertas".[75]
Después de los romanos, la religión
del poder grupal sigue muy viva. Los grupos (desde familias hasta naciones y
ligas de naciones) se siguen uniendo por y para la "guerra"; para
sobrevivir y vivir sometiendo a los otros y apropiándose de sus bienes. Pero
esta dinámica, de continuar, acabaría con la humanidad tal y como la conocemos.
La unión, el vínculo de vínculos, tiene que abarcar a toda la humanidad y a
todo el planeta Tierra para que ahora sea posible la sobrevivencia.
[1] La frase exacta de la que se tomó el título del artículo está en el
discurso de César al Senado en agosto del 46 a.C.: "Por ningún otro motivo he
buscado convertirme en un hombre fuerte y poderoso, capaz de castigar a mis
enemigos, y advertir a los adversarios de mi partido, sino para vivir mi vida
como hombre honesto en seguridad y de hombre feliz en gloria". Citado por
Javier Cabrero Piquero, Julio César. El
hombre y su época, Ediciones Dastin Export, Madrid, 2004, p.240
[3] Al consulado se llegaba por medio de elecciones y era el puesto
gubernamental más elevado, pero duraba solamente un año. Los cónsules (eran
dos) convocaban y presidían el Senado. En el ámbito militar se parecían a los
reyes: reclutaban legiones y determinaban la cantidad de soldados y oficiales
aliados; y guiaban al ejército en las operaciones militares.
[15] "Entre los antiguos, y sobre todo en Roma, la idea del derecho
era inseparable del empleo de ciertas palabras sacramentales. Tratábase, por
ejemplo, de contraer una obligación, el uno debía decir: ¿Dari spondes? Y el otro contestar: Spondeo. Si no se pronunciaban estas palabras, no había contrato; y
en vano se presentaba el acreedor a reclamar el pago de la deuda; el deudor
nada debía, porque lo que obligaba al hombre en que el antiguo derecho no era la conciencia
ni el sentimiento de lo justo, sino la fórmula sagrada. Pronunciada
ésta entre dos hombres, los ligaba con un vínculo de derecho, pero si no
existía la fórmula, no existía el derecho". Fustel de Coulanges, Op. Cit.,
p.179
[16] Los arúspices eran sacerdotes que, entre otras cosas, se dedicaban
a examinar las vísceras de los animales sacrificados para encontrar ahí los
mensajes divinos. Como dice Raymond Bloch: se creía que "el animal
ofrecido a los dioses era, en el momento del sacrificio, poseído en cierto modo
por éstos y transmitía las más precisas indicaciones acerca del porvenir"
(p.45) Los augures eran sacerdotes que descifraban los auspicios. El
mismo autor nos dice que "auspicios significa literalmente los signos
dados por la observación de las aves, de su vuelo y de sus gritos" pero
"se aplica también a diversos presagios visuales, relámpagos, rayos,
apetito de polluelos sagrados y señales de encuentros fortuitos" (p.103).
Estas dos citas se encuentran en Raymond Bloch, La adivinación en la antigüedad,
Fondo de Cultura Económica, México (Breviarios No.391), 2002.
[22] Mitrídates VI (132-63
a.C.) rey del Ponto. Cuando invadió Bitinia, vasalla de
Roma, se produjo la primera guerra contra Roma (88-84 a.C.) Ordenó la matanza de
80 mil itálicos y romanos que vivían en la isla de Delos. Fue derrotado por Sila,
cerca de Atenas, en el año 86. Se firmó una paz apresurada en el 85 porque Sila
regresó a Roma para enfrentar a los populares. Cuando Roma se anexionó Bitinia
como provincia, estalló la tercera guerra mitridática (74-63 a.C.)
[50] "El Rubicón separaba entonces Italia de la Galia Cisalpina.
El Senado tenía prohibido a las legiones en armas atravesar esta frontera sin
su autorización para evitar golpes militares sobre Roma. Quien contravenía esta
ley era declarado traidor". Dice la nota a pie de página No.234 del libro
Plutarco, Vida de Sertorio y Pompeyo, Op.Cit., p.216
[58] Esta afirmación no minimiza la gran cantidad de soldados romanos que
participaron en el bando de Pompeyo. César, en la página 93 de su libro sobre
la guerra civil, dice que Pompeyo reclutó nueve legiones de ciudadanos romanos,
de las cuales cinco eran de Italia. Eso nos habla de alrededor de 54 mil
romanos.
[63] Al respecto, Suetonio escribe: "Tan desarregladas eran, en fin,
sus costumbres y tan ostensible la infamia de sus adulterios, que Curión padre
le llama en un discurso marido de todas las mujeres y mujer de todos los
maridos", p.16. Y sus soldados al festejar sus triunfos en Roma gritaban:
"Ciudadanos, esconded vuestras esposas, que traemos aquí al adúltero
calvo", p.15. Pompeyo, por ejemplo, al regresar triunfante de Asia, se
divorció de su mujer porque le había sido infiel con César.